martes, 21 de octubre de 2014

Negro Hernández



Todo es negociable  Negro Hernández

Volví al café después de un mes que llevó la reforma del local. El gallego Rogelio había renunciado a sus pretensiones de convertir el "Tres Amigos" (allí había cantado Alberto Marino)  en un moderno "Restro bar", convencido por la presencia de los numerosos turistas extranjeros que se paseaban por Barracas. Finalmente, y por el alto presupuesto del proyecto, se conformó con darle una mano de pintura, cambiar la mampostería de madera y remplazar las sillas y mesas desvencijadas por otras nuevas. Todos contentos.
En esa ocasión me lo encuentro al flaco Raúl, que había desaparecido durante varios meses del café, se comentaba, tras los pasos de una  hermosa mujer. Yo estaba con el tordo Jorge, el Gordo y Sandoval lamentándonos de la prohibición de fumar en lugares cerrados. Se acercó a la mesa y nos abrazó como un hombre que buscaba consuelo, y mientras compartíamos un café, en ese atardecer de un octubre lluvioso nos contó su conmovedora historia.
Miren muchachos, uno a veces hace  cosas en la vida para que a uno lo quieran y así le va. Apenas la conocí en una noche de tormenta creí encontrar a la mujer de mi vida. Estaba toda mojada y sin paraguas, la lluvia se le escurría  por el pelo como un llanto y la pollera se le pegaba a las caderas de tal manera que parecía desnuda. Subió al tacho en Plaza Italia y me pidió que la llevara hasta Lugano. "No tengo plata, dijo, hacéme el favor, mañana le pago". Y así fue como confié en ella para poder verla al día siguiente.
El Gordo me miró disimulando una sonrisa. Jorge, que era padre de cuatro hijos de cuatro madres distintas  dijo: ¿Pero vos siempre caes en la misma trampa?. Sandoval hizo un gesto con ganas de rajarse  o para no escuchar esos lamentos, y yo me moría por fumarme un cigarrillo pero me daba no sé qué, irme afuera.
Al día siguiente vuelvo a la casa para cobrarle y me atiende envuelta en un toallón rojo y el pelo mojado ¡Me quería morir! Y así empezó todo. A la semana estábamos viviendo juntos. ¡Al fin nene, era hora!, dijo mi vieja mientras yo hacía la valija. Con el  tiempo me doy dando cuenta que se trataba de una típica reformadora de hombres, pero por el metejón que tenía no quería reconocer el destino que me esperaba. Empezó por la vestimenta, con qué ahora se usan las pilchas de tres botones, que tenés que usar camisas que te hagan más joven, que los zapatos, que las camperas... y así fui cambiando, poco a poco, la ropa. Te juro que lo hacía por complacerla, porque ustedes saben que a mí me da lo mismo. Siguió con el trabajo, que el taxi no es para vos, que tenés que volver a tu profesión de masajista, que te mereces algo mejor... Después se ocupó de enseñarme inglés básico para relacionarme con los hoteles de lujo. ¡Si querés progresar tenés que ser más fashion y dejar de ser tan grasa!  decía. Y cuando me enojaba, acariciaba mi oreja mientras me cantaba Bésame mucho. Ahí moría, perdía el control y me entregaba a sus designios. Fue así como terminé siendo un esclavo de sus caprichos. Me hice vegetariano, largué el faso, tome flores de Bach, fui a yoga, dejé de venir al café, de visitar a la vieja y estuve a punto de integrar una congregación de seguidores de Sai Baba.
En un momento se le entrecortó la palabra y amagó a llorar con la mirada perdida en algún lugar. Fue entonces que sudando como un chivo se levantó y caminó hacia el baño. Es un mitómano, me tiene podrido con sus bolazos, dijo Sandoval. Por ahí es cierto y sólo es una exageración, agregó el Gordo. Yo lo entiendo porque me pasó lo mismo, dijo Jorge, cuando una mina se te clava en el corazón hacés cualquier cosa y perdés noción de la realidad. Yo, para relajarnos y porque la noche ya se había desvanecido sobre Riachuelo, pedí una picada grande y dos cervezas. Además tenía hambre y Marta no volvía hasta la medianoche.
Es muy buena mina, continuó Raúl al regresar distendido, culta, cariñosa, fina, desnuda no sabés lo que es y en la cama una diosa, pero llega un punto en que uno no puede ceder, llega un momento en que abrís los ojos y te preguntas si sos un hombre o un juguete. Hasta me convenció para que me hiciera la carta natal y así saber cómo estaban mis astros con los suyos. ¡Somos dos almas gemelas!, dijo después de consultar al astrólogo. 
 Estaba tan contenta creyendo que éramos la reencarnación de antiguos amantes, ¡Como Antonio y Cleopatra!, que sólo atiné a mirarla engatusado y a quererla como nunca quise. Ahora la extraño y me muero de ganas de verla, pero, como te dije, todo tiene un límite.
Te la hago corta Negro, así te cuento cómo terminamos. Un día buscando la factura del teléfono ella encuentra en una caja donde guardo mis papeles y el carnet de mi querido Huracán. ¿Cómo podes ser hincha de un cuadro que juega en la B? Tenés que elegir un equipo ganador. ¿Por qué no vas a un psicólogo?. Ahí planté bandera con todo el dolor del alma y escuché la voz de mi viejo que desde el cielo me decía: "Todo es negociable, menos la camiseta de Huracán"

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