Todo es
negociable Negro Hernández
Volví
al café después de un mes que llevó la reforma del local. El gallego Rogelio
había renunciado a sus pretensiones de convertir el "Tres Amigos"
(allí había cantado Alberto Marino) en
un moderno "Restro bar", convencido por la presencia de los numerosos
turistas extranjeros que se paseaban por Barracas. Finalmente, y por el alto
presupuesto del proyecto, se conformó con darle una mano de pintura, cambiar la
mampostería de madera y remplazar las sillas y mesas desvencijadas por otras
nuevas. Todos contentos.
En
esa ocasión me lo encuentro al flaco Raúl, que había desaparecido durante
varios meses del café, se comentaba, tras los pasos de una hermosa mujer. Yo estaba con el tordo Jorge,
el Gordo y Sandoval lamentándonos de la prohibición de fumar en lugares cerrados.
Se acercó a la mesa y nos abrazó como un hombre que buscaba consuelo, y mientras
compartíamos un café, en ese atardecer de un octubre lluvioso nos contó su conmovedora
historia.
Miren
muchachos, uno a veces hace cosas en la
vida para que a uno lo quieran y así le va. Apenas la conocí en una noche de
tormenta creí encontrar a la mujer de mi vida. Estaba toda mojada y sin
paraguas, la lluvia se le escurría por
el pelo como un llanto y la pollera se le pegaba a las caderas de tal manera
que parecía desnuda. Subió al tacho en Plaza Italia y me pidió que la llevara
hasta Lugano. "No tengo plata, dijo, hacéme el favor, mañana le
pago". Y así fue como confié en ella para poder verla al día siguiente.
El
Gordo me miró disimulando una sonrisa. Jorge, que era padre de cuatro hijos de
cuatro madres distintas dijo: ¿Pero vos
siempre caes en la misma trampa?. Sandoval hizo un gesto con ganas de rajarse o para no escuchar esos lamentos, y yo me
moría por fumarme un cigarrillo pero me daba no sé qué, irme afuera.
Al
día siguiente vuelvo a la casa para cobrarle y me atiende envuelta en un
toallón rojo y el pelo mojado ¡Me quería morir! Y así empezó todo. A la semana
estábamos viviendo juntos. ¡Al fin nene, era hora!, dijo mi vieja mientras yo
hacía la valija. Con el tiempo me doy
dando cuenta que se trataba de una típica reformadora de hombres, pero por el
metejón que tenía no quería reconocer el destino que me esperaba. Empezó por la
vestimenta, con qué ahora se usan las pilchas de tres botones, que tenés que
usar camisas que te hagan más joven, que los zapatos, que las camperas... y así
fui cambiando, poco a poco, la ropa. Te juro que lo hacía por complacerla,
porque ustedes saben que a mí me da lo mismo. Siguió con el trabajo, que el
taxi no es para vos, que tenés que volver a tu profesión de masajista, que te
mereces algo mejor... Después se ocupó de enseñarme inglés básico para
relacionarme con los hoteles de lujo. ¡Si querés progresar tenés que ser más
fashion y dejar de ser tan grasa! decía.
Y cuando me enojaba, acariciaba mi oreja mientras me cantaba Bésame mucho. Ahí
moría, perdía el control y me entregaba a sus designios. Fue así como terminé
siendo un esclavo de sus caprichos. Me hice vegetariano, largué el faso, tome
flores de Bach, fui a yoga, dejé de venir al café, de visitar a la vieja y
estuve a punto de integrar una congregación de seguidores de Sai Baba.
En
un momento se le entrecortó la palabra y amagó a llorar con la mirada perdida
en algún lugar. Fue entonces que sudando como un chivo se levantó y caminó
hacia el baño. Es un mitómano, me tiene podrido con sus bolazos, dijo Sandoval.
Por ahí es cierto y sólo es una exageración, agregó el Gordo. Yo lo entiendo
porque me pasó lo mismo, dijo Jorge, cuando una mina se te clava en el corazón
hacés cualquier cosa y perdés noción de la realidad. Yo, para relajarnos y
porque la noche ya se había desvanecido sobre Riachuelo, pedí una picada grande
y dos cervezas. Además tenía hambre y Marta no volvía hasta la medianoche.
Es
muy buena mina, continuó Raúl al regresar distendido, culta, cariñosa, fina,
desnuda no sabés lo que es y en la cama una diosa, pero llega un punto en que
uno no puede ceder, llega un momento en que abrís los ojos y te preguntas si
sos un hombre o un juguete. Hasta me convenció para que me hiciera la carta
natal y así saber cómo estaban mis astros con los suyos. ¡Somos dos almas
gemelas!, dijo después de consultar al astrólogo.
Estaba tan
contenta creyendo que éramos la reencarnación de antiguos amantes, ¡Como
Antonio y Cleopatra!, que sólo atiné a mirarla engatusado y a quererla como
nunca quise. Ahora la extraño y me muero de ganas de verla, pero, como te dije,
todo tiene un límite.
Te
la hago corta Negro, así te cuento cómo terminamos. Un día buscando la factura
del teléfono ella encuentra en una caja donde guardo mis papeles y el carnet de
mi querido Huracán. ¿Cómo podes ser hincha de un cuadro que juega en la B?
Tenés que elegir un equipo ganador. ¿Por qué no vas a un psicólogo?. Ahí planté
bandera con todo el dolor del alma y escuché la voz de mi viejo que desde el
cielo me decía: "Todo es negociable, menos la camiseta de Huracán"
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