jueves, 23 de abril de 2020

Carlos Margiotta



                          EN CASA Carlos Margiotta

Estoy en mi casa hace una semana sin poder salir por la cuarentena. El otro día me llama un amigo que vive con su familia y me pregunta cómo me las arreglo viviendo solo. No estoy solo, le contesto, vivo rodeado de palabras.
Las palabras pasean por mi departamento sin pedir permiso, salen al balcón, abren la heladera, se lavan las manos cada dos horas, miran televisión tiradas en el sofá, van a la computadora y entran en las redes. Usan mi celular manejándolo a su antojo, se toman un café cuando tienen ganas, entran al baño varias veces, hacen sus necesidades, se duchan, y disponen de mi intimidad sin ponerse coloradas.
En el transcurso de los días las voy reconociendo una por una, están las palabras fuertes tan expresivas, tan gritonas que a veces me asustan. Están las débiles que parecen delicadas, frágiles pero a la vez son tan atractivas como seductoras. Están las asquerosas, las sucias, las que se cortan las uñas de los dedos de los pies delante de tuyo, mientras eructan o se tiran un pedo. Están las que se pasan suspirando, románticas las llamo, son peligrosas porque te demandan todo el día y nada las satisface. Por suerte cada tanto me encuentro con las frontales que no te engrupen, que te cantan la verdad por dolorosa que sea. Son las que cuando te dicen No es No y cuando te dicen Si agarrate Catalina, en ellas confío. Después hay un grupo de exageradas donde reina la desmesura, un gramo es una tonelada, un piquito es el amor de sus vidas, una raspadura es una amputación de un brazo o de una pierna y debo medir hasta donde es cierto lo que dicen. Pero las que menos tolero son las perfectas, si, las que se la pasan disimulando errores, echándole la culpa a otro de sus acciones, siempre atildadas, bien vestidas con una sonrisa eterna en sus labios. Las veo falsas tan carentes que necesitan ser como modelos para exhibirse en público y criticando a todo el mundo.
La lista es infinita y entre todas elijo a las cariñosas, las amorosas, que estiran su cuerpo desperezándose y te tiran un beso con las manos apoyadas en sus labios. Son las que te aman sin condiciones, que quieren lo mejor para vos, son una mezcla de madre y mujer fatal que pueden arriesgar la vida por el hombre que aman.

Podría hacer una enumeración infinita de las palabras como las: directivas, resentidas, profesionales, independientes, sometidas, feas, hermosas, cursillistas, estudiosas, fundamentalistas, religiosas, anarquistas, feministas, tolerantes, prostitutas, inquietas, calentonas, emocionales, frías, superfluas, comprometidas, solidarias, egoístas,  inteligentes, soberbias, celosas, desoladas, indiferentes, devotas, dolientes, deseosas, machistas, racionales, tumultuosas, pacientes, simuladoras, exquisitas, mudas, gordas, sudorosas, abnegadas, graciosas, estúpidas, complacientes, emancipadas, y podríamos seguir con la lista eternamente.

Estamos hechos de palabras, somos lenguaje, afirma el concepto universal, pero la subjetividad de cada uno nos muestra que hemos sido atravesados por palabras concretas, singulares y el valor de cada una es distinto según la persona. Hace poco descubrí que la palabra AMOR es igual a ROMA, escrita en las dos direcciones. ¡Dos bellas palabras!, para mi.

Por eso los escritores dicen que no hay palabras malas ni buenas, prohibidas ni permitidas que las palabras de un texto están en íntima relación unas con otras en un vínculo particular y único, Las palabras se dicen en el momento histórico social en que es escrita, dentro del contexto argumental en que es narrada la ficción, en el aquí y ahora como al allá y entonces. Y el escritor sabe que hay una sola palabra que le corresponde a esa frase, le guste o no, y deberá buscarla para decidir entre muchas, y al elegirla tendrá que hacer el duelo de las que deja en el camino de la historia.
La otra noche cansado del encierro y el calor del día me acosté con la ventana abierta del dormitorio. La luna entraba en la penumbra solitaria y las vi entrar sigilosamente una por una a mis palabras preferidas, como mujeres deseantes buscándome. De pronto se fueron metiendo en mi cama desnudas y empezaron a acariciar todo mi cuerpo donde más me gusta dándome un inmenso placer. Ella no estaba.

Alejo Urdaneta



                                           EL VIEJO LIBRERO  
                                               Alejo Urdaneta

Visitaba el bibliófilo frecuentemente al librero de viejos ejemplares y cachivaches de antaño. Memorias con olor a papel amarillo por obra del tiempo, la pureza de las historias almacenadas en libros ya descoloridos. Y cuadros de pintura, relojes detenidos. Anécdota y humedad.
Debajo de un puente en el centro de la ciudad tenía el negociante la venta multicolor. Era un lugar conveniente porque por allí pasaba mucha gente. Un espacio bullicioso al que sólo llegaba el silencio en la noche. Y aun así, el amigo librero aseguraba que después de anochecer se escuchaban voces de personajes de la historia y de las letras universales. Lo decía en un tono bajo, enigmático.
Aquel curioso visitante de la librería callejera sostenía con el dueño largas charlas, mientras hojeaba libros y escrutaba pinturas de artistas famosos. Siempre descubría algo bueno y lo pagaba con placer. Parecía que alrededor de los anaqueles sobre el mobiliario, dispuestos en orden y protegidos por la estructura del puente, viviese algo irrecuperable, y el librero lo sabía. Tenía su clientela perseverante que le pedía buscar alguna obra literaria perdida, algún álbum de música en discos ya vencidos por el uso. De todo podía hallarse entre esos muebles maltrechos pero iluminados por tanta belleza secreta.
Y el día de Navidad, cuando fue a la venta para dejar un saludo y beber una copa de vino con su amigo, recibió de su boca la noticia: había decidido retirarse del negocio y lo ofrecía en carteles fijados en la pared del puente. Se vendía a un precio justo, dada la calidad de los libros y objetos de valor que exhibía. Hubo ofertas en los días de diciembre, y pasó el tiempo de adviento y regresó enero.
Enero luminoso y la ciudad tranquila después de la locura de las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Poca gente transitaba por la avenida que pasaba debajo del puente. El suave viento del primer mes y el frescor claro de este tiempo, invitaba al paseo por la calle que remontaba hasta el centro financiero y las oficinas públicas.
“¿Vender mis libros y objetos de arte? Fue la frase que el asiduo visitante escuchó decir al librero cuando llegó al puente. Le dijo de las ofertas de compra a precios altos, pero él no asentía. Supo el amigo asiduo que ahora el viejo tenía dinero y no necesitaba trabajar; que un impedimento insuperable había sido la causa del desistimiento de retirarse del negocio de libros y todas las obras que había acumulado en tantos años. Le dijo en forma terminante que nadie podía valorar el tesoro que se exponía al calor y al frío, al polvo de la vejez y la humedad. Y que esa era su vida.
Nada podía responder el visitante. Era un argumento irrefutable el que exponía el vendedor de antigüedades; y el otro lo comprendía. Bastaba recorrer los pocos metros que tenía el sitio destinado a fondo de comercio. Al borde de la algarabía de la calle, el silencio de la librería es expectante. Buen negociante, conoce el lugar de cada libro, y algo más: sabe de la fecha de la edición que tiene en venta. Sabe también que aquel cuadro con una pintura de Pascual Navarro había paseado por bares y cafés del Este de la ciudad, y que su valor de cambio de antes, irrisorio por su cortedad, tiene ahora un precio multiplicado por la nostalgia.
El vendedor prefiere los libros de viaje, algo que choca con su propia vida, estancada en ese lugar desde que era joven. No sé cuáles serán sus sentimientos o emociones cuando alguien le habla de los paisajes de Hungría, o de Francia, del azul cielo de España. Si alguien le dice de los monumentos del tiempo el librero se anima, se levanta de su taburete cojo, va a uno de los estantes y saca un libro de historias de aventuras con dibujos de las naves de Colón.
Hay palabras e imágenes que encantan; en ellas se oculta la poesía que el viejo librero remueve al verlas de nuevo, siempre con ojos de sorpresa. Me mostró sus tesoros y no encontraba la manera de decirme su duda. Por fin pronunció aquellas palabras que todavía recuerdo cuando paso por la avenida y llego al puente, ahora desalojado por una orden del Municipio: “Usted ha visto mundo, ha palpado las costumbres y hasta los rasgos de otras razas. En cambio, el mundo mío lo he construido a solas…” Era cierto. El viejo robaba de sus libros y objetos de antaño vidas vividas, palpaba en el lomo de las ediciones in-octavo la fragancia que el tiempo depositó, su mirada quedaba detenida en pinturas de siglos pasados. En su imaginación debían retozar los bailes coloridos en la campiña de Bretaña; y si volvía sus ojos hacia nuestro mundo cercano, el Mar Caribe se encrespaba sobre la playa de piedra franca y grises soles, visto en pequeños lienzos de aficionado, o de maestros caídos en el olvido. Y el viejo no decía de su dolor cuando vendió estampas con paisajes de los llanos o la niebla de la cordillera. Todo eso era suyo y lo había entregado. Sus emociones vibraban todavía en aquel lugar de paso que permaneció por toda una vida, sólo para él.
La pregunta vino de repente: “¿Prefiere usted sus viajes, o le gustaría tener este palacio del tiempo?" Hice un recorrido en el pequeño rincón, para mirar todo aquello que mostraba el mundo de la ilusión, la aventura del hombre. En el momento pude decirle que eran sus libros y joyas antiguas lo que deseaba, porque era verdad que me atraían y me hubiese quedado con toda esa riqueza convertida en sueños. Pero le dije que me inclinaba por los viajes, porque han sido el motivo de mi vida de viajero ambulante.
Sólo añadió: “¡Yo, que no puedo ser joven nunca más!”
En sus manos sostenía el libro de viajes de Marco Polo, y en las paredes del puente brillaba el color del mundo, en sus tonos innumerables.
Volví a pasar, poco tiempo después, por el sitio donde estuvo la venta de libros y curiosos objetos. Ya la Municipalidad había desalojado el lugar y destruido los muebles y anaqueles que guardaron por tanto tiempo las reliquias del extraño almacén. Quien pusiese atención quizás escucharía el batir de la espada de Scaramouche, o creería ver en las paredes cuadros con paisajes remotos que el comerciante de la memoria sólo conoció en su imaginación.
Del destino de los libros y de tantos objetos valiosos nadie supo. El viejo librero quizás vivirá todavía en otros lugares del mundo, con sus recuerdos, y estarán sus reliquias dispersas y hasta perdidas o destruidas. Pero en cualquier lugar donde estén, nunca tendrán la magia que rodeó el recoleto lugar debajo de un puente en la ruidosa avenida.

Alejo Urdaneta

Susana Kleiban

                                  MIS TETAS  
                                                Susana Kleiban


Sí, son protectores mamarios le digo al cajero del supermercado, cuando le entrego la caja.
 - Ya sé, se lo decía porque hoy hay oferta de dos por uno-
 ¿Qué pensas pelotudo que no me alcanza con un paquete, que tengo tan grandes las tetas que mi leche saldrá como los sifonazos que en carnaval nos daba el turro del abuelo Agustín en las tardecitas de Carapachay? El muy hijo de puta se hacía el simpático y jugaba con todos los pibes de la cuadra a la tardecita, pero a la noche el viejito bueno se convertía en un monstruo escondido atrás de la cortina de mi pieza, que me tapaba la boca y me tocaba las tetitas de siete años mientras me arañaba con esas uñas largas y miserables que hoy todavía veo con asco en algunos tipos.
 Mugriento, sapo de mierda, siento todavía cómo estiraba mi pezoncito y me decía ya me vas a agradecer, las estoy amasando para cuando seas grande y las tengas tan gordas y lindas que te den mucha plata por tocarlas.
 Y sí, gané plata con ellas, el miserable ese me voló la infancia de un plumazo, y el César a los catorce me desvirgó dándome a cambio los primeros billetes.
 Después, lo de siempre guanacos diciendo ¡Qué tetas tenés mamita! Mordiéndolas, frotando la cabeza entre ellas y vaciando sus bolsillos.
 Pero a mis tetas hoy no les importa si el Ramón se piantó y me dejó en la salita con la panza a punto de parir a la Sonia.
 A mis tetas la pendeja las tiene enamorada, de solo ver a la Sonia mis tetas se llenan de leche, de solo saber que abre la boca y se acerca para usarlas me moja todos los corpiños chorrean todas las remeras y me río y no me importa y no hay cosa más linda que sentir que se atraganta de tanta leche que tengo para ella. A ella se las entrego, a ella la dejo olerme, chuparme, morderme dormirse entre mis melones y despertarse a tomar cuantas veces quiera. Porque esta cría es lo único mío que tengo.
 -Bueno, si hay un dos por uno esperame que voy a buscar otra caja-




JULIO DE LA MOTA



               POEMAS OSCAR JULIO DE LA MOTA

LA PESTE


Preguntas marchitas
En bocas sublimes
Ditirambos seniles:
La astucia del horror
Avaricia de corazones
Verdades que olvidan, y sombras
Que comienzan a salir
A la intemperie
Con trajes nuevos
El crepúsculo no quiere partir
El cielo está clavado
No somos uno
Pero tampoco somos todos
Pues la falsedad se hizo red
Y el Amo se hizo presente
Está en los rincones, sigue
Nuestros pasos
Respiramos su aire
Es una soga apretando la ausencia
Hasta el grito
El Amo está aquí, ya tiene cuerpo
Pero no tiene voz
Es global pero vacío
Pero viraliza en los más débiles
La peste había llegado
Tiene su pasado
Ahora tomó cuerpo
Está en nuestro cuerpo
Por favor:
Desatemos el cielo
Para ver la luz

EN TORNO DE LAS LLAMAS
Vuelan asperezas de espuma blanca
hay hojas secas de agonías marchitas
donde se despereza la infancia
cautiva en un poema
y en el fluir de indecencias cotidianas.
Más allá de las cosas
cabría pensar que alguien se apoderó de las esencias
cabría pensar en el árbol que no está
sería bueno que supiéramos que lo que dio luz
fue un fuego
un carruaje de nieve
las sólidas estampas
en el palacio terrenal del cielo.


              LA ESTACION

Puente peatonal
instante fuera del tiempo
viejo de herrumbre y soledad
viejo de lozanía
Testigo y cómplice de la profundidad y el verdor
que los tiempos fueron dejando a tu lado
en la estación 
como pude dejarte atrás
sin ver en tu vientre
la herida de los andenes desiertos
tal vez haya en tus hierros marrones
el intento de ser como la naturaleza
que rodea abrumadora
el sueño de progreso
y que hoy solo es potencia del encuentro
puente, viejo de herrumbre
hoy estas dentro del verde, solo
como un fantasma marchito
cerrando una herida profunda y gris
 en la comarca que adopto tu vieja elegancia
 de humo y soledad.




























Claudio Steffani



                                                        MARIELA  
                                              Claudio Steffani
         
Ya no me acuerdo del día, pero eran las 16,30 hs. Cuando tuvimos que dejar las oficinas de  Constitución,  bajo las escaleras del antiguo edificio de la estación y camino por el Hall hasta la calle Salta y Brasil para tomar el colectivo 67. Me subo y durante el recorrido me encuentro  con el inédito paisaje de Buenos Aires completamente vacía, me bajo en el obelisco, me quedo un rato observando el desierto de Corrientes y 9 de Julio, ingreso a la comby camino al encierro de mi departamento en Ramos Mejía, con la incertidumbre de no saber lo que venía y cuando iba a volver.
Mientras los medios transmitían la cantidad de muertos por el mundo, empecé a caminar por las paredes.
Me levanté de la cama un mediodía y me fui al chino a comprar agua, sopas, papel y alcohol en gel, hacía 28 grados de un día soleado, me compro una lata de cerveza bien helada y camino hasta la plaza para tomarla en un banco de cemento bajo los árboles
Mientras busco el sol, veo que se acerca caminando Mariela, con sus rulos al viento y su bella figura, me levanto, ella me ve y nos saludamos codo a codo, me dice que hay que saludarse también con los talones y lo hacemos en el medio de la plaza, luego nos quedamos charlando un rato de este nuevo contexto que nos tocó transcurrir.
A Mariela la conocí en el tren, entrando en los años 2000. Ella estaba leyendo a García Márquez y yo a Osvaldo Soriano, tomábamos el tren casi a la misma hora. Una mañana llego al andén y la veo sentada leyendo su libro, me siento cerca de ella y abro el mío, viene el tren y subimos rápidamente juntos, quedamos cerca porque se había llenado y en un momento durante el viaje le pregunto como se llevaba con los “Funerales de mamá grande”. Allí comenzó un diálogo enriquecedor que duró varios viajes.
Un día bajando del tren le propongo intercambiar el libro que estábamos leyendo una vez finalizada la lectura de ambos y así sucedió. Empezamos a encontrarnos, pero la relación duró muy poco y no prosperó, yo estaba casi sin trabajo y con el animo por el piso.
Fue una pena esa pérdida, me gustaba demasiado y me sigue gustando, con el tiempo quise volver a conquistarla, pero ella nunca me dio esa posibilidad. Me quedó su libro en mi biblioteca.
Después de una hermosa charla, nos despedimos en la plaza codo a codo y talón con talón, me siento y de la bolsa del supermercado saco mi lata que ya no estaba tan fría, antes de abrirla llega la policía y me invitan a retirarme de la plaza.
Vuelvo a colocar mi lata en la bolsa y me cruzo a la iglesia que estaba abierta, me siento en las escaleras a tomar mi cálida cerveza.
La gente salía con su ramo de olivo en la mano y sabía que de ahí nadie me iba a echar, salvo el cura.
Termino mi cerveza, pongo la lata vacía en la bolsa, salgo de la iglesia y me dirijo a mi departamento a seguir cumpliendo mi cuarentena obligatoria.

Graciela María Casartelli



REFLEJOS AMARILLOS 
SOBRE EL TECLADO
Graciela María Casartelli

Hoy volví sobre las teclas de mi piano.
 Mediaron varios años de silencio.
 La resonancia muda y el canto apagado.
 Los dedos temblorosos y la contrición agradecida por haber salvado mi dedo anular tras aquel accidente. Ése que ocurrió en octubre del año pasado en un lugar de mi pequeña mansión. En realidad, un sencillo hogar; cuando se cerró la puerta de la cochera por la fuerza del viento mientras intentaba abrirla; incrustándose la mano derecha entre las bisagras de las dos hojas que le servían de cierre.
 Una vivienda, sentida como la fortaleza creada por mis esperanzas e ilusiones; negadas para mi existencia. Se trataba quizás, del destino de simples sueños mundanos; a través de los cuales el ego exponía “bijouterie” fantasiosa, de quimeras imposibles para mí.
 Hoy, con los ojos cerrados frente al mismo piano, en la nueva casa de alquiler temporario, interpreté como pude, aquel antiguo vals: “Desde el alma”… Melodía plasmada por mi madre; con partitura ante los ojos.
 Pensar que en este día, apenas asomo las notas merced a un oído especial para la música. Extraña capacidad; pero no talentosa para lo que el mundo valora como arte. Esto es, ajustarse a las pautas de la música escrita sobre un pentagrama.
 De mi parte, juego con acordes danzantes en mi mente desde corta edad, armonizados por intuición; pero sin la maestría requerida al ajuste de las partituras.
 Mi interpretación es algo muy suave; así como suena una lira delicada en manos de un principiante joven y, doy gracias a Dios, porque de esa manera mi corazón se transporta a un mundo, en el que fui; o también seré.
 De ese modo también extraño, apareció tu mirada y la expresión de tu rostro en mi mente; con un cúmulo de recuerdos encontrados, teñidos de emociones famélicas por el desgaste de los años. Y sólo a modo de una presencia fantasma, habitando los huecos creados por el vacío del otro, horadados por el paso del tiempo.
 Porque, aún algo de fuerza vital se expande en mi sangre y en mis músculos, negándose tozudamente a envejecer; mientras la realidad me devuelve en el espejo, una imagen endurecida y tosca.
 No obstante, tu recuerdo se asió a una lágrima tonta, que no supo dónde esconderse.
 Reencontrarme con ese instrumento… Parte fundamental de toda mi vida.
 Recuerdo los infantiles golpes con torpeza sobre las teclas; los intentos fallidos en el Conservatorio de Música durante la niñez temprana y la expresión forjada de sentimientos inexplicables, que a modo de hilo de agua marcada por el declive desde la vertiente, bulleron denunciantes de los caminos sinuosos de un confundido corazón, lleno de historias siempre truncas.
 Este reencuentro después de tanto tiempo, inicia algo que desconozco; muy mío. Muy de este tiempo, de hojas amarillas abandonadas desde los árboles, danzando sobre el teclado…




Teresa Godoy



                                            EL SEÑOR DANIEL 
                                                   Teresa Godoy  

Era muy tarde. Noche oscura. Luna llena. El hombre, agotado del trajín de toda una dura jornada de trabajo, tan particular y cansadora, miró en el tablero el horario del tren que saliera primero. Su cuerpo necesitaba acurrucarse en  cualquier asiento que le deje apoyar cómodamente toda su humanidad  y poder descansar, ese era su único fin en ese momento. Habían sido varias semanas agotadoras. El trayecto a su hogar sería largo, arrancaría desde la salida de todos los trenes. El de su horario elegido, partiría desde la plataforma diez y nueve a las 0 horas y su llegada… la terminal del ferrocarril. Por casi treinta estaciones pasaría la formación y en todas subirían más pasajeros y pocos bajarían. Derrotado el hombre, inclinó la cabeza sobre la ventanilla y se quedó dormido al instante. Llegó la hora de partir, el silbato del guarda anunció que se cerraban las puertas, en escasos segundos los motores comenzaron a escucharse y a una nueva señal, el motorman comienza la travesía. El hombre ni cuenta que se dio. Ni el movimiento del tren, ni el viento que golpeaba en su cara lo despertaban, estaba inmutable. Su consciencia ya estaba en otro nivel, sólo sintió que algo le rozaba su rostro; de pronto se vio tirado en la calle y lo despabiló un perrito que le pasaba la lengua por su cara, es que al tocarse, su mano quedó  manchada con sangre. Se levanta como puede y ve que lejos tirada está su mochila con su guardapolvo, no sabe si recogerlos, pues ya les pesaba demasiado y empieza a caminar. Ve calles desiertas, pero a lo lejos algo se mueve, quiere acercarse y sigue caminando casi arrastrando su bolso de cuero.
-¿Qué raro?, dice, son animales que van y vienen como dueños del  lugar.
Con mucho esfuerzo trata de apurar el paso. Mira para todos lados,
-¡Los negocios tienen sus persianas cerradas y más allá duermen unos ciervos!. Busca un hospital para curar su herida. No hay medios de transporte ni personas caminando. La ciudad está desierta. A lo lejos se destaca un edificio alto y grande, pero no alcanza a ver que dice en el cartel que está arriba de sus puertas que parece que también están cerradas. Ya está cerca y lee:
-“Hospital Central de Agudos”.
Llega, hay una  rampa pero sube por sus tres largos escalones con dificultad, al pisar el último, las puertas se abren. Hay muchos doctores y enfermeras con barbijos y guantes. Se acerca a la mesa de admisión dónde la secretaria con cara de cansada, también con barbijo y guantes de látex, le pregunta:
 -¿Qué hace?, ¡no puede estar aquí!                                                                                     
 -¡Pero si estoy lastimado!                                                                                                  
 -Eso no es nada, pero llamaré a una enfermera y después de limpiarle la herida, le va a tomar la fiebre.                                                                                             
-¿Pero para qué me va a tomar la fiebre?                                                                         
-Es lo más importante en este momento.  ¡Dígame su nombre para darle el ingreso, por favor!.                                                                                                                             
-Daniel López
-¿Domicilio?                                                                                                                            
-No,… no lo recuerdo,… si no sé ni dónde estoy!                                                             
-En un hospital señor Daniel!                                                                                                   -Señor…señor…
-¿Qué le pasa, señor?  
-¡Algo no me suena! 
Como el señor Daniel no tiene fiebre lo despiden.
-¡Vaya a su casa y ahí se queda! 
Él sale del Hospital y le parece reconocer algo, cree que ya estuvo en ese lugar, pero empieza a caminar. Solo en las calles hay animales saltando libres copando la ciudad.
-Ya caminé demasiado. Mi cuerpo y mis ojos decaen, pero algo me dice que hay que seguir.
Hay un puesto de diarios, pero nadie lo atiende, él toma un diario y aunque ve algo borroso, mira la fecha y lee:
-“2 de abril…… ¡terminó la guerra!...... ¡pero sigue la lucha!....”
Sigue caminando, el señor Daniel, hasta atravesar una barrera que no distingue de qué se trata.
Y observa que todo ha cambiado. Queda perplejo..
-Las veredas no están más vacías, mucha gente está adornando sus ventanas y balcones con bonitos carteles de colores, son arco iris, ¿qué representarán?. Los árboles tienen copas inmensas  y sus hojas muy verdes, algunos están llenos de flores, hay paraísos, ceibos, eucaliptos y muchos pinos, cantidad de pájaros trinando cruzan el cielo limpio y sereno.
Un golpecito en el hombro lo hace despertar,…- ¿Qué?... ¿qué día es?  El guarda  le responde: -Doctor, es 12 de abril y el recorrido llegó a su fin. Medio pegado al asiento trata de levantarse y toma su maletín. Se escucha mucha gente gritando y aplaudiendo.
-Pero, ¿qué dicen todos?
La televisión del último andén está prendida y está el Presidente hablando y al lado de él están los de todas las ideas políticas, todos juntos y en el graf muy grande decía: ULTIMO MOMENTO, LA CUARENTENA HA TERMINADO, ESTÁN TODOS CURADOS Y TODA LA SOCIEDAD TRIUNFÓ.
Cuando reconocieron al Doctor en la última estación, todos lo aplaudieron y lo abrazaron emocionados.     

Juan C Giménez Amaru



                                         ELLOS NOS ROBARON 
                                    EL MUNDO
                                               Juan C Giménez Amaru

                                                                                                                          
 Una familia adinerada se disponía a hacer un viaje al exterior  y, por miedo al contagio, no  por  empresas aéreas en primera clase, sino   alquila un a avión privado para su viaje, pero ¿Cuál será el destino de aterrizar si ellos contaminaron todos los rincones del planeta. Aunque algunas iglesias pregonen;  “Somos pecadores y tendremos que pagar por nuestros  pecados” 
 Alguien dijo “ el capitalismo construye su propia soga” y ahí está, dejando  al mundo inhabitable, hasta    en los países más adelantados del mundo los servicios sanitarios de salud  colapsan, por falta de insumos y capacidad hospitalaria, porque para Ellos,  la salud de lo popular no interesa. Para los grandes laboratorios y centros médicos privado la salud no es negocio. Negocio es la enfermedad,  Las privadas, son para los que pueden pagarlas, pero los adinerados del mundo son una minoría, los servicios privados también  y la mayoría de los habitantes o sea el pueblo, lo popular, los trabajadores, los que producen los bienes (que sin esos bienes), Ellos no podrán disfrutar la buena  vida que llevan, a costa del hambre y miseria del mundo. El mundo como está, lo construyeron Ellos a su medida  maltusiana, para unos pocos, los elegidos y ahora se ven Ellos mismos  también en peligro y salen a tratar de buscar salvavidas por todos los medios.
 Ellos, que hablaban pestes de Cuba, que desarrolló  un medicamento, El Interferón 28 HA, que se utilizó en China con buen resultado, tanto  que en el  país asiático, casi no se detectan nuevos casos y ya lo solicitó España.  Italia,  Alemania, Dinamarca y casi toda Europa (A escondidas de EEUU) por el bloqueo económico a la isla. Cuba es uno de los pocos países, donde la pandemia no se ha desarrollado, gracias a la política de Salud Pública Universal  y gratuita de la Revolución.
 Ellos no dijeron nada, como que no se dieron cuenta que en el mundo mueren de hambre y desnutrición casi 6 mil niños por día         
 Ellos que construyeron esta catástrofe mundial, ahora sacan plata  de sus bóvedas,. No,  para salvar a la humanidad, sino  para salvarse Ellos, ya que Ellos también serán arrastrados   
 Ellos, el  FMI está preocupado por el avance de esta pandemia, ya que los muertos no pagarían Si se hunde el barco nos hundimos todos. Ahora no es momento de ser yo, sino nosotros.
 Posdata: A partir de esto, hay un antes y un después mundial


Estela Marina Garber


                          SUEÑO INESPERADO 
                                          Estela Marina Garber


Anoche tuve un sueño largo, intenso, inesperado. Me visitó mi ex marido con quien estuve casada en San Francisco, California desde 1994-1997.
 Etienne me sorprendió caminando por una calle porteña con su simpatía, calidez y afectividad.
 Se acercó a mí queriendo saber de mi vida y circunstancias. Durante las horas que estuvimos juntos conversamos y luego fuimos a la casa de mis padres. Mi madre lo miró con desconfianza.
 Yo seguía atónita pues este hombre era la antítesis del que yo recordaba. ¿Qué había pasado? ¿Cómo había podido humanizarse tanto? En un momento me dijo: “Yo tuve que volver a nacer”. Y yo entonces pienso -aunque no se lo digo- “Y nosotros podríamos haber sido padres y tener ahora hijos de 18 o 20 años”…
 Yo seguía desencajada y desconfiada a la vez. No es posible que yo estuviera junto a Etienne y que él me valorara, me abriera las puertas hacía su familia y lo más increíble, “se volvería era a casar conmigo”.
 El estaba tan contento de estar conmigo nuevamente que en su entusiasmo me llevó a la casa de unos parientes.
 Al llegar al edificio me llamó la atención el diseño, entonces Etienne me aclaró: ”Es un edificio algo disruptivo pero es una obra arquitectónica artística de los años 60 muy valorada como patrimonio histórico-cultural”.
 El departamento tenía ambientes amplios y asimétricos. Allí me encontré con mucha gente. Algunos los reconocí fisonómicamente apenas pues muchos han envejecido, cabelleras canosas y algunos kilos de más. Había muchos músicos y la música refrescaba el ambiente. Reconocí a una de las hermanas de Etienne quien me abrazó cariñosamente.
 Finalmente Etienne me llevó hacia donde estaban sus padres a quienes no reconocí y hasta rechacé. Me produjo aprehensión acercarme a ellos pues parecían espectros. Ellos sin embargo, se alegraron al verme, después que Etienne me presentara como “su esposa”. 
 Por suerte esta mañana desperté y sentí mucho alivio.