viernes, 2 de septiembre de 2011

CARLOS MARGIOTTA


EL ESPEJO DE AGUA
 
Acaso la decisión de realizar aquel viaje era sólo una excusa, un paréntesis entre dos eternidades que se otorgaba a sí mismo para suspender por un momento, las cosas que tarde o temprano debería enfrentar. Dejó a Mónica y a los chicos dormidos en la casa y subió al auto.
El día fue creciendo en la medida que avanzaba por la autopista mientras se iba llenando de vehículos que desembocaban en el camino ancho como los afluentes de un río. Necesitaba salir, romper con la atormentada rutina de los días sin sentido. ¿Hacia dónde? Hacia cualquier parte, pensó.
Cerca del mediodía, después de atravesar el segundo peaje, decidió abandonar la autopista para bajarse de la velocidad de los otros conductores y encontrar la propia. Sí, era eso, quería desviarse de las urgencias y del ruido. Tan acostumbrado estaba a responder a las exigencias de los demás que cual se sentía postergado, dependiente, siguiendo el deseo ajeno y no el propio. ¿Lo conocería?
Se aproximó a una estación de servicio cargó nafta, compró cigarrillos y preguntó por el ac-ceso a la ruta provincial. El hombre del camión estacionado a un costado lo orientó amablemente. "Tenga cuidado, es una ruta solitaria", dijo. Tomó un café y volvió a andar. En el trayecto escuchó sonar su celular y lo apagó, no quería que nadie interrumpiera su viaje hacia quién sabe donde, o hacia sí mismo. A los pocos kilómetros el cartel indicador le anunció el cruce con la ruta que lo llevaría a una localidad cercana a Bragado.
El sol del verano estallaba en el parabrisas azotando su cara como un sopapo caliente, y los anteojos negros parecían derretirse sobre su piel mestiza. El horizonte de la llanura, el más lejano que hubiera visto, parecía huir con él varios kilómetros adelante y sintió que una inconmensurable paz lo invadía como aquellas caricias de su madre.
Más adelante, bajo la sombra de unos eucaliptos erguidos al lado de la banquina detuvo la marcha, bajó del automóvil y respiró profundamente. El aire liviano del lugar le trajo el perfume de los sembradíos y por primera vez en mucho tiempo sintió que una sonrisa de satisfacción le arrugaba los labios.
Se quedó un largo rato contemplando el campo cubierto de girasoles, escuchó los pájaros y vio a lo lejos un espejo de agua que brillaba en el fondo del paisaje como un charco. Subió al auto dirigiéndose hacia la izquierda de la ruta por donde había llegado, dispuesto a encontrar lo que suponía era una laguna, cuando el cielo comenzaba a atardecer detrás de las primeras ondulaciones del camino.
El viaje lo hizo lento obligado por las curvas y el cansancio. Quería disfrutar de aquel momento de plenitud y tuvo la sensación de estar volviendo a un lugar donde nunca había estado.
La laguna se le apareció por sorpresa a un costado donde nacía un camino de tierra, giró el volante y puso segunda marcha. El cartel de madera clavado en un árbol decía Huecufú Mapú. Unos caballos que pastoreaban al pie del alambrado le dieron paso. Después de unos pocos kilómetros llegó al borde del espejo de agua mientras el sol se desvanecía en la otra orilla con una reverencia mojada. Bajó del auto, se arremangó los pantalones, se quitó los zapatos y se puso a andar entre los juncos sobre el fondo pantanoso de la laguna, mientras hacía equilibrio con los brazos. Recordó aquella sensación resbaladiza de entonces y tuvo miedo, miedo de volver encontrarse con aquello que creía perdido para siempre.
Volvió a la costa cuando las sombras cubrían la tierra y se veían las estrellas el cielo, infinitas, eternas, (ahora lo recordaba) como las había visto de chico. Encendió un cigarrillo sin dejar de mirar la noche entre el humo y la memoria que lo asaltaba para quitarle y devolverle todo. Subió nuevamente al coche y supo que esta vez debería enfrentarse con un dolor olvidado.
Dio marcha hacia atrás y tomó el camino que bordeaba la laguna, abandonando el que lo había llevado hasta allí. Vio unas luces que brillaban en la costa de enfrente y se dirigió al lugar atraído por ellas.
Detuvo el auto lejos del poblado y se acercó a pie donde unos hombres sentados alrededor del fuego hablaban en voz baja y creyó recordar las estrofas de aquella oración del ritual sagrado tantas veces aprendida.
La pobreza del lugar se desparramó triste en su mirada y le dolieron las entrañas. Hizo un rodeo en el silencio para no ser visto, pero sus pasos se escucharon junto al canto de los grillos. Un hombre, el más anciano, se levantó del círculo buscando la oscuridad de su escondite hasta encontrarlo. ¿Hijo, por qué tardaste tanto?.

TALLER DE ESCRITURA CREATIVA

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Coordina: Carlos Margiotta
Tel: 4957-5119

JUANA SCHUSTER


ASISTENCIA

-Te digo que esta vez es en serio.
-Siempre la misma ansiosa, vos.
-No me siento bien.
-Dejanos terminar de cenar tranquilos.
-¿Nadie me cree?
-Estamos hartos de tus suposiciones.
-No es así. Me duele.
-Me parece que no vamos a comer tranquilos.
-Créanme. Hablo en serio. Cada vez aumenta el malestar.
-Tenés las mejillas rosadas. No pretendas engañarnos.
-Lo juro. No puedo estar sentada.
-¿Es que tampoco vas a dejarnos ver el programa? Queremos saber lo del suicidio del cantante de rock.
-Ayuda, por favor llamen a un médico.
-Sos igual a tu madre. Exagerada en todo. Siempre autoritaria. ¡Basta! ¡Callate! Van a decir a qué hora se ahorcó.
¡Ah! Por favor les suplico. Llévenme a un hospital.
-¿Querés dejar de molestar? Siempre tuviste mal temperamento. Sos una actriz.
-Juro que no. Ya no puedo soportar.
-Desde que Guillermo te dejó, empeoró tu carácter. Nos hubieras hecho caso. Te dijimos que no era para vos.
-¡Ah! ¡Uyyyyy!
Estela, de 16 años, dio a luz a su beba en ese momento, en el piso de la cocina, un lugar polvoriento, donde las únicas desorientadas, fueron las cucarachas, que pululaban por el lugar.
Los que le prestaron ayuda, fueron los perros, que cortaron con sus dientes, el cordón umbilical.

ALFREDO LEMON

 
PASIÓN EN EL CAMINO

Hoy es domingo. En apariencia, los seres de estas latitudes están descansando, cultivando un jardín como quería Voltaire o simplemente disfrutan de un sosiego reparador. Otros, cada vez más cerca de la miseria, ven pasar las horas de su hastío. Sólo unos pocos, hoy domingo, desafían las leyes de la física que tanto han preocupado a Newton, Einstein o Hawking.
Hace muchos años que intento ver el rostro del Absoluto. Hoy es domingo, ¿acaso también Èl descansa ?. Pienso que si traspaso el límite de los trescientos kilómetros por hora podré ver su forma, su perfil desconocido. Aunque en verdad me contradigo. Nunca lo he confesado antes: una vez lo he visto: en las curvas, en los trompos, en los derrapes. La imagen no es clara. Parece tener una túnica celeste, rostro amable, barba de anciano. Ha sido también en esos momentos cuando estirando mi mano me pareció rozarlo pero perdía el contacto y el velocímetro descendía a doscientos ochenta, doscientos cincuenta...
He ido a contra-reloj. Sólo una vez, por única vez, en el circuito de Ímola, logré que me tomara la mano y la muñeca. Fue una cuestión de segundos. Fue una cuestión sublime, de eternidad.
Cuando reaccioné, ví que desde el aire llegaban helicópteros, desde los costados corrían ambulancias, gente desesperada y gritando, médicos haciéndole traqueotomías a mi cuerpo que yacía en el asfalto, los dueños de la escudería sacando cuentas por las pérdidas, sacerdotes orando por mi alma, el público en silencio enmudecido y sorprendido, homenaje y pena... Todos como actores de una tragedia cumpliendo sus roles puntualmente.
Creo que a lo mejor en estos años tensé demasiado el arco del destino, haciéndole frente a la naturaleza retando a la muerte en bólidos de fuego.
No sé si me habré reído de los dioses, no sé si tuve coraje, no sé si me arrepiento en conciencia. Quizás, la única tristeza que ahora me invade es cuando recuerdo a mi pueblo, allá en el sur de Sudamérica.
Presiento que muchos corazones habrán dejado de palpitar en sintonía con el mío, un día como hoy, domingo, cada vez que me sentaba al volante, apretaba el acelerador y me lanzaba al vacío.
Toda búsqueda vale la pena. Todos nosotros, cada cual a su manera, trata de entender la lógica del mundo.
Los que se entregan a sus sueños, los románticos, los amantes, los vulnerables, los misericordiosos, los intrépidos, tendrán un lugar privilegiado aquí junto a mí.
Al fin, es la pasión por vivir lo que nos otorga un leve sentido a la existencia.
Al fin, es la pasión por vivir lo que no tiene fin !

(Esta carta fue encontrada en el bolsillo de un paciente internado en una Clínica Psiquiátrica que se hacía llamar Ayrton Senna y vociferaba que había muerto el de mayo de 1994 en un autódromo de Italia).

SONIA FIGUERAS


COMO AL PASAR BUENOS AIRES MÍA Y QUERIDA

Estoy viniendo haciendo tiempo por la avenida San Juan desde la otra avenida, Jujuy, en tanto, susurro... "hace veinte años que digo hace veinte años que tengo veinte años...", "te doy una canción con mis dos manos" y esquivo baldosas flojas… ¿"Dónde estará mi arrabal?, veredas que yo pisé"…(el Nano, Silvio, Cátulo, todos juntos), para encontrarme con mi hija ¡en un "shopping"! ¡Justo con lo que me gustan! y leo sólo "sale", "gelatería", "closed".
¿Qué pasa con mi Buenos Aires? Parece mentira, tanto odiar los shopping y estoy frente a la empleada que me dice qué voy a llevar. Dudo. Sola, sin ganas, me decido por lo más simple, en tanto, un carboncito bien negro me mira desde abajo y me pide una moneda. Le doy un peso.
-¿Qué me alcanza?, me pregunta suavecito. Es cierto. ¡Es tan poco para comprar! Tomo cuenta de su hambre, su deseo. Trato de no hundirme en sus ojos, tengo vergüenza.
-¿No querés una cajita feliz? No preciso bien, pero creo ver destellos en sus impenetrables ojazos, porque son ojazos. La pido y elige el chiche con timidez acompañada de sorpresa. No creo ser el único ejemplar humano que le da una moneda a un chico de la calle.
Cuando lo acompaño a la mesa le llevo la bandeja. Veo en ese fulgor oscuro, los mil ojazos de nuestros niños, los niños de nuestro país, todos igualitos a los de él. Ésos, salidos de un Shurjin. Voy a otra mesa, así tiene libertad. Grave error. Olvido que a los chicos de la calle los echan. Mas lo hago. Estoy aquí, a pasos de él, con sus pelitos cortos rasgados a cuchillo, las mejillas paspadas, arreboladas. Trato que no descubra mi mirada.
No quiero inquietarlo…Ya se me va yendo la vergüenza. No la angustia. Ésta no se me irá nunca. Siempre encuentro un carboncito que me la provoca y se une a otras que ya tengo impresas en mis ojos… Se va.
Pájaros me revolotean, gorriones o golondrinas. Me quedo como en babia. No sé si me alcanzará el dinero para volver a casa si no viene mi hija...ya me arreglaré...
Una joven mujer con una beba, también con chispas por ojos, me indica un montoncito de carne detrás del cesto de residuos. Me dice - ahí está, la que le compró la cajita feliz, está muy contenta. Descubro la cabecita cortada a cuchillo. Trato de disimular mi sorpresa, ¡no era un varoncito!
-¿Cómo se llama? contesta, Georgina.
-¡Que lindo cabello negro! alcanzo a decir, ¡es hermosa! ¿Y la beba? (la que llevaba en brazos).
- Wendy… Wendy. Wendy es un rollo negro, negro con ascuas por faroles. Georgina… Wendy… de latino, nada. ¡Son tan hermosas, tan inocentes! ¡Tengo tantas ganas de darles un beso en esas mejillas coloreadas!
Pregunto a una empleada por el baño y la mamá de los carboncitos, atenta, me indica el lugar y entramos juntas, las dos al mismo tiempo nos cedemos la primacía por pasar.
Sentada nuevamente a la mesita del Mac Donald me dispongo a escribir y aparece él, grande, canoso, medio encorvado, medias bordó, zapatos marrones lustrosos, muy prolijo el hombre. Se acomoda enfrente y me susurra desde otra mesa, que son muchas horas que lleva desocupado y no lo tiene por costumbre. Así, sin más, mañana voy al doctor.
-¿No se siente bien? Con las manos hace más o menos y se enfrasca en la revista del shopping con lentitud parsimoniosa como si fuera El Quijote.
Gacha la cabeza, triste la mirada ¿Cuál será su historia? ¿será un viejo bailarín o tendrá un quiosco de diarios? Por ahí me pierdo en vericuetos interminables.
¿No llega nunca mi hija? Presiento que este día no va a terminar así.
Exactamente, no erro. Acaba distinto a lo imaginado.
Mi lector del Quijote, Florencia y yo, liquidamos la noche comiendo un sándwich en el shopping, un vaso de " Coca Cola", un helado en "Saverio", al ladito nomás, tarareando "Malena", mi tango preferido
Y bue… así es mi ciudad, mi Buenos Aires querida.
Será por eso que la quiero tanto.

MIRTA SOLER


CUANDO NO ESTEMOS NOSOTROS

El invierno estaba todavía tironeando a la primavera, no le quería entregar ese espacio que ella había logrado en el calendario... Más no, el viento también estaba en esa puja de soplar demasiado fuerte y alcanzar la brisa envolviendo el planeta con el desacuerdo de la humanidad de tanta falta de consideración con el cuidad... Cosas que no se pueden resolver si no es en conjunto.
Sabedores de que vamos y venimos como vida en el planeta, pero a este misterio pareciera que pocos lo han descubierto, por lo menos yo me he dado cuenta, y no me animo a confesárselo a los que todavía están sin aceptar el ir y el venir - es decir nacer y morir- ... algunos piensan que solo es venir y quedarse... Y la muerte los asusta, los destruye, los hace temblar...
Tibia al menos la tarde... El sol de descolgó con algunos rayos y cobijaron los sueños, los brotes como locos se sintieron acompañados y se asomaron para descubrir que era lo que estaba pasando...
Un poema de sueños aviso... salgan... llega la primavera, subirá la sabia, los árboles oxigenaran el planeta... respiremos aire fresco antes de que se contamine...
Como te decía... No me quería jugar tanto, hasta que un pequeño con mirada llena de misterio, me pregunto. ¿Cuándo no estemos mas?, ¿Es decir cuando estemos muertos? ¿Qué pasara?, ¡No habrá nadie!...
Me corrió una cosas aquí dentro mío, que no te puedo contar, en mis cálculos mentales sacaba cuenta de los años que tenia y con mi manos me alcanzaba, cuatro para cinco... ¡qué evolucionado... ¡Me miro nuevamente y me pregunto, mientras compartíamos unos fideos con tuco, acompañados con un vaso de agua... ¿Cuándo estemos muertos, que pasara...? Con-vencida si, le conteste porque debía de dar una respuesta más a un niño que no se puede quedar con las dudas... le respondí cuando nosotros no estemos mas, habrá gente porque nacerán nuevas personas y ellos estarán... Siempre habrá alguien...
Termino de masticar los fideos, y me miro con esos ojitos tiernos, ¡¡¡Ah... entonces habrá gente, aunque nosotros no estemos...!!!
Y ya estaba dada la respuesta... Esa que pareciera tan complicada para algunos, tan dura, tan egoísta, que natural para un niño. Por suerte encontré entre mi interior lo que él quería escu-char o lo que ancestralmente quizás sabia...
Me lleno de amor interior y de sabiduría... Que universidad y que filosofo encontré sin darme cuenta... Un gran DIA.

MARCOS RODRIGO RAMOS


ROSAS DE SANGRE

Odio la luz en ocasiones como ésta en las que despierto tirado en el piso después de una borrachera. La cabeza me late con fuerza como si quisiera reventar, mis piernas tiemblan. Me hago la promesa de siempre que ésta es la última vez. Estoy solo. Siempre es lo mismo, la plata se acaba y desaparecen. La culpa es mía. Mientras tenés valés; no tenés y sos menos que nada, como yo que estoy en este lugar del que no tengo la más mínima idea de dónde es.
Estoy en lo que parece ser el pasillo de un edificio de más de diez pisos. No veo puertas, sólo paredes blancas y una escalera de mármol.
Comienzo a subir aún dolorido. A los costados hay unas pequeñas ventanas por las que pasa la luz, tienen un cristal tan grueso que no permiten ver nada del exterior. La escalera termina en el techo del décimo piso. Reviso con atención y noto las hendiduras de un cuadrado de un metro de lado. Empujo con fuerza y la tapa cede. Pienso: "por fin una salida".
Paso del otro lado y otra vez paredes iguales a las de antes y más escaleras. Con bronca golpeo con todas mis fuerzas la pared. Los nudillos de la mano derecha me quedan lastimados. Mi sangre dejó en la pared cuatro manchas que por su forma parecen cuatro rosas.
Afligido comienzo a subir la nueva escalera. Otra vez la misma historia, ninguna puerta o salida. Cuando llego al techo del décimo piso hay otra abertura con forma de cuadrado pero esta vez está abierta. Paso del otro lado y allí resignado las veo de vuelta, aún chorreando en la pared, a mis malditas rosas de sangre.

ALFREDO CUERVO BARRERO


QUEDA PROHIBIDO


¿Qué es lo verdaderamente importante?
Busco en mi interior la respuesta,
y me es tan difícil de encontrar.
Falsas ideas invaden mi mente,
acostumbrada a enmascarar lo que no entiende,
aturdida en un mundo de falsas ilusiones,
donde la vanidad, el miedo, la riqueza,
la violencia, el odio, la indiferencia,
se convierten en adorados héroes.
Me preguntas cómo se puede ser feliz,
cómo entre tanta mentira se puede vivir,
es cada uno quien se tiene que responder,
aunque para mí, aquí, ahora y para siempre:
queda prohibido llorar sin aprender,
levantarme un día sin saber qué hacer,
tener miedo a mis recuerdos,
sentirme sólo alguna vez.
Queda prohibido no sonreír a los problemas,
no luchar por lo que quiero,
abandonarlo todo por tener miedo,
no convertir en realidad mis sueños.
Queda prohibido no demostrarte mi amor,
hacer que pagues mis dudas y mi mal humor,
inventarme cosas que nunca ocurrieron,
recordarte sólo cuando no te tengo.
Queda prohibido dejar a mis amigos,
no intentar comprender lo que vivimos,
llamarles sólo cuando les necesito,
no ver que también nosotros somos distintos.
Queda prohibido no ser yo ante la gente,
fingir ante las personas que no me importan,
hacerme el gracioso con tal de que me recuerden,
olvidar a toda la gente que me quiere.
Queda prohibido no hacer las cosas por mí mismo,
no creer en mi dios y hacer mi destino,
tener miedo a la vida y a sus castigos,
no vivir cada día como si fuera un último suspiro.
Queda prohibido echarte de menos sin alegrarme,
olvidar los momentos que me hicieron quererte,
todo porque nuestros caminos han dejado de abrazarse,
olvidar nuestro pasado y pagarlo con nuestro presente.
Queda prohibido no intentar comprender a las personas,
pensar que sus vidas valen más que la mía,
no saber que cada uno tiene su camino y su dicha,
pensar que con su falta el mundo se termina.
Queda prohibido no crear mi historia,
dejar de dar las gracias a mi familia por mi vida,
no tener un momento para la gente que me necesita,
no comprender que lo que la vida nos da,
también nos lo quita.

JULIO ERRAN


ESE DÍA 
……………………… a mi hija donde este...

 
Ese día se cerró el sol,
se cerro el sentido del sol.
algo caía en el silencio,
ese temporal a destiempo;
la para siempre seguridad de estar de más
en el lugar en donde los otros respiran.
Se apagó tu fuego en el país no visto
desde mi respiración dificultosa,
¡¡¡yo grito!!!
que se escuche tu voz
donde tiene que haber silencio.
Esta es ahora mi vida...
soy tu silencio, tu tragedia, tus ganas.
Soy vos, porque me llené de ti.

CLAUDIA AINCHIL


ESOS DIAS
 
¿Cuál es el argumento
la brisa provocadora que batalla en uno mismo
la característica del hecho encadenado
como duraciones en un círculo
o en varias órbitas ajenas a nuestra voluntad?
¿Dónde se entrelaza lo habitual
esa ausencia de interrupción
intriga de crepúsculos y urgencias
presagio de fragmentos?
¿Cómo surgen moldes, extrañezas clandestinas
sin discernimiento
o riesgos de caras sometidas
remolcando tras de si cruces heredadas?
¿Cuándo se enderezarán crónicas
vapores embriagados, fermentación y destierro?
esos días en donde el mal humor supura
como bilis ardiente
y todo desconcierta hasta la luz del día.

NORA JAIME




NOSTALGIAS

Nostalgia de tu piel que espantaba el frío,
no hay nido, todo es desierto.
Nostalgia de tu voz recorriendo el camino
de mi nuca, deteniéndose en el hueco de mi oído.
Nostalgia de tus ojos buscando los míos en la
complicidad del silencio, brillando en la alegría.
Nostalgia de tus manos hermosas, fuertes, suaves,
capaces de despertar hasta el recuerdo más lejano
en los senderos de mi cuerpo.
Nostalgia de tu cuerpo, duro, protector,
hoguera y remanso cubriéndome,
incapaz de dar olvido.

ELOISA ECHEVERRÍA


LA ESPERANZA Y EL TIEMPO

El tiempo indomable les manejó la vida con maestría. Impidió que se vieran. Que se olieran siquiera. Sólo la esperanza de ves en cuando les dejaba entrever que en alguna parte estaba esa persona que los haría sonreír desde el alma. Le permitía que se sintieran aun en la distancia. Pero el tiempo convirtió todo en espacios infinitos. En relojes derretidos entre los dedos. Se escapaba. Se escurría. Tiempo cruel que corres sin piedad le recriminaba la esperanza. El amor de ellos tiene que vivirse en esta realidad. Pero el tiempo, sordo en su estela de horas intransigentes, sólo caminaba sin prestar atención más que a su transitar.
Un día, cuando el tiempo estaba sentado, confiado en el trabajo realizado, vino la esperanza con su corazón tan puro y los hizo verse. Desde lejos. Sin tocarse. Se reconocieron al instan-te. Se llenaron de la luz del otro. Mágico momento con olores dulces que se quedó a habitar, en piel y alma. Prodigioso instante que los llenó de energías nuevas, desconocidas para ambos. Se sentían brillar. Poderosos. Y comprendieron que estaban allí, en la vida recorriendo caminos sin sentido y que ahora sabían que existían para darse el equilibrio para estar acá. Que no estaban solos como siempre habían pensado.
Desde entonces ambos viven refugiados en la esperanza que les dice que algún día cuando el tiempo se descuide nuevamente podrán alcanzarse para no separarse más. Ella se iba a encargar de hacerlo realidad. Ellos creyeron en la esperanza que les fabricó una playa en donde construyeron un puerto. Un puerto que el tiempo jamás pudo tocar porque lo que sentían era amor del real. Ese que ve que el cuerpo es sólo un envase y lo que importa está dentro.

(Chile)

MARISA PRESTI


REBELIÓN
 
Hacía tiempo que no escribía. Las preocupaciones lo habían ido inundando de a poco, con un caudal cada vez más intenso que lo habían ido paralizando. Pero de pronto, sin proponérselo, amaneció con un ánimo distinto. Y decidió hacer el intento. Con cierto temor, se acercó a la computadora y la encendió. Esperó unos minutos, mientras en su mente garabateaba el tema del cuento que había empezado a imaginar unas horas antes.
Cuando el programa estuvo listo, sus dedos comenzaron a moverse sobre el teclado. Al principio no miró, pero cuando en un momento levantó la vista vio escrito en la pantalla una absurda sucesión de letras que no decían nada.: azñhydfv mvuyrexaf …
Sorprendido, borró el escrito incoherente y con paciencia, volvió a poner el cursor al principio. Apretó la p y se escribió la f, probó con la a y apareció la ñ. Malhumorado, lo intentó más de tres veces, y siempre con el mismo resultado.
Se levantó con decisión. Era evidente que el equipo tenía una falla importante y no le iba a permitir escribir. Apagó todo. Para algo se inventaron la lapicera y el papel mucho antes que estas malditas máquinas, dijo en voz bien alta.
Provisto de las dos cosas, se sentó en la mesa de la cocina, el lugar de la casa que siempre le resultó más cálido y amigable. Aquí voy a poder, pensó con satisfacción. Se acomodó y empezó a escribir con su mano derecha, pero al segundo vio con estupor que lo que escribía no tenía ninguna relación con lo tenía en su mente, más bien parecía el comienzo de un cuento para chicos: Había una vez una princesa…
Estrujó la hoja con rabia. Tomó otra y puso todo el cuidado posible en dibujar las letras que quería, pero no hubo forma. Parecían tener vida propia y escribirse a sí mismas como querían: esta vez apareció el titular del diario de la mañana.
Angustiado, soltó la lapicera y apoyó la cabeza sobre la mesa. Sus venas, crispadas, habían enrojecido el rostro colocándolo entre la ira y la angustia.
Pasaron unos minutos hasta que se incorporó. Sobre el papel vio escrito con una letra desconocida: te falta talento.
Fue la última vez que Gerardo Manccini intentó escribir.


ANDREA GARCÍA CAMPOS


CON HORROR

Cecilia despierta, bosteza, se enrolla en la sábana. Vuelve a abrir los ojos, mira el techo y se rasca un brazo. Piensa cómo será su día, para ella cada día es un desafío.
Mira los libros y así como los mira, deja de mirarlos.
Se levanta, se despereza, se mira en el espejo, se restriega los ojos; se aprueba. Se apoya en el placard y busca qué ponerse: se viste, se desviste, se prueba, se encima, se quita, se en-trepone. Se decide y está lista.
De pronto, con horror, vuelve a vérselas con el espejo. Un mal nacido grano ocupa toda la imagen: luchan, se fuerzan, se entrelazan, se presionan, se relajan, pero él gana.
Cecilia lo retoca, se pinta, se repinta, insiste, se esfuerza; él sigue allí pero ya no le importa. Lo acepta y se sonríe. Perdió tiempo, desayuna a las corridas, pesca al vuelo su mochila y allí va… a torear a los de 5to. año!

NORA RAQUEL QUIROGA


UNA BRUMA
 
Asomo la cabeza a través de una pequeña puerta en mi cubo de cartón. Está fuerte. Resiste el viento y el calor se mantiene. Hoy comí. Unos que pasaron tiraron pizza. Recorté los mordiscos y se los di a los perros de Mariano, el cuidador. El resto lo calenté en el pequeño brasero que me prestan si no hago quibombo cuando tomo. Miro para afuera, veo la gente pasar rápido, murmurando con sus zapatos el cansancio del día. Hoy no tengo frío. Me adormezco por el último rayo de sol. Mi casa se vuelve a hacer presente. Estaba Mario, estaba vivo.
Mario que me despierta con mate y mimos. Escucho su susurro que se desliza por sueños que son él. El reloj suena y me termino de despertar. Veo su mano tendida, el mate espumoso, era temprano como siempre. Nos gustaba levantarnos con tiempo. Entre los dos preparamos el desayuno para todos. Los chicos ya cambiados para ir al colegio, todavía con cara de sueño se sentaron a la mesa para desayunar, bien criollo, tostadas, mucha manteca y dulce de leche. Sonó la bocina del micro, nuestros hijos se levantaron, nos dieron un beso, dejaron caer cartitas como casi todos los días y se fueron. No sabíamos que sería la última vez.
Recién allí nos sentamos tranquilos, primero unos mates, luego tostadas y café ordenando el material de la campaña de Mario. Su viejo socio debía estar por llegar. Se puso a contarme algunos entretelones de la empresa. Un trato que no le cerraba y que los otros querían a toda costa que firmase. No le gustaba. Teníamos que poner la casa como garantía. No estaba de acuerdo y ese día pensaba dejarlo en claro. Teníamos dinero ahorrado y podíamos comprarles la parte. Les haría la propuesta.
Para evitar inconvenientes siempre tuvimos las cuentas a nombre de los dos, al igual que los seguros. Ese día en particular revisamos los extractos, decidimos renovar un plazo fijo que vencía en un par de días, con otro puchito íbamos a editar mi primer libro de poesías en un par de meses.
Sonó el timbre, salgo a atender, miro primero por la ventana de costado y no reconozco a ninguno de los hombres. Nunca supe porqué busqué en silencio a Mario, esta vez nos asomamos ambos con cuidado. Me hizo seña con la cabeza de que fuera para la cocina y revisara la puerta de atrás. El subió en silencio a buscar su revolver.
Cuando llegué a la cocina la puerta estaba abierta y nuestros hijos, muy golpeados sentados lejos de la entrada de atrás. Mis gritos se escucharon desde lejos, se superponían a los golpes y puteadas que recibía mi marido. No me dejaron acercarme, esos hombres me gritaban tanto que se hizo en mi cabeza una bruma algodonosa de voces y golpes... Me desconecté. Lo único que intenté en todo momento fue atender a mis hijos, a pesar de los ruidos de golpes. La bruma era cada vez mayor.
A Mario lo patearon tanto que se desmayó. Repentinamente se hizo un silencio profundo y esos se quedaron quietos, entró un hombre alto, canoso, cuya presencia exudaba poder. Su voz gruesa, de tono bajo llenó la cocina. Los hombres, eran diez, se movieron como muñequitos. Sentaron a mi marido también en la cocina, lo despertaron con agua.
Este hombre lo saludó y le dijo:
-Se da cuenta que tendría que haber firmado. Observe su casa, sus hijos,…podría ser más grave.-
-Ustedes, acompañen al señor arriba, que se cambie y nos vamos. Usted, Alberto, acomode a los chicos, en la furgoneta gris, bien pegados a las ventanillas para que no se olvide. ¡Ah!, la señora, …-
La bruma algodonosa se intensificó. Mario me miró y me desperté. Supe que decía, nos dimos cuenta que nuestros hijos ya estaban condenados. Decidimos jugarnos. Me levanté trastabillando, tropecé con una silla, caminaba lento, no me prestaron atención, quedé aferrada a la mesada cerca de la puerta vaivén que daba al lavadero. Moví un resorte, sonó un timbre. Los hombres se sobresaltaron, no comprendiendo lo que sucedía. Comenzó a caer una nieve espesa y acre desde los rociadores contra incendio y al mismo tiempo sonaba la alarma. Mario golpeó al que lo sostenía, los otros salieron corriendo.
Logramos desatar a los chicos y esconderlos en un rincón de la despensa que tenía su propia salida. Intentamos llamar a la policía, pero el teléfono estaba cortado. Se sentía una sirena cerca. Me miró, murmuró algo inteligible y cayo al suelo. Creí haber escuchado -no firmes, no venda-. Tomé a mis hijos, salimos por el costado del callejón. Estaba el micro del colegio. Nos deslizamos, paré un taxi y los subí, antes los abracé fuerte, recordándoles nuestro amor. Les di el dinero que de casualidad tenía en el bolsillo, enviándolos a la casa de mis padres, donde estarían seguros y donde los buscaríamos.
Volví corriendo, la casa ardía y Mario dentro. El humo junto con las llamas se expandió muy rápido, igual entre, antes me había empapado con el agua de riego. Intenté arrastrar hasta la vereda a Mario, pero algo explotó y la honda me impulsó lejos. Me di un fuerte golpe en la cabeza, me quemé. Mi esposo quedó allí.
Desperté en el hospital, su olor todavía me persigue. Se asoma en cualquier momento, como el dolor de mis cicatrices. Dolor y bruma se sucedieron y se suceden oscuros como el incendio de mi casa. Me dieron de alta después de mucho tiempo. La bruma algodonosa estaba abierta. Me alojé en una pequeña casa de salud, tenía pesadillas y gritaba, los tratamientos no daban resultado. Bien aconsejada, alcancé a ordenar los papeles, les hice un poder general a mis padres -Claudio y Josefina-, sobre el estudio, atiné a decirles que no vendiesen, recordando.
Una tarde, me fui caminado por la acera del sol, se había cerrado la bruma. Cada tanto paso por la calle Gutiérrez, miro desde enfrente de su casa, cuando festejan cumpleaños, navidad, año nuevo,… Si me siento bien, toco el timbre y salen mis hijos a saludarme, me conocen soy María, la mendiga de la vuelta.
Este solcito. Mi cubo de cartón no deja pasar el viento. De golpe siento calor. Un chistoso, alguien que me mira desde muy lejos, termina de encender mi nueva morada.

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JORGE A. RODRÍGUEZ SOSA



LAS MENTIRAS DE PEDRO
 
Para el tiempo que llevo aquí, es bien poco lo que he podido conectarme con el mundo exterior. A veces llega alguna paloma que se posa en la ventana; o veo las mariposas y sé que es primavera.
No he vuelto a ver a Pedro.
¡Qué hombre Pedro! Todavía recuerdo como me hacía sentir… no creo que haya habido mujer más feliz que yo en ese entonces.
Bastaba su mirada para que el cielo se abriera, y ni hablar de sus besos hummmm…
Siempre he sido más bien fea; cuando fui estudiante, nunca tuve suerte con los muchachos.
Lo que más recibía eran insultos, y a veces alguna proposición deshonesta, debido sin dudas al cuerpo, que por ese entonces era bastante bonito, no como ahora.
A pesar de todo, Pedro sí se fijó en mi, y me lo hizo notar hasta el final (si es que hubo final).
Me decía cosas como: "Pimpollito mío, venga a hacerme unos mimos" o "qué lindos ojos tiene mi brujita". Y en él, bruja no sonaba a insulto, tenía más bien una dulzura infinita, porque lo decía mirándome de una forma…
¿Y en la cama?, ahí sí que era una gloria, yo no conocía mucho, pero sí había tenido otros hombres, y Pedro era el mejor.
Jamás dejó de decirme cosas bonitas o de besarme cada espacio de piel, o de amarme en mil formas diferentes. Inventó para mí, las mentiras más maravillosas, solía decirme lo bien que me veía desnuda (aunque yo me veía vieja y arrugada, o gorda), pero él parecía sincero, y yo le creía, necesitaba creerle, eran indispensables esas mentiras, que cada instante en nuestra casa, se hacían verdades tan grandes como la vida misma.
A veces, escucho a las mujeres comentar: "Yo detesto la mentira", si pudiera decirles que no saben nada, que se puede vivir feliz siendo objeto o víctima de las mentiras de que les hablo, esas mentiras me ayudaron a vivir.
No significa esto que Pedro no supiera lo fea que era (eso creo) o que desconociera mi carácter a veces agrio, no, él sabía como era, y veía que yo me daba cuenta de sus mentiras. Pero yo lo amé así, como él me amó a mí, a pesar de las mentiras, a causa de ellas…
Cuando me morí, llegó un hombre muy viejo a mi velorio. Tan viejo era que me costó reconocerlo, y acercándose hasta mi ataúd, con un largo suspiro dijo: "Estás tan linda como entonces, como cuando te conocí… acaso más delgada, pero igual de
linda".
Recién entonces reconocí a Pedro. Estaba un poco más viejo, pero igual de mentiroso.

(Uruguay)

LILIANA ROTH


PEQUEÑA LOLY

Llovía. La tarde se hacía noche.
Las gotas de agua golpeaban contra los ventanales. Ella, estaba allí, solitaria, ensimismada, esperando una palabra, una caricia, quizá una sonrisa. En el cuarto los niños jugando, el sonido del televisor encendido, sin que nadie le prestara atención.
En la calle el sonido de los caminantes se oía lejano, murmullos, risas, voces. Los automóviles tocaban bocina queriendo acelerar el paso sin lograrlo, salpicando a los transeúntes.
Ella, continuaba inmóvil, en el mismo lugar, estática, a la espera de su dueña. Levantaba la cabeza cada tanto, lentamente. Movía de a ratos sus orejas peludas, blancas, alargadas. Ningún sonido la alteraba, nada la impulsaba a bajar del sillón, ni siquiera a mover alguna de sus patas.
Algo sucedía, algo la perturbaba. Era extraño que no hubiera movimiento en la cocina. De pronto, un sonido familiar, una llave que gira en la cerradura, el picaporte de la puerta de calle se mueve suavemente y, ahí está, Elizabeth, que con su sonrisa ilumina la casa.
El animal salta del sillón y al instante está a su lado. Recibe por fin la caricia esperada, las dulces palabras de su dueña le devuelven la alegría. En una carrera alocada llega al cuarto de los niños. Todo vuelve a la normalidad para la perra. Elizabeth sacude el agua de su abrigo y se dispone a preparar la cena.
Ya olvidó el episodio vivido. Dejó atrás el escalofriante momento en el que a la vuelta de su casa le arrebataron el celular.

NOLO KRER

CHARLA DE CAFÉ 



-¡Qué te reís, bolu...! -Eh, bueno... No es para que te pongas así. La verdad es que la cara de Nolo indicaba que la risa de "Melena" lo había molestado realmente. Y eso que Melena era de esos "gomias" a los que Nolo le perdonaba todo. Era buenazo de corazón y sabía que podía contar con él para lo que fuera, y lo había demostrado en pila de oportunidades, desde que iban a la primaria. Ahora ambos tienen canas, claro que Nolo mos-traba una incipiente calvicie y, como su sobrenombre lo indica, Melena lucía abundante cabellera ondulada y larga.  Por eso Nolo se animó a conversar de este tema con él. Justo se dio la casualidad de que el café estaba medio vacío y ninguno de los clientes, y amigos, habituales habían hecho acto de presencia. Debía ser el tiempo. Esa llovizna jode, el viento te cala hasta los huesos y las nueve de la mañana de un Sábado son factores muy pesados para frenar la salida de casa. Así que estaba todo dado para que Nolo hiciera la pregunta que motivó la risa de Melena: -La verdá, la verdá... ¿Alguna vez lloraste por una pena de amor? Ya recompuesto, Melena respondió, como de costumbre, con otra pregunta -Cómo que si lloré? Vos decís con lágrimas y todo? -Si, como va a ser? Llorar, llorar... repitió Nolo, aún un poco ofuscado. -No me acuerdo, contestó Melena, poniendo cara de estar rebuscando en su memoria. A esta altura Nolo no sabía si debía seguir desarrollando el tema. -¿Por qué me lo preguntás? A vos te pasa algo? No me digas que... y casi vuelve a reír, pero se cortó a tiempo. -Por favor, lo que te voy a decir se muere acá, ¿estamos?  Estaban sentados uno frente al otro, mesa de por medio, lo cual en ese café eran sesenta centímetros. El cortado de Nolo estaba por la mitad y el café doble de Melena aún intacto. Con movimientos que parecían coreográficos, ambos sorbieron un trago y Nolo quedó un poco in-clinado hacia adelante para poder hablar bajito, cosa que Melena imitó. -Vos sabés que muchas veces me negué a seguirte el tren de tus festicholas. Las minas me gustan, pero no me da por voltearme a cada una que se me cruza. -¡Si lo sabré! La última vez fueron esas dos trolitas que yo me levanté en la agencia de Quini. Me costó más convencerte a vos que a ellas. Hace más de un año, te acordás? -Me acuerdo, dijo Nolo, acompañando con su cabeza la afirmación. -Bueno, voy a contarte todo de un tirón porque sino me arrepiento y te dejo con la intriga. Dicho esto, se acomodó en la dura silla y, jugando con el pocillo, confesó. - Yo no lo busqué. Se dio sin proponérmelo. Imaginate, cómo se me va a ocurrir si... La pausa fue prolongada. Nolo buscaba la forma de decir todo y le costaba encontrar un hilo conductor que hiciera que su relato fuera entendible. -El caso es que enganché mal con una piba, bah, una señora muy joven... -¡Bien carajo! lo cortó Melena con esa exclamación que a Nolo le pareció un grito que se escu-charía hasta la esquina. Paralelamente lo palmeó en el brazo y casi le tira la taza de café. -Escuchá y no digas nada por favor, hasta que termine, y su gesto circunspecto frenó la sonrisa de su amigo. -Es una señora que conocí hace poco tiempo y comenzamos a relacionarnos por el laburo, ¿viste? Cosas sin importancia, mails, llamadas y mensajitos por celular, eso. Así comenzó. Vos sabes que soy tímido y que nunca le fallé a la Turca, pero un día "se me soltó la cadena" y... Otra vez una pausa. Ahora fue porque un par de chicos habían ingresado al bar, riendo y con-versando casi a los gritos. Ambos los miraron entrar y se enfrascaron otra vez en la charla, que era realmente un monólogo. -Como te decía, me enganché mal. Para que lo entiendas bien, me enamoré y, si te llegás a reír te meto un bife! para esto Melena en lugar de reír hizo un gesto de preocupación y admiración a la vez, curvando sus labios cerrados hacia abajo y meneando la cabeza hacia adelante. -Hace un par de meses me animé y se lo dije, sabes? Yo no esperaba nada, por el contrario, rogaba que ella me comprendiera y, como máximo, me sacara "con cajas destempladas". Sa-bes lo que me dijo?-a lo que Melena respondió en silencio con un No de su cabeza. -Me dijo que ella sentía algo especial por mi y que no se animaba a calificarlo, pero que se sentía halagada y contenta con mi declaración. Mientras hablaba, Nolo miraba alternativamente a los ojos de su amigo y a la taza de café. Miraba casi sin ver. Miraba sus recuerdos, miraba hacia adentro. -Dale, contá, no lo hagas tan largo, reclamó Melena por otra pausa prolongada. -Tenés razón. Te la hago corta. En pocos días logre besarla y acariciarla. Te juro que fue como tocar el cielo con las manos, y dicho esto entrecerró los ojos y le apareció una sonrisa melancólica. -Ya voy, ya voy. Es que los recuerdos se agolpan y me quedo "tildado", explicó, sin que nadie le reclamara por la pausa. Fueron un par de meses de locura, donde nos declaramos amor mutuamente y sufrimos la lucha entre el querer y el deber. Cada uno de nosotros a su manera y con más o menos mie-dos, tratando de preservar el secreto para no lastimar a nadie. -La puta si lo guardaste que yo me estoy desayunando ahora. ¿Como hicieron?,y volvió con su manía de preguntar. -No quiero entrar en detalles pero comprenderás que no le podía fallar. No es que desconfíe de vos, pero era algo muy "grosso" y me lo guardé para compartirlo sólo con mi almohada. ¡Te juro que no recuerdo días tan felices! lo dijo enfáticamente y se tomó otro respiro. -De pronto me mandé una cagada. En realidad, no se realmente si fue para tanto lo que dije o lo que hice. Lo cierto es que herí su orgullo y se fue todo a la mierda... -¡Una mina con el orgullo herido es capaz de matar! sentenció Melena que tenía experiencia so-brada con ejemplares del otro sexo. -Si. Vos lo dijiste justo, justo. Me mató, y se quedó mirando hacia abajo, serio, agobiado. Ella estaba muy mal y comenzó mi tormento. -Bueno, intervino Melena, le habrás pedido perdón, ¿no? Algún regalito, un "chamuyito" con esa facilidá de palabra que vos tenés. No se, algo? -No me dejó reaccionar. Dijo "se rompió y no se puede arreglar". Y allí viene el comienzo de esta charla: ¡Lloré! esto último lo dijo mirando los ojos de su amigo que no sabía que decir ni qué cara poner. -Le rogué que me perdonara. Prometí enmendar mi error con más amor. Pedí una tregua para que me deje volver a enamorarla. No hay caso. Estoy hecho mierda... Lloré como una criatura. Lloré como un cobarde. Lloré como nunca antes por un tema de amor. Y me sigue oprimiendo un nudo en la garganta. Una nube transparente comenzó a cubrir los ojos de Nolo, mientras Melena le palmeaba el brazo y se conmovía con esa imagen de derrota que veía, por primera vez, en su amigo de tantos años. -Che, dijo Melena, para un poco. Quizás no se escribió el último capítulo. -Entiendo que me quieras consolar y, te juro, que quiero creer lo mismo. El hecho es que yo mismo me desconozco, quedé "Nocaut" y la cuenta está en marcha. -¡Levantate! la voz de Melena sonó imperiosa. La cuenta aún no llegó a ocho, levantá los guantes y mostrale al "referí" de la vida y a tu contrincante que tenés las manos en guardia para dar batalla fanático del boxeo, Melena lo veía así de claro. ¿Cuándo había entrado toda esa clientela? Casi no quedaban mesas vacías, si bien eso era fácil porque no había más de una docena. -Respecto de tu pregunta: No-, dijo Melena. Nunca lloré por una mujer. Hasta hoy eso me enorgullecía. Ahora me pregunto si no fue que nunca sentí algo tan fuerte como te pasó a vos. Casi te envidio. No digo el llanto, digo el sentimiento, ¿entendés? -Qué hace el dúo dinámico? La pregunta de Carlitos los hizo saltar de sus asientos. No habían notado que entró al bar y se acercaba a la mesa con una sonrisa de propaganda de dentífrico. -Acá andamos respondió Melena -Y vos? le preguntó a Nolo. Te veo con cara rara. ¿Estás resfriado, o qué? -No, nada. Todo bien, y miró a Melena implorando que no se deschave. -Estábamos hablando de una pelea, intervino Melena. Vos sabes que a mi me gusta el box. Hay un "pollo" al que le tengo mucha fe para la que se viene. Ni él cree en una victoria. Yo se lo que digo porque tengo mucha calle. Nolo y Melena intercambiaron una mirada cómplice. La verdad es que Nolo había levantado los guantes y mostraba una actitud desafiante. No sabía si iba a ganar, pero daría pelea hasta morir. En resumen, de eso se trata: pelear por lo que se quiere, con lealtad y hasta el último suspiro.