ESCRIBO
Carlos
Margiotta
Cuando hace 25 años decidí publicar Reses de Papel
pensaba que su vida iba a durar hasta que ya no me importara, y todavía me
importa. Entonces había comprado mi primera computadora e imprimía los
originales para llevarlos a una fotocopiadora cercana a mi domicilio. Llegué a
editar hasta 3.000 ejemplares en papel que distribuía, de manera gratuita, en
las mejores librerías de Buenos Aires. En el reparto colaboraban mis hijos
Pablo y Gabriel que eran reconocidos por los libreros y recibida con mucho
entusiasmo, “La gente la pide, pibe”. Muchos lectores se comunicaban por mail o
por teléfono, me acercaban sus obras o me pedían citas para charlar, yo los
encontraba en el Varela Valerita de Sacabarini Ortiz y Paraguay. Así conocí a
Derlis Madonni, dibujante y poeta, que ilustró con sus maravillosas obras la
revista hasta el día de su muerte. Años
antes el maestro Fidel Moccio me había dicho en un taller de su Escuela de
Creatividad: “Carlos dedicate a escribir”, y le hice caso. Con el tiempo
comprendí que el destino estaba marcado en la infancia. Entonces contaba
historias desopilantes y escribía pequeños relatos que le gustaban a las
maestras y a mis compañeros. En cuarto grado fundamos con Andrés Zavala “El
Pregón”, una publicación para el colegio escrita a mano y que imprimíamos en
una especie de de hoja gelatinosa que usaban los contadores públicos. Después
en la secundaria colaboraba con una revista católica llamada “Yunke Mariano”,
donde escribía la página de humor. Como
dije alguna vez en un acto de un grupo de escritores, mi intención nunca fue
hacer un aporte a la cultura nacional, ni ser miembro de la Sade, ni ser
reconocido como un gran escritor, sino solo compartir junto con otros la
posibilidad de ver publicada mis obras porque uno, en definitiva, escribe para
ser leído. Debido a esta trayectoria
consecuente de años de existencia, fue por el dos mil que la Biblioteca Nacional
me pide que le envíe dos ejemplares por mes para su Departamento Hemeroteca,
costumbre que sigo haciendo con mucho placer.
Uno de mis compañeros y amigo del curso de creatividad, José Bartolo (el
Bichi) fue mi primer y gran mecenas. Cuando decidí editar Redes de Papel en el
´95, le pedí reunimos en el café en la esquina de su empresa y le expliqué mi
proyecto. Su entusiasmo fue tan grande que me abrazó y aceptó ponerme la
publicidad de su compañía durante muchos años. El era un fino pintor y en uno
de los salones de su compañía tenía una galería de arte donde tiempo después
presenté mi primer libro de poemas “Otro lugar” bajo la conducción de Adolfo
Castello.
En estos 25 años, como muchos argentinos, sufrí los
distintos avatares y contradicciones sociales, políticas y económicas del país,
de modo que sostener una revista gratuita necesitó de mucha convicción y
empeño. Mucho deseo dirían otros y de la ayuda solidaria de muchos amigos que
colaboraron con sus avisos y propuestas.
La revista nunca fue un negocio para ganar plata
aunque lo podría haber sido si el objetivo hubiera sido enriquecerme.
En alguna ocasión quisieron comprarla y en otra
asociase a ella invirtiendo dinero. En ambos caso dije que no por la sencilla
razón que Redes es para mi un espacio de libertad donde puedo inventar, hacer
lo que quiero, donde puedo decidir sin depender de nadie, donde me permito
elegir qué publicar y qué escribir sin censuras.
En ese espacio de creación nació Ediciones
Aguatierra que publica libros de pequeñas tiradas de noveles escritores y el
Taller de Escritura que hoy continúa su tarea con el desfile de gente que tiene
la misma pasión y se renueva todos los años.
Hoy en día, en época de la virtualidad y de la urgencia con menos
ejemplares en papel pero con más de 10.000 suscriptores Redes llega a muchos
países de habla castellana y recibo trabajos de distintos lugares que publico
de acuerdo a mi criterio subjetivo. El temor de cómo sostener una publicación
que me abrumó durante tantos años se ha convertido en que la revista me
sostiene a mí, me empuja, me acompaña, me ayuda a enfrentar el malestar en
cultura. Podría contar mil historias de estos 25 años, anécdotas con los
lectores, con los libreros, con los amigos de Internet, o cómo conocí al Negro
Hernández, a Alberto Costantino, a Marta, a Leo Escriba, al Gordo. a Graciela y
a Sandoval, entre muchos otros. Podría contar de las veladas a media luz en el
Café de la Subasta, de mi generoso amigo Norberto, donde hice talleres de
escritura y presenté libros durante veinte años.
La Subasta fue un refugio para musas inspiradoras
enclavado en Caballito. Un templo de creación, un lugar donde se reunieron
muchos integrantes del taller que publicaron “Café de la Subasta” y
“Encuentro”, antología de escritos del taller, y la última edición de “Café de
los martes”.
En ese hogar de melancólicos reinaba un estado de
gracia que nos atravesaba a todos porque se aprende a escribir escribiendo,
porque la creación se entrena. Y crear sana y nos aleja de la enfermedad, cura
heridas, acaricia, junta los fragmentos rotos del alma y nos permite recuperar
los objetos perdidos. En ese lugar nacieron muchos de los relatos publicados en
Redes de Papel.
Pero dejaremos eso para después, que importa del
después, diría Homero Expósito en “Naranjo en flor”.
Todavía escribimos, todavía nos apasionamos, todavia
soñamos, todavía creemos, todavía queremos una sociedad mas equitativa, menos
individualista y mas generosa, todavía amamos lo que hacemos, y lo seguiremos
haciendo mientas la llama siga iluminando nuestro corazón para estallar en algún rincón de la esperanza.
Gracias por acompañarnos y emocionarse con nosotros.
Hasta el mes próximo.
ESCRIBO
Escribo
sobre los restos
sobre los bordes
sobre las orillas
sobre los remiendos sobre las huellas
sobre lo perdido.
Escribo con las viseras con
tinta sangre
con nudos calientes
con mis sombras
con mi desesperación.
Y me desgarro,
y me fragmento,
y estallo,
y lloro hasta no ser.
Entonces me suelto,
me voy,
me enamoro,
me consuelo,
me junto,
me alegro y vuelo.
Vuelvo a ser
y río y canto y gozo. Hasta que de pronto
el cuerpo puja otra
vez como una madre
y escribo, escribo
y escribo
eternamente.