|
Septiembre se anunciaba
tibio y luminoso, los largos días del crudo invierno habían quedado atrás, las
sendas de los carros se secaban lamidos por los rayos de sol, los insectos
zumbaban a su alrededor como un séquito irreverente.-
El traqueteo de las ruedas
aplastando montículos de barro repercutían dentro de los riñones de Doña
Susana, poco acostumbrada a esa clase de transporte, aún así no lograban borrar
de su rostro tanta felicidad. El viejo Teo la miró de reojo mientras azuzaba
con las riendas al caballo para acelerar la marcha.
-La bolsas van aumentando –
comentó eufórica - Pero falta mucho todavía – y recordó con nostalgia aquellos
días mágicos de su niñez allá en La Pampa, cerca de General Pico.
Su vida había transcurrido en el seno de una familia
rural acostumbrada a respetar los ciclos de la naturaleza, las tareas del campo
fueron moldeando su crecimiento y supo orar en el amanecer.
Los estudios terciarios la
obligaron a trasladarse a Buenos Aires pero cada verano retornaba al terruño
para pasar las Fiestas junto a sus afectos.
Y un día no volvió, un
naciente amor la ancló en la gran ciudad y decidió que era hora de formar su
propio nido.
La vocación por atender a
niños con capacidades diferentes hizo que recalara en varias escuelas de
barrios marginales y a pesar de los avatares propios de las crisis sociales, no
bajó los brazos y continuó trabajando a la par de los otros maestros.
Ese año se habían propuesto
realizar varios cambios incentivando a la gente a través del taller de la
huerta y recordó risueña los sucedido varias semanas atrás.
-¡Presten atención! – la voz
de Doña Susana se había elevado en medio del bullicio de sus alumnos sentados
inquietos en sus bancos - ¿Qué les parece si nos adelantamos a la primavera?.
-¿Cómo? – los mas despiertos
se habían echo eco de la curiosidad de Teco, el antónimo natural de todas sus
propuestas.-
-Con un trozo de cartón
vamos a armar un vaso mediano, el almácigo, lo rellenamos con tierra hasta la
mitad, colocaremos dos semillas de las flores que mas nos gusten y luego las
cubriremos con otro poco de tierra – para que la explicación se entendiera iba
dibujando cada paso en el pizarrón –
Todos los días, antes de terminar la hora de clase las regaremos un
poquito y cuando aparezcan los pimpollos, cada uno se llevará su macetita a
casa. ¿Qué les parece?.
-¡Si! Si! – el entusiasmo
corrió libre entre ellos, la cara de Teco demostraba todo lo contrario.-
-¡Eso no va a servir para
nada! – la carita morena del pequeño resaltaba su desconfianza natural, la vida
le había enseñada que ciertos sueños resultaban inútiles y mas de una vez se
había sumado al grupo equivocado para rumiar tanta rabia.-
-Probemos... no cuesta nada
– cuando la maestra intentó hacerle una caricia, él la esquivó molesto.-
-¡No joda Doña!. Es como
esperar que los Magos lleguen a tiempo – y la miró desafiante.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario