jueves, 7 de mayo de 2009

ANALIA PASCANER


UN SOPLO DE LUZ

....................................Para KB, en mi alma

La supremacía del leopardo la sorprendió sobre una de las ramas bajas del roble. Sus ojos verdes destilaban odio y sus gruñidos abundaban en reproches. De un zarpazo la derribó y jugueteó con ella, arrancó algunas de sus plumas y prosiguió ultrajándola. Sus punzantes garras se ahondaron una y otra vez en su corazón. La calandria se derrumbó y sangró. La arrogancia del leopardo la destrozó y desparramó esos pedazos a su alrededor sin compasión. Luego colocó su pata encima del menudo pecho blanquecino, clavando todas sus dagas en aquél que suponía su oponente. Y cuando creyó acabada su tarea, el felino se marchó arrojándole sus propias culpas y miserias. La calandria permaneció unos instantes en el suelo y, con extremada suavidad y admirable compostura, desplegó sus maltratadas alas mientras ocurría la transformación.
Una mujer de mediana edad recogía los trozos de su integridad, esparcidos por doquier. Una mujer que en esa contienda inútil llorara aunque ni una sola lágrima brotara de sus ojos, y gritara aunque ni un solo sonido traspasara sus labios. Un profundo dolor abatía su alma. Se inclinó y descansó todo el peso de su maltrecho cuerpo sobre sus manos temblorosas, aferradas al borde de una mesa como a la vida misma. En ese momento, profusos lagrimones empaparon su rostro impidiéndole poseer una clara visión, sin embargo logró distinguir una luminosa figura.
La contempló con cuidado: apenas sobrepasaba la altura de la mesa, la mirada reluciente clavada en sus propios ojos. Las lágrimas comenzaron a diluirse mientras apreciaba su cabello brillante, sus pupilas renegridas, sus pestañas imperceptibles, su menuda nariz, sus mejillas rozagantes, sus labios húmedos, su cuello redorgete, su ropa impecable, su frágil cuerpecito, sus manitos apoyadas sobre la mesa. La imagen, borrosa hacía apenas segundos, adquirió absoluta nitidez. La luz emanada de ese pequeño ser colmaba la habitación.
La mujer soltó sus manos de la mesa sin apartar su mirada de los ojos de la niña. Procuró y consiguió mantener su entereza física y anímica y se arrodilló para estar frente a esa criatura que la observaba atentamente. La tomó entre sus brazos, la alzó y le pidió un abrazo de ésos que sólo ellas dos saben darse. Los brazos de la mujer rodearon por completo esa espalda pequeña y la estrechó con la fuerza del cariño, con el poder de la comprensión, con la urgencia de recibir su ternura. La mejilla de la pequeña junto a la suya, las suaves manitos reposando en su nuca, la respiración inocente y agitada tranquilizándola poco a poco. Esos dos corazones palpitaban a un mismo ritmo de entendimiento y amor, un ritmo de necesidad mutua de detener todos los relojes y permanecer unidas para siempre. Se abrazaron durante un tiempo infinito, placentero, cálido, dulce.
La mujer se agachó lentamente, depositó con delicadeza a la niña sobre el suelo y volviendo a esos ojitos curiosos y brillantes, expresó con voz tranquila:
-Todo está bien, mi amor, creeme que todo está bien, ¿si?
La pequeña asintió mientras su mirada se hundía en el alma malherida de la mujer, y ésta continuó hablando:
-Ahora andá, te esperan para salir de paseo. Todo va a estar bien. Siempre todo estará bien.
El beso espontáneo reconfortó a la mujer de rostro salado y ojos melancólicos. Le dio una palmadita en la cola para animarla a marcharse y se incorporó.
Sus ojos se humedecieron cuando la pequeña se dio vuelta, ya cerca de la puerta, y le regaló una sonrisa repleta de redondos dientes de leche, balbuceando un saludo.
La mujer guardó esa sonrisa en su corazón y comprobó que jamás habría situación o persona alguna que pudieran destruir la conexión que la unía a ese imponente y poderoso ser.Finalmente, el canto de la calandria resonó triunfal.

MARISA PRESTI


TEMERARIO

Casi todas las semanas pasaba unas horas en el pequeño jardín de la librería Cúspide. Le gustaba el lugar; las apacibles tardes de verano le permitían estar al aire libre, aspirar esas bocanadas de vida que parecían emanar de las amistosas plantas que lo rodeaban, mientras leía su libro favorito. La charla de las otras mesas se iba diluyendo a medida que sus ojos y su espíritu absorbían las letras impresas, metiéndose, poco a poco, en el mundo que palpitaba dentro de las hojas de papel.
Al llamar a la camarera para pedirle un café, sonrió para sus adentros ¿Recordaría ella las veces que dejó el pocillo lleno, abandonado a un placer que lo estimulaba más que la cafeína?
Mientras esperaba, miró la tapa del libro que minutos antes había sacado de la mesa de novelas. Le atraían las aventuras; conservaba el espíritu infantil que lo convirtió en pirata junto a Sandokán, lo llevó al fondo del mar en el Nautilus y lo hizo aguerrido y valiente al lado de Tarzán. No fue casualidad que lo eligiera, la imagen de una barcaza zozobrando en un mar tormentoso hizo que desviara su vista de los demás. Y ahora lo tenía entre sus manos. Lo abrió cuidadosamente, leyó la dedicatoria, y con cierta avidez se abandonó a la lectura de las primeras líneas.
Apenas notó el café que apoyaron sobre su mesa; estaba más interesado en visualizar al viejo marino, el capitán Olsen, un hombre valiente y rudo, de tez acartonada por el sol del Pacífico, dispuesto a enfrentar cualquier peligro con tal de obtener la pesca necesaria para alimentar a su familia. Sin esfuerzo, se trasladó a la rústica embarcación amarrada a la costa. El ajetreo y los gritos de los marineros preparando la partida incrementó su ansiedad; un intenso aire salobre fue invadiendo sus fosas nasales. El mar lo iba atrayendo poco a poco, como el sabor de la aventura que lo incitaba a meterse más y más en aquel mundo de hombres rudos, y quizás por eso sintió que pisaba los viejos maderos de la endeble escalera, mezclándose con los marineros que iban y venían por la cubierta.
Cuando la barcaza zarpó, las mesas se habían ido desocupando para llenarse nuevamente de otras caras y otras voces. La camarera pasó a su lado varias veces, podemos suponer que miró el café abandonado en el pocillo. Podemos suponer que lo reconoció y pensó Qué tipo extraño, ¿para qué pide si nunca toma nada?
En realidad, hacía más de dos horas que él estaba leyendo. Casi sin moverse, recostado contra el respaldo de la silla, ajeno a toda realidad que no fuera la de esos hombres en medio del mar. El intenso oleaje que golpeaba rítmicamente la embarcación había llegado a marearlo; con esfuerzo se agarraba de las gruesas sogas y caminaba inseguro hacia donde echaban las redes, para ver como aparecían salpicadas de pequeños y grandes peces plateados. La pesca no era mala, pero el gesto adusto de Olsen revelaba que no era lo que esperaban.
A la hora de la cena, alumbrados por la luz amarillenta de un farol, los rostros se parecían a esos tétricos muñecos de cera que tanto lo asustaban de chico. Un intenso olor a guiso recalentado revolvió su estómago, pero las bocas se abrían con avidez vaciando rápidamente los platos. Después de un largo silencio, el capitán anunció que por radio advirtieron que se aproximaba un fuerte temporal.
El celular sonó varias veces en su bolsillo izquierdo. No advirtió las miradas de impaciencia de las mesas cercanas, ni siquiera el roce del gato negro que se cruzó entre sus piernas. La embarcación zozobraba en medio de un oleaje furioso, bajo truenos y relámpagos que iluminaban de terror la noche cerrada. Los gritos, ahogados por el aguacero, sonaban como lamentos desesperados. Y entonces vio caer la vela mayor, vio a hombres lanzados a la voracidad de las aguas, vio a Olsen tambalear sobre la cubierta, vio que el final había llegado.
Con mano temblorosa tanteó sobre la mesa buscando el vaso de agua. Un desagradable gusto a sal le secaba la garganta. Los músculos, endurecidos, no le impidieron estirar su brazo para ayudar al viejo capitán. Un relámpago iluminó de color plata la nave desierta. Supo que era inútil, ya no estaba frente a sus ojos. Las primeras luces del amanecer despertaron su dolor. La calma del mar lo mecía suavemente, pero su mente recordó todo. Se arrastró hacia el timón que giraba sin sentido y lo obligó a tomar el único rumbo posible.

PATRICIA ORTIZ

LA PARED

El sueño era recurrente. Se despertaba sobresaltada cada noche ante la imposibilidad de traspasar aquella pared que se interponía. Era curioso que los detalles de la que ella llamaba "la puesta en escena" fueran exactamente los mismos, y sin embargo sus intentos de atravesar esa altísima pared de piedra fueran siempre distintos, cada vez más osados. Tal vez lo más curioso aún, era que podía recordarlo todo.
La primera vez que ese sueño sobrevino, asoció la pared con la muerte, pero espantó rápidamente ese pensamiento negativo. Sí, es cierto: la pared era enorme, impresionante. Una pared construida a semejanza de las antiguas murallas que se levantaban para defender una ciudad. Pero ¿para qué necesitaba ella esa pared en su vida, en sus sueños? No necesitaba ninguna pared, no tenía que defenderse de nada.
Recién el segundo día descubrió el ancho camino de hormigas que iban y venían con su carga de un lado a otro de la pared. Observó las aristas de las piedras donde crecían algunas flores silvestres y las ramas de la hiedra que cubrían la pared, tan gruesas y firmes. Intentó entonces trepar para borrar los límites pero resbaló y cayó una y otra vez.
Noche a noche, se acostaba sabiendo que lo volvería a intentar, que llegaría el momento de vencer a la poderosa pared. Crecía el misterio por saber qué secreto se escondía del otro lado de su sueño marcado por esa pared y latiendo entre las hormigas que no dejaban de marchar -incansables- acrecentando su curiosidad.
Lo probó todo: trató de cavar un túnel para pasar por debajo de la pared. Intentó derribarla. Caminó kilómetros tanteando piedra a piedra para encontrar algún resquicio por donde pasar al otro lado. Quiso volar, rezó, lloró, maldijo una y otra vez a la todopoderosa pared.Una mañana apareció muerta en su cama. Tenía luz, una expresión de paz en el rostro. Su madre y su hermana lloraban con desconsuelo. No se percataron del grueso camino de hormigas que salía por la ventana.

NORMA PADRA


UN DÍA DE DOMINGO

Paseábamos por el barrio donde vivió Jorge Luis Borges, una tarde otoñal decidiendo entrar a nuestro refugio, el bar llamado MalasArtes. No había mucha gente, mientras mirábamos el menú, decidíamos qué tomar, nos acompañaba la voz inconfundible de Gal Costa, cantando "Un día de domingo".
Oscar miraba por la ventana abstraído en sus pensamientos, mientras yo leía el diario, buscando en la cartelera de cines alguna película que nos pudiera gustar a los dos, cosa que siempre resultaba difícil.
Buscar ese "algo" que nos uniera un poco más.
Como mencioné mucha música recorría el bar y pocas palabras para decirnos.
Optamos por ver Blade Runner, una vez más, y rever las imágenes de un futuro robotizado, como parecía que sería nuestras vidas.
Salimos del cine sin palabras para intercambiar, así llegamos a nuestra casa. Bastó un llamado telefónico para despertar del letargo en que se sumían nuestras vidas. Fue él quien atendió el llamado, yo cerca de él, sólo escuchaba monosílabos, un sí, un no, un después... Mi intriga se hizo notar tan pronto cortó el llamado, pero él no quiso contestar a ninguna de mis preguntas concretas. Las lógicas peleas una vez más se repitieron aquel feriado.
Salí de casa con lo puesto y la cartera. No quería regresar ya más a la rutina de vivir lo irremediable.
Ingresé a un locutorio, pedí una computadora, me conecté con un chat, me conecté con la vida, me conecté con el amor de mi vida!!!
Del otro lado estaba Ridley Scott, quien pronto me llevó al futuro que yo quería vivir.


Nunca más vi a Oscar, nunca regresé a esa casa, mi hogar fue lugar diferente donde me escuchaban con atención, donde todos hablaban, había mucho bullicio y vestían una especie de uniforme... era todo lo que quería.

LULÚ COLOMBO

EL DISCÍPULO

Todo comportamiento humano, dijo, se podría reducir a un sólo impulso: el del poder. Después tosió, y siguió diciendo: entendido éste como el poder de la voluntad y desde luego inseparable de la sublimación. Ante semejante aseveración, todos quedaron como petrificados. Se trataba de algo que nebulosamente olía a sagrado, a esas cosas de iglesia, dijo después uno codeando al vecino. Linda voz pa´vender churros, murmuró alguien cerca del iluminador. En un arremolinar de catarro el orador iba tomando aire y continuaba deshaciendo lenta pero seguramente el tema que había preparado para su conferencia, las polillas le disputaban los haces luminosos y algún que otro insecto hacía su vuelo triunfal delante nuestro sin que nadie se inmutase por ello. Afuera eran las nueve, llovía y sólo los valientes, que eran pocos, se atrevían a cruzar la noche negra. Miré a mi alrededor, me rodeaba el aura del invierno; pieles, perfume y naftalina. El ayudante no entendía muy bien qué tenía que ver esa gente con el de la tos que hablaba de los superhombres. Me parece que al viejo ése le gusta Superman pero no estoy seguro, murmuró enfocando la fogosa mirada. La vehemencia de ese abuelo de ojos llorosos y ardientes, es inolvidable. Y en particular esa frase, que sacó del éxtasis a la gente y la hizo irrumpir en aplausos; él quedó estupefacto ante la efervescencia del público. Nunca se sabía si era un golpe de efecto o la declinación de una vida al borde del colapso, ojos vivos de juvenil pasión y en lo hondo el duro mirar chispeando de rabia del desconsuelo por el fin próximo. Así habló Zaratustra, dijo después de la famosa frase. Y todo terminó con los aplausos, los saludos, la calle, el frío, los coches y todos dispersándose debajo de las enormes cariátides que nos miraban con el ceño fruncido. Yo me quedé quieto, agazapado detrás del fuste estriado de una columna, yo quería saber quién era él, realmente; así es que me animé a interceptarlo. Llevaba una bolsita de plástico con sus papeles y en la penumbra brillaba su saco negro al igual que su mirada. Lo acompaño con el paraguas, si me permite -dije. Receloso pero firme, carraspeó antes de decidir lo que ya tenía decidido. Por su mirada yo sabía, sabía que me había aceptado como "algo viable", no como "alguien viable"; era algún progreso. Se decían cosas terribles de él, no suelo creer en rumores, por otra parte; pero esta leyenda viva me hipnotizó siempre: como el fuego. Caminamos por las calzadas grises esquivando bolsas de basura, en silencio. De repente tosió y dijo, venga, preciso tomar una copa, venga conmigo, quiero contarle algo. Subimos la barranca y el frío nos elevaba, éramos incorpóreos e inmortales y la noche perfectamente helada, como para morir. Entramos en un bar y pidió vino, yo lo seguía alerta y en silencio por miedo de que se arrepintiera. Cuando la bebida fue servida, me dijo, te voy a tratar de vos, sos muy joven, podrías ser mi hijo, ¿sabés? mirame bien, aquí donde me ves ¿sabés dónde estuve? No. Estuve en el infierno. Yo respiré hondo para hacer tiempo, el prócer de la ciudad me estaba diciendo a mí, a mí que soy nadie, que estuvo en el infierno. Perdóneme pero no le entiendo, qué me quiere decir con que "estuvo en el infierno". Eso, que estuve en la ciudad del Infierno y allí conocí el secreto de la inmortalidad; estas son cosas muy serias y además de lo terrible que fue entrar en la ciudad, tengo la condena de no morir y a ello se agrega que no puedo contar mi secreto a nadie. Todos los que me escucharon murieron; todos ellos querían comprender. Me encuentro solo a causa de estas cosas; prefieren no acercarse mucho. Pareces no conocer mi fama y mi sino. Sí, conozco su fama pero no me importa; yo no creo en esas cosas ¿Y en qué creés? En la amistad, por ejemplo. La amistad no es una creencia, aunque fueras mi amigo, no te librarías de morir. Entiendo, pero no veo por qué debería morir, sólo por ser amigable con usted. Trataré de explicarte, aún es tiempo para irte, siempre hay una oportunidad para arrepentirse, pero es sólo una, éste es un camino sin vuelta, te lo advierto. No tengo miedo, me quedo. Pues bien, hace mucho tiempo, no te diré cuánto para no asustarte, me puse a hojear un libro que heredé, tenía unas recetas para elaborar toda clase de cosas, eso me divirtió bastante.
El papel era sedoso y amarillento y las letras, extrañas. Conseguí lo necesario para experimentar y me entretuve bastante en eso, una fórmula, por ejemplo, explicaba cómo fabricar piedras preciosas, otra, talismanes de todo tipo, otra, elixires, y velas y perfumes e infinidad de cosas. Como todo parecía una gran broma, tomé la fórmula de hacer aparecer al demonio. Los materiales eran difíciles de conseguir y otros, no entendía qué eran; mi conocimiento de la lengua era exiguo, así que fui a pedir ayuda a un especialista conocido mío. Trató de disuadirme de hacer el experimento y yo lo distraje diciéndole que realmente se trataba sólo de literatura y que yo no pensaba tomarme trabajo en tonterías. Con ese argumento calmé su excitación que casi llegó al paroxismo al tratar de explicarme y enumerar los peligros. Desoí todo, como puedes ver. Parecía que el viejo profesor me estuviera contando el Fausto, sólo faltaba Margarita en su relato. Y siguió hablando: Así es que comencé a preparar todo; me llevó más de cinco años conseguir lo necesario. Mientras tanto, seguí trabajando en lo mío sin que nadie advirtiera lo que estaba en cierne, hasta que llegó el día del experimento. Una noche, después de muchos vanos intentos, comenzó a bullir el matraz y a enrubecerse. El vapor rubro se fue expandiendo rápidamente y de repente me vi en una ciudad diferente de todo lo que puedas imaginar, no es de este mundo, allí hay angustia de olor acre, cantos tristes y multitudes sin rostro y sin descanso, traté de ver más pero el sufrimiento me cegaba, y en eso, él apareció. No lo nombro, y no lo hagas, porque ante su presencia morirías, nadie resiste verlo. ¿Pero cómo pudo usted soportarlo? Porque la fórmula me proveía precisamente de protección para poder encararlo, pero nadie lo enfrenta y vuelve al mundo de los vivos. Pero, usted lo ha hecho. Sí, en cierto modo, sí. ¿Y luego qué pasó?. No te lo describiré porque no hay palabras para el espanto, y para no llamarlo, porque no quiero que te encuentre ahora, no antes de contarte mi historia. Claro, profesor, estoy muy interesado en conocerla. Entonces, siguió hablando el profesor, el innombrable me dijo: Si quieres vivir, debes ayudarme, tienes que traerme a otros como tú y cuando me hayas traído bastantes, te liberaré de hacerlo y vivirás eternamente. Pero como él es engañoso, llevo infinito tiempo haciendo lo mismo de manera que cuando te vi, adiviné en tu mirada que contigo sí yo ya podré descansar ¿Descansar de qué? Ya lo sabrás. Deberás ayudarme, ahora es tarde para retroceder. Pero profesor, se olvida que estamos en un bar y que lo que usted me está contando es el Fausto; yo admiro su trabajo pero no creo que esto sea real. Mira, estoy cansado de obviedades como la que estás diciendo, hace una eternidad que escucho lo mismo; no se trata de creer. Te daré una prueba de la inmaterialidad de mi cuerpo inmortal; puedes tocarme. Tócame y convéncete. Lo toqué, parecía estar relleno de algodón o de paja, como un muñeco, me estremecí - creo que esto ya no es ficción, es todo de verdad. Sé lo que estás pensando, y es correcto: efectivamente no tengo sangre en las venas, estoy muerto hace mucho tiempo; estoy en el infierno y necesito salir de ello para "vivir", quiero decir, para morir en paz. Miré por la ventana del bar y la calle plana y vacía estaba allí, conocida y fría. Lo miré, era el mismo viejo de la conferencia pero sólo ahora entendía su mirar de fuego, por allí miraba el señor de los avernos. Traté de pensar qué hacer - este hombre está loco de remate, cómo hago para irme ahora. Hube de salir rápidamente de mi perplejidad, se acababa de parar para irse. No se vaya, por favor, no sé qué hacer con su historia. No podrás hacer nada, sólo esperar a mañana y así confirmar que me salvaste la vida; ahora sí descansaré. Y desapareció en la noche. Al día siguiente atravesé la niebla matinal sintiendo el cuerpo entumecido de una manera extraña. El intenso frío deja a la gente con apariencia de fantasmas dentro de sus abrigos. Algo como sombras. La gente está diferente; no siento tanto el frío.Ese zumbido... aparece... y se pierde; es una intermitencia de ondas como la de una radio antigua, ésas son voces, ahora... creo... o estoy delirando con la historia del viejo. Me dijo que espere, ya son las nueve, mejor es que me olvide de la locura de anoche.
El zumbido parece un lenguaje que no entiendo. Estoy cansado, o sugestionado, mejor me voy enfrente a tomar un café amargo para despejarme.
Eran las nueve cuando entró al bar a tomar café y a leer noticias viejas por vicio. Como era habitual, empezó por los titulares y luego, molesto por unos zumbidos, siguió por la de policiales. Nunca miraba la de óbitos, era demasiado joven para eso. Entonces la vio, allí estaba. La certeza le llegó junto con la lectura: el hallazgo, en esa madrugada, del cuerpo del profesor Gerardo Castelvecchio. El espanto estaba en esas pocas letras: "el cuerpo estaba seco, sin una gota de sangre". Una avalancha de imágenes y sonidos afluyeron vertiginosos a su mente sin que los pudiera detener. Páginas y páginas de libros, teorías, fórmulas, amores imposibles, otras vidas, la vida de gente que jamás había visto, gruñidos, guerras, hielo llameante, terremotos, niños despedazados. Y una oleada gigante de horror estalló en sus parietales.



(*) Del libro La coreografía de los mares. Antología. UNR Editora. Rosario, 2002.

CARLOS IÑÓN

RATONES

Él era su alumno, ella era su profesora. Jorge tenía una novia de su misma edad: 22 años. Nora era casada, algo más de cuarenta, dos hijos. El cercano contacto del curso particular había puesto en marcha los respectivos ratones, pero cada cual mantenía la prudente distancia, cuidando el vínculo profesora-alumno.
Un día, ¿azarosamente?, ambos debían ir para el mismo lado y Nora le ofreció a Jorge acercarlo en el auto. El habitáculo del coche, más íntimo y reducido, ofrecía un ambiente propicio al ratoneo. Nora se colocó el cinturón de seguridad, que dibujó con suavidad la forma de sus pechos. Mirando de reojo, Jorge se imaginó acariciándolos.
Para evitar problemas, ella le pidió que también se lo colocara. Viéndolo inexperto Nora lo ayudó, y recién en ese momento, reparó que el perfume de Jorge le resultaba muy incitante. La magia de ese olor hizo que imaginara fugazmente cómo sería recorrer ese cuerpo tan cercano si estuviera semidesnudo.
Ya en viaje, luego de los consabidos lugares comunes acerca del estado meteorológico (qué verano raro ¿no?), él comentó ¿ingenuamente? que después de muchos años había alquilado nuevamente Doña Flor y sus dos maridos. Sin saber cómo, y sin proponérselo ninguno de los dos, surgió el tema de la fidelidad.
Nora preguntó, con aparente interés académico y con inusual confianza: -¿Vos le sos fiel a tu novia? Ella misma se sorprendió de esa pregunta, pero ya era tarde. (Pensó para sí que le hubiera gustado que Jorge contestara: por vos dejaría de serlo, mamita).
Jorge contestó que sí con fingida naturalidad. -¿Y vos le sos fiel a tu marido?, repreguntó a su vez, (esperando que dijera que no, que para nada, ¿cuándo querés que nos acostemos, nene?).
-Yo también, dijo ella, prestando atención al tránsito y poniendo cara de "esto es obvio".
-Es raro, pero no sé si debo enorgullecerme o avergonzarme, dijo él con franqueza.
-No sé, realmente no sé, contestó Nora retribuyendo la sinceridad, (sintiéndose extrañamente confundida, intuyendo que un discurso moralista quedaría fuera de lugar, pero que tampoco era para sentirse avergonzado).
Sin darse cuenta, llegaron al lugar donde debían separarse. Nora encendió las balizas, estacionó el auto, y sin saber por qué se quitó el cinturón de seguridad, ayudándolo a él a destrabarlo.
A ella le hubiera gustado como despedida que él se acercara, pasara su brazo por sobre sus hombros, la otra mano acariciando su muslo derecho bien bronceado y le diera un beso, un beso romántico, dulce, de novela, como hacía mucho no recibía. Un beso conmovedor y emocionante.
A él le hubiera gustado despedirse con ella girando decidida, tomando su cara bien afeitada entre sus manos y estampándole un beso sensual, erótico, profundo, experto, como hacía nunca que no recibía. Un beso que fuera una explícita invitación sexual.
Ambos esperaban que la iniciativa la tome el otro, incapaces de esos pequeños gestos que dicen más que miles de palabras.
La despedida, sin embargo, fue formal. Apenas un beso en la mejilla con escaso contacto.
-Hasta el martes.
-A las 19
-Chau
Jorge caminando entre la gente, y Nora metida en el tránsito de Buenos Aires, cada cual por su lado, quedaron preguntándose: ¿A dónde van los ratones cuando se mueren?

JUANA SCHUSTER


NO LO SUPO

De pronto sentí calor, como si el clima exterior hubiese atravesado abruptamente las paredes de mi departamento.
Era la voz de Darío. Lo reconocí sin verlo. Deposité el auricular en su lugar, con un pánico súbito.
Hacia veintitrés años que no nos veíamos. Yo había abandonado el hogar, fastidiada de su carácter autoritario.
Me visualicé cuando le decía que quería aprender inglés en las Academias Pitman.
-No hace falta. Si sólo hablas conmigo.
-Quiero teñirme el pelo.
-Una mujer decente no se pinta el cabello. A parte, ¿Dónde vas?
-¿Quién te ve a aparte del panadero o el carnicero?
-¿Por qué sos tan egoísta?
-Nunca te ha faltado el plato de comida. No trabajás.Te dedicás a la casa. ¿Qué te falta?
Era inútil decirle de todo lo que adolescía. Deseaba aprender a conducir, hacer cursos de pintura, cambiar mi aspecto personal, tener amigos.
Nunca puse en duda su amor. Pero Darío era una persona rústica que repetía la historia de su padre.
Mi suegra había llevado una vida yerma.
Su voz no tenía cabida. Su casamiento fue el resultado de un matrimonio impuesto. A los 20 años, su familia consideró que era inapropiado que siguiera soltera.
Hasta que me fagocitaron los días de los almanaques iguales.
Conocí a un hombre menor que yo, en una fiesta familiar.
Me dio su número de teléfono cuando nadie lo notó.
Era un ser dulce y contenedor. Comenzamos a salir. Me alentaba a estudiar. Se dedicaba a la fotografía periodística. Tomé la decisión y fuimos a vivir juntos.
Me consiguió un empleo en su lugar de trabajo, la vida se desarrollaba en armonía.
Cuando viajaba para cubrir visualmente una nota, me llamaba con frecuencia.
Fui feliz con él. Debo confesar que extrañaba a Darío. El ser humano es impredecible. ¿Qué coordenadas nos manejan?
Julián murió en un accidente automovilístico cuando volvía de la costa. Estuvo cuatro días en agonía. Rezaba en la capilla del hospital. Supuse que me volvería loca. Me dediqué a mi empleo hasta que sucedió lo de la llamada.
Se produjo un corto circuito en mí. Las compañeras me decían que no tenía un argumento persuasivo pero que me disculpe.
¿Cómo había vivido mi ausencia?
Algo me impulsó a manejar la idea de visitar a Darío.
La casa estaba exactamente igual. Aún resaltaba la planta de Aloe Vera en el jardín. Se usaba cada vez que nos lastimábamos.
No había candado. La entrada fue fácil.
Camine por el sendero del costado, hasta llegar al patio. Nada había cambiado. Las paredes descascaradas, las dos sillas de hierro, hechas por él con la soldadura.
Lo vi. Pensé que de mi boca iba a salir un torrente de palabras, mas no fue así. El llanto me impedía expresarme.
Miré las sogas. No había ropa femenina.
Mi nerviosismo invadía el cerebro, bloqueando mis razones y argumentos.
Había tanta humedad ese día que casi notaba la fricción del aire contra la piel de mis brazos.
¡Qué blanco su pelo! ¡Qué gruesos los vidrios de sus lentes!
Lo veía todo a través de mis lágrimas, como si fuese una instantánea fuera de foco.
Me sostuve tomándome de la columna, que fue testigo de mis quejas.
¿Qué me impidió abrazarlo si quería hacerlo? No lo sé. Me fui lentamente. Me introduje en el coche y me alejé a pesar de mi estado.Darío, seguramente, seguiría durmiendo, con el mentón apoyado en el pecho.

DAVID LAGMANOVICH


................................................ MICRORELATOS

LA VISITANTE

Entró traída por un rayo de luna llena y se detuvo a los pies de la cama de él. Dijo: "Sé de tu amor, pero nuestra unión, la de un espíritu con un ser humano, es imposible por ahora. Como yo también te amo, te entregaré el don que un día te permitirá poseerme: serás escritor".

CAÍDA DEL MANDAMÁS

El mandamás se subió a una silla, frente a un gran espejo, para ensayar su próximo discurso. La silla cedió ante el peso y el mandamás se dio un porrazo. El periódico oficialista, atento a toda noticia de palacio, informó sobre el incidente con un gran título en que se destacaba la palabra "caída". Gran parte del pueblo, que había salido a la calle a festejar, fue ametrallada por la policía. La silla no fue reparada.

MARIPOSA DOMÉSTICA


Aquella mariposa se había cansado de andar revoloteando sobre las plantas del jardín: quería una vida más plácida, al amparo de las brisas y de las persecuciones infantiles. Tenía, en definitiva, el sueño de la casa propia, una casa donde pudiera descansar debajo de un mueble o en la inocente proximidad de la chimenea. Elevó una plegaria ferviente al dios de los lepidópteros y su deseo fue concedido. Cayó en un profundo sueño y, al despertar, se había convertido en una reluciente cucaracha.

EL HUÉSPED

La mujer sabía que el hombre que acogía en su casa era el asesino de su hijo, pero nada dijo. Le dejó la mejor habitación, le sirvió comidas exquisitas y fue pródiga en bebidas embriagadoras. Sutiles venenos completaron los efectos de manjares y libaciones. El último día de su estancia, el huésped cayó presa de dolores insoportables, clamando por un sacerdote para morir confesado. La mujer eligió ese momento para decir la verdad.

LOS AÑOS

Los años te han tallado, perfilado, modificado. Tu marmórea belleza ya no es tal. Si te observo con cuidado, encuentro detalles que hace años no hubiera tenido en cuenta. Es explicable: pasaron los entusiasmos de los años jóvenes. Mis emociones de ahora no son aquéllas que nos exaltaban. Estoy harto de ti y quisiera ser capaz de arrojarte por la ventana. Tú no sufrirías. Yo sí, pero mi actitud es justificable. En un rincón del taller, aun cubierta con un lienzo, simbolizas mi mediocridad como escultor.

AMNESIA

En su sueño había perdido la memoria y vagaba, ya de noche, por un pueblo desconocido. Desesperadamente quería regresar a su identidad y a su hogar. Pedía a otros caminantes que le ayudaran: nadie lo hacía. Creyó entrever una pista cuando en un papel vio una palabra vagamente familiar, pero otra ráfaga le arrancó la hoja. Preguntó por el comisario y tampoco había policía.
Al despertar comprobó que recordaba con nitidez quién era, qué le había acontecido y dónde estaba su casa. Entonces metió la cabeza bajo la almohada y echó a llorar.


Del libro Menos de 100 (2007)
Publicado en la revsita digital Con voz propia, dirigida por Analía Pescaner
-Tucumán, Argentina-

ADRIAN ESCUDERO


SECRETOS AL VUELO (o Teoría del Poder en Clave de Lennon)

A los Beatles y su revolución estética. En especial, a mi hija Rocío Carolina, versátil cantautora de rock-pop, quien me reveló un día (como coautora) los Secretos al Vuelo que la hacen, como un ángel de luz, como una estrella sideral, brillar, y brillar..., para un mundo de ciegos, brillar...
Ahora, le he preguntado a John cómo definiría, sintéticamente, su Teoría del Poder en este Mundo…
Me ha dicho: "Sencillo, Paul: Todos tienen algo que ocultar, excepto Yo y mi Mono".
Y ambos reímos.
Después vino lo serio.
Tuve en cuenta, para ello, la frase de Edgar Jackson, que dice: "Lo que importa no es lo que la vida te hace, sino lo que tú haces con lo que la vida te hace"...
Entonces, le he preguntado nuevamente a John si su respuesta ha sido una verdadera Hipótesis Científica o un mero, pero no por tal, insignificante, Acertijo Comportamental...
En este último caso, le he pedido una respuesta o develación pues he quedado inquieto, desconcertado ante sus posibles alcances o connotaciones.
Me ha dicho: "Querido, Paul: si tomas a mi Hipótesis como un Acertijo, te diría como respuesta al mismo y parafraseando a futuro a un Poeta Barcelonés, que, para el hombre recto, 'nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio'; pero, para el necio, 'siempre es triste la verdad; porque no tiene remedio"... ¿Comprendes?".
Y he vuelto ha quedar boquiabierto.
"Pero si la consideras una auténtica Hipótesis Científica (Sociológica u Organizacional, como lo expresaría nuestro común amigo Ringo, Master en Dirección de Tambores de la Facultad de Ciencias Musicales de la Universidad de Liverpool), podría demostrártela ilustrándote al respecto con un ejemplo real".
Le dije que sí. Que lo hiciera.
Y me contó entonces una historia de directores y gerentes, de abusos de autoridad, y de empleados postergados y frustrados, y de cómo alguna vez -como mínimo- "todos" tendremos que vivir ya en familia, trabajo o vecindad, los cuarenta días del Cristo en el desierto para responder, como El, sobre el uso que hemos darle, finalmente, ... al Poder.
Dominio o Servicio: he ahí la cuestión.
Después me ha dicho: "Y ahora, Paul. Olvidemos nuestras juntas y peleas en torno a la Banda. Recordemos por un momento que, desde nuestros ancestros, hemos formado parte de la imperialista burocracia darwiniana que maneja al Mundo. Somos ingleses. Pero podríamos haber sido latinos dominados hoy por los yankis del norte (hijos nuestros y del rigor). Entonces... Universalicemos Paul. Universalicemos... Pero seamos como D'Artagnan y sus tres mosqueteros. Uno para todos y todos para Uno. Porque lo que el mundo necesitará será amor"...
Sí. John había pronosticado la Globalización que sobrevolaba en esos días, pero que terminaría, en su contracara, materializándose duramente 30 años después de nuestro intoxicado lirismo hippie.
(...).
En fin: ¿Y Ud., qué optaría en mi lugar? ¿Dominio o Servicio? Porque "todos" tienen algo que ocultar, excepto Yo y mi Mono (y Radio Pasillo Local de Frecuencia Modulada, las 24 horas de día, no miente; y, lo que se oculte,...: alguna vez, alguna vez, saldrá a la luz). Y la luz será candil para el justo y fuego para el necio. Y ni siquiera lo que la Globalización oculte dejará de amanecer para oprobio u orgullo de los hombres...
"¿Paul?"
"¿Sí?"
"No insistas. Déjalos ser. Nosotros, toquemos juntos otra vez"…
… Y tocaron, y grabaron sobre un mística terraza londinense, estos inéditos e inaudibles: SECRETOS AL VUELO...
Ahora me he fascinado con los versos del viento, y el perfume de su alma inquieta:
"Qué dulce es el aroma del recuerdo / en la oscuridad / le contemplaba hipnotizada. / Era tu voz de duende, / fresca sonrisa de pino silvestre, / la que me alzaba en éxtasis hacia paisajes encantados / pleno de libertad y ensueños, /mientras jugaba con la brisa / a atrapar su vuelo / ensayando, agrietando secretos y misterios / que, en mis sueños, sólo yo develo. / Oh, sutil aroma de lágrimas, desvarío / que acongoja pensamientos y muerde espejos de soledad y ausencia. / Dios me cuida / de soltar la pasión enardecida y esbelta /pero cruel como perpetua prisión de ocultos deseos. / Caricias sin fin / enredadas en la luna clara, / con un sol semioculto en tus párpados brillantes / aclarando entre risas de enero / la densa nostalgia de un adiós sin regreso. / Sí, la penetrante noticia que detuvo mis días / se va dejando un sabor amargo / sabor de tuna que roba / la única esperanza de que seamos / dos en la tiniebla...".
/ con un sol semioculto en tus párpados brillantes / aclarando entre risas de enero / la densa nostalgia de un adiós sin regreso. / Sí, la penetrante noticia que detuvo mis días / se va dejando un sabor amargo / sabor de tuna que roba / la única esperanza de que seamos / dos en la tiniebla...".
Y he dejado en mis quince años envejecidos, un pañuelo, una muerte y una mirada vacía recorriendo tumbas apócrifas y solitarias.
Don Claudio ya no estará. ¿Para qué sirve entonces retener el influjo de mi primer poema, amanecido en sus manos el día en que comprometimos nuestro espíritu?
… y alcancé a conocer tras el velo que la cubría, y a observar a aquella señora elegante y de modales finos, cuando depositaba una flor en la pulcra lápida de un pequeño rectángulo del espacial verdor del camposanto, con sabor de tuna, y ensayar un lanzamiento olímpico hacia el recipiente de residuos más cercano, colgando de magistral tiro aquel poema vuelto estrujo redondo como su luna clara...
Lo retuve un momento entre mis difusas manos. Y luego de leerlo, lo dejé caer con su aroma de recuerdo, en la oscuridad aquella de un tacho hipnotizado, soñando en éxtasis con paisajes encantados, pero mordiendo espejos de soledad y ausencia, sin cuidarme -no hacía falta- del influjo de su pasión enardecida rumbo a una prisión sin escape de deseos fatuos; no habría quien deseara, menos yo, Don Claudio atormentado y cetrino ya en su tumba agonizante, recobrar la penetrante noticia que detuvo mis días: la verdad, una sola; ella, ya no me quería...
(...)
"¿Paul?"
“¿Sí?"
"¿Salió bien?"
"¡Claro que sí! Me hubiera gustado escribirla yo!"
"Bueno, Paul; entonces, toquémosla juntos otra vez"…

SUSANA DEL NEGRO


CACU Y SU GATO BOCHA

Bocha apareció en la vida del papá de Cacu, cuando éste, se encontraba muy solito en Buenos Aires. Había venido de un lugar que queda un poquito lejos y necesitaba un amigo que lo acompañara, por eso, una tarde de invierno, fue a una veterinaria que estaba cerca de la casa donde vivía y pidió ver algunos de los gatitos abandonados, que nunca faltan en los hospitales de animalitos, ¡Y ahí lo encontró!, era muuuy, muuuy flaco y también como el papá de Cacu estaba solito, así que lo eligió entre otros michifús -michifús es una palabra antigua, pero tú abuelito te va ha explicar que significa- y lo bautizó Bocha, ¡porque era pura cabeza!.
Desde ese día vive con él, por eso, cuando Cacu nació, Bocha ya era parte de la familia, cuando vió a Cacu se puso un poquito celoso porque creía que Daniel, el papá de Cacu, era su verdadero papi, pero después se dio cuenta que el verdadero, verdadero, re-verdadero hijito era Cacu y por lo tanto Daniel no era su papá de verdad. Entonces pensó que mejor era ser amigo de este nuevo integrante de la familia y dejó que el nene le tirara la colita, lo corriera por el patio, y que le arrojara una pelotita de goma para "jugar de jugando", al fútbol.
Ya pasaron algunos años, Cacu cumplió 5, y Bocha está un poco viejito, y Cacu quiere seguir jugando con él, como hace desde que empezó a moverse como un terremoto por toda la casa, pero el michifúz -acordate de preguntarle a tú abu que significa esa palabra-, no quiere tanto movimiento, parece que está cansado y quiere solamente dormir, tomar su leche tibia y cada tanto, cuando Cacu no lo ve, correr a los brazos de su papi adoptivo y dormirse soñando cuando eran solamente dos, y el creía ser un nene de verdad.

LA VAQUITA PETA Y SU AMIGO ABEJORRO

La Vaquita Peta es una vaquita coqueta, que, como llegó la Primavera, se puso ropa nueva, un vestidito amarillo con lunares azules, ¡que la hacer ver muy paqueta!
Guardó su traje de invierno en el ropero, ¡porque tenía un agujero!
La Vaquita Peta se pasea por el campo acompañada de su amiguito Abejorro, que le dice ¡apurate, que te corro!Los dos muy contentos juegan bajo el Sol, buscando flores, tréboles y algún caracol.

MARIA ALICIA ESCOBAR


OTRO PUEBLO

La estación del ferrocarril era lo único que había quedado de este lado del pueblo y era sólo ruinas, pese a los esfuerzos de mi vieja y yo para sostenerla, y a los de Iraola, que apuntalaba paredes y pasaba su enorme escobillón de punta a punta del andén, todos los días a las siete de la mañana. Luego los tres nos dirigíamos hasta el mástil, con una solemnidad patética e izábamos la bandera, que estaba tan desteñida que era difícil distinguir donde terminaban las bandas celestes y donde empezaba la blanca. Y estoy seguro que todos llevábamos en los oídos el ruido de la locomotora trepidando en el andén desierto, un ruido que el viento traía o alejaba, según soplara para un lado u otro. A mitad de la noche también nos despertábamos creyendo escuchar el mismo rugido, para luego, desconcertados, sentir sólo los embates del viento contra el edificio de madera que crujía. Por las vías muertas, que apenas se veían entre el malezal, andaban los pollos de mi vieja y alguno que otro chango venido del otro lado del pueblo con su gomera en la mano. Los días y los meses se hacían largos porque ya no había que esperar el tren y todo lo que el traía: los polvorientos viajeros, de paso por el país, que salían a estirar las piernas y a tomarse algo en el café de Yiyo; el correo; las encomiendas… Hasta Yiyo nos había traicionado, yéndose para el otro lado del pueblo, ahí donde la fábrica había levantado sus feas chimeneas, sus altos muros de cemento de hierro, y había puesto un boliche de esos modernos, con máquinas tragamonedas, con un televisor a color, y ahí iban los chicos que trabajaban en la fábrica -decía mi vieja- y estaban mudos, solos frente a sus máquinas, y no hablaban entre sí ni se contaban nada, como hacíamos nosotros cuando nos reuníamos frente a una ginebra. Y claro, dice mi vieja que ahí nadie escucha porque el ruido es infernal, igual al que ellos hacen con sus motos cuando salen de la fábrica, puro bochinche. Hasta aquí no vienen porque el malezal los detiene y aquí se muere el pueblo. No tienen dónde gastar su plata y no creo que quieran escucharnos a Iraola o a mí, contándoles las cosas que me había contado mi viejo, de mi abuelo y de cuando el ferrocarril llegó hasta aquí dejándolos tan azorados como lo estamos nosotros ahora, viendo desaparecer todo lo que levantamos…años y años de esfuerzo.
Una cinta de asfalto cruza la cordillera, dice mi vieja, y hasta hicieron túneles con luces de neón y el pueblo está todo cambiado…asfalto por todos lados, que lo parió, y nosotros metidos aquí como en un museo, recorriendo los tres con paso lento el andén, de manera que el tiempo se gaste en alguna cosa que no sea solo machacar los recuerdos.
A las seis de la tarde, en invierno, y a las ocho en verano, vamos los tres hasta la punta del andén y arriamos la bandera. Luego tomamos mate callados, escuchando el viento que llega desde la cordillera. También jugamos a los naipes, Iraola y yo, mientras mi vieja limpia los cacharros y nos cuenta cosas del pueblo, porque ella es la única que baja, a traer comida y un poco también a distraerse, creo. Así que al primero que subió lo miramos como quien ve a un marciano. Traía puesta una campera oscura, con el cuello levantado, el pelo corto erizado por el viento, las manos en los bolsillos. Y empezó a hacer preguntas. Iraola y yo tardamos un rato largo antes de entrar en confianza, pero era bueno tenar alguien con quien hablar y el chico parecía estar buscando algo, no se qué. De repente nos dimos cuenta que las cosas, cuando uno se las cuenta a un extraño, toman un color distinto. Iraola y yo ya nos conocíamos demasiado y los recuerdos de uno y del otro se no habían llegado a mezclar de tal manera que parecíamos paridos por la misma madre. El chico se quedó con nosotros y hasta tomó mate, aunque a la legua nos dimos cuenta de que no le gustaba nada, pero los ojos miraban ávidos las paredes ruinosas, los muebles llenos de polvo, los biblioratos envejecidos. Se fue tarde, cuando ya el viendo soplaba de tal manera que había que caminar doblado.
Después empezaron a venir los otros. Y también hacían preguntas. Iraola y yo nos esmerábamos para contarles todo con lujo de detalles, tanto que hasta parecían estar viendo el otro pueblo o creían escuchar el ruido de la locomotora. Todos llegaban a pie, porque sus motos no podían no podían entrar en el malezal; todos llevaban camperas oscuras, con el cuello levantado; todos tenían un rostro duro y ávido; todos parecían estar buscando algo, no sé, algo que se les había perdido. Iraola hacía mate y algunos tomaban y otros miraban a los que tomaban y hacían bromas. Parecían buenos chicos y mi vieja estaba contenta. Por eso no les dijimos que no cuando nos pidieron que nos pusiéramos nuestras viejas gorras, nuestros descoloridos mamelucos y nos sacaron a los tres, en procesión por el pueblo, un domingo en que el viento soplaba con tanta furia que casi no avanzábamos entre el gentío que se había agolpado a los costados de la calle, sólo para vernos pasar.

IVANA SZAC



Le rompen la sonrisa
con un disparo en las sienes
desea matar
pero no puede,
se suicida en lamentos.

oOo


Se produjo el terremoto
rebalsó
la traición hasta en las uñas,
se rompen los candados
los enemigos libres.
Un viento seco
traiciona los sentidos
me expulsa de todo.

Nervios supuran
como baba de caracol.

Un sol habitado de muertos
me lastima
y Dios pelea con mis fuerzas.


oOo



La poetisa se oscurece
rompe los barrotes
le toma la mano a Pizarnik
vuela con sus alas negras
deliran juntas en el aire pesado
se retuercen en el barro.
mientras las palabras frías
las acarician y las apuñalan.

El sol púrpura
me duele
encarné en miles de fantasmas.
Edifiqué razones
para sobrevivir a pesar e la venganza
fusilaron mi espíritu
pero no demolieron
mi conciencia.


CLAUDIO PIERMARINI


LA NECESIDAD DE LO CONTINGENTE

Un jueves
encontré a Dios en un cineclub.
Era morocha.
De Aries.



ANDREA


Ya sé, amor,
que en un momento cualquiera
moriremos,
porque el misterio,
que hoy nos da el latido,
es apenas un hilo delgado.
Y sé,
que por más
que hondamente lo indaguemos,
nunca sabremos
a dónde dan las puertas de la muerte.

Pero, ¿acaso no es bello estar aquí,
acariciando entre tus piernas
tu boca secreta,
mientras alzo tu pollera
y tus párpados se caen?



TRIBUNALES POPULARES

¿El día del juicio,
podrá Dios redimirse
con haber sacrificado un Hijo?