jueves, 27 de junio de 2019

Carlos Margiotta


Escribimos para ser leídos 
Carlos Margiotta

En épocas de crisis como la actual, donde prevalece el olvido sobre la memoria negando la historia reciente, donde reina el dios del consumo con desmesura, donde observamos la ruptura de los lazos sociales de manos de la xenofobia y marginación, donde se exalta la violencia, el maltrato, el abuso y otras calamidades, podemos pensar la escritura como una forma de resistencia, una manera de tejer nuevos vínculos, para anudar en una red los valores que nos convirtieron en buenas personas.  

Escribir es reparar, es apostar a la vida contra la muerte, es curar heridas, buscar nuevos sentidos,  rescatar recuerdos buenos o malos, acariciarnos con palabras buscando al otro.
 
Escribir es emocionarse y emocionar al lector.  Entonces escribimos para no olvidar, para disminuir la velocidad con la que vivimos, para recuperar lo que se ha pedido, para detenernos a pensar lo cotidiano y pensarnos a nosotros mismos.
 
Escribimos para no morir, para la posteridad, para encontrarnos con el otro, escribimos para ser leídos.  
 
La relación entre el escritor y el lector puede pensarse como un puente entre dos orillas. Ambos se miran, se gustan, se atraen, y pueden llegar a amarse en la medida que se animan a cruzarlo. Un puente hecho compartiendo fantasías.  
  
Escribir es construir una historia con restos de lo vivido, con lo que nunca pasó, con lo que se perdió, con lo que pudo haber sido. 
  
El escritor deberá quitar lo superfluo de la historia, lo innecesario, para contar lo esencial para que después el lector complete el texto. 
   
 Escribir es contar mentiras que contienen una gran verdad. La escritura es mas pobre pero mas clara que la vida, dice Kafka. Pero lejos de refugiarse en la literatura por debilidad frente a la vida, se aísla para crear y recrear la vida. 
  
Basta observar cualquier hecho cotidiano: Una chica hablando por el celular en el subte, un portero baldeando la vereda, un chico jugando en una plaza, una pareja besándose en una esquina, un tipo caminado con un  maletín en la mano, dos mujeres solas en un café, para tener una historia que contar.  

Tanto el acto de escribir como el de leer se hacen en privado, como la sexualidad. Los dos se encuentran en ese espacio secreto, como un acto de amor, se van acercando, conociendo, hasta que ambas historias comienzan a ser una.  
   
La literatura y la vida confluyen en un punto, y no se trata de escribir bien o mal, se trata de sentirse un escritor, de transcurrir lo cotidiano desde otra mirada, desde el lugar del contador de historias.    
La literatura es un borrador donde se puede escribir y reescribir mil veces una experiencia hasta el punto final, cosa que no podemos hacer en la vida.   

En el Taller de Escritura nos reunimos para soñar juntos, para compartir historias, para resistir  a la realidad, para sentir, para expresarnos, creando,   
     
El Taller es un espacio de intimidad, allí somos libres para inventar cualquier historia bajo el disfraz de cualquier género. Allí  podremos ser Napoleón o un pordiosero, María o Magdalena, un niño o un anciano, una esposa o una amante.
    
El Taller es un espacio para relacionarnos con otro que resuena en la misma frecuencia, compartiendo la misma pasión, la misma voz, la misma lluvia.

David Slodky

El cuervo

-¡Le pedía a Dios que me saque esas mañas! ¡Le rogaba! Pero nunca pensé que le hacía daño. ¡Si yo formé una familia para la felicidad! No le voy a mentir, me sentía bien haciéndolo, y entonces creía que ella también… Claro, lo ocultaba, porque sabía que estaba mal. Pero ella nunca se quejó… Yo le hacía una seña nomás, y ya se venía. Sin una palabra. La miraba fijo, nomás. Además, cuando ya no quiso, no la obligué. Y después, durante años, tuve que aguantarme su cara de culo, su falta de respeto. Y ahora, que ha pasado tanto tiempo, se hace la sufrida y me viene a denunciar… Por una macana que me mandé hace años. Bien dicen cría cuervos para que te piquen los ojos. 


No quise

Estremecido, todo salpicado, me refriego con detergente, con kerosén, con piedra pómez. No me sale. Me pongo bajo la ducha, una hora, dos. ¡Cómo se los explico a los chicos! ¡Cuántas veces se lo advertí, le pedí, le rogué que no lo hiciera! Y terca, obstinada, necia, como buena gallega, otra vez me provocó.


Carlos Grimberg


                             Tiempo de Julieta  
                                                Carlos Grimberg

Julieta se acercó a la ventana y miró con emoción el cielo estrellado de su pueblo natal, pronto cumpliría cuarenta años y sintió necesidad de volver a la casa de sus padres, no sabía porqué, pero presintió que ese fin de semana sería vital para su vida.
No se lo explicó a su marido ni a sus hijas, simplemente sacó boleto y se fue.
No hubiera podido explicarlo…
La casa le pareció inmensa, vacía, ahora que sus padres ya no estaban y su hermana menor residía en Buenos Aires.
En su habitación, encontró el viejo espejo plateado y se miró largamente en él, en ese vidrio se habían reflejado mil julietas, siempre más jóvenes, mucho más potentes, eternamente invencibles. Ahora el espejo se alegraba de recibir nuevamente a su vieja amiga, inexorablemente más madura, mucho más débil.
Por un instante no supo qué hacía allí, la brisa le traía olores conocidos que le perfumaban el alma. Era medianoche y las campanas de la iglesia comenzaron a repicar… 1, 2, 3…10, 11, 12…13!!!!
Como un rayo, en una fracción de segundo, entendió todo. Sintió terror y curiosidad, giró sobre sus talones y su corazón pareció detenerse…
La joven le sonreía desde la cabecera de su cama, estaba sentada con su cabello corto y la miraba. Julieta se acercó lentamente y se sentó a su costado.
Había emoción en los dos rostros, iguales lágrimas y las mismas sonrisas, al unísono extendieron sus manos para tocarse pero no lo consiguieron, tal vez les falto sólo un átomo de distancia…
Era una cita en el tiempo. Ella recordaba que hacía veinte años, la única vez en su vida que había oído repicar las campanas trece veces, había visto a una mujer en su cuarto, de larga cabellera, de espaldas, mirando por la ventana.
Se observaron durante varios minutos, las lágrimas rodaban de ambos rostros con igual ritmo.
Julieta habló.
-No sabía que te esperaba, pero te esperaba, tengo muchos consejos e instrucciones para darte.
-Yo estoy aquí para recordarte muchos ideales, sueños y proyectos -replicó la joven.
Julieta sentía amor por esa jovencita, quería estrujarla en un abrazo, beberla, pero no podía moverse.
Hablaron durante largo rato y comprendieron que había llegado el momento de separarse.
Julieta le dio instrucciones precisas de cómo y dónde encontrar a su futuro marido, al fin y al cabo de ello dependía el nacimiento de sus dos hijas, le recomendó que se dejara crecer el cabello y que se comprara aquella blusa negra calada que tanta vergüenza le había dado.
La joven le recordó, entre otras cosas, sus deseos de estudiar física en la universidad y rieron evocando aquella vieja utopía de fotografiar el tiempo…
Se besaron con el alma.
Julieta se sintió plena, un júbilo la invadía como sólo una vez en la vida había sentido.
Se incorporó lentamente y se acercó a la ventana.
Afuera, una mujer de pelo largo, de unos sesenta años, la miraba afectuosamente; estaba suspendida a cinco metros por encima de la calle, montada en un extraño aparato, mientras se calzaba su casco de astronauta y con una sonrisa y su mano extendida, le dijo: “Nos veremos”.
.

Ester Mann


El retorno  

Ester Mann


Cantaba y gritaba mientras iba bajando de la montaña. Todo mi cuerpo ardía de excitación y gozo. A pesar del dolor en el pie hubiera querido saltar y bailar, pero avanzaba con lentitud, todo lo rápido que la herida me lo permitía. A lo lejos vi brillar las vías del tren y a los pocos minutos pasó uno hacia el norte. A mi me daba lo mismo norte o sur, sólo quería llegar a la estación más próxima. Necesitaba con urgencia un hospital, por lo menos un médico. Mi suerte, que pareció cambiar al encontrar la piedra, me traicionó una vez más cuando me di el hachazo en el pie. Hacía meses que no veía un ser humano: en el invierno mis compañeros habían resuelto irse. Yo me quedé. Después de casi un año de cavar, alejados de la civilización, ya no nos soportábamos, o, mejor dicho, ya no me aguantaban. Yo no tenía nada mejor que hacer ni familia que me esperara. Quise seguir intentando y, además, quería abrirme, estar solo... El mapa de la mina lo había dibujado con un tizón en la tapa de mi mochila y por las dudas, lo bordé con el hilo de coser. Traía en el bolsillo un diamante del tamaño de una mandarina.
-Espero que en la estación no se me asusten los negros: la pinta que debo tener con el pelo y la barba largos, sucio y rotoso, con un solo botín, el pie vendado con una camiseta y con una rama por bastón... Otro tren, esta vez hacia el sur. A mi derecha las vías se curvaban y también éste disminuyó la velocidad para tomar la curva. Tal vez pudiera treparme sin necesidad de caminar hasta  una estación... Calculé que en una media hora llegaría a la vía. No tenía un centavo, palpé el bolsillo con el diamante: con él me sentía seguro.

                                                                               *

Bueno, esta vez mi perra suerte se había portado, ya estaba en el tren y después de tirarme en el primer asiento que encontré, en un vagón vacío por completo, y descansar un rato, empecé a caminar hacia el primer vagón. Todo vacío, ni un solo pasajero. Esto sí que era raro! No había locomotora, era un tren automático, sin conductor, una computadora con luces que se prendían y apagaban lo dirigía. Me dio una especie de escalofrío pensar que era el único ser humano que viajaba y quise bajarme lo antes posible. Pasamos como una ráfaga por dos paradas sin detenernos y decidí que esto era demasiado para mí, en la próxima oportunidad que el tren disminuyera la velocidad yo me tiraba. Y así lo hice. En una curva cerrada que capté de lejos, el tren redujo la marcha y yo me tiré. A unos trescientos metros distinguí algunas casas y carteles de propaganda. Me dirigí cojeando hacia ese lado.

                                                                              *                                       

Ni un alma! Las calles vacías me asustaron. ¿Qué estaba pasando? Entré a un negocio con pinta de almacén. Adentro, el polvo que cubría los mostradores, las telarañas en la máquina de cortar fiambre, el inusual silencio me angustiaron como nunca antes en mi vida. Los peligros que afronté en el pasado no se comparaban con esta soledad. Ni perros ni gatos: nada, ni un ser viviente. El almanaque que colgaba de la pared señalaba el 12 de junio del 2006, el invierno pasado. Si yo no me equivocaba, era la fecha aproximada en que mis compañeros se habían ido. Pero, por supuesto no tenía idea de hacia qué dirección habían partido. Salí del almacén y empecé a caminar por las calles del pueblo. Dos o tres semáforos seguían funcionando, pero ni un solo coche en la calle. Entré a una casa que tenía la puerta abierta de par en par. Nada, todo ordenado, la heladera funcionaba y había comida en buen estado. Me preparé un café y comí lo que encontré. Mi cuerpo no me permitía sumergirme totalmente en el terror y me exigía ocuparme de él. En el baño, me lavé y desinfecté la herida. Me vendé el dedo y me puse el otro botín. Me afeité y me corté un poco el pelo. Seguí recorriendo el caserío. En todos lados lo mismo: puertas sin llave, heladeras con comida. No había sido una huída precipitada. No había cadáveres, eso descartaba una enfermedad o guerra atómica o terremoto. En una calle lateral vi un camioncito bastante viejo. Las llaves puestas como si alguien hubiera decidido viajar pero hubiera cambiado de idea a último momento. El tanque estaba casi lleno. Decidí dirigirme al norte que era más poblado. Empecé a viajar pero a los dos kilómetros me di cuenta que iba hacia el este, en dirección a la costa.... El vehículo no respondía a mis golpes de volante. Al tercer intento me bajé del auto furioso, desorientado, sin entender qué ocurría y más asustado aún que antes. Tuve que reconocer que me daba lo mismo ir hacia la costa, que algo que mi mente no podía captar estaba ocurriendo. Un campo magnético, se me ocurrió, y eso me tranquilizó. Apreciaba una levedad en el aire, mi cuerpo parecía haberse achicado, me sentía más liviano y el pie ya no me dolía. La radio emitía solo sonidos de estática, pero puse una cinta de música brasileña que encontré en la guantera y me largué a cantar a gritos. De pronto me sentía muy bien, alegre, lleno de vida, hasta eufórico. 
Dejé de hacerme preguntas. Había viajado unas dos horas cuando una cantidad de autos estacionados en todos lados me impidieron seguir. La ruta estaba cortada, eran cientos de coches vacíos. También yo dejé el camión, tomé mi mochila y caminé sorteando los automóviles. Según el cartel que había visto faltaban cinco kilómetros para la playa. Caminé durante veinte minutos, los coches comenzaban a ralear. En los claros, al lado de los árboles, recostados en las rocas, sobre el césped, en todos lados había grupos de personas muertas. Parecían familias enteras, al lado de muchas yacían perros o gatos, también muertos... 
Sólo la ropa me informaba del sexo de los cadáveres, ya estaban en estado de descomposición, aunque no muy avanzado. No olí nada, el aire seguía limpio y calmo. No sentí asombro, sino conformidad. Consideré que todo era como debía ser. Seguí caminando pero ya no para observar, sino para encontrar el lugar apropiado para mí. Llegué al mar, muy cerca del agua había una gran roca vacía. Me recosté, saqué el diamante del bolsillo y lo coloqué frente a mis ojos. Ya estaba listo para unirme al resto del género humano... ■


Silvia Bennoun



Solamente ellas, 
y nada más que ellas 
Silvia Bennoun

¿Quien fue ejemplo en mi vida, quien dejó marca? Te voy a contar... 
La historia de mi abuela en la Alemania nazi, dejó en mí una lección de valentía que sólo surge en situaciones límites.  Ella me heredó su historia. Otra historia fue la que yo con ocho años miraba. A ella, a esa mujer  con una discapacidad en sus piernas, sola, totalmente sola, cociendo ropa en un ambiente con un patiecito que daba a una escalera en el primer piso por donde yo subía llamándola desde abajo, para que cociera la ropita a mi muñeca  de trapo. Así pagaba los estudios de su único hijo, que más tarde se recibiría de médico. Yo con una mirada infantil, sentí el amor hecho cuerpo en esa mujer.  Algo de niña ya despertaba en mí  ese interés por las mujeres que son ejemplo.  Que a pesar de todos los sinsabores de la vida, arrasan con todo, cada noche cada mañana.  Esas mujeres pobres pero ricas de afectos,  de corazón, que al verlas hacen que tus días sean más suaves y tus noches más brillantes. Historias de transformación, de cómo seguimos caminando, de cómo continuamos después de guerras, de tragedias  de catástrofes externas que rompen en pedacitos muy chiquitos tu Alma y que aprendemos a juntarlos uno a uno hasta pasar del más intenso dolor al deseo de vivir el deseo. Y hoy día quiero recordar a quien es ejemplo en mi vida hoy. También es una " ella" ,que se levanta desde su cuerpo y habla aunque no hable de ella.  Y yo conservando esa mirada de niña aún, la veo muy pensante. A pesar de todo lo que ha pasado sigue adelante con su dignidad de mujer. Sí, eso, eso dejó marca en mí.  " dignidad de mujer". El  " si, se puede" se hizo carne en mi piel, como tatuada a fuego. La vida es la más difícil aventura, y no hay título que valga cuando te enfrentas a ella. Cuando la vives desde las entrañas. Y vos me desafías con " mi ejemplo en la vida"? Son ellas ,siempre ellas, ese tipo de mujeres que llenas de golpes, bellas hasta el Alma, luchadoras, a las que veo todavía con mirada asombrada,  abrazándose,  sonriendo, amando y diciendo con sus actos "si se puede" a pesar de todo, venciendo a la Soledad,  venciendo a la tormenta.  Esos son mi ejemplo en la vida. Ellas me enseñaron a desafiarme cada mañana.



Liliana Bellone



Poemas Liliana Bellone 

EL ERRANTE
La sombra de Aquiles merodea los mares
Y va expandiendo su cuerpo de humo sobre la espuma verde y salada de la luna.
En tardes de viento, cuentan los marinos,
Silba con furia de siglos
Y la certeza agujereada de una flecha
Todavía brama y levanta oleajes montañosos
De homicidas erinias y nubes panzonas de tempestades.
Cuentan que, trastrocado en pájaro, vuela por el cielo
Y que va reconstruyendo su rostro en el espejo negro el mar,
Que se ha hecho trizas en los dientes filosos de la noche.
Cuando el firmamento se viene sobre la tierra
Y la abraza
Emerge del agua y es un nada deambulante y sola
Que se enrosca en la cintura de la noche
Para caminar su agonía, despedazada en átomos de silencio
Y miedo.

LITERATURA
                             A Jorge Luis Borges
Sacúdeme literatura, tragedia, Homero,
Sacúdeme el alma desde tu carnosa
Respiración, sacúdeme y muéveme,
Arrójame a la nada con tu inventario
De guerreros, doncellas y caballos
-Huye la doncella sobre el jabalí blanco
Por los ríos, las fuentes, los mirtos-
Yo sueño.

ORESTES
En ese tiempo las invasiones
Presagiaban nubes de fuego
Y pestes
Entonces subí a la pira
Y rogué a los dioses
Por ti
Que eras más hermoso
Que los dioses
EL RAPTO DE PROSERPINA
Van los otros…van los astros
Y nosotros…el gliptodonte
Decimos
Nosotros.
Anula
Ya la erudita
Descripción
De occidente.
Anulemos los pequeños andrajos
Materia mía
Ráp-ta-me
Como a la pequeña Proserpina.


Susana Kleiban


                                      MI CHAD  
                                                   Susana Kleiban
  
A esta altura de mis ratones poco importa si tengo amante. Porque yo ya he creado un Chad en mi cabeza y en verdad me reconforta traerlo a casa en momentos en que estoy aburrida. Mi Chad es un poco callado, pero su sonrisa hace que sus ojos color café queden casi entrecerrados a manera de guiño picaro. Su piel de marino, a fuerza de recibir el sol de tantas travesías es algo áspera, y eso lo hace más recio. Su cabello de color magenta es lacio y cae sobre su frente en una especie de jopo adolescente. 
Su voz apenas ronca susurra paraísos agridulces y su aliento mezcla de tabaco y oporto acerca bocas a labios indecisos. Sus hombros son macizos al igual que sus largas y rectas piernas. El torso sus glúteos y su sexo parecen estar cincelados por un artista que no buscó la perfección si no la sensualidad que rompe barreras y prejuicios, y se nutre de jolgorios ancestrales vividos a plena carne a pleno grito a pleno orgasmo milenario. 
Mi Chad sabe de poesía, mi Chad toca jazz en su piano y sabe arrancarme lágrimas cuando entona blues junto a mi oído. Es que Chad tiene la virtud de no parecerse a nadie. Es único y sus brazos juegan con mi cuerpo, dibujan espirales y terminan ardientes con mis noches vacías. Chad no pregunta, no adivina, crea historias nuevas en medio de amaneceres sin noche y suspiros de sábana y madera. Ah! Y lo más importante: Chad es tan discreto que se retira de mí cuando despierto.



Arturo Raúl López


AGUA 
Arturo Raúl López

¿Para qué escribir?...¡Valiente ridiculez!...
Quiero convencerme a mí mismo de lo que ya estoy convencido…
Y quiero tratar de entender lo que entiendo perfectamente…y que pese a todo, no entiendo…
Triste remedio mejorado del suplicio de Tántalo: teniendo a mano agua, la dejé escurrir entre mis dedos, estando sediento. Y estaba al alcance de mis labios…
Cuándo la tenía, la dejé escapar y ahora que escapó, siento que la preciso. Como antes. Como siempre…
Agua… Agua…
¿Por qué? ¿Por qué?
Las nubes, que todo lo envuelven como manto de algodón, saben de mi pena. Ellas, que conocen los secretos que el día le cuenta a la noche y ésta encierra en el seno de la tierra…
Ellas, que saben de las confesiones que la luna le arranca al sol cuándo éste se halla convaleciente luego del algún eclipse…
También ellas tienen su penas. Por ello desaparecen en brazos  del viento, para ocultar su dolor.
El viento, ¡un enemigo a muerte que las ayuda a huir!...
Son las nubes, si, las que entienden mi pesar. Lo entienden porque nuestro pesar es el mismo.
Como yo, están solas, precisan compañía…Aunque, como yo, se encuentren acompañadas, rodeadas de semejantes…
Tal vez algún día las nubes encuentren -¿o por qué no “re-encuentren”- esa compañía esperada. Entonces chocarán, y llorando de felicidad, se transformarán en llanto. O lluvia. ¡Que al fin también es agua!.
Quizá no la encuentren. Entonces, en brazos de su benefactor enemigo -Eolo- se dejarán llevar hacia el infinito, hacia los espacios siderales, hasta llegar quién sabe dónde…Tal vez a otros mundos, en dónde hallarán nuevos secretos de nuevos soles y lunas, de días y noches. Más a lo mejor, esos mundos no tienen luz. Sería la noche eterna.
O quizás allí se  haya sobrepasado ya el período de las sombras y las penas.
                           
                                                                                                                          30/12/1949

Jenara García Martín



VIVIR SENTENCIADA 
Jenara García Martín

Flavio en aquellos días se sentía muy triste, porque un compañero automovilista, tras un grave accidente en una carrera en Francia, resultó muerto  y decidió viajar a Suiza para visitar a su amigo Claudio quien estaba internado en un sanatorio especializado en el tratamiento de enfermo que padecían tuberculosis. Ambos se encontraban en el salón de entrada del Sanatorio ambientado para que a los internos autorizados por los especialistas les fuera posible recibir visitas, cuando observaron que llegaba una bella mujer acompañada de un joven, alto y apuesto, aparentemente de su misma edad, que les sorprendió, y Flavio no pudo por menos de preguntar a su amigo.
-¿Están también enfermos esos dos?
-Sí. No se diría, verdad? – Respondió Claudio-, pero sucede con frecuencia. Durante algún tiempo  se tiene el aspecto de gozar de excelente salud. Después ya no, y entonces hay que dejar de pasear.
Pasados unos minutos  se acercaron a ellos dos y Claudio hizo las presentaciones respectivas: Flavio, Ella es Dolly, residente del Sanatorio,  francesa, hija de polacos y él, Albert, se hospeda en un Hotel cercano: Flavio,  un amigo, corredor automovilista.  -“Una belleza frágil” -  pensó  Flavio.
Dolly insistía ante el joven acompañante en salir del Sanatorio aunque fuera sin permiso y se aproximó a Flavio para que  aceptara  le acompañara cuando se fuera, a pesar de que ni se conocían.   Y le comentó,  que  el día anterior había fallecido en el Sanatorio, una amiga. Se llamaba Anne. Y que era tal la angustia y la tristeza que debía de ocultar que ya estaba al borde de la desesperación;  por eso necesitaba salir del Sanatorio, aunque fuera sólo por un día y que con él era posible, pues ella conocía la manera de hacerlo sin pasar por los controles de la vigilancia habitual. Flavio le dijo que le parecía peligroso, pero que después de la cena lo hablarían. Lo comentó con su amigo,  a quien no le extrañó el atrevimiento de Dolly, dado que la muerte de la joven Anne le había afectado al extremo. Se querían mucho y era razonable que necesitase  salir a respirar  con libertad.
Dolly antes de cenar  había subido al primer piso para ver una vez más a su amiga muerta. Parada delante del féretro, instalado en una habitación pequeña y fría, junto al montacargas, se sintió aterrorizada ante la idea de terminar como ella. Sin embargo, ese era su destino. También a ella la sacarían por la puerta de atrás a escondidas y de noche, para no alarmar a los demás pacientes. Con los nervios alterados, y aterrorizada, volvió a su habitación y se sentó en una silla junto a la ventana, pensando: “Tengo veintidós años,  la misma edad que Anne. Estoy aquí desde hace cuatro.  Antes existió  una guerra que ha durado casi seis. ¿Que sé yo de la vida?  Destrucción, lágrimas,  angustias, ver la muerte de mis padres, el hambre  y esta enfermedad  que se llevó a mi hermana y pronto será mi turno. Recuerdo sólo,  la lluvia de las bombas, las explosiones, la oscuridad como la noche, la devastación…No puedo imaginarme siquiera el aspecto de una ciudad en tiempo de Paz”
Y siguió mirando por la ventana observando la puerta del servicio fúnebre del Sanatorio donde había estacionado  un “móvil- tipo trineo” que más tarde, silenciosamente, se llevaría el cuerpo de Anne. Cuando Albert, el joven que pocas horas antes la acompañaba, la llamó por teléfono,  ya estaba algo más calmada y pudo responderle:- Sí Albert. Soy consciente de que también mueren muchas personas de otro tipo de enfermedades y que de la tuberculosis se están curando. Los nuevos tratamientos con los avances de la ciencia son eficaces y están obteniendo buenos resultados en algunos pacientes. Sí…Sí… soy razonable. Sí…Te quiero, eres mi amigo.  Pero ahora no te molestes en subir a buscarme –, y colgó el auricular. Y se dijo a sí misma que no había motivo para ser razonable, pues llegaría el momento en que su  cuerpo sería sacado de noche por la puerta de servicio y a escondidas.
Decidió no quedarse sola esa noche. Saldría del Sanatorio como fuera. Eludiría la vigilancia de las enfermeras acompañada por el amigo de Claudio. Se pusieron de acuerdo, después de la cena,  y salieron juntos sin ser vistos. Aquella noche hablaron de todo y se divirtieron en el ambiente del Bar del pueblo cercano y Dolly  procuró estar alegre, aunque interiormente sentía una profunda pena. Volvieron en trineo y entraron al Sanatorio en la misma forma que habían salido,  para evitar los descubrieran.

-No sirve de nada, ¿sabe? – Comentó Dolly antes de entrar en su habitación-. Se puede olvidar pero no se puede huir. Gracias. Perdone,  no he sido una buena compañía. Pero esta noche me era imposible estar sola. 

-Yo tampoco podía quedarme solo– respondió Flavio -, desde que supe que mi compañero ha muerto, no puedo dejar de pensar en él. Creo que tampoco he sido buena compañía, pero nos hemos evadido del fúnebre pensamiento. Mañana hablaremos, Dolly – .Y se dieron las buenas noches.

Al día siguiente Flavio se despertó de mal humor. La noche anterior había bebido demasiado y tenía dolor de cabeza. Cuando salió a la calle, para despejarse, compró  un espléndido ramo de flores para Dolly, que vio en una florería cerca del Sanatorio. Dolly las recibió expresándole su agradecimiento, manifestándole que después se encontrarían en el salón de entrada. Pero inmediatamente se dio cuenta que aquellas  orquídeas eran las que llevaba el ataúd de Anne.  Le pareció un delito que alguien hubiera negociado con esa ofrenda y ahora… ¡Tenerlas ella en la mano! horrorizada, las arrojó por la ventana, quedándose mirando al horizonte, pensativa.  Se sobresaltó cuando la enfermera fue a buscarla. Aquel día estaba citada para control médico y había llegado su turno. Una vez hecho el reconocimiento, al observar el rostro del médico cuando la hicieron pasar al consultorio invitándola a tomar asiento frente al escritorio y  ver las radiografías en su carpeta,  se dio cuenta que no era muy satisfactorio el resultado y le rogó al médico que le dijera la verdad.

-Está bien,  si usted así lo quiere, le diré la verdad: “Ha empeorado”  y tengo que recomendarla que por unos cuantos días, debe guardar reposo..

-No puedo estar siempre acostada.  Es eso lo que me produce la fiebre. Me parece que voy a enloquecer-,  contestó alterada al salir del consultorio.

La enfermera la acompañó de nuevo a la habitación, obligándola a seguir las indicaciones del especialista.

Y aquella noche alteró las indicaciones y salió de nuevo,  sola,  y entró al bar más elegante del pueblo donde sabía encontraría a  Albert, que aunque sufría la misma enfermedad, el tratamiento le permitía hospedarse fuera del Sanatorio. Él al verla la reprendió recomendándola volviera al Sanatorio, mas Dolly no le hizo caso, mientras,  bailaba con Flavio que se encontraba entre los esquiadores, a quién como en un susurro le dijo:

-Sabe por qué desobedezco, porque mi amiga Anne,  siempre hizo todo lo que le prescribían. “Todo – Todo” y mire donde está ahora. Y por eso le pido, por favor, que cuando se vaya me  ayude a irme con usted. Quiero vivir fuera del Sanatorio el tiempo que me quede de vida.  Nadie debe enterarse. Una vez que lleguemos a Roma, nos despediremos.

-¿Está segura de la decisión que ha tomado?

-Sí, totalmente segura. Cuando usted tenga decidido el día de  su partida, me avisa para volver a preparar la maleta. Sabe que me he enterado que antes de mi amiga Anne,  han muerto dos internas más. No siempre tenemos conocimiento de los  que fallecen. No quiero ser una más.

-¿Por qué dice, volver a preparar la maleta?

- Porque cada vez que me entero  de la muerte de algún paciente, preparo la maleta para escapar de este encierro, antes de que sea yo  la que salga en el “trineo fúnebre”. Y no he tenido esta oportunidad. Por eso se lo suplico a usted. Tenga compasión y ayúdeme a salir.  Le repito: en Roma nos despediremos. Ahí reside un tío que administra el poco dinero que poseo y es él quien me deposita todos los meses lo que necesito en el Sanatorio. Que como se puede imaginar no es una gran cantidad. En su casa me hospedaré  mientras mi  salud me lo permita.

Sanatorio. Que como se puede imaginar no es una gran cantidad. En su casa me hospedaré  mientras mi  salud me lo permita.

Flavio asombrado de la decisión que tomaba Dolly, mas entendiendo los motivos, aceptó sacarla del Sanatorio en su compañía y estuvo de acuerdo con las indicaciones que ella había propuesto.

Y por fin,  llegó el aviso de Flavio, con toda la discreción, anunciándola el día y la hora

Una mañana su amigo Albert la encontró preparando la maleta. Ya otras veces la había visto hacerlo,  pero ahora le sorprendió.

-¿Por qué haces la maleta a esta hora? –  preguntó.

-Esta vez Albert,  me marcho de verdad –, respondió resueltamente Dolli -.. Hoy mismo en el coche con Flavio. Pero no pienses en cosas extrañas. Me marcho con él porque no tengo el valor de hacerlo sola.  Una vez en Roma nos separaremos. Ya sabes que en Roma está mi tío – continuó diciendo Dolly y cuando volvió la cabeza, vio el rostro turbado de Albert, y le increpó.

-¿Qué quieres,  que me quede contigo?

Albert hubiera querido que se quedara con él,  pero  comprendía que Dolly le dejaba porque estaba  enfermo. Y su meta era huir, no de un hombre, sino de una enfermedad.

-Adios,  Dolly –dijo desesperado y salió de la habitación.

 -Perdóname, Albert. – Albert ya no le escuchó.

                                                                             CONTINUARÁ


Teresa Godoy


                               ¡QUIÉN DIRÍA! 
                                                  Teresa Godoy


Cuando Betty Burgos festejó los setenta, en el año 2.016, nadie sabía realmente su edad, nunca quiso decirlo. Esto tiene su explicación. Ya viene de sus tías nonagenarias, que no querían aflojar sobre el asunto. Recién, después que murieron, cuando sus sobrinos tuvieron que hacer los trámites del sepelio, allí los documentos, muy bien escondidos, cantaron la verdad. Ambas eran hermanas de su papá, quién partió a los ochenta, sin tener enfermedad severa alguna, pues su médico de cabecera, le diagnosticó una simple inflamación en la garganta, que no lo dejaba comer más que comidas trituradas; pero ella lo vio irse silencioso caminando lo más tranquilo hacia el Citroën de su hermano, pasando por delante de su casa, dándose mutuamente una mirada tan larga y profunda que decía todo y no decía nada a la vez; hasta el día de hoy, no sabe porqué no se acercó a apretarse  en un gran abrazo con su padre tan amado, pues presentía que era la última vez que lo vería pasar caminando tan derecho y bien vestido como siempre, con su buen pantalón, su camisa bien planchada color celeste y su saco marrón. Nadie notaría que tenía “80”. Sólo le da vuelta en la cabeza a Betty, lo que le dijo su hermano: -Un enfermero le dio un comprimido intragable y se ahogó tanto que tuvieron que llevarlo a terapia dónde le pusieron un respirador. Ese fue el principio de su fin.  -¡Cómo me hubiera gustado que papá y también mamá, estuvieran en mi cumple! Solía repetirse cada vez que miraba sus fotos. Pero dejaron una familia muy grande y maravillosa. Es por eso que no quería que faltara,  a su fiesta de cumpleaños, ninguna persona que haya tenido que ver con su vida entera, como así también sus amigos y vecinos involucrados en su historia. Para festejar esta cantidad de décadas, parecía que tenía que ver a todo su mundo conocido. Quería, con todos ellos, formar un grupo que recordara cada época vivida. Contrató a Edgardo Ramos, el productor de videos y filmaciones con el cual armó un emocionante video, el de su paso por esos 70 años. Cuando envió las invitaciones, Betty, pidió confirmar la asistencia y fueron pocos los que respondieron a esta solicitud. Pero el 26 de junio, la fecha señalada, aparecieron todos y cada uno festejando el encuentro tan esperado. Se completó su dicha, cuando ve llegar a su prima Ana Lorena, radicada hace varios años en México. Es que justo estaba visitando a sus hermanas, invitadas ellas a la fiesta y no a la querida Ana que la hacía en aquél país. Ésta se mandó, sin previo aviso sabiendo que sería una hermosa sorpresa para Betty. Era la más joven de las primas, alta, sonriente como siempre y  con su pelo rubio que caía  más allá de sus hombros, llevaba un elegantísimo vestido azul, casi apagando a la asombrada Betty. Sabía lo que representaba su presencia. Ella seguro que animaría su fiesta. Los meses previos, eran dedicados por Betty  para hacer la lista de invitados, enviar las participaciones, reservar el salón, comprar los adornos, manteles, centros de mesa, la comida, etc. etc., y hasta confeccionó lo que llamaría “la hoja de ruta”, recordando lo aprendido en el curso de “periodismo gráfico, radial y televisivo”, cuando tuvieron una práctica en una radio de la localidad de Caseros; en ella plasmó toda la organización del programa y los horarios que debían cumplirse en el correr del evento desde el mediodía hasta la tarde. Cada uno de sus hijos tenía una tarea: preparar la comida de  la parrilla y todo el resto del menú, recibir a los invitados, acompañarlos según su correspondiente número de mesa, ocuparse de los juegos para entretener a los niños y dirigir a las señoritas camareras para que atendieran cada mesa con eficiencia. Después de compartir con todos, cada momento especial con risas, charlas y disfrutar del almuerzo, se escucharon los acordes de la guitarra y la voz de Roberto Turel, cantante amigo inseparable de Edgardo Ramos, Roberto Turel, cantante amigo inseparable de Edgardo Ramos, su representante. Allí comenzó el baile acompañado de gran algarabía cuando lo escuchamos haciendo tributo al querido Papo, cantante conocido por todos.  Se acentuó este bullicio cuando resonó acompañando a Roberto Turel, la voz femenina de Ana Lorena. Tenía que destacarse de alguna forma a parte de su look tan llamativo. Cantaron juntos, es más, ella sostenía el micrófono y de a ratos, casi se escuchaba sólo su voz. Unos cuantos se animaron y se levantaron a bailar y cantar con ellos. Después se siguió con el otro punto, según la famosa hoja de ruta que siguieron al pie de la letra y que era pasar el video que recreaba la vida entera de Betty, con el fondo del tema musical por ella elegido:”A mi manera” cantado por María Marta Serra Lima.  Lágrimas de emoción rodaban por las mejillas de Betty y de la mayoría de los presentes. Después era el momento de soplar las velitas y degustar la torta con el número 70 iluminado. Betty agradeció conmovida y expresó que no se imaginaba que todo saldría tan “a su manera”. Afuera, se escucharon fuertes ruidos, eran truenos que anunciaron la copiosa lluvia que después no tardó en caer, justo cuando los invitados comenzaban a despedirse y a salir en medio del frío aguacero.  Adentro permaneció Betty, recordando la hermosa fiesta realizada y quedándose pensando:
 -¡Quién diría que saldría todo tan cálidamente soñado!

Negro Hernández



  Como un retrato  
                                              Negro Hernández

La reconocí cuando entró al café porque su pequeña figura coincidía con la que imaginé en nuestra conversación telefónica. Se fue acercando despacito como dudando de la señal que habíamos acordado: un ejemplar de Los Siete Locos sobre la mesa. Entonces apuró el paso y pude verla mejor desde el lugar elegido junto a la ventana adonde el sol de invierno la iluminaba de frente.
Vestía un largo tapado bordó mostrando apenas sus tobillos finos, y un sombrero tipo cosaco del mismo color abrigándole su cabeza enrulada.
Se presentó levantando sus gruesas cejas (me gustaron) que se abrieron como una boca amenazando un beso. No era precisamente una bella mujer, pero no desentonaba con el paisaje del café refugio de hombres, poco habituado a recibir a damas finas y misteriosas.
En un gesto desabrochó el tapado sujetando en la otra mano un sobre de papel madera, y cuando terminó de acomodarse en la silla, sacó una agenda de su cartera y una lapicera del bolsillo. Su cuello emergió del suéter azul con rombos, (¿o era con dibujos de una cultura aborigen?). Su piel, blanca, demasiado blanca para esos ojazos celestes ocupándole la totalidad de la cara, algo aniñada, casi ingenua, aunque su mentón apuntando al cielo le daba un toque atractivo de malicia. Una delgada línea negra dibujada en sus párpados era todo el maquillaje (eso creo), enmarcando una mirada intensa que poco a poco fue haciéndose más lenta hasta posarse sobre sus palabras llevadas por una voz ronca, incapaz de ser contenida en su breve cuerpo.                             
Hablaba moviendo sus manos con pasión como dirigiendo una sinfonía. No llevaba anillos ni pulseras, sólo un reloj plateado alrededor de su muñeca huesuda. La escuché con atención (tengo esa virtud), de a ratos distraído, hasta que perdí el hilo de la charla tendida entre los dos como si alguna imperceptible violencia hubiera atravesado el recorrido de mis pensamientos. Ella se inquietó percibiendo mi fuga y habló del tiempo. A partir de ese momento algo familiar y a la vez ajeno nos fue rodeando como una esfera cálida colgando del cielo, en esa tarde de agosto que se escurría entre su pocillo de lágrima y mi café cortado.
"Es tarde" dijo amagando llamar al mozo para pagar la consumición, pero la detuve. Nos levantamos para despedirnos y le di un beso cerca de la comisura de los labios, prometiéndole llamarla después de haber leído los poemas que descansaban dentro del sobre de papel madera, como un puente.
Su imagen desolada cruzó el empedrado tanguero buscando la parada del colectivo. Con impaciencia abrí el sobre (contenía varias hojas escritas en computadora) mientras trataba de ubicarme sin ansiedad frente a ellas.
No eran los detalles de su vestuario, ni su voz, ni su mirada, ni siquiera la suma de las partes. Era su totalidad unida con hebras invisibles volviendo como un retrato. Tomé el primero de sus escritos y leí:
                                            Tu mirada se posa sobre mis palabras
                                               y me lleva en una tarde de agosto
                                                hacia la esfera colgada del cielo
                                                            como un retrato.