sábado, 4 de abril de 2009

JAVIER MADEO


MITRÍDATE, REY DEL PONTO

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La oscuridad precipitada de la tarde era tan sólo el preámbulo de una noche deslumbrante, apasionada. No sería la única. Apenas se advertía una Luna minúscula y el paso de las nubes hacia el norte carcomiendo las estrellas. El viento huía despavorido de un lado hacia otro y volvía, revuelto, enfurecido y alentando a los postigos de las ventanas a cerrarse, y a cerrarse aún más rápido.
Piadosamente comenzaron a caer las primeras gotas de una lluvia que podía perpetuarse durante días.
El diálogo entre el tiempo y el frío se adueñaba de las calles desiertas, inclinadas. Todo parecía inerte, sin sentido.
Sin sentido parecía su vida. Otra vez se encontraba en esa ciudad, tal vez de paso o de regreso. Sentía que todo era en vano, a pesar de los aplausos traídos, de las innumerables felicitaciones y de la inevitable admiración que despertaba por algo que aprendió de pequeño, como lo es componer y tocar el piano. Tocar el piano de manera sublime, perfecta. Soberbiamente perfecta. Las notas lo abstraían y se compenetraba de manera tal que él y su instrumento parecían un solo ser, una sola materia. Y componía, componía desmesuradamente entre la luna y el sol, entre blancas y negras. Su talento fluía naturalmente durante horas, días y semanas, entre fusas y semifusas, corcheas y semicorcheas. Partituras enteras, todas escritas a puro sudor a pura pasión. Una pasión llamativa, misteriosa e intrigante. Tan intrigante como el vacío de sus bolsillos. Tan llamativa y misteriosa como su escasa cantidad de monedas.
Otra vez se encontraba en esa ciudad, bajo la lluvia, parado frente a la casa de donde se había llevado el dolor de un amor no correspondido y acentuado por la desaprobación de su padre. Sí, otra vez se encontraba allí, y recordó inevitablemente aquella mañana soleada que marchó rumbo a París, desilusionado, en busca de una vida, de un trabajo acorde a su capacidad, a su talento, y que a pesar de los éxitos nunca pudo encontrar, establecer. Pero esta vez sí, esta vez, el destino lo sorprendería.


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Mientras le abotonaban el vestido largo y de seda natural no quitaba la mirada en el espejo extenso casi de pared a pared, a la altura de la cintura. Sí, su cintura, era lo que más le preocupaba. Giró hacia la derecha, hacia la izquierda, despacio, muy despacio y se observó de perfil. Con su mano alisó la tela dos veces por encima del estómago. Retrocedió tres pasos y prestó detenida atención en el largo. Ensayó un rodete recogiendo su pelo lacio y enmarcó aún más ese rostro blanco y anguloso, distinguido por ese lunar tan sugestivo, delicado, en el pómulo, y sonrió. Levemente sonrió mientras su madre aguardaba solemnemente a un costado, precisamente delante de la puerta de la habitación y asintió con su cabeza.
Constanze ahora se sentía segura, convencida y ese sería el vestido que utilizaría en su primer clase de piano y que tomara luego de un tiempo de interrupción. Ese sería el vestido con el que recibiría a su maestro.
Hoy más que nunca recordaba aquella mañana en que las ruedas comenzaron a rodar y el carruaje marchó hacia París sin un adiós, pero en su corazón, hubo un hasta siempre secreto.
Si bien su maestro, había intentado acercarse a su hermana mayor, Aloysia, ésta jamás lo consideró. En cambio, Constanze no dejaba de sentir admiración por él, por su talento y por su delicadeza. Aquella mañana que el carruaje partió rumbo a París la joven aprendiz se encontraba en su habitación observando desde su ventana ese momento tan ingrato. Una lágrima recorrió su mejilla y luego otras, hasta convencerse y reconocer definitivamente que también sentía amor. Un amor reprimido, postergado y que por respeto a Aloysia había callado, escondido. Pero ahora, el tiempo transcurrido se encargaba de otorgarle la posibilidad de tener en sus manos al hombre que en silencio había amado desde siempre.

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Mientras el piso de madera crujía en cada paso que dio un estallido imprudente del cielo lo detuvo. La
lluvia comenzó a caer contundentemente y de manera ensordecedora. La luz de los relámpagos ingresaba azul por los vidrios de las ventanas aun desprotegidas. Iluminando todos los muebles de la sala, una vez y otra vez y se apagaban. En el espejo pudo verse huérfano y mojado, su figura parecía sólo una sombra. Pero su corazón latía desmesuradamente como anticipándole el camino que por fin pronto iba a encontrar. Apoyo su mano ansiosa en el principio de la baranda fría, miro hacia arriba y de a uno empezó a subir los escalones, como si fuese una cuenta regresiva. Mientras, las notas de un piano lejano comenzaban a desprenderse, de a poco, y subía. Subía sin querer interrumpir con el ruido de sus pisadas lo que oía cada vez con mayor claridad. Y, faltando centímetros para llegar a la cima pudo reconocer la interpretación. La interpretación de Mitridate, rey del ponto. Una composición suya, una de las que más adoraba. Y ahí estaba, a metros, a metros de esa mujer que tanto lo había esperado, que tanto lo había amado en silencio desde que había partido a Paris. Con su vestido de seda explayándose hasta el suelo. Dándole la espalda y acariciando las últimas teclas de un piano negro y testigo. Testigo de que él comenzara a aproximarse despacio, muy despacio. Apoyó su mano en el hombro de Constanze y ella aprisionó para siempre acostando su cara hacia la derecha. Justo, minutos antes de las ocho de la noche. Justo, minutos después que la lluvia parecía detenerse. Pero no sus corazones que entre sábanas apasionadas juraron amarse para siempre.
Y los años transcurrieron entre pianos y partituras, entre óperas y conciertos. Reinas, reyes y palacios. Disfrutando al mismo tiempo cada una de las seis emociones más importantes que la vida les dio, pero también soportando inexplicablemente la adversidad económica y las más ingratas de las injusticias. La muerte de dos de ellos.

..........4

Una paloma ingenua lo observba desde la ventana mientras picaba en la fría cornisa. Caminando de un lado hacia el otro y saltaba, nuevamente saltaba abriendo sus alas al cielo gris de aquella mañana vienesa.
Su pelo lacio y grasoso descansaba despeinado sobre la almohada. Su frente sudaba y sus párpados dudaban entre abrirse o quedarse cerrados definitivamente. Su tez blanca y delicada lo asemejaban a la de un niño durmiendo, a ese niño que siempre fue.
El olor rancio de sus sabanas, las velas de pie y solemnes sobre sus platitos y apagadas a la madrugada se conjugaban aún más alentando un final indeclinable, triste e impensado.
Apenas miraba la puerta de entrada de la habitación, las sombras de Constanze proyectadas en las paredes del pasillo, yendo y viniendo, de un lado hacia otro, desesperada, buscando un vaso con agua, un paño para humedecer y buscando evitar el desenlace prematuro, inconcebible.
Recorrió con su memoria los instantes más importantes de su corta vida y con la misma rapidez que componía una obra. Siempre deseando que ella, aunque sea un instante, entrara para verla por última vez.Cuando Constanze ingresó, solo se oyó el estallido del vaso romperse en el suelo y su llanto desgarrador. Los ojos que la habían esperado para despedirse se cerraban para siempre. Los ojos, de su maestro de piano y marido. Los ojos, de Wolfgan Amadeus Mozart.

MARCOS RODRIGO RAMOS


PAMPERO DE LUXE

Al Chino Pratt lo mataron cerca de la estación de Castelar una noche de Agosto. A lo mejor era cierto que se estaba haciendo el galan con una mujer que tenía dueño y que el macho ajustó cuentas. Lo que si sé es que lo mataron por atrás, de un tiro en la nuca, y eso no se perdona.
El Chino y yo eramos carne y uña, siempre juntos con las minas, el faso y la cerveza en "El viejo Graff", riéndonos de todo y de todos cuando pasaban las ratas por el mostrador y las cucarachas te cobraban el peaje para entrar al baño. Al bar lo cerraron por ruidos molestos, pero esa es otra historia, un día si quieren les cuento.
La cosa es que cuando me avisaron ya habían cerrado el cajón y el granuja del hermano del Chino estaba haciendo de las suyas de levante con la rubia que servía el café en la cochería. Triste en un rincón lo encontré al Tano. Fue él quien pasaba justo por el lugar y al escuchar el tiro encontró el cuerpo baleado del Chino. Todavía respiraba. Le preguntó quién había sido pero solo logró balbucear dos frases: "lunar blanco en la espalda" y "Pampero de luxe". La primera evidentemente se refería a una mancha en la piel, en cuanto a la segunda no teníamos la más pálida idea de a qué podía referirse.
Dos semanas después del asesinato, la mujer del Tano lo descubrió. En las paredes de la estación Morón había visto pegado el cartel de una de las presentaciones de la banda de rock "Pampero de luxe"
De inmediato informamos todo lo que sabíamos al comité el cual nos dio carta libre en cuanto a gastos y procedimientos para vengar la muerte del querido Chino Pratt, contando con autorización hasta para matar a toda la banda. Si bien este hubiera sido un recurso práctico y bastante veloz desistimos de él. Eran cinco los músicos y no llevaría demasiado tiempo el descubrir cuál de ellos era el del lunar blanco en la espalda, el asesino.
El 12 de septiembre se presentaba Pampero de luxe en la pizzería "La Farola", el calor era insoportable. El primero en entrar a probar sonido fue un pibe de pelo castaño largo de no más de dieciocho años, todos le decían Fede. Fue allí que noté que la mayoría de los reflectores estaban a su espalda. Mandé al Tano a que se colocara en una de las mesas que estaban detrás de él. La banda no sonaba mal, dos guitarras, bajo, batería, cantante y la clásica novia de un amigo en coros esporádicos. A mitad del concierto, tal como lo había previsto el baterista se sacó la remera todo sudado. El Tano al rato se acercó con el informe: ningún lunar en la espalda.
En el intervalo me acerqué al escenario en donde el bajista realizaba ejercicios de digitación. Me presente fingiendo estar interesado en que la banda tocara en el local de un amigo. El Gemelo Ramos me pareció un buen tipo, simpático y amable no sólo me ofreció charla sino que también me alcanzó una de las guitarras, una Ibanez azul oscura.
Comenzamos a zapar un blues y se nos unió el baterista Fede. Diría que el tema salió bastante bien porque la gente hizo silencio para escucharnos y luego nos aplaudieron entusiasmados (cuando era más pibe toqué varias veces en Pappo´s Blues pero esa es otra historia, algún día si quiereles cuento). De pronto alguien me quitó la guitarra con bastante violencia y sin mirarme dijo: "Basta de pavadas". Era Zequi, uno de los guitarristas; su pelo largo y su barba desaliñada no ocultaban para nada su cara de odio, en cierta medida lo justifiqué porque "el instrumento de un músico es como la novia, no se presta"
El Gemelo me presentó a los integrantes de la banda. Allí mismo los invité a que vinieran ese domingo a la tarde a comer un asado a la quinta que tiene el Comité en Seré. Les dije que iba a estar un amigo que tenía un programa de radio y que llevaran los instrumentos que estaba interesado en escucharlos para financiarles una grabación. Aceptó más que complacido sin sospechar nada de mis intenciones reales.
El domingo hacía bastante calor. En la quinta toda la fachada estaba preparada. Nada parecía poder salir mal. A las once llegó la banda. El Tano fingió ser un productor. Rápido conectaron los instrumentos y optaron por realizar un show acústico, los temas sonaron tristes, dramáticos pero bien ejecutados.
Luego vino el asado. Tal como lo habíamos planificado la Punga se llevó a un galpón del fondo al guitarrista y compositor de la banda Juan. Bastaron treinta minutos para que volvieran. La Punga me hizo una seña. Juan tampoco era nuestro asesino.
No tuvo suerte con Pady, el cantante, que prefirió quedarse cerca de los chorizos, argumentó que le debía fidelidad a su novia (fidelidad a las achuras dijo la Punga).
Zequi, el otro guitarrista, el melenudo que me había quitado la guitarra me miraba fijo, al notar que yo también lo observaba sonrió y señaló a Helga con el dedo. Helga era mi novia, mi amante, mi mujer. Aunque no quería que lo hiciera le dije que fuera con él.
Pasaban los minutos y ninguno de los dos volvía. Se me acercó el Gemelo con su bajo y una guitarra. "Tocate algo", me dijo. Le hice caso. Sobre la base de un blues cuadrado improvisé notas agudas, fraseos tristes, con fuerza, estirando las cuerdas a más no poder, gritando con las manos, hundiéndome en la vorágine de la música como en un profundo sueño, llorando sin saberlo. Cuando terminé el Gemelo me abrazó como si supiera y comprendiera. No hacían falta las palabras, bastaba su abrazo de hermano, de amigo, tan parecido al abrazo del Chino y sin embargo...
El Gemelo no se sacó en ningún momento su gruesa campera por lo que no pudimos realizarle la revisión ocular de su espalda. Al rato llegó Helga mascando chicle. "Ninguna mancha", me dijo prendiendo un cigarrillo.
Sólo quedaban como sospechosos Pady y el Gemelo. El Tano me dijo que los matara a los dos y listo. Dije que no, que el próximo domingo después de la actuación de Pampero de luxe en la plaza de Ituzaingo, me encargaría yo mismo de meterle un tiro en la nuca al asesino del Chino Pratt.
Esa semana el Tano me contó que había visto a Helga salir del departamento de Zequi. Ella negó todo. En cierta medida me alegró porque pensé que si ella me había mentido al meterme los cuernos, también lo podría haber hecho cuando me dijo que no había ninguna mancha blanca en la espalda de Zequi.
El domingo fui solo a la plaza de Ituzaingo. Era de noche y el anfiteatro estaba lleno. Todos los músicos se acercaron a saludarme, todos menos Zequi. Fui a una de esas cabinas de plástico que habían puesto como baños químicos, allí cargué mi arma con una sola bala, una calibre veintidós como la que usaron cuando mataron al Chino Pratt.
Entre el público estaba Helga, noté que ni siquiera se miraban con Zequi, pensé que quizás el Tano se había equivocado con el dato que me había dado. De repente ella fue hasta el escenario, él se acercó y se besaron en la boca rápido. El recital seguía pero ya no podía escuchar la música, mi alma no la escuchaba. Cuando terminó el concierto y viendo que Zequi estaba solo y nadie me veía lo empujé con violencia y lo metí adentro de una de las cabinas de los baños. No alcanzó ni siquiera a verme la cara cuando le metí el balazo en la nuca.El Comité y todos los familiares del Chino me felicitaron "Por fin podrá descansar en paz", dijeron. Yo ahora ando bien, con la Helga mucho mejor. Volví a tocar la guitarra eléctrica. No les voy a contar en qué banda ni en reemplazo de qué fallecido guitarrista. Esa es otra historia, un día si quieren les cuento.

RICARDO ALLIEVI



GRAMÁTICA

...Él pudo conseguirla después de mucho entre. Pensaba que sería la primera vez, pero no se lo preguntó. Le gustaba el trabajito fino y bien elaborado.
Ella, sentada en la cama, sacó el libro de Gramática y se puso a pasar displicentemente hojas, mojándose el dedo índice con la lengua bien afuera, en una actitud sensual y provocativa. Tenía dieciséis años y estaba en cuarto comercial.
Él, enojado como un fauno, guardó su rabia y, esperando revertir la situación con palabras acordes, sólo dijo: - No es el momento para ponerse a estudiar ahora, alumna... Vinimos aquí, a esta clase, para otra cosa más divertida -.
Ella reaccionó liberándose de toda atadura, locamente: - El libro lo tiro y el profe sos vos - burlándose de su seriedad y formas antiguas. Entonces comenzó a usar sus brazos desplegándolos como alas acariciantes y envolventes.
Se apretaron, se pegaron, se mordieron abrazados, se revolcaron en la cama y rodaron por el piso.
Ella lo dejó exhausto y él se durmió en el primer cabeceo, pensando que era la nueva alumna.
Ella lo miraba como si fuera su profesor de Gramática, el que le habían dicho que sus métodos eran autoritarios y antiguos, pensando que lo pasado era irresistible para ambos.
Se sintieron nuevamente atraídos. Eran sus partes más jugosas, bien bebidas y disfrutadas con placer.
Después de la evaluación, dijo: - Tenés un diez, nota que excepcionalmente pongo. Fue algo magistral, teniendo en cuenta que sólo pasaste las primeras hojas de mi libro de Gramática -. ¿Nos vamos... ?

PABLO FERNÁNDEZ


SOMOS LOS SOBREVIVIENTES

Ustedes saben a quien le hablo,
No nos hizo la primaria,
Ni los vicios,
Ni la culpa ni el pecado.
Somos los que aman,
Los que duelen,
Los que dicen cuando encuentran,
Los que crecen cuando pierden.
Somos iguales,
Hechos con lo mismo,
Pero hay algo en el paquete,
Como un segundo de irónica euforia,
Explotando en secreto,
Entre dientes.
Ahora que ya derrumbado,
El mundo busca socios,
Y reparte entre los muertos suerte,
Nosotros somos los sobrevivientes.
Van a decir que decir así es religión,
Producto de una cabeza afiebrada y demente.
Nosotros sabemos que no,
Por eso,
Y por todo lo de antes,
Somos los sobrevivientes.



FRANCISCO DIEGO GONZÁLEZ


EL VELORIO

Enrique y Arnoldo aparecieron imprevistamente en el salón de la casa velatoria, y cuando abrazaron a la tía Elvira y a su hija Josefina, destilaron sus olores fétidos, producto, quizás, de los treinta grados de temperatura y de tantas horas de manejo. Sus olores se confundieron con la ristra de salames y longanizas que traían como siempre, cada vez que venían a la ciudad. - Lo siento mucho tía- dijeron a coro al tiempo que entregaban los embutidos...
-Está bien, gracias, déjenlos en la cocina- Elvira estaba visiblemente
contrariada.
En la amplia sala unas quince personas presenciaron el encuentro y no dejaban de observar detenidamente, como si fueran extraterrestres, a los hermanos Zabandía. Enrique tomó los salames y al darse vuelta para ir a guardarlos dejó exhibir una mancha verdosa en la pantorrilla de la bombacha de gaucho. Elvira lo había observado por arriba de los lentes.
- Parece que se manchó con bosta- dijo Arnoldo. Alguien del fondo rió y la viuda sintió vergüenza ajena.
- Yo también voy al baño. Me voy a lavar los brazos porque tuvimos un problema con la chata. Empezó a carburar mal y tuvimos que cambiarle las bujías... ¡Mirá como quedé! Encima en la ruta una calor!.. me voy a lavar, permiso... - Arnoldo tenía las alpargatas con barro, y en su trayecto al toailette lo iba desparramando. Llevaba una camisa a cuadros inmensa, y al igual que Enrique, las aureolas de su transpiración eran dos medialunas en las axilas. El pantalón tenía manchas de grasa, mate, y caca de gallina... Cuando se alejó hacia el fondo donde estaban los lavabos volvió el murmullo en la sala...
Regresaron del baño como si fueran a jugar el segundo tiempo del partido de los jueves. Se habían mojado las sucias cabelleras y el agua que caía por sus ropas llegaba al piso para juntarse con la tierra... Armaron un verdadero enchastre... Con el agua sobre sus cuerpos olían peor y la gente se sintió molesta cuando uno a uno comenzaron a ser saludados. A los parientes lejanos que hacía mucho tiempo no veían, los besaban efusivamente. Intentaban recordar la última vez. Decían "Lo siento" "Qué desgracia" "No somos nada"... Y a los que no conocían se presentaban declamando una y otra vez el grado de parentesco con el muerto. Iban en tandem dando un espectáculo horroroso, dejando sobre los rostros rígidos la humedad de la transpiración... Se tomaron su tiempo en terminar la ronda más parecida al acto de una mala comedia que al pésame de un velorio... Elvira había ido a hablar con el encargado para pedirle un trapo y un secador. Luego, abochornada, se refugió en la cocina sin saber qué hacer ni qué decir. Sus sobrinos llevaban el timbre de voz muy fuerte. Enrique, tenía registro de bajo. Arnoldo, de barítono, y sus voces se escuchaban desde la calle...
Fue Arnoldo el que finalmente le preguntó a Elvira qué le había ocurrido al tío y ella no tuvo otra alternativa que volver a contar, por undécima vez, sus últimos días. A los noventa y ocho años había tenido todas las enfermedades, pero el acta de defunción hablaba de un paro cardiorrespiratorio. Contaba que su marido tomó un vaso de vino. Ella se había ido a bañar y cuando regresó, ya había fallecido... Al recordarlo, una lágrima cayó en el piso que Enrique seguía ensuciando. La volvieron a abrazar y ella maldijo el haber llorado. Arnoldo pidió permiso para ir a despedirlo y allí fueron los hombres acalorados, que, sin proponérselo, entretenían a la concurrencia. La sala volvió al silencio, quizás para escuchar lo que decían...
-!Tío, tío!- lloraba Enrique desconsoladamente. Se escucharon unos golpes secos y Elvira temió que lo estuviesen estrujando. - ¿Por qué te fuiste campeón?- decía Arnoldo.
-Disculpanos tío. ¡Hace tanto que no venimos a verte!... - Los dos lloraban como niños.
-¡Nunca te vamos a olvidar tío!... ¡Nunca te vamos a olvidar!...
-El otro día nos acordamos de la primera vez que vinimos a la capital- Enrique había adquirido un tono entre trágico y solemne- Voy a confesarte algo tío.Algo que si no lo digo me va a quedar acá, atragantado. ¿Viste?... En el año 84, cuando vinimos del del campo y paramos en tu casa ¿Te acordás?
-¿Qué estás diciendo? ¿No te das cuenta? ¡No te va a contestar!
-¡Callate boludo!
-Yo tenía trece años. Tenía trece años y estaba un poco... alborotado...
Tenía como un fuego en las piernas, ¿Viste?... Cuando vos estabas trabajando. Yo te robé... Te robé $ 100.000 de los viejos. ¿Te acordás? Era un billete marrón... Lo apreté bien fuerte en la mano y fui corriendo a comprar la revista "Status". Perdoname. Perdoname tío... Ahora sabés porqué estaba tantas horas encerrado en el baño. No es que estaba descompuesto... No es que me sentía mal. Es que tenía que apagar ese fuego... Esa es la verdad tío. Perdoname por haberte robado- Arnoldo lo abrazaba e intentaba consolarlo- Ya está, ya está... El tío ya te perdonó, vamos...
Cuando volvieron a cruzar la sala la gente ya no pudo contener la risa. Unos miraban el suelo. Otros, llenos de vergüenza, se habían ido a la calle para reír a carcajadas.
Josefina, indignada, entró a ver a su padre. Los primos habían besado y abrazado a Hermenegildo. Le habían doblado el cuello de la camisa, lo habían despeinado... Con amor acicaló a su padre y puso en orden las coronas de flores...
Los hombres hablaban ahora con la tía Elvira y la ponían al día con las novedades de la gente del campo- La Viviana, la segunda hija del tío Catalino ¿Se acuerda tía?
-¿La que tenía un novio roquero?
-No, esa es la Lucy.
-Yo le hablo de la Viviana, esa que le dicen enredadera
-¿Enredadera?
-Si, se prende a cualquier tronco... Bueno, resulta que conoció a un gringo. Un polaco que vino al campo para dirigir unas excavaciones. Parece que es geólogo o algo así, y van a hacer unas excavaciones para ver si encuentran petróleo. Y resulta que agarró a la Vivi y le dio para que tenga y para que guarde. La dejó gruesa. Tiene la panza así, tiene. Parece esas vacas cuando están preñadas. ¿Se acuerda tía? ¿Se acuerda cuando vino al campo con el tío? (Que Dios lo tenga en la gloria) ¡Qué linda tarde que pasamos! Le dieron duro y parejo a una damajuana y usted perdió la dentadura...
Elvira se puso pálida. Luego pidió silencio y respeto por la memoria del difunto.
-Perdón, no quisimos faltar el respeto... Son historias, nada más...
En la sala se había roto el aire acondicionado y a las tres de la tarde los treinta y dos grados se hacían sentir. Poco a poco fue llegando gente y más gente y no tardó en quedar la sala colmada. Ya no quedaban asientos y los que llegaron después permanecieron de pie. La gente iba y venía a la cocina donde estaba el spencer del agua fría y un técnico luchaba inútilmente por componer el aire. Josefina le entregaba a cada asistente una servilleta de papel para secarse el sudor. Los hermanos Zabandía volvieron a refrescarse reiteradas veces y anclaron sus cuerpos redondos en el pasillo donde corría una pequeña correntada. Habían conseguido unas sillas de la sala contigua y cada vez que iba a tomar agua veían la ristra de salames que estaban ahí, transpirando... Nunca se supo como fue que apareció el pan y el cuchillo, ni quién cortó la primer rebanada. Acalorados y hambrientos, con disimulo, fueron comiendo las delicias del campo. Enrique y Arnoldo llllenaron sus bolsillos de salames y pan, y volvieron al pasillo. Arnoldo dijo: - Ahora vengo- y regresó con una botella de cerveza camuflada entre sus ropas. Luego Enrique arrimó un masetero que llevaba un potus crecido y bajo sus ramas escondió la botella que fueron bebiendo de a sorbos sostenidos, cuando no venía nadie. El problema es que muchos fueron al pasillo. Los hermanos se agachaban con la excusa de acomodarse las alpargatas y volvían a beber. Josefina dudó de su compostura, y a cada rato se asomaba para vigilarlos. Los llantos de la sala llegaban de a ráfagas, como una música lejana. Y esa música se confundía con el murmullo constante de las voces que iban incresccendo. Enrique trajo otra cerveza helada y ya no tuvieron tanto reparo en beberla. Y antes de que los salames siguieran engrasando sus bolsillos comieron en un suspiro. Un joven del barrio, panadero y vecino de Hermenegildo, se pusoa beber con ellos, y no tardaron en terminar la segunda botella. Esta vez fue el panadero a buscar la tercera...
A una prima segunda de Josefina le bajó la presión y cayó desvanecida. Todo fue un griterío y gente que la abanicaba... Entre dos la cargaron y la sacaron a la calle. Enrique preguntó qué había ocurrido y Josefina sintió su aliento etílico. - ¡Ustedes no respetan a nadie!- ...
La mujer no tardó en reponerse, y una vez que se sintió mejor dio los pésames correspondientes y tomó un taxi para su casa. Ya eran las ocho de la noche y Arnoldo descubrió que no solo habían desalojado la primer sala de la casa velatoria, sino también que la habían limpiado y la habían dejado preparada para un nuevo difunto. Pero no fue un difunto lo que llevaron allí. Fueron botellas y botellas que los Zabandía, el panadero y otro primo de Josefina que se sumó al festín bebieron alegres pero silenciosos. Por una pequeña ventana espiaban hacia el pasillo para cerciorarse que ningún empleado ni nadie arruinara su parranda. A cada rato iba algún emisario al almacén y volvía con más cerveza, mortadella, palitos, papas fritas...
Hacia la medianoche ocurrieron dos hechos significativos: El primero es que los cuatro estaban completamente borrachos. El segundo, que fueron descubiertos y desalojados. Volvieron entonces al velorio de Hermenegildo cuando apenas podían mantenerse en pie.
Ya se había ido mucha gente y consiguieron asiento e intentaron en vano disimular su estado. En la cocina madre e hija discutían acaloradamente. Josefina quería echarlos a la calle sin más explicaciones, pero Elvira intentaba defenderlos argumentando que en el fondo eran buenos muchachos, que hacía mucho calor, que no habían podido dominar sus emociones... Más tarde abandonaron la sala para ir a darse un baño y mudarse de ropa.
Entonces Enrique le dio rienda suelta a la cerveza que bebieron hasta el infinito...
Llegaron los cuentos verdes. Cada uno tenía un repertorio de historias bien picantes para el deleite de la gente que reía y reía, tanto que les dolía la panza...
Nadie supo como llegó una guitarra a las manos de Arnoldo que empezó a cantar una chacarera de Los Carabajal.
El panadero y Enrique bailaron con gracia y agilidad y se entreveraron en un zapateo digno de un cuerpo de baile. Luego del estribillo Arnoldo se puso a recitar coplas bien picantes:


Una vieja en un velorio
lloraba atrás de una puerta,
pasó un viejito y le dijo
yo también la tengo muerta.

Una viejita decía
en un pueblito de Salta
mi cama no es un villar
pero bolas no me faltan.

El hombre largó con la segunda parte y la gente, entusiasmada, cantaba y hacía palmas. A la tercer chacarera los bailarines cayeron desplomados. Arnoldo duró dos chacareras más. Luego se incorporó para ir a buscar una botella que había quedado en manos de un anciano amigo de Hermenegildo, pero perdió el equilibrio y quedó tumbado junto a los otros cuerpos que roncaban como motosierras y destilaban el alcohol por todos sus poros. En la madrugada sacaron en camilla, simultáneamente, los cinco cuerpos. El de Hermenegildo fue en el coche fúnebre hacia el cementerio de la chacarita.Arnoldo, Enrique, el panadero y el primo de Josefina fueron en ambulancia al hospital Fernández.

MARISA PRESTI

PASAJE DE IDA

Abrir las alas y salir del encierro. Pensé que podría encontrarte más lejos que mi memoria y por eso dejé volar el pañuelo con tu último beso ése que me guardaste para tu ausencia.
A veces creo que estás, tiesa, bajo un océano profundo, te sacudo para escucharte Hablá te pido pero tu silencio es más fuerte que el dolor que me anida. Te plasmaste en mi piel en aquella vieja estación con tu valija colmada de adioses que querían ser benignos no clavarse en mi angustia compasivos de aquel que te miraba con lo último de su pupila inundada.
Me invadió el atardecer melancólico con la recortada figura de aquel tren que resoplaba silbatos, apuros de gente anónima ignorantes de la agonía que me llevaba los últimos alientos del otoño y quién sabe si podría revivir. Voz cantarina la de tus labios augurando regresos con rouge carmesí ajena a un deseo creciente que quería devorarte con hambre demorada, para ser sólo yo llevándote dentro.
Te imaginé doblada en cuatro, prolijamente acomodada en mi valija de cuero marrón dormías cuando cerré las hebillas y te alcé sin esfuerzo ya no podías alejarte caminarías conmigo cada mañana no habría poder sobre la tierra que pudiera separarnos pero no fue así.
Apenas te aferré la mano súplica silenciosa que penetró en tu conciencia porque sé que sabías. Sabías que el tren era el arma de un asesinato despiadado capaz de horrorizar la sensibilidad de la tierra, capaz de condenar la inocencia que aún residía en mi alma y cuando el silbato me aturdió por segunda vez la mano suave se desprendió de la mía.
Cerré los ojos adivinando que me saludabas con aquel traje gris de nuestro primer encuentro y fue mejor darte la espalda alejarme de tu partida para no demorar más el dolor que me esperaba y le di la bienvenida se hizo presente en todo el cuerpo apenas el tren se alejó de la estación.
En mi bolsillo el pañuelo con el sello de tus labios amenazó mi coherencia y tuve que apoyarme contra las viejas paredes solitarias muros de cementerio me parecieron. La muerte ya no era el deceso final no era el velatorio ni el cajón no eran las flores ni la tumba yo había muerto aunque respiraba.
Desde aquel día no tuve otra forma de medir el tiempo que los silbatos de los trenes que llegaban los oía desde la ventana me sonaban dolorosos casi atrevidos capaces de alterar mis latidos por unos segundos.
Qué esperaba de los trenes nunca lo supe porque tus cartas te ubicaban lejos miraba las estampillas y no quise abrirlas para no aliviar el dolor. Pero sin compasión te metiste en los sueños lacerándome con tu presencia envolviéndonos los dos en sábanas de satén y perfume de jazmines amándonos como nunca enredados en una orgía de pieles tibias en una química de olores que nublaban mis sentidos vencidos ante el poder de tu cuerpo.
No puedo perdonar que me hayas poseído te culpo por cada despertar vacío llorando como un niño abandonado sin nada en las manos solitario entre sábanas frías aullando en silencio allá en la cúspide del mundo.Até tus cartas que siguieron llegando como tormentas en medio de mi nada, ya no miré ni los sellos del correo. No quería papel quería masticarte entera hincar mis dientes en tu piel encarcelar tu pubis mientras mis venas se hinchaban crispándome los puños ante la derrota presentida largamente porque los silbatos siguieron sonando cada atardecer.

CLAUDIO PIERMARINI


ROSAS EN EL VIENTO

Cosita,
que me dejaste
atormentado en el Eclipse
y un hueco en el alma,
como la bomba en Hiroshima,
rosa perdida en el laberinto,
no voy a cantarte,
borracho de tango en el abismo,
las metáforas negras
del rencor y del olvido.
Ni quiero hablarte aquí
del viento de la pena en torbellino,
que me muerde
por las calles de tu barrio.
Fresca, como una mañana entre los álamos,
voy a cantarte una canción sencilla,
que sólo diga cosas así:
me hiciste feliz,
lloramos y reímos
al amparo de los bares
y, temblando en tu balcón
la luna roja,
me diste en la penumbra
lo mejor que tenías.
¿Qué más puedo pedir?

Que tengas buenos vientos
en los mares de la vida
y en la curva impredecible de las olas,
de nuevo te traigan hasta mí,
giradas las ruedas de la Rosa.

El autor nació en Buenos Aires y vive en Tucumán. Es artesano. Estudió filosofía en la U.N.T. y fue invitado a leer en el Centro Cultural Virla en el ciclo Poetas por Poetas y en librerìa Altamar. Tiene un libro publicado.

MANUEL PEYROU


LA CONFESIÓN

En la primavera de 1232, cerca de Aviñón, el caballero Gontran D'Orville mató por la espalda al odiado conde Geoffroy, señor del lugar.
Inmediatamente confesó que había vengado una ofensa, pues su mujer lo engañaba con el Conde.
Lo sentenciaron a morir decapitado, y diez minutos antes de la ejecución le permitieron recibir a su mujer, en la celda.
-¿Por qué mentiste? -preguntó Giselle D'Orville-. ¿Por qué me llenas de vergüenza?
-Porque soy débil -repuso-. De este modo simplemente me cortarán la cabeza.
Si hubiera confesado que lo maté porque era un tirano, primero me torturarían.

ORLANDO VAN BREDAM


VIEJO OFICIO

Todas las noches, la joven prostituta muerta sale de su tumba y se ofrece en una esquina cercana al cementerio. Regresa cuando escucha el primer gallo. Algunas veces, satisfecha por lo obtenido; otras, decepcionada. Es tan duro ganarse la eternidad.

LILIANA VARELA

OÍR LA VOZ


Cómo confesar la verdad. La agonía le atenazaba el pecho al pensar en que ya no era la misma del día anterior. Hoy, una mujer se reflejaba en su espejo: y se odiaba por ello.
Las olas lamían los restos de semen de sus piernas con desesperación mientras ella creía escuchar la voz de su madre llamándola a su lado.
No sintió el frío del líquido que la envolvía al internarse en la búsqueda materna; así como tampoco sintió los gritos roncos de su padre ahogados en el llanto de la culpa y el alcohol.

-Buenos Aires-

ANTONIO CRUZ


SALA DE EMERGENCIAS

La mujer camina presurosa y desencajada. Busca con ansiedad hasta que lee: "SALA DE EMERGENCIAS". Entra sin dudar. Nadie la detiene. Todos están ocupados. Observa con atención al individuo de verde y a la mujer de blanco que trabajan con ímpetu frenético. Fija su mirada en el rostro del hombre que yace sobre la camilla. A pesar de la máscara de oxígeno y del tinte violáceo lo reconoce. Es él. ¡No estaba equivocada! Intenta avanzar hacia el enfermo pero duda. La desconciertan los ruidos de los aparatos. Se sacude la incertidumbre y avanza. Se acerca con extraña sutileza. Desplaza al médico y a la enfermera. Pone su mano en el pecho del enfermo; éste lanza un agónico gemido y expira. El médico cierra los ojos contrariado y la enfermera se queda tiesa. Decepcionados abandonan la lucha. La dama del traje oscuro se aleja satisfecha.

JÉSSICA DE LA PORTILLA MONTAÑO


LLUVIA DE NOVIEMBRE

Lluvia de noviembre. El agua borra recuerdos que tal vez sucedieron, destruye los sueños que nunca viví, rompe ventanas y desaparece reflejos que no encuentro más en mi habitación. Tus nubes ocultan la Luna y sé que esa sonrisa está lejos, muy lejos del mundo, pero mucho más lejos de mí. Eres una memoria que pronto se desvanecerá, sólo eso, dos palabritas entre millones de promesas que tú no supiste cumplir.
Esta nostalgia cae como la lluvia de noviembre. El invierno me hará compañía no sé si años o meses; sólo él me abraza, sólo él te lamenta, sólo él nos da un pésame inútil.
Mis pies secos crujen sobre las hojas amarillas, camino tras tus pasos pero no logro alcanzarte. Mientras más te amo más pronto huyes de mí, no encuentro más que distancia cada vez que intento seguirte.
Yo nunca quise perderte. Esta lluvia de noviembre es la única culpable…Pero hoy es otro día. Por fin ha salido el sol.

LEONARDO ZAPATA


RETICENCIA

Enciendan todas las luces por si hoy llego tarde, escondan las llaves debajo del sí y el no de la luna, y si preguntan por mi más o menos volver pregúntenle a la certeza, ella demora mi espera, o mejor díganle que soy el país más lejano y para mi regreso será conveniente escribirme un poema y al destino, ¡claro!, si hay destino donde vivo.
Recuérdenle al gato que las estrellas no tienen espinas y que el sol no es una abeja zumbando en su jaula, les advierto encender todas las luces por si hoy llego tarde, para nada se vistan con mi ausencia incierta, salir al mundo testifica haber cumplido mi regreso y si logro regresar algún día a ti memoria, es porque ¡claro!, al fin tú eres mi único instinto.

-Cuba-
Publicados en la revisita virtual Con voz propia, dirigida por Analía Pescsaner

NORMA PADRA


VISIÓN

El jinete cabalga por campos lilas,
aroma de heno recién nacido
bajo el cielo dorado.
Cuidan sus crías los teros
en sus nidos entre pastizales y charcos,
dibujado está el espacio de graznidos.


DOMA

En el establo ya descansan los caballos
fueron fustigados por jinetes malvados.
En el pasto seco escondieron sus llagas.
Y la fina estampa
se plasmó de carmín
en la paleta de un pintor.


PÉTALOS

Hoy de las tumbas despiertan los ángeles
escucharon tu corazón sufriente
van hacia vos, colmados de perfumes
y música celestial.
Llevan en el cesto, pétalos de lirio,
salvia y nácar
a ese lugar extraño de la memoria
donde no existe el vacío.


ERROR

En la soledad de los pasillos
por las noches las puertas
se abren y cierran silenciosas.
Pasa el dolor, el desamor,
los furtivos soldados de la muerte
olvidados avanzan
por las fronteras,
acechando una y otra vez
saboreando
el desquite
silencioso
de otras vidas.


VEO

La tarde se despide
con tapiz de macachines,
..............................luz y sueños.
El cielo dorado, bandadas de pájaros,
.............................remolinos de música
acompañan mi melancolía.
Desnuda está la playa anochecida.
No he perdido el paraíso,
...........................sólo me distancio.
Y esa lluvia profunda
..........................
que no cesa!!!


LA PALABRA

Cada palabra tiene su espacio
y en él hay que encontrarla
oculta en los vendajes
como el silencio
en la espesura del bosque.
Las vísceras de los cuerpos
-corazón y paloma-
emanan latidos
que son palabras cobrando vida
sin poder escapar
de eternidades.
El suspiro de un poema
es un sueño de mito y realidad.
Hay palabras como piedras
que pesan y empiedran
.................y se convierten en caminos.
-Buenos Aires-

FEDERICO LÓPEZ


RATONES Y SERPIENTES

Ratones y serpientes. Eran lo único que Sosa recordaba. Los ratones mordisqueaban los cascabeles de las serpientes y éstas los devoraban. Dios aprobaba la recíproca fagocitación. Las serpientes descoladas morían.
Sosa rompió en la vigilia, grave. Al levantarse pateó la petaca de ginebra semivacía y maldijo al ver derramado su desayuno. Se apresuró a absorber el líquido con un repasador sucio y lo estrujó sobre el frasco con restos de mermelada.
"La Gioconda" pensó, mientras apuraba el traguito. ¿Y a quien le ganó esta pelotuda?
Salió y caminó el mismo camino de todos los días: la desierta Paseo Colón hasta Independencia. En el trayecto se detuvo avisado por el bullicio de un kiosco a comprar cigarrillos. Estaban televisando el juicio a la Junta.
-Hijos de puta - soltó.
Eran las nueve cuándo llegó al Pumper.
María estaba haciendo cuentas cuándo lo vió llegar y tomar una cerveza.
-Que no te vean los del laburo con eso.
-Los del laburo me ponen cada cinco segundos, nena… dame el tubo.
Descolgó y discó. Puso un valium en su boca y comenzó a masticarlo: le producía cierto goce ese sabor amargo en la garganta.
-Turco: ¿cuántas veces te hice ese favor? No jodás … ¿a que hora paso?
Su propio aliento había empañado el cristal de la ventanilla y las palabras de su superior jerárquico inflamaban su recuerdo: "a la próxima te rajo." Él había sopapeado a un muchacho que al parecer se había propasado con una chica.
-¡¿Viejo, te vas a levantar o no?! -gritó el chofer.
No se había dado cuenta de que había subido una anciana.
-Vieja chota- murmuró levantándose.
El Turco le extendió la mano, dándole los dos sobrecitos. Sosa se sentó a la mesa, dispuso cuatro líneas y aspiró hondamente.
-¿Qué me mirás así, putito?¿Encima me querés cobrar? Se fue sin despedirse.
El colectivo lo devolvió al barrio de María, de María y suyo.
Una vez en la plazoleta eligió la peor mesa de ajedrez. Antes de sentarse miró el tablero con sorna y dijo para sus adentros que los jubilados no tenían nada mejor que hacer. Aprolijó dos líneas con cuidado: eran las últimas. Un chico pasó a su lado y le dijo que se iba a descerebrar.
-Callate, mocoso.
Su paranoia iba increscendo, su vista se nublaba, su entendimiento ya no era su entendimiento.
-¿Que le pasa a ésta que no viene?
El chico pasó con otro y Sosa creyó que lo miraban con desprecio. No dudó en golpearlos. Una chica del grupo se le trepó a la espalda, a él le bastó un sólo sacudón para estacionarla en el suelo. Todos contemplaron con horror los destellos del estilete, la hoja entró en vientres, toraxs, cuencas oculares y sólo Dios puede saber en cuántos lugares más.
Todos estaban cubiertos de sangre, pero la sangre para entonces era apenas un remedo del pasado.
Los agentes que lo enfrentaron fueron cautos: uno de ellos lo reconoció y recordó su temperamento de cuando era reclutado eventualmente por la patrulla perdida, allá por los setenta. Recordó también que lo apodaban "El Gurka".
Sosa no lloró ni tembló cuando lo esposaron, pero tampoco escucho cuando le leyeron sus derechos.
El Gurka jamás se los leyó a los subversivos.
Un agente le ofreció un cigarrillo.
-Gracia'- repuso con sequedad.El automóvil se puso en marcha.

NORMA E. TRAFERRI

RESUMEN

Asumo y resumo lo que me resta de vida.
Di, pedí, hasta rogué, creo que amé en algún momento.
Tomé todo lo que mi ambición deseaba fuera propio.
Repudié cuando el desinterés se aproximaba. Ofrendé mi vida al sórdido egoísmo de poseer sin medida. No existieron costos y cargos de conciencia.
Cae la tarde, solo mis pensamientos acompañan el ceñido resumen.
Ciego estuve siempre. No conocí amaneceres, ni siquiera la curiosidad de ver una mañana.
Solo el pequeño espejo delante, y mi cara reflejándose. Solo yo, siempre.
Hoy es el resto de mi vida.
Recostado en esta cama, blanca. Me acompaña el sonido de mi corazón, y un verde zig zag, que minuto a minuto, se va tornando imperfecto.


-Buenos Aires-

NEGRO HERNÁNDEZ


EL PITO MAYOR

Esto no me lo contaron Negro, aunque no lo creas es cierto, lo viví cuando era chico en la época de Perón. Resulta que...
Cuando Sandoval se pone a conversar es difícil quitarle la palabra porque pone la vista en un punto fijo y el mundo desaparece a su alrededor. Además sus anécdotas son muy entretenidas aunque a veces se pone muy pesado con las reiteraciones.
...La abuela hacía varios años que estaba sola. Nosotros, desde que murió mi abuelo, vivíamos en la casa de ella, porque mi madre la quería mucho y mi viejo no ganaba lo suficiente para garpar un alquiler en el conventillo. La casa era grande, con un patio en el fondo lleno plantas donde jugamos a la pelota. Un día, mientras mi abuela Rosa lavaba la ropa en el piletón, yo le pregunté por qué estaba triste. Mirá vos, cómo de pendejo me daba cuenta...
Los domingos por la mañana Sandoval se pone melancólico, estaciona el taxi junto a la ve-reda del Café Tres amigos y desciende bostezando porque ha trabajado toda la noche. A veces se queda dormido apoyado en la mesa del boliche y otras solamente saluda y se va.
...Hacía poco tiempo que el Moncho, mi abuelo, había dado la última pitada mientras dirigía la final del campeonato de fútbol amateur entre Estrella Fugaz y Piolín Junior, un clásico de aquellos. Esa desgraciada tarde plena de sol, los muchachos de la barra lo trajeron con la cara ensangrentada y el silbato incrustado en la garganta. Nada habían podido hacer en la salita de primeros auxilios del dispensario. Dicen los que estuvieron allí, que amagó articular unas palabras de despedida, pero que sólo pudo emitir un largo sonido parecido a un silbido. Un pelotazo inexplicable del loco Fiorda, un rebote en el madero izquierdo del arco visitante y el balón que lo golpea con toda la fuerza en el rostro, y después el drama que se desencadenó aquel de 25 de mayo...
El episodio ya lo había contado, pero como el Mirón y Jorge no lo conocían, el Gordo me guiñó el ojo como pidiéndome que no dijera nada. De todas maneras era un placer escucharlo, cada vez lo contaba de una manera distinta y tan magistralmente que parecía nuevo.
...Lo enterraron recién el lunes, porque el cementerio cerraba los sábados al mediodía por falta de presupuesto en el municipio para pagarle al encargado las horas extras que le correspondían, aunque algunos aducían otra razón: su mujer era tan celosa que desconfiaba de las numerosas viudas que le encargaban el cuidado de sus queridas tumbas.
Los funerales del Moncho, mi abuelo, todavía se recuerdan. Estuvo presente el Intendente y el Gobernador, que aprovecharon el acontecimiento para lanzar sus candidaturas para la re-elección, dada la popularidad del finado entre los habitantes de la zona. Los vecinos más viejos evocan las dificultades que tuvieron que superar para colocar a mi abuelo en el ataúd. Resulta que, en homenaje a su trayectoria de árbitro, los presidentes de ambas instituciones decidieron que el muerto se llevara a su futura morada, la pelota con que se había disputado tan magno encuentro. Pero el abuelo era grandote y un poco gordo, como yo, y cuando quisieron cerrar el cajón se dieron cuenta que la pelota apretada entre las manos del pito mayor del Gran Buenos Aires, impedía el cerramiento. Algunos presentes llegaron a proponer desinflar el balón pero tuvieron la oposición cerrada del consejo de árbitros. Finalmente se agujereó la tapa del cajón por donde sobresalió media esfera de cuero marrón que fue disimulada mediante un arreglo floral. Mientras tanto, en la calle y frente al velatorio, la gente podía comerse un choripan con un buen tinto, o una porción de canchera de muzarela y contribuir, de ese modo, a un fondo para la manutención de la amada viuda, o sea mi abuela, que tanto sacrificio había hecho, sábado tras sábado, renunciando a compartir sus fantasías sexuales por la vocación de su incorruptible cónyuge, o sea mi abuelo... (Esto es la primera vez que lo escucho, es capaz de ponerse a hablar de la sexualidad de mis abuelos)
...Volviendo al principio, cuando le pregunté por qué estaba triste, la vieja se secó las manos en el delantal y me miró tiernamente tratando de encontrase con el recuerdo. Porque hoy juegan Estrella Fugaz y Piolín Junior, dijo con lágrimas en los ojos y olor a lavandina.

-Buenos Aires-