16 AÑOS ES AYER
La idea fue del Gordo. Estábamos con Sandoval y Jorge cuando, en medio de una partida de truco, el Gordo dijo: ¿Qué tal si hacemos una fiesta para tu amigo por los 16 años de su revista? Ramón contestó instantáneamente:
- Me parece fenómeno, contá conmigo para lo que necesites, mientras mezclaba las cartas para el segundo chico.
- Si la fiesta la hacemos un viernes por la noche, no hay problema. Acuérdense que los sábados tengo guardia, agregó Jorge, con un vaso de cerveza en la mano, como diciendo salud con el gesto.
Yo me demoré en contestar, esperé recibir las tres barajas, las orejeé, y lo miré al Gordo por si me pasaba una seña... un tres.
- ¡Venga! dije, y puso el cinco de copas.
- Estoy de acuerdo, es una gran idea, yo me ocupo de avisarle a Carlos M. y después arreglamos, dije envidiando la propiedad de la iniciativa.
- Podríamos hacer un asadito en el patio del fondo, propuso Sandoval y todos lo aprobaron.
- ¡Envido!
- ¡Quiero!
- ¡Veintiocho!
- ¡Son buenas!
- Antes tenemos que hablar con el Gallego... agregué
Recuerdo aquel día que andando por Palermo entre al Varela para hacer tiempo y me senté junto a la ventana. Las pibas que caminaban por la esquina de Scalabrini Ortiz y Paraguay distraían mi lectura, cuando una moracha espectacular con el pelo enrulado hasta la cintura entró en el café y se acercó a una mesa contigua con unos papeles en la mano. Se sentó frente a un tipo muy parecido a ella (es la hija, pensé), y se pusieron a charlar. Mi discreción se perdió entre las voces y los ojos que como dos uvas color miel llenaban toda la cara de la muchacha. Hablaban de la edición de una revista y presté atención, creo que ella traía unos avisos para publicar y unos poemas de un tal Mirón de Palermo.
- ¡Jugá Negro!, dijo el Gordo.
- ¡Truco!
- ¡Quiero!, y puso el siete de oro.
- ¡Retruco!
- ¡Quiero vale cuatro!
- ¡Quiero!, y jugué el ancho.
Después volví muchas veces por el lugar. Por entonces, yo salía con Marta que tenía el consultorio a media cuadra de la famosa esquina, y pasaba a buscarla para ir pasear y después íbamos a mi departamento a pasar la noche juntos, bajo la luna de Barracas.
Fue allí donde conocí a Carlos M. y al otro tipo que estaba con él hablando en voz alta con una carpeta repleta de dibujos iguales a uno que colgaba enmarcado, en la pared del café debajo del televisor. Más tarde supe que se llamaba Oliviero. Sobre el mostrador, cerca de la vitrina con tortas y medias lunas, descansaba un toco de revistas que algunos parroquianos levantaban y leían en sus mesas. Redes de Papel decía el título, la portada incluía un gran dibujo y el sumario del contenido.
-¡Grande Negro, que lo tenemos!
El segundo chico estaba casi ganado, pero faltaba el bueno. El truco, se me había desvanecido entre las imágenes de aquella evocación. Tenía ganas de prender un cigarrillo y me incorporé de la silla para hacer un llamado telefónico. Mi celular, como de costumbre, se había quedado sin crédito y me acerqué al mostrador para matar dos pájaros de un tiro. Le pregunté al Gallego, que estaba preparando una picada sobre una tabla de madera:
- Gallego, ¿Tenés algún problema que hagamos una reunión en el café el próximo viernes?
- Ninguno.
- Mirá que van a venir como cien personas, exageré.
- Mejor, así cerramos el boliche y nadie nos jode.
El Gallego me extendió el teléfono y hablé. Cuando volví, les conté a todos que lo de la fiesta estaba arreglado.
Recién en mi tercera visita al Varela me animé a tener un encuentro, y me presenté. "Todo encuentro es un desencuentro", dijo Carlos M., invitándome a compartir la mesa, mientras yo trataba de comprender la frase. Estuvimos dos horas charlando, y cuando llegó Marta le pedí que me esperara en otra mesa. "La página de la revista debería llamarse Crónicas del Café", me dijo convencido. "Escriba lo que quiera sobre el tema, aquí no hay censura". Y nos abrazamos como lo hacen los hombres.
Marta me tiró la bronca por haberla hecho esperar, pero no le contesté. Me fui pensando en contar las historias de mi Café: el Tres Amigos, cuando aquella noche Marino cantó por primera vez el tango que bautizó al boliche.
Así nació nuestra amistad y el puente tendido entre Palermo y Barracas enriqueció a las dos barras. Hoy, con el paso del tiempo, me parece que 16 años es ayer.
- ¡Negro, te toca repartir!
La idea fue del Gordo. Estábamos con Sandoval y Jorge cuando, en medio de una partida de truco, el Gordo dijo: ¿Qué tal si hacemos una fiesta para tu amigo por los 16 años de su revista? Ramón contestó instantáneamente:
- Me parece fenómeno, contá conmigo para lo que necesites, mientras mezclaba las cartas para el segundo chico.
- Si la fiesta la hacemos un viernes por la noche, no hay problema. Acuérdense que los sábados tengo guardia, agregó Jorge, con un vaso de cerveza en la mano, como diciendo salud con el gesto.
Yo me demoré en contestar, esperé recibir las tres barajas, las orejeé, y lo miré al Gordo por si me pasaba una seña... un tres.
- ¡Venga! dije, y puso el cinco de copas.
- Estoy de acuerdo, es una gran idea, yo me ocupo de avisarle a Carlos M. y después arreglamos, dije envidiando la propiedad de la iniciativa.
- Podríamos hacer un asadito en el patio del fondo, propuso Sandoval y todos lo aprobaron.
- ¡Envido!
- ¡Quiero!
- ¡Veintiocho!
- ¡Son buenas!
- Antes tenemos que hablar con el Gallego... agregué
Recuerdo aquel día que andando por Palermo entre al Varela para hacer tiempo y me senté junto a la ventana. Las pibas que caminaban por la esquina de Scalabrini Ortiz y Paraguay distraían mi lectura, cuando una moracha espectacular con el pelo enrulado hasta la cintura entró en el café y se acercó a una mesa contigua con unos papeles en la mano. Se sentó frente a un tipo muy parecido a ella (es la hija, pensé), y se pusieron a charlar. Mi discreción se perdió entre las voces y los ojos que como dos uvas color miel llenaban toda la cara de la muchacha. Hablaban de la edición de una revista y presté atención, creo que ella traía unos avisos para publicar y unos poemas de un tal Mirón de Palermo.
- ¡Jugá Negro!, dijo el Gordo.
- ¡Truco!
- ¡Quiero!, y puso el siete de oro.
- ¡Retruco!
- ¡Quiero vale cuatro!
- ¡Quiero!, y jugué el ancho.
Después volví muchas veces por el lugar. Por entonces, yo salía con Marta que tenía el consultorio a media cuadra de la famosa esquina, y pasaba a buscarla para ir pasear y después íbamos a mi departamento a pasar la noche juntos, bajo la luna de Barracas.
Fue allí donde conocí a Carlos M. y al otro tipo que estaba con él hablando en voz alta con una carpeta repleta de dibujos iguales a uno que colgaba enmarcado, en la pared del café debajo del televisor. Más tarde supe que se llamaba Oliviero. Sobre el mostrador, cerca de la vitrina con tortas y medias lunas, descansaba un toco de revistas que algunos parroquianos levantaban y leían en sus mesas. Redes de Papel decía el título, la portada incluía un gran dibujo y el sumario del contenido.
-¡Grande Negro, que lo tenemos!
El segundo chico estaba casi ganado, pero faltaba el bueno. El truco, se me había desvanecido entre las imágenes de aquella evocación. Tenía ganas de prender un cigarrillo y me incorporé de la silla para hacer un llamado telefónico. Mi celular, como de costumbre, se había quedado sin crédito y me acerqué al mostrador para matar dos pájaros de un tiro. Le pregunté al Gallego, que estaba preparando una picada sobre una tabla de madera:
- Gallego, ¿Tenés algún problema que hagamos una reunión en el café el próximo viernes?
- Ninguno.
- Mirá que van a venir como cien personas, exageré.
- Mejor, así cerramos el boliche y nadie nos jode.
El Gallego me extendió el teléfono y hablé. Cuando volví, les conté a todos que lo de la fiesta estaba arreglado.
Recién en mi tercera visita al Varela me animé a tener un encuentro, y me presenté. "Todo encuentro es un desencuentro", dijo Carlos M., invitándome a compartir la mesa, mientras yo trataba de comprender la frase. Estuvimos dos horas charlando, y cuando llegó Marta le pedí que me esperara en otra mesa. "La página de la revista debería llamarse Crónicas del Café", me dijo convencido. "Escriba lo que quiera sobre el tema, aquí no hay censura". Y nos abrazamos como lo hacen los hombres.
Marta me tiró la bronca por haberla hecho esperar, pero no le contesté. Me fui pensando en contar las historias de mi Café: el Tres Amigos, cuando aquella noche Marino cantó por primera vez el tango que bautizó al boliche.
Así nació nuestra amistad y el puente tendido entre Palermo y Barracas enriqueció a las dos barras. Hoy, con el paso del tiempo, me parece que 16 años es ayer.
- ¡Negro, te toca repartir!