jueves, 10 de marzo de 2011

NEGRO HERNÁNDEZ


16 AÑOS ES AYER

La idea fue del Gordo. Estábamos con Sandoval y Jorge cuando, en medio de una partida de truco, el Gordo dijo: ¿Qué tal si hacemos una fiesta para tu amigo por los 16 años de su revista? Ramón contestó instantáneamente:
- Me parece fenómeno, contá conmigo para lo que necesites, mientras mezclaba las cartas para el segundo chico.
- Si la fiesta la hacemos un viernes por la noche, no hay problema. Acuérdense que los sábados tengo guardia, agregó Jorge, con un vaso de cerveza en la mano, como diciendo salud con el gesto.
Yo me demoré en contestar, esperé recibir las tres barajas, las orejeé, y lo miré al Gordo por si me pasaba una seña... un tres.
- ¡Venga! dije, y puso el cinco de copas.
- Estoy de acuerdo, es una gran idea, yo me ocupo de avisarle a Carlos M. y después arreglamos, dije envidiando la propiedad de la iniciativa.
- Podríamos hacer un asadito en el patio del fondo, propuso Sandoval y todos lo aprobaron.
- ¡Envido!
- ¡Quiero!
- ¡Veintiocho!
- ¡Son buenas!
- Antes tenemos que hablar con el Gallego... agregué
Recuerdo aquel día que andando por Palermo entre al Varela para hacer tiempo y me senté junto a la ventana. Las pibas que caminaban por la esquina de Scalabrini Ortiz y Paraguay distraían mi lectura, cuando una moracha espectacular con el pelo enrulado hasta la cintura entró en el café y se acercó a una mesa contigua con unos papeles en la mano. Se sentó frente a un tipo muy parecido a ella (es la hija, pensé), y se pusieron a charlar. Mi discreción se perdió entre las voces y los ojos que como dos uvas color miel llenaban toda la cara de la muchacha. Hablaban de la edición de una revista y presté atención, creo que ella traía unos avisos para publicar y unos poemas de un tal Mirón de Palermo.
- ¡Jugá Negro!, dijo el Gordo.
- ¡Truco!
- ¡Quiero!, y puso el siete de oro.
- ¡Retruco!
- ¡Quiero vale cuatro!
- ¡Quiero!, y jugué el ancho.
Después volví muchas veces por el lugar. Por entonces, yo salía con Marta que tenía el consultorio a media cuadra de la famosa esquina, y pasaba a buscarla para ir pasear y después íbamos a mi departamento a pasar la noche juntos, bajo la luna de Barracas.
Fue allí donde conocí a Carlos M. y al otro tipo que estaba con él hablando en voz alta con una carpeta repleta de dibujos iguales a uno que colgaba enmarcado, en la pared del café debajo del televisor. Más tarde supe que se llamaba Oliviero. Sobre el mostrador, cerca de la vitrina con tortas y medias lunas, descansaba un toco de revistas que algunos parroquianos levantaban y leían en sus mesas. Redes de Papel decía el título, la portada incluía un gran dibujo y el sumario del contenido.
-¡Grande Negro, que lo tenemos!
El segundo chico estaba casi ganado, pero faltaba el bueno. El truco, se me había desvanecido entre las imágenes de aquella evocación. Tenía ganas de prender un cigarrillo y me incorporé de la silla para hacer un llamado telefónico. Mi celular, como de costumbre, se había quedado sin crédito y me acerqué al mostrador para matar dos pájaros de un tiro. Le pregunté al Gallego, que estaba preparando una picada sobre una tabla de madera:
- Gallego, ¿Tenés algún problema que hagamos una reunión en el café el próximo viernes?
- Ninguno.
- Mirá que van a venir como cien personas, exageré.
- Mejor, así cerramos el boliche y nadie nos jode.
El Gallego me extendió el teléfono y hablé. Cuando volví, les conté a todos que lo de la fiesta estaba arreglado.
Recién en mi tercera visita al Varela me animé a tener un encuentro, y me presenté. "Todo encuentro es un desencuentro", dijo Carlos M., invitándome a compartir la mesa, mientras yo trataba de comprender la frase. Estuvimos dos horas charlando, y cuando llegó Marta le pedí que me esperara en otra mesa. "La página de la revista debería llamarse Crónicas del Café", me dijo convencido. "Escriba lo que quiera sobre el tema, aquí no hay censura". Y nos abrazamos como lo hacen los hombres.
Marta me tiró la bronca por haberla hecho esperar, pero no le contesté. Me fui pensando en contar las historias de mi Café: el Tres Amigos, cuando aquella noche Marino cantó por primera vez el tango que bautizó al boliche.
Así nació nuestra amistad y el puente tendido entre Palermo y Barracas enriqueció a las dos barras. Hoy, con el paso del tiempo, me parece que 16 años es ayer.
- ¡Negro, te toca repartir!

TALLER DE ESCRITURA


TALLER DE ESCRITURA CREATIVA REDES DE PAPEL
 TODOS LOS LUNES DE 18 A 20 HORAS
en La Subasta, Río de Janeiro 54, Capital
Coordina Carlos Margiotta
Informes: 4857-5119

RELATOS BREVES



Metamorfosis
Lola Sanabria
(Madrid)

Noche de luna llena. El acróbata trabaja sin red. Agarrado a la barra del trapecio, toma impulso, flexiona las piernas y se columpia. Cuando su cuerpo dibuja sobre las cabezas de los niños, la curva de una amplia sonrisa, suelta las manos, se gira en el aire, y cae en la pista sobre las almohadillas de sus cuatro patas.

La servilleta
David C. Robinson
(Panamá)

Una servilleta rayada con un nombre y un número telefónico. Ella en el cuarto de baño. Y mientras orinaba, ella leía y releía lo escrito en el papel por el mejor cliente de la noche anterior. Según aquel tipo, él podría sacarla de la "vida fácil" y llevarla a una vida verdaderamente fácil. Fue muy vehemente al reiterar sus intenciones para con ella. Él estaba ebrio. Ella no. Una servilleta rayada. Ella en el cuarto de baño. Ella y una servilleta arrugada y mojada. Una servilleta que huye en el remolino del inodoro.

Nada es más veloz que la muerte
René Behoteguy Chávez
(Bolivia)

Cuando Francisco tomó el tren esa mañana desde el centro del mundo rumbo al sur, no sabía que desde el norte, la Muerte cabalgaba a su encuentro. Mientras Mamá Tierra sentía el vibrar del tren sobre las vías clavadas en ella y el galope de la Muerte, se preguntaba si ésta sería lo suficientemente veloz para alcanzarlo antes de que llegue a su destino. Cuando el tren llegó a su última estación, la Muerte llevaba tres minutos esperándolo. Lo que ella no sabía es que, avisado por un murmullo de la Mamá Tierra, Francisco se había bajado dos estaciones antes.

El jardín de los ecos
Luis Alberto Portugal Durán
(España)

El ermitaño llegó al jardín de los ecos y escuchó sus ahuecados pasos en la penumbra.
Acostumbrado como estaba a ponerse a la sombra del sauce llorón y gritar su nombre para que la resonancia le respondiese rompiendo cada una de sus sílabas, así lo hizo…
Sin embargo, esta vez, no hubo respuesta: el Silencio había gritado antes de que él lo hiciese.

El hombre
Luis C. Ramírez Lascarro
(Colombia)

Cuentan que un hombre estaba cansado de vivir, y que moría a cada rato.
Pero le pesaba tanto la muerte, que no podía morir con esa carga.

Vencedor
Leonardo Depestre Catony
(Cuba)

¡El pobre!, debe de ser un escritor muy malo, pensaban en su casa. Pero él, obstinado, no dejaba de participar en los concursos. Ni de gastar dinero en el franqueo de los envíos certificados. Ni de esperar ansioso las fechas de entrega de los premios, sin recibir aviso alguno. Sufría la peor de las enfermedades: era adicto a perder.

Pesadilla
Raúl Flores Iriarte
(Cuba)

Todas las noches soñaba algo distinto. Esa noche soñó con su ejecución. Oyó al juez dictar la sentencia de muerte. Se vio caminando los peldaños del cadalso y vio al verdugo caminar a su lado. El verdugo, empuñando un cuchillo, lo haló por el pelo para dejar el cuello al descubierto y degollarlo con facilidad.
Despertó a tiempo para ver el cuchillo iniciar el viaje a través de su cuello.

Pan y circo
Javier F. Castillo Naranjo
(Colombia – España)

Fútbol ultradefensivo. Cuando el lateral izquierdo, por tercera vez consecutiva, entregó el balón a su arquero retrasando el juego, los chiflidos se repitieron por toda la tribuna atestada de espectadores y los pañuelos blancos se agitaron al viento. El clamor popular fue atendido; las portezuelas se abrieron y los leones y toros fueron desatados sobre el campo de juego. La dentellada al cuello sobre el delantero centro fue cantada como gol. La bestia fue al hombre no al balón, pero el árbitro no pitó penalti; a nadie le importó, la diversión estaba asegurada.

El pan de los panaderos
Luis Pacheco Granado
(Cuba)

Como todas las madrugadas fue hasta el patio, era un amanecer cálido. Caminó entre las húmedas hierbas rumbo al caserón. La puerta estaba entreabierta y una fina línea de luz la fue guiando.
Adentro todo era actividad, los ojos la siguieron sin dejar de amasar la harina. Y como siempre fue de ellos, cada uno la fue moldeando a su gusto y ella los dejó hacer.
Luego, cuando los primeros gallos rompían el silencio, contenta, con su preciosa carga iba de puerta en puerta, segura de que obtendría un buen precio.
Publicado en Con voz propia, revista virtual dirigida por Analía Pescaner

GRACIELA WENCELBLAT



Andante
a paso vivo
dejando atrás
las severas
los gruñidos
poniendo el cuerpo
que quiere marchitarse
¡que bien estás!
le dicen
a paso vivo
le cuentan las letras
que necesita
para pagar la estadía.
La bolsa de tela roja
colgada al hombro
se va vaciando.
Camina sacándole fulgor
a las baldosas
esperanza a los adoquines
a paso vivo
en el spa se deja hacer
mimos
pero no alcanzan las letras

para todos
los que necesita

miércoles, 9 de marzo de 2011

ADELFA MARTÍN



LO INUTIL DE LA VENGANZA

Lo decidió esa noche... Al día siguiente subió a la azotea de su casa porque sabía que desde allí podía tener una mejor vista del recorrido que él hacía en su paseo de cada tarde. Quería saber si llegaría hasta el pequeño bosque que se encontraba al final del parque, aquel que obligamos a nuestras autoridades a que lo cercaran por el fondo, pues por esa parte casi invisible se metían los malvadines de la zona a hacer de las suyas, bien escondidos y tapados por las plantas, flores y árboles. Tenía que trazar un plan perfecto... no casi o bastante... sino totalmente perfecto. Puede ser cierto que el odio y el rencor no llevan a nada, que la venganza se convierte en artículo de lujo que se vuelve contra quien la ejerce... pero no cabe duda que al menos por algún tiempo, deja un maravilloso sabor de boca...
Ojalá olvidáramos, borráramos la cinta, pero sabemos que es imposible... Podemos perdonar en nuestro corazón y seguir adelante cargando el costal de los recuerdos, más o menos archivados en los anaqueles de las cosas que ya se volvieron obsoletas...pero, así que tu digas, olvidé por completo... jamás
Isabel, Isabel, se decía. Después de haber guardado este secreto por tantos años, de haber llevado la carga tu sola, no puedes fallar ahora o permitir que encima, te castiguen.
Agazapada detrás de un pequeño muro sobre su azotea, lo vio pasar caminando... observó que ya lo hacía lentamente; definitivamente no era el mismo de antes. Los años no pasan en vano se dijo y lo mismo ha sucedido contigo... pero la diferencia de edades seguía prevaleciendo y a estas alturas el se veía verdaderamente... viejo. Nada de compasión Isabelita... ¡ni se te ocurra pensarlo siquiera! Lo siguió con la mirada... ¡que suerte!, no solamente llegó al bosque a esa hora solitario, sino que quizás por cansancio se sentó en una de las bancas.
Ese va a ser el momento ideal Isabel... tu momento... lo mirarás fijamente a los ojos... que te reconozca primero, que sepa que eres tú, que no haya la menor posibilidad de equívoco... debes decir solo una pequeña frase: ¿Me recuerdas, verdad?
El próximo viernes... ese va a ser el GRAN DÌA. La zona estará solitaria y además habrá mucho bullicio por las fiestas anuales a las que tradicionalmente los vecinos acuden... Tu ya tienes todo listo, ya estas preparada mental y materialmente... nada tiene porqué salir mal. Ve al parque con suficiente tiempo y lo más discretamente posible... sobran los lugares para esconderte sin que seas vista desde la calle... y esperas...
Isabel siguió sus propias instrucciones... se ocultó en un lugar apropiadísimo que encontró y que pareciera hubiera sido hecho para su propósito.
Lo vio llegar, escuchó que jadeaba y que se dejaba caer pesadamente en la banca... Salió a la luz, donde él pudiera verla con total claridad... Metió la mano en su bolso... sacó la pistola, comenzó a colocarle el silenciador y mirándolo fijamente, le dijo... ¿me recuerdas, verdad?... La expresión de sus ojos horrorizados fue su mejor respuesta... Isabel... Isabel... casi gritaba, aunque solo alcanzaba a murmurar entrecortadamente... De pronto ella se dio cuenta que tenía ante sí un guiñapo, un resto de algo que fue; una cosa vestida con ropas masculinas que lloraba desconsoladamente y que repetía entre balbuceos angustiosos... ¡perdóname por favor... perdóname!
Guardó nuevamente su arma... sintiendo una mezcla de asco y lástima. Se dio cuenta en ese momento que por primera vez en mucho tiempo respiraba profundo y podía reír casi inconteniblemente, con una libertad que había olvidado que existía...
Sin deseos de venganza, sin rencores, solo compasión... La persona que había odiado por tantos años era un fantasma... Una caricatura del pasado.


(México)

MARISA PRESTI



GUISO DE NADA

Los tacos de Josefina avanzan con apuro sobre las imprevisibles baldosas. Los jeans ajustados delatan un temperamento atrevido, de los años en que las arrugas aún no habían delineado su rostro y las manos eran suavemente lisas. Aún así, el cabello largo, abundante y rojizo, le impide pasar desapercibida. Y justo esa tarde, nublada y cálida, en que ella alcanza la parada del 60, no quiere hacerse notar. Mira a las personas que esperan delante de ella, no reconoce a ninguna. Disminuye la tensión, aliviada, y recién entonces afloja el brazo derecho que sostiene la bolsa de las compras.
Sentada en el primer asiento, repasa la mercadería: papas, cebolla, tomates, puerro... Todo lo necesario para el guiso de la noche. Antes compraba a último momento, pero el temor de olvidar algo la había vuelto prudente. Acomoda la espalda contra el asiento y deja que la vista se diluya en esas imágenes que revive una y otra vez.
Aníbal besándole la piel, susurrando en su oído, deslizando el cuerpo contra el suyo en medio de forcejeos gozosos. La penumbra de la intimidad, el placer de saberse libre por algunas horas y el deseo exacerbado por varios días de separación, le dibujan una sonrisa sedienta. Abre los ojos, sabe que está recordando los mejores momentos. Evita pensar en los otros, en los que de a poco fueron deteriorando el placer.
¿Nunca pensás decírselo? ¿Cuánto tiempo me voy a bancar que duermas con tu marido? ¿Así que son como hermanos? ¿Me tomás por boludo?
No entendés, piensa. Tantas veces le había explicado que lo de ella y Germán era costumbre, casi pena. Dejarlo después de veintitrés años era como matarlo; sin hijos, sin amigos, no podría sobrevivir sin ella.
Baja del colectivo pensativa, pero a medida que se acerca al departamento de Aníbal un cosquilleo por todo el cuerpo engolosina sus sentidos. Sus tacos retumban por el largo pasillo. Se detiene en el último; no tiene que sacar la llave, la puerta abierta le anticipa que la está esperando.
La ropa cae sobre el piso, arrancada con impaciencia. Zapatos que resbalan sin destino debajo de los sillones. La bolsa de las compras derrama zapallitos al lado de la cama. Nunca había sido así, piensa ella, pero me gusta.
Se recorren con violencia hasta agotarse. La cama sostiene los dos cuerpos que por unos minutos quedan quietos, quietos y en silencio. Pasa su mano por el hombro masculino, para decirle algo sin decirlo. Aníbal se da vuelta, dándole la espalda.
El dolor después del amor presagia tormentas, por eso se levanta y busca el refugio de la ducha; deja que el agua resbale por su rostro, deja que prolongue el placer que sabe que está perdiendo. Se queda un largo rato, espera; al fin, envuelta en una toalla sale y empieza a juntar su ropa.
Sentado en el borde de la cama, él agarra el paquete de cigarrillos que está sobre la mesa de luz, toma unos fósforos y enciende un cigarrillo con gesto adusto. Detiene su vista en los fósforos. El dibujo de dos cuerpos entrelazados le hace recordar aquella vez, hace más de dos años, en el hotel Los Amantes. Abre la pequeña solapa y encuentra la letra femenina: Al único hombre de mi vida, José. La guardó mucho tiempo, pero ahora tira la cajetilla de fósforos al suelo, indiferente a su destino entre las verduras abandonadas. Josefina está a punto de repetir lo que siempre pide: No fumes, por favor, mi marido me va a sentir olor a cigarrillo. Pero no dice nada.
Aníbal se levanta. Con esfuerzo, recoge las verduras sueltas y las pone dentro de la bolsa. Mejor no vengas la semana que viene, voy a estar afuera por unos días. El cielo se convierte en infierno dentro de Josefina, una angustia desconocida se clava en su respiración quitándole el aliento. No sabe si es apenas una amenaza, pero quiere creerlo, por eso disimula la seguridad que no tiene: Como quieras.
El dolor del placer convertido en miedo nubla su vista mientras camina hasta la parada del colectivo. No consigue asiento, apretada entre muchos que van y vienen en la rutina diaria, prefiere creer que fue sólo un mal día. Ya se le pasará, se auto convence, mientras el peso de las compras lastima su mano izquierda.
Deja la bolsa sobre la mesada de la cocina. Mira el reloj, tiene el tiempo justo para preparar el guiso. Antes que nada, se lava las manos minuciosamente. El espejo del baño le devuelve una imagen angustiada, ensaya unas sonrisas. Mientras pasa un peine sobre su cabello siente el ruido de la llave en la cerradura.
Se saludan con módico cariño: Llegaste más temprano. Él asiente con un gesto, sin pronunciar palabra. Parece cansado, pobre. Nerviosa, ella prende la radio, se ajusta el delantal de cocina y dice con tono cariñoso: ¿Me alcanzás las verduras de la bolsa?
Prolijamente, él saca las papas, el puerro, las zanahorias. Se detiene. Entre las últimas verduras, encuentra una pequeña cajetilla de fósforos.

VIRGINIA PERRONE



SOMOS TRAZO

No lo olvides,
entre tus brazos vibra una Poeta.
*
Parada en mí como un cuaderno en escritura,
sustantiva, ilegible
y soy más que esta Letra que me empuña.
*
Somos Trazo en reescritura.
La tinta escribe sombras a trasluz.
*
Me dijo: -sos mi aljibe, y saltó desde mí.
*
No preciso más nombre que mi nombre para ser ésta y ser tantas.
*
Silencio, -dijo el pájaro, quiero escuchar el trino Humano,
saber cómo es ponerse el alma en un Mundo descalzo
*
Le pregunto a la rosa Pagana, -dónde es tu Dios.
*
-Volvete sombra, soy de mi Letra.
*
Soy dueña de esta lágrima, sal, murmúrame en que lluvia fui.
*
Qué hace esta eternidad humilde lloviendo amor sobre una piedra.
*
Arrancame el silencio en su reverso. Ahí es Poema.
*
Hablaron, y ya despiertos, todo faltaba. Y fue Palabra.
-No saltes, hay una palabra sobre la baldosa.
*
Entre la sed y el silencio hay un muro que dice que no hay.
*
Dos almas y sus cuerpos se aman mientras
afuera graniza derrota.
*
Cautiva de escuchar ese único Poeta, y él, cautivo de ser Poeta para mí,
rompiendo cólera o amor; un minotauro,
una herejía de soles vaciando palabras para entregarme sólo sospechas.
*
Vengo de la noche, de tu pecho
en sombras, de los dulces astilleros del Amor Proletario, vengo.
*
Faltaron las cucharas o sobraron las bocas. Algo cierra mal en este Álgebra Planeta,
y eso también es Escritura.
*
No me des el cristal te pido todos los umbrales.
*
La Poesía no está en el Lenguaje, está en las Palabras,
en la humedad que te llevo y me hace,
y me persiste naranja, olor a jazmín de baldosa,
siembra de tu sexo, tan cosecha.
*
En sus bíceps tumberos crecía un puerto de magnolias.
*
Descalzaré mi sombra, y la niña que fui se lloverá Poema.

MARIA ECHAVE


EL FAMILIAR DE AMBROSIO OLMOS

Dionisio Arias había sido peón de Ambrosio Olmos en la estancia "La Amanecida" al norte de la laguna de Suco hasta 1920. Olmos, uno de los hombres más ricos de la Argentina de entonces, no dejaba nunca de visitarla cuatro veces al año, pese a que tenía un buen mayordomo en el lugar, y otras muchas tierras que recorrer. Era el dueño de casi la mitad de la provincia de Córdoba y en sus campos las cabezas de ganado superaban el millón. De pulpero y acopiador de frutos del país había pasado a ser terrateniente, ganadero y gobernador en un abrir y cerrar de ojos.
"La Amanecida" era propiedad de los Adaro de San Luis y Olmos que se las había comprado a precio vil por unas deudas de juego, se les quedó con todo lo de adentro. Así fue como la familia Arias siguió en el puesto "El Talita" camino a Achiras, y Dionisio con sus mozos veinte años, un buen día, vio al nuevo dueño bajar de un coche negro brillante tirado por dos briosos caballos del mismo color. Desde esa mañana quedó hipnotizado con la presencia del patrón y comenzó a seguirlo de aquí para allá. Que trayéndole una vaso de agua; que alcanzándole el sombrero; que la silla para sentarse bajo la parra; que el mate de leche con chipaca preparado por la mama. Todo para caerle en gracia a ese hombre más que serio, de cejas pobladas, ojos pequeños y achinados en un rostro que parecía de piedra. Y le cayó en gracia nomás. Tanto que al cabo de unos años "Diosito" como empezó a llamarlo Olmos se convirtió en el peón de confianza y el vigía de todo movimiento por esos fundos. "Diosito" era también el que permitía el milagro de la multiplicación geométrica de su riqueza, aunque él, claro estaba que no lo sabía y sólo actuaba por fidelidad compulsiva.
De viejo ya, a Dionisio le gustaba contar historias al calor de los fogones o en rueda de naipes, sobre todo si la noche era oscura o amenazaba tormenta, porque así disfrutaba del temor que sus palabras le imponían a la audiencia. Una de aquéllas versaba sobre la presencia en "La Amanecida" de una criatura extraña y terrorífica que el viejo había traído de uno de sus viajes y que mantenía prisionera en un galpón especialmente construido atrás de la casa principal. No era un galpón de campo cualquiera. Era una especie de panteón desprovisto de aberturas y rodeado de higueras.
- A la noche el galpón brillaba todito aunque no hubiese luna -contaba Dionisio, espiando a través de los ojos entrecerrados las caras de quienes lo escuchaban- El galpón donde vivía el "bicho" era como de cinco metros de alto sin ventanas, ni puertas y con un agujero en el techo por donde se le hacía dentrar la comida que tenía que estar vivita y coleando. Nunca tomaba agua, solamente leche, y si era al pie de la vaca mejor… dispué se comía la vaca- Y ahí soltaba una risita ahogada, a sabiendas del horror que causaba entre los oyentes. Lo pior -continuaba haciendo una pausa- era meter la vaca o la cabra por arriba del techo. Una vuelta, le hice un aparejo con madera de tala y quebracho blanco y unas sogas trenzadas de cuero de matungo con las que levantábamos los animales y los bajábamos derechito en el hueco. El patrón me felicitó por esta idea y me regaló un patacón de oro que se me perdió en una domada.
-Usted Diosito -sabía decirme- meta menos vacas y más cabras que "duelen" y pesan menos. No cuente nada de esto a naides, porque sino el diablo se lo va llevar de las patas, derechito a la Salamanca que hay en la "cueva de los uturuncos". Y nunca lo conté mientras vivió el patrón- Pero dispué que murió, y el bicho desapareció, al tiempito nomás, como por arte de magia, lo empecé a decir porque caí en la cuenta de lo que era.
Cada tres meses, más o menos, venía don Ambrosio con algún peón de otra de sus estancias para que arreglara el techo del galpón. Tenía que subir de noche a la luz de la luna a reparar las tejas y asegurar la tapa del agujero.
Toda la noche el "bicho" se la pasaba llorando como un recién nacido hasta que de pronto callaba y yo me daba cuenta que comenzaba a clarear.
Me iba rápido a prepararle el coche al patrón porque sabía que se tomaba unos mates y partía al trotecito conduciendo la volanta - solo- del peón ni rastro.
-Dígame don Ambrosio -le pregunté una vuelta- ¿Qué ha sido de los mocitos que trajo pa reparar el techo?
- Menos pregunta Dios y perdona - me contestó- pero como Ud. me ha cumplido la palabra, y me hace milagros con "el familiar" que así se llama el que vive en el "recinto", por eso le digo "Diosito" y no Dionisio, le voy a contar el secreto. Y me lo contó.
Olmos le contó a Dionisio que en una de sus travesías por Traslasierra se encontró con un viejo curandero que le prometió hacerlo el hombre más rico de la Argentina si le entregaba a cambio un alma cada tres meses. Como no tenía nada que perder, y hacerse rico de la noche a la mañana era lo que más ambicionaba en la vida, Olmos hizo el acuerdo y al cabo de un tiempo el brujo le entregó una caja con huesos y un huevo que él debía dejar en medio de un recinto hecho con piedras sacadas de iglesias y cementerios, sin puertas ni ventanas con un agujero en el techo para que al despertar y tomar cuerpo, "eso" no se escapara. Dentro de la habitación tenía que construir un laberinto para que se entretuviese persiguiendo a las presas vivas que se le bajaban una vez al día, mejor de noche, para que se alimentara. Una vez terminado el recinto y depositada la caja con el contenido, la noche de la transformación, tenía que bajar un tarro con sangre y otro con leche. El viejo cumplió al pie de la letra. Y el lugar estuvo listo para la víspera de Difuntos como se le había señalado.
-Vide que salía luz colorada por todas partes. El galpón quedó como una brasa. Dispué se fue apagando con el correr de la noche. Un rato antes del alba escuché llorar a un chico. Me jui volando a mirar por el agujero, pero no había un niño adentro. Un perro negro con la pelambre erizada y los colmillos sangrientos me echó una mirada como un "refucilo" desde el fondo de la pieza. Nunca más me quedaron ganas de ver pa dentro - contaba Dionisio mientras los demás escuchaban, algunos temblando, otros incrédulos-. Parece que de adentro del huevo salía la cosa que formaba carne alrededor de los huesos y se tomaba la leche y después la sangre, para juntar fuerza. Eso sí, el bicho comía vacas y cabras, pero cada tres meses se mandaba un "cristiano" al buche -contaba Dionisio mientras los demás escuchaban, sorprendidos por la revelación-. Y efectivamente mientras mantuvo al "familiar" en esas condiciones Ambrosio Olmos acumuló riquezas sin límite, honores, cargos, un rango social y un prestigio mundano que nunca hubiera imaginado - y "Diosito" tampoco-. Casado con una de las damas de la alta sociedad, Adelia María Harilaos Senillosa, falleció misteriosamente después de comer su fruta preferida, unos cakis que se supone estaban envenenados, a los tres años de matrimonio y sin dejar descendencia. Ella administró como pudo la cuantiosa fortuna, y sin sucesores forzosos, dejó como heredera de todos sus bienes a la Iglesia Católica de la que era Marquesa Pontificia.
En "La Amanecida" ya no hubo visitas para el "familiar", quien al no tener las cuotas de almas requeridas, desapareció una noche de Viernes Santo con una explosión que redujo a un montón de piedras calcinadas la lujosa prisión que Olmos le había construido.
-La viuda nunca vino por estos lados, ni siquiera la conocí. Y a los curas no le interesaron estas tierras que fueron vendiendo en parcelas hasta que desapareció la estancia. Nada quedó del casco tampoco. Y el rancho de "El Talita" se transformó en tapera. Yo me fui de peón pal lado de Chaján y ahí me aquerencié hasta que el reuma me mandó derechito al Asilo ya que no me había quedado familia. Nunca me casé por dedicarle vida al viejo y al "bicho" que no quiero nombrarlo, pero que pa mí era nomás el mismísimo maligno que se transforma en lo que quiere y le roba el alma a la gente.
De fogón en fogón; de un hogar a otro la historia de Dionisio se fue transmitiendo como un secreto a voces; como un rumor al que se agregan chismes, versiones y otros condimentos. También se descubrió, no hace mucho tiempo que el féretro donde descansaba Olmos junto al de su esposa, no tenía ocupante, estaba lleno de piedras.
Nota: La antigua leyenda de "El Familiar" nacida en los trapiches e ingenios del Norte argentino se extendió a todas las regiones del país donde hubiere sujetos con fortunas cuantiosas - amasadas rápidamente- que les permitieron ascenso social y acceso al poder político y económico. La leyenda dice que si la existencia del "ente" es ignorada o desatendida, a la muerte del beneficiario, la fortuna se diluye y éste junto a su descendencia, si la tiene, caen en el olvido. Publicado en la Revista Mapuche.

SUSANA SIVEAU


DAVID

Reino de ángeles y legiones, su cabeza morena oscilaba al aire de la mañana y buscaba ansiosamente con los ojos a la niña del saludo. Hijo de un pastor, pagaba cada día la deuda de su padre recibiendo latigazos, atado a una silla. Satanás, gritaba el padre y seguía con los golpes.
La única libertad del niño era pasar el día en la vereda, de pie, silencioso, observando vaya a saber que mundos con su mirada perdida. A simple vista no se diferenciaba de ningún otro, salvo por el sonido gutural que emitía al querer hablar. En la religión que lo asistía, nacer idiota era estar endemoniado y el severo padre retomaba cada tarde el único remedio que las sagradas palabras ofrecían para ese mal.
Todos lo ignoraban, pasaban a su lado sin mirarlo ni devolver el saludo que tendía con su mano en alto, todos menos la niña. A veces en su carrera a sus juegos la chiquita le dejaba flores en las manos. Otras le señalaba los pájaros del aire o la nube de panaderos en el viento. El sonreía y agitaba su mano hasta verla desaparecer.

VERÓNICA TUMINI



LLORAR EN SILENCIO

Esa noche Ana se acostó con el alma llena de dolor, de sueños rotos, de ilusiones contenidas. Desconsolada lloró en silencio para que nadie la oyera. Tenía ganas de arrancarse el dolor a los gritos, tenía ganas de correr lejos donde los recuerdos no pudieran alcanzarla. Con su cuerpo detenido en la soledad dejada por la ausencia de ese ser que tanto amaba, intentaba conciliar el sueño, dejar pasar esa noche, esperar que la mañana trajera serenidad a su alma.
Dio vueltas eternas enredada en las sábanas, invadida por su voz que aún sonaba, por sus ojos negros que seguían iluminando sus pensamientos, invadida por la nostalgia, invadida por la presencia lejana, inmóvil, insensible y paradójicamente ausente de Miguel.
Y en ese instante sutilmente percibido, dónde la vigilia espera al sueño, su cabeza se apoyó en un regazo y un abrazo intenso y amoroso la rodeó con ternura. Una inexplicable sensación de paz se apoderó de su alma, sus ojos lentamente cerraron y el sueño invadió su ser, y en sueños, solo en sueños se amaron esta vez.

MARIÉ ROJAS TAMAYO


MIMOSOS

- Abuelo, ¿qué criatura es esa que aparece en el cuadro?
- Simpáticos, ¿no es así? Eran nuestras mascotas. Consentidos, limpios, juguetones, muy acomodados a convivir con nosotros...
- ¿Y por qué no he visto ninguno?
- Se extinguieron. No está muy claro en nuestros anales el por qué.
Un día, de pronto, amanecieron muertos. Sin excepción.
- ¡Qué triste!
- De eso hace demasiado tiempo, no te entristezcas. Si te vas a poner así no te traigo más al museo.
- Está bien, dime cómo se llamaban y no tocaré más el tema.
- Como buenas mascotas, cada una llevaba su nombre propio; ahora, si quieres saber el nombre genérico, entre ellos se llamaban: homo sapiens, humanos, personas, gente, individuos, hombres. Nosotros les decíamos los Mimosos, porque se pasaban la vida arrullándose. ¡No sé cómo pueden haber teóricos que digan que se exterminaron unos a otros!
- Tampoco lo creo - dijo la joven cucaracha -, en el cuadro se les ve demasiado delicados para ser violentos.

ALICIA CHILIFONI



CACHETES DE AZALEA

Riego mis azaleas fuertemente rosadas. De pronto te veo a partir del color de tus cachetes copiado en las corolas. Reconstruyo lo oscuro de tus ojos, que buscan cariño, callados y ansiosos, como de cuzquito callejero. El rubio pajizo de tus pirinchitos lacios, curtidos, que se vuelven casi negros, color ratón, hacia las raíces. Una manito regordeta y mugrienta que toma la mía guiándome hacia el sube y baja. La otra barre, desprolija, mocos y lágrimas, porque un chico te tiró un cascote.
Una galletita te acerca olvido. Te adueñás del paquete con el derecho incuestionable que te da el hambre.
¿Te encontraré dentro de dos semanas en la reunión de "cine-debate-mate"? Se me clavan la incertidumbre, la pena, la impotencia… Porque a última hora alguien buscaba orientación para llegar a la Comisaría de la Mujer. Era tu madre, volviendo del Hospital, con la bebita de meses. En su ausencia le han quitado a Cenara y sus dos hermanitas, una mayor y otra más chiquita. Sabe quién las tiene: alguien que se aprovechó de la tormenta repentina. Se niega a entregárselas. Hará la denuncia. Se pierde entre la oscuridad y el viento gélido… Y yo acá, Cenara, sin poder nada que no sea regar tus cachetes en la maceta de las azaleas.

MARIO CAPASSO



CORRIENDO EN GRIS

Otra vez sale de su casa, se detiene bajo el umbral y enseguida le viene a la memoria aquel primer lunes, porque descubre el mismo cielo nublado de ese día, y también porque por unos instantes su cuerpo le parece nuevamente enorme, y entonces otra vez lo recorre la misma obstinación, una mezcla de entusiasmo y bronca que lo impulsa a no claudicar, a no dejarse acobardar por una simple amenaza de tormenta y a decirse una vez más: dale, salí, salí y corré. Y entonces sale, vuelve a cruzar la calle como siempre en la esquina de su casa y encara derecho hacia el parque, cinco cuadras al trotecito, como para ir entrando en calor, como para que el cuerpo se vaya adaptando a lo que luego él le va a exigir, porque ahora que han pasado muchos lunes puede exigirlo y ése es su mayor orgullo, piensa. Y mientras recorre el comienzo de esas cinco cuadras al trotecito, como para ir entrando en calor, se dice que el primer lunes la cosa había sido bien distinta, que la determinación sí era la misma, pero las cinco cuadras las había recorrido caminando despacio, muy despacio, arrastrando el pesado cuerpo de aquel día que ahora, en el recuerdo, se le figura muy lejano. Cinco cuadras caminando, recuerda mientras trota, arriba el repetido cielo nublado y la amenaza de lluvia, y él transpirando ya desde el principio dentro de su jogging gris, sí, gris, lo había comprado el sábado anterior a esa primera salida de aquel lunes, apenas lo vio en la vidriera se dijo que quería ése, por suerte encontró el ultimo que quedaba de su talla, como si lo hubiera estado esperando, si hasta el vendedor le dijo que hacía mucho tiempo que lo guardaban allí, y se lo probó y le quedó perfecto, le queda perfecto, le dijo el vendedor, y él sonrió. Pero ahora no sonríe, ahora trota y se acuerda muy bien de aquel primer lunes cuando su cuerpo lo desbordaba y lo marginaba de todo. Nada que ver con el presente, ahora todo es distinto se dice aunque una mueca de duda se dibuja en su cara al tiempo que ingresa ya a la tercer cuadra. Siempre le había gustado imaginarse en esa situación, que todos le hicieran comentarios del tipo che, pero qué bien estás, cuál es el secreto, cómo lo lograste. Le encantaba imaginarse así. Pero le costó, mucho le costó, y por momentos duda de haberlo conseguido por completo, pero no se deja vencer por las vacilaciones y continúa aunque le sigue costando. Porque en verdad hay que tener esa constancia, hay que persistir en la dieta y salir a correr todos los días, sin dejarse vencer por el desánimo ni la persistente amenaza de lluvia. Y él sigue y sigue y ya recorre el último tramo de esas primeras cinco cuadras. Y cuando llega al parque comienza a trotar más rápido, con saltos ágiles, lástima que no hay nadie allí, pero ya está acostumbrado, nunca hay nadie al comienzo, solamente aquel primer lunes en que tanta gente iba y venía, y a partir de esa jornada nunca vio a nadie más, como si la ciudad se hubiera puesto de acuerdo en dejarlo a él solo, para que corra casi solitario y libre. Los únicos que interrumpen su soledad son cada día los mismos, que ya van a aparecer, falta poco, muy poco, apenas dé la vuelta, lo sabe. Lo sabe, entonces corre hacia su destino. Y mientras tanto su cabeza repite las imágenes. Aquel lunes. Fue la única vez que se cruzó de entrada nomás con gente corriendo o caminando, eso recuerda o al menos tiene esa sensación y no la del actual parque desierto, desierto hasta que se le aparecen ellos, los que ya conoce tanto, los que apenas dé la vuelta se le van a cruzar en el parque siempre envuelto en brumas, en el que el verde es distinto al verde, en el que cada mañana corre y corre para mantenerse así, tan en línea, eso es lo que más disfruta de su nuevo cuerpo logrado tras tanto sacrificio, aunque a veces duda, pero valía la pena el esfuerzo, porque claro que le gustaba imaginarse en reuniones donde se lo hicieran notar, sí, que todos admiraran su figura, sobre todo las mujeres, y sobre todo las mujeres de los otros, porque los otros eran todos los que lo marginaban inclusive de las charlas, como si su gordura fuera contagiosa, o signo de estupidez o ineptitud, por eso creía disfrutar a más no poder de ese presente a partir de ese primer lunes cuando al salir de su casa se detuvo bajo el umbral y vio el cielo nublado y amenazante, recuerda, pero no le importó e igual salió a correr determinado a cambiar su silueta y su destino. Y aquel lunes se cruzó al igual que ahora con el mismo pibe, y el mismo pibe le vuelve a decir lo mismo al hombre que lo acompaña, mirá ese señor gordo, dice, y enseguida ocurren las risas alejándose, tal vez el hombre sea el padre del chico que le dijo eso, supone que sí, y el recuerdo del pibe lo sigue acompañando mientras corre y corre por el parque desierto bajo el cielo nublado, con su jogging gris y sus dudas a cuestas y así y poco después de la aparición del chico, apenas termine de atravesar el puente, se va a cruzar con las jovencitas, cuatro o cinco, nunca logra contarlas, y eso que allí vienen otra vez, el puente ya casi quedó atrás y se va a cruzar con ellas que lo van a mirar de reojo, y otra vez se van a alejar murmurando algunas palabras entre risitas entrecortadas, y una va a decir callate, boluda, a ver si te escucha, y lo dice, y luego él no va a escuchar más nada ni verá a nadie más. Pero ya nada de eso le importa, si cada día es lo mismo, pero fue aquel primer lunes en que a partir de esas palabras del chico y las risas de las jóvenes su ánimo se encrespó y lo que hasta ese momento había sido un trotecito leve se fue convirtiendo en una carrera contra su cuerpo, ya van a ver, y al diablo los consejos del médico, y no le importó que era el primer día, ya van a ver, un lunes con el cielo nublado, al igual que ahora que corre pensando en todas estas cosas, y recuerda aquella vez, cuando comenzó a transpirar más y más, cuando el corazón pareció salírsele del pecho, cuando un sudor frío comenzó a recorrerlo y él se obstinó y no se detuvo, ya van a ver, nunca se iba a detener, y eso que por un momento creyó que se moría, tanta era la bronca causada por esos dos encuentros, pero ese lunes se las vio mal, muy mal, ya van a ver, creyó que se moría, recuerda ahora mientras sigue atravesando el tramo final del parque ya de nuevo totalmente desierto y mira el cielo más negro que al principio, igual que ese día, muy mal la pasó, el corazón, casi no lo puede creer ahora que lo recuerda y corre, así, así, con su jogging gris bajo el cielo amenazante, y ese lunes no paró y no paró, ya van a ver, ya nadie más lo iba a menospreciar, a denostar por su gordura, ya basta, nadie más, nunca más, se dijo confusamente aquella vez, o cree ahora que se dijo, ahora que corre y ya sale del parque y siente otra vez la esperanza de que alguna mañana cuando se cruce con el pibe, el pibe lo va a observar con admiración, y de que esas cuatro o cinco jovencitas lo van a mirar de frente y con una sonrisa cómplice y a lo mejor alguna se va a detener a conversar con él, aunque eso será otro día porque ahora ya está regresando y entonces cruza la avenida porque justo el semáforo está en verde, siempre está en verde, cada mañana es igual, ni un auto a la vista, y cada mañana piensa en esta parte del trayecto que si hubiera alguien que lo viera cruzar así la avenida, reventaría de envidia, con estas palabras lo piensa siempre, reventaría de envidia si supiera lo que ha logrado a partir de su determinación del primer lunes cuando al salir de su casa vio el cielo nublado y no le importó, y luego corrió y corrió impulsado por las palabras de ese chico y los murmullos de las cuatro o cinco jovencitas bien metidos en la cabeza, ya van a ver, y corrió y corrió y no se detuvo, no se detuvo nunca, nunca, como tampoco se va a detener ahora que ya está por llegar a la esquina de su casa, y de nuevo dobla la esquina, y ya la ve, y en el umbral de su casa ya está listo el hombre ¿gordo? que mira el cielo nublado y se dice que no importa, que él no se va a dejar acobardar por una simple amenaza de tormenta, y entonces arranca y comienza a recorrer al trote, como para ir entrando en calor, las cinco cuadras que lo separan del parque.

CITAS


Mueren muchos más pobres que ricos en actos de violencia. Pero esas muertes suelen ser invisibles. Cuando muere uno de "nosotros" (alguien de clase media o alta), de tez bien blanca, con todos los dientes en su lugar, estamos ante una crisis de la seguridad pública. Lo que llamamos inseguridad es el precio que pagamos por la extrema desigualdad. No se habla de "inseguridad" para referir a las víctimas de la exclusión. Sólo se las considera "un peligro", en lugar de subrayar que están "en peligro". Cuando predomina la inequidad, no hay justicia y es difícil que haya paz. Tántalo fue sometido al suplicio de padecer sed al borde de un lago que se alejaba cada vez que él intentaba beber de sus aguas. Este mito griego sintetiza el padecimiento de muchos ciudadanos que no pueden alcanzar los bienes que la sociedad les muestra pero que al mismo tiempo les escatima.

(Roxana Kreimer, Desigualdad y violencia social. Análisis y aportes a partir de la evidencia científica)

ALBERTO NOGUEROL



PÁJAROS PENSANTES

¡Pensamientos!…
una bandada de pájaros migrantes
navegantes de los espacios
sin escafandras, sin ungüentos
con el rostro a la intemperie
coqueteando con los tiempos
sus vuelos llevan altura
sin pararrayos ni hélices
mimetizados se hacen cielos
andan esquivando nubes
formando una ve con el vértice
apuntando hacia lo nuevo
para enfrentar las inclemencias,
las lluvias, las furias, los vértigos

Los pensamientos fluyen,
rotan sus lugares, ahora hacen punta
los que fueran antes laterales
cambian las posturas para evitar
que la fatiga los condene al desamparo,
van del oriente al ocaso
desde el norte hacia el futuro
o bien suben presurosos
desde el sur a su rescate.

Cuando la aventura
los convoca al descanso
entonces los árboles
son ofertas de reposo
los conocimientos son follaje
envoltorios por las noches
que en otoño se visten de amarillos
para marchar derecho a su derrumbe
al sepulcro de las flores
que ayer nomás fueron perennes
saberes de las cumbres

Pero vuelve el día a levar anclas
y es un llamamiento a seguir volando
a dejar atrás la pausa necesaria
garantía para reponer los aleteos
y afinar el canto

Ahí van los pensamientos
a combatir los diluvios hegemónicos
a construirse críticos
y así continuarse en vuelo
a la búsqueda del horizonte
donde se refugian las utopías
a la espera del reencuentro
con una bandada de pájaros migrantes

ADRIÁN ESCUDERO


LIDERAZGO

.............Con particular afecto y
.............admiración, al escritor africano,
.............Mohamed Ahmed Bennis - Marruecos,
.............desde el secreto e inconfesable deseo de que,
.............este relato, pueda algún día
.............incorporarse al libro.


"Y dijo: haré que la soberbia y la avaricia sea la locura de los cuerdos…".

Mientras el cuerpo se hallaba despezado en la vereda, y el flujo de autos seguía su marcha rutinaria por la gran avenida que bordeaba al edificio, aquel hombre enjuto y de negro traje, como un guardaespaldas del Vaticano pero de rostro aguileño y ojos achinados, se dedicaba con destreza y rapidez a tomar la mayor cantidad de sangre que manaba como un torrente entre los órganos desquiciados y alguna de sus partes diseminadas sobre la ancha acera, con peatones que sólo de reojo osaban mirar aquel acto repugnante pero sin atinar a nada; hasta que, alguien, quizá conmovido por la horripilante escena, tomó su celular y a los diez segundos el sonido de una ambulancia o de un comando policial se hizo escuchar a lo lejos dirigiéndose al lugar. Fueron los instantes suficientes para que el hombre de negro concluyera su tarea, escribiera un número de tres cifras con dicha sangre sobre el tapiz pérsico legítimo en que, se suponía, había sobrevolado el muerto en su caída, y desapareciera de la vista sin dejar rastros…

Ahora bien: ¿cuándo se dio cuenta el jeque árabe Abu abd-Allah Muhammed el-Gahshigar que, verdadera e incomparablemente era… un líder poderoso, una joya preciosa del management planetario, en estos difíciles tiempos de prepotencia, autocracia y competitividad? ¿Donde el fin justificaba a ultranza los medios, y los lobos se disfrazaban más que nunca de corderos? ¿Y los corderos no aprendían nunca a disfrazarse de lobos o de leones, haciendo de la astucia la mejor arma de su prudencia?
En realidad, era una sensación que venía poseyendo desde la cuna de una familia feudal. Pero esta vez, estaba exultante. Hubiera sido capaz, con ese tapiz que sostenía entre sus manos oscuras y adquirido para vestir la prepotencia de aquel limbo, de abrir una ventana y echarse a volar sobre ella como alguno de los protagonistas del antiguo libro persa de los Mil Mitos…

De hecho, la alfombra que tenía entre sus manos no era una cualquiera: heredera de la magia de los primeros fabricantes afincados en Kermán de manos del gran macedonio, Alejandro Magno (330 a.C.), y comprada en el reciente mes de abril -como récord mundial- en la casa de subastas Christie's de Londres -y en la friolera de 9,4 millones de dólares-, estaba seguro de que el encanto, sutileza y equilibrio que trasuntaba traducía sólo una cosa: ¡volaría! ¡Podría volar! ¡Y… volaría! ¡Volaría! ¡Volar…!
De todos modos, si alguien hubiera podido aproximarse hasta él, habría podido apreciar que, su atesorado perfume francés, olía a azufre por aquellas alturas; y, su delgada figura -engalanada con un mantón de seda púrpura-, puesta en el extremo máximo de la punta vidriada y mirador de aquella torre de épicas proporciones, parecía -reflejada al sol amanecido en su revestimiento de aluminio- un Ángel Rojo de imperecedero contorno, difuminado entre las primeras estelas de nubes que vagaban por el cielo oriental e interactuando con cautela en las mentes de los principales inversores de las grandes Bolsas de Valores del Asia …

¿Y cuándo se dio cuenta? ¿Cuándo se dio cuenta de que era, al fin, verdadera e incomparablemente poderoso?
Fue el silencio de Alá quien le dio, en lo más alto, la temeraria respuesta.
Miró a su alrededor y, obviamente, no vio a nadie cerca suyo. Ni arriba, ni al lado, ni adentro, ni afuera… Ni siquiera a sus guardaespaldas había dejado subir con él. Su torre medía 800 metros y alardeaba 160 pisos: el Burg Dubai, con núcleo y plantas de hormigón, cuya estructura se convertía en acero a partir de los 500 metros, acababa de ostentar la cúspide más imponente y elevada de la tierra. Y él era su dueño. Y había dibujado (¡por fin!) en el cielo la efigie de su Poder.

Todos estaban (a) bajo y (de) bajo de él. Y él, en su omnipotencia, no podía verlos. Su cuello había quedado tieso de tanto imaginar horizontes y olvidar entornos. Primero se había dado el lujo de comprar la mayoría accionaria de las Torres Gemelas de Kuala Lumpur, para convertirlas en sede de su ("estatal") compañía de petróleo "Petronás", símbolo orgulloso de Malasia. De hecho, sino en belleza, el Burg Dubai las casi duplicaba en altura y esbeltez; así como sacaba amplias ventajas al Rascacielos 101 de Taipei (Taiwan) (a quien había desechado en sus compras, ni bien tomara contacto del inminent eproyecto arquitectónico de Dubai).

Sin embargo, las Torres Gemelas de Kuala Lumpur habían capturado su obsesivo interés por las Torres de Babel del Mundo, tras la alcurnia de su imponencia bifronte, con forma de minarete de mezquita -comunicada ambas por una pasarela aérea de 58 metros de longitud-, puesto que había sido construida bajo el sello de los cinco pilares geométricos del Islam, con reminiscencias de pagodas y templos hinduistas -aunque, íntimamente, sólo para feliz regodeo de su verdadero hacedor: César Pelli, un laureado argentino nacionalizado en el Imperio de Occidente, con medalla de oro del The American Institute of Architects, y, en su país de origen (2006), con el Premio a la Vida y Obra (galardón otorgado por el Premio Obras Camex)-.

Pero a él poco importaba quien los hubiera diseñado y construido. Su pragmatismo era el propio de los Tigres Asiáticos: no importaba si el gato era blanco o negro; lo importante era que cazase ratones. Y todos esos complejos le dejaban fortuna hasta para donar al paraíso de Alá... Así, desde la Aguja de Burg, en Dubai, Tokio, Seúl, Shangai, Yakarta, Bangkok, Singapur y hasta la mismísima Kuala Lumpur, le guiñaban un ojo cómplice. Desde allí, el mundo estaba controlado. ¡Volaría!
Entonces fue cuando advirtió también, aunque tardíamente, que la soberbia y la avaricia era la locura de los cuerdos…Y un tenebroso escozor le reveló -mientras creía volar- que, en el Olimpo, Alguien había perdido la paciencia y contagiado su furia a Otros, quienes no dudaron en decretar su madura e insana demencia irrevocable...

Por su parte, y, al mismo tiempo, desde los estudios SOM de Chicago, A. Smith, principal arquitecto de rascacielos del mundo, celebraba junto al experto de Cristeie's, William Robinson, el triunfo de la ingeniería, la arquitectura y el arte infernales, y contaban con su Amo los petrodólares que sólo el estúpido orgullo humano sería capaz de producir por los siglos de los siglos, amén y amén, amén. Tanto Smith como Robinson sabían quién que era el verdadero e incomparablemente poderoso en este mundo. Y habían aprendido que, con Él, era mejor ser cola de león que cabeza de ratón. El Amo no admitía competidores. Pero disfrutaba de las alianzas. Sí, en política y negocios no había amigos ni entenados; sólo buenos o malos aliados. Así que dieron un mordisco al fruto del Árbol de la Vida, y brindaron con sangre fresca traída desde Dubait por un efímero pero próspero estilo de vida...
Aunque la carcajada del Amo






PABLO FERNÁNDEZ


LA CURVA DRAMÁTICA

Cuando leas vivas otra vida,
novela negra,
poesía,
un lugar donde cuando puedas,
escribas.
Cuando leas vivas otra vida,
la del gángster,
en tus 37 minutos de colectivo,
la del niño,
entre Catedral y Plaza Italia,
en brazos de Shiva.
Que tu libro sea tu objeto.
Ama sus tapas,
Sus letritas.
Cuando leas vivas otra vida.
Ya ves como ve el mundo otro.
Parate,
Nos bajamos cuando da vuelta,
En la esquina.

Y después volvió la fortuna,
Hace tanto invitada,
Con sus luces encendidas,
Por toda la casa.
La ropa en el suelo,
La sucia con la limpia,
Mezclada.
Y volvió el tiempo de olvidar,
Porque hacia tanta falta,
Cuando estaba siempre,
Ausente,
Y el frío que causaba.
La fortuna a tus pies,
En la verdura de la mesada,
En la cortina de la ducha,
Recién bañada.
Fortuna ya te olvidaste,
Que lo mismo despertaba,
Y salía el sol,
Y yo cantaba.
Fortuna es esta vez o nunca,
Ya decidí el destino,
Nunca mas solo conmigo,
Nunca.

LA ENFERMEDAD ES...

"La enfermedad es un conflicto entre la
personalidad y el alma".
Bach

Presten atención en este cartel colocado en la puerta de un espacio terapéutico. Muchas veces: El resfrío "chorrea" cuando el cuerpo no llora. El dolor de garganta "tapona" cuando no es posible comunicar las aflicciones. El estómago arde cuando las rabias no consiguen salir. La diabetes invade cuando la soledad duele. El cuerpo engorda cuando la insatisfacción aprieta. El dolor de cabeza deprime cuando las dudas aumentan. El corazón afloja cuando el sentido de la vida parece terminar. La alergia aparece cuando el perfeccionismo está intolerable. Las uñas quiebran cuando las defensas están amenazadas. El pecho aprieta cuando el orgullo esclaviza. La presión sube cuando el miedo aprisiona. Las neurosis paralizan cuando el niño interior tiraniza. La fiebre calienta cuando las defensas explotan las fronteras de la inmunidad. ¿Y tus dolores callados? ¿Cómo ellos hablan en tu cuerpo? Pero cuidado... elegí qué hablar, con quién, donde, cuando y como. Niños cuentan todo, para todos, a cualquier hora, de cualquier forma. Pasar un informe es ingenuidad. Elegí alguien que te pueda ayudar a organizar las ideas, armonizar las sensaciones y recuperar la alegría. Todos precisan saludablemente de un oyente interesado. Pero todo depende, principalmente, de nuestro esfuerzo personal para hacer que sucedan mudanzas en nuestra vida.
“Si yo vi más lejos, fue por estar de pié sobre hombros de gigantes.”

Isaac Newton

ESPIRITUALIDAD HINDÚ

- Una persona que llega es la persona correcta.

- Lo que sucede es la única cosa que hubiera sucedido.

- En cualquier momento que comienza algo es el momento correcto.

- Cuando algo termina, termina.

ESPACIO NORMA PADRA


TU CITA ES EL SABADO
19 de marzo a las 18.30 hs.
y todos los terceros sábados de cada mes.
Programada en "La Subasta" Río de Janeiro 54, cap.

PRESENTACIÓN:
ANTOLOGÍA INMIGRANTE: INMIGRACIÓN Y LITERATURA
Coordinada por María González Rouco

Ediciones El EscribaEstarán con nosotros los siguientes autores:

Mónica Acosta, Consuelo Bermúdez, Ana Bisignani, Cristina Borruto, Norma Mabel Buffa, Pedro Alberto Colombo, Elisa Dejistani, Ida De Vincenzo, Ana María Fernández, María Angélica Fidalgo, Ignacio Giancaspro, M. Inés González Rouco, María Rosa Iglesias, Adriana Lisnovsky, Silvia Maimó, Enrique Milei, Laura Nicastro, Nilda Pigazzini, Juan Carlos Rizzo, Carlos Santibañez, Horacio Semeraro, Ester Spiner y Betina Villaverde.

-Entrada libre y gratuita-
Coordina: Norma Padra
www.revistapapirolas.blogspot.com
normapadra@gmail.com