jueves, 7 de julio de 2011

CARLOS MARGIOTTA



RETRATO DEL ABUELO ANTONIO

"10 de junio de 1918", decían las palabras escritas en una frase detrás del retrato del abuelo Antonio. En esa época era joven y llevaba puesto el uniforme militar. El portarretrato de madera era el único objeto interesante que queda de él. La foto color sepia muestra su torso erguido y sus grandes ojos negros encendiendo la mirada severa debajo de esas cejas gruesas que me asustaban tanto. Un tajo marcado por el filo de una espada en el labio superior, se escondía detrás del ancho bigote que terminaba con forma de manubrio de bicicleta.
Allí estaba, sobre el aparador del comedor junto a dos candelabros de bronce oscurecido, un florero vacío de cristal y una pequeña caja de madera por donde asomaban hilos de coser de distintos colores y un dedal montado sobre un alfiler. A través del vidrio de la puerta central del aparador se divisaban las cuentas de la luz y del gas, un cuaderno de anotaciones y al costado, un adorno de conchas de almejas con la inscripción "Recuerdos de Mar de Ajo". Más atrás, junto a parte de la vajilla, descansaba la estatuilla de la Virgen de Luján fosforescente, de la que la abuela era muy devota.
De la abuela, en cambio guardo unas pocas imágenes; la recuerdo anciana cociendo en las tardes y escuchando el radioteatro.
"Andá, dále un beso al abuelo Antonio", decía mi madre cuando íbamos de visita. Yo me agarraba a sus polleras y me ponía a llorar porque todavía no sabía decir NO. La piel del abuelo, tan blanca como la leche, su aliento a tabaco, sus manos arrugadas, y esos cuatro lunares ne-gros en la mejilla izquierda que dibujaban la cruz del sur, me daban miedo, tal vez era miedo a la vejez, esa misma vejez que hoy se derrama sobre mi piel lentamente.
Recién ahora, dedicado a la tarea de embalar los últimos objetos de la casa, creo comprenderlo todo. Como si el ayer me vomitara sin compasión los fantasmas que asaltaron mi niñez. Quizá siempre lo supe... sí y es ahora, que él ha muerto, cuando me animo a recordarlos.
"No digas eso". "¿De dónde sacas esas tonterías?". "Si seguís con eso te pongo en penitencia", decía mi madre cuando dejaba volar mi imaginación y me ponía a contar las historias nacidas del juego con los chicos en la calle, o después de las visitas a la casa de los parientes, donde siempre me trataban con lástima. Entonces aprendí a callarme, a disimular mis percepciones, a pasar como un idiota débil y obediente.

Él no lo sabe aún porque no ha cruzado la frontera que separa la vida de la muerte. Él no sabe lo que ocurrió en esta casa, aunque lo intuye desde niño cuando jugaba entre las plantas del jardín solitario en las tardes de los sábados y escuchaba las voces que no puede olvidar. Él no sabe que lo estoy mirando desde la prisión del portarretrato, entre los dos candelabros de bronce oscurecido, a la que he sido condenado por toda la eternidad. Él no me ha perdonado, cree que soy el único culpable. Ya es tarde para explicarle, para decirle lo que realmente pasó. Es tarde para contarle que fue un acuerdo entre los tres. Los detalles del secreto quedarán sepultados con mi cuerpo el día que me permitan salir de este encierro.
Lo veo ir y venir guardando en cajas de cartón los objetos que una vez fueron y que hoy no le interesan a nadie. Lo veo corriendo por esta misma habitación con miedo tratando de escaparse de mis brazos tendidos, negándome un beso. Lo veo vestido con el traje de la primera comunión y el gran moño blanco sobre el brazo derecho. Lo veo llegar con el uniforme militar luciendo su postura orgullosa del brazo de la novia que hoy es su esposa.
Veo sus ojos reclamando una explicación, pero no queda nadie. Lo veo con su piel blanca como la leche y esos cuatro lunares en la mejilla izquierda dibujando la cruz del sur.

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MARÍA LAURA TIBESSIO



EL MOMENTO

Esta noche se lo digo, pensaba mientras me subía al subte. Después de todo tengo tanta confianza con ella. Estoy decidido, muchos años de estar a su lado o ella a mi lado, bueno, no se muy bien quién al lado de quién, pero merece saberlo, merece saberlo, retumbaba en mi cabe-za.
Mi secreto femenino…, después de cenar se lo cuento. Las palabras justas nunca son justas y la frase "prefiero decírtelo antes de que otro te lo cuente" es válida. Necesito contárselo, que sepa que aquella canción que tanto me entristecía cuando el viajaba "la otra tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tu" ahora me alegra. No por la lluvia ni la corrida de la gente sino por el "no estabas tú". Mujer, mujer libérate. Tu momento es hoy.
El subte avanza y avanza, las estaciones pasan y yo sigo pensando cómo se lo explico. Un sin fin de recuerdos vuelven a mi mente. Durante dos años el mismo trayecto. La interminable línea A desde mi casa hasta Acoyte para verla un rato cuando éramos novios. Nada nos impor-taba. Pensar que para ahorrar a veces nos encontrábamos en el andén y de esa forma no gas-taba en el boleto de vuelta. Y ahora es tan distinto, como mi vida, las estaciones y la gente que por ella transita. No puedo engañarla más. Ayer a la tarde me pareció que su mejor amiga me vio con mi nueva compañía. En realidad no sé si era su mejor amiga, porque si fueran tan amigas se lo hubiese contado al instante. Yo ya se cómo son las mujeres, chusmas, rápidas de palabras, no saben guardar un secreto. Bueno, los hombres tampoco guardamos secretos de otros hombres, en realidad el único secreto que pude guardar durante dos años es el mío. Por eso, hoy llego a casa y se lo cuento todo.
Claudita, el momento llegó, pensaba mientras compraba mis últimas ropitas necesarias para el viaje. La vendedora no entendía nada. Calculo que en lo único que pensaba era en la comisión que iba a recibir por las ventas realizadas. Este fin de semana va a ser mi fin de semana glo-rioso. Dos años esperando este viaje, dos años guardando mi secreto femenino. Ya se que Al-fredo es un buen tipo pero, se nos apagó el fuego y bueno, después de todo lo más normal en el 2011 es separarse. Si, si, hoy a la noche se lo digo. Mientras armo la valija sigo auto con-venciéndome, el momento es hoy y en cuanto escuche el sonido de las llaves se lo digo.
El sonido comenzó. Gotas de sudor corren por mi frente, mis mejillas, mis manos. Las mismas gotas de sudor que tiene Alfredo.

Los dos nos miramos y en el mismo momento nos confesamos…
Alfredo: tu jefe es mi amante
Claudia: mi jefe es mi amante.    

LILIANA B. LA GRECA


ÚLTIMO RECURSO

Solo recuerdo la imagen de aquel médico cubriéndome la herida y diciéndome "tranquilo, todo va a andar bien". Y la respiración débil y pausada mientras me subían a la ambulancia. Lo que siguió después, hoy no tiene importancia. Simplemente la vida.
Una casa común en un barrio tranquilo. Una casa con una historia, acaso imperceptible, acaso encubierta.
Una y otra vez pasé por allí sin imaginar aquel entorno espiralado y macabro. Era mi barrio. Mi lugar.
Detuve allí mi mirada, recién después de haber sido contratado para investigar aquel terrible asesinato, nunca resuelto, nunca castigado y tal vez encubierto quien sabe por quién y por qué extraño motivo.
Víctimas y victimarios. Deudas del alma y heridas. Acontecimientos difusos y nunca esclarecidos después de tantos años.
Me pregunto si es que el destino te impone desafíos para despertarte o simplemente las histo-rias te eligen casi como un protagonista más del devenir de la vida para acorralarte frente a tus propios fantasmas.
Sea como fuere, todo comenzó una mañana, cuando aquella mujer morena de ojos gastados y tristes, apareció tras la puerta de mi oficina casi suplicando, como ensayando un último recurso después de tantos otros intentos.
Me pareció reconocer una cara familiar. Sí, era ella. Vivía en algún departamento de mi mismo edificio
Se sentó con sumisión, casi con desesperanza mientras sacaba de su cartera un cuadernito de tapa negra con bordes de ribetes dorados, llamativos, parecidos al fileteado minucioso que se hacía en colectivos y camiones hace tiempo.
"Esta agenda es la clave, pero no sé por dónde empezar. No tengo pruebas".-dijo.
Poco después, tomó un sobre diciendo…"Aquí está todo explicado, toda la información que du-rante años pude recabar, los datos con fechas, testigos, cómplices, sospechosos. Lo mío fue un trabajo de hormiga, pero ya no tengo fuerzas para seguir. Me quedé sin aliento. La muerte de mi padre aun sigue impune"…
Entregó el tesoro de hojas amarillentas y gastadas como quien se libera de una carga.
Haga lo que pueda- dijo-. Sé que usted es una buena persona.
El sobre develador exponía la muerte de Facundo Peña, el papá de esta mujer, un comerciante casado en segundas nupcias con Magdalena Cuevas.
Según lo que allí decía, una mujer oportunista y autoritaria. Madre soltera y sin dónde caerse muerta, que aprovechó lo ocasión para conquistar y casarse con Peña, quien poco después aparece muerto en extraña situación, así porque sí, de un día para el otro.
Peña vivía en ese lugar junto a dos de sus tres hijos y Cristian el hijo de su nueva pareja. María la tercer hija (quien lo contrató), había decidido vivir sola. No soportaba ver como esta mujer lograba devastar a su padre.
El caso se cerró rápidamente y sin mucha investigación. "Paro cardio-respiratorio" - decía el parte médico otorgado por un profesional casualmente conocido por ella.
Según entiendo, poco después, acomodando las cosas de su padre y casi sin querer, María descubre en esta agenda la fórmula de un extraño compuesto y la forma de ser suministrado.
Se lleva la agenda y puede descubrir que se trata de una sustancia que suministrada en bajas dosis envenena paulatinamente y mata.
Nunca logró nada con la policía. Para ellos siempre fue un caso cerrado.
Ese mismo día me acerqué al negocio familiar que estaba al lado de la casona, una ferretería antigua, de techos altos llena de estantes fuertes, envejecidos y polvorientos, pero muy bien provista.
La encontré en un rincón, casi como un objeto, como un fantasma que apenas quería ser per-ceptible para el que llegaba.
Mucho después, pude descubrir lo intimidante de esa figura aparentemente endeble.
Parecía una anciana. Realmente era difícil calcular exactamente la edad. Su gesto adusto en-marcado por innumerables arrugas, aquellos ojos pequeños y rasgados que en la penumbra no permitían saber si dormía o simplemente permanecía ensimismada quien sabe en qué momento de su vida. Pude percibir a su lado un par de muletas.
Descubrí que solo uno de ellos la trataba con respeto. Hasta en ocasiones parecía sentirse intimidado por aquella imagen delgada, de espaldas encorvadas y manos huesudas y gastadas.
Aquella mujer de cabello blanco y mueca insatisfecha formaba parte de mucho más que un lugar devastado y sombrío.
Nunca escuché su voz. Pero pude intuir que algo sucedía con la mujer del rincón.
Él se acercó. Tornillos autoperforantes y tuercas -dije- mientras observaba la situación.
Cometí la imprudencia de llevar esa bolsa transparente. ¡Cómo pude ser tan pelotudo!.
Intenté esconderla desprevenidamente, pero ya era tarde. Detuvo su mirada justo allí, donde estaba la agenda.
Le veo cara conocida -me dijo- Cristian, el vendedor, mientras miraba insistentemente esa bolsa que vanamente ya, intentaba cubrir.
Mi mamá tenía una igual - siguió- casi con ingenuidad. Un día se perdió y nunca la volvimos a encontrar.
Cambié rápidamente de tema. ¡Ah!, me olvidaba. Deme también clavos de uno y medio por favor.
¡Cómo pude ser tan idiota! Me repetí una y otra vez.
Tal vez fue solo un comentario -pensé para convencerme.
Pasaron dos días después de aquel poco feliz encuentro. Y entonces, el hecho impensado…
Un grito desgarrador. Un disparo. Una puerta que se cierra. Incertidumbre. Y la angustia de esperar el después. ¿María?.
Tenso silencio y desconcierto. Y el recuerdo de un rostro desencajado y desconocido en el ascensor de tiempos interminables.
Minutos antes, el diálogo hosco. ¿Piso?. Noveno, dije mientras pensé… "Algún día dejaré de vivir en el último piso".
¿Baja? -No- respondió el desconocido de mirada esquiva y rasgos duros.
¿Quién hubiera pensado que justo yo, el detective Salinas estaría paralizado aquí esperando quién sabe qué final. El sonido desgastante de ese reloj de pared, taladrando mi espera, y un nudo en mi garganta al escuchar aquellos pasos en el pasillo. ¿Vendrá por mí?.
Lo demás, lo demás ya lo saben. Simplemente la vida.

NORA JAIME


ETERNIDAD

Vuelve el fuego de tu aliento a recorrerme,
viajero sabio
El sonido de tu voz quebró el aire,
eco de tus pasos,
razón de mi desazón.
Tu mano, hoja en blanco despertando mis recuerdos,
y fue un instante,
fue la eternidad.

 

ÚNICA

Saltan las letras de los libros desarmando los vocablos,
reclamando mi atención,
persiguiéndome.
Quiero asirlas y se escapan en el aire.
Mi pensamiento no descansa tratando de encontrar la "palabra"
Esa palabra.
La única,
la condensadora total de la idea y de la vida.

PATRICIA GALLUZZI


 LIBERTAD

Despertó una mañana agitada, asustada. El recuerdo de lo sucedido volvía una y otra vez. Se levantó. Fue al baño, apoyó sus manos en el lavatorio y lentamente levantó su cabeza. No quería verse. Su corazón palpitaba, su respiración estaba agitada. ¡No! ¡Qué horror! ¿Por qué?. Agachó su cabeza, lavó su cara una y otra vez. Respiró profundo. Salió del baño. Abrió el placard. Sacó un enorme bolso. Comenzó rápidamente a guardar su ropa mientras irrumpía en llanto y con voz balbuceante se preguntaba nuevamente ¿por qué?. De repente entre sus ropas encontró un sobre y en él una foto y una carta. Se sentó en la cama, leyó la carta y observó por unos minutos la foto. Guardó todo dentro del sobre y lo apretó contra su pecho mientras respiraba profundamente y volvía a preguntarse una y mil veces ¿ por qué?. Miró el despertador, su pulso volvió acelerarse. Se cambió, tomó el bolso y guardó allí todo lo que le faltaba. Bajó las escaleras para ir a la cochera. Suena el timbre. Mira por la mirilla. Esconde los bolsos. Su vecina venía a visitarla ella no quería que la vieran pero como salir con el auto sin que nadie supiera. Decidió atenderla. La vecina le preguntó cómo estaba, le dijo que había escuchado ruidos durante la madrugada. Con voz quebrada contestó, estoy bien, disculpe pero necesito irme, tengo que ir a comprar. Miró el reloj de la cocina. Su pulso comenzó nuevamente a agitarse. Sonó el teléfono. No sabía que hacer. El miedo la paralizaba. Corrió con los bolsos hacia el auto. El teléfono seguía sonando. Abrió le portón del garaje. Lloraba y se reía. Sensaciones encontradas recorrían su cuerpo. Subió al auto. Encendió el motor, aceleró y salió.

LAURA LOZA


LETARGO

Como todas las mañanas suena el reloj, sistemáticamente lo apago, salto de la cama, corro a prender la tele para ver la temperatura, voy al baño, salgo corriendo, preparo mi desayuno, todo mecánicamente… apago la tele, me fijo que todo quede en orden, le doy una palmadita al perro que se despereza y me saluda. Cierro la puerta, pero hay algo extraño en mí, cuando salgo a la calle veo que todo me pasa lentamente, como si todos estuviesen en cámara lenta. Me subo al auto, lo enciendo y me detengo a mirar a las personas aletargadas, yo me siento como ellas ¿qué me pasa? no estoy en mi ritmo, verifico, tengo el freno de mano puesto y me cuesta reaccionar, me distraigo pensando cómo llegó ese hombre a dormir en la calle, qué circunstancias de la vida lo pusieron así, con un freno de mano y no reacciono.
Y me pregunto qué me pasa, dónde estará la persona tan activa que era, sigo observando al señor que toma el ómnibus a la misma hora, le da una última y larga pitada a su cigarrillo y lo arroja antes de montar en ese caballo de hierro, miro a la gente que está en el bar, mágicamente puedo leer los labios a todos y me entero de sus conversaciones. Reparo en una mesa, un muchacho de unos treinta y pico habla del partido de Boca, del gol que erró Palermo en la Bombonera y que finalmente su equipo ganó la partida, mientras su compañero coetáneo, café de por medio y hojeando el diario, por lo que leo le contesta que está indignado con River que no levanta cabeza, a esta altura prendí mi primer cigarrillo, cuando de repente reacciono ante un bocinazo que me hace atender que me hace atender que el semáforo está en verde y no puedo avanzar, de reojo miro hacia mi derecha y tengo mi freno de mano puesto, lo saco y arranco.

miércoles, 6 de julio de 2011

HERNAN GARAY



EL MULATO


Los últimos reflejos de la luna habían dejado de multiplicarse en los metales de los uniformes, los remaches de las monturas y en especial en sables y morriones.
La claridad que precede al amanecer comenzó a devolver su tamaño normal y su verdadera forma, a lo que hasta esos momentos eran inmensas manchas negras.
Así los árboles fueron tomando contorno, los muros, casi su forma y color y el tan mirado, esa larga noche, campanario, parecía estar más cerca y ser mucho más bajo que unos mo-mentos antes.
La claridad traería, el inicio de la acción y con ella el fin de la tensa espera, pero seguramente también traería sacrificio, dolor y experiencias totalmente nuevas para muchos de los que allí estaban.
Los caballos, al igual que los hombres, estaban nerviosos, raspaban el piso con sus manos y cabeceaban violentamente, presentían la situación. Los jinetes habían aflojado las cinchas de las monturas y con sus manos agarraban los hocicos para evitar que relinchen y con eso aler-ten al enemigo.
Las agotadoras jornadas previas a esta larga noche habían dejado huellas en hombres y caba-llos, sin embargo el inminente peligro del combate, tensaba los músculos y alertaba a las men-tes.
Una vez más y como toda la noche el mulato, miró hacia el campanario, pensando que así podría saber lo que los vigías estaban viendo. También, una vez más volvió a bajar la vista, un poco avergonzado, de ser visto en esa actitud, que demostraba ansiedad y quizás miedo. Él mismo, cuando sorprendió a otros mirando hacia la torre, pensó que quienes lo hacían tenían temor.
Los veteranos se mostraban despreocupados y sonrientes. El mulato los miraba y sentía envidia de ellos, aunque por momentos pensaba que se esforzaban por parecer despreocupados y ajenos al sentimiento de ansiedad general y que seguramente a ellos también invadía.
La voz joven de su Jefe le hizo alejarse de esos pensamientos. El oficial, casi un niño, manten-ía su apostura y no se esforzaba por mostrarse indiferente o despreocupado por lo que vivían, eso le daba tranquilidad a los soldados. En unos momentos más sabremos si desembarcan, dijo el Subteniente, casi susurrando y si lo hacen, agregó, les cortamos los cogotes, le guiñó un ojo y se alejó, comenzando un dialogo similar con el próximo Granadero.

1

Hacía horas que esperaban, desmontados pero ya formados, para atacar, el calor del verano y la gran humedad agregaban un sufrimiento adicional.
¡Arancibia! ¡Arancibia! El mulato, se sobresaltó al escuchar su nombre, que si bien pronunciado en voz baja pero con gran claridad le hizo saber, que las cosas tomarían una gran velocidad. Vio enfrente suyo al Subteniente, que le indicaba, que ajuste la cincha del caballo y que pase la voz.
Un fuego caliente se encendió en su estomago y también le costó respirar. Ajustó la cincha como tantas otras mañanas allá en Retiro, sabiendo, que hoy era diferente y quizás la última vez que lo hacía. Finalizó su trabajo y miró hacia la punta de la columna, la vio lejos, el mo-rrión colgaba de su montura. Pensó risueñamente, que era la primera vez que se alegraba de no tener a nadie que extrañar, o en quien pensar, ya que nunca conoció a sus padres, y la úni-ca persona, que lo había tratado bien en su vida, era ese joven que ahora le ordenaba ajustar la cincha de la montura, a quien estaba decidido a seguir, si era necesario hasta el centro del infierno.
La luz del sol ya bañaba el lugar, podía ver la totalidad de las dos columnas, ahora todos es-taban al lado de sus caballos, las caras se habían puesto tensas. Seguramente todos desean que esto termine pronto, pensó Arancibia.
El Jefe del Regimiento, salió del convento por una puerta trasera, había estado toda la noche en el campanario. Hizo una señal con su sombrero, (cuya forma, había impresionado, a muchos soldados la primera vez que lo vieron) y respondiendo a ella, los Oficiales se adelantaron hacia donde el jefe estaba.
El mulato vio moverse a su Subteniente y una vez más sintió por él, el afecto del agradeci-miento, el respeto por su ejemplo y la admiración por su coraje.
Verlo, fue al mismo momento, perder todos sus miedos y adquirir una gran decisión, quería ya de una vez lanzarse sobre el enemigo.
La reunión fue breve, las órdenes se repitieron de hombre a hombre. ¡Están desembarcando! ¡Cuando se alejen de la costa los atacamos! ¡Monten! La voz circuló de hombre a hombre. To-dos lo hicieron. Los caballos se movieron pero rápidamente sus jinetes los volvieron a enco-lumnar.
Ya el sol se elevaba en el horizonte.

2

El Subteniente, indicó que se desabrochen los cuellos de las chaquetillas. Su blanca cara, se veía poco, debajo de su morrión. Repitió una vez más lo que tanto decía en las prácticas: Al sablear a alguien... (siempre en ese momento hacía una pausa)... párense en los estribos y sigan con el cuerpo el movimiento del caballo. Si sable no sale del cuerpo, suéltenlo... (otra pausa)... porque los puede voltear o desacomodar. Agregó una vez más y como tantas veces.
El sudor bañaba su rostro. Sacó su sable de la vaina y todos los imitaron, el ruido de la hoja al salir impresionó a todos. Lejanamente, se escuchó un redoble de tambor. Ya vienen fue el pensamiento de todos. Detrás del convento todo era silencio y tensión. Arancibia, buscó con su vista al Subteniente no quería perderlo de vista. La doble fila de botones aprisionaba su pecho que quería saltar hacia adelante. El clarín llamó ¡¡Al ataque!!
Los caballos sin necesidad de nada saltaron hacia adelante. El clarín continuaba tocando y su metálico sonido, alcanzó a todos, amigos y enemigos.
El mulato, no se dio cuenta, cuando sobrepasó el muro que los ocultó toda la noche, ahora, cada vez más rápido, intentaba alcanzar la primera fila, de su columna que se transformaba en una sola línea de frente, aullante, veloz, intimidatoria y paralizante.
El caballo se metió entre dos que corrían adelante y el Granadero, vio por primera vez al enemigo, que sorprendido intentaba coordinar una respuesta organizada.
Vio a algunos que corrían de regreso a los barcos. Pese a ello, muchos, rodilla a tierra se aprestaban a disparar. La distancia se acortaba rápidamente, el ruido de los cascos, los gritos ajenos y propios, tapaban el ruido de los disparos que ahora realizaba el enemigo. El choque brutal duró pocos instantes.
La línea enemiga, atacada desde dos direcciones y a lo largo de toda su extensión, no resistió. Los jinetes pasaron veloces atropellando y matando. Arancibia trató de sablear a un enemigo en el momento en que su caballo saltaba la línea humana ya totalmente desorganizada. Vio que su arma se elevaba y le atravesaba la cara a uno de ellos.
Su caballo siguió la carrera junto con todos los demás.
Los más adelantados ya estaban girando para volver a atacar, giro y se aprestó, quedando adelante de todos sus compañeros. No pensaba, no sentía nada, automáticamente se aprestaba a repetir la carga siguiendo sus órdenes.
Sorpresivamente, vio el caballo del Subteniente corriendo solo sin jinete. La desesperación lo invadió, trató de ubicarlo entre el enemigo y solo veía polvo, humo y cuerpos en el piso.

3

Ya los granaderos lanzaban su segunda carga. Desafiando el fuego enemigo, avanzó lentamente, tratando de encontrar a su superior, conciente de que la próxima carga que se preparaba, le haría perder toda posibilidad de encontrarlo, además de del peligro de atrope-llarlo.
En medio de una nube de tierra y polvo vio a un Granadero peleando contra varios. No dudó, levantó nuevamente su sable y lanzó su caballo en esa dirección. Su propio galope, le impidió, escuchar el retumbe de la carga que nuevamente se iniciaba. Gritos, disparos, relinchos y el corazón que se le saltaba del pecho.
Llegó al centro de la pelea y con su arma, le abrió la cabeza a uno de los que peleaban contra el Granadero desmontado, se le grabó en su mente el ruido que hicieron los huesos al rom-perse, la sangre que saltó le salpicó la cara y el brazo.
Giró su caballo y apoyándose en un estribo se arrojo sobre otro de los que mantenían, hasta ese momento, esa desigual pelea, en el medio de ese infierno. Rodó en el suelo, junto con su enemigo a quien golpeó con dureza con el mango del sable recibiendo también varios golpes a punto de perder el conocimiento.
Por toda la a acción hecha en segundos y los golpes recibidos se vio en el piso, totalmente desorientado y sin poder levantarse. Sólo sentía un gran retumbe en el suelo, pero no entendía que pasaba ni de que era. El sol de frente le impedía ver bien, se dio cuenta que estaba sen-tado, no tenía fuerzas, sólo era conciente del extraño retumbe y del cada vez mayor temblor del piso.
Algo en el fondo de su conciencia le dijo: ¡Son los granaderos en su carga! ¡Te van a atrope-llar!
Intentó moverse pero le fue imposible. Comenzó a sentir gritos, se dio cuenta que iba a morir bajo las patas de los caballos de sus compañeros. El temblor de la tierra lo hacía saltar. En un instante, todo habría pasado.
Algo azul y pesado cayó sobre él, en el instante en que la carga pasaba por encima, notó ahora totalmente conciente, que varios caballos pisaban sobre eso que estaba sobre él. El retumbe rápidamente se alejó y el temblor de la tierra de la cesó. Los gritos de triunfo llegaron clara-mente a sus oídos.
Su boca llena de tierra le impedía respirar, abrió sus ojos e hizo fuerza para sacarse ese peso de encima, cuando lo logró el sol una vez más lo encegueció, se sentó y al recuperar su vista, vio a sus pies con el uniforme todo roto y el cuerpo ensangrentado a su querido Subteniente, escuchó gritos que festejaban la victoria pero sus ojos estaban llenos de lagrimas.
El combate duró quince minutos y el enemigo dejó en el campo 40 muertos, varios prisioneros y numeroso material bélico.

SERGIO SPINELLI


ESCENA

Era de noche cuando los vi entrar y sentarse en la mesa junto al ventanal. Ella miraba los edificios de enfrente: como si representaran el mundo con sus habitantes a los cuales podía verles el alma. El muchacho me llamó con una seña y pidió algo de tomar. Los seguí observando desde el mostrador, fascinada por la paz que pude ver en ambos. El es-tado de conciencia que tenían, algo cada vez mas difícil de ver en un mundo devastado por el horror, la violencia, el odio y el rencor.
Luego el muchacho le dijo algo y ella le respondió con un pequeño silencio, mientras miraba por el ventanal abarcándolo todo. Encendió un cigarrillo y le dio una profunda pitada, mientras él, seguía observando los cuadros colgados en este bar, pensando seguramente que él se sentía desdichado y víctima de un mundo espantoso, salvándose en ese instante absoluto frente a ella que escuchaba sus penas cuando le hablaba; porque ahora pensaban cosas que no eran triviales y estaban en silencio.
Casi sin advertirlo, vio que ella se frotó los ojos para disimular una lágrima, mientras él seguía pensando algo para decir, pero se limitaba a pensar que estar ahí en silencio y escucharla, compartiendo sus penas, era una respuesta a una pregunta aún no formulada, porque era tal vez mas valioso un instante de profunda melancolía, que cientos de palabras llenas de nada.
Finalmente se levantaron y salieron los dos hacia Avenida de Mayo. Los vi cruzar la ancha ave-nida y luego los perdí de vista. Y me quedé pensando, con mis ojos que ya no miraban las paredes de este local, ni las mesas, ni las personas. Me imaginé verlos llegar a una esquina en donde quiera que sea, cruzando alguna mirada y fundiéndose en un abrazo, en el que él le transmitirá un te quiero y voy a estar cuando me llames. Y cuando no, te haré saber en que esquina estaré para que puedas hallarme.
..............................Mama Dark.

LAURA GENTILE



EL HECHO CONSUMADO

El ensayo había comenzado, todos los actores se concentraban para iniciar las escenas de Antígona, la obra clásica de Jean Anouhil.
El director demostraba nervios por trabajar con los personajes que iban a representar ese hecho cultural.
Los actores se desplazaban cual gacelas en el espacio, sus cuerpos relajados y ávidos de indicaciones, montaban un mágico sueño.
La actriz que tenía como personaje a Antígona, era rubia y de un rostro angelical, cuando llegó el momento del monólogo, el director interrumpe la obra y con un grito le comunica: -¡no estás en personaje! ¡No estás en el living de tu casa! La mujer intentó conceder a sus deseos y en un suspiro con las luces tenues… se escucha… "Si, soy fea y qué, jamás nadie amará como yo a mi padre el rey". Todos absortos, se dieron vuelta mirando hacia las butacas y ahí estaba yo, si yo… una asistente que apasionada por ese personaje digno, fuerte y admirable permitió que su emoción fuera robada por Antígona.
Al darme cuenta que todos me observaban, me sonrojé y dije:
-Perdón, perdón, no volverá a repetirse. El director asombrado me dijo: 
-el personaje es tuyo.

SERGIO GABRIEL LIZÁRRAGA



ABISMO

Y si es un abismo
El que ha sembrado huevos
En el lado
Más fértil de mi palabra.

En la primavera
Nacerán sus engendros,
Para lanzar todo el llanto
En la cuna
Donde mecen al verso
Mis labios.

Estaré aún más lejos
Ardiendo
En el fragor del silencio,
Con el cruel vacío
Mutilando los intentos
Que puedan modelar mis dedos.

Seré un hambriento
Rodeado
De huertos ajenos.

RUTINAS

Sólo repito mis días
A la misma hora abro los ojos
Con la misma sed
Con el mismo hambre
Para no encontrarte
Para perderme en idéntica búsqueda
Con menos luz, con más dolor.

No puedo más que repetir
Cada uno de mis días.
Los recorro
Partiendo
Desde la misma herida.

EXTRAVÍO

Hoy fui católico,
Evangelista, judío, budista,
Metodista, adventista, sintoísta...

Hoy hurgué entre las hojas de una Biblia,
De un Corán, de un Talmud.
Del Popol Vuh.

Hoy recé, medité,
Me flagelé, busqué mi centro.
Hoy divagué por todos los senderos
De la fe.
Busqué respuestas
En la sacralidad de todas las obras.

Y he terminado la jornada
Sin que nada calme el alarido
De mi herida,
Sin encontrarte en mi camino.

Sin que vuelvas
A crucificar esta tempestad
Que me dejó tu muerte.

NO ENCUENTRO TU RÍO

Ha quedado el alma
Sin aliento,
Caminando laberintos,
Enfrentando espejos,
Recorriendo latitudes,
Sin encontrar tus huellas
Sin escuchar tu nombre.

No encuentro tu río.

Y mi boca
Es herida abierta
Donde llueve, como sal,
Tu ausencia.

PASADO

Tú ardías en mi mesa
Y tu carne exquisita abundaba.
Yo te arrojaba sobre las parrillas
¡Y te asaba!

Te devoraba preso de la gula
Aún después de saciarme.
Y con altanería
Arrojaba a los mendigos tus sobras
¡Cuánto me reía de aquellos!
Que esperaban a nuestra puerta
Y yo trataba como perros.

Pero ahora
Tus carnes ya no arden en mi mesa.

Y yo suplico
a los mismos mendigos
Que compartan conmigo tus huesos

SOLEDADES

Me encontré con la ciudad
Otra vez herida,
Y a sus personas
Con señales de sangre.
Me encontré con el monstruo
Que aun respira,
Desgajando en bocados
la esperanza,
Escupiendo nostalgias.
Me encontré con el pasado
Anidando en los ojos,
Y lágrimas nuevas
Despidiendo antiguos adioses.

Me encontré con un pueblo
Sin bosques para leños,
Y con un invierno filoso
Cortando de raíz los sueños.

También me encontré contigo,
Dormías
Musitando mis versos

POEMA

Yo se de silencios.
De horas que se encuentran
Para hablar de sus propias sombras.
Y es en esas horas,
En donde se pierden mis rezos.

Mientras me visto con cruces,
Y repito el verso
Que oculta mi secreto,
La soledad,
Como si fuera lepra,
Castiga la piel
Y exhibe mis huesos

DEBIL RELIEVE

Escalo el muro
Que amordaza su sombra
A la calle
Por donde paseaba tu nombre.

Pierdo trozos de piel
En el ascenso,
Entre rocas horadadas
Por el silencio.

Costosa travesía,
Exagerado esfuerzo,
Para contemplar
Desde la altura,
Tu cruel distancia,
El relieve débil de mis sueños.

Agradecimento

Con voz propia
Cuentos publicados en la revista virtual  “Con voz propia”, dirigida por Analía Pescaner

MARÍA PUGLIESE


CARTA II
  
Desde mi habitación, lejos, tan lejos de nosotros…


¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Quiénes se alejaron para dejarnos ahora enfrentados, tan solos, con tanto desamparo? ¿Cuál fue la negación que nos convirtió en cómplices de sangre? ¿Qué perdimos o qué buscamos para encontrarnos? En principio conté con pedazos dispersos en una veintena de espejos, superpuestos, y ese sobresalto en las comisuras por explorar el sabor de los besos. Aunque rocé cien veces con la parte exterior de mi mano las líneas de tu cara, nunca supe quién sos, ni si este desorden de los sentidos no es más que la reproducción de secuencias amatorias que tejí y destejí por mí, sólo por mí.
Las caricias modelaron en cada encuentro, con ímpetu de animal, la convicción de que al darnos la espalda, olvidaríamos todo.
"En aquel lugar permanecerán los aromas, los ecos, las acequias, la expectativa de que después del después no habrá horizontes ni vistas hacia atrás. Esta historia se nutre de detalles pero prescinde de datos en tiempos y en espacios. Nuestra historia de amor invita a una fiesta que exige tan sólo de la intención y merece un desorden arremolinado entre paños de seda". Este fue nuestro pacto.
En fin, ya no tenemos lugar y la única certeza es simulacro.

(Muñiz, Buenos Aires)

ELISABET AMELIA CINCOTTA



PUERTA CERRADA

Cuando escuchó la sirena Julia lo supuso. Otra niña violada. Otra vez había pasado. Tres violaciones, esto no tenía fin. Hacía 10 años de la primera, por ella tuvo una condena de 5 años. Salió en libertad. Pocos años -pensó Julia- el tratamiento psicológico lo hubiera ayudado pero él no lo quiso terminar, quizás hubiese sido efectivo.
La segunda violación 3 años de cárcel. ¿Cómo es posible? -se preguntó-. Y ahora las sirenas policiales la enloquecían. Qué había hecho mal- se auto reclamaba-. Seguro vendrá en busca de cobijo, llorará su arrepentimiento, después amenazará con el suicidio y por último intentará convencerme para que le dé una coartada. No está bien, nunca lo estuvo. Esto no puede seguir así, debe tener fin, las niñas no tienen la culpa de sus drogas, de su propia niñez, ni de mí.
Tal como supuso esa noche llegó cansado, llorando a pedirle algunos pesos. Julia lo abrazó como sólo ella podía hacerlo. Le preparó un café con leche, hasta medialunas había comprado para él esa tarde.
Carlitos se extrañó del recibimiento, por lo general siempre había reproches. Tomó la taza, estaba caliente. Prendió el televisor, mientras ella traía las medialunas.
Julia abrió un cajón de la alacena, se dio vuelta, lo miró con lágrimas y disparó. Cayó muerto, cinco disparos efectivos terminaron con su vida. Se arrodilló para besarlo y en voz muy baja le dijo: Hay cosas que una madre debe arreglar con sus hijos a puerta cerrada. Respiró hondo y apoyó el revólver en su sien.
Al día siguiente los noticieros anunciaban que el violador se había entregado en una localidad cercana.

1º Premio "Certamen Cuentos Brevísimos 2008"  organizado por el Grupo Almafuerte de Berazategu.

(Buenos Aires) 

MARÍA FABIANA CALDERARI


EL ENIGMA  

En una esquina, un hombre se restregaba la barba desarreglada y sostenía un móvil entre su oreja derecha y el hombro, mediante una leve presión; le abultaba un portafolio de cuero en la otra mano. Tropezó súbitamente. Un perfume delicado desapareció arrastrando sonrisas. Los papeles del portafolio y la indiferencia se dispersaron en el aire de la mañana. Dos pares de pantalones recogidos y malolientes se echaron a correr, uno de ellos con el móvil en el bolsillo. El hedor sin rastros y la impotencia, del mismo modo, se acoplaron al aire de la tarde.
-Se se los vendo- tartamudeaba un niño descalzo, irrumpiendo el diálogo de dos muchachos, en un barrio hambriento.
En otra esquina anochecida, una meretriz tarareaba la música que colgaba de sus oídos. Sus caderas escondían la trocatinta de un móvil.
Del más allá, una voz inaudible comenta la historia: (La humanidad en miniatura resulta un enigma demasiado complejo, quizá por ser el hombre parte del mismo).

(Santiago del Estero)

ESTER VALLBONA




LLUEVE   

Pequeñas gotas, incesantes, silenciosas, golpean contra el suelo igual que los recuerdos lo hacen en mi mente ahora. Siempre me pasa. La lluvia de otoño es una bruja de ojos grises que me obliga a asomarme a su bola de cristal para traerme de vuelta los recuerdos que más duelen. No se conmueve por nada. Aunque le diga que no, que no quiero asomarme a ella, que no quiero mirar, no desiste. Una y otra vez acude presurosa a la cita, ya caiga lluvia fina o chaparrón, con su risa estruendosa y su bola desempolvada. Da igual que cierre los ojos con fuerza y niegue con la cabeza, la magia de su bola traspasa mis párpados y se cuela muy dentro.
No sé por qué lo hace, no sé por qué me busca. Le grito que se vuelva a sus cuentos, a buscar ingenuas princesas a las que martirizar, y me mira con esos ojos grises, conmovidos ligeramente o acaso tan sólo humedecidos por la lluvia, y sonríe en silencio. Quizá crea que ya la ha encontrado.

(España)