martes, 21 de octubre de 2014

Hilda Lujambio


                        Amorosa vigilia Hilda Lujambio


 “Amorosa vigilia”, pensó Clarita.

En la rosada penumbra de su cuarto, sólo iluminado por una lámpara de sal, transcurrían las horas previas a su alumbramiento.

Las contracciones eran irregulares todavía.   Una resplandeciente intimidad la unía a ese ser que palpitaba en su seno.  Tanto lo había soñado, tanto lo había deseado.  Ahora su proximidad despertaba en ella  una alegría nueva, una valentía desconocida.  No imaginaba nada, no proyectaba nada, sólo se dejaba embargar por las sensaciones, las emociones… Claro favor le había hecho ese desconocido, cuyo rostro casi no recordaba ya, sólo su perfume, combinación de tabaco rubio y lavanda,  y la fuerza de una pasión que los unió una noche junto al mar.  Se habían despedido al alba sin proyecto de reencuentro ni pesar.

Nada fue igual desde ese fin de semana.  Su vida, hasta entonces sin objetivos, sin afectos, pareció iluminarse tenuemente.  Una grata tibieza iluminaba cada día.  No se cuestionó la causa, sencillamente se apropió del nuevo estado.

Pasados unos meses, todo cobró sentido.  Un sueño escondido, negado, se volvió realidad: iba a tener un hijo.  Comprendió cuán feliz la hacía esa posibilidad hasta entonces impensada…

Las contracciones se volvían regulares, más frecuentes.  Sin dudarlo, se vistió, llamó al remis que había contratado, tomó el bolso que tenía preparado y salió rumbo a la maternidad.

Un rayo de sol, de los primeros de la mañana, la acarició.  Sí, había sido una amorosa vigilia.

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