jueves, 29 de agosto de 2019

Negro Hernández



Llueve 
Negro Hernández (mayo 2012)

Llueve. Desde mi ventana veo a dos mujeres con tres chicos de guardapolvo apretándose contra las paredes de las cinco esquinas de mi barrio, Barracas. Hoy decidí no ir a trabajar y tengo la excusa perfecta... fiaca. ¿Para qué mojarme? Si es un día ideal para escribir en soledad y dormir una buena siesta.

Sobre el escritorio hay cuentas a pagar, la luz, el gas, el cable, el nuevo ABL... También están los borradores de los escritos que debo corregir, papeles sueltos de vanos intentos de inspiración, y el embrión de un cuento resistiéndose a nacer de una buena vez. Sueños, sueños guardados con devoción que pujan por realizarse, como la publicación de mi próximo libro: "Crónicas del café".

Llueve. Pongo la pava en la hornalla para hacer un café, es una manera de ganar tiempo, de prolongar la espera, de postergar el asalto de las imágenes que vendrán agitadas, convirtiéndose en tinta sobre el papel. Todavía escribo con una vieja estilográfica a cartucho, porque las palabras fluyen como la tinta, se deslizan, se amontonan, se estiran, y se manchan de emociones. No es el momento de la prolijidad, es el tiempo del desorden, del barullo murguero, de la muchedumbre ansiosa empujando las barreras para ingresar al estadio.

Llueve y el agua me invita a escribir escurriéndose por la canaleta que desemboca en el alma. Después vendrá el procesador de texto con la censura estética, equilibrada, poniendo cada cosa en su lugar, como la letra fría de la ley.

El teléfono suena vanamente, no lo atiendo, mi celular esta apagado y por un rato renuncié a leer los mensajes de mi correo electrónico. He decidido recluirme en mi espacio creativo tan desordenado como el dormitorio. -Me voy corriendo para no perder el ómnibus- había dicho Marta al amanecer dejando un par de medias, una breve bombacha, su vaquero azul desteñido y un pañuelo de cuello desparramados en la cama antes de tomarse unos días de vacaciones para ver a su familia en Pergamino.

Repaso los últimos apuntes con el pocillo en la mano, y el vapor del café caliente, me hace cosquillas en la nariz medio resfriada. Enciendo la radio para escuchar la 2 x 4 buscando alguna compañía y el corazón se me arruga como un bandoneón con la noticia de la muerte de Ubaldo de Lío.

Llueve. Escucho deslizarse un papel debajo de la puerta de calle, es un periódico ¿Se habrá equivocado don Cosme el canilla más veterano del barrio que me provee de diarios y revistas? ¿Si nunca  le pedí que me los entregara a domicilio?

Me acerco y lo levanto con curiosidad. "Ha muerto el periodista y escritor Negro Hernández", titula la portada. Un frío me estremece el cuerpo, tiemblo, busco un asiento y respiro hondo. Vuelvo a leer con más detenimiento confirmando la noticia. Debe ser una joda de los muchachos, pienso. "... como consecuencia de un paro cardíaco. Sus restos será velados en un café histórico de la ciudad de Buenos Aires: el Tres Amigos. Los compañeros del café preparan una despedida en homenaje a su memoria..."

Llueve. ¡La puta que lo parió!, digo. Empiezo a caminar por la habitación y decido prender el celular para comprobar la noticia, lo llamo al Gordo, ¿Quién? ¿Cómo?. El turro hace como si no escucha.

Llamo a Sandoval. Está fuera del área de cobertura. Intento con el Mirón, y un mensaje grabado que recuerda que hoy por la noche es la primera reunión en el boliche de la Liga de Librepensadores Latinoamericanos, institución que preside. 

Llueve, camino como un loco sin detenerme, entonces lo llamo a Jorge, mi amigo y médico de toda la vida. "Te dije Negro cuidáte de los triglicéridos, dejá de comer esas medialunas de grasa, te van a matar". ¡Hola!, ¡Hola! ¡Jorge sos vos! pero se corta la comunicación... Disculpe las molestias ocasionadas. ¡La conc... de la lora!

Trato de averiguar la veracidad de la noticia en distintos medios pero  no contestan el llamado.

Suena el teléfono de línea. ¡Hola amor, recién llegué, te extraño!.

¿Todo bien?. Si cariño, todo bien, acabo de terminar mi último cuento.



María Monserrat



                                                        Retrato al lápiz   
María Monserrat

Tal vez fuera un vendedor; lo dejaron acercar para no perderse ningún detalle y recién cuando estaba a unos pasos de la puerta llamaron a la madre.
Ante las cinco mujeres apiñadas abrió la maleta con gesto teatral y fue admitido.
Sonrió a las muchachas; sus dientes brillaron bajo un espeso y corto bigote. La madre miraba tenazmente las ampliaciones al lápiz y las muestras de marcos dorados. Lo más interesante eran los originales, pequeñas y desvanecidas fotografías al lado de grandes y trabajosos cuadros.
-Un retrato de alguna de las señoritas? Quedaría muy bien en esta pared.
Había una pared, blanca, desnuda.
Para las tímidas muchachas aquello era como un galanteo. De pronto la madre fue a un mueble y buscó en un cajón; entonces enmudecieron y bajaron las cabezas, condolidas.
-Un retratito? A ver, señora…
Una criatura de meses asomaba de un fondo amarillento.
-Muy bien, muy bien… Una de las señoritas cuando chica?
Hubo un retroceso en el grupo, quizás hasta un gemido. La madre irguiéndose al decirle:
-Es el varoncito que se me murió.
El hombre sostuvo el retrato ante la luz. Las mujeres estaban pendientes. Porque se veía que él pensaba algo más.
-Y si hiciéramos otra cosa?
La curiosidad dolía ya como el presentimiento de algo muy grande.
-Un retrato de mocito, entienden?
Enseguida entendieron. Sólo una de ellas preguntó:
-Y eso…. se acostumbra?
-Muy a menudo, señorita. Es un consuelo para muchas madres. Nuestros artistas se basan en los rasgos verdaderos, los desarrollan hasta que resulta la fisonomía exacta que hubiera tenido… ahora, por ejemplo…
-Cumpliría veintidós años este mes…
Las manos secas de la madre tenían un temblor. Se envuelven pudorosas en el delantal negro.
-Si mamá…Háganlo de mocito…, -piden las hijas.
Y él, acicatea el entusiasmo.
-Pueden elegir el traje, la corbata, el peinado…
-Tenía el pelo crespo, verdad mamá?
-Se le hará…
Tomaba ya nota de todo.
Cuatro muchachas visten al hermano mozo, lo peinan a la moda, le ponen una flor en el ojal y un libro en la mano.
-Este trabajo sale un poco más caro..Nuestros artistas…
La madre, vencida en su severidad, su rigor de muchos años, permite que hablen sus hijas y hasta que una de ellas vaya a buscar el dinero para la seña. Cuando el hombre hace desaparecer el retratito dentro de la maleta, dice:
-Cuídenlo. Es el único que tengo.
Un gesto tranquilizador. La casa es responsable.
Lo acompañan voces que revolotean como pájaros a su alrededor. callan de pronto al cerrarse la puerta.
La madre se aprieta el corazón frente a la pared blanca y desnuda de la sala.


Liria Tatiana Domínguez


En las profundidades  

Liria Tatiana Domínguez


 El viajero transita por la ruta del tiempo a una velocidad moderada en medio de la sombra de la noche; ciega, melancólica, totalmente oscura. En las curvas cerradas solo en esas ocasiones acelera.

Su vida misma se ha resumido a ese monótono viaje, en su única escapatoria (confiar sus secretos a la noche, o sino, (¿A quién más?) 

A lo largo de su trayecto continúa por la misma senda -En un viaje de contramano- Siguiendo las mismas coordenadas.

De pronto, le asalta la necesidad de averiguar dónde se encuentra aquella certera dirección que otros viajeros más expertos que él le han indicado: -Para llegar, sólo tienes que girar hacia tu izquierda. Verás un cartel que dice:“prohibido estacionar”. Después sigues por el túnel que te conducirá hacia dos diferentes direcciones.

El viajero incrédulo no hizo más preguntas para escapar al ridículo y continuó su viaje.

Largo rato (para no decir toda su vida). Se preguntó: -¿cómo será aquel lugar? ¿Y si sólo fuera un mito?-

Entonces, aquel viaje no habría valido la pena. –¿Para qué tantas horas de eterna vigilia, de duros pesares? Si mejor hubiera sido morir en el intento que alcanzar aquella realidad imposible- El viajero reflexionó.

Percibiendo un leve susurro en el aire, alguien le hablaba. Más cuando se dio vuelta no vio, nada más, que un niño descalzo y hambriento. Nadie se fijaba en él, con sus pequeñas manitos sostenía un cofre de cristal que lo cuidaba esmeradamente.

–¿Dónde pudo encontrarlo? Es un misterio- pensó.

-Que insignificante es la vida, que miseria y desolación de mi gente. Pero sólo siguen caminando cada fría mañana. ¡Si algo fuera a cambiar! Si estuvieran cerca de alcanzar aquella “felicidad” que yo desde el día en que nací voy tras ella; un sueño imposible, una tonta fantasía-

-Dime, niño ¿Qué vendes?-

-Vendo sueños-

-¿Cómo?-

-Eso, vendo sueños-

-¿Sueños? que locura es esa-

-Existen personas descuidan su vida, luego cuando comprenden que es tarde para reparar los errores del pasado se sienten; desoladas, vacías, desorientadas, sin escapatoria. 

-Es tarde, lo hecho ya está, no hay más salidas-  dicen.

Y ahí entonces acuden a mí. Yo les vuelvo a mostrar el camino-…

Hubiera seguido conversando con aquel extraño personaje de la carretera, pero los autos de atrás le apuraban el paso.

En esa confusa y misteriosa noche por primera vez sintió pánico, horror de despertar de aquella frenética pesadilla y no encontrar a nadie más que a su compañera de cuarto que permanecía junto a él sobre la cama muerta. (A caso él era el culpable de su muerte).

-¿Por qué no hubo tiempo para un adiós? ¿Por qué la velada terminó tan de prisa?-

Quizás alguna vez él la encuentre en alguna esquina, en una equívoca dirección (el mundo es tan grande). Entonces aquella noche seguirán siendo los mismos amantes que una vez fueron. Antes que el destino se la arrebatara y le cobrara caro cada uno de sus besos.

 No lo dominaba ningún interés, que seguir buscando aquella inexplorada y recóndita dirección en las profundidades de aquel abismo; su inexperta alma de viajero.

Al llegar al lugar en que le habían indicado. Ante su vista una vez más se presentó aquel diminuto hombrecillo de la ruta. Que ahora lo oía decir: - Señor, ¿va a seguir acá conversando conmigo, o va a dignarse a circular?-

-Pensé, ¡que había despertado!-

-Perdone, del sueño de la muerte nadie puede regresar- 


Julio de la Mota


POEMAS JULIO DE LA MOTA

ABSTRACTO / CONCRETO
se perdía en caminos sinuosos
entre las plantas que parecían adormecidas por el calor
su frente era como un laberinto también
que las gotas de sudor inundaban
desamparado busco algo que lo guíe entre las montañas
pero la montaña era un ser inviolable
una efigie muda de impenetrable corazón
dietéramos paristomios
gigantes desnudos en la hierba
andromángicos embudos hierro de calaveras
pasionetias y porrimetos andrufios acorintos
me ruenan suspiros entrunfios y salgadientes
tofialitos
se largó un chaparrón
fue silbando hacia las piedras carcomidas por el musgo
se adrianaron de pronto los pájaros y se sulfuró en el fondo
la noche, cavernidad alojada en la mente
destellos parinsomnes brujulentos
masmunó su día, el sol lo aprisionaba otra vez
caminó desnudo esta vez como acorazado
por el hilo de las nubes chasqueaba un hostes
barbora de ciudadares entrunados
así en sombra en dolor en humo
su cerebro se partió en dos
purundí macudí anturismo divino.


 EL GRITO-FRANCIS BACON

(sobre Inocencio X de Velázquez)


SOY UN GRITO, ASPEREZA Y CANTO

ME FIGURO DENTRO MIO

Y LA BOCA HUYE, NUBES Y NUBES

DE ALIENTO QUE ESCAPAN

NO SOY MI BOCA

NI MI CUERPO

NI OTRA COMEDIA DE OTREDAD VIVA

SOY UN GRITO

ASPEREZA Y CANTO

SOLAR DE LA FUERZA

AUSENCIA VORAZ QUE ABRE EL VACIO

Y REPITE SU RIMA DE PAUSAS

VOY Y VENGO

ENTRE EL ADIOS Y LA PRESENCIA

VOY MAS ALLA DE TODO

 



Jenara García Martín



                                            VIVIR SENTENCIADA   
Jenara García Martín

Cuando el silencio nocturno llegó al Sanatorio, Dolly ya estaba preparada para encontrarse con Flavio en el lugar  que ella eligió como el más discreto para huir con el coche sin ser descubiertos. Su único equipaje era una maleta chica. Al pronto Flavio se sorprendió. Era lógico, la vestimenta no era la de costumbre y también se había cubierto la cabeza con una boina, a efectos evitar  pudieran reconocerla por el color del cabello, y por precaución, sin prender el motor del auto., lo deslizaron por la cuesta  hasta el llano donde se encontraba la ruta principal para llegar a la población más cercana del valle. Flavio conducía rápido, dejando atrás las montañas que habían separado a Dolly  del mundo, durante más de cuatro años. Una vez en el valle, tampoco se detuvieron en el pueblo, no querían llamar la atención., pues sabían que en el momento que se descubriera la ausencia de Dolly, prepararían un operativo en su búsqueda. La primera parada la hicieron en un restaurante en la carretera. Al detenerse, Flavio le dijo “aquí vamos a comer algo”. Fueron las primeras palabras desde que habían dejado el sanatorio y  Dolly  lo aprobó con un gesto de satisfacción. Era la primera noche de libertad. ¡Al fin habían huido!. Pero aún sentía miedo. Este pensamiento le oprimía la garganta y continuaba en silencio. Sólo Flavio se bajó del auto, y decidió comprar algo para comer mientras viajaban.

-¿Ya te encuentras sin temores, Dolly? –se animó a preguntar Flavio, al regreso.

-Hasta que no pasemos la frontera y pisemos tierra italiana, no me sentiré segura, Flavio. Perdón por mi silencio. Es que pienso que el viento lleve el eco de mis palabras hasta la montaña y puedan seguirnos.

-No pienses en eso. Disfruta del paisaje nocturno. Es una noche mágica, llena de estrellas, que nos van iluminando el camino.

-Tienes razón Flavio. Es una noche maravillosa y tengo que darte las gracias, por arriesgarte a sacarme del encierro en que vivía. Ahora ya no me importa el día que me llegue el final. No sacarán mi cadáver por la puerta de atrás y me llevarán en el trineo fúnebre. Yo siempre he tenido  miedo a las noches, sabes. Sentía opresión en el pecho. Manos de sombras que oprimían mi garganta. Una soledad insoportable. Ruidos por los pasillos y me dormía con la luz prendida. Pero por las mañanas me la encontraba apagada. La vigilancia nocturna, se encargaba de que todo estuviera en la profunda obscuridad.

-Pero ahora tienes motivos para disfrutar de esta luminosa noche. Pronto .llegaremos a la Estación  y cambiaremos de medio de locomoción –comentó Flavio.

En efecto, las palabras se convirtieron en acción. En la Estación, Flavio cargó el coche en uno de los vagones de mercancías y ellos se acomodaron en un coche de pasajeros, hasta llegar al próximo apeadero. Cuando bajaron del tren, una llovizna les sorprendió y Dolly quiso sentirla en su cuerpo, extendiendo los brazos fuera del techo del andén que la protegía, nada recomendable para su enfermedad, mientras esperaba a Flavio que se acercara con el coche. Flavio que la observó se bajó del auto urgente, con una prenda de abrigo y cubriéndola la obligó a ubicarse dentro del coche,  reprochándola su actitud.

-¿Cómo se queda expuesta bajo la lluvia?  ¿No comprende que es perjudiciable para su salud?

-Sí. Lo sé. Pero hace mucho tiempo que  no había visto llover. Compréndame. -Y sus párpados se humedecieron por unas leves lágrimas, semejantes a las gotas de la lluvia que les acompañaba.

-La comprendo. Y desde hace más de cuatro años que no había estado aquí abajo. ¿Verdad?

-Cierto. En este momento, es como si volviese a nacer.

-Pero igualmente tiene que cuidarse y seguir las indicaciones de los especialistas. Espero que habrá traído los medicamentos.

-Sí, Flavio. Y me cuidaré...

-En el próximo campamento de montaña que haya alojamiento disponible pasaremos la noche y para despistar tomaremos sólo una habitación. Creo que no se sentirá incómoda. Yo dormiré en algún sillón, pues serán pocas horas, puesto que reiniciaremos el viaje en cuanto amanezca. 

-Lo que Usted disponga Flavio –respondió Dolly. Aún no habían tomado confianza para el trato.

A pocos kilómetros en la ruta hacia la montaña encontraron una zona urbanizada, poblada de  cómodas cabañas en la base turística de esquí y se detuvieron teniendo en cuanta lo que habían conversado. Encontraron el alojamiento que buscaban, y para más comodidad  con dos camas. Lugar para reservar el auto por unas horas y cargar combustible. Pidieron algo de cenar a la habitación con reserva para seguir viaje. se cambiaron de ropa para dormir. Sólo se despojaron de las prendas de abrigo.

De este modo cuando les despertó el teléfono se las pusieron de nuevo y buscaron el auto, y de vuelta a la carretera buscando la ruta que les llevara hacia el lago de Como, zona fronteriza con Italia. Con el idioma

Con la indicación de que les despertaran a las cinco de la mañana. Para no desperdiciar el tiempo, ni siquiera no tenían ningún problema, dado que en Suiza hablan,  además de alemán, el francés, el italiano, y también el inglés y ellos dominaban el francés y el italiano, y Flavio también el inglés.

Flavio – de origen italiano- tenía antecedentes del paso fronterizo, puesto que al ser zona turística era de lo más concurrida  y no pedían documentación. Pasarían como una pareja de turistas más. Pero también era más lento, puesto que al final del día  los trabajadores, la cruzaban para ir a sus respectivos domicilios. Tanto de Italia a Suiza, como de Suiza a Italia. Analizando tal situación, esperaron a cruzarla por la noche.  Sin ningún problema pisaron territorio italiano. Estaban a salvo. Dolly se largó a llorar respirando tranquila. Flavio la observó sin hacer ningún comentario.

 Con la indicación de que les despertaran a las cinco de la mañana. Para no desperdiciar el tiempo, ni siquiera no tenían ningún problema, dado que en Suiza hablan,  además de alemán, el francés, el italiano, y también el inglés y ellos dominaban el francés y el italiano, y Flavio también el inglés.

Flavio –de origen italiano- tenía antecedentes del paso fronterizo, puesto que al ser zona turística era de lo más concurrida  y no pedían documentación. Pasarían como una pareja de turistas más. Pero también era más lento, puesto que al final del día  los trabajadores, la cruzaban para ir a sus respectivos domicilios. Tanto de Italia a Suiza, como de Suiza a Italia. Analizando tal situación, esperaron a cruzarla por la noche.  Sin ningún problema pisaron territorio italiano. Estaban a salvo. Dolly se largó a llorar respirando tranquila. Flavio la observó sin hacer ningún comentario.

- Ya no tengo miedo, Flavio. Ahora tú elegirás la ruta que mejor te parezca para llegar a Roma.

Flavio conocía bastante las vías de comunicación,  y decidió elegir rutas rápidas y  descasando siempre en paradores  de zonas de turismo, tanto por los restaurantes como por el alojamiento. Y también pensó, sin comentarlo con Dolly, que, como en el sanatorio conocían  la existencia de su tío en Roma, podían haberse puesto en contacto con él y sorprenderles.  Tenían que se precavidos. Y por fin, llegaron a destino.

- Dolly. Ya estamos en Roma. ¿Recuerdas la dirección de tu tío?

- No,  Flavio. Cuando nos separaron de mis padres en Francia, durante la invasión Nazi, mi tío  se trasladó, lo antes que le fue posible, aquí, con las dos, protegiéndonos.  Mas ya habíamos contraído esta maldita “peste” y debió internarnos en un sanatorio para el tratamiento indicado, del cual mi hermana salió en un ataúd. Así que ante tal desgracia, aconsejado por los especialistas,  me trasladó al de Suiza, donde tú me conociste, porque decían que era lo mejor que había para el tratamiento de esta enfermedad.  Tal situación no me dio lugar a conocer prácticamente, ni la ubicación de su domicilio, pero tengo el teléfono, así que le llamemos Yo estoy nerviosa, ¿quieres hacerlo tú? – y le facilitó el número a Flavio, obteniendo del otro lado respuesta, preguntando ¿quién habla? Y le pasó el auricular a Dolly.

- Hola tío Urbano, soy Dolly, su sobrina. No se sorprenda. Estoy en Roma, con un amigo  que sigue para París  y pude salir del sanatorio con él para llegar a reunirme contigo. Dime tu dirección, pues mi amigo tiene coche y me puede acercar.

- Dolly, ¿En serio eres mi sobrina? ¿Ya estás curada?  Del sanatorio preguntaron por ti y me rogaron les avisara si tomabas contacto conmigo, puesto que tu salud es muy delicada…y…-Dolly no le dejó continuar…

- No,  tío. No lo hagas.  Por favor.  Espera que hablemos, -le suplicó desesperada.-  Dame tu dirección. Te necesito. –Se la proporcionó  y Flavio la llevó con su tío, quien les recibió con mucho afecto y le hizo pasar. Preocupado les pidió le dijeran por qué había salido Dolly sin permiso.

Dolly se lo explicó, a su manera. Que fue la visita de Flavio al sanatorio, la oportunidad que  necesitaba para salir de ese infierno y ella le convenció.  En esos momentos,  Dolly no tenía aspecto de estar enferma. La libertad la había devuelto  hasta  un semblante  saludable.

-Yo me siento bien, tío. Allá en el sanatorio, entre los enfermos te sientes igual que ellos y yo estoy con un diagnóstico de plena recuperación. Tengo una medicación para erradicar la enfermedad definitivamente. Te ruego no les llames y si ellos lo hacen no les des la dirección, y niega que me has visto.

- Usted Flavio, ¿qué opina?

Flavio se convirtió en cómplice  de Dolly  y le confirmó  que su estado de salud era tal cual ella le había explicado.  Y que la convivencia con los otros enfermos en el sanatorio, la deprimían y no era aconsejable, puesto que está en el camino de su recuperación definitiva. Y que a pesar de  no estar dada de alta,  viendo el diagnóstico, había aceptado sacarla de allí.  El tío aceptó confiado las palabras de Flavio y llegó el momento de despedirse. Ambos se abrazaron emocionados: Dolly le dijo:- “Muchas gracias por todo, Flavio. ¿ Nos volveremos a ver.”?

-Por supuesto que sí, Dolly. Te lo prometo. No te olvidaré. Mi profesión me traerá a correr algún circuito a Italia y nos encontraremos.

El tío Urbano,  se había casado hacía unos tres años y por supuesto que Dolly no lo sabía, así que cuando llegó de la calle  María Celia –esposa del tío Urbano- la sorpresa fue indescriptible. Pero ambas en ese momento se conectaron con sincero sentimiento. Y al presentarlas se abrazaron. El matrimonio no tenía hijos. María  Celia comprendiendo el cansancio del viaje tan agobiante, cogió la maleta y  la acompañó al dormitorio de invitados, manifestándola que todo lo que necesitara  no dejara de pedírselo, y que la avisaría cuando la cena estuviera lista. Cenaron en total ambiente familiar, tratando de conocer algo de la vida de casado de su tío  y Dolly repitiendo detalles del estado de su salud  como se lo había relatado a su tío, para que la esposa tuviera conocimiento. Es que el  semblante no reflejaba la enfermedad que padecía. La libertad la había provocado también, ese cambio.

Dolly no se  sentía  enferma. Disfrutaba de todo  (…). Y se lo debía a la actitud de Flavio. Ya comenzó a extrañar su compañía. La vida, desde que huyó del sanatorio de la montaña la hizo cambiar hasta de carácter. Al lado de Flavio se volvió obediente. De trato Agradable. Sensata…Ya no era la joven rebelde  e impulsiva que él había él conocido en el Sanatorio .  Ahora comenzaba un ritmo  de vida diferente.

Desde que  sus tíos se movilizaban en la mañana, ella tenía que adaptarse al sistema de vida que ellos llevaban.  Su tío trabajaba en Oficinas de un Organismo Oficial y su horario  era de ocho a catorce horas, así que por las tardes tenía libre. La trataban con si fuera una hija, y su estado de salud mejoraba. Tanto es así que sus tíos accedieron llevarla a conocer Venecia, dado que les había dicho la ilusión que tenía, pues Flavio la había comentado cómo eran los canales y los “gondoleros” símbolo del romanticismo veneciano y hasta del Puente de Los Suspiros, y de las bellezas arquitectónicas –de épocas recientes y milenarias (…) Dolly era feliz. Hasta alquilaron una góndola  y dieron el paseo por el canal, pasando por debajo del Puente de los Suspiros, circunstancia que le hizo extrañar la compañía de Flavio y sintió que era más que agradecimiento  lo que hacía recordarle.  Su corazón latía de otra manera cuando le traía a su mente.  Sus tíos también se encontraban satisfechos con el paseo, al observar que  ella  lo había disfrutado. Y para que todo fuera  completo, cuando llegaron a casa, sonó la campanilla del teléfono. Atendió el tío y era Flavio que quería saludar a Dolly. La emoción no se puede describir con palabras. Flavio la comentó de su triunfo en Mónaco y que estaba previsto  que en un mes correría un circuito en Italia y se encontrarían.

-Te estaré esperando. Soy feliz, pero te extraño –Le contestó emocionada.

-Yo pasaré a buscarte. Te quiero Dolly –y cortaron la comunicación.

Para Dolly fueron las palabras más bonitas que había escuchado en toda su existencia. En ese momento no era ella. Se quedó paralizada por ese: “Te quiero Dolly” Su tía se acercó y sin palabras supo que la preguntaba el por qué de esa actitud. Se lo dijo y su tía  la abrazó felicitándola por la noticia. También su tío la felicitó.

Pero al día siguiente, Dolly, amaneció con fiebre y debieron llamar a un médico especialista, que ya conocían. El resultado del reconocimiento no fue de lo más satisfactorio. Pidió al tío que la llevara al Sanatorio, donde el atendía para hacerle un estudio completo del estado en que se encontraba la enfermedad. El paseo por el Canal no había sido lo más recomendable, pues la enfermedad había avanzado y ella, lo disimulaba tomando doble dosis de medicamentos. Les recomendaron internarla para un tratamiento más intensivo. La fiebre la desapareció, pero antes del mes tuvo una recaída.  Lo más grave que podía pasarle: Una tos intensa y con marcas de sangre en el pañuelo, cuando lo debía utilizar.  Su estado general ya fue deteriorándose y ella supo que llegaba el final, mas a sus tíos les dijo que sabía que ese día iba a llegar, pero  había logrado que no fuera allá en el sanatorio de la montaña.

-Yo estoy preparada. Conocía mi precario estado de salud  Cuando llegue el momento, no os quiero ver llorar. Quiero que me perdonéis  por no haberos dicho la verdad, pero he sido feliz  a vuestro lado. ..Sólo pensar que os entregarán  mi  cadáver como lo que soy, como un ser humano y  en un ataúd de madera, me da tranquilidad y lo que os pido es  que me enterréis en la misma tumba de mi hermana.  Pensad que por eso huí. Para que mi cadáver no lo sacaran por la puerta de atrás y en la noche, y me llevaran a enterrar… envuelta en una sábana y en un móvil -tipo trineo, tirado …por el en..terrador…

Los tíos la escuchaban en silencio, sin poder reaccionar, al verla con un semblante tranquilo y expresándose con coherencia, a pesar que ya se la veía cansada y no respiraba con normalidad. Pero tenían  que demostrar serenidad. Ya tendrían tiempo de  llorar el dolor de su ausencia física.

-Sabes lo que te pido tío, una hoja de papel …y una pluma. Quiero escribir… una carta de despedida a Flavio. Cunado venga a bus…carme, se la entregarás. Gracias a él,…  me voy de este mundo ….”feliz…”

-Si, querida, ya le digo a la tía que te lo traiga esta misma tarde.

Así se despidió Dolly de Flavio. Su estado ya la había debilitado y era notable

“Querido Flavio: En esta líneas estoy yo, que Te quiero” …es mi corazón que te da las gracias por haberme sacado de aquel infierno. Desde que pisé el territorio italiano te dije que volvía a nacer, y ha sido cierto. He vivido, casi dos meses ¿verdad? … He sido feliz, Flavio,… recuér..dalo siempre y gracias a ti.Mis  tíos han cui…dado de mí con mucho cariño y paseé en las… góndolas del canal de Venecia y pensé que remabas conmigo… No olvidé que me dijiste que ese paseo era…” el símbolo del Amor”. Me voy de este mundo por la puerta grande, no por la de atrás. ... . Los dos sabíamos que mi final estaba cerca.  No puedo  es…perarte…Lo siento… Te quiero… 

                                                                                                                      Dolly



Celia Martínez

                                El sutil encanto de las sombras  

Celia Martínez

 

Caía la tarde en el campo. Estaba sola en su casona con la estufa de leños encendida y su viejo ovejero a su lado.

Como siempre, vinieron los recuerdos de la niñez, la juventud y de cuando la casa era pura algarabía.

Cuando atardecía, esa hora en que se ve y no se ve, era el momento de montar el caballo y correr al viejo ombú, donde ella, Rosana, la esperaba. La excusa era su paseo sobre Yatasto en la hora en que no hacía tanto calor. Las sombras se sentían mover y juntas inventando figuras fantasmagóricas que sólo nombraban.

Rosana era su amiga, “su otra persona”, decía Milita, con quien no la dejaban jugar. Era la hija de los caseros, y esa diferencia social la marcó la  toda la vida.

Cuando se marchó a la ciudad para estudiar prometió escribirle. Lo hizo durante un tiempo hasta que la costumbre se fue abandonando. Sus quehaceres y salidas con sus nuevos amigos y la ciudad intensa la devoraba los días.

Milita había enseñado a leer y escribir bajo las sombras del aterdecer. Rosana devoraba sus cartas y comenzó la escuela para poder aprender mejor pero poco a poco se fueron distanciando. Aunque cda tanto lo hacían para las fiestas, los cumpleaños y otras celebraciones. Aquellas largas charlas cuando oscurecía quedaronn en el recuerdo con un encanto lleno de risa y aventuras chinescas.

Un día Miita volvió de la ciudad y se instaló en la casona campestre, sus padres se habían radicado definitivamnete en Buenos Aires, pero ella extrañaba el lugar.

Ni bien llegó corrió a ver a su amiga, que por entonces se había casado y tenía dos niños.

Rosana empezó a trabajar otra vez en lo de su amiga. Volvía a su casa a la noche, donde la esperaba un marido alcohólico  que la golpeaba.

Cada mañana Rosana venía de su casa riendo y cantando la despertaba una canción feliz, y olor a café. Escuchaban las canciones de Gilda, o de Rodrigo, y a medida que transcurría el día la Rosana que se iba oscureciendo con las sombras del atardecer.

Milita veía cruzar su sombra en la noche por el oscuro campo cuando partía.

Un día murió repentinamente el marido de Rosana, de una extraña infección.

Milita fue creciendo. Ella amaba su verde, su cielo, sus animales y de a poco la fue ganando el placer de la soledad.

Ambas mujeres pasaron décadas juntas y solas compartiendo los recuerdos en los crepúsculos bajo el ombú.

Ya nadie podía las separarlas, solo la muerte. Esa tarde Milita acababa de venir del cementerio después de despedir a su entrañable amiga.

Se quedó dormida en el sillón, al amanecer no hubo risa ni cantos ni olor a café. Perezosamente se levantó, puso la radio local y volvió a escuchar la noticia sobre el accidente, apagó el aparato.

El atardecer trajo las sombras,  los recuerdos. Se acurrucó entre el chal y el sillón. Las últimas figuras del anochecer se fueron apagando lentamente hasta que se hizo noche.

Elvira, la nueva compañía, le trajo un caldo que tomó sin ganas. Así pasó varios días con oscuras tardes y sombras.

Una mañana mientras  Elvira cubría los muebles y amontonaba el equipaje, Milita y el viejo Dark recorrieron el campo, y la casa para despedirse.

Los hombres cargaban el camión de mudanza. El rematador Pacheco, envolvía con cuidado los objetos que Milita dejaría para vender. Después llegó el auto que la llevaría definitivamente. Se llevó con ella a su viejo compañero Dark sabiendo de que no soportaría el cambio.

Fue un largo viaje.

A la mañana siguiente de llegar hizo abrir todas las persianas, y por la tarde predió todas las luces.

No más caídas del sol, ni crepúsculos, ni sombras…

A pesar del cambio Dark permaneció enhiesto al lado de su ama humana.


Claudio Steffani



              Crónica de un sábado al mediodía 
Claudio Steffani

Era un día sábado cerca del mediodía. Había tomado unos cuantos mates acompañado de bella música toda la mañana. Disfruto mucho estos espacios lejos de las combinaciones del subte y de ver a la gente corriendo para tomar el tren, es un momento que me conecto de una forma relajada interviniendo en mis proyectos cotidianos donde transcurre la vida misma, rumiando algunos problemas laborales y personales. Camino hacia la ventana, miro para afuera y me doy cuenta que se había marchado el gris perla del cielo que anticipaba la lluvia, el cálido y brillante sol invitaba a salir.

Salí con la intención de caminar por las manzanas que rodean el colegio Ward de Ramos Mejía con sus eucaliptos altísimos, pinos con varias notas de verde y muchas flores de varias formas y colores, pero pasé por la puerta del bar de Tito y decidí quedarme a tomar una cerveza, era el bar preferido del barrio. Me siento en la mesa de afuera y sale Tito, el dueño, y me dice ¿vamos a fumar una porrito?

Abrió la puerta del boliche bailable que tenía al lado del bar y nos dirigimos a una oficina que estaba en el fondo, entramos y entre las botellas de Whisky tenía una caja llena de porros armados.

Nos fumamos un buen caño y volvimos al bar. Nos sentamos afuera a disfrutar del viaje acompañados de una fresca y rubia cerveza. Estábamos por la cuarta vuelta y en eso llega Moncho, el botellero que venía todos los sábados con su caballo negro y carrito de madera a buscar botellas vacías de vino y champán, consumidas la noche anterior. Me levanto de la silla para acariciar el caballo, Tito le trae un balde con agua y le pregunta. ¿Podemos dar una vueltita en el carro?

Llama a la camarera y le dice que le prepare una hamburguesa completa al Moncho, con una cerveza como invitación de la casa. Vos que viviste en Pehuajó, sabes cómo manejar caballos, dice mi amigo.

Agarré las riendas del caballo con el carro lleno de botellas vacías. El faso era bueno y nos había pegado demasiado, doblé por la calle Soler, mientras Tito saludaba efusivamente a los vecinos que nos cruzábamos, como si nos hubieran prestado una Ferrari.

Me dirigí a Segunda Rivadavia y cruzo el paso a nivel y en la subida se caen un montón de botellas esparciendo los vidrios rotos sobre las vías. Bajamos directamente a Rivadavia y los autos no dejaban de tocarnos bocina. Doblamos por Necochea y casi llegando a Belgrano vi  a Vanesa, mi pareja de entonces, saliendo de cursar en la cultural inglesa con sus compañeras, me paro del carro con las riendas en la mano y le tiro un beso.

Cuando me vio aferró su cuaderno contra el pecho y se quedó dura como una estatua boquiabierta. Cruzamos el semáforo en rojo y casi nos atropella una camioneta, el caballo hizo un giro hacia la izquierda y mordió el cordón de la vereda, cayendo a la calle las últimas botellas vacías que quedaban el carro.

Giré a la derecha y traté de salir al trote del centro, ya que estábamos haciendo mucho ruido y temíamos que nos pare la policía.

Doblé por la barrera del Instituto de Haedo, sin preocuparnos por el ruido de botellas rotas porque no quedaba ninguna. Había que compensar a Moncho cuando lleguemos por la pérdida de toda la carga, doblé por Guemes, volviendo por Gaona y estacioné el carro en la puerta del bar.

El brillante amarillo sol, estaba bajando despacio por la avenida y una modorra intensa y cancina, se había instalado en mí por el resto del día.

 


Arturo Raúl López (1958)

                                   SOMBRAS  

Arturo Raúl López (1958)


Era de noche. La sombra vagaba por las calles, una sombra vacilante, sin dimensiones. Triste, se diría.

El viento, viajero incansable, eterno buscador de situaciones nuevas, de motivos distintos, azotaba las copas de los árboles que, a su paso, inclinaban la cerviz humildemente, y hacía balancear los faroles que inútilmente trataban de penetrar en la noche, con la intención de descubrir a esa sombra que huía sin huir, que se desdibujaba, se esfumaba...

Pero no era una sombra vulgar. Tal vez su historia –pues todas las sombras tienen alguna- fuera interesante. Y esa historia, como la de todas las sombras, sólo la conocen las nubes; sus fieles amigas. Mas, ¡para qué querer averiguar una historia que nunca se conocerá! Porque el lenguaje nebuloso es incomprensible para los seres humanos...

De pronto, la sombra se reanimó. Ya no era una masa informe, aplastada, unidimensional, no... La sombra crecía, tomaba impulso. Ya se deslizaba velozmente por la calle.

¿Corría, en verdad?...¿O era un milagro de luz y sombra, o el viento en otra de sus raras cabriolas, o el farol que repentinamente horadaba las tinieblas, o...?

No; la sombra cubría velozmente la calle, dirigiéndose hacia el final de ésta, dónde ya se veía sonrosar la aurora. ¡Ironías del destino!... Una sombra corriendo hacia la luz, hacia su mortal enemiga!...

De pronto la somb... ¿pero qué pasa?...Ya no es una sombra, ¡son dos!... Ambas van tomadas de las manos, y así, se arrojan en brazos de la aurora, que con su tinte sonrosado va haciendo retroceder la oscuridad.

Ya no son sombras; se corporizan...En los labios de una de las ex sombras -la de nuestro cuento precisamente- se adivina una sonrisa, y en ella, toda una historia; esa historia que sólo sabían las nubes...

Y es que ya no es más una sombra fugitiva y solitaria en busca de compañía, de amor. Su largo peregrinar no había sido en vano. Ahora podían dejar el reino de las tinieblas, que ya no les pertenecía. Por fin encontraba un motivo para vivir, para soñar. Por fin tenía alguien a quién amar...

La noche se ha desvanecido. El farol ya no alumbra, dejándole paso a Apolo. Ni el viento queda, pues su espíritu viajero puede más que el interés por una historia que, de todos modos, ya sabe; pues él si conoce el lenguaje de las nubes...

Y el hombre y la mujer se alejan, felices, mientras el farol, en una mueca quijotesca, se balancea, como diciendo que también él conoce la historia, esa historia milenaria que se repite sin cesar desde que el mundo es mundo...


Silvia Bennoun


Cuando ella lo miró supo...  
Silvia Bennoun

Estaba sentada en un bar de la calle principal de la ciudad de Mar del Plata.  Miraba pasar una multitud a través del vidrio que daba a la av. San Martín.

Con una taza de café en la mano y un lápiz en la otra, tratando de beber y dibujar al mismo tiempo.

De pronto,  cayó en la cuenta que hacía justo un año que no lo veía. La sorpresa hizo que suelte  la taza y esta cayó  al costado de la mesa y en su trayecto se cristalizó por un momento, estrellándose luego, sin calcular las consecuencias del drama que se desató en aquel entonces.

Mira a su costado y lo vio a él, secándose con varias servilletas su ropa manchada, y en ese momento ella supo lo que había sucedido.  Tenía pocos años y un bebé.

Su vecino de mesa se acercó y comenzó a hablarle reprochándole su descuido.  Ella volvió su cara, no lo escuchaba,  pero reconoció en sus ojos lo mismo que ella sintió cuando dijo basta.

Siguió dibujando, sorda a ese hombre que seguía gesticulando al lado suyo.

Termino de dibujar, se levantó y sin decir palabra, salió del bar caminando lentamente hacia el mar, cargando en sus jóvenes hombros una historia que la doblaba.

Iba por la rambla.  El sol brillaba ardiente sobre su cabeza, el viento hacía que su rubia cabellera tape su cara. Volvió a su memoria el coche patinando, daba vueltas y vueltas en esa calle mojada por la lluvia torrencial de ese enero caluroso.  Las imágenes, aparecían las imágenes donde se veía  gritándole " para  para" nos vamos a matar.

El bebé lloraba descontroladamente en la sillita de atrás.  El auto frenó por la mano de Dios.

Bajó, agarró a su bebé en brazos y sin mirar para atrás comenzó a caminar por las calles que la llevaban a su casa, con el mismo llanto y el mismo desamparo que su hijo.

Llegó rápidamente y llamó a su amiga contándole la historia que pondría fin a esa relación de maltratos y adicciones.

Al día siguiente él volvió en busca de perdón.  Ella, habiendo pasado toda la noche despierta mirando las sábanas de colores de la cuna, le dijo no.

Amanecía y se sentía el olor a pan recién horneado de la panadería  de la esquina.

No, repitió.  Los golpes en sus brazos, las manos lastimadas, los ojos gastados de tanto llanto, hablaron.

No, volvió a repetir,  mientras empujaba con sus últimas fuerzas el cuerpo de ese hombre, de ese desconocido que lastimó su corta vida sin piedad.

Cerró la puerta y respiró profundamente.

Entre lágrimas tranquilas, volvió a rememorar ese momento. Y frente  al mar después de un año, en el amanecer más bello de un día cualquiera de la ciudad de mar del plata, supo que nunca lo amó

No estoy segura de que yo exista. Comenzó a dibujar sintiéndose nada.

Miraba a la cansada calle atestada de gente por todos lados. Seguía sintiéndose nada. El saber que nunca lo amó, que todo lo que vivieron era nada.

Dio vuelta su cara , ahora mirando nuevamente a ese mar que con el reflejo del sol contenía todos los colores más bellos y comenzó a soñar. Su mente se separó de su cuerpo.  Ella mirándolo lo vio dibujar formas en el aire.

Levantó arena con sus manos y entre sus dedos las dejaba caer de a poco brillantes, lentamente  hasta formar una línea en el borde del mar.

Sus brazos en movimientos amplios atraían el viento hacia ella.

Escribió su nombre en el aire, en la arena y en el cielo. Y todo atraía a su cuerpo con movimientos suaves,  hasta llenarse de todo.

De la nada despertó. Su hijo lloró buscando ese abrazo.  Él la hacía estar ahí,  dejar de ser nada, para arroparlo,  para cuidarlo, para hacerlo dormir con su cabecita apoyada en su hombro y en sus pechos.

No estoy segura que yo exista, repitió.  Aunque a veces la vida nos cambia los planes, hay que bailar y confiar, pensó.

Miró hacia atrás por última vez  

Comenzó a dibujar sintiéndose nada.

Miraba a la cansada calle atestada de gente por todos lados. Seguía sintiéndose nada. El saber que nunca lo amó, que todo lo que vivieron era nada.

Dio vuelta su cara, ahora mirando nuevamente a ese mar que con el reflejo del sol contenía todos los colores más bellos y comenzó a soñar. Su mente se separó de su cuerpo.  Ella mirándolo lo vio dibujar formas en el aire.

Levantó arena con sus manos y entre sus dedos las dejaba caer de a poco brillantes, lentamente  hasta formar una línea en el borde del mar.

Sus brazos en movimientos amplios atraían el viento hacia ella.

Escribió su nombre en el aire, en la arena y en el cielo. Y todo atraía a su cuerpo con movimientos suaves,  hasta llenarse de todo.