QUÉ TAL, LÓPEZ Julio Cortázar
Un señor encuentra a un amigo y lo saluda dándole la
mano e inclinando un poco la cabeza. Así es como cree que lo saluda, pero el
saludo ya está inventado y este buen señor no hace más que calzar en el saludo.
Llueve. Un señor se refugia bajo una arcada. Casi nunca estos señores saben que
acaban de resbalar por un tobogán prefabricado desde la primera lluvia y la
primera arcada. Un húmedo tobogán de hojas marchitas. Y los gestos del amor,
ese dulce museo, esa galería de figuras de humo. Consuélese tu vanidad: la mano
de Antonio buscó lo que busca tu mano, y ni aquélla ni la tuya buscaban nada
que ya no hubiera sido encontrado desde la eternidad. Pero las cosas invisibles
necesitan encarnarse, las ideas caen a la tierra como palomas muertas. Lo
verdaderamente nuevo da miedo o maravilla. Estas dos sensaciones igualmente
cerca del estómago acompañan siempre la presencia de Prometeo; el resto es la
comodidad, lo que siempre sale más o menos bien; los verbos activos contienen
el repertorio completo. Hamlet no duda: busca la solución auténtica y no las
puertas de la casa o los caminos ya hechos -por más atajos y encrucijadas que
propongan. Quiere la tangente que triza el misterio, la quinta hoja del trébol.
Entre sí y no, qué infinita rosa de los vientos. Los príncipes de Dinamarca,
esos halcones que eligen morirse de hambre antes de comer carne muerta. Cuando
los zapatos aprietan, buena señal. Algo cambia ahí, algo que nos muestra, que
sordamente nos pone, nos plantea. Por eso los monstruos son tan populares y los
diarios se extasían con los terneros bicéfalos. Qué oportunidades, qué esbozo
de un gran salto hacia lo otro!.Ahí viene López. -¡Qué tal, López?-¿Qué tal,
che? Y así es como creen que se saludan.
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