El invasor
Negro Hernández
El
carnaval del barrio se había extinguido sin pena ni gloria mientras miraba por
el balcón de mi departamento el desfile de la última murga triste por las
calles húmedas de Barracas. Esa noche de enero estaba otra vez solo recordando
las palabras de Marta en su adios.
“Negro vos sos demasiado sensible para
mi, y un gran amante pero a esta altura de mi vida necesito un hombre con guita
que me haga recorrer el mundo”. Dijo
antes de despedirse con una sinceridad tan cruel que solo atiné a desearle
suerte y esquivar el abrazo que me ofrecía.
El
Gordo estaba en la costa de vacaciones con la familia y Sandoval en alguna de
sus reuniones como administrador de grupos por facebook.
Hacía
una semana que no iba por café y decidí volver después de purificar mi espíritu
con la meditación oriental y hacer mis ejercicios de relajación para una vida
plena.
Cuando entré al Tres Amigos el viernes a la noche
dispuesto a comer una picada me doy cuenta que al Gallego se le ocurrió colgar
un gran televisor debajo de la esquina húmeda formada por las dos paredes de
ladrillos a la vista y el techo.
¡Ahora van a venir a ver los partidos
del codificado! ¡Se viene el mundial de Rusia!, dijo, relajando las cejas cepillo que apretadas
sobre el nacimiento de la nariz de daban ese aspecto de severidad eterna.
En
un intento modernizador y para no quedar afuera de la nueva realidad mediática,
que acusa, condena y absuelve, pone y saca jueces, oculta las protestas,
silencia los despidos y nos muestra
rostros sonrientes de los gobernantes mientras endeudan al país.
¡Te felicito! Atiné a decir, puteando para mis adentros. Justo a
mí, que vengo religiosamente al café buscando un lugar tranquilo donde
escribir, a estar un rato lejos del mundo, a charlar con los amigos, donde
encuentro siempre algún romántico que me presta un sueño, o a veces a mirar por
el ventanal a las lindas mujeres que se pasean por Barracas alegrándome la vida, me viene a pasar esto.
¡Tengo que competir con el barcito que
abrieron en la estación de servicio!
Continuó diciendo el Gallego, mientras la pantalla aceleraba las imágenes
entrecortadas por grandes carteles en un canal de noticias y la puta música hacía
tachín... tachin... a todo volumen. Para colmo, mi mesa junto al ventanal
estaba ocupada por una parejita tomada de las manos, y la piba campaneaba el
televisor disimuladamente por encima de los hombros del muchacho. Yo más
desorientado que un boxeador después de un cross de derecha, tambaleaba de un
lado a otro tratando de encontrar el rincón del ring que me salvara, hasta que
el viejo don Anselmo se acercó y me dijo vení con la mano palmeándome la
espalda como a un chico desconsolado.
Sentáte Negro, no te hagas mala sangre.
Lo que pasa es que te estas poniendo viejo, y los viejos no toleramos ciertas
cosas.
Me
senté, tuve ganas de prender un cigarrillo y me contuve, finalmente Joaquín me
trajo la famosa picada para dos con un balón de cerveza.
El
viejo escudriñaba mis pensamientos con esa mirada clara de los tipos de 80
años. Desde que enviudé me tomo las cosas
de otra manera. Trato de no calentarme y de aprovechar las pocas ventajas que
me ofrece la vida. El mundo nos va desplazando porque ya no les servimos, y nos
van tirando poco a poco al tacho de la basura, pero yo todavía me resisto. Fijáte
lo que hicieron con la jubilaciones y los remedios del Pami.
A
esa altura, la bronca se me había disipando de a poco cuando me acordé del
triste ´82. Los chicos peleaban en Malvinas y los grandes miraban por TV el
mundial de España. Recuerdo que entonces el boliche de se llenaba de gente para
ver los partidos, y a mí me daba tanta indignación que me borré del café hasta
que terminó la mentira.
Después
el Gallego me hizo caso y le regaló el televisor al Hospital de Niños.
La
tele es una fábrica de objetos virtuales, es un gran verso organizado para que
sueñes otros sueños, para que consumas sin pensar, es un olvidador de
preocupaciones, un asesino de conversaciones, un encantador de serpientes sin
piedad.
Como
un invasor despiadado, la TV se te mete en la intimidad de las sábanas
apagándote el deseo por la mujer que amas, marginándote de la realidad por un
rato. Mentira tras mentira te taladra el bocho para que pienses lo que los
poderosos quieren que pienses.
Después
vine el miedo a ser marginado y el terror a caer en la pobreza. Pero que
importa del después.
Hacé la tuya Negro, seguí viniendo al
café que los amigos te necesitamos. Vos sabes que la amistad no pasa por el
cable. Tomate una ginebrita y contame como te trata la vida con esta
Mishiadura.
Dijo Don
Anselmo, mientras la parejita de besaba intensamente y me dieron ganas de
volver a ser joven.