viernes, 9 de octubre de 2015
Carlos Margiotta
La última vez que vi a mi padre
Carlos Margiotta
La
última vez que vi a mi padre, tenía 86 años. Yo lo había ido a visitar a su
domicilio, donde también funcionaba su atelier de sastrería, para invitarlo a
la celebración de la Pascua cristiana que se realizaría en mi casa. Podía
haberlo llamado por teléfono y ahorrarme la molestia, pero a mi padre le
gustaban las formalidades y en sus valores, la familia era un templo sagrado.
-Vení,
sentáte- me dijo, mientras recogía el diario La Nación que estaba en el sillón
contiguo al suyo, separados por una mesita donde descansaba el velador, un
paquete de cigarrillos y el cenicero de onix que le regalara.
-Mirá,
te voy a decir la verdad, estoy saliendo con una señora y voy a pasar la fiesta
con ella-. Yo quedé mudo, aunque algo sabía de esa relación, pero no de su
boca. Él se levantó de su asiento y fue hasta el mueble que oficiaba de bar,
discoteca y depósito de libros, y sirvió dos vasos con whisky. Sólo atiné a decirle
que hiciera lo que creía conveniente, dándole a entender que comprendía la
situación. Las conversaciones con mi padre eran siempre así, llenas de medias
palabras, sobreentendidos, gestos y ausencias que eran necesarias interpretar.
Me fui preguntándome qué me habría querido decir y con la sensación conocida de
que otra vez me estaba mintiendo.
Semanas
después volví, toqué el timbre pero nadie respondió a mi llamado. El encargado
del edificio, al verme, me entregó un sobre de papel madera y un juego de
llaves. En el interior del departamento estaba todo en orden, y en el sillón de
costumbre, La Nación del día anterior. "Ocupáte de todo", decía la
nota dentro del sobre.
Revise
sus pertenencias, miré el placard de la ropa, abrí los cajones de los armarios,
controlé los útiles de trabajo y en el botiquín del baño encontré las pastillas
para el corazón. Nada me hizo suponer, entonces, que se había ido de viaje.
Ocupáte
de todo, era la frase que no llegaba a comprender. Tenía claro que debía pagar
los servicios, mantener la casa funcionando y entregar la ropa de los clientes
que colgaban del perchero. Ya lo había hecho una vez cuando mi padre
desapareció sin avisar y unas semanas después me enteré que había viajado a la
ciudad de Marsalla, para probarle una pilcha al capo mafia del lugar, íntimo
amigo de un diputado nacional cliente de mi viejo. En otra ocasión en la que
estuvo ausente, tuve que imitarle la firma en una escritura pública con la
complicidad del escribano Méndez, otro de sus amigazos. Todo había comenzado,
ahora lo recuerdo, cuando yo tenía 8 años, y mi padre me llevó a ver una propiedad
en construcción que había comprado en la zona céntrica, y me dijo: "Este
departamento lo compre para tu madre, pero no le digas nada, es nuestro
secreto".
En
ese momento mi deseo era dejar todo como estaba y mandarme a mudar. Pero no
pude. A los pocos días me mude a la sastrería. Empecé a contestar sus llamados,
volví a fumar, bebí whisky importado, cite a sus clientes y me convertí en
sastre usando los moldes que mi padre tenía de cada uno de ellos. Llamé a su
colaborador para que me ayudara en el negocio, y al poco tiempo fui era famoso
entre las mujeres, haciéndoles los famosos trajecitos sastre como el que usaba
Eva Perón.
Me
despidieron del trabajo, mi esposa me pidió el divorcio y mis hijos reclamaron
por mi presencia. Pero mi padre seguía sin aparecer. Una parte de mis
sentimientos quería que volviera para quitarme el peso que significaba ocuparme
de todo, y otra parte, deseaba que no apareciera nunca más.
Pasaron
los días, los meses y los años. Yo me enriquecí y con la plata disfruté de la
vida como nunca lo había hecho. Hice amigos en los círculos selectos de la
sociedad, tuve muchas amantes, mujeres finas todas ellas, con las que olvidé
todo el pasado y me convertí en un verdadero dandy porteño.
Ayer
me visito mi hijo mayor para invitarme a la celebración de la Pascua cristiana,
me dio vergüenza decirle que no podía ir, que tenía un compromiso con una
señora con la que estaba saliendo. Me sentí culpable porque la familia es
sagrada. No sé cómo lo habrá tomado, es tan poco demostrativo.
CRISTINA NOGUERA
POEMAS SOBRE LA VIDA
CRISTINA NOGUERA
EL RUIDO DEL MUNDO
No puedo seguir el rumbo
ni respirar la diáfana calma
en esta huella mojada de violencia
No comprendo los paraísos escondidos
entre miles de metáforas falsas
No consigo entender este bullicio
ni las fantasías inconclusas del alma
No puedo hilvanar este sainete siniestro
donde el gris se mezcla con el blanco
y se transforma en negro despiadado
No consigo desenredar la oscura confusión
donde las madejas de valores son opacas
No consigo entender este mundo
este mundo tan convulsionado
Arraigada en el ruido que me rodea
¿Donde están los rostros amados?
ATRÁPAME
Atrápame con tus manos
con tu delirio de poemas
con perfumes de jazmines
con ese aroma de azucenas
Atrápame en tus brazos
cúbreme de
besos bellos
de sensaciones, de imágenes
de noches mojadas con perlas
Atrápame con tu boca
con el dulzor de tu piel tibia
con el sonido de tus arpegios
con el carruaje de caricias bellas
Atrápame con tus palabras
con el brillo de tu melodía
con metáforas de terciopelo
Ven no me abandones, bello poema.
MELODÍA DE ESPERANZA
Sobrevivo este invierno
con ausencias de caricias
con nada de besos tiernos
ni siquiera con primaveras
Sobrevivo este invierno
sin violetas ni azucenas
solo vuelan unos pocos sueños
Pero mañana cuando llegues
le diré adiós al frío invierno
sembraré los jardines del alma
los regaré con ese amor tierno
abriré las rosas y almendras
Pero mañana cuando llegues
yo seré tu flor y tu mi primavera.
LA
NAVE CON LA QUE VIAJO
Esta
casa que habito es de arcilla casi tibia
Las
horas enhebradas son escalones hacia
mañana
El
cielo está en las manos llenas de poemas alados
Las
dos ventanas de lágrimas. Las tablas
gastadas por los años
mojadas
por lejanas tormentas y por las lluvias
de antaño
Esta
casa que habito tiene paredes de sangre
de
roble tibio es la esperanza pintada de verde esmeralda
Esta
casa que habito cruje con el viento, con la lluvia
canta
con rondas de niños, tiembla con los fríos inviernos
sonríe
cuando una flor canta como rosa perfumada
Esta
casa que habito viste cuatro esmeraldas y seis brillantes
lentejuelas
de colores variados y perlas nacidas en
el alma
Esta
casa que habito tiene alas de amante, cascabeles de alegría
y
la sonrisa encierra un tesoro con
retazos de nostalgia
Esta
casa que habito es la nave con la que
viajo
Fernanda López
Como si
Fernanda López
Te
extrañé. Cada día. Como si estuvieras. Como si el resto del tiempo formaras
parte de mi vida. Como si tu constancia no fuera la ausencia. Como si alguna
vez te hubieras quedado. Como si en algún momento nos hubiésemos encontrado. Te
extrañé. Cada noche. Como si durmieras conmigo. Como si te despertaras pensando
en mí. Como si alguna vez me hubieras abrazado en mis insomnios. Como si te
hubieses quedado en mis sueños. Como si en algún momento nos hubiésemos amado.
Te extrañé. Cada melancólico pensamiento. Como si me esperaras. Como si
tuviéramos recuerdos donde olvidarnos. Como si existieran palabras donde
reconocernos. Como si tuviésemos lugares donde dejarnos. Como si en algún
momento nos hubiésemos ido.
Pablo Paniagua
Aullido posthumano
Pablo Paniagua
Tengo la sospecha de que tú vienes aquí como un voyeur, para saber qué se esconde detrás de esta voz, cuál es su esencia y si te puedes reconocer en ella. Pero yo sólo vengo a decirte verdades, porque las mentiras competen exclusivamente a la espacie humana. Ése es tu fracaso, mucho peor que el mío; ésa es tu pérdida como ser humano. ¿Vas a hacer algo por cambiar la Historia? ¿Acaso no ves cómo anda el mundo que habéis creado? ¿No me digas que estás satisfecho? Lo mío no es nada en comparación con lo tuyo, y aquí estoy para escupir mis balas de plata en tu corazón, para que muera dentro de ti ese ser despreciable y así puedas cambiar tu conciencia.
Ricardo Barquin
Modo inverso
Ricardo Barquin
a Carlos Margiotta
“Y
de la luna el célico semblante
y
el triste mar amé”
Pastor
Díaz
No
sentía odio ya,
pero
había vivido todo el odio,
era
manso de espíritu
a
la manera de un hombre que acobarda su pena
y
que detiene el llanto,
y
anda sobre este mundo cabizbajo.
Un
ardor de violencia, sin embargo aquel día,
hirió
su pensamiento, y ensangrentó sus manos,
“a
la tarde del día ya que obscurecía
en
la oscuridad y tiniebla de la noche”.
Recordaba
con fruición doliente
versículos
de una Biblia antigua
de
hojas pálidas: “si tus pecados fuesen rojos
como
la grana, como la nieve serán emblanquecidos”.
Sintió
caer la nieve sobre su rostro
y
sobre Buenos Aires, en un jardín del sur.
Signos
claros jardines verbales;
Amó,
ha bebido muerte.
III
Ya
evanescido el tiempo,
es
la eternidad;
la
eternidad, real edad del tiempo
IV
Yo
iré rastreando,
como
lebrel sediento mis crímenes,
hasta
besar tus llagas.
Celia Elena Martínez
El pasado
Celia Elena Martínez
Una
tarde salí apurada de la oficina, caminando por la Avenida me pareció ver a
José Maria, hacían tantos años…
Él
no era de la ciudad, pero podría estar aquí, porqué no?
Además
los años me habían cambiado tanto, porqué no a él. Éramos casi niños cuando
vivimos ese amor tan profundo, prohibido por mis padres, profundo e imposible
de arrinconar en la mente, ya que fue el
primero, aquel primer beso, dicen que las mujeres guardamos secretos grandes y
recónditos como un océano.
El
corazón me dio un vuelto cuando lo vi. Apresuré el paso para alcanzarlo y ver
si era él , más de cerca, todo me hacía suponerlo, sus rasgos envejecidos ,
pero los mismos de aquel jovencito, su mismo andar. Todo hacía suponer que era
Josema, como yo lo llamaba.
Se
perdía entre la gente, en esa hora pico, nunca me pareció tanta…pero yo me
apresuraba más y más entre la muchedumbre .
Bajó
las escaleras del subte y yo aunque no debía tomarlo, también bajé y lo llamé, ¡Josema! ¡Josema! José María!!!, pero no respondía,
finalmente por el apellido, como hago con mi marido, cuando lo pierdo en el
supermercado, no se dio vuelta, había demasiada multitud como para oírme
.Quería verlo, hablarle, recordar aquellos dulces años y contarle que nunca lo
había olvidado.
Ya
en la estación con tanto gentío se perdió de vista, subí al tren, pero resultaba
imposible buscarlo en el vagón repleto, era una masa apretujada.
Bajé
en la próxima estación y volví a casa, un poco desilusionada, después de todo:
Quizás no era él…
Marta Becker
El viaje
Marta Becker
A
pesar de la hora decido tomar el tren. No suelo viajar tan tarde en este
transporte pero el viaje es más corto y estoy cansada. Me acurruco en un
asiento pegado a la ventanilla, rota como la mayoría y deja filtrar un aire
helado que me provoca un escalofrío.
Miro
el vagón. Viejo, las paredes de madera
escritas, propagandas pegadas, muchos vidrios rajados o rotos, luz
mortecina y un olor impreciso que se pega a la ropa.
No
me quiero dormir porque temo por mis pertenencias, entonces decido observar a
los otros pasajeros. Me gusta este ejercicio, hilvano historias sobre cada uno
de ellos y así se me pasa el tiempo.
Una
rubia desteñida y cara de cansancio está sentada frente a mí; con ambas manos
se cierra un tapado viejo, tan descolorido como toda ella. Duerme apoyada la
cabeza sobre la ventanilla, ni siente los sacudones del tren cada vez que toma
velocidad. Tal vez vuelva del trabajo, tal vez vaya hacia él, no tiene aspecto
de ama de casa.
Más
allá un hombre mayor, arropado en un sobretodo y con una bufanda que le cubre
con dos vueltas el cuello mira por la ventana, la vista perdida en vaya a saber
qué pensamientos, pero es evidente que su cabeza no está ni el vagón ni en el
paisaje.
En
un asiento más alejado una parejita joven viaja abrazada, cada tanto se dan un
beso. Me pregunto cuánto tiempo durará este enamoramiento, ahora las relaciones
son tan efímeras… aún así se los ve muy acaramelados, se jurarán promesas de
amor que ojalá puedan cumplir.
Sentada
en otro lugar pero fácil a mi vista está una morocha de mediana edad, arreglada
tanto en ropa como en maquillaje como para ir a la guerra… a la guerra de los
sexos, se entiende. Cruzada de piernas enfundadas en unas medias de red negras
llama la atención del hombre ubicado frente a ella, que pasea su vista entre el
busto que se deja entrever desde un escote generoso hacia las piernas bien
torneadas, y aunque no lo pueda ver de frente me imagino qué pensamientos
libidinosos cruzarán por su cabeza. Seguro establecerá una comparación entre su
esposa y esta mujer, pensará que no la elegiría como la madre de sus hijos pero
sí para pasar unos buenos momentos. El macho cabrío nunca descansa.
Un
muchacho flaco y desaliñado se apoya contra la puerta del vagón. Tal vez sea mi
fantasía pero no me merece confianza y aprieto más la cartera contra mi pecho.
Pasea la mirada sobre todos los pasajeros, parecería que tiene que seleccionar
uno para cometer un delito. ¿Será por eso que está sobre la puerta, listo para
robarle a alguien y salir corriendo? La hora y el lugar se prestan para el
vandalismo.
En
una de las estaciones sube una mujer con un bebé –muy tarde para sacar a un pequeño,
pienso- y se sienta al lado de la rubia desteñida, frente a mí. El bebé comienza
a llorar, la madre se acomoda y lo pone
a mamar de un pecho redondo, lleno de leche. Menos mal que no está sentado
junto a mí el hombre que sigue mirando a la morocha, que permanece indiferente.
Ahora
sube una pareja mayor, ella apoyada en un bastón, él con dos bolsas de supermercado
llenas. ¿les habrá dado la hija algunos comestibles para que se lleven a casa?
No lucen muy ostentosos, más bien son dos jubilados con aspecto cansino que
sólo quieren llegar a su casa y meterse en la cama.
Mientras
cavilo sobre cada uno de mis compañeros llegamos a la estación central, última
parada del viaje. Con una sacudida de cabeza borro de golpe todas las fantasías
que me ocuparon y acompañaron durante muchos minutos, una novela particular con
final abierto que tal vez continúe en el próximo tren o colectivo, según lo que
decida tomar.
Richard Peláez
DANIEL
Richard Peláez
La
señora del abuelo, mandó a Danielito a buscar un caldo en cubitos, para la
sopa, de la bodega…
-
Pero si hace un rato traje unos
-
No, que vayas
-
Que si, estoy bien seguro
-
Que me traigas de una vez lo que te pedí!!
El
niño se dirige meneando la cabeza, seguro que ya se los había alcanzado, cruza
la puerta y de repente se encuentra…con su mamá…
…sus
ojos se agrandan, llueven inocentes lagrimas, pega un salto a los brazos y
explota un grito:
-
¡¡¡¡¡Mamáaaaaaaa!!!!!
Solo
se veían cada dos o tres meses, ella debió irse lejos a trabajar y poder juntar
dinero para que a él no le falte nada.
Pasaron
unos días juntos y ese tiempo fue todo disfrute al máximo, la sonrisa bien
amplia de ese gurí (niño) y los ojitos teniendo el brillo de la ternura de
madre, que mas pedir, todo era felicidad.
Llegó
el día en que la mamá debía volver a la capital y el niño la acompañó a la
terminal de buses.
Un
beso grandote en el cachete, un pórtate bien no hagas diabluras, un “no te olvides
que te quiero mucho” y un “ya vamos a volver a estar juntos”, fueron las
últimas palabras…
…se
subió al bus y él desde abajo la buscó con la vista para tirarle besitos, la
mamá pidió ventanilla para poder verlo mientras de a poco se iba marchando …y
se fue…
…y
Danielito quedó mirando como su mamá se perdía en el horizonte y no podía hacer
nada, se sintió tan impotente …tan desnudo…triste y
defraudado
por Dios, tanto que rezó para estar con ella y otra vez se le va.
Se
sentía solo, vulnerable, mientras comenzó el retorno, bajó la vista y no pudo
contener el llanto , no le importaba que lo vieran …que lo sintieran…
…que
lo vieran desgarrado con el corazoncito partido en dos.
Caminó
rumbo a la casa, llorando… siempre llorando, los mocos se entreveraban con sus
lagrimitas y las palmas de las manos empapadas ya no secaban sus ojos…
…se
fue calmando de a poco y pensó:
-
No es de hombres llorar, menos que lo vean entonces tomó un atajo y se acercó a
una cantera cercana, se agachó y hundió sus manitas y refrescó su carita con el
agua turbia para borrar los indicios de su dolor, esperó un poquito hasta que
creyó conveniente volver.
-
¿Dónde estabas? ¿Porqué demoraste tanto, te volviste a pelear en la calle?
-
No
-
¿Cómo que no, y esa mugre en la cara ?¿me crees tonta?
-
¿Eh ,crees que soy una tonta ,verdad? ahora vas a ver…
la
animal tomó un rebenque de cuero trenzado y comenzó a azotarlo y le pegaba por
todas las partes del cuerpo, el niño cayó como vencido y se enroscó en si mismo
haciéndose chiquito aguantando y ella seguía y seguía, golpe …golpe …y más
golpe…
-
Y sabes qué ,ahora mismo te vas a dormir, estás en penitencia y no llevas
merienda por cinco días …
…no
satisfecha aún, le cinchó los pelos para levantarlo y culminó su faena con una
bofetada cruel sobre el rostro de aquél gurisito (niño)
….la
inocencia como pudo, todo destrozado, sin protestar…y sin llorar, …porqué los
hombres no lloran…
fue
a cumplir lo ordenado y mientras recibía un puntapié en las nalgas se decía para sus adentros:
-
Si soporté aquella despedida, soporto todo…
Danielito
en aquella terminal se había convertido en Daniel.
Mary Vicy
San Carajo
“Patrono de las almas sensibles”
Mary Vicy
Este
“santo” existe desde que el mundo es mundo. Suele ponerse de manifiesto en los
estallidos emocionales frente a hechos divinos o terrenales y es ahí cuando se
lo descubre y sin querer, se lo comienza a invocar. Automáticamente, una
catarsis emocional (tipo “sunami”) se apodera de nuestro ser y cuando explota,
produce un alivio increíble y todo conflicto vuelve a fojas cero.
Las
consecuencias de este milagro hacen que uno vea los hechos desde una
perspectiva diferente y por momentos, hasta triunfante.
Ya
la Biblia se hizo eco en ciertos pasajes de su historia. Ejemplo: en el
Génesis, cuando Dios (de aburrido nomás), ante la inmensidad del tiempo que
tenía por delante, piensa que “carajo”
podría hacer y crea el Universo. Otro relato interesante es el Arca de Noé.
También el Creador, frente a la testarudez de los mortales, no solo los manda
al carajo, sino que también les manda el diluvio como si se tratara de una
buena lavada de cara para que se despabilen de una vez por todas y aprendan a
convivir.
Hay
que ver que sus reacciones divinas no tienen nada que ver con las nuestras,
terrenales, pero lo que nos dejó, es ese
divino alivio que produce cada vez que invocamos al Patrono de las almas
sensibles.
El
perfil psicológico de este “santo” tiene un sin fin de características bastante
parecida a las de sus seguidores, sin respetar alguna en particular. A saber:
Cuando
uno está en una actitud de desconfianza pregunta:
¿De
qué carajo me estás hablando?
Si
por el contrario, está seguro…
¡Andante al carajo con esas historias!
Si
tiene un poco de culpa: ¿En qué carajo estaba pensando para hacer esto?
Si
manifiesta una confusión de roles:
¡No
sé quién carajo soy!
Si
pretende un poco de intimidad:
¡Se
va todo el mundo al carajo que quiero estar solo!
.
Si un día no quiere hacer nada, aclara sin culpa:
¡Hoy
estoy de fiesta, es el día de San Carajo!
Y
así sucesivamente.
¿Cuál
es su aspecto físico? Es el paradigma de la metamorfosis y depende de quién lo
reclame. Ante un estallido, suele reflejarse en los espejos o también, en las
caras de los molestos de turno.
Lo
bueno de este “santo” es que lo puede invocar cualquier ser humano, en el
idioma que más se sienta cómodo: jefes, subalternos, amigos, enemigos,
familiares, vecinos, propietarios, clientes, hinchas de cualquier equipo,
credo, raza o religión, pueblos, gobernantes, monjes, etc., etc.
El
día del Patrono de las almas sensibles se celebra todos los 29 de febrero, es
decir, cada cuatro años.
¿Por
qué? Porque a los que inventaron el calendario les sobraba un día y como no lo
podían agregar como si fuera un decimal en un entero, se vieron en la necesidad
de acorralarlo en un mes incompleto, eligiendo febrero, mes cortito donde uno
se repone de las fiestas de fin de año y también toma conciencia de que a
partir de marzo, hay que enfrentar la realidad como sea.
Por
esa razón, a ese día que sobraba, lo mandaron al carajo y cada cuatro años, se
lo recuerda igual que a una causa perdida.
El
mito popular lo rescató del exilio y estableció que esa fecha sería dedicada
San Carajo.
Lo
que yo propongo, a través de las redes, es que cada uno manifiesta en que
momento y a ante que situación suele invocarlo y de esta manera formar la gran
cofradía global, bajo la protección de este “santo” popular, SAN CARAJO,
Patrono universal de las almas sensibles.
María A. Escobar
La
persecución
María A. Escobar
Bajo
del tren a las seis y treinta. En realidad no bajó. La bajaron. Una abigarrada
multitud la apretujó sin que casi pusiera los pies sobre el andén. Muchos
corrían hacia las paradas de los colectivos que los llevarían a sus casas,
pobre gente que, todos los días, viajaba mucho y mal para ir a sus trabajos.
Era un hermoso atardecer de otoño, de modo que tuvo el deseo de caminar hasta
su casa. Se pasaba el día sentada en una silla atendiendo gente, una caminata
la conectaría con el aire de la tarde, con su silencio, ese momento en que los
pájaros volvían a sus nidos. No tenía un calzado muy apropiado para caminar, no
podía ir a la oficina en zapatillas pero, de cualquier manera, enfiló para su
casa tratando de pisar las pocas veredas que había en el camino. De repente y
como solía pasar en el otoño, el sol se ocultó y comenzaron a aparecer las
primeras sombras. No había nadie en la calle, solo ella. Apuró el paso todo lo
que le permitían sus zapatos de taco. A veces éstos se metían en las junturas
de las baldosas y la hacían tambalear. Pensó que, después de todo no había
tenido una buena idea, hubiera sido mejor tomar el colectivo.
Ahora
alguien caminaba detrás de ella. Eran los sigilosos pasos de un par de
zapatillas. No quería darse vuelta porque si lo hacía el que venía detrás
descubriría su miedo. Y no era miedo lo que sentía, era pánico, un pánico que
la hacía tropezar con cuanto obstáculo encontraba a su paso. El corazón le
golpeaba en el pecho como un tambor. De
repente escuchó un
-
Doña, doña - No se detuvo, por el contrario intentó correr.
De
nuevo escuchó el - Doña, Doña - El miedo le hizo perder el equilibrio.
Cayó
como un poste derribado por la tormenta. El la alcanzó, era apenas un muchachito
con la cabeza cubierta por una gorra de visera.
-Déjeme
que la ayude a levantar… ¿Se lastimó?.Ella estaba pálida como un muerto.
El
la levantó como si fuera solo una hoja seca.
-La
llamaba porque creo que se le cayó esto-.
Era su
agenda. La tomó con manos temblorosas y sólo pudo decir gracias, hijo, gracias
y apenas se dio cuenta que las lágrimas le estaban mojando la cara, como si, de
repente, se hubiera puesto a llover.
Cora Stábile
A de Alas
... A de Amor...
Cora Stábile
Ana
estaba preparando la comida mientras esperaba que llegara Abel, al hacerlo éste
le entregó una caja con un enorme moño rojo, le había llevado un regalo.
La
joven no reparó en los siete pequeños agujeritos con que estaba perforada la
tapa, pero cuando iba a levantarla él le dijo: "Cuidado que se pueden
escapar...", ella espió muy suavemente y vio a dos hermosos canarios,
amarillo el macho y naranja la hembrita.
Los
instalaron en la jaula que ya tenían preparada y ni bien asomaron los primeros
rayos del sol a la mañana siguiente, el sonoro canto del nuevo amigo los
despertó con alegría.
Era
muy lindo ver a la pareja, daban la sensación de amarse realmente y los jóvenes
disfrutaban mucho esa nueva experiencia.
Pasados
varios días sobrevino la tragedia: el bultito naranja inmóvil en el piso de la
jaula fue el comienzo del drama, los canarios pueden tener problemas cardíacos
y seguramente era eso lo que había sucedido.
La
historia no terminó allí ya que por la tarde escucharon unos ruidos extraños y
al aproximarse a la jaula vieron con asombro como el canario se estrellaba
contra aquellos barrotes que habían custodiado su amor, hasta que logró
matarse.
¿Acaso
podemos dudar que a veces se muere por amor?
Liliana Isabel González
Tiempo de descuento
Liliana Isabel González
Esa
mañana de Septiembre, Justina abrió el diario de papel de atrás para adelante.
Se había prometido ir al gimnasio y empezar la dieta, en fin, recibir el mes
con alguna novedad que la obligara a sacudir el apoltronamiento que le había
ensanchado las caderas al ritmo de la elasticidad de las calzas. Federico tomó
el avión en Dublin. Abrió la billetera y contempló orgulloso los euros que
había ganado con el proyecto de energía eólica que el Reino Unido le había
vendido al gobierno argentino. Justina guardó la billetera en su bolso. Agarró
las llaves del auto. Apagó el gas. Desenchufó la pava eléctrica. Casi en el umbral
de su PH reciclado volvió sobre sus pasos. Faltaba su computadora portátil. Esa
que Federico le había regalado como reconocimiento a la gestión en la embajada
con el canciller de turno. En dos zancadas estuvo en el dormitorio que aún olía
a aceite de jazmín. Las gotitas de sudor resbalaban por su espalda bronceada.
Maldijo a los cuatro vientos. Detestaba ese calorón que ponía al descubierto su
edad. La frase clave del horóscopo diariero “la gestación de grandes obras
suele llevar tiempo” le retumbaba en su oído derecho el más predispuesto para
escuchar propuestas afortunadas. Si, precisamente allí Federico le susurró que
necesitaba su intervención para acelerar los trámites. Tenía grabado el pedido
de esa voz envolvente e impostada. Lista para la oratoria y para la seducción.
Daba lo mismo. Sin embargo se humedecía con solo recordarla. Federico le avisó
por mensaje de texto la hora estimada de arribo al aeropuerto. Justina no
quería hacerlo esperar. Llegó temprano. Su intuición superó la lógica del
cronograma de vuelo. El arribo de Federico se adelantó. Él su equipaje y su
atracción la esperaban en el mostrador de la aerolínea de bandera. Verlo antes
de lo previsto, la sobresaltó. Su cliente permanecía de espalda con un trámite
entre manos. Una oleada de calor le devoró el maquillaje. Casi sin pensar se le
escapó “…Señor Federico llegó antes…” Él giró sereno la reconoció la scaneó sin
disimulo y le sonrió. Si Justina y creo nos debemos un encuentro para
puntualizar como operaremos de ahora en adelante. Ella retrocedió unos pasos
intimidada por lo que sentía un lío en marcha. Una combinación entre pasión no
declarada y trabajo. Respiró hondo atornilló su decisión a su voz aguda y
declaró: Señor Federico yo lo banco en todo pero sus palabras me inquietan.
Permítame acercarlo al Country Taxco y hablemos de trabajo mañana. Un silencio
enigmático se apoderó del lugar que detuvo su andar al menos para ellos dos.
Federico sonrió y aceptó lo que la voz chillona de Justina había grabado en el
aire. Está bien lléveme a casa y dejemos pendiente las novedades, de todas
maneras usted ya sabe, todo es cuestión de tiempo y yo sé perfectamente como
administrarlo. Justina aceptó dócil. Sus piernas obedientes y regordetas se
movieron presurosas rumbo al estacionamiento.
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