miércoles, 3 de agosto de 2011

NEGRO HERNÁNDEZ



MONCHO, EL PITO MAYOR

Esto no me lo contaron Negro, aunque no lo creas es cierto, lo viví cuando era chico en la época de Perón. Resulta que...
Cuando Oliverio se pone a conversar es difícil quitarle la palabra porque pone la vista en un punto fijo y el mundo desaparece a su alrededor. Además sus anécdotas son muy entretenidas aunque a veces se pone muy pesado con las reiteraciones.
... La abuela hacía varios años que estaba sola. Nosotros, desde que murió mi abuelo, vivíamos en la casa de ella, porque mi madre la quería mucho y mi viejo no ganaba lo suficiente para garpar un alquiler en el conventillo. La casa era grande, con un patio en el fondo lleno plantas donde jugamos a la pelota. Un día, mientras mi abuela Rosa lavaba la ropa en el piletón, yo le pregunté por qué estaba triste. Mirá Negro, cómo de pendejo me daba cuenta...
Los domingos por la mañana Oliverio se pone melancólico, estaciona el taxi junto a la vereda del café Tres Amigos y desciende bostezando porque ha trabajado toda la noche. A veces se queda dormido apoyado en la mesa del boliche y otras solamente saluda y se va.
... Hacía poco tiempo que el Moncho, mi abuelo, había dado la última pitada mientras dirigía la final del campeonato de fútbol amateur entre Estrella Fugaz y Piolín Junior, un clásico de aquellos. Esa desgraciada tarde plena de sol, los muchachos de la barra lo trajeron con la cara ensangrentada y el silbato incrustado en la garganta. Nada habían podido hacer en la salita de primeros auxilios del dispensario. Dicen los que estuvieron allí, que amagó articular unas palabras de despedida, pero que sólo pudo emitir un largo sonido parecido a un silbido. Un pelotazo inexplicable del loco Fiorda, un rebote en el madero izquierdo del arco visitante y el balón que lo golpea con toda la fuerza en el rostro, y después el drama que se desencadenó aquel de 25 de mayo...
El episodio ya lo había contado varias veces, pero como el Mirón y Sandoval no lo conocían, el Gordo me guiñó el ojo como pidiéndome que no dijera nada. De todas maneras era un placer escucharlo, cada vez que lo contaba lo hacía de una manera distinta y tan magistralmente que parecía nuevo.
... Lo enterraron recién el lunes, porque el cementerio cerraba los sábados al mediodía por falta de  presupuesto en el municipio para pagarle al encargado las horas extras que le correspondían, aunque algunos aducían otra razón: su mujer era tan celosa que desconfiaba de las numerosas viudas que le encargaban el cuidado de sus queridas tumbas.
Los funerales del Moncho, mi abuelo, todavía se recuerdan. Estuvo presente el Intendente y  el Gobernador, que aprovecharon el acontecimiento para lanzar sus candidaturas para la reelección, dada la popularidad del finado entre los habitantes de la zona. Los vecinos más viejos evocan las dificultades que tuvieron que superar para colocar a mi abuelo en el ataúd. Resulta que, en homenaje a su trayectoria de árbitro, los presidentes de ambas instituciones decidieron que el muerto se llevara a su futura morada, la pelota con que se había disputado tan magno encuentro. Pero el abuelo era grandote y un poco gordo, como yo, y cuando quisieron cerrar el cajón se dieron cuenta que la pelota apretada entre las manos del pito mayor del Gran Buenos Aires, impedía el cerramiento. Algunos presentes llegaron a proponer desinflar el balón pero tuvieron la oposición cerrada del consejo de árbitros. Finalmente se agujereó la tapa del cajón por donde sobresalió media esfera de cuero marrón que fue disimulada mediante un arreglo floral. Mientras tanto, en la calle y frente al velatorio, la gente podía comerse un choripan con un buen tinto, o una porción de canchera de muzzarela y contribuir, de ese modo, a un fondo para la manutención de la amada viuda, o sea mi abuela, que tanto sacrificio había hecho, sábado tras sábado, renunciando a compartir sus fantasías sexuales por la vocación de su incorruptible cónyuge, o sea mi abuelo...
(Esto es la primera vez que lo escucho, ¡es capaz de ponerse a hablar de la sexualidad de los abuelos!)
... Volviendo al principio, cuando le pregunté por qué estaba triste, la vieja se secó las manos en el delantal y me miró tiernamente tratando de encontrase con el recuerdo. Porque hoy juegan Estrella Fugaz y Piolín Junior, dijo con lágrimas en los ojos y olor a lavandina.

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VIVIANA ELIZONDO



HACIA LO CONOCIDO

 Tuvo un día espeluznante, terrible… Esa noche Juan prácticamente no durmió, ya que se acostaba y sus ojos no lograban cerrarse.
Se levantaba e iba caminando hacia la cocina para buscarse un rico té de jazmín o una leche con miel.
Rememoraba lo que su jefe solía decirle expresiones como: "me tenés cansado"… "SOS más de lo mismo"…. "No lograrás entender nada"…. En ese momento Juan se ponía rojo de bronca pensando ¿Quién era él, su jefe para faltarle el respeto de esa manera? ¿Quién le había otorgado autoridad para hablarle de esa forma? También pensaba que a esa edad por mas que le hablara sería imposible de que pueda entender que estaba errado en su actitud.
Luego prendía la T.V. para mirar solo unos segundos un noticiero o una película, o una propaganda. Volvía a la cama, para descansar un poco, ya que había tomado la decisión de enfrentarlo y decirle todo lo que pensaba.
No lograba relajarse, iba al baño, luego caminaba hasta la cocina, y se preparaba otro té, está vez de cola de caballo, ya que no andaba muy bien de los riñones.
Se sentaba en el mullido sillón, pensando que iba a quedarse dormido pero volvían las imágenes de ese jefe injusto, mal humorado, insoportable, pero la decisión estaba tomada, habla que ponerle los puntos, había que ponerle algún límite.
Así ocurrió la hora llegó las seis de la mañana, había que entrar al baño para afeitarse, bañarse, peinarse, lavar los dientes. Juan lo hizo en una forma más rápida que de costumbre, eligió su mejor traje y así partió hacia lo conocido, hacia esa decisión tomada que cambiaría su destino… Su vida.

SILVINA SÁNCHEZ


¿QUIÉN ES?
 
La puerta se cerró de golpe esa noche de invierno donde el viento se filtraba por todos lados.
El ruido me sorprendió mientras leía un libro sentada en el living de mi casa.
Estaba tan concentrada en la lectura que la verdad me asustó mucho el estruendo que provocó una puerta al cerrarse.
En enseguida me levanté y comencé a recorrer la casa en busca de esa corriente fría que con-gelaba cada vez más el lugar. Me llamó la atención porque estaba segura de haber cerrado todas las puertas dado que la temperatura estaba bajando cada vez más a medida que se acercaba la noche.
De repente sentí un susurro que provenía de la planta alta de la casa y el temor me invadió dado que me encontraba sola.
Luego de unos instantes decidí subir para revisar que no se hubiera abierto alguna ventana y que de ahí proviniera el aire y los susurros escuchados. ¿Sería que el viento trajo los sonidos de unos tortolitos que se provocaban mimos en el banco que se encuentra en la puerta de mi casa? ¿Sería el sonido del viento que al recorrer toda la casa se disipaba y se lo escuchaba como una voz tenue de mujer?
Decidí subir muy pausadamente las escaleras precavida por si había alguien escondido en la parte superior de la casa, cuando de repente, ¡Zas! Tropecé y caí desparramada en el pasillo que comunica con los dormitorios y con el altillo.
¡Qué dolor sentí al ver que mis rodillas estaban sonrojadas por el raspón que me hice contra la alfombra!
Después de revisar que no me hubiera pasado nada grave, me levanté rápidamente y retomé la búsqueda de la fuente de aire frío y ruidoso que se hacía más fuerte a medida que me acercaba al altillo.
Al llegar al lugar me quedé perpleja al observar que en el lugar se prendían en forma intermitente las luces y el lugar estaba invadido por esa corriente fría que no sabía de donde provenía, dado que les cuento que tanto las puertas como las ventanas estaban cerradas.
De repente al levantar la vista y fijarla sobre el espejo de una de las paredes, vi reflejada en ella la figura de una joven vestida de blanco que levitaba por el lugar susurrando algo incomprensible para mí.
El miedo me invadió y salí corriendo sin entender que pasaba. ¿Quién era ella? ¿Era un fantasma? ¿Era una broma de alguien o yo me estaba volviendo loca en esta nueva casa?
¿Sería alguien que vivió hace mucho tiempo en la casa y que se había muerto en el lugar y su espíritu permanecía encerrado en el casa?
Por supuesto que nunca pude saber de quien se trataba, pero fue la única vez que la vi aparecer en el altillo de mi casa y esto quedo como una gran duda para mí.

SILVIA LILIANA SENATORE



EL CEIBO
.................Nuestra flor nacional es símbolo de libertad

Cuando por primera vez me contaron la leyenda de la flor del ceibo, me sentí fascinada, sobretodo porque las palabras salían de los labios de mi abuela. Ella me inicio en el mundo maravilloso de la lectura, gracias a mi nona, a los cuatro años ya escuchaba historias como esta:
Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, en un lugar muy lejano con hermosos valles verdes, ríos caudalosos y frescos, sin contaminación, sin basura, que se transformaron en maravillosos cantores. En ese magnífico lugar el sol salía todos los días y brillaba de una manera tan especial, sus rayos dorados reflejaban ese calor y esa magia por la cual las flores crecían hermosas y coloridas.
Parecía que todo estaba siempre sonriendo. Los hombres y mujeres trabajaban felices sembrando la tierra y cosechando. Los niños se la pasaban jugando y todo resplandecía. En ese lugar vivía una joven muy especial, que podía conversar con los animales de la selva, ella decía que los árboles le hablaban y que debía escucharlos para aprender los secretos de la madre tierra. Cada mañana se sentaba a la mitad del camino sobre su manto rojo escarlata y colocaba unas hierbas a su alrededor para que todas las niñas y niños la escucharan con atención. Una mañana de octubre sube al cerro más alto del horizonte donde había un bosque de ceibos gigantes, en una ocasión ella escuchó voces agudas que le susurraban:
- Anahí, Anahí, decían las voces al unísono.
- ¿Quién me llama?, preguntó estremecida la indiecita
Pero las voces parecían no escucharla y sólo repetían: Anahí, Anahí, Anahí…
Luego de mirar para arriba, abajo y de buscar por todos lados, Anahí, se acercó disimuladamente a uno de los árboles y puso la oreja sobre el tronco. Para su sorpresa el árbol la acarició y le habló dulcemente al oído. Anahí, están desembarcando los españoles, hombres blancos, sin piedad que vienen a dominarnos y a robarnos nuestras vidas, hay que defender nuestras tierras. Anahí, comenzó a correr sin saber hacia dónde ir, el miedo la dominaba, corrió y corrió entre los árboles de la selva nativa. Conocía todos los rincones de la espesura, todos los pájaros que la poblaban, todas las flores, con sus historias más espectaculares.
Ella amaba con pasión aquel suelo feroz, silvestre, que bañaban las aguas oscuras del río barroso. Anahí ante tal situación comenzó a buscar a los caciques de la tribu para contarles lo que sabia.
Ya en la selva comenzó a cantar con una voz dulcísima, su voz era tan especial que, todos los animales callaban, hasta los pájaros se silenciaban para escucharla.
Subía al cielo la voz de la indiecita, y el rumor del río que iba a disiparse en las islas hasta desembocar en el ancho desembocadura, la acompañaba. Nadie recordaba entonces que Anahí tenía un rostro poco agraciado, porque era tal la belleza de su canto que nadie podía fijarse en algo tan frívolo como el aspecto físico de la joven.
Pero ese día maligno llegó, resonó en la selva un rumor más violento que el del río, más poderoso que el de las cataratas, que allá hacia el norte estremecían el aire. Retumbó en la espesura el ruido de las armas y esos hombres extraños de piel blanca remontaron las aguas y se internaron en la selva, habían llegado los gigantes malvados.
La tribu de Anahí se defendió con valor contra los invasores. Ella, junto a los suyos, luchó contra el más bravo, con valor, con orgullo, con amor por su gente y sus tierras.
Nadie hubiera sospechado tanta fiereza en su cuerpecito moreno, tan pequeño. Vio caer a sus seres queridos y esto le dio fuerzas para seguir luchando, para tratar de impedir que aquellos extranjeros se adueñaran de su selva, de sus pájaros, de su río, de su cultura, de sus sueños, de sus vidas.
Un día, en el momento en que Anahí se disponía a volver a su refugio, fue apresada por dos soldados enemigos. Inútiles fueron sus esfuerzos por librarse aunque era ágil. La llevaron al campamento y la ataron a un poste, para impedir que huyera. Pero Anahí, con maña natural, rompió sus ligaduras, y valiéndose de la oscuridad de la noche, logró dar muerte al centinela.
Después intentó buscar una guarida entre sus árboles amados, pero no pudo llegar muy lejos. Sus enemigos la persiguieron y la pequeña Anahí volvió a caer en sus manos.
La juzgaron con severidad: Anahí, condenada por haber matado a un soldado, debía morir en la hoguera. Y ese veredicto se cumplió. La indiecita fue atada a un árbol de anchas hojas y a sus pies apilaron leña, a la que dieron fuego. Las llamas subieron rápidamente envolviendo el tronco del árbol y el frágil cuerpo de Anahí, que pareció también una roja llamarada.
Ante el asombro de los que vislumbraban la escena, Anahí comenzó de pronto a cantar. Era como una exhortación a su selva, a su tierra, a la que entregaba su corazón antes de morir. Su voz dulcísima estremeció a la noche, y la luz del nuevo día pareció responder a su llamado.
Con los primeros rayos del sol, se prodigaron las llamas que rodeaban Anahí. Entonces, los rudos soldados que la habían sentenciado quedaron mudos y paralizados. El cuerpo moreno de la indiecita se había transformado en un manojo de flores, rojas como las llamas que la envolvieron, hermosas como no había sido nunca la pequeña, maravillosa como su corazón apasionadamente enamorado de su tierra, adornando el árbol que la había sostenido.
Así nació el ceibo, esa fantástica flor con forma de pájaro, personificada en nuestra historia que destella los bosques de la Mesopotamia Argentina. La flor del ceibo que simboliza el alma pura y altiva de una raza que ya no existe, de la cual solo quedan estos recuerdos.

Fue declarada Flor Nacional Argentina, por Decreto N°138.974 del 2 de diciembre de 1942. Su color rojo escarlata es el símbolo de la abundancia de nuestro país. Recordemos que la historia se forja todos los días, te invito a que esta la continúes vos…

ALICIA CHILLIFONI


AFICHES

“CÓMO SENTIRSE FELIZ”, Así dice el afiche, ilustrado con una joven delgada, cabellos que sugieren brisa, largos brazos extendidos, la camisa blanca sobre un fondo celeste de cielo. Es bella, según los parámetros de la moda.
Más abajo informa cómo se cura todo, o casi todo. De la larga lista de afecciones recuerdo ansiedad, reuma, contracturas…
El remedio tiene un extenso nombre: Cámaras de masaje con piedras de Jade calientes.
Lo de calientes me vuelve al mundo real, y siento quemar mi espalda y mi cabeza bajo este sol persistente de principios de otoño. La vereda anchísima, irradia sopor. Sigo mi caminata rumbo al mercado recordando que yo curo mis dolores, sin discriminar diagnósticos. Simplemente expongo al sol la parte dolorida. Me relajo sintiéndome penetrada por rayos ultravioleta, infrarrojos y todos los demás del espectro, democráticamente, sin preguntarles su nombre. Me entrego a todos. Y logro alivio.
Por qué debería cambiar tan sencilla y placentera terapia, por esta otra? Las piedras ¿son de jade como elemento, o como lugar de procedencia? ¿Son chicas, o grandotas y pesadas? ¿Por qué su calor superaría al del sol? ¿Con qué las calientan?
Ya está, no importa. Como sean, no les hallaría ventajas con respecto a mi método, tan a mano él, a menos que esté nublado. Pienso con algo de compasión que nadie acudirá a este coqueto local que acaba de inaugurarse en el barrio. No le veo futuro en esta zona. Suelen ser muy visitados en otros sitios, pero no aquí. No le auguro éxito. No por maldad sino por sentido de la realidad.
Listo. Al volver, miro sobradoramente a la joven del afiche, y mentalmente le digo: "mirá nena, dejando de lado los parámetros actuales, si medimos la belleza que da la felicidad de luchar por lo que creemos, yo soy, por lejos, más linda que vos, sin Jade, con mi cámara de sol."
Hay un abismo entre quienes sin saber qué hacer con sus vidas entran al spa buscando "sentirse" felices, mientras dure el calor de las piedras de Jade, y nosotras, las de este lado, que "somos" felices en la lucha por un mundo mejor en el que creemos.
A mí me sería absolutamente posible, si quisiera, cruzar el abismo y meterme en tus boxes, aunque sólo fuera por curiosidad. A vos te desafío a pasarte de este lado. ¿Tendrás con qué? Te garantizo que no te arrepentirás. Será como haber vuelto a atravesar el canal de parto.

PATRICIA O. (PATOKATA)


MAGIA EN EL BOSQUE
 
No es necesario una bola de cristal para ver los espíritus en torno a él; siempre ha tenido la facilidad para atraer lo extraño y misterioso y es que así es su mundo… un verdadero misterio…
Nadie sabe su edad, ni siquiera de donde viene, a lo sumo tendrá unos 60 años aunque su porte juvenil da lugar a dudas. Es costumbre verlo caminar por el sendero que va al bosque, siempre elegante y con su sombrero de copa, moviendo lentamente pero con energía el bastón.
Dicen quienes lo ven entrar al sendero que parece que los árboles se inclinaran como saludándolo, incluso que las hojas sueltas forman remolinos en torno a él como dándole la bienvenida.
Sus incursiones por el bosque a veces duran horas; debido a su extraña forma de ser muchos aldeanos le tienen miedo y es que a veces es mucho más fácil temer que dejarse llevar por la curiosidad.
Pero, aún así, un día un par de pilluelos decidieron hacerle caso a esa curiosidad que los embargaba y, aunque con miedo, lo siguieron.
Tratando de no ser vistos fueron tras él, escondiéndose tras los troncos de los árboles que el misterioso personaje iba dejando tras sus pasos.
Fue realmente asombroso para ellos descubrir que ése ser tan enigmático tenía no sólo el don de atraer a los árboles y juguetear con las hojas sino que todos los animalitos del bosque co-menzaban a seguirlo.
Asombrados vieron como los pajarillos se apoyaban en sus hombros y él parecía hablarles, cuanto más se adentraban en el bosque notaban que más joven se veía. Realmente era así… no sólo rejuvenecía sino que su elegante traje se transformaba en una túnica blanca y su sombrero de copa y su elegante bastón desaparecían.
Al llegar a un claro se detuvieron, tratando siempre de no ser vistos pudieron observar que el hombre extendía los brazos al aire y decía unas extrañas palabras al tiempo que los vientos remolinaban en torno a él y extrañas figuras comenzaban a aparecer por los aires.
Hasta aquí la curiosidad de los chiquillos ya que el temor pudo más y sin pensarlo dos veces huyeron despavoridos del lugar, de haberse quedado habrían descubierto que el misterioso personaje no era otro que un mago blanco.
Para cuando regresó de su paseo ya todo el pueblo sabía lo que habían visto los chicos y todos murmuraban a su paso, él sólo sonreía…
Siempre estuvo al tanto de que era seguido y sabía que en el fondo nadie entendería…

ALEJANDRA PALADINO


DEL FONDO 
 
Aquella tarde estaba más inspirado que nunca. La música fluía en el aire permitiéndole crear las más bellas canciones que jamás había escrito. Las chicas de al lado habían dejado de estudiar solamente para poder escuchar los mágicos sonidos que salían de su guitarra.
A lo lejos, un grito lo perturbó y el silencio se apoderó de todo su cuarto. Y nuevamente el mismo grito, la misma voz que lo llamaba. No la quería escuchar. Cerró las puertas y las ventanas e intentó que la música se apoderara del mundo y tapara aquellos chillidos. Pero fue imposible. Los gritos fueron cada vez más fuertes y más cercanos. De repente, la puerta se abrió.

SANDRA GUTIERREZ


CHARLANDO CON ÉL

Una tarde de domingo a pleno sol, caminaba por una de las calles de la Ciudad de Buenos Aires. De pronto, me detuve en la puerta de una casona. A través de las rejas miré hacia el interior de la casa y se dejaba ver un hermoso parque y muchas personas de la tercera edad: algunas, sentadas y otras caminando. 
Mi vista se detuvo en un señor, sentado solo en una reposera; parecía que estaba tomando sol.
Al ver la situación de estas personas tomé conciencia que la bella casona era un geriátrico.
Me dispuse a entrar al lugar para intentar conversar con ese señor solitario. Le dije: "Sabés que vos hace unos años trabajabas mucho, ibas a la casa de tu hija a tomar mate y contarle los distintos proyectos de trabajo que pensabas realizar en el futuro. Tenés tres hijos que te quieren mucho y cinco hermosos nietos que te aman y te extrañan…"
Ese señor, sólo podía mirarme, no podía pronunciar ni una palabra, pero sus ojos decían todo lo que no podía expresar en palabras…. Sus ojos llenos de lágrimas me transmitían más que todo lo que hubiera podido decir…
Lo abrace y le dije: "Hola papá…"
Nos fundimos en un solo cuerpo y pensé que mierda que es el mal de Alzheimer…

ANDREA GARCÍA CAMPOS



TODOS BAILAN

En 20 minutos serán las 12 y esta escena se ha renovado en los últimos años para Jorge. Todos bailan y él, que se deja caer en la silla más a mano, envuelto en ese sopor luego de asado, vino, cerveza, champagne y sidra… Ha perdido a Macarena, su hija, su vida, su nena…
De pronto, a contraluz, lo envuelve una pollera. Giros y color, color y giros, y dejarse llevar… Abrazos que se estrechan y se desenrollan, para volver a estrecharse, a fundirse, a abrigarse en pleno en pleno diciembre. Es Gilda, su amor del pasado, que hoy presente a contraluz, lo arrulla en una cumbia. Giros y color, color y giros, y dejarse llevar… Gilda, la misma gracia, igual mirada, igual sonrisa. Gilda lo revive, profundamente lo besa, lo contiene, lo consuela.
Son las 12 y todos bailan, todos brindan. Jorge se despabila y vuelve a su cuerpo, a su esposa, a su vida… Y le falta Macarena, su hija, su vida, su nena…
Pero algo ahora se percibe más liviano, algo hace ahora su noche más llevadera, algo que "le ha quitado el sueño".

MARIO LEVRERO



LA MÁQINA DE PENSAR EN GLADIS

Antes de acostarme hice la diaria recorrida por la casa, para controlar que todo estuviera en orden; la ventana del baño chico, al fondo, estaba abierta para que durante la noche se secara la camisa de poliéster que me pondría al día siguiente; cerré la puerta (para evitar corrientes de aire); en la cocina, la canilla de la pileta goteaba y la apreté, la ventana estaba abierta y la dejé así -cerrando la persiana-; la lata de la basura ya había sido sacada fuera, las tres llaves de la cocina eléctrica estaban en cero, la perilla de control de la heladera marcaba 3 (refrigeración suave) y la botella empezada de agua mineral tenía puesto el tapón hermético, de plástico; en el comedor, el gran reloj tenía cuerda para algunos días más y la mesa había sido levantada; en la biblioteca debí apagar el amplificador, que alguien había dejado encendido, pero el tocadiscos se había apagado en forma automática; el cenicero del sillón había sido vaciado; la máquina de pensar en Gladys estaba enchufada y producía el suave ronroneo habitual; la ventanita alta que da al pozo de aire estaba abierta, y el humo de los cigarrillos del día se escapaba, lentamente, por ella; cerré la puerta; en el living hallé una colilla en el suelo; la deposité en el cenicero de pie, que la sirvienta se ocupa de vaciar por las mañanas; en mi dormitorio le di cuerda al despertador, comprobando que la hora que indicaba coincidía con la del reloj pulsera en mi muñeca, y lo puse para que sonara media hora más tarde a la mañana siguiente (porque había decidido suprimir el baño; me sentía un poco resfriado); me acosté y apagué la luz.
Por la madrugada desperté inquieto, un ruido desacostumbrado me había producido un sobresalto; me ovillé en la cama y me cubrí con las almohadas y me puse las manos en la nuca y esperé el final de todo aquello con los nervios en tensión: la casa se estaba derrumbando.
La máquina de pensar en Gladys (negativo)
Antes de acostarme hago la diaria recorrida por la casa, para controlar que todo esté en orden; la ventana del baño chico, al fondo, está cerrada, y el caballo degollado continúa pudriéndose en la bañera; cierro la puerta, para que el olor no llegue al dormitorio de mi cuñado; en la cocina, la canilla está cerrada y la abro, apenas para que gotee; la ventana está abierta y por ella entran el aire frío de la noche y las gruesas enredaderas del jardín; en la lata de la basura y a su alrededor continúan amontonándose cáscaras de banana, y yerba; en la botella quedan restos de vino tinto, veo que hay moscas flotando, muertas y vivas; el reloj del comedor, cuando yo enciendo la luz, comienza a tocar las doce campanadas y se abre la ventanita del cucú y sale la enorme serpiente, se descuelga interminable hacia el piso y desaparece bajo el aparador; sobre la mesa, los restos del festín, las manchas de vino en el mantel, la bombacha rosada de la mujer gorda y un cabo del habano, encendido aún, del inglés calvo; en la biblioteca todo está en silencio, el desconocido, de espaldas a mí, lee en la oscuridad -y cuando pienso en él me corre un frío por la espalda-; la ventanita alta que da al pozo de aire está abierta, y se escucha el rugido del mar y los gritos de los pescadores nocturnos; el living está lleno de gente, hombres y mujeres, dispuestos uno junto a otro, de cara a la pared, los brazos en alto; entro al dormitorio y encuentro en mi cama a la mujer, desnuda; promete despertarme mañana a la hora de siempre; extraigo del cajón de la mesa de luz centenares de paquetes de preservativos, lleno con ellos los bolsillos del pijama, y entro al ropero y cierro la puerta desde adentro.
Por la madrugada me despierto tiritando, alguien ha abierto la ventanita del ropero y tengo fiebre, estoy bañado en sudor y me duele el ojo izquierdo, pido a gritos un médico o una ambulancia, pero estoy en medio de un campo desolado y no hay quien escuche mis gritos.

ANA MARÍA DÍAZ VELO


EL REGRESO

Doctor Bautista Simón Illapantac, lee a través de la transparencia de la caja, en la tarjeta que encabeza el lote de doscientas. Los títulos, la profesión, con todo eso que le ha costado tanto regresa a su pueblo, vuelve a su hogar y a la curiosidad de verla a Alicia.
Kilómetros más kilómetros cambiando follaje por piedra, subiendo en diagonal de sur a norte hacia las estribaciones de los Andes, y después de transbordar en San Salvador para alcanzar el micro local, Uquía, clara hasta hacer daño a los ojos. Valle elevado y angosto de tierra pedregosa, calles estrechas que suben y bajan, casas blancas de techos ásperos, contiguas; otras casi suspendidas en la ladera del cerro -imponente Huaca-.
El colectivo empolvado frena suave en la esquina sin ochava del almacén de Pedro. Todo está igual, piensa. Su madre, esperándolo, lo desmiente; enjuta, con sus trenzas desteñidas en finos trazos blancos. Entonces se da cuenta que pasó una vida, una vida sin verla encanecer de a poco, ni descubrir cada nueva arruga en su rostro moreno. A su lado, una mujer que desconoce, la acompaña.
Se descuelga del micro y abraza a su mamacita en cuerpo y alma, llora de emoción al sentirla tan cerca, cuando desvía la vista, advierte que la desconocida es Alicia, la que prefirió quedarse en el pueblo. La atrae, reteniéndola con amor ido en un segundo tras haberlo defendido por años. Impacto brusco, desilusión, todo junto.
Flanqueado por las dos mujeres camina el trecho que lo separa de la casa y a medida que sube la cuesta, su mirada abarca más y más el caserío engalanado para el festejo. Saluda a los amigos, pregunta por sus hermanos, los cinco desperdigados a lo largo de la Quebrada, con distintas ocupaciones y en familia.
Entra al hogar orientado al Este, su maleta recala. Le salen al encuentro el mismo olor a humo de la infancia, idénticos colores, aunque menos brillantes, pero cuanto más pequeña y chata le parece la casa. Busca en el patio al árbol de ramaje tierno, las ramas nudosas del lapacho lo ignoran traspasándolo de frío en el mediodía caluroso. Se ve niño parado en el mismo lugar, con los ojos fijos en la copa del árbol, esperando que caiga una flor en el cuenco impaciente de sus manos… Si alguna conservada entre dos hojas de un cuaderno llegó con él a Buenos Aires.
Junto a los fieles asiste a la procesión que recorre Uquía, suben y bajan del cerro serpenteando por el camino polvoriento. Finalizada la ceremonia, la imagen vuelve a su pedestal en el altar mayor, la custodian las pinturas de los ángeles arcabuceros, expresión cándida y paradojal del arte indígena. Repica el campanil en la iglesia caleada para la ocasión y se dan la mano Viracocha y la Virgen, en paz regresan los píos a su continuidad.
Empecinado en los recuerdos sigue buscando los afectos, le confía a Alicia su desasosiego. Ella lo escucha con atención. Él se desnuda fragmentado, tratando de conciliar la realidad con sus vivencias de adolescente. Intuye que ha perdido su lugar sin esperanzas de recuperarlo.
El doctor Bautista Simón Illapantac, especialista en vías aéreas superiores no hace falta en el pueblo, donde sus habitantes se ríen del apunamiento y siguen mascando coca para evitarlo, tienen su propia medicina y otros códigos, distintas alegrías y preocupaciones ajenas.
Ya no encaja Bautista en esa dinámica primitiva, tan hermética y a la vez tan íntegra, que al compararla con sus once años de estudios terciarios siente que los conocimientos adquiridos lo han llevado como por un embudo, al que se entra pleno, a los borbotones y se sale retaceado y mezquino. Y lo perdido, lo perdido lo poseen las dos mujeres por el hecho tan simple de haber echado raíces en el pueblo que las vio nacer.
Lo que podría haber sido para siempre, sólo fue un extenso y merecido tiempo de vacaciones. Se va después de mirar largamente a su madre, se lleva su risa viéndola disfrutar con la fiesta de la diablada en Humahuaca. Hoy Uquía le hace daño.
De regreso a la Capital se detiene en Tilcara y en el Pucará, como un turista más, admira la fortaleza construida por los indios Omaguacas, con su jardín botánico de altura y la curiosa piedra campana que emite un sonido similar al tañido del bronce. Quién sabe cuándo volverá a transitar la Quebrada.
En el otro camino, el de la vida, perdió el tren de la totalidad. Por elección subió al que se bifurca y allá va el flamante doctor, por un carril su corazón, por el otro su acervo, conciliando sentires.

ALICIA NOEMÍ KAIN


ESTRENO

Camino, ando
vagando de lado en lado,
estrenando soledad,
inquietud, desamparo,
individualidad en un mundo extraño,
desconocido quizá,
probando confianza,
estrenando silenciosa nostalgia,
compensando vacíos,
descubriéndome, forzándome,
comprometiéndome
a ser yo
y mi universo.

ROBERTO ROMEO DI VITA


MIEDO DE TIRANOS

Miedo
Miedo que paraliza
Miedo y terror de los tiranos
Miedo que le tienen a los hijos del pueblo.

Miedo
Miedo a la muerte
Miedo al terror de los terrores
Miedo ancestral por sus crímenes y torturas

Miedo
Miedo a mirar de frente
Miedo a la verdad, a la dignidad, a la entereza
Miedo de ser descubiertos, como viles ladrones

Miedo
Miedo con miles de seguidores cómplices
Miedo y horror que los embrutece
Miedo sideral que hasta las cenizas llega
Miedo traidor, horripilante por tanta felonía

Miedo
Miedo de los asesinos seriales de escritorios
Miedo que recibe honores putrefactos de fanfarrias y uniformes
Miedo general, que corroe, se deshonra y muere
Miedo y Justicia, el pavor infinito de todos los culpables.

ALBERTO NOGUEROL



EL NIÑO DE HOY

El niño que fui, anda conmigo
recorre los adentros míos
me desafía con un hoyo ante quema
al alrededor de la higuera del baldío
me canjea figuritas repetidas
se hace cómplice para llenar el álbum
y compartir el premio prometido,
vamos de la mano por la vereda
de guardapolvo uniformado y blanco,
disputamos la pulpito en el área
de la ochava en una esquina de mi barrio
y las gambetas de una sortija giratoria
que concede la yapa del pasaje
a una vuelta más, suplementaria;
en fin, el niño que fui
me ofrece un Carnaval de fiestas
con disfraces y batallas bendecidas
a pura agua con agua pura;
me enciende el fuego de la hoguera
homenaje a San Pedro y San Pablo,
y así viajamos juntos al encuentro
de un par de pantalones largos.

JUANA SCHUSTER

VACÍA
 
Hay un hueco dentro de mí,
relleno de estopa y sinsabores.
No lo llena ni las risas de los niños
ni la policromía de las tardes soleadas.

Hay un hueco insondable dentro de mí,
que no reparte esperanzas,
ni aparta las sombras del destino.

Hay un hueco profundo dentro de mí,
que no me permite echar una simple
mirada retrospectiva de la vida.

Hay un hueco dentro de mí,
que ya no percibe tus pasos en la alcoba.

Ya siento la fragilidad de mi existencia,
porque a estas palabras, las va dictando
mi propio corazón, que llora en letras.

RUBÉN VEDOVALDI


SABOR Y SABER

Una doncella hace dos panes en el horno de su corazón;
un pan de amor y un pan de rencor,
e invita a un joven pretendiente a cenar.
Sin explicar, pone ambos panes en la mesa.
-Prueba un bocado de cada uno y dime cuál te gusta más.
-¿De qué están hechos?
-Es mi secreto.
El joven probó ambos y dijo:
-Me gustan los dos.
Luego, la doncella trae dos jarras y dos copas y ofrece.
-Prueba un trago de cada una.
En una había puesto sus lágrimas y en la otra su risa, pero no se lo dijo.
El joven sorbe de una copa y luego de la otra, sin mudar de semblante.
-¿Cuál te gusta?- le pregunta ella.
-No me disgusta ninguna- dijo él, confuso.
A los postres, brindan por el futuro de ambos y
la doncella lo despide para siempre.
No se lo dijo, pero lo despide para siempre porque ella busca para
esposo y padre de sus hijos
a un hombre que sepa distinguir entre el amor y el sufrimiento.

(Santa Fe)

YENI PÉREZ ZAMORA


CANTE JONDO

Se moría por unos tacones rojos de bailarina española y decidió tenerlos.
El anuncio de la academia de baile, tenía una "bailaora" gitana. Sus ojos de niña inquieta y temperamental, se clavaron en las graciosas extremidades inferiores de la bailarina del afiche. Eran ésos. Sí… Altos, rojos, finos, pequeños, con una tira que cruzaba el empeine, encerraban los pies en un calce perfecto y prendían al costado, con un botón sobre el tobillo. Miró sus pies, todavía chicos, y comprobó que los tacones del afiche eran de su tamaño.
Su madre tuvo que inscribirla en la Academia de baile, conmovida por la inusitada vocación por la danza que había despertado en su niña. Pero ella sólo quería los tacones rojos que seguramente tendrían que comprarle.
El día de la primera clase, apareció en la sala de baile, rodeada de espejos y tapizada con piso de madera, la mujer del anuncio publicitario. Calzaba los zapatos que a ella le quitaban el sueño.
Estrella comenzó la clase con arte y gracia. Ella luchaba por repetir los pasos del zapateo, pero los tacones rojos de Estrella y su misterioso golpeteo anulaban su capacidad para imitarlos. "Punta, taco", "Punta, taco", "Punta, taco…", gritaba Estrella mientras taconeaba sobre el tablado, pero sus zapatos del colegio no se contagiaban de la magia. Tendría que conseguir cuanto antes sus tacones, a cualquier precio.
Cuando terminó la clase vio que Estrella caminaba descalza, estirando sus dedos fatigados y que en un rincón yacían los endiablados tacones. Se deslizó entre las chicas, en el vestuario, se acercó a los zapatos de Estrella, se los calzó y sus pies comenzaron con el zapateo gitano, incontrolable. Sintió miedo. Se vio sobre el "tablao", embriagada por el aplauso y los "ole… ole…" que sus pies arrancaban. Las palmas, el canto y el ritmo enloquecedor la impulsaban. Las flores llovían a sus pies.
Cuando despertó del hechizo, se encontró con Estrella que, fastidiada, le pedía que se quitara los tacones. Avergonzada, los dejó en el mismo rincón y se puso sus zapatos del colegio. Tomó el bolso y antes de salir, para no volver más, miró de reojo y por última vez, los embrujados zapatos, ahora cubiertos, inexplicablemente, de pétalos rojos y blancos.

(Salta)

GASPAR JOVER POLO


JORGE 

En una operación de cabeza, concretamente en el postoperatorio, Jordi, todavía en la camilla, no termina de despertarse. Mientras sus familiares se van colocando junto a él, Jordi les sonríe beatíficamente; por lo que todos piensan que se puede haber quedado tarado, o que, por lo menos, ya no va a pensar nunca con la misma claridad de ideas que demostraba antes de la enfermedad.
Jordi sigue sonriendo bobamente, como sucede en aquella película del hospital siquiátrico en la que el protagonista, un rebelde con causa, es cometido a una sesión de electroshock con la que los médicos intentan rebajar su rebeldía. Al salir de la sesión, todos sus compañeros lo creen definitivamente ido, tarado, perdido sin remedio. Sin embargo, él se está haciendo el tonto para darles la grata sorpresa de que no se le puede doblegar por ningún medio. Así que, en la secuencia siguiente, los ojos del protagonista vuelven a lucir con malicia e inteligencia.

Jordi avanza por los pasillos de la gran sala mirando con cara de memo. Y en verdad que consigue asustar a los familiares. El médico explica que las consecuencias de la anestesia general que requiere una operación tan importante son siempre profundas, y que habrá que esperar al menos veinticuatro horas. Con lo que parece tranquilizar a los parientes y amigos. Jordi, mientras tanto, sabe que, para dar la gran campanada en el momento menos pensado, para soltar su ocurrencia más ingeniosa cuando nadie lo espere, está imitando al protagonista de la película de los locos. Pasan varias horas después de las veinticuatro y no se producen novedades; pasan algunos días y la preocupación se desencadena en su entorno. Jordi sabe que está jugando con fuego, pero cree que tiene todavía guardada, como un as en la manga, la sorpresa de su recuperación repentina y de forma casi milagrosa.

(España)

SONIA CAUTIVA


DESDE EL TREN

La veo desde la ventanilla abierta del tren parado, demorado en una estación, no sé cuál, ni por qué. ¡Qué poca es su edad! ¡Cuánta ligereza en sus manos febriles! ¡Qué linda es ella! ¡Qué joven! Un muchacho se le acerca y empieza a rebuscar con ella entre los restos.
Escucho qué dicen en un principio casualmente, luego pongo atención.
- Mirá Mirta lo que encontré.
- ¿Qué es, Negro?
- Fijate, brilla.
- A ver, son unos aros, che. Qué pegada, justo cosas finas.
- Uy, acá hay un anillo y con una piedra. Che, nena estamos de suerte.
- Nunca tuve aros así y menos un anillo con piedra. Negro, mirá dónde andan los chicos.
Los chicos, pequeños, a unos pasos, ojitos negros, tristes, también revuelven entre la basura.
- No encontramos nada, ni un juguete, nada, ma.
- ...Vamos, es tarde ¡y hasta que lleguemos!
El tren arrancó.
Acodado en la ventanilla, miro en los alrededores, veo caras entristecidas, surcos cansados, ropas que cubren, nada más.
Te pregunto, Sara ¿cómo harán esta noche tan fría? ¿Comerán algo? ¿Calentarán esos cuerpos flacos? ¿Tendrán casa?
Se estruja mi corazón de angustia, te digo Sara, otros, en countries vigilados, ghetos de lujo, ignoran su hambre y su frío. ¿No era que todos "nacemos igualmente"? ¿Quién decidió que viviéramos distintos?
Me mirás con tus ojos tan tristes como los míos y no contestás. Sé perfectamente qué sentís y qué opinás.
Ya llegamos. En la pieza que alquilamos, nos esperan mi vieja y la nena con un matecito.

RICARDO ALLIEVI


NADIE SUPO QUIEN

La primera vez que la vio, ella estaba trabajando en el hospital.
Él había ido a verla porque sabía que lo necesitaba.
Era médica de allí y escuchó que le dijo: No estoy sola, y estoy bien con José.
Él le dijo que sabía que no estaba sola, que ahora estaba con él y que se alegraba de que no lo necesitara; pero que contara con él para lo que fuera y cuando fuera necesario.
Ella le dijo que debía dejarlo porque tenía pacientes para atender.
Apareció una abuela muy vieja en una silla de ruedas acompañada por alguien. Quien lo hacía fue a hacer los trámites de admisión y la médica la acompañó a la secretaría.
La vieja y él se miraron. Le preguntó si era de ahí. Él le dijo que no, que venía de otro lugar, buscando a quien lo necesitara. Llorando, le contó que tenía un dolor muy fuerte y le preguntó si venía a llevársela.
Él le dijo que aún no porque no era su hora; pero que podía aliviarla.
Se tomaron de las manos y se las apretaron fuerte y, enseguida, ella se sintió mejor.
Le dijo que debía irse porque ese no era su lugar. Su lugar estaba en otro lado y en todos los lados donde lo necesitaran para calmar o sanar.
Nadie lo supo nunca.
Él no era un hombre. Era un ángel sanador. Se fue sin que nadie lo advirtiera, ni supiera dónde. Estaba en otro lugar, ese lugar donde había alguien muriendo sin salvación en una emergencia.
Era simplemente un ángel sanador. Dios que le había otorgado un mínimo poder.

KARINA SANTOS


AMA DE LLAVES
 
Era una joven ama de llaves. Estaba en la habitación del Sr. de la casa (como así lo llamaba ella) guardando la ropa que acababa de planchar. De repente, su rostro asombrado expresaba el desconcierto, sumado a tres palabras: "No puede ser".
Se escuchó un ruido de llaves, la puerta de entrada que se abría y las voces de la señora y su marido que regresaban a su hogar luego de un agitado día de trabajo.
Enseguida, la joven cerró el armario dejando todo como estaba. Pero comenzó a sudar de los nervios y rápidamente se dirigió hacia su habitación para llorar desconsoladamente sin que nadie la viese, mientras se preguntaba por qué se lo habían ocultado durante tanto tiempo. Es que ella en realidad no era una joven ama de llaves… sino la hija biológica del matrimonio dueño de casa, quienes de la noche a la mañana quedaron despojados de los servicios de la joven mujer. Pero a su hija no la perdieron… ya que nunca la habían tenido…

VALERIA VACCA



EL RECORRIDO
 
Como todas las mañanas tomé el colectivo hacia mi trabajo. Llegué al lugar donde lo espero y a la hora exacta se acerca el 1 que va por Avenida de Mayo. Subo y saludo al chofer, que hoy tenía una mirada distante, saluda entrecortado y me marca el boleto. Me siento por el medio del micro y de pronto una corriente fría me hace temblar. Miro a todos lados y las ventanas se encuentran cerradas. Me acurruco y me acomodo en el asiento a la espera de que pronto par-ta. Pasan unos minutos, se cierra la puerta del micro y emprendemos el viaje. Vuelvo a tener una sensación de frío, miro y las ventanas están todas cerradas, y ahí me doy cuenta que en el colectivo sólo estamos el chofer y yo. Miro hacia la calle y observo que el camino de todos los días ya no es el mismo, me acerco al chofer y le pregunto el porqué del cambio de recorrido. No me contesta, por o que lo llamo tocándole la espalda y siento que está frío. Me siento y comienzo a temblar. Vuelvo a mirar por la ventana y reconozco la calle por la que estamos pasando, es aquella de mi infancia, en uno de los edificios una señora que limpia la vereda me mira y me saluda. La reconozco es mi mamá a la que vi por última vez en mayo del 93.
Sigue su recorrido y más adelante visualizo en una plaza a aquél ombú al que los militares cortaron para construir sus famosas autopistas. Cerca de él juega un perro y para mi sorpresa es Kuki, mi mascota de la infancia.
Seguimos viaje y personas y lugares de mi pasado van apareciendo poco a poco. Es todo tan raro que siento que ya no puedo respirar, el frío es más profundo y va traspasando toda mi ropa. Se me cierran los ojos, el cuerpo ya no me responde, ya no me siento aquí…
¡Señorita, señorita, ya llegamos a Once, se quedó dormida!, dijo el chofer
.

EVANGELINA MENDOZA


LA PLAZA DE MI BARRIO

Una tarde de domingo como siempre en familia. Después de almorzar la salida obligada: la placita a dos cuadras de la casa de mi nona.
La placita del barrio de Almagro la más linda, la más soleada, la más grande y la de más encuentros.
Con sus juegos ya oxidados, descascarados por el desgaste del tiempo pero con las eternas ganas de divertir a niños y a adultos en noches estrelladas románticas.