Recuerdos
de un pasado
histórico
Jenara García
Martín
.
La
importancia de esta narración reside en
el destino incierto, en el viaje y las
personas que deciden emprenderlo, hacia el exilio.
Me
remonto a una época en que España estaba divida en dos bandos, lo cual provocó
una guerra fraticida que comenzó en 1936 y finalizó en 1939. Fueron tiempos cargados de terror; de miedo a
la muerte. Todos perdimos familiares, amigos,
y hasta hogares enteros se quedaron vacíos o derrumbados por los ataques
aéreos. La lista de los caídos en
cualquiera de los bandos, nunca fue publicada completa. Porque quien muere ya
no vive más. Un pequeño pedazo de metal
le ha robado todo lo que fue y todo lo que pudo llegar a ser. La guerra cambia al mundo y el mundo cambia a
la guerra, pero ¿quién gana en una guerra?
Aquel
verano, en que volvía a mi tierra natal después de la temporada de clases en la
capital, todo se había convertido en un caos.
Residíamos en la zona republicana y mi padre respondía a esos
ideales. Transcurría el año 1937 y
la guerra ya había cambiado todo a
nuestro alrededor.
Era
una noche del mes de Julio, con una luna llena que iluminaba como si fuera de
día y con mi hermana Araceli, de sólo seis añitos, disfrutábamos de ese fresco de un verano ardiente por la orilla del arenal, cerca del río, cuando sentimos un estruendo que hizo temblar
la tierra y todo el entorno de lo que alcanzaba nuestras retinas se cubrió del
color del fuego, opacando el brillo de
la luna. Las dos nos abrazamos y el eco sordo de las explosiones retumbaba en
nuestros oídos. Así permanecimos escondidas detrás de un montón de arena, entre
unas piedras. Estábamos las dos
asustadas, pero vivas. Lo que siguió fue
obscuridad y miedo a salir del escondite.
Pasado ese momento de terror, decidimos
averiguar qué había sucedido en el pueblo y con nuestra casa. Una nube de polvo se extendía impenetrable que no nos dejaba ni ver ni avanzar.
Tropezábamos con escombros de todo tipo de materiales que procedían de las casas destruidas. Todo
lo cual nos anunciaba el resultado del
bombardeo. Angustiadas por los obstáculos que encontrábamos para
avanzar, llegamos al lugar que era
nuestro hogar. ¿Dónde estaba nuestro hogar? Una columna de humo y fuego brotaba del derrumbe de lo que se suponía
había sido una casa.
Quedamos
sin habla, aterrorizadas y empezamos a buscar entre los escombros a nuestros
padres y a nuestro hermano, menor que yo, y mayor que Araceli. No los encontramos. El llanto, la ira, el dolor tan profundo nos dejaron exhaustas. No encontramos sus cuerpos. Mi hermanita, con sus seis añitos, me hacía preguntas para las que no tenía
respuestas, pues ella lloraba y lloraba y yo suponía que los tres estaban
muertos y sus cuerpos calcinados entre las cenizas. Empezamos a caminar por las calles y las
personas que nos encontrábamos que huían del desastre, no se detenían para
responder a mis preguntas. Como se
acercaba la noche buscamos entre el derrumbe, un lugar donde refugiarnos y protegiendo a mi hermana entre mis brazos,
nos quedamos dormidas, cansadas por el llanto y
angustiadas por la soledad.
Ahora
se inicia el viaje sin futuro, comienzo de esta historia. Cuando despertamos,
frente a nuestro destruido hogar, oí voces distantes desconocidas para mí. Se fueron
acercando y surgió un grupo de personas
de todo tipo de edades que avanzaban hacia la salida del pueblo. Y
aparentemente dirigidos por un joven a quien obedecían y sin tener otra
alternativa nos unimos a ellos. A las afueras del pueblo consiguieron en una
granja semidestruida, buscando hasta
en el último rincón, alimentos y
enseres que podían sernos útiles. El establo estaba en pié y recorriéndolo
hallaron una mula y en la parte posterior de la granja un carro. Pudieron amarrarla
al carro con los elementos que encontraron, en forma precaria, y cargaron
todo lo que íbamos a necesitar y siguieron el camino polvoriento por el
cual creían que podía dirigirnos hacia el monte, sin ser descubiertos. Siempre aconsejados por
el joven que nos dirigía, subieron al carro los niños que integraban esa
caravana, que con mi hermanita eran seis.
Alguien del grupo comentó que era el maestro de un pueblo cercano. Su nombre, lo supe después, era Antonio, mas
todos le decíamos “maestro”.
Sentía
curiosidad cómo un maestro de escuela se ocupaba de dirigir ese grupo de
personas que no sabíamos cuál era el destino. Observé que se acercaba a
nosotras y nos entregó una manzana diciéndonos:
-“Tomen, tendrán hambre” y el camino será
largo.
Yo clavé la mirada en la escopeta que llevaba al hombro y una navaja en la
cintura y él se dio cuenta.
-Yo sólo soy un maestro huyendo al exilio. La escopeta era de un tío que sí era cazador, pero ni él ni mi
padre la podrán utilizar ya. – No era necesario que explicara el por qué de esa
ausencia.- No tema Luciana.
La
escopeta no sé utilizarla y la navaja siempre hará falta, pero no para matar a
un ser humano -Clavó su vista en el grupo
y tras un silencio, me dijo con cierta preocupación:
-
He podido apreciar que no soy el único con una historia trágica entre los que
me acompañan. ¿Sabe tu hermana lo que ha sucedido con tus padres?
-
Ha presenciado a nuestra casa, destruida,
pero a pesar de que yo pienso que estarán muertos entre los escombros, a ella le he
dicho que habrán podido huir antes del
fuego y el derrumbe total.
-
Mejor así. Uno de esos niños que nos
acompaña, Emilio, ha perdido a sus
padres. Otro de ellos Tomasito, que va con su madre, a su padre y abuelos, y a todos les he dicho
que los están guiando desde el cielo. A veces la mentira puede dar felicidad.
-
Gracias por esa piadosa mentira. A un niño ¿Cómo se le puede explicar lo que es
la muerte?
-
En algún momento sabrán la verdad, pero ahora no , -contestó el maestro.
Seguíamos
caminando por senderos polvorientos, lo
más distanciados de la carretera y alejándonos de la civilización,
silenciosos, y cansados, dirigiéndonos
hacia el monte, antes de que llegara la noche.
Cuando
amanecía, el joven maestro y otros de
los hombres mayores que formaban la comitiva nos iban despertando y llevándonos
un pedazo de pan y agua. Era el único alimento con el que podíamos empezar el
día.
Al
reanudar de nuevo la marcha por esos caminos solitarios y sin
ver a un alma, se acercó a mí llevando
de la mano a mi hermanita y con él venía otra señora de las que iban en el
grupo y nos dijo que nos separábamos juntas con él, pues debía enseñarnos algo
muy importante. Y que después nos reuniríamos de nuevo con todo el resto. El
camino se bifurcaba.
-
Lo único que os voy a ofrecer es la verdad.
¿Lo soportaréis? – Nos preguntó. – Ambas asentimos, aunque confusas.
Una
arboleda bastante tupida se alzaba en una elevación del terreno y el maestro
nos dirigió hacia un claro entre esos
árboles donde se divisaban ocho cruces. Yo aceleré el paso y la otra señora, de
nombre Aurelia, me siguió. Adelita se
quedó con el maestro un poco distante. Al acercarme a esas cruces, sentí un
escalofrío por todo el cuerpo. Temblé de miedo, de dolor. Leí los nombres de
mis padres, el de mi hermano, el mío y el de mi hermanita. Y Aurelia leyó el de
su marido, el de su madre y el de ella.-
No puedo creerlo, Adelita y yo estamos vivas,- grité, arrodillándome y
llorando.
A
Aurelia tuvo que sostenerla el maestro,
pues estuvo a punto de desplomarse
sobre su tumba.
-
Lo siento. A veces la muerte nos sorprende sin siquiera anunciarse. En ninguno
de vuestros hogares, según me comentaron, pudieron llegar a tiempo para salvar
a los que reposan bajo esta tierra y vosotras todos creyeron que estabais
ocultas en el entretecho y os dieron por muertas. Con esta mentira y las tumbas,
salvasteis la vida. Debéis aceptar que habéis fallecido. No es la
primera vez que he visto casos similares.
Ya
llevamos casi dos años con esta maldita guerra.
- Maestro,
Aurelia no lo aceptará, - exclamé entre lágrimas y desgarrada de dolor, abrazando
a mi hermanita.
- Lo
siento, Aurelia. Nadie llegó a tiempo para evitar tu supuesta
muerte.
Yo
lloré una eternidad, hasta secarse el
caudal de las lágrimas, sin dejar de mirar las tumbas. Con la cabeza negábamos
ese destino, engañada por el velo de la muerte ocasionada por esa guerra
fraticida de cuyas zonas de combate
teníamos que alejarnos más cada día.
-Acéptenlo
y descansen. Cientos de historias llenas
de dolor se producirán en cualquier lugar de la España de hoy. Sigamos el
polvoriento camino al encuentro del resto de los sobrevivientes.
Una vez
ya reunidos todo el grupo, el maestro nos
habló:
- Estamos
cerca del final del viaje por terreno español. Cruzaremos los Pirineos y llegaremos
a Francia, evitando el control de la zona fronteriza. He conocido a muchos
amigos y no amigos, que ya se han exiliado y puedo guiaros por alguno de los
desfiladeros menos vigilados. Antes de llegar debemos dejar el carro y la mula,
pero hay que conseguir, de la forma que
sea, algunos alimentos, agua y elementos
de abrigo. Para ello debemos tener astucia y separarnos para evitar sospechas.
Aún estamos en terreno republicano, pero nunca faltan espías. La travesía será
penosa, pero lo lograremos. Ese será el final del viaje, sin pensar en el
futuro que nos puede esperar en Francia. pero encontraremos otros compatriotas.
Todos le
agradecimos su compañía, su compromiso por el peligro que corría por llevarnos
hacia ese exilio obligado, sin emplear muchas palabras, puesto que a él se le
reconocía su actitud con un gesto, con una mirada y respetando sus decisiones.
Su solidaridad hacia esa caravana en la cual no tenía ningún familiar, era
impagable. Yo pensaba qué sería de nosotros
si él cuando pisáramos territorio francés, se volvía a España. Nadie emitía una opinión sobre el destino del
maestro. Sólo se escuchaba decir: ¡Es un héroe!
No tengo
fuerzas para describir la penosa travesía de los Pirineos. Puede se fácil
imaginársela. Pero gracias al apoyo y ayuda entre todo el grupo, lo logramos.
Mi hermanita fue mi estímulo en ese largo y penoso derrotero para llegar al final y aceptar la realidad de
nuestra muerte. Y cuando ya habíamos cruzado la zona de frontera, y estábamos en suelo francés, el maestro
volvió a reunirnos, anunciándonos lo que pensaba.
-Escuchadme todos. No os
abandonaré. En España la guerra me ha
arrebatado a los seres más queridos. Yo me he salvado, como la mayoría de
vosotros, por esas casualidades del destino. Y la vida me ha brindado la oportunidad
de ayudarles a llegar hasta aquí, por lo
que me siento satisfecho y he conseguido formar una familia numerosa y a
vuestro lado me convertiré en un exiliado más. Tú, Aurelia, que has visto tu
propia tumba y te he visto como te has encariñado con Emilio, que no tiene a
nadie, ahí tienes una misión. Es difícil reemplazar a una madre, pero buscando
lo que te dicta tu corazón, estoy seguro que puedes lograrlo. Ninguno de los
dos sentirá tanto la soledad. Amelia, tienes que pensar en que no está sola,
tienes a tu hermana y juntas sabrás enfrentar ese futuro inesperado. Todos en
esta travesía, hemos aprendido a que la vida nos brinda oportunidades
impensables de compartir lo poco o mucho que tengamos para ofrecer, pero existe
ese corazón que no mide las consecuencias. Si hemos llegado hasta aquí, podemos
seguir adelante. España está del otro lado de las montañas (muy cerca) lo
habéis comprobado y estoy seguro que la noticia del fin de la guerra la
conoceremos y quiénes serán los vencedores, también. No perdamos la esperanza
de volver algún día. Ahora con la bandera en alto, lograremos sobrevivir enfrentando
con todas nuestras fuerzas a este futuro incierto, pero encontraremos el camino
seguro, “en este obligado exilio”