miércoles, 22 de enero de 2020

Carlos Margiotta



Noche de paz  Carlos Margiotta

La noche asomaba por el balcón del noveno piso. Él fumaba apoyado en la baranda  contemplando las ventanas iluminadas que daban a la plaza. Detrás, en la habitación, una mesa lo esperaba con una tabla surtida de fiambres y quesos, una botella de Malbec y una jarra con agua. Ella se acercó desde la cocina con la vajilla y una canasta con pan.
- Todavía seguís fumando. Vos sabes que no me gusta que fumes en casa.
Él se dio vuelta y apagó el cigarrillo tirándole un beso con dos dedos apoyados en sus labios.
- No empecemos, mi amor. Es una noche para pasarla bien.
- Estoy podrida de pasar las fiestas sin los chicos.
- Acordate que cuando éramos jóvenes preferíamos estar con amigos o nos íbamos a la costa para brindar en alguna playa.
- Si, pero nuestros hijos siempre prefieren ir a la casa de los familiares de sus parejas. Todos los años lo mismo.
Él se acercó, la tomo de la cintura y la apoyó contra su cuerpo para darle un beso en la boca.
- Dejáme Esteban, estoy furiosa y me da mucha tristeza la situación.
- Bueno cambiá la cara, estamos juntos y yo la paso muy bien cuando estamos solos.
- Yo no.
Ella encendió el celular y se ausentó de la conversación.
Él fue hacia la cocina para ver como andaba la bondiola a la mostaza que había preparado. Cuando volvió con un bols con cubitos de hielo, ella se reía a carcajadas con el celular en la oreja.
Falta poco, dijo él, y sirvió dos copas de vino mientras una cañita luminosa rasgaba el cielo estrellado. Se dirigió hacia el equipo de audio y puso unos boleros.
- Otra vez con la nostalgia, menos mal que no estás todo el día en casa, no se como te aguanto.
- Trabajo, querida, doy clases amor mío. “Hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo”.
- Dalé ahora te pones a cantar.
……………………………………
- Te acordás cundo te lo cantaba en esa escapada a Río, la Navidad cuando tu padre se enojó tanto. Buen tipo tu viejo, en cambio vos heredaste el carácter de tu madre.
- No digas pavadas. Mi vieja si que te quería, no hacía otra cosa que hablar bien de vos.
Sonó el celular de él y se fue al dormitorio para contestar. Al rato volvió cuando la mujer estaba hablando por el suyo.
- ¿Quién era? Pregunto ella.
- Julio, te manda saludos para el nuevo año.
- Tenías que irte al dormitorio para hablar con Julio.
- Si, me quería contar algunos dramas que tiene con Paula.
- Otra vez, ¿porque no se separan de una buena vez?
- ¿Y vos con quien hablabas?
- Una paciente. Cuando se acercan las fiestas muchos se ponen muy mal, hacen el balance que siempre les da negativo y se sienten muy solos.
Él alzó su copa y le ofreció un brindis a su mujer. Ella le correspondió con una sonrisa.
La calle estaba silenciosa, pocos autos circulando y sin gente, el barrio parecía estar esperando una nochebuena triste y sin festejos. 
Volvió a sonar el celular de Bárbara. El caminó hacia el pequeño arbolito de navidad y puso un paquete de regalo que había sacado de un cajón de la biblioteca. Ella movía la cabeza molesta como diciendo sos insoportable. Él se acercó al audio y puso un pendrive que le había regalado su hijo con música de los 80.
- Me tienen podrida.
- Porque no lo apagás.
- Estoy esperando que llame Martina, allá deben haber festejado.
- Gustavo me dijo que no iba a llamar porque no tenían señal en ese lugar de la montaña.
- No te conté que Natalia estaba preocupada porque tenía un atraso en la menstruación.
- No me contaste nada.
- Me habré a olvidado
- No me digas que vamos a ser abuelos. ¡Que alegría!
- No, parece que no quieren tenerlo. Agustín quiere esperar un poco, hasta adquirir una mejor posición económica. - ¿Empezamos? La carne debe estar. - Dale Mientras Esteban iba a buscar la carne, ella volvió a servir las copas de vino. El trajo una fuente y la apoyo en la mesa. 
-¿No será mucha comida? - Si, compré la tabla porque en principio iba a venir mi hermana con el marido pero al final prefirieron ir con una pareja de amigos a otro lado. - Estas muy linda esta noche. 
- Gracias. Me hiciste acordar cuando nos conocimos, siempre atento, un caballero, las cosas que decías para seducirme. - Yo me enamoré de tu mirada, esa mirada que fuiste perdiendo con lo años. Ahora me miras de otra manera. - ¿Cómo? - No se como decirlo….ausente. - Cierto, de vos ya no me atrae tu visión romántica de la vida. A veces pienso que sos demasiado sensible para mí. El sirvió otra copa de vino y abrió una segunda botella. El celular sobre la mesa volvió a encenderse. Ella atendió apurada e intentó pararse para ir a conversar a otro lado pero perdió el equilibrio y él la sujetó. - Estas tomado mucho. - Era tu preferida, Nati te manda besos. - ¿Por qué mi preferida? - Porque fue el fruto de nuestra reconciliación ¿O no te acordás que te fuiste seis meses de casa con aquella rubia ordinaria? - Claro que me acuerdo. Vos estabas metida con tus estudios. De repente la noche se encendió de luces y estampidos. Las bengalas estallaban en el cielo y se escuchaban las voces y las risas de lo vecinos alrededor de plaza. Algunas sirenas recorrían el silencio aturdiendo los oídos. Él se levantó de su asiento y tomó del brazo a su mujer. - Salgamos al balcón. - No quiero, vos sabes que me asustan los ruidos. - Ya lo sé, pensé que sería una buena ocasión para abrazarte y sentir tu cuerpo a mi lado. - Otra vez será.
 …………………………….

- Tus rechazos me dan mucha bronca. - Perdoname no tengo ganas. - Hasta cuando vas a estar peleándome. - No sé. A veces pienso que estaría mejor si vos no estuvieras. Él fue hasta el arbolito y tomo el regalo para Bárbara. Ella lo recibió con una lágrima en los ojos y tardó en abrirlo. - Lo compré en una feria artesanal de Merlo cuando estuvimos en el verano. Sé que te gustan los colgantes con piedras. - Gracias. Es una belleza. - Yo no sabía que comprarte y te traje tu perfume favorito. El la ayudó a levantarse, la abrazó y la besó en la boca. Ella lo dejó hacer mientras él le levantaba la pollera. - Pará, ahora no. - Ya lo sé. La noche es larga y después lo hacemos tranquilos en la cama. Los celulares de los dos comenzaron a sonar y cada uno fue atendiendo los llamados. Ella caminaba descalza de un lado a otro del living hablando. Él no hacia otra cosa que mirarla desde el sillón con un vaso de whiskey en la mano hasta que ella se le sentó en las rodillas. La noche fue avanzando lentamente hasta que el silencio entro por el balcón. - Vamos. - Tengo sueño. 
No bien se acostaron ella se quedó dormida mientras él le acariciaba la espalda. Al rato él se levantó, fue hasta el baño y caminó hacia el balcón con una copa de vino en la mano. Se apoyó en la baranda y encendió un cigarrillo esperando el amanecer. 



EDUARDO ESPOSITO


                POEMAS EDUARDO ESPOSITO


Clase turista
Porque no estamos hechos
de carne ni de sangre como pretendemos
aunque alguno que otro traje parezca desmentirlo
Porque la humedad bisiesta de este pueblo
arropa formas innombrables y mezquinas
Y nuestras lenguas de trapo
achican dos talles en invierno
Y porque el sur también existe
                               en un afiche al menos
Porque soplamos semillas de amargón cada verano
para que alguien se eleve liviano en sus muñones
así enmohezcan los planos inclinados
Porque rezamos desnudos en las playas
y nadamos vestidos en nuestras sofocadas camas
y vacacionamos de oído
y hacemos de la fiesta una fanfarria
y porque sí
y porque el mar y la montaña
y estas ganas de ser otro
bajo una luna parecida.
                                                  A Robert F. Young


La reina del aire y la oscuridad
Lloro
Es la última vez que tendré sexo
Agosto se me viene encima en pleno octubre
con 31 legiones de minutos
y la implacable extrañeza de no saber
Agüita salada en pecas de ángel
lloran también los niños que me antecedieron
Una tristeza de máuseres
dormidos en formol
a la espera del año de las resurrecciones
Y me voy
capricho en retirada
muelle sombra de ocaso en saco roto
Nos sufras por favor
No gimas nunca más
La abuela de la nieve está enseñando
                                                A Poul Anderson
                     
TV color
(cuando los pájaros se van)
Con la huída de los últimos pájaros
la ciudad perfila su destino sombrío
Es mucho más el cielo en apariencia
aunque se colme de ondas invisibles
de cables y de verbos
La sinfonía plumífera ha cesado
Las antenas
Como una acupuntura cósmica
pulsan la medida azul del aire
Un licor sonoro
                                 emborrachante
va descendiendo en el declive de la noche
y el ruido y el pájaro
                               inmolados juntos
se llevan los secretos
                              del quinto día creativo
para que en la atmósfera intrascendente
de algún living
los pichones del hombre
duerman su sueño eléctrico.
                                                A Ray Bradbury



Enrique Lynch


El crimen perfecto   

Enrique Lynch

En un pasaje muy conocido que suelen repetir todos los que (tanto si lo admiten en público como si no) se reconocen mentirosos, dice Nietzsche que el lenguaje no está hecho para decir la verdad sino para el disimulo, es decir, para fraguar una semiverdad, una moneda falsa que se intercambia con los demás y deja bien parado a quien la pronuncia. En rigor, Nietzsche no dice que las palabras tengan que ser piezas falsas sino que se limita a constatar un uso corriente y admitido, una picardía harto habitual; y, en efecto, así es como de hecho han sido empleadas las ficciones desde que se creó el lenguaje (si es que alguna vez hubo algo así como la “creación” o “invención” del lenguaje: Lévi-Strauss pensaba, con bastante criterio, que el lenguaje debía ser tenido como una de esas cosas que han existido siempre). Nietzsche, pues, no hace una burda apología de la mentira o del discurso falso o de la ficción sino que propone abordar la cuestión del lenguaje sin las cortapisas de una concepción categórica y verificacionista de la verdad. Si admitimos que en materia de lenguaje, la verdadno es de lo que se trata, estaremos en condiciones de comprender mejor en qué consiste todo lo que se hace por medio de las palabras y los gestos, ya sea en la comunicación y en la poesía como en la ciencia, en la filosofía o en la seducción.
En la medida en que poner una palabra en lugar de una cosa o de un hecho presupone la sustitución metafórica de ésta(e) por un rótulo o rúbrica, las palabras desrrealizan sus referencias, tal como sucede con todas las metáforas y, tarde o temprano, constituyen su propio contexto de significado. Lo que –por cierto– no quiere decir que se pueda usar cualquier palabra para referir cualquier cosa sino que las palabras viven necesariamente en un mundo que está “al lado del mundo”: un mundo que hemos de tener por simulado o, si se prefiere, como resultado de una simulación más o menos inteligente.
¿Qué ocurre cuando esta función del lenguaje, de natural mixtificadora, es instrumentada deliberadamente por el hablante? En el mejor de los casos obtenemos el efecto llamadoliterario donde, tras un pacto implícito entre hablantes, se suele suspender la creencia en la verdad para dar paso a la “verdad de la ficción”, fórmula oximorónica que me horroriza pero que no tengo más remedio que glosar tal cual, a falta de otra mejor. Según ésta, en toda ficción hay contenida o involucrada una verdad si no de facto al menos de iure, toda vez que una ficción, para ser tal, presupone tener algo por verdadero. Su capacidad ficticia se funda en la pulsión a tener algo por verdadero, lo que explica que, por ejemplo, una mera representación –una narración cualquiera, o un poema, o un cuadro– pueda suscitar en nosotros una reacción afectiva o emocional lo mismo que si se tratase de un acontecimiento real. Esta cualidad de lo literario ya fue en su momento observada por Aristóteles y no obstante suele ser invocada como el agujero del mate por los actuales escritores de ficción, las más de las veces para mayor gloria de sus insaciables egos, puesto que se supone que la capacidad de generar algo que se parece a la verdad los acredita como “creadores de mundo”, del mismo modo que el tonto de Ión se sentía arrebatado al comprobar su capacidad demiúrgica a la hora de recitar los grandes poemas épicos de memoria bajo el efecto de la manía.
Pero no todo es literatura en la simulación; quiero decir, los que disimulan o simulan no son únicamente escritores, rapsodos más o menos tontos, o poetas. Hay un montón de mentirosos vulgares por ahí que se valen del poder ontológico y constituyente de las ficciones no tanto para generar un efecto de verdad, un logos pseudés, como hacían los buenos sofistas clásicos, sino para ocultar lo real detrás de la representación o para suplantarlo por medio de simulacros y embustes.
Hacen lo mismo que los escritores pero con un importante matiz de diferencia, porque su escamoteo de lo real no implica la supresión lisa y llana de éste sino un modo artero de adulterarlo. Es obvio que en cada mentira fraguada por medio de palabras se suplanta lo real por un simulacro, pero en su comunicación, por fraudulenta que sea, lo real de todos modos persiste: para el incauto, como necesaria referencia; y para el mentiroso, si no como algo tangible o comprobable, sí como fantasma, que si bien no permite verificación alguna –porque es un falso real– sostiene la dimensión pragmática de la comunicación y los papeles que los hablantes desempeñan en ella, permite establecer sus respectivas estaturas morales o su responsabilidad como agentes, e incluso hasta su apariencia o investidura social. Por ejemplo, el que simula poseer un título académico consigue detentarlo de todas formas con solo que alguno se trague el anzuelo de su patraña. La mujer o el hombre que engaña a su pareja redime su falta con solo que sus mentiras lleguen a ser escuchadas: a veces en la sola atención que se les presta hay una disculpa: “Me has engañado, pero qué le vamos a hacer, a todos nos puede pasar...” En uno u otro caso, lo mismo que sucede en el pacto literario, la credulidad de uno de los hablantes libera al mentiroso de su culpa. Y, sin duda, esta es una de las razones por las que los individuos, a la que pueden, mienten como bellacos. Peor aún, hay casos en que la voluntad de mentir consigue el efecto mixtificador definitivo, por ejemplo, cuando el mentiroso se refugia no ya en la presunción de verdad que subyace a toda comunicación fraudulenta (tiene que ser verdad porque ¿qué sentido tendría comunicar intencionadamente algo que no es de algún modo verdadero o que no se puede tener por verdadero?) sino en la simulación de la propia relación del hablante con lo real, como sucede en el caso de la locura: más concretamente, en el caso del mentiroso que simula estar loco. Una proposición (o una acción) cualquiera en boca de un loco pierde inmediatamente toda pertinencia o contenido verificable, tanto si es una verdad pretendida como si es una ficción literaria. Ya en el derecho romano la locura quedaba inscrita en la figura del mente captus (de donde sale nuestro “mentecato”) que de hecho servía para liberar de toda responsabilidad penal al acusado. Pero si la proposición (o la acción) es obra de un individuo que simula no estar en sus cabales, es decir, que simula un modo muy determinado y bizarro de plantear la relación con lo real, su gesto permite blindar contra el castigo cualquier mentira que el falsario quiera interponer en relación con sus actos y así su conducta queda definitivamente exonerada. ¿Cómo? ¡quitándola de la categoría de las conductas posibles! Cuando esto sucede no hay un real sustituido por la ficción simplemente porque no hay manera de descubrir la ficción al quedar borrado el sentido de la realidad de la que ésta es sombra. Así es como tienen lugar los crímenes perfectos. El espectáculo del asesino de Denver, James Holmes, el día en que se le imputaron los cargos de asesinato, con los cabellos teñidos de rojo como el Joker del cómic Batman y esos ojos de perturbado mental que son de manual psiquiátrico, lejos de consolidar la tesis de que ese crimen monstruoso (12 muertos y 59 heridos de gravedad) solo puede ser obra de un loco, debería suscitar la sospecha de que Holmes, consciente de que la psiquiatría le proporciona una estupenda coartada, no está loco sino que interpreta el papel del loco: ¿no es acaso la personificación del simulador (Joker) por antonomasia?  Curiosamente, su actitud es exactamente la opuesta de la de otro asesino múltiple, el noruego Brejvik, en un crimen de dimensiones y características parecidas. Hace un año el noruego despachó fríamente, durante hora y media, a 69 jóvenes atrapados en una isla. Resulta significativo que, durante el juicio, Brejvik –otro supuesto “psicópata” de manual– no quisiera pasar por loco sino todo lo contrario; y, de hecho, tampoco nosotros, ni la medicina penal ni la psicopatología al uso, hemos podido determinar si es verdaderamente un perturbado o simplemente una mala persona. Y fíjense ustedes en que el crimen es casi el mismo que el de Denver, pero la coartada es exactamente la contraria en cada caso, aunque idéntica es nuestra perplejidad a la hora de juzgar estos actos monstruosos por la simple razón de que solo contamos con el lenguaje para comprenderlos. 
Ni nosotros, ni la medicina penal ni la psicopatología al uso, hemos podido determinar si es verdaderamente un perturbado o simplemente una mala persona. Y fíjense ustedes en que el crimen es casi el mismo que el de Denver, pero la coartada es exactamente la contraria en cada caso, aunque idéntica es nuestra perplejidad a la hora de juzgar estos actos monstruosos por la simple razón de que solo contamos con el lenguaje para comprenderlos. 
Si el responsable de arrojar la bomba de Hiroshima consiguió terminar sus días pacíficamente, de muerte natural y sin sentimiento de culpabilidad manifiesto, tras regentear durante años una próspera empresa de alquiler de helicópteros, ¿con qué autoridad juzgamos la conducta de Holmes o de Brejvik como “psicopática” si la única manera que tenemos de acceder a (y de juzgar) sus motivaciones pasa por interpretar su lenguaje verbal y gestual en un juicio, a sabiendas de que uno u otro registro del lenguaje que emplean puede estar simulado? ¿Qué medios tenemos para determinar si dice la verdad o si miente? Recuerdo que Gilbert Ryle tenía algunas reflexiones muy sugestivas a la hora de considerar las limitaciones de la razón en casos semejantes. Quizá sería hora de contemplar la posibilidad de que el mal existe y no es tan banal como parece. O si no, concluir que se puede cometer un crimen perfecto.


Marta Becker



Invierno difícil  
Marta Becker

Isaías Levy escapó junto con su mujer y cuatro hijos de una Europa en ebullición a principios del siglo XX. Junto con él salieron del continente cientos de perseguidos, quienes depositaron todas sus esperanzas en la Argentina, país que prometía mucho y conocían poco. Se hablaba de miles de hectáreas de tierras prósperas en espera de ser trabajadas y ellos traían mucha voluntad y necesidades.
Viajaron cuarenta días en un barco medio desvencijado, hicieron parada en Cuba, Río de Janeiro y por fin llegaron al puerto de Buenos Aires. La travesía fue agobiante, sobre todo porque no era gente acostumbrada a navegar y, además, hubo falta de comida y atención sanitaria.
Cuando Isaías Levy vio la ciudad, abrió grandes los ojos y mirando al cielo agradeció a su Dios la bendición de tan hermoso lugar. Abrazó a su familia y aún siendo un hombre duro unos lagrimones asomaron en su rostro.
Pero la alegría duró poco, ya que las autoridades, necesitadas de mano de obra, decidieron enviarlos al campo, lejos de Buenos Aires y cerca de las inclemencias del tiempo y la dureza de todo por hacer.
Isaías no se quejó, al igual que los otros inmigrantes, pues no tenían opción y allá fueron, con casi lo puesto, hacia un rumbo desconocido y prometedor.
Las tierras eran áridas, los vientos fuertes, el frío muy frío y el calor abrasador. Pero Isaías trabajó duro, como todos, y de a poco conformaron un pueblo en donde hablaban su propio idioma y seguían sus costumbres religiosas, al mismo tiempo que se adaptaban al nuevo lugar. La comunidad respetaba y era respetada.
Los hijos de Isaías concurrían a la escuela del estado, donde aprendieron a hablar el nuevo idioma con la facilidad propia de la juventud, integrándose así a la sociedad local.
Isaías curtió su rostro al sol y el trabajo fortaleció sus músculos acostumbrados antes a otros menesteres. Su mujer, educada como todas las demás mujeres en la idea de que su función era atender al marido y a los hijos, aceptó sin comentarios la nueva vida y con el tiempo sumó  los hábitos campestres a los suyos propios.
Pasaron unos años y los campos de cubrieron de sembradíos de maíz, que cosechaban en el momento oportuno, siempre y cuando no hubieran pasado por una tormenta fuerte o un período de larga sequía. No era fácil su vida, pero todos los días agradecía, a pesar de las durezas, dónde estaba y lo que tenía.
 El invierno de 1940 comenzó temprano. Isaías auguró una temporada difícil, había que almacenar provisiones, así les comentó a sus vecinos en la reunión semanal y entre todos decidieron organizar una cooperativa para afrontar juntos los problemas.
Todo parecía encarrilado cuando comenzó a llover.
Y no paró.
Llovió y llovió sin lástima ni descanso durante un mes.
Y entonces pasó.
El agua barrió literalmente la tierra, la lavó, arrastró todo y en ese acontecer aparecieron miles de huesos humanos que flotaban a la deriva siguiendo la corriente.
Isaías Levy, junto con toda la población, no daba crédito a sus ojos, que de tan grandes que estaban se le salían de las órbitas.
No hubo comentarios, sólo una decisión generalizada que se organizó en silencio, unánime y firme como nunca se armó otra. Salieron como pudieron de los campos anegados, mientras chocaban con los huesos y demás elementos que llevaba el agua, en una huida descontrolada y sin rumbo. Huyeron con la sensación de que la tierra prometida les daba la espalda.
Fue en ese invierno cuando desaparecieron las chacras sembradas de maíz.

Alejandro Bustos



Una historia navideña de cohetes  
Alejandro Bustos

Las fiestas de navidad para mi familia siempre fueron importantes, los chicos quizás no sabíamos bien que se festejaba, porque para nosotros la llegada de las fiestas era también el advenimiento del casi sagrado ritual de tirar cohetes.
La pirotecnia que usábamos eran los famosos “rompe portones”, tal vez le decían así por la gran potencia del estallido. Habíamos formado una barrita en el barrio que juntábamos las monedas y billetes que podíamos y como fuese para comprarlos.
También planificábamos nuestras tácticas para molestar a alguien con nuestros festejos; nos gustaba pensarnos como un equipo de demolición, tal vez veíamos demasiadas películas de “sábado de sábados de súper acción”. La cuestión era que elegíamos a alguien para “demoler” su casa, la víctima casi siempre era el cabezón Domínguez, no sabíamos porqué lo hacíamos, tenía un sabor especial tirarle petardos a la casa del cabezón.
Era un tipo de mediana edad que vivía con su mamá y cada vez que le tirábamos los petardos, salía en camiseta a ver quién era el atrevido que le perturbaba la cena. Cada vez que encendíamos un explosivo, salíamos corriendo a las carcajadas y escuchábamos cómo le explotaban en el techo y eso nos daba más risa.
Un día nos esperó de antemano, escondido detrás de la puerta de calle que estaba entreabierta, no nos dimos cuenta hasta que el cabezón nos salió al cruce, nos reconoció y al otro día vino la queja a nuestros padres que actuaron en consecuencia, reto, penitencia y por supuesto el castigo que mas dolía, se acabaron los recursos financieros para nuestras aventuras de demoliciones, vaya uno a saber hasta cuando.

Estela Marina Garber



Relatos festivos  
Estela Marina Garber

Siempre las fiestas estaban marcadas por su carga social del “deber ser un día especial”, o una reunión familiar perfecta, de alegría y armonía, de regalos, brindis y sonrisas. 
Fechas que me cargaron de angustia porque casi nunca fueron como lo pinta la tele. Encima, viviendo lejos, como yo vivó 22 años de mi vida, casi siempre soltera, intentando inventarme una familia postiza con quien pasarla lo mejor posible. Paso a enumerar algunas: Una Navidad lo pasé en mi monoambiente mirando películas en blanco y negro en mi TV vintage, y aunque triste, me sentí tranquila y auténtica. No tuve que fingir situaciones “prestadas de una Navidad o Año Nuevo Feliz”. Otro Fin de Año estuve con mi amiga Yvonne, estudiante del Doctorado en Economía, y juntas fuimos de casa en casa tocando timbres de la supuesta “fiesta de fin de año” posta de los alumnos de la Universidad de Nueva York. Luego de la odisea por el Greenich Village y mas de 2 hrs. De peregrinaje urbano, terminamos comiendo en un tugurio griego unas mousakas y viendo por la TV del boliche caer el gran Globo del Times Square al conteo de la medianoche. Otra vez, estaba con mi hermana visitándome en San Francisco y junto a varios amigos viajábamos por la autopista hacia Palo Alto a la casa de unos amigos salvadoreños refugiados. Entre la tormenta y el extravío llegamos a la casa pasada la medianoche, o sea, al año siguiente. Una vez recuerdo estar en Buenos Aires en la casa de mis padres, vestida y arreglada para ir a algún festejo familiar de año nuevo y luego de una discusión entre mis padres, vi a mis padres encerrarse en su cuarto, ponerse sus respectivas ropas de cama e irse a dormir…


Ester Vallbona



Éramos viento 
Ester Vallbona
  
Recuerdo el día en que tú y yo nos conocimos. Tú y yo, dos soledades encontradas. Éramos, por separado, dos vientos temibles, huracanados -uno del Norte, otro del Sur-, que lo arrasaban todo a su paso. Sin embargo, al encontrarnos, nos fundimos en un cálido abrazo que nos hizo torbellino diablillo y juguetón. 
Éramos entonces el viento que sobrevolaba los árboles, acariciando levemente sus copas y meciendo sus frutos; el que descendía en picado y, con su estela, deshojaba respuestas de los pétalos de tímidas margaritas. Éramos uno solo surcando las olas, salpicándonos, riéndonos de los peces que saltaban a saludarnos y que, atrapados en nuestra espiral, se preguntaban aturdidos cómo habían llegado a tocar las nubes. 
Éramos el aire que jugaba a levantarle la falda a las mujeres por la calle, a arrebatar las gorras de las cabezas de los hombres, a despeinar a los jóvenes primorosamente peinados. 
Éramos la brisa que sacudía un hola y un adiós en una sábana tendida, y que nadie respondía porque nadie lo entendía. Éramos desbarajuste, locura, pasión, cuando nos encontrábamos. Sí. Éramos viento, entonces.



Jorge Castañeda



De especias vivirá el hombre  
Jorge Castañeda

Desde los tiempos más remotos el hombre supo meter mano a las especias de todo tipo, color, olor y sabor. Junto al oro y las joyas: regalo de reyes. Moneda para el pago de rescates han significado poder y riquezas  para quienes han controlado su tráfico y comercio. Dieron esplendor a los pueblos que las supieron monopolizar y supo nacer de ellas el arte de condimentar.
A mi me gusta contemplar los especieros ordenados en las alacenas y el gusto de destaparlos y olerlos es incomparable. Su aroma me perfuma el alma. Me trae recuerdos de mi madre y de su cocina sabrosa y sencilla.
Escribiendo esta crónica me siento un Marco Polo, un Colón, un Vasco de Gama y como dice la Biblia “acerco los tamos a mi nariz”.
Tengo en mis manos polvo de achiote, que sirve como colorante de quesos, helados, salchichas y cremas. Y para la carne y los embutidos quiero una pizca de las delicadas hojas de ajedrea, condimento picante para rebozar pescados.
La albahaca para la salsa pesto donde es reina y señora desvela las delicias de cualquier mesa que se precie, o un pellizco para la base de las pizzas. De albahaca son mis recuerdos y de albahaca los olores de la cocina mediterránea.
Para los guisados yo quiero utilizar alcaravea con  sus tallos, sus semillas y las raíces primarias. Y quiero que con el extracto de sus semillas que me preparen Kümmel, licor de los dioses.
Me veo saborizando  los panes con las semillas de amapola y también  los dulces y los pasteles. ¡Un manjar!!
Dadme anís para las tartas y los licores y el cielo derribado del anís estrellado para condimento de las carnes y con su aceite hacer pastis. ¡Salud!
Al apio lo quiero mucho, ya sea en ensaladas o aromando la sopa y el puchero, ¡qué rico!
Me pongo exquisito y manirroto. A las estigmas del azafrán las apetezco ya en hebras o en polvo. En vasijas pequeñas es un diminuto tesoro de color y de sabor. Me pongo exigente y sólo quiero comprar el procedente de “cierta región de La Mancha” porque no solamente de quijotes vive el hombre.
Ante la canela me saco el sombrero. Para el café una delicia, para maridar con los postres, para el ponche y los pasteles. En rama o en polvo nunca ausente. Corteza derribada, fragante y fina.
Compro cardamomo si me encuentro holgado de dinerillos para los panes y los curries. Si es el de Ceilán soy Gardel.
Del cebollino solo expreso que sus hojas son ricas en la ensalada y para aromatizar los quesos. Todo un arte.
El cilantro se ha impuesto a trompicones en la alta cocina de todo el mundo; señor en la sopa y para sazonar potajes y platos con carne y pescados. Me gusta pero sin abundar.
El clavo tiene historia y prosapia. Son los capullos secos de la flor del clavero: para marinar las carnes: clavo, clavo y clavo.
Yo ante el comino pongo la capa: para las empanadas, infaltable en el cuscús, está como un señor en mi especiero.
Del curry poco hablo porque suele mezclar entre 16 y 20 especias distintas. En la india es el rey y en Madrás se hace fuerte y picante.
Para los exquisitos la cúrcuma. El daikón con su forma de rábano para ensaladas o como guarnición. La endrina con cuyas bayas se preparan mermeladas y jaleas. El epazote, pariente del cilantro, para guisados y platos con alubias.
Señores estoy nombrando al estragón y me pongo de pie. Su sabor es único y característico, ingrediente esencial de las hierbas más finas.
De la galanga utilizo las raíces para los embutidos. La hierbabuena es una gran señora de los platos: por mi ascendencia árabe la tengo entre mis preferidas y la cultivo en mi jardín. Su aroma me llena el corazón de recuerdos.
El hinojo con sabor de anís, ya crudo o cocinado. El hisopo para los platos con frutas.
El jengibre está en un pedestal. Su raíz es un condimento esencial para muchos platos. Para la salsa bechamel el macis. La mejorana ni hablar con las verduras y los huevos: relaciones de buena vecindad.
El laurel merece toda una crónica por sí solo. Tiene antigüedad, linaje, nobleza, honor, gloria, arquitectura y literatura. Sus hojitas sahúman como un incienso pagano y gastronómico. Salud hojas de acanto.
La mostaza tiene la humildad que le dejó el evangelio. Pequeña pero fuerte. Vale oro. La nuez moscada me trae recuerdos de mi infancia con su exótico y pequeño rallador.
Si del orégano hablamos lo remito al lector al poema de las Odas Elementales donde Pablo Neruda supo glosar sus maravillas.
De perejil somos. Nos emperejilamos por cualquier cosa. Siempre está a mano. Verde y salvador. Quiero plantas tan grandes como para dormir la siesta bajo su sombra.
El pimentón nunca falta: esta siempre preparado para aderezar los pulpos y los platos típicos de la cocina española.
Por las pimientas muchos dieron sus propias vidas. Están siempre presentes. Son imprescindibles. En todas sus variedades. Merecen un poema, una crónica y mucho más.
Y de la sal, de donde viene la palabra salario, se puede escribir muchos libros, hacer una Biblia con su historia que es en definitiva la historia del hombre.
Para el asado de cordero dadme romero. Para condimentar aves viva la salvia. La pasta gruesa de tahini la tengo en frascos que atesoro para condimentar los garbanzos y toda la cocina del Oriente Medio.
Cuando salgo a caminar por la estepa patagónica vengo con manojos de tomillo silvestre entre mis brazos. ¡Que aroma para aderezar las salsas!
La vainilla tiene una larga tradición repostera. Se extrae por la fermentación de la vaina de una orquídea trepadora. Y así ha sabido trepar a las cremas, los helados, los pasteles y cuantas otras delicias.
El último párrafo es para el wasabi que merece un ditirambo. Rábano picante japonés para condimentar el sushi y el sashimi, pequeños bocadillos de sabor tan atractivos como para pintar una naturaleza muerta. 
Se de mis limitaciones. Pido perdón. Seguro que hay omisiones vergonzosas. Especias de todo el mundo, perdonadme si faltan algunas: ¡Qué tengáis larga vida!