martes, 21 de octubre de 2014

María Ester Sorbello


LIBERACIÓN María Ester Sorbello

 

La noche sobrevolaba las calles, las casas y él ahí.  En sus manos aún el revólver y su dedo en el gatillo.

Atrás había quedado la tenebrosa tarde y el hecho aquél.

No quería, no debía recordar, pero el pensamiento huía de su cárcel, de los barrotes que quiso levantar y lo sumía, en un angustiado y doloroso llanto.

Las lágrimas caían, resbalaban por sus mejillas y mojaban su camisa, y aunque cerraba los ojos, la imagen se sentaba frente a él.

Ella, blanca, desnuda, entre esas sábanas sedosas y limpias. Él desnudo a su lado, la acariciaba, recorría su dulce geografía, iba bebiéndose su néctar…hasta que resonó entre el gozo, un nombre.

Pensó que había escuchado mal, que el latir acelerado de su sangre, lo había hecho escuchar mal. Pero al besarla despacio allí en sus orillas más profundas, entre quejidos, otra vez murmuró ese nombre. No, no había escuchado mal.

Ella dijo Ramiro, Ramiro, su mejor amigo, era casi su hermano. Casi.

Y no titubeó, la dejó dormitar rendida y despacio se fue despojando de ella, como si fuera un atuendo maloliente, despacio se acercó a su uniforme y sacó algo de su bolsillo.

La miró, se despidió de su blancura, de sus montes y su río, de sus orillas, tantas veces recorridas entre la dualidad del amor y del odio.

Acercó el arma y disparó. Pronto la sábana lució una gran rosa roja.

Ya no miró atrás, se vistió de espaldas sin mirar la cama.

Salió y caminó por las calles, ausente.

Y ahora con el revólver vacío entre las manos, sin saber qué hacer.

Ya nada quedaba.

Sólo le devolvió una bala al revólver y con la tristeza pegada a su piel y la imagen de ella en su retina, estiró la mano, la llevó allí adonde los pensamientos se agolpaban y con un ruido seco, los liberó.

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