EL CANDIDATO
Dos timbres largos, incisivos, sonaron en la casa de los Fernández. Roberto tuvo un mal presentimiento. Pensó que no eran formas de llamar en un hogar decente "Empezamos mal"- pensó mientras dejaba en la mesa la botella de vino que había escogido especialmente de su bodega, y se disponía a conocer al fin al hombre que cortejaba a su hija. Había insistido férreamente con ese encuentro durante cinco semanas. Quería saber quién era el que se pasaba las horas hablando por teléfono. Quería saber de qué se reían. Quién era el que traía a Natalia en altas horas de la madrugada. Como pensaba, que pretendía... Las preguntas se iban acumulando en su mente, y los miedos y las preocupaciones estaban a flor de piel... Delia, su mujer, exclamó: - Querido ¿ Podés atender que estoy terminando de limpiar la cocina y la nena se está bañando?
Cuando el hombre se dirigió hacia la puerta volvió a sonar, insistente, el timbre.
-¡Ya va! ¡Ya va!- parece que el muchacho está muy apurado- Antes de abrir respiró profundo. Se dispuso disimular con altura los prejuicios. Se propuso cambiar "Esa cara" como le habían pedido encarecidamente su esposa y sobre todo, su hija. Habían tenido muchas conversaciones antes del encuentro. A sus dieciocho años, Natalia pedía a gritos libertad, confianza, respeto... Roberto no podía admitir que su retoño, su niña cándida, trasnochara en otro lugar que no fuera la habitación que con tanto amor le había construido. Si su hija tenía un "pretendiente" él lo quería conocer y darle el visto bueno. Pensó que no había nada de malo en eso. Pero lo habían tildado de "Antiguo" "Avinagrado" "Prejuicioso" y tantas cosas que lo habían llevado al hartazgo. En vano fue exponer una y otra vez sus inquietudes, sus resquemores... Delia tampoco conocía al candidato, sin embargo decía confiar ciegamente en el criterio de la hija que había criado. Tenían una complicidad ciega, y más que una relación de madre-hija, tenían una relación de amigas. Era una alianza inquebrantable.
Natalia llevaba un mes, cuatro sábados, yendo a bailar, yendo a fiestas, a tomar algo... Roberto estaba cansado de quedarse hasta la madrugada, esperándola. Apoltronado en su sillón, con un vaso de whisky en una mano, y el control remoto en la otra haciendo un zaping infinito, intentaba que las horas transcurrieran lo más rápido posible para que su pequeña volviese al fin a su casa donde iba a estar tan cómoda y segura como en ningún otro lugar. Allí nadie la haría sufrir. Nadie habría de lastimarla...
El primer regreso de la primer salida de Natalia sorprendió a Roberto dormido con una película de vaqueros. Su hija le tocó el hombro y Roberto saltó del sillón y la acribilló a preguntas. En segundos estaba en la vereda pero el muchacho ya se había marchado. Maldijo toda la semana, se sentía culpable.
El segundo sábado lo encontró en el baño y no podía creer su mala suerte.
El tercer sábado fue al cumpleaños de su madre. Natalia dijo que iba a ir, pero llamó en medio de la fiesta para saludar y excusarse por el cambio de planes. Desde el fondo de las botellas Roberto pidió hablar con ella, y cuando llegó al teléfono la comunicación se había interrumpido. En el almuerzo del día siguiente contó su hija que había estado en un teléfono público y se había quedado sin monedas. Roberto no supo si creerle o no. (Todo esto sucedía después que Natalia sufriera el robo de dos celulares y el extravío de otros dos. Su padre le había jurado no volver a comprarle teléfonos y se mantenía impertérrito en su palabra)
El cuarto sábado el señor Fernández estuvo en la guardia del Hospital Francés por una intoxicación aguda por la ingesta de un alimento en mal estado...
El humor de los últimos días lo había cambiando notablemente. Estaba irreconocible. Había vuelto a aflorar su antiguo problema de las hemorroides. Había vuelto su bruxismo, se había vuelto a comer las uñas... Se había encontrado haciendo cosas que detestaba hacer (Revisar la agenda de su hija para sacar el número del energúmeno) Natalia se lo había negado reiteradas veces. Roberto intentaba abordar sin suerte alguna temas como prevención. Le había encomendado a su mujer para que hablase con su hija, pero muy lejos de escucharla hablar como una madre preocupada, las oía cuchichear como dos adolescentes. Reían a carcajadas ante cada anécdotas de la joven, y todo el rostro del señor Fernández se tornaba de un rojo intenso. Desesperado, se había encontrado con el oído pegado a la puerta de la habitación cada vez que se encerraban en el cuarto, y muy a pesar suyo, en dos oportunidades, llevó un vaso que puso entre la puerta y su oreja...
Llegó un día en el que le dejó de hablar. Sólo volvió a hacerlo para exigirle de una vez por todas que traiga a casa a su novio. Al verse acorralada, ella asintió. Se la veía feliz, radiante. Le brillaban los ojos, escribía poemas y cantaba canciones con su guitarra. Escuchaba los boleros de Luis Miguel y las baladas de Chayane, y a Roberto se le hacía un nudo en la garganta, no tanto por su romance, si no más bien por su pésimo gusto musical. Natalia ya no escuchaba la infinidad de discos de música clásica que había en la casa. No escuchaba los discos de jazz que de pequeña le habían inculcado... Comprendió al fin que ya no era una niña. Que poco a poco se estaba revelando. Que estaba formando sus gustos, que tenía sus amigos y lo que era mucho peor, su novio. (Vaya uno a saber las cosas que hacían en la oscuridad de los boliches) Al fin, después de tanto tiempo, después de ese mes interminable, estaba detrás de aquella puerta, el candidato al que tantas preguntas tenía por hacerle...
Giró la llave dos veces hacia la derecha y abrió. En la entrada vio a un hombre enorme. Tenía una altura media, pero su panza era prominente. Parecía que en su vientre albergara un barril de vino patero. De inmediato vio la moto. Una moto desvencijada apoyada contra el árbol. En la parte de atrás tenía una caja para hacer los repartos de comidas. Suspiró aliviado.
-Te equivocaste pibe, acá no pedimos nada- Cerró la puerta y el corazón retomó el pulso al saber que todo había sido un error. Al saber que ese mastodonte no era el novio de su niña, pero el corazón volvió a sobresaltarse cuando el timbre sonó fatal, implacable, como un piano cayendo desde el balcón.
-¡Ya te dije que te equivocaste, nosotros no pedimos nada!
-Ey jefe, no me cierre... yo soy Matías... soy el novio de la Naty..
-¡¿Qué?!
-Que soy el novio de la Naty...
El nudo en el estómago del señor Fernández volvió a ceñirse como un cinturón trágico. Otro nudo le apretó la garganta. Pudo sentir como le subía la presión y le faltaba el aire...
El joven se acercó a la puerta y extendió su diestra.
-¿Qué hacés campeón, yo soy Matías, Matías Albarracín, pero me dicen Matu...
-Ro, Roberto- dijo el señor Fernández con la voz quebrada, y extendió también su mano. El joven la tomó en el aire, pero en vez de apretarla en forma convencional, hizo una llave, giró, y lo tomó de costado a imitación del saludo de los jugadores de básquet. Roberto sintió que la mano del gigante estaba muy transpirada. Cuando al fin la soltó, Roberto se limpió con explícita muestra de fastidio sobre su camisa.
-Disculpame campeón, lo que pasa es que soy muy sudoroso, a la Naty también le moleta, que se le va a hacer... ¿Me abrís el garage, papi, así entro la moto?
-No te va a entrar, tengo el auto...
-Dale... no te ortibés que me la van a chorear ...
-Pero te digo que no hay lugar... - El señor Fernández apenas salía de su estupor. No podía respirar, no podía reaccionar... De repente se vio abriendo la puerta para mostrarle que no mentía.
-¡Perfecto! La pongo así, de costado.
-¡Pero me vas a rallar el auto!
-Tranquilo... vos fumá...
En un instante sacó la caja de la motocicleta y comenzó a maniobrar. Con gran dificultad pasó perfectamente, casi, si no fuera por un pequeño rayón en la puerta trasera izquierda. Roberto pensó que se iba a infartar. Se había puesto rojo y como pudo, entró a la casa. Sacó agua fría de la heladera. Tomó una pastilla para la presión. Luego tomó un calmante...
Sentado en el sillón se abanicaba e intentaba reponerse mientras su esposa, muy preocupada, le preguntaba" "Que té pasa" "Que té pasa"
-Eso me pasa- dijo señalando al candidato que había entrado a la casa y traía dos botellas de cerveza, una en cada mano.
-No te hagas drama, suegro, mañana vengo y le pongo autopolish...
Elvira, boquiabierta, se sentó en el sillón. Correcto sería decir que se cayó, y quedó tumbada observando al espécimen salido del circo del fin del mundo. El hombre mascaba chicle ruidosamente, con la boca abierta, sonreía y flameaba las botellas...
-Hola mamá, un gusto conocerte- se acercó para besarla y la mujer se limpió la mejilla con la mano que secó en el codo del sillón.
-Permiso ¿Eh? las guardo en la heladera...
Cuando el paquidermo regresó se quedó ahí, bajo la luz del comedor. Roberto pudo ver que en verdad era muchísimo más gordo de lo que le había parecido. Llevaba una remera y una camisa a cuadros, muy similar al mantel que Elvira acababa de tender sobre la mesa. Llevaba el pelo largo, muy largo y oscuro que le llegaba a la cintura. (Tenía las puntas quemadas y florecidas, y a simple vista le hacía falta champú) Arriba del pelo semejante a la paja, tenía una gorra en reversa, y arriba de la gorra, unos anteojos de sol. Se había dejado crecer una chiva absurda, puntiaguda, teñida de rubio, de al menos quince centímetros. Llevaba largas patillas... Aros llamativas en cada una de las orejas, collares... Pearcing en la nariz, en la ceja y en la lengua, muñequeras con tachas...
-¿No tenés un cartoncito papi? Me pierde un poco de aceite. Lo que pasa es que estaba corriendo de aceite una picada y le quemé las juntas ¿viste?- La señora de Fernández, visiblemente perturbada, fue a buscar una caja de zapatillas. El joven se dirigió al garage y cuando do, sostenido... Los padres se llevaban las manos a la cabeza, tosían, protestaban...
-¿Cómo estás mi amor? !Te extrañé!
La novia estaba ruborizada y había intentando evadirlo, pero el hombre era insistente. Parecía un oso abrazando a su víctima para matarla...
De pronto la joven sintió el olor del pollo quemado y fue a apagar el horno. Sus padres seguían clavados a los sillones, sin fuerza, si quiera, para discutir. Sacó un ala chamuscada y dispuso la comida en la fuente... Todos se sentaron a la mesa. Los Fernández parecían haber visto un fantasma. Parecían haber asistido a un velorio. No hablaban... miraban la mesa, se consternaban... Natalia estaba nerviosa e intentaba tapar todos los silencios con trivialidades, una detrás de otra... Sirvió los cuatro platos, el de su novio había acumulado una gran montaña de comida. Sirvió vino en las copas de sus padres, y había inclinado la botella en el vaso de Matías que la cortó en seco. - No, yo voy a empezar con las cervecitas que dejé en la heladera, andá, traeme una birra- dijo mientras daba una palmada en su trasero.
Roberto estalló en una crisis nerviosa. Tomó otra pastilla... Intentaba poner al joven en su lugar...
-¡No te agités, pá! Tá todo bien...
-Vamos a tener la cena en paz- dijo Elvira... Lo que pasa es que Natalia es la única hija que tenemos, la hemos criado con tanto amor... Y la verdad es que nos impresionaste bastante... Tu look, tus modales... Nosotros tenemos otras costumbres...
-Ta todo bien mami, los entiendo, pero quédense tranquilos que yo a la Naty la quiero. Conmigo va a saber lo que es bueno...
Nadie más volvió a decir palabra y el aire era cortado con el mismo cuchillo conque el hipopótamo trozaba la pechuga... Abrió la boca grande y con el primer bocado acabó con la mitad de la porción. -Hm, tá muy rico- dijo con la boca llena. Se limpió la boca con el mantel, pero la novia que estaba sentada a su diestra lo codeó y le indicó unas servilletas.
-Perdón... - Se sirvió cerveza hasta arriba y al ver que nadie amagaba con un brindis, dijo "Salud" y de un trago acabó el vaso. - Ahhh... - volvió a llenarlo y terminó con todo lo que tenía en el plato.
-Parece que tiene hambre- dijo Roberto que apenas había probado una papa. Elvira tampoco comió. Se les había cerrado el estómago.
-Lo que pasa es que Matu es de muy buen comer- Natalia le sirvió, sonrosada, e intentó otras conversaciones que no prosperaron... Cuando terminó la primer botella y el segundo plato, Matías dijo, resuelto.
-Qué calor. Me voy a sacar la camisa- Acto seguido se incorporó y dejó exhibir una remera musculosa, muy ceñida. Las aureolas pronunciadas, la panza a punto de estallar, los brazos llenos de tatuajes... En el hombro izquierdo lucía un pequeño oso de Winy Pohh. Elvira se había puesto los lentes para observarlo mejor y al detenerse en el osito, Natalia dijo: - ¿No es un dulce?
-No nos parece conveniente que Natalia siga saliendo con vos- dijo al fin Roberto con la voz más grave y más solemne de que dispuso.
-Yo a la Naty la quiero. La quiero y también la cuido. Con ella no hago picadas ni willys. Hasta le digo que se ponga el casco, pero no me da bola...
Una escena de llantos, reproches y quejas se vivió en la noche trágica de la familia Fernández. En las pausas de los retos, los padres de Natalia seguían tomando pastillas. Matías terminaba la segunda botella de cerveza y se servía el primer vaso de vino. Su novia intentaba justificarlo y volvía una y otra vez a cambiar de tema...
Un poco boleada, un poco adormecida, Elvira le preguntó cuales eran sus Intenciones, y preguntó, además, si trabajaba. La oración le salió completa, de corrido, pero con un dejo de derrota y un sabor amargo en la boca. Roberto fruncía el ceño, no dejaba de bostezar y era ganado por el sueño...
-Yo la quiero a la Naty, señora. ¡Me re-cabe!- dijo llevándose el pulgar y el índice a la pera- Natalia es un jamón del medio. Me vuelve loco. Para ella quiero lo mejor. Yo soy bueno, no le pego ni nada... Mientras ella me cocine y me planche las camisas va a estar todo bien. Yo trabajo con la moto señora, no soy ningún vago. Hago mensajería, reparto pizzas, gano apuestas con las picadas... me las rebusco bastante bien. Trato de que la Naty no escavie mucho- Interrumpió su relato cuando pudo reprimir un eructo que venía a su garganta. Solo emitió un gas por el costado de la boca- Perdón- dijo, y y volvió a servirse vino.
-¡Papá, te dormiste! lo voy a acompañar a la habitación- Fueron también con la madre, en lenta procesión, tomándose de las paredes. Matías, feliz, acabó el resto del pollo y el vino.
-¿Cómo les habré caído?- preguntó cuando volvió su novia.
-Me parece que no demasiado bien...
-¿Porqué? ¿Te dijeron algo?
-No, es una intuición... Lo que pasa es que son un poco antiguos.
-No te preocupes, ya se les va a pasar, ¿Vamos a dar una vuelta mi amor?
-Vamos...
Mientras la joven estaba en el baño, el muchacho puso entre sus ropas una botella de vino que encontró en la heladera. También atacó al postre del que comió dos porciones. Volvió a rallar el auto cuando sacó la moto, y necesitó un poco de velocidad para que el viento frío lo despabilara de la modorra del alcohol.
-Son un poco viciosos tus viejos ¿no? Altas pastillas...
Natalia no había podido escucharlo bien. Sólo se aferró con fuerza a esa panza prominente zigzagueando en la noche abierta del conurbano bonaerense...