jueves, 18 de junio de 2015




100 años no es nada Carlos Margiotta

Querida hija
Te escribo para desearte un feliz cumpleaños, aunque escribir es una vieja forma de decirlo, porque aquí el hábito se ha perdido y, como sabrás, ahora sólo basta con dictarle a la máquina y ella responde a tu voz con palabras en la pantalla como si las conociera. Cumplir 100 años no es nada, hoy la ciencia se ha desarrollado tanto que empezamos a creer en la inmortalidad.
Todavía puedo recordar perfectamente aquel 5 de enero de 1978 y el momento de tu nacimiento porque estuve presente en el parto. A pesar de los años transcurridos y de la medicación a la cual estoy sometido. Tu llanto y las imágenes se me hacen presentes en las vibraciones de mi cuerpo como una gran alegría. Ese año se jugó en nuestro país el mundial de fútbol y por eso te llamé "la mundialito", cosa que tu madre le molestaba mucho. Eran épocas oscuras del gobierno militar cuando comenzaron todas las desgracias que hoy conocemos.
Sé, por otros contactos, que estás bien de salud, así como tus hijos y tus nietos. A tus hijos los recuerdo con mucho cariño, me hicieron pasar muy buenos encuentros en tu vieja casa de Devoto y se divertían mucho con mis cuentos y bromas. Sin embargo a tus nietos siempre los sentí tan ajenos a la familia que a veces siento culpa por ello, pero bueno, vos sabés que entonces falleció tu madre y nos separaron a todos. 
Ahora, después de tanto tiempo estoy arrepentido de haber firmado el acuerdo con la Compañía de Salud Pública para llevar a cabo la experiencia de rejuvenecimiento. Me doy cuenta que fue por miedo a la vejez... mirá como terminó tu madre. A veces pienso que es mejor asumir la edad que estar todos los días sometido de un grupo de investigadores de mal carácter que se creen dueños del bien y del mal.
He solicitado en varias oportunidades volver a ejercer mi profesión, pero me la han negado, dicen que tanto el estudio de la Historia Argentina como de la Universal ya no le interesan a nadie, que además no produce riqueza, que sólo es una adicción para melancólicos y que es mejor no recordar, que lo importante es el futuro. Como te darás cuenta me han quitado una de mis pasiones, y también me han prohibido escribir ficción, otro de mis placeres, la realidad, dicen, lo que importa es la realidad, lo demás son cuentos de niños.
Mi contrato vence a fin de año y estoy pensando en no renovarlo, a veces sueño que me desconectan la batería y me siento feliz, pero la sola idea de atravesar los numerosos laberintos de la burocracia de control estatal me asusta demasiado, ya no tengo la paciencia ni tolerancia que me caracterizaron.
Desde que me han traído a este lugar de la cordillera, después de la gran inundación que sufrimos en el 2052. Recordaras que entonces a causa del descongelamiento de los hielos de la Antártida desaparecieron varias poblaciones de Buenos Aires y gran parte de parte de la pampa húmeda, empecé a no creer en el proyecto. Para colmo hace unos años quitaron todos los espejos de las habitaciones aduciendo que iban a limpiarlos y nunca más los repusieron. Sólo puedo verme a través de la pantalla de la máquina pero, como te imaginarás, dudo de la veracidad de las imágenes tomadas por la cámara y creo que no son reales, que es un engaño para no reconocer el fracaso del tratamiento.
Lamentablemente tampoco podemos vernos virtualmente como antes y compartir una conversación más cálida, aquí nos han puesto muchas restricciones por razones de presupuesto, dicen. Discúlpame que no te lo haya contado antes, pero no quería preocuparte.
Siento que he perdido las ganas de vivir y que mi ilusión de prolongar la vida se ha hecho trizas. A mis compañeros de la villa les pasa lo mismo, estamos tristes, enfermos de eternidad. Mi único deseo es volver a verte junto a tus hermanos, estar otra vez en familia y despedirme como un ser humano. Escribíme, no dejes de contestarme, los extraño.
                                                                                                                          
Tu padre

5 de enero de 2078

Griselda García



POEMAS Griselda García

No entiendo pero igual me subo
transpiro mucho pero cuando empieza a moverse
el viento me refresca lo mojado
incluso el espacio entre las tetas.
El celso ayala convierte un gol de mediocampo
mientras se precipita el orgasmar.
Temo por mi corazón
ahora que estoy rebotando tanto
nunca dejaré de hacerle caso a mi padre
ahora que está muerto.
Asisto al tornarse resbaladizo de los cuerpos,
tus humores condimentando mis pasteles.
No importa si no respiramos por un rato
así tal vez recobremos
la antigua levedad que nos caracterizaba.
Somos serios gusanos ciegos retozando en la brea
Polinízame susurrante ave de la noche
somos hijos de largos viajes
por océanos con peces de diamante.
Duerme, duerme desnudo en hotel de pasajeros
con botellas rotas en los pasillos
y besos en el cuello de comadronas contentas.
Bebemos vino de amapolas
el polen riega miradas de sonrisas sangrantes.
Debo cerrar los ojos.
La euforia inicial ha dado paso
a esta suave dispersión de la memoria
a este mar de calma superficie
y animales peligrosos debajo.
Sello los huecos de mi bote con cera tibia
arañamos la fruta pero nunca la mordemos.
Un movimiento en falso
te hace retroceder terreno enseguida
y avanzo sin dudarlo.
Cuando volvemos a movernos
los aparatos de medir están rotos.
La intuición guiará almas en vastas extensiones de agua salada.
de Alucinaciones en la Alfalfa (2000)
. . . . .
Hay en estas hondonadas de Eurasia
una nube de insectos que dicen ser mis amigos
los últimos rayos inundan los ojos
y el placer hace arquear la espalda
las larvas me nombran su esclava
y un pequeñísimo ángel exterminador
se sienta a mi lado
con alambres de púas en lugar de ojos
y certeras formas de causar dolor.
. . . . .
La tarde cae sobre los restos del té
los chinos de las tazas
se escaparon
dejándonos a nosotras
las mujeres
sus pequeñas moradas blancas
para lavar.
de El Arte de Caer (Alicia Gallegos Editora,2001)

Nora Azul del Rosario Akimenco



2 cuentos   
Nora Azul del Rosario Akimenco
                                                   
El hombre que sabía demasiado

En su larga y apacible vida, ese hombre había leído de todo. Sabía de medicina, sobre la enfermedad y sus causas. Horas y horas pasó indagando a grandes filósofos como Aristóteles, Platón, Sócrates. De cada lectura, le quedaba un fragmento que incorporaba en su personalidad. También le agrada la física, las matemáticas y la química.
Estudió, además, el lenguaje de los símbolos, con una destreza inigualable. Le encantaba descifrar los mensajes ocultos de los jeroglíficos de los egipcios.
Inspeccionaba cómo las flores podían abrirse en la primavera, disimuladas por debajo de las semillas.
Le agradaba, además, dialogar con colegas y aprehender su magia. Iba comiéndose las letras con mucho apetito.
Sabía de los rituales ofrendados a los dioses, de la esencia de la mujer y su tibieza al convertirse en madre. Tenía en claro el rol del varón en su calidad de estar presente frente a la adversidad y su gran espíritu de lucha.
Después de mucho andar, por los caminos de la humanidad, una noche, bebiendo un vaso de licor, se dispuso a descansar. Había trabajado mucho.
En ese estado de relajación y de quietud, vio la luna despegar por el cielo oscuro con tanta lujuria, que se entregó a los brazos de Morfeo, y así sin saber demasiado, se dejó llevar por las fantasías y aprendió a soñar.
                                                                   *  *  *
Al preguntarle cuál era su trabajo, me dijo que era vendedor ambulante, de panes, churros y pancitos con chicharrones. Le Dije -un poco incómoda- que en el Zonal me habían dicho que “cartoneaba”. Me contestó con sus ojos mirando hacia el piso, que lo hacía cuando no tenía qué vender. Un sudor frío recorrió mi espalda, sentí en un acto involuntario, cómo su vergüenza se apoderaba de mi cuerpo. Mis manos, con las uñas pintadas y sin callos, comenzaron a vibrar. Estaba inundada del pudor de ese señor apesadumbrado y más ennegrecido por su confesión. Me sentí salvaje y atropelladora, intenté normalizar mi situación de desventaja. Le esbocé una sonrisa lo más tierna y sincera que pude. Estaba avergonzada por tanta crueldad.

El misterio de la alfombra 

En un diario matutino apareció una noticia sorprendente.
Se busca alfombra perdida. Su nombre: mágica. Al que pueda encontrarla será gratificado con una valiosa recompensa. Remitir información a esta dirección, ciudad de las diagonales calle del silencio entre los tilos y los jacarandás. Mantener máxima discreción.
Intrigada por el aviso me puse a investigar de inmediato. Llamé por teléfono a la persona que había realizado la solicitud y me dio detalles de su objeto perdido y/o robado.
Con voz deformada para que no la reconociera me dijo que esa moqueta había sido su testigo durante tantos años de pasión jugando a las escondidas. Entre llamadas en clave y mensajitos de texto, ella la alfombra había sostenido sus ardientes encuentros con su don Juan. Era suave, no muy limpia pero sí mullida, por lo cual las escenas de amor se desarrollaban con gran habilidad y maestría.
Luego agregó casi llorando, que de no encontrar su tan codiciado fetiche, tendría que ir a visitar a un traumatólogo, porque le dolían todas las coyunturas, que los años no venían solos, que no quería quedar en silla de ruedas y qué explicación le iba a dar a sus familiares y amigos.
Me quedé en silencio, intentando darle una pista, un consuelo, no conocía el paradero de su objeto perdido. Sólo tenía una explicación sobre la desaparición del valorado tapiz: habría volado Al país del nunca jamás.
Moraleja: “si han de disfrutar a escondidas, que les duelan los huesos”. Párrafo extraído del Manual del matrimonio perfecto, capitulo 3 Saber inconsciente de alguna parte engañada.

Marta Becker



                            TENGO MIEDO  
Marta Becker

Tengo miedo. En la casa de papá siempre tengo miedo. Y Puky también. Lo abrazo y le digo –no tengas miedo, yo te cuido- pero ¿a mi quién me cuida? Papá, se supone, pero él está en el otro cuarto, con la tele, y acá en el mío pasa una luz por la persiana y hace sombras en la pared que me asustan. En la casa de mamá no tengo miedo, mamá está al lado mío, me agarra de la mano y me canta hasta que me duermo. Pero mamá me habla mal de papá y papá me habla mal de mamá, entonces ¿por qué nací yo si están tan enojados entre ellos? ¿no pensaron antes de hacerme, de traerme al mundo? Yo voy a la casa de mis compañeros del cole y veo a todos reunidos a la hora de comer, los padres y los hermanos… bueno, no en todas las casas, alguna es como la mía, pero ahí no quiero ir… quiero estar con toda una familia, completa… y hoy me faltó un par de medias blancas en la casa de papá y tuve que ir a la escuela sin medias, qué lío esto de tener dos casas, siempre me falta algo que está en el otro lado… y eso también es motivo de discusión entre mamá y papá… que no trajiste, que no llevaste… casi casi tendría que tener doble de todo así no se pelean. Por suerte no me olvido nunca de Puky, que no se queja de ir de allá para acá siempre y cuando yo lo lleve conmigo, por supuesto. Hoy papá me presentó una amiga, una mujer joven y linda pero no tan linda como mamá, no sé por qué la eligió, y entonces me mandó a dormir más temprano. Yo me enojé y me puse a llorar, pero papá no me hizo caso y me mandó igual a mi cuarto. Es malo papá. Aunque un día mamá también trajo a un amigo, pero él era bueno, me leyó un cuento, me preguntó cosas, me hizo algunos trucos de magia y sacó un chocolate de la manga de su saco. Recién después mamá me mandó a dormir, porque era tarde. Y no lloré, no, sólo me llevé a Puky y los dos les dijimos buenas noches… porque sí, era tarde y ya tenía sueño. Y ahora estoy en la pieza de la casa de papá, lo escucho reírse con su nueva amiga ¿por qué la prefiere a ella y no a mí? ¿por qué no se ríe así con mamá? Es malo papá, y tengo miedo y lloro despacito, para que no me escuchen, y muevo los brazos para espantar las sombras de la pared, que no se van. Por suerte mañana voy a estar con mamá. Ay, empezó a llover y hay truenos y relámpagos que iluminan la habitación y las sombras se mueven y tengo mucho mucho miedo. Llamo a papá pero no me escucha. Me levanto con Puky en los brazos y quiero salir pero la puerta está cerrada con llave. Malo mi papá que me encerró. Vuelvo a la cama y me acurruco, me tapo hasta la cabeza con la colcha y ahí sí que lloro fuerte, total, nadie me va a oír. Llamo a mamá hasta que me canso y me duermo. Sueño con un señor alto, lindo, simpático, que abraza a una señora también linda, sonriente. Yo estoy en el medio y en un momento los dos me abrazan y me besan muchas veces. Un rayo me despierta y el sueño se va. Mamá, esperame  que mañana duermo con vos y no voy a tener miedo…

Raúl Samartín



Quiero saber la verdad   
Raúl Samartín

Estoy mirando el cielo, a través de mi pequeño jardín vidriado, disfrutando de un esplendido amanecer luminoso que invita a hacer planes. Los gorriones me brindan su acostumbrada serenata alegre y bochinchera mientras arman sus nidos en los huecos que ofrece una vieja pared vecina. Puedo contemplar que todas sus necesidades se basan en los dictados de sus instintos, no necesitan nada más. En cambio los humanos hemos perdido nuestra naturaleza, poco o nada queda de nuestros instintos. Lo humano está cada vez más sujeto a lo externo, somos dependientes de lo que no tenemos, queremos poseerlo sin plantearnos si lo necesitamos. En cambio, la verdadera naturaleza continúa su evolución manteniendo una esencia base que se distingue por estar exenta de maldad-
Soy Jorge Linch, señor Linch como suelen llamarme mis clientes leyendo la tarjeta que sostienen en su mano durante las entrevistas. En los papeles soy un experto en Relaciones Humanas y en la práctica simplemente un investigador privado que, cada vez que escribo mi informe semanal sobre los diferentes casos, me sigo sorprendiendo por las conductas observables en la “naturaleza humana”.
Irene, ejecutiva de 45 años y muy buena figura, llegó a mi oficina quince minutos antes de lo acordado, dio dos golpes enérgicos en la puerta y entró sin esperar contestación tomando asiento y mirándome fijo a los ojos.
-Hola, soy Irene y quiero saber la verdad, toda la verdad, estoy harta y cansada de que me mientan. Quiero saber si vale la pena seguir representando un papel de esposa que posiblemente me esté robando la posibilidad de ser feliz. Creo que mi esposo me engaña-
-¿Usted ha hablado del tema con su marido?-
-¿Hablar, usted en qué mundo vive, por qué piensa que lo contraté? Somos un matrimonio en el que ambos trabajamos duro para conseguir lo que queríamos. Hoy vivimos sosteniendo nuestra realidad, apuntalándola con mentiras creíbles, que fuimos aceptando con silencios de bronca y resignación, y que con el tiempo reclamaron venganza-
-¿Y que pretende con mis servicios?-
-Según mi abogado tener mejores pruebas que mi marido, para la negociación en el juicio de divorcio, nada más, el tiempo de las palabras ya paso, las venganzas consumadas ocuparon su lugar-
Raquel, secretaria de 23 años con unos ojos y un cuerpo infartante, esperó que la anunciara mi secretaria para luego entrar con paso firme, aguardando mi invitación para tomar asiento. Su intención de parecer mayor ante mí, llevando anteojos y el pelo recogido, solo conseguía realzar sus encantos.
-Señor Linch, antes de hablar quisiera saber si la conversación será grabada-
-No señorita, está prohibido salvo expresa voluntad del cliente-
-Perfecto, yo no apruebo que se grabe nada de lo que voy a contarle. Yo estoy viviendo una relación con mi jefe, una persona mayor, casado y de muy buena posición económica y social. El otro día vino a verme una mujer que se presentó como su esposa, sin más me ofreció compensarme con una buena suma si colaboraba con ella para desenmascarar la infidelidad. Me aclaró que sabía que los bienes que su marido me había obsequiado estaban a mi nombre y que no pensaba reclamarlos en su demanda, certificándolo además por escrito. Acepté, porque era eso o caer junto con él, con el riesgo de perderlo todo. Y, como tengo pruebas de que ella también vive haciéndole los cuernos, quiero que usted certifique su conducta con una investigación para que no intente traicionarme como al marido-
Julio, un joven abogado de 34 años para el cual suelo trabajar en averiguaciones, vino a verme de urgencia. Entró nervioso y con semblante preocupado, colgó su saco y se tiró en uno de los sofás.
-Jorge, se pudrió todo, vos siempre decís que si no hubiera sexo y dinero los abogados y los investigadores desapareceríamos, pues yo estoy a punto de desaparecer por ambas cosas. El sábado me levanté una mina espectacular, me recontra calentó y en menos de lo que canta un gallo estábamos cogiendo como dos locos.  La dejé en su casa y por suerte cuando llegué a mi departamento Nelly ya estaba dormida, así que safé. Pero a la mañana siguiente, en mi oficina, me esperaban dos tipos que se presentaron como padre y abogado de una menor que alegaba abuso sexual de mi parte. Tienen fotos y detalles que me comprometen, a cambio de su silencio y la entrega de las pruebas piden guita, bastante guita. O me ayudas a salir de esta o estoy frito social y profesionalmente-
-Bueno, que pelotudo, en flor de lio te metiste ¿Cuando vas a dejar de pensar con la cabeza de abajo? Dejame hablar con nuestros contactos en la Federal para ver si son una organización o solo se trata de chantajistas aventajados, dilatá la respuesta, yo te llamo-

Luisa, una muchacha de contextura robusta, de 35 años, y un temperamento bastante sanguíneo entró a mi oficina lanzando una pregunta.

-Señor Linch ¿usted cree en la felicidad? Habrá alguien realmente feliz o la felicidad solo es un ideal cargado de fantasías. Se lo pregunto por qué fui traicionada por el hombre que supuse me amaba y acaba de traicionarme con mi mejor amiga durante meses, y yo de florcitas sin enterarme-.

-Sí, aunque pienso que es un sentimiento bastante difícil de explicar, creo en la felicidad. ¿Porqué lo pregunta?-

-Entonces tiene que ayudarme a consumar mi venganza, necesito que me ponga en contacto con un sicario, quiero que mueran los dos, sufriendo, eligiendo el peor tormento posible que me ofrezcan. Por el dinero no hay problema para mí todo dejo de tener importancia-

-Mire señorita, haré de cuenta que nuestra conversación nunca tuvo lugar, sino tendría la obligación de denunciarla, no pretendo juzgarla ni emitir un juicio de valor, pero le pido que lleve sus ansias de venganza a otros lugares más apropiados para esos fines-

-Bueno, no es lo que me esperaba, siendo una persona recomendada por alguien de su confianza, creo que me veré obligada a contratar la muerte de tres personas, hasta pronto-

Celeste, una mujer jubilada de 68 años que todavía mantiene su encanto, pidió cita para un sábado explicando que los días hábiles eran propiedad de sus nietos e hijos.

-Señor Linch, quiero poner mis deseos y sentimientos en sus manos y para eso necesito ser franca aunque a veces suene grosera. Como mujer ya he vivido casi todo lo que quería, deseaba y hasta temía. Recuerdo perfectamente casi todas las estupideces y aciertos que me obligaron a crecer. Conocí  el pudor, el deseo, el desenfreno, lo oscuro, lo prohibido, lo que creía bueno y fue una mierda así como lo que parecía malo y resulto ser el paraíso, los sentimientos pasaron por mi corazón y se sirvieron de mi cuerpo con voluptuosidad. Nunca supe lo que era sentir miedo así que pude vivir y disfrutar sin reproches ni culpas. Ahora vuelvo a sentir afecto por un hombre, y conocí el miedo. Yo, que todavía disfruto del sexo me conformo con lo que este hombre ya me brinda, compañía y afecto, en forma de buen trato, respeto y caricias que saben como el mejor de los placeres ya vividos. Señor Linch, quiero que vea al hombre que me ofrece su amor bajo la óptica de sus ojos de hombre, porque los míos se niegan a encontrar algo malo. Solo dígame si es una buena persona con eso me alcanza-

Serena, una dama de compañía de 27 años que comenzó como prostituta, siempre ocupa el último turno de la semana. Con ella me une una relación difícil de definir pero satisfactoria para ambos. Ella acostumbra a leerme mis resúmenes semanales y los analiza quitándoles gravedad y dramatismo. Su claridad de conceptos humaniza los hechos. Y yo, en compensación, realizo investigaciones sobre sus clientes.

-Hola George, como fue esta semana-

-Normal, aquí está el informe, leelo mientras te preparo un café-

-Pero carajo, será posible, nunca aceptarán que toda la gente miente, cuánta razón tenía el que escribió que entendía a los que mienten pero que le costaba entender a los que siempre dicen la verdad-

-Si nena, tenés razón, todo el mundo vive interactuando en distintos círculos sociales, donde familia, trabajo y ocio se mezclan formando algo heterogéneo, cómo mierda hacemos para que las obligaciones y compromisos sean en un clima sincero y transparente. No me jodan, es imposible-

-Parece como si la gente se olvidara que de pequeños para safar de una paliza era más segura la mentira que la verdad. Hasta en la familia se enseña a mentir con el ejemplo-

-Hay un ranking según el comportamiento frente a un problema,  primero están las personas que encaran todo llorando, estos no mienten, en segundo lugar siguen los que se hacen los boludos, son los callados que no saben ni mentir, en tercer lugar existe un grupo de personas, entre las que se destacan ustedes las prostis, que saben hacer cesáreas cuando los partos vienen de culo, mienten si es necesario, y por último están los desalmados que se cagan en todo, estos mienten a destajo, y no les va nada mal-

María A. Escobar



                                    LLUVIA   María A. Escobar

Desde  anoche que está lloviendo. Una lluvia lenta, pertinaz y ahora que son las cinco de la tarde, el agua no ha cesado de caer. Uno podría pensar que, como en ese bello poema de González Tuñón “la lluvia es hermosa y es triste”. Yo creo que es triste, porque es domingo, que también, a veces, es triste aunque no llueva. Sobre todo cuando el sol comienza a declinar y una franja de luz, por el occidente, indica el lento descenso del sol.
Miro por la ventana. A veces es mejor que atontarse con el televisor.  Casi no pasa gente. Solo alguno que otro encasquetado en un paraguas, apresurado como si quisiera ganarle a la lluvia.. Por un buen rato la calle queda desierta. Podría separarme de la ventana e intentar escribir un cuento, un cuento en donde un hombre, escudado en su negro paraguas camina de prisa porque ha cometido un crimen. Qué crimen no importa, todos, alguna vez, hemos cometido un crimen aunque no hayamos matado a nadie. Pero ahora no, no escribiré ningún cuento.
Ahora pasa, por enfrente, una viejecita. Lleva cartera y paraguas. De repente patina y cae. Queda sentada en la vereda.  Espero que alguien pase y la levante (este es mi pequeño crimen). Un hombre sale de una casa y la socorre. Las ancianas no deberían salir en los días de lluvia. Siempre se caen y se asustan mucho, son frágiles.
Los plátanos están dichosos. Puro fulgor bajo el agua. Llegará la noche y la lluvia que no cesa. Suena el teléfono. Alguien, alguien con quien hablar, ¿tal vez mi hermana…?  No, número equivocado.  Quisiera hablar con René. Por suerte no soy ciega. Podría escribir un cuento. Pero no, hoy no.  “¿la lluvia es hermosa y es triste?”, cierto Raúl, pero ahora que se acerca la noche, su belleza queda ensombrecida, como un negro paraguas que nos ocultara la belleza del mundo.

Juana Schuster



No lo supo  Juana Schuster
De pronto sentí calor, como si el clima exterior hubiese atravesado abruptamente las paredes de mi departamento
 Era la voz de Darío. Lo reconocí sin verlo. Deposité el auricular en su lugar, con un pánico súbito.
 Hacia veintitrés años que no nos veíamos. Yo había abandonado el hogar, fastidiada de su carácter autoritario.
 Me  visualicé cuando le decía que quería aprender inglés en las  Academias Pitman.
 - No hace falta. Si solo hablas conmigo.
 Quiero teñirme el pelo.
 - Una mujer decente no se pinta el cabello. A parte, ¿Dónde vas?
 ¿Quién te ve a aparte del panadero o el carnicero?
 - ¿Por qué sos tan egoísta?
 Nunca te ha faltado el plato de comida. No trabajás.
 Te dedicás a la casa. ¿Qué te falta?
 Era inútil decirle de todo lo que adolescía. Deseaba aprender a conducir, hacer cursos de pintura, cambiar mi aspecto personal, tener amigos.
 Nunca puse en duda su amor. Pero Darío era una persona rústica que repetía la historia de su padre.
 Mi suegra había llevado una vida yerma.
 Su voz no tenía cabida. Su casamiento fue el resultado de un matrimonio impuesto. A los 20 años, su familia consideró que era inapropiado que siguiera soltera.
 Hasta que me fagocitaron los días de los almanaques iguales.
 Conocí a un hombre menor que yo, en una fiesta familiar.
 Me dio su número de teléfono cuando nadie lo notó. Era un ser dulce y contenedor. Comenzamos a salir. Me alentaba a estudiar. Se dedicaba a la fotografía periodística. Tomé la decisión y fuimos a vivir juntos.
 Me consiguió un empleo en su lugar de trabajo, la vida se desarrollaba en armonía.
 Cuando viajaba para cubrir visualmente una nota, me llamaba con frecuencia.
 Fui feliz con él. Debo confesar que extrañaba a Darío. El ser humano es impredecible. ¿Qué coordenadas nos manejan?
 Julián murió en un  accidente automovilístico cuando volvía de la costa. Estuvo cuatro días en agonía. Rezaba en la capilla del hospital. Supuse que me volvería loca. Me dediqué a mi empleo hasta que sucedió lo de la llamada.
 Se produjo un corto circuito en mí. Las compañeras me decían que no tenía un argumento persuasivo pero que me disculpe.
 ¿Cómo había vivido mi ausencia?
 Algo me impulsó a manejar la idea de visitar a Darío.
 La casa estaba exactamente igual. Aún resaltaba la planta de Aloe Vera en el jardín. Se usaba cada vez que nos lastimábamos.
 No había candado. La entrada fue fácil.
 Camine por el sendero del costado, hasta llegar al patio. Nada había cambiado. Las paredes descascaradas, las dos sillas de hierro, hechas por él con la soldadura.
 Lo vi. Pensé que de mi boca iba a salir un torrente de palabras, mas no fue así. El llanto me impedía expresarme.
 Miré las sogas. No había ropa femenina.
 Mi nerviosismo invadía el cerebro, bloqueando mis razones y argumentos.
 Había tanta humedad ese día que casi notaba la fricción del aire contra la piel de mis brazos.
 ¡Qué blanco su pelo! ¡Qué gruesos los vidrios de sus lentes!
 Lo veía todo a través  de mis lágrimas, como si fuese una instantánea fuera de foco.
 Me sostuve tomándome de la columna, que fue testigo de mis quejas.
 ¿Qué me impidió abrazarlo si quería hacerlo? No lo sé. Me fui lentamente. Me introduje en el coche y me alejé a pesar de mi estado.
 Darío, seguramente, seguiría durmiendo, con el mentón apoyado en el pecho.


Liliana Marengo



                   Los resignados   
 Liliana Marengo                         

Me he detenido a mirarte y te encontrado un poco viejo. Viejo, en la medida en que te cuesta acomodarte a las nuevas circunstancias. Estar viejo es no animarte a levantar el barrilete por falta de viento, o a desmoralizarte por dos gotas de lluvia. Me he quedado escuchándote y tus silencios caen por huecos desde donde no vuelven, como una pesadilla que lejos de olvidarse se intensifica, cada vez que vas dejando de lado tus proyectos, aún antes de ponerlos en marcha. Todo o casi todo te molesta. Traigo flores, cambio los muebles de lugar, y es como una trompada al orden que te instala en una seguridad mal entendida. He atribuido tu desesperanza a la falta de colores. Atribuyo a tus negros y a tus grises, ese vacío existencial que se presenta a la hora de pensar el mundo y que desvalija tu deseo de poner en juego los últimos cartuchos para hacer algo que por adelantado das por perdido. Estamos quietos al borde de una desidia en la que pasamos horas. Nada es imprevisto.
¿No tienes fuerzas? El estudiante universitario que se levantaba contra las murallas y las atravesaba, el Profesor que reñía convencido contra los molinos de viento, se ha quedado sentado mirando un noticiero, y tus escritos que antes conmovían a un grupo reducido pero selecto, se han vuelto tediosos. Hasta el papel en blanco, que ayer se te presentaba como una promesa, ahora se ha vuelto un obstáculo. Todo te incomoda. Miras el reloj cada segundo, y cumples con tus acostumbrados cometidos, como el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena. Son las cosas que se repiten las que nos resguardan de alguna manera. Pasa un minuto y observas inflexible los horarios antes innecesarios, porque la vida se hacía a la medida de nuestras pasiones.
Yo hago lo imposible por desbaratar tu guarida, porque es probable que si me dejo llevar por tu sentido, envejezca. Invito a gente joven y emprendedora a casa para que te renueve, te incomoda. Me río, y mi carcajada es desoída por el designio de tu pena, que hace de la felicidad una frivolidad sin sentido.
Estás triste. ¿La lucha está perdida? Un desencanto. Tus ojos, que antes fabricaban puentes con los míos, se dejan y observas un punto fijo por donde seguramente te pasa la película de esos años en que aún creíamos.
Tal vez, los culpables hayamos sido nosotros. De todas maneras intento como puedo traerte hasta mis brazos y te aprieto recordándote el vínculo, que nos salvó de la guerra.
Me cuesta hacerme cargo. Es cierto, algo de mí se va secando. Ya no pinto. Las murallas que me separan de la vida son cada vez más altas. Hay noches que me pongo a escalarlas con mi pensamiento y al otro día desisto. Me ahogo, no encuentro refugio. La casa que antes lo era, me resulta sórdida. Mis amigas las de siempre me han ido dejando.
Reconozco mi desaliento.
La música que ya no escucho. Todo es ruido. Bajo el volumen cuando antes lo subía. No canto. Antes bailaba.
Recuerdo cuando llegabas de improviso y me pescabas dando vueltas. Corríamos las sillas y la mesa y danzábamos en la cocina.
Me veo en el espejo y estoy ajada. Marchita, sin perfume. ¿Asusto? Unas ojeras despilfarran malos augurios y lo que se necesita es color. No quiero entregarme pero me entrego vaya a saber por qué las fuerzas se van agotando.
Los chicos hacen cada vez más su vida, y menos la nuestra. Cuando pasan están cada vez menos tiempo. Seguramente huyen de este lugar porque permanecemos callados. Nuestras conversaciones aliadas a las desgracias y a los infortunios provocan espanto.
Huimos de la calle porque se la agarran con los viejos. Dejamos de caminar porque buscamos excusas.
Tengo mi parte.
No sé si vamos a salir algún día. Probablemente estemos envejeciendo y no quiero darme cuenta.
Probablemente el tren nos haya dejado abandonados en el andén y sin recursos.
Reniego, pero también me abstengo.
No creo que seas feliz aunque me quieras.
Hemos tenido muchas oportunidades y nunca nos hemos ido. No creo que sea cobardía, pero tampoco es sano rondar por la casa y no encontrarnos.
Me imagino así eternamente, sin salida. Me resigno. ¿Te resignas? ¿Por qué lloro? Tengo miedo.
Tengo mucho miedo.
Los resignados.

Negro Hernández



La suerte es mujer  
Negro Hernández

Estábamos en el Tres Amigos, el café de siempre, en medio de una partida de truco con Jorge, Sandoval y Oliverio, cuando el Mirón tiró la idea: ¿Qué tal si le hacemos un asado al Gordo para festejar su jubilación anticipada?
Sandoval contestó inmediatamente: -Me parece fenómeno, contá conmigo para ser el asador, mientras mezclaba las cartas para el segundo chico. 
-Si la hacemos un viernes por la noche puedo venir porque tengo guardia en el hospital el jueves, agregó Jorge, levantando un vaso de cerveza como diciendo ¡Salud! con el gesto.
Yo me demoré en contestar porque pensaba en la partida de truco que hacía un tiempo que no podíamos ganar y quería, de una vez por todas, romper con la racha. Esperé recibir las tres barajas, las orejeé, y lo miré a Oliviero, mi compañero, para que me pasara una seña... un tres.
-¡Venga! Dijo, y tiró el cinco de copas.
-Estoy de acuerdo, es una gran idea, yo me ocupo de avisarle al Gordo, contesté. Después arreglamos quien compra la carne y las achuras. También en la iniciativa de la propuesta me habían ganado.
-Podríamos hacerlo en el patio del fondo del café, dijo Jorge mientras jugaba un caballo de espada.
-¡Envido!
-¡Quiero!
-Veintiocho
-Son buenas
-Antes tenemos que pedirle permiso al Gallego para que nos preste el boliche.
En la tarde soleada de Barracas las pibas que caminaban por la esquina me distrajeron del juego un rato hasta que una morocha espectacular con el pelo enrulado hasta la cintura entró en el café y se acercó a una mesa contigua con unos papeles en la mano. Se sentó frente a un tipo muy parecido a ella (es la hija, pensé), y se pusieron a charlar. Mi discreción se perdió entre las voces del truco y los ojos de la muchacha que parecían dos uvas color miel.
-¡Jugá Negro! dijo Oliviero.
-Y distraído grité ¡Truco!
-¡Quiero! dijo Sandoval. 
-¡Retruco! Volví a gritar
-¡Quiero vale cuatro!
-¡Quiero! Dije.
Sandoval puso el siete de oro, y yo jugué el as de bastos.
Cambió la suerte, pensé. Esa morocha me cambió la suerte. Como se la cambió al Gordo, el día que le ofrecieron en el banco donde trabaja, el retiro voluntario a cambio de toco de guita y seguir cobrando un sueldo hasta el momento de jubilarse. Fue justo un mes antes que se desplomaran los valores de las bolsas de comercio internacionales y los titulares de los diarios anunciaran una recesión mundial.
No hay nada que hacer, pensé, las bolsas, la recesión, la jubilación, la suerte son femeninas.
-¡Grande, Negro que lo tenemos!
Las palabras de Oliverio me volvieron a la realidad. El segundo chico estaba casi ganado, pero faltaba el bueno. Sin embargo el interés por la partida se había desvanecido entre los ojos de aquella mujer y su cabellera negra y enrulada. Me moría de ganas por encender un cigarrillo para controlar mi ansiedad y me incorporé de la silla para estirar las piernas. Lo llamé al Gordo desde mi celular para comentarle lo del asado mientras me acercaba a la mesa donde estaba ella y no pude dejar de mirarla hasta que el hombre que charlaba con la muchacha de dio cuenta. Tan evidente eran mis intenciones que tuve que volver sobre mis pasos sin que ella se diera cuanta de mi presencia. Entonces me acerqué al mostrador para preguntarle al Gallego, que estaba preparando una picada sobre una tabla y había acomodado unos balones sobre la bandeja.
-Gallego ¿hay algún problema para hacer una reunión el próximo viernes, mejor dicho un asadito en el fondo para festejar la jubilación del Gordo?
-Ninguno.
-Mirá que van a venir como cincuenta personas.
-Mejor, así cerramos el boliche y listo.
Volví a la mesa y detrás de mí el Gallego con la picada y la cerveza. -Ya arreglé lo del viernes y hablé con el Gordo, dije.
-Desde que se mudo a Belgrano se ha vuelto medio tilingo, hay que llamarlo a cada rato para que venga, dijo Jorge, mientras mezclaba las cartas para empezar el bueno.
En eso la belleza y el señor se levantaron y ella lo tomó del brazo, después subieron a un auto lujoso y se marcharon.
-¿La conocés? Me preguntó el Mirón.
-No, es la primera vez que la veo.
-Anda siempre por Palermo con algún viejito con plata, dijo.
El corazón se me partió en dos, como cuando me enteré que los reyes magos eran los padres.
-Negro, te toca repartir.
(La puta madre que los paríó, dije para mis adentros)
Y seguimos el truco. Yo totalmente distraído y sin ganas de nada. Un minuto después entró Marta al café y me miró con bronca porque sabía que debo cuidarme del colesterol y respetar la dieta. Pero no le contesté a su mirada cuestionadora, y al verme ocupado pidió una gaseosa en la barra como para esperarme.
Mi mujer tiene la mala costumbre de invadir mi territorio cada tanto, sobre todo cuando intuye que me estoy mandando alguna macana, pero esta vez me trajo suerte y ganamos el partido.

María Alicia del Rosario Gómez de Balbuena



                    ¿Cómo no buscar a Jesús? 
                 María Alicia del Rosario Gómez de Balbuena

Hacía mucho tiempo que ya nada lograba emocionarme, hasta ese día.
Caminaba descalza por las arenas blandas de aquella orilla correntina -mezcla de tierra y ladrillo picado- mientras desataba recuerdos y cansancios  apilados en algún rincón del corazón, tratando de encontrar la magia de una sonrisa que lavara las heridas del alma, cuando el horizonte me devolvió otra imagen: La de un pequeño que jugaba más allá...
Acerqué mis pasos hasta él, que ni siquiera los advirtió –o al menos eso me pareció- y me acuclillé a su lado. Los dos mirando al frente. Los dos atrapando las luces que cabalgaban en la cresta de las aguas, cedidas por la redonda luna del Taragüi... Ambos en silencio por bastante tiempo.
De pronto sentí necesidad de saber y hablé, aún mirando las aguas que ya me devolvían  luces y sombras… -¿De dónde sos  amiguito?-
-No tengo amigos yo- , me respondió con voz transparente, casi vacía. Vengo a buscarlo
-¿Al río? ¿A  estas horas y solo?
-Sí. A estas horas porque después voy a trabajar. Debo cuidar a mi hermanito más chico. Nació hace poco- Ahora duerme.
Miré sus pocos años y se me arrugó el alma. Nuestra realidad era ésa. ¿De qué podía asombrarme? Ahora era trabajo lo que antes vivíamos con naturalidad, dentro de un profundo amor familiar, casi sin notarlo, sólo sintiéndolo…
-¿Qué buscás aquí? Está próxima la Navidad. La gente está en sus casas o buscando regalos por las calles
-Ya te dije: Un amigo
-….
Ante mi desconcierto, se arrodilló en la orilla mojada y juntando sus manitos habló mirando el río…
“Sé que estás ahí .Hoy te vine a buscar porque quiero tener un amigo, pero no sé cuándo podré venir otra vez.  Acordate de mí esta noche. Y si podés, vení a mi casita mañana- Te quiero mucho. Chau…” Y haciendo una mueca se secó una lágrima mocosa mientras agitaba sus dos manitos despidiéndose. Pero se quedó en silencio mirando el agua, como pensando…O soñando.
-¿ Podés decirme a quién le hablabas? –dije interrumpiendo el momento
-A Jesús. Quiero tener un amigo-
-Podés tener dos esta noche, si querés, le dije emocionada.
-Recién entonces me miró y  vi que sus ojos tenían un reflejo de asombro.
-No sé dónde está el otro…
”Aquí “-- Vamos a tu casita--…Y comencé a caminar junto a él
Llegamos al poco rato, los dos en silencio, después de caminar juntos un buen trecho por terrenos difíciles. Se quedó en la puerta de una casilla de madera, pero no me invitó a entrar. Sólo me miró- como si quisiera encontrar en mí alguna impresión- y dijo:
-Bueno doña, ya llegamos, pero no puede entrar, todo está muy sucio ahí.
-“Eso no importa, dejáme pasar un ratito”, y le di la mano agachándome hasta atravesar la portadita de madera. Pero al entrar no encontré a nadie…Sólo algunas ropas sucias tiradas, un balde a medio llenar, un perrito durmiendo y  muchas moscas, nada más…
-¿Y tu hermanito?
-Ahora duerme. Lo llevó la vecina mientras yo iba a juntar agua, pero me escapé un ratito…
-¿Y tu mamá?
-No tengo mamá. “Se fue al cielo cuando nació mi hermanito. Por eso le fui a decir a Jesús que quiero ser su amigo y que venga a mi casita mañana, le quiero pedir que me traiga una”.
… Sentí que ya la había encontrado. Y que todo el cansancio apilado en mi alma  se quedó, transformado, cabrilleando sobre las olas de mi río Paraná…
“Anahí”