CANDELA
Jenara
García Martín
Cuando
la noche llega, el Dr.Julián, respirando el último aire puro de esa hora, llena
sus pulmones, contempla el cielo diáfano y estrellado desde el umbral de la
puerta del Puesto Sanitario, allá arriba en los cerros. Lugar alejado más de
l00 kms. del poblado más cercano y apoya
su cabeza de cabellos castaños obscuros, sobre la almohada, esperando que
llegue el nuevo día.
-El
Dr.Julián es el médico rural y está a cargo del Puesto Sanitario de la zona,
juntamente con un enfermero que atienden un circuito a los alrededores del
Puesto de más de 200 km.
Donde está instalado el Puesto Sanitario, es un lugar de paisajes bellísimos,
hermosa vegetación de tonos y aromas indescriptibles por su variedad, podríamos
musicalmente reproducir “Primavera y Verano de Vivaldi” trayendo a la mente la
variedad de colores y los dorados de las hojas de la “Sinfonía Otoñal”. Mas el
trabajo del Dr. Julián no se podía detener en hacer comparaciones poéticas con
los colores que cada día descubría. Los azules y los fusias eran sus
preferidos.
Se
tenía que levantar al amanecer para recorrer
los lugares más inhóspitos de la zona, y con vehículo “atracción a
sangre” pues la ambulancia podía llegar sólo hasta el Puesto Sanitario. A veces volvía cuando ya caía la noche.
Dependía de la cantidad de enfermos que debía de atender en su recorrido. Ese
día, para el Dr., iba a quedar marcado en su vida. No sería un día cualquiera del
almanaque. El enfermero ya le tenía preparado el caballo. El lucero del
amanecer ya se había escondido. El cielo aún estrellado era de un azul oscuro pero con alguna nube que se movían
como si fueran blancas olas.
-Máximo–
le dijo al enfermero-, te recuerdo tengas siempre las vacunas protegidas con el
agua a baja temperatura y resguardadas del sol. Hoy se va a hacer presente con todas sus fuerzas. Creo podré volver al
mediodía pues como no tengo pacientes con complicaciones de salud, no es mucho
el recorrido que tengo que hacer. Espero que no cambie nada en lo que acabo de
expresar.
Esas
comparaciones le hacían cambiar de paisaje. Continuó subiendo la loma que le llevaría
a su destino, azuzando al caballo bayo, con los pies.
Su
pensamiento iba ocupado en una joven que tenía su precaria vivienda al
resguardo de los cerros a más de 30
km. Cuidaba cabras acompañada por su madre y hacía unos
20 días había dado a luz una bebita y no había regresado al Puesto Sanitario
para los controles de rutina....y tampoco la habían vuelto a ver los pobladores
más cercanos. Iba directo a ese ranchito, donde sólo se podía llegar a caballo.
Alli amanecía más temprano Las techumbres de los ranchos aparecían como rociados con sangre, pero de color
intenso. Los rayos solares estaban más cerca que abajo en el escondido valle,
donde los árboles formaban una pared protegiendo la arquitectura del Puesto
Sanitario, tanto de las altas temperaturas, como de los fuertes vientos del
crudo invierno. Hasta el frío tenía color y sonido.
El
rancho estaba vacío. La sorpresa le hizo daño. Todo su entorno se le hizo una
noche de terror. La llamó por su nombre. No obtuvo respuesta. El silencio le
devolvía el eco de sus palabras que retumbaban en la montaña. Siguió cabalgando
hasta otro ranchito donde sabía que vivía la abuela. Puerta y ventanas estaban
cerradas, mas a través de una rendija pudo observar que había una tenue candela
y se animó a golpear a la puerta. Fue
una sorpresa para la Señora al verle, pero escuchar el motivo de la visita la
puso nerviosa y le hizo pasar. La penumbra de la habitación era casi total. La
leve candela estaba más al fondo y el Dr. Julián avanzó. Fue indescriptible su
sorpresa, entre unas cobijas multicolores había un bultito que le hizo latir su
corazón aceleradamente y con rapidez lo descubrió y se encontró con el
cuerpecito de una bebita, que supuso era
la que él estaba buscando. No se equivocó al calcular los días de vida y
observó con suma tristeza que estaba en
el umbral de la muerte. En el primer contacto con ese cuerpecito observó que su
corazoncito latía. Dio gracias a Dios y como pudo la envolvió en las humildes
cobijas; montó a caballo y bajó lo más rápido que pudo y con mucho cuidado al
Puesto Sanitario para llegar a tiempo cuando llegara la ambulancia. El caballo
respondió a su preocupación por el tiempo reloj y lograron trasladarla en la ambulancia al Hospital del
pueblo que atendía a todos los pobladores de esos parajes. Cuando llegaron ya
se habían prendido las pocas luces de las calles y con suerte la Pediatra
estaba de guardia. Automáticamente la profesional a, noche y día. Decía a su
enfermera, esta bebita tiene ganas de vivir. Está luchando y eso nos ayuda. Su
organismo respondía muy bien al tratamiento. Pasados dos días, ya pudo decir:
observar, ya ha cambiado de color...".La vida es de color de
rosa"....Estoy respirando un aire nuevo alrededor de su cunita. Pienso que
Dios está a su lado y nos está ayudando. Así pasaron los primeros diez días. El
Dr. Julián venía a verla cuando sus tareas le daban tiempo y superó el primer
mes y todo el equipo de profesionales que trabajaban en ese Hospitalito de
campaña, pudieron respirar tranquilos, felicitando a la Pediatra y su equipo
que no la abandonaron ni un momento. Festejaron el primer mes de vida de la
bebita Lucerito. Ya era un ser humano más, integrado a este mundo.
Para
todos era el LUCERITO DEL AMANECER. Aún no tenía nombre, pues lo primero era
volverla a la vida y ahora ya debían buscarlo. Algunos querían que su nombre
fuera LECERITO. No es apropiado para una niña- decían. La Pediatra, ya había
tenido que denunciar el caso a las autoridades. La Jueza la dijo que si no
aparecía la familia a buscarla, podía ser adoptada legalmente, pasado el tiempo
que requiere la Ley.
El
nombre seguía siendo un problema, pues todos querían elegir y llegó el día que
tenían que definirlo. La tenían que bautizar. Se acordaron del comentario del
dr. Julián, cuando les dijo que la luz de la candela en aquellas tinieblas del
rancho, le había dirigido los pasos hacia esa cunita, cubierta con la mantita
multicolor. A todos les pareció bien el nombre de CANDELA. Verdaderamente había
sido una lucecita, apenas de color amarillo pálido, que iluminó la vida de
todos. El pueblo la llenaba de regalos y cubriendo todas las necesidades que en
el Hospital requerían para la bebita.
Fue
un bautizó con todos los honores, como se merecía CANDELA y a ese acto que realizaron
con tanto amor acudieron la casi totalidad de los pobladores. Fue un
acontecimiento que marcó muchas vidas, entre ellas a la Pediatra y al Dr. Julián.
El Dr. Julián después de un tiempo fue
trasladado. Antes de irse se despidió de la Pediatra, agradeciéndola el haberla
devuelto a la vida y mostrar interés por buscarla unos padres adoptivos que
pudieran seguir cuidándola y amándola y ofrecerla un buen futuro. Yo ayudé a
que se salvara, apoyado por el Supremo Hacedor que puso alas blancas en mi
caballo, para llegar a tiempo, pero
luego fue tu profesionalismo y tu corazón.
-Y…Dios,
le contestó ella, que está por encima de todos nuestros conocimientos.
Aquí
no termina la historia de CANDELA. Aquí empieza su vida.
Siguió
en el Hospital, donde todos la brindaban un gran cariño y la Pediatra,
continuaba con sus cuidados profesionales en forma especial y buscándola unos
padres. Y eso también lo pudo encontrar. Había un matrimonio amigo que no
podían tener familia, jóvenes, de muy buena posición económica, y los padres de
él que estaban ansiosos de tener una nietita a quien cuidar y les llamara
“abuelos”. Iniciaron los trámites legales y les concedieron la adopción.
Candela con sus cuatro mesecitos cambió la vida en ese hogar que iluminó con su
presencia. Candela fue amada, tuvo sus padres adoptivos y abuelos, primos,
tíos. La volvieron a bautizar, ya en el entorno de su familia adoptiva y la
Pediatra fue la Madrina. Candela seguiría teniendo ese cariño especial y su
atención profesional. Con su sonrisita de bebé parecía que decía “gracias”.
Cuando la llevaban al Hospital parecía que su presencia iluminaba el espacio
con una luz desconocida. La atención y
el cariño que la brindaban, no tenía límites. Cumplió un año, dos, los
que eran festejados con todo el confort e invitados y ella apagaba las velitas,
esperando los aplausos. Era feliz y
amada. Cuando llegaba la primavera, el regalo para sus abuelos eran las
primeras florecitas que aparecían en el jardín y su color preferido, era el
color del cielo. Como si supiera que había nacido en un paraje donde el cielo
se siente más cerca.
Pero cuando llegó la etapa en que los bebés empiezan
a balbucear, Candela no emitía nada más que algún sonido. Los estudios que la pediatra la realizaba
constantemente le dio como resultado que tenía una afección auditiva y como
consecuencia el habla. La falta de cuidado que su cuerpecito sufrió aquellos
días de abandono, habían dejado sus secuelas. . Candela, fue atendida en Buenos
Aires por los mejores especialistas y fue atendida en su domicilio por una
fonoaudióloga. Era inteligente y cuando llegó a tener que asistir a jardín,
comenzó su ciclo escolar como cualquier niño. Se hacía entender por señas y fue
atendida por una especialista en el lenguaje por señas que sus padres la
instalaron en su domicilio, para que su contacto fuera permanente. Era inteligente, activa, con facilidad para
aprender ese lenguaje que ella casi lo dominaba como algo innato y con sus compañeritas
lo compartía de tal forma que llegaron a aprenderlo como algo natural. Pasaron
los años con esa vida semi-normal, porque seguían llevándola a Buenos Aires
tratando de que recuperara el sentido auditivo, algo lograron pero no en su
totalidad. Ella era feliz y hacia feliz a toda la familia y al entorno de
amigos. Y llegó la etapa de hacer la primera comunión, que se preparaba
con todo el grupo de la escuela y con
sorpresa de todos, incluso del párroco, Candela les enseñó a rezar el
padrenuestro por señas y cuando llegó ese día tan esperado, todos los niños
arrodillados frente al altar, la oración que Dios nos enseñó la emitieron con
la devoción esperada, pero por señas, aceptada por el párroco con toda la
naturalidad. Sentía, que ante Dios, tenía el mismo valor religioso que a través
de la voz. Otro don de Candela, que se hacía querer por todos y para el entorno
familiar, en el que nunca estaba ausente, la Pediatra, fue un día inolvidable,
compartiendo la felicidad de Candela.
La
vida de Candela era como la de cualquier adolescente con padres de alto poder
económico que no la faltaba de nada. Hasta tenía una compañerita de su misma
edad, quien hacía las veces de una hermana, pues en ese hogar no hacían
diferencias. Pero la vida, a veces nos da la felicidad y sin compasión también
nos la arrebata. Así pasó con Candela. Había cumplido los doce añitos y vivía
feliz. Y un día, en el cual el ¿por qué? No tiene respuesta, que será inolvidable
en el entorno de su familia, de la Pediatra
y de las personas que tanto la querían y que la vieron crecer, un
lamentable escape de gas en la instalación
invadió el dormitorio y los espacios adyacentes y a la mañana siguiente
se encontraron a las dos hermanitas de corazón, sin vida, al borde de la cama.
La mamá se supuso que se alertó de lo que estaba pasando, puesto que se la
encontraron también a la misma hora, tendida en el piso a la entrada de la
casa. Al parecer el pequeño espacio entre la puerta y el piso la permitió
aspirar algo de oxígeno y atendida con urgencia pudieron salvarla.
El
dolor de esa familia y de todo el pueblo no se puede describir, y es el mismo
que yo siento al escribirlo. En el cementerio están las dos lápidas juntas y se
leen los nombres agregando “hermanas de corazón”.
¡La
vida tiene un amanecer y un minuto para convertirse en un adiós sin retorno!