sábado, 30 de junio de 2012

JUANA ROSA SCHUSTER


UN PACIENTE ESPECIAL  

No tenía el alta del surmenage, cuando comencé a trabajar otra vez como psicoanalista. Mi primera paciente fue una jirafa.
-¿Qué la trae por aquí?
El rimmel se le había corrido por el llanto. Aún así, estaba preciosa, muy femenina.
-Estoy acongojada.
-Cuénteme.
-No tuve una infancia feliz. Trasladaron a mis padres a un Zoo.
-¿Los buscó?
-Sí, resultó infructuoso. Entrevisté a todos los seres de mi especie.
-¿Sueña con ellos?
-Con mucha frecuencia.
-Descríbamelo.
-Veo a mi madre. Come de las ramas más altas. Recibo un cálido abrazo..
-¿Ve a su progenitor?
-Sí. Canta siempre. Entona canciones típicas del África en un dialecto especial.
-Usted sufre, no tengo duda, pero debe habituarse a un nuevo modo de vida, es decir, busque contactos sociales. Hay clubes, cruceros, bailes.
Rompió en un sollozo sin control.
Confieso que no me involucro en la vida  de los pacientes, pero el caso, despertó una angustia que yacía dormida. Sentí incomodidad. Le ofrecí un vaso de jugo frutal que bebió con avidez.
-Tengo otro problema.
-¿Cuál?
-El abeto es más alto que yo.
-¿Cómo dice?


MARTA BECKER


OCASO

Había sido una mujer hermosa. Testigos mudos eran las numerosas fotografías que colgaban en la pared del living donde se la veía en otras épocas con todo su esplendor.
En su desnudez se podían apreciar unas piernas muy largas, parecían no terminar nunca, un busto turgente y firme, unas curvas perfectas. Vestida, llamaba aún más la atención, no  pasaba desapercibida en ningún lugar, y sabía que al caminar dejaba una aureola de sensualidad.
Irradiaba sexo. Y ese fue su negocio.
Al principio, no despreciaba clientela. Luego, comenzó a seleccionar, eligiendo lo más fino y conveniente. Con el tiempo, pocos y buenos llegaban a su casa a gozar de sus servicios, y la hacían sentir una reina idolatrada por unos súbditos sumisos y generosos.
Pero el reloj es un arma implacable. Sus agujas tejen una telaraña indestructible. Abraza los cuerpos, los cubre, los transforma lento, muy lento, con suavidad pero sin lástima. Y la mujer bella se transforma en una mujer gastada, sin vueltas atrás.
El espejo es cruel. Nada más real y cruel que la imagen que le devuelve.  El espejito del cuento no le dice que es la más hermosa, sólo le muestra el ahora.
Con sus mejores galas espera a su último y único cliente, un abogado que conoce desde el principio y que la acompañó siempre. Le conoce hasta los más ínfimos rincones de su vida y cuerpo, y se confió en él en muchas ocasiones. Contra todas las reglas de la profesión, se convirtieron en amigos, más allá de los placeres.
Abre la puerta y se encuentra con un hombre bien vestido, otrora buen mozo y hoy viejo, cansado, casi pelado y con anteojos. El impacto es fuerte, es la realidad que le golpea la cara como una cachetada, le dice que son dos personas mayores, que aún pueden ser felices si no se sientan a llorar la juventud pasada.
Lejos de un protocolo que ya hace tiempo no existe, se van a la cama.
La noche los cobija silenciosa.  El ocaso es eso, estar juntos, abrazados.
    

CELIA ELENA MARTÍNEZ


OCASO NARANJA  

Carmelo es un pequeño pueblo uruguayo sobre el río de La Plata. Allí vivían mis abuelos paternos. Iba todos los años durante el verano a pasar mis vacaciones y desde que recuerdo aprendí a mirar por las noches su cielo negro poblado de millones de estrellas, hasta podíamos ver pasar el primer satélite que el hombre lanzó al espacio. Era algo que me sorprendía. Ese cielo maravilloso.
Lo que siempre me gustó ver era cuando comenzaba el cuarto creciente o la luna llena, por cierto me sigue gustando verlo. Pero lo más apasionante: es el ocaso. Cuando el sol cae sobre el río es un espectáculo cada tarde distinto. Pareciera que nunca es igual. He llegado a tomar la secuencia desde que el sol empieza a caer hasta que se esconde definitivamente esa bola naranja de fuego, da la sensación que el río se lo traga. Es la hora más hermosa para estar en la playa, viendo ese milagro que nos da, yo creo que Dios, para otros la naturaleza, el universo. Es un regalo de cada tarde recibimos. Un día iba hacia Carmelo en el Ferry y justo se produjo esta maravilla, tomé una foto con el celular y sobre esta foto puedo escribir todos estos sentimientos indescriptibles para mí. El ocaso naranja.

LILIANA B. LA GRECA


BUMERANG

Casi como un bumerang, casi sin piedad, el destino actúa implacable en las minúsculas e impredecibles vidas para saldar deudas acaso dolorosas, acaso intangibles, en forma devastadora. El abandono. Ese fue tu peor enemigo. Ella confiaba. Eras su mamá. ¿Cómo no hacerlo?. Cómo imaginar que ni siquiera esa mirada ingenua y abierta te conmovería, te haría zimbrar, estremecer, tan siquiera pensar en que había alguien más allá de tu egoísta existencia. Era tu hija. Preferiste una vez más la comodidad del desentendimiento. Fuiste cómplice y testigo. ¿Verdugo por omisión?. Lo dejaste harta de sus golpes, cansada de tanta violencia en sus palabras y sus actos. Su mano en tu cuello y ese ahogo interminable fue el límite. Y un día, esa puerta fue tu salida. Libre -pensaste-. Al fin libre. Y un nuevo camino. ¿Pensaste alguna vez en aquellos ojitos del rincón?. Botín de guerra ni siquiera reclamado. Era más fácil. Una nueva vida se abría en tu egocéntrica imaginación. El tiempo llenó de arrugas tu rostro y tu alma. Fracasos y la soledad. La descubriste cruzando Corrientes. Iba de la mano de un nene alegre y cachetón. Se veía feliz. El corazón duro e inconmovible de otros tiempos te invitaba a un encuentro. Comenzaste a seguirla, a observarla de lejos. Su rostro adulto, sus gestos, sus movimientos desenvueltos, su actitud maternal, tan ajena, tan incomprensible para ti. Volver a empezar. ¿Sería ese tu destino?. Corazón galopante. Agitación confusa, y la terrible necesidad de quien está solo y desespera.
Te fuiste acercando en cada tramo, en la calle, en el banco, cruzándote en su camino desprevenidamente. Está distraída -pensaste- ensimismada. Tal vez… Intentaste mil explicaciones para aquel incomprensible desencuentro. La seguiste, buscando su mirada y te acercaste en aquella bulliciosa confitería. Su mirada y tu mirada, en un encuentro casi exquisito. Y justo cuando creíste que ser feliz era posible, el destino apuñaló tu historia y el bumerang implacable de tu egoísmo, terminó arrinconándote en una sola frase… ¿Necesita algo señora?

RAQUEL M. BARTHE


UNA HISTORIA INCREÍBLE

-¡Ay, que cansada estoy! ¡Cómo me duele la aleta dorsal! -se quejaba la sardina.
-¿Qué le pasa?
-¡Siempre lo mismo, don Salmón! mis hijas son tan descuidadas... ¿a usted le parece? me paso el día lavando y lustrando sus escamas, ¿y para qué? ¡Mírelas, don Salmón, ahí están...! ¡Fíjese si parece que hubiera trabajado tanto!
-¡Mamá, mamá! -llegaron jadeantes y alborotadas las sardinitas-. Mirá lo que encontramos...
-¡Niñas! -interrumpió mamá Sardina-. ¡Qué vergüenza, cómo traen las escamas! ¿Dónde estuvieron?
-Bajo el muelle.
-Es muy divertido.
-Está lleno de cosas raras.
-¡Y de peligros! -dijo a punto de desmayarse la desesperada madre.
-¿Qué hay de malo?
-¿Por qué es peligroso?
-Deberían escuchar a su madre -intervino don Salmón-; esos lugares están llenos de anzuelos. ¡Un día de éstos -sentenció con gravedad-, irán a parar a una lata!
-¡Ay, no! -gimió espantada la mamá- No diga usted eso.
-¿A una lata?
-¿Qué es una "lata"?
-¿No van a mirar lo que encontré?
Las sardinitas no se cansaban de hacer preguntas, pero la última logró por fin la atención de los mayores.
-Nunca vi algo igual -comentó don Salmón muy serio.
-Sí que es raro... -agregó pensativa mamá Sardina.
El extraño objeto despertó la curiosidad de toda la población submarina.
Los plateados sargos aparecieron en el lugar con su brillo de mil lentejuelas:
-¿Para qué servirá?
-¡Quién sabe!
-¡Abran paso! -se oyó a don Mero, con su potente voz de barítono.
Era un pez de pocas palabras y sin hacer demasiadas preguntas, se acercó a doña Sardina:
-¿Me permite? -solicitó con su acostumbrada corrección.
-Tenga usted -y le alcanzaron el objeto hallado.
El corpulento mero lo examinó detenidamente, acercó su boca; abrió sus grandes agallas... y sopló con todas sus fuerzas. ¡Un torrente de notas musicales burbujeó hacia la superficie!
Don Mero miró satisfecho alrededor... ¡Había quedado solo!
"¡Qué asustadizos y desconfiados!", pensó, "pero no importa; ya volverán" y sopló nuevamente con entusiasmo.
Atraído por la música, se acercó un turco:
-¡Hermoso instrumento! -y mientras acomodaba las escamas de su traje rayado, agregó- Conocí a un marinero que tenía uno igual...
Estas palabras atrajeron otra vez a los inquietos sargos y a las sardinitas, a quienes siguieron don Salmón y doña Sardina.
El Turco era famoso por sus historias y a pesar de que nadie sabía si eran ciertas o no, a todos les gustaba escucharlas. En pocos segundos estuvo rodeado por su auditorio y comenzó así:
-La llaman "armónica" y los humanos son muy hábiles para sacarle sonidos. Al marino que conocí, le gustaba mucho hacerla sonar... y hasta las ballenas seguían su barco para escucharlo. Una noche de tormenta se le cayó al agua, y una de ellas se la tragó -el Turco hizo una pausa y aclaró-; bueno, no fue esa su intención... ella solo quería imitar al marinero, pero su bocota era muy grande... y la armónica... ¡muuuy pequeña!
-¡Continúe, continúe usted! -apuró ansioso don Mero.
-Sí, ¿qué pasó? -agregó doña Sardina tan entusiasmada con el relato, que ya ni se acordaba de las escamas sucias de sus hijas ni de su dolor de aleta dorsal.
-Y... cada vez que la ballena resoplaba lanzando sobre su lomo el chorro de agua... ¡Lanzaba un chorro de sonido! Entonces tuvo infinidad de apodos: "Sinfonía"; "Concierto flotante"... ¡En fin! Que ya ni me acuerdo.
-¿Cómo pudo deshacerse de la armónica? -preguntaron las sardinitas a coro.
-Fue por casualidad. Ustedes bien saben la cantidad de porquerías que los hombres arrojan, o pierden, con gran descuido en nuestro mar y la ballena, con su eterna curiosidad, fue a meter la trompa en una caja que flotaba a la deriva...
-¿Y qué pasó? -interrumpieron los sargos.                                                           
-¡No interrumpan! -protestó el Turco-. O jamás terminaré mi historia.
-Yo creo que la está inventando -dijo descreído un caracol que por allí pasaba y siguió lentamente su camino.
-La caja -prosiguió el rayado pez sin hacer caso del caracol-, tenía unas letras grandes que decían: "PIMIENTA" y provocó a la infeliz ballena, que además no sabía leer, un estornudo tan grande, que 1a armónica salió disparada como bala de cañón y, ¡dio una vuelta completa alrededor del mundo!, hasta que finalmente chocó contra el muelle... y quedó debajo, justamente donde la hallaron -y para evitar las preguntas de sus oyentes, agregó-. Ahora, si ustedes me disculpan, debo retirarme. Buenos días -y desapareció entre los cachiyuyos.
Los que allí quedaron, comenzaron una acalorada discusión sobre quién debía quedarse con el instrumento. Ahora que sabían que no era un objeto peligroso, todos lo reclamaban.
Las sardinitas, disgustadas por la pelea que habían provocado sin querer, decidieron ponerle fin y, mientras los peces discutían, llevaron nuevamente la armónica bajo el muelle. Entonces, para que nadie volviera a encontrarla, la engancharon en un anzuelo.
Inmediatamente fue izada y desapareció rompiendo el espejo de agua.
Sobre el muelle, un niño de piel morena y grandes ojos negros, pegaba un salto de alegría mientras gritaba incrédulo:
-¡Mi armónica! ¡Recuperé mi armónica! ¡La que se me cayó al agua esta mañana! ¡Es increíble!

 

MARITZA ÁLVAREZ


BOTERO

Se aleja el botero y su carga preciosa. Las aguas tranquilas respiran de la paz de este hombre, que con su sabiduría y su remo avanza río abajo. Su rostro vívido, dorado por el sol y expresivo como él, manifiesta esa plenitud que sólo es reflejo de una felicidad esquiva pero alcanzable.
Camino por el sendero adjunto. Sospecho sus pensamientos y mi corazón tiembla al sentir las voces que cantan en el agua transparente.
Los árboles tiñen de amarillos y rojos. El otoño les ha hecho el amor. Yo piso algunas hojas caídas. Siento la potencia de esta hora dentro mío.
Pronto llega hasta el lugar que buscaba. Siempre llega. Siempre lo hace.
Justo en una desembocadura, donde se abre la tierra para dar paso al remanso, los brazos hermanos, corrientes de aguas leves, siguen su curso. A otros guiarán. A otros les hablarán. Y sólo ellos entenderán.
Se ha sentado a descansar y contempla el cielo maravillado y sereno. Los arreboles lo sorprenden aún.
Los desafíos son de él.
Las victorias también.



SUSANA SIGNORELLI


UNA VIDA, UN DÍA

Cuando brilla el sol parece que nace la vida y que ésta no tuviera fin.
El cielo se vuelve luminoso y le devuelve al sol, con gratitud su bella profundidad.
Las flores quedan extasiadas, los verdes lustrosos, se mueven cual danza para lucirse más agraciados, los colores brillantes juegan a la manera del calidoscopio, la naturaleza sonríe y estamos ahí para deleitarnos. Somos naturaleza.
Es la mañana de la vida y ella despunta gloriosa.
Florecemos niños, pequeños e inocentes, cómo no serlo ante tanta hermosura. Casi no existe el tiempo.
A poco de andar llegamos al mediodía de nuestras vidas, ni una sombra nos estorba. La vida es luz y pujanza. Podemos tomar todos los caminos y es nuestro desafío adentrarnos en alguno. Nos sentimos dueños de nuestro destino, aunque algunas veces con cierto temor que pronto disipamos como aquella nube que tapó por un instante el sol y que prontamente el viento se la llevó hacia algún desconocido paraje. El tiempo es vertiginoso.
Llega la tarde con su bonanza, con los frutos servidos, con el placer consumado, con algunos olvidos, con algo no cumplido, con algo aún deseado. Ahí no más, asoma la sombra.
Anochece, se nos escapa el sol, queremos atraparlo para que nos ilumine un rato más, sí, por qué no, un rato más.
A veces la ansiedad no nos permite disfrutar de las primeras penumbras.
Los rostros se desvanecen. Tratamos de atrapar al tiempo. Sin embargo, la luna nos reconforta, está ahí brillando en el ahora oscuro cielo, acompañada por un sin fin de luces centellantes.
Descubrimos que en esta opacidad todavía podemos caminar con paso firme.
Luego la noche se hace cerrada, tan oscura que andamos a tientas, llegamos con el aliento cansado, con la espalda pesada. Ya casi sin palabras. No hay sombras en el porvenir porque ya no queda futuro.
Nuestra casa es un refugio, aún conserva el calor que le dejó el sol antes de partir y lo sentimos como una caricia que nos entrega la vida cuando ya se va.
Un día, una vida.


jueves, 21 de junio de 2012

ANA LÍA LAGUZZI



SECRETO

La encontré por casualidad. Había decidido que el viejo piso de madera del placard necesitaba limpieza. Al frotar las tablas con un trapo, sentí que una de ellas estaba floja. Noté entonces que no se apoyaba sobre una superficie lisa. Algo debajo no permitía que se asentase del todo. Probé levantarla. Así fue como la encontré. Una llave chata, de cabeza cuadrada. Parecía pertenecer a una puerta. ¿Pero qué puerta? La casona tenía muchas. ¿Y por qué esconderla?
El hallazgo despertó mi curiosidad. Empecé a fantasear. Quizás haya un cuarto secreto… La casa había pertenecido a mi tía Isabel. Yo acababa de heredarla. A mis primos no les había hecho gracia que me la hubiese dejado a mí, pero se resignaron. De todas maneras, ella no los olvidó en su testamento. Aunque sin duda yo había sido su sobrina favorita, el legado me sorprendió. Siempre pensé que la compartiríamos entre todos sus sobrinos.
Isabel, la mayor de cuatro hermanas, había vivido en la casona de Villa del Parque desde que se casó. Enviudó joven y sin hijos. Jamás quiso dejar el que fuera su hogar de recién casada. Mujer seria y competente, se dedicó a trabajar como profesora de idiomas y a viajar por el mundo. La casa estaba repleta de artículos comprados durante sus travesías. Yo los encontraba fascinantes y solía hacerle preguntas acerca de los lugares de donde provenían. Ella siempre tenía tiempo para satisfacer mi curiosidad con entretenidos relatos. Creo que eso fue lo que contribuyó a establecer un lazo especial entre nosotras.
Tengo una vaga memoria del que fuera su esposo, un señor con bigote que visitaba mi hogar con frecuencia y me traía regalitos. Mamá lo quería mucho, decía que era su cuñado preferido porque estaba siempre de buen humor y se llevaba bien con todo el mundo. Su repentina muerte en un accidente automovilístico afectó mucho a la familia. Todos recordaban con cariño su envidiable alegría de vivir.
Después de pensarlo bastante decidí poner en venta la vieja casona. Era demasiado grande y costosa de mantener. Varias veces probé la llave en todas sus puertas, pero no había caso. Aunque no se lo confesé a nadie, busqué infructuosamente indicios de un cuarto secreto. Tuve que resignarme. Quizás ni siquiera había pertenecido a mi tía, a lo mejor la habían olvidado en el placard los propietarios anteriores.
Mientras esperaba un comprador, fui vaciando de a poco su interior. Regalé muebles y adornos a muchos familiares que estaban interesados y vendí lo que pude. Para mí reservé varios recuerdos de viaje, inspiradores de los relatos que tanto disfruté en mi infancia. También decidí llevarme un hermoso armoire de roble que la tía tenía en su dormitorio. Era muy pesado. Fueron necesarios tres hombres fornidos para moverlo y cargarlo en el camión de mudanzas. Entonces vi una pequeña caja fuerte empotrada en la pared sobre la que había estado apoyado. Mi corazón se aceleró. Esperé a estar sola y fui en busca de la misteriosa llave. Tal como lo presentí, entró con facilidad en la cerradura de la caja.
De pronto tuve miedo. No me atrevía a abrirla. No seas tonta - me dije - ¿qué creés que vas a encontrar?  La llave giró con la dificultad que causa la falta de uso. ¡Quién sabe cuanto tiempo había pasado desde que tía Isabel la abriera por última vez! Nunca hubiese podido mover el armoire ella sola. Dentro había un manojo de cartas. Claro - pensé con ternura - las cartas de amor de su adorado marido… No debería leerlas. Las dejé sobre una mesa. Cada tanto las miraba. No me decidía a hacerlo. Tampoco a destruirlas. Al fin pensé que a ella no le molestaría que lo hiciese. ¿Acaso no había compartido sus relatos conmigo? Mi naturaleza romántica se impuso. Me senté en un sillón junto a la ventana que daba al jardín y comencé a leer.
Varias horas más tarde seguía sentada allí, con las cartas esparcidas en mi falda. Una mujer casada se las había escrito a su amante, el marido de Isabel. Supe del amor que los unía y de la culpa que ambos sentían, sobre todo ella. "Perdonáme - le decía - perdonáme, pero no tengo fuerzas para hacer esto. No me lo pidas más. Ni siquiera la vida que hemos engendrado juntos lo justifica. Siempre podrás vernos, a la niña y a mí. Pero lo nuestro no puede continuar. Se acabó".
Las cartas no estaban firmadas. No importaba.
La letra de mi madre es inconfundible.  

ELSA SOLÍS MOLINA (NALÓ)


EL GRITO 

Quisiera que los gritos volvieran a sus cauces, recónditos, vacíos, no escuchados por nadie para que no mancillen con violencia incansable las tranquilas, azules, aguas del pensamiento.
Los pájaros huirían hacia las montañas de cristales y confiados ensordecidos, pulverizarían sus alas en el hielo azul.
El grito invadiría los espacios abiertos y tranquilos, empujado por la violencia interior, por el ímpetu destructivo, por la intolerancia y el egoísmo. Estéticamente, se destruiría el paisaje, se desmenuzaría, destemplado, desbordando los mares.
Las entrañas de la tierra enfriarían sus fuegos interiores estrellándolos violentamente en erupción ígnea y destructora…
Y el desencadenante fue un grito, una intolerancia, una competencia…
El cosmos, paciente, esperará que las aguas corran, que las ardientes piedras se enfríen, y que nazca de nuevo la brizna…
Nuevamente, se sucederán los ciclos, se asentarán las bases del volcán, volverán los ríos a sus cauces o transitarán los nuevos, y en sus estructuras, pacientemente, comenzará de nuevo, la vida… Volverá a asomar el fuego, desde el fondo de la tierra, en las nuevas grietas, las constantes formas orgánicas, llenarán el entorno de flores. En las profundidades, las semillas germinarán, obcecadamente, buscando el sol, y las palomas malograrán con su voracidad, más de una ilusión de ser plantas. Limpio el cielo, prometerá lo suyo, para amparar la vida y su insistencia…
Hasta que, otro grito violento nazca en las entrañas de la tierra, de la tormenta desatada o el corazón intolerante, de las sequías inclementes o la ambición enceguecida, del capricho del cosmos o la miseria insoportable, de las iras del cielo o guerras insensatas… Y el grito indiferente… volverá a destruir!


MÓNICA MAUD



EL RETRATO

Salió el sol esta mañana, cuando llegaste a las puertas de mis ojos. Me abrigaste, franco, y de tu pecho se escapó un suspiro que se extendió hacia el horizonte construyendo en el tiempo, el sendero del olvido. 
Salió el sol y ya no estabas, habías partido. Sonriendo la mirada, los puños apretados, la piel encrespada, la sed en la frontera del adiós.
Sentado frente al mar, el pintor delineaba la figura de la dama del anochecer. Los colores jugueteaban a su alrededor y una sombra se posó en el lienzo desde donde le habló:
-¿Por qué me buscas, hombre, si del destierro de la sepultura no he de venir a calmar tu dolor?
          El pintor, sin asombro, impávido, respondió:
-Tú, doncella de la noche, eres la plenitud que integra mis recuerdos; sin ti yo carezco de sustantivo, no tengo origen; te necesito.
-¿Qué he de darte noble caballero sino las impurezas de la tierra colmada de insectos?
-Me darás los granos de miel que la tierra esconde debajo del almidón de la semilla; has de traerme las semillas que crean la vida.
-Si mi piel está partida, y mis huesos relamidos, ¿de dónde te asirás para no caer en la ciénaga de inútiles sacrificios?
-Si tu piel está deshecha y tu cuerpo roído, descubriré entonces, los secretos que tu mirada me ha escondido. Y treparé hacia ella y, cuando los surcos se hayan ido, torceré el sol para iluminar tus entrañas y tus entrañas me dirán, finalmente, por qué te has ido.
-Los surcos del camino ya han abierto sus bocas y en ellas me he sumergido; nada queda de mí, hombre del delirio, nada más que infecto paroxismo.
El pintor sonrió ante la ocurrencia, una sonora carcajada llegó desde el abismo; apresuró su mano envolviendo los colores del día que se alejaba a lo ancho de la ribera y a lo alto de las gigantescas oleadas.
          -Ve a tu hogar, hombre- Escuchó entre burbujeos de las aguas. -Regresa, abraza a tu mujer y deja que las almas adoquinen sus encierros.
El pintor no levantó la mirada. Ya sus manos se confundieron con el lienzo, y éste, con la arena gris de todos los tiempos.
Cuando el sol asomó, el hombre yacía sin aliento, sin calor, sin piel; a su lado la doncella refulgía tenue, pero resplandeciente. Miraba con tristeza los restos del pintor, al tiempo que repetía:
 -No ambos, ambos no.

MARCOS RODRIGO RAMOS



EL CAMPANARIO DE VILLA CARMEN

Sonaron doce campanadas desde el fondo del valle donde estaba la vieja iglesia abandonada. Fray Marcos convocó a una reunión general en la Plaza Mayor. Las familias mandaron a sus representantes. Ante la mirada inquisidora del religioso todos respondieron que ninguno de los integrantes de los clanes había ido al lugar. Sabían que estaba prohibido el ingreso de cualquier alma cristiana al mismo luego del asesinato de Fray Bartolomé hacía no más de dos semanas. Su cuerpo había sido hallado decapitado frente al altar de esa iglesia. Nadie tenía idea de los motivos del crimen ni de quiénes podrían ser los asesinos, tampoco habían podido hallar la cabeza.
Sospechaban de los integrantes de una caravana de gitanos que por ese entonces se había instalado en el valle. El fraile había convencido a todo el pueblo para que los echaran al descubrir extrañas ceremonias que hacían en las noches de luna llena; sacrificaban animales y realizaban cánticos en lenguas incomprensibles invocando a dioses paganos. Bastó que el padre dijera: "¡Están llamando al diablo!" para que toda la turba enceguecida de Villa Carmen los sacara a punta de lanza.
Los jóvenes, mucho menos prejuiciosos que los mayores, creían que quizás había sido atacado por algún tipo de bestia salvaje (como un oso) que le podría haber arrancado la cabeza con sus poderosas garras. Esta teoría no tenía sustento por el hecho de haberse encontrado en la iglesia todas las puertas y ventanas cerradas con sus correspondientes cerrojos; la posición del mobiliario no mostraba señal de desorden o pelea, no se encontró ninguna pisada animal o humana.
Mandaron una comisión de diez personas dirigida por Don Francisco Aliaga a inspeccionar la iglesia para averiguar quién era el intruso que estaba en el campanario, todos fueron a caballo.
Las lavanderas que estaban a orillas del río fueron las primeras en verlos regresar. Venían caminando como borrachos, con los ojos en blanco y la boca abierta. No había señales de los animales que habían llevado. A pesar de los intentos de las mujeres por detenerlos avanzaban en dirección al río. Cuando llegaron hasta la ribera siguieron en línea recta por el agua hasta que la misma cubrió sus cabezas. A los pocos minutos comenzaron a emerger los cuerpos sin vida de Don Francisco Aliaga y su comitiva.
Trajeron los cadáveres hasta la costa, todos mantenían la misma expresión que tenían antes de ahogarse, los ojos en blanco y la boca abierta.
Luego de dárseles rápida y cristiana sepultura se organizó una nueva comisión encabezada por fray Marcos a la iglesia. Esta vez se convocó a todos los varones adultos que fueron armados con azadones y guadañas. Sólo quedaron las mujeres y los niños en el pueblo.
A medida que avanzaban por la ladera comenzaron a escucharse de nuevo las campanadas provenientes de la profunda espesura del valle. Sonaban con fuerza, desafiantes. Fray Marcos comprendía que el desafío era para él. Lo que estaba allí se burlaba de Dios y él era el encargado de poner las cosas en su lugar. A pesar de ir al frente de la muchedumbre, era el que más temor tenía pues, aunque no lo había dicho a nadie, intuía que lo que estaba allá adentro no era humano.
El sonido de las campanas era cada vez más ensordecedor. A medida que se iban acercando a la iglesia varios parroquianos comenzaron a notar que en esa zona del valle los árboles se hallaban todos resecos y sin hojas, lo que se contradecía con la vegetación exuberante que habían visto antes por el camino. Una densa niebla parecía brotar del suelo. Ninguno de los corazones de los pobladores de Villa Carmen latía con tranquilidad. Cada seis pasos fray Marcos besaba la gran cruz de madera con la que encabezaba la procesión.
Ya de noche llegaron a la iglesia. Luego de pedir silencio el fraile gritó con fuerza:
-Ordeno a aquel que ha osado no respetar la morada de nuestro altísimo señor que deje de hacer sonar las campanas y abandone ese recinto sagrado de inmediato.
Las campanadas cesaron. Fray Marcos sabía que con ese silencio la batalla no había terminado, sino que recién empezaba; era el único que todavía no había encendido su antorcha; dio cinco pasos al frente de la muchedumbre que comenzaba a murmurar.
-¡Estamos esperando que salga!- gritó.
          Nadie salía. Todos empezaban a impacientarse. Una voz desde el fondo exclamó:
-¡Maldito hereje! ¡Ya te has burlado demasiado de nosotros! ¡Prepárate a morir!
Cuando la turba comenzó a avanzar un objeto redondo fue arrojado desde el campanario y cayó a sus pies. Al levantarlo horrorizados descubrieron que se trataba de la cabeza del difunto Fray Bartolomé.
Por más que quiso el padre Marcos ya no pudo detenerlos. Aunque era un acto de barbarie lo que presenciaban sus ojos en su fuero íntimo estaba de acuerdo con lo que iban a hacer. Las piedras comenzaron a llover sobre las paredes y las ventanas de la vieja iglesia. Prendieron fuego alrededor de todo el edificio e incluso arrojaron antorchas dentro de él. La muchedumbre victoriosa clavaba su mirada en la puerta del frente de la iglesia esperando que saliera aquel ser que, sin que lo hubieran visto, se había ganado el odio de todos. Fray Marcos temía pues intuía que lo que iba a salir  no tendría la apariencia que todos esperaban. Aferrado a su cruz con desesperación le pedía a Dios que se apiadara de todas sus almas. Entonces la puerta se abrió.
A la mañana del día siguiente el cielo se hallaba cubierto de negros nubarrones que preludiaban una tormenta que no tardó en llegar. Las mujeres de Villa Carmen vieron acercarse al pueblo una columna de antorchas. Felices y a la vez intrigadas por saber lo que había ocurrido en el valle salieron corriendo con sus hijos en andas para recibir a los varones. A medida que se acercaban pudieron reconocer al que iba delante de ellos por la toga y la cruz que llevaba entre los brazos. Triste fue su sorpresa al descubrir que todos, incluso Fray Marcos, las ignoraban por completo y, sin detenerse ni contestarles, continuaban caminando, con los ojos en blanco y la boca abierta, en dirección al río. Junto al llanto y los gritos de desesperación de las mujeres se mezclaron las infernales campanadas provenientes del corazón del valle.

ANA MARÍA MATUTE



EL NIÑO AL QUE SE LE MURIÓ EL AMIGO

Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre:
-El amigo se murió.
-Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar.
El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas. "Él volverá", pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar.
-Entra, niño, que llega el frío -dijo la madre.
Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos y pensó: "Qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada". Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y dijo: "Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido". Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.

LILIANA ROHR


LA APARICIÓN

En el ocaso de su vida, cuando ya todo parecía vivido, Ana Ordoñez, descubrió por fin su vocación.
Una tarde de otoño, cuando el sol entibiaba tímidamente con sus rayos, la vereda donde esta ubicada su casa, ve aparecer en la avenida, entre los automóviles y colectivos la imagen de una niña: piernas largas, ojos saltones, cabello enmarañado y un rictus de amargura en los labios. Ana, se acerca lentamente, quiere saber de quien se trata, el por qué de tanta tristeza, de tanta soledad. A medida que se acerca, la imagen de la pequeña comienza a esfumarse, poco a poco va desapareciendo su figura, solamente observa casi nítidamente, el gesto de desolación y la mirada…Esos ojos que parecen enfocar un punto, un lugar específico de la acera, una mínima depresión en el suelo, quizá, un bache.
Ana se dirige directamente hacia el lugar, sin dudarlo, sin pensar en sus tobillos, en su renguera, en la dificultad que tiene desde hace unos años para desplazarse. Una vez allí espera encontrarse con la niña, pero lo que ve, supera sus expectativas… un pequeño bebé envuelto en una manta blanca, la mira y estira sus manitos como pidiéndole que lo salve… ¿De qué?, ¿De quién?...
A partir de esa tarde, Ana Ordoñez dedica los últimos años de su vida, a cuidar pequeños indefensos, que han sido abandonados por sus familias.
Ella se encarga de darles amor.


POEMAS


Daniel de Cullá

A MI DIOSA SALIMA

Hay en Burgos un Bar Los Dos
(Tu y Yo? ¡Ojala¡)
Donde vienen a montones
Los viejos valentones
Con ardiente corazón
Donde muero Yo de Amor
Dejándote este poema-oración
Y el testamento
De que si muero me entierren
En tu viña
Para chupar los sarmientos
De tu Vida
Y los labios de tu nardo Amor.
No te enamores mi diosa Salima,
No te cases
Porque te acostarás sufriendo
Amaneciendo sufrida.
OH, mi diosa santa Salima
Virgen y mártir de la barra
Hija de un labriego de Villadiego
Y de una bella mujer árabe
De Marrakech
Quiéreme
Y por favor no me digas
"Anda vete, anda vete
Que mis padres no te quieren
Ni un poco
Ni yo tampoco"
Pues en tu Bar Los Dos
Me muero por Ti, diosa de Amor
Y daré una puñalá
A quien te me quiera quitar.
No hay ojos que no te  miren
Ni corazón que resista
¿Recuerdas?
Dos polis nacionales
Han venido al bar
En busca de unos ladrones
Mi diosa Salima
Tus ojos son
Que me han robado el corazón.
Ofréceme tu agua bendita
La lluvia dorada
De tus labios rojos.
Déjame besar
El cielo de tu paladar.

Ana Romano 

ARTESANÍA

Un choclo en la mesa
desgrana
sus perlas
Ruedan
en un plato
como cuentas de rosario
Desafectada
una mano
decide
qué empanada
completa.

CULATA

Degrada
Vagabundos
El golpe
certero.

DISPARO

Fantasmas
desentrañan
la noticia
Bloquea:
el papel
Es la espera
la que
desarticula
Y enmudece
Huye
la respiración
Agusanan
esos
pensamientos
Rodando el carretel
las hebras
se pulverizan.

RENACIMIENTO

Colgajos desprendidos
y que además
resbalan
Es en el hueco profundo
donde
resplandece.

Jon Velásquez

EL NUDO

Un lazo por desanudar,
Tira de aquí, tira de allá.
Deja de enredar,
Apártate y mudo contemplarás,
Que jamás hubo nudo por desenlazar.

MI CORAZÓN

Tres lustros atrás,
La cerradura de mi corazón,
Una misteriosa llave desengranó.
Aprovechando el corredor,
Unos entraron a mirar,
Otros, a robar,
Y algunos, dentro de mi corazón,
Las puertas del suyo abrieron de par en par.
Tres lustros después,
Quien la puerta de su corazón abrió,
Para siempre en el mío se quedó.
Sin saber que hacer,
El que entró a mirar,
Solo se fue.
Con su botín, descubierto, el ladrón,
Huyó para no volver,
No sabía el ladrón,
Que nada puede robarse al corazón.

Silvia Loustau

CARTAS ( II)

Para escribir cartas de amor
no es necesaria
la cautela
ni el orden
tan sólo encender la lámpara
como se enciende el cuerpo
untarse toda,
perfumarse toda
de mieles y sortilegios
elegir la caligrafía más desvelada,
la más humilde.
entonces, se extiende
se acaricia el empeine de sus plumajes
y comienzan a recogerse las palabras
del deseo