viernes, 27 de julio de 2012

NEGRO HERNÁNDEZ


LIBREPENSADORES
Finalmente, después de varios contratiempos, se realizó la reunión de la Liga Latinoamericana de Librepensadores en el Tres Amigos, presidida por nuestro amigo Mario, cuyo apodo el Mirón de Palermo lo identificó siempre con su barrio y sus mujeres. Entre los ilustres invitados figuraban varios personajes de la cultura nacional, escritores, filósofos, artistas, historiadores y demás representantes del pensamiento nacional. "Hagamos de Latinoamérica una gran nación" "La patria soñada por San Martín y Bolivar será realidad", decían algunos de los volantes de publicidad que estaban en las mesas del café. Por supuesto Sandoval, el Gordo, Jorge, Oliverio, otros muchachos de la barra  seríamos de la partida más allá de las distintas posiciones políticas de cada uno, el asunto pasaba por ayudar al amigo.
Estuvimos trabajando el mes entero en distintas actividades con ese fin. La mujer del Gordo, gallega también, tardó en convencer a Rogelio, que como dueño del local tenía miedo de las consecuencias políticas y sociales en el vecindario. "Como hijo de republicanos es tu obligación acompañar a los auténticos próceres latinoamericanos en la partida, si te oponés le cuento a tu mujer que sos un verdadero cagón." Esa fue la frase determinante que obligó al Gallego a tomar la decisión aprobando la realización del encuentro en el café.
Yo aproveché mis contactos en el diario para darle difusión a la convocatoria citando frases y cometarios de distintos historiadores que apoyaban la unidad del cono sur, hasta publiqué una entrevista a nuestro amigo donde habló de la vigencia de su pensamiento. Sandoval que nos había anunciado su próximo abuelazgo, cosa que mereció un brindis, además se ocuparía de ayudar en la cocina para preparar una buena carbonada criolla. Oliverio diseñó un plano del café con los cambios que debían hacerse en la disposición del mobiliario para que entrara mucha gente. El Gordo, que tenía contactos con el ejército, prometió traer banderas representativas de los países, fotos de los próceres y "Tal hasta me traigo a la banda del Regimiento Patricios", dijo.
También Tito Sánchez aseguró su participación entonando a capella una canción patria, y Abel, el acariciador de Barracas, se comprometió a relatar algunos de los dolores físicos que debieron soportar nuestros héroes en la lucha por la independencia. De la limpieza del lugar y en especial  de la higiene de los baños a los que el Gallego le da poca bola, se encargaran el Turco y Beto. Jorge tenía guardia en el hospital pero igual estará un rato presente con su legítima esposa y su hija Mariana.
El Mirón parecía un pibe con juguete nuevo, no era para menos, esa noche lo iban a designar presidente de la Liga y su mandato duraría justo un año, "Es para evitar la ambición del poder y las tentaciones de la corrupción", decía. Su entusiasmo era tal que sus dolores en las piernas habían desaparecido y su habitual cara de traste se convirtió en una sonrisa eterna.
Nuestras parejas fueron invitadas por la rama femenina de la organización y anduvieron gastando plata toda la semana en la compra de pilchas. "Yo vengo con una veterana refuerte que concurre a mis talleres de memoria... y es 20 años menor", dijo Sandoval. "Mi jermu me gritó que me deje de joder con esas pelotudeces, vengo solo." Agregó Oliverio. Marta tenía que ir hasta Caballito para ver unas antigüedades y arreglé que pasaría a buscarla  a las 8 y media de la noche. De los demás sabía poco y nada pero de seguro vendrían acompañados por alguna dama.
El Mirón se había mandado hacer un traje de medida en lo de Vicente, el sastre de Barracas y andaba buscando dos grandotes que oficiaran de custodios, no para él sino para el lugar que de noche se pone peligroso y también nos había anunciado una sorpresa.
La mañana de ese sábado, 30 de junio, nos encontramos temprano en el café. Según las directivas de Oliverio había que llevar las dos mesas de billar al patio para que en ese rectángulo del salón se armara la mesa para las autoridades de la Liga. Tito trajo un micrófono con el amplificador y se puso a probarlo. Sandoval, el Gordo y yo nos ocupamos de mudar los billares al patio, operación que nos dejó de cama. Sandoval tuvo que sentarse con el cuore agitado, "Me voy a la farmacia para tomarme la presión". "Ya no están para estos trotes, jovatos", dijo el Gordo mientras destapaba una cerveza. Yo disimulaba mi dolor de cintura para no parecer un flojo.
 Oliverio se puso a alinear los cuadros colgados en las paredes del rectángulo destinado al encuentro. En una de ellas estaban las imágenes que siempre vistieron al café: las grandes orquestas de tango del ´40, Troilo, Pugliese, Darienzo, Di Sarli... en la otra los grandes cantores, Gardel, Sosa, Vargas, Castillo, Morán, el Polaco... y por supuesto la foto de Alberto Marino autografiada sobre el saco blanco cruzado, la noche del estreno del tango Tres Amigos en el viejo café que ocupaba el centro de la gran pared. También brillaban la de otros próceres como Salgan, Piazzolla, Charlo, Cadícamo... y algunas minas de gran corazón como Azucena Maizani, Libertad Lamarque, Ada Falcón... y mi preferida, Mercedes Simone.
Me senté en el fondo del café mientras recordaba mis viejos tiempos de militancia universitaria cuando muchos jóvenes nacionalizaron su pensamiento ideológico volviendo a las fuentes de nuestra verdadera historia. Las marchas, los reclamos, los curas tercermundistas, la revolución sexual y las mujeres que cambiaron el ideal femenino.
Al mediodía los deje a los muchachos comiendo una picada y me fui a casa, quería dormir una buena siesta y descansar. Esa noche tenia una cita muy especial con Marta, la iba a presentar oficialmente a mis amigos para demostrarle mi compromiso amoroso y además tendría que decir una pocas palabras de presentación en el acto de los Librepensadores. "Latinoamérica es una nación inconclusa, construirla es y será una gran utopía, y como toda utopía nos sirve para caminar hacia ese ideal. Este acto representa parte de ese camino", anoté en mi cuaderno de apuntes antes de acostarme.
Cuando desperté, recordé haber soñado con mi escuelita de la infancia en Necochea. El patio, las filas de guardapolvos blancos, el mástil, el Himno nacional, el discurso de la Directora y el frío cruzándonos las piernas de pantalones cortos. Después el chocolate con churros y la vuelta a casa para jugar a la orilla de la estufa a leña. Me di un baño, me cambié y salí caminado despacito hacia el café.
En la esquina estaban  Milone y el Loco, los grandotes que había conseguido Mario para vigilar el lugar. Adentro habían colocado en un atril la foto del histórico abrazo de San Martín y Bolivar en el centro del salón. Al Gordo lo vi sentado en la barra con cara de preocupado. "La banda de Patricios no viene, tiene otro compromiso, y para colmo hoy se pudre todo, se van a encontrar mi jermu y Anita la sueca". "Dejálo en mis manos, yo le digo a Marta que se ocupe de tu amada esposa y vos dale el raje a la rubia", le dije contrariado. En eso entró el Mirón con la sorpresa del brazo, era nada menos que Nelly Omar miembro honorario de la Liga.
A las 8 el local estaba lleno de gente y me fui por la salida de atrás para buscar a Marta. Me detuve en el umbral agitado por la emoción de volver a encontrarla. Toqué el timbre y cuando abrió la puerta me sorprendí, "Mi amor estás divina ¿que te pasó esta tarde que no me llamaste?, pregunté. "Nada especial, solamente dejé escapar un fantasma" y me besó con pasión.







MARÍA DEL CARMEN CHALLES



RESPUESTA
Homenaje a la poeta y amiga fallecida el año pasado y nacida en Buenos Aires. En su carrera literaria recibió el apoyo de Ulises Petit de Murat. Asistió a talleres de escritura de Isidoro Blaisten, Martini Real, Roberto Juarroz y otros. Entre sus libros de poesía podemos mencionar Frida de cerca, Turgencias y participó en varias antologías.


LA RUTA DE LOS PÁJAROS
            ("The Birds Une")

He visto:
              un escarabajo ebrio regresar al alba
        a su laberinto de oro
ángeles en fluorescente azul
reyes jugando sus reinas al ajedrez
una casa de prostitución abandonada
promesantes ciegos alrededor del fuego
furias del Mar del Norte
sombra de alas en un muy acá brumoso
pero pájaros no, no los he visto
¿Y tú que cada noche caminabas detrás
de un cuervo con impermeable
en Picadilly Circus los viste?

PAISAJE NATAL
"Lejos de mi, en mi existo"
 Fernando Pessoa

Largo de San Carlos. Lar al que alarga
la luna litoral. Hiedra y verdín. Casa
reloj de arena adonde se asfixia el tiempo.
Cerraron ya los cuartos sus puertas: temidos
puertos alucinantes.
Cómo de qué manera ser
personaje e intérprete de la saga familiar
en este vacío de niño solo un solo niño en
obsecuente obediencia, acorralado por pactos
alianzas de enfermedad locura y muerte
¿Encuentro o despedida?
¿Todo en todo ha de ser así, unísono, semejante?

GRANADA

          "La vida contra el niño
                          de Granada".
                        Alberto Ponzo

Noche del Sacromonte.
Arde en cava lunar
llama de nardo verde
negros ojos roja enagua
ahonda un antiguo cante
hasta rozar el caliente silencio
de su cuerpo.
Salteadora de asombros bebo en
esa boca un trago de áspero vino
aspiro su tabaco sin mañana.
Urgida de placer me viste su enagua
se viste mi vestido, ardiente duna
mi vestido y su enagua
sobre la tierra fría.
Ella la gitana no es tan niña
y Yo ¿quién soy? ¿turista compradora
de pasión por un mísero diezmo
por una pringosa dádiva?

LETRA PERDIDA

Regreso a esta isla en busca de esa
"rara letra" que una tarde me acercaste
"desde un sitio donde los cielos fáciles
no existen" quizá esté escrita en alguna
latitud de estrellas en la costra de
un árbol sin costa donde pájaros helados
se guardan de la ventisca
en el pinar que el viento del invierno
inclinó hacia el oeste
en trece idiomas desconocidos que un
mirlo recién al crepúsculo canta.
Fui descortés y no aprendí su mensaje
porque no fue fácil aquel impío cielo
nos  acosaron incansables tardes
de carmín y de luna
cuervos lanzando desde los techos sus
negrísimas flechas a la grama
¿se habrá perdido aquella palabra
que no supe guardar pensando en otro
olvido en un corazón vacío?
Lejos estaba París cuando mi taza
"Royal Doulton" rebalsaba lágrimas de
ausencia cuando regresabas en
aquel tren que no existía

HETERONIMIA
            "Y mi poesía es natural como
                           Levantarse viento..."
                                 Alberto Caeiro

La realidad ajena no me perturba
si desconozco mi propia ansia de
poseer alguna realidad cuando a cada
instante varía y no es la misma ni para
Dios.
No me asemejo a esos seres que creen:
realidad es absoluto, esencia de lo Divino,
sensación de lo intacto.
Aquí, a la orilla del Tajo, quisiera ser pastor
de un rebaño humilde y desposeído: un cuerpo,
nada, ni siquiera las preces con las que oro.
A la vera del agua, ser nube que se levanta de
sí misma a ser madre.

ORTONIMIA

Fernando Antonio Nogueira Pessoa

Hueco de luz la casa insomne. Péndulo del viento
marítimo que trae tormenta y rayo.
En el cuarto más alto un hombre
camina solo bajo la lluvia. Antiguos
ojos que vieron su pasado lo toman
como a un salmista loco que entre humo
y alcohol hace estallar a gritos el
silencio preguntando por el sentido
oculto de la cosas o si solo son
nombradas por poetas que cuentan sucedidos
saudosos o por otros hombres que viven
dentro de sí mismo voces de su verbo
que vibran al unísono y le preguntan
somos cuatro, ¿cuatro qué?

DOS DESNUDOS EN EL BOSQUE

¿Alguna vez he de habitar el Edén
adonde dos mujeres se acompañan
con femenina lisura
                               sin turbarse
bajo frondoso altar tallado en
mi imaginario territorio frente a
un frío espejo-caja cripta-que me
contiene sin bautizo de Dios?
Álamos blancos copales nopal amates
guanábana Laurel de Indias
unidos por enredaderas en esplendor.
¿Podré vencer esta corteza
y por el cristal huir por siempre
de esa espesura camal que me sojuzga
llegar al Paraíso sin Eras y con ardor
indígena
encender una candela en el confín?


Frida Kahlo. "DOS DESNUDOS EN EL BOSQUE".
Óleo sobre lámina. 1939.
Colección Mary Ann Martin

RESPUESTA

Remota edad presente.
Una propuesta escrita detrás
de la fotografía de los dos
juntos bajo los oímos en la plaza.
Lastimadura aquel primer verbo carnal
cicatriz en la memoria.
Esas cosas.








jueves, 26 de julio de 2012

MARISA PRESTI


CREMA DE ENJUAGUE 
Movió lentamente la pierna derecha, empujando la sábana arrugada. Entreabrió apenas los ojos, molesta por la claridad que se filtraba por las persianas bajas. Su cuerpo se había adueñado de la doble plaza; estirada en diagonal, parecía poseer todo el espacio del amplio colchón que apenas un rato antes había albergado a dos. Pensó en levantarse, se imaginó apoyando los pies en el suelo, poniéndose el deshabillé, arrastrando los pies hasta encontrar los zapatos, se imaginó el movimiento refugiándose en la quietud.
Sonó el teléfono, sólo tenía que estirar el brazo para alcanzarlo. Estuvo a punto de hacerlo, pero siguió aferrada a la almohada. La llamada se reiteró varias veces. La noche debía de ser eterna, pensó. Negocios, familia, chismes, buenas noticias, malas noticias, me da lo mismo, murmuró para sí. Sintió el ruido de la ducha, abierta al máximo como a él le gustaba. El baño ocupado la conectó con la necesidad de orinar, la noche había sido larga, cargada de reproches y silencios, de pastillas tragadas en seco, de tensiones en el cuello y en los muslos. Apretó las piernas, dispuesta a aguantarse, imaginando el momento en que se fuera para disponer a voluntad del inodoro. En realidad, si no fuera porque tenían un solo baño, no le importaba demasiado su presencia. Se había acostumbrado a compartir sin diálogo, a mirar sin verlo, a comer sola y dejarle un plato sobre la mesa.
El ruido del diario pasando por debajo de la puerta de entrada no modificó su postura. Le hubiera gustado ir a buscarlo, como hacía años atrás, cuando se apuraba a preparar el desayuno antes que él saliera del baño: el café, la leche, las tostadas tibias y el diario doblado en dos. Apretó las uñas contra la almohada, la suavidad le resultaba insoportable. Pensó en los fakires que descansan sobre un colchón de clavos, imaginó cada punta hundiéndose en su cuerpo mientras un grito sordo se detenía en su garganta. Necesitaba el dolor para contrarrestar la angustia.
Volvieron a su mente cada una de las acusaciones. Podía haberlas rechazado, pero no lo hizo. El enchufe de la heladera está flojo, puede producir un cortocircuito, te lo dije mil veces, ¿por qué mierda no lo hacés arreglar? Seguís encerando el piso después del golpe que me di, ¿querés que me mate? ¿Por qué ponés flores en el dormitorio?, sabés que me traen alergia. Limpiá la bañera después de bañarte, dejás todo resbaloso con esa crema que usás para el pelo.
Hundida contra la almohada, su boca dibujó una leve sonrisa mientras sus ojos seguían negándose a la luz que ya inundaba la habitación. En los últimos años, pensó,  su única resistencia era la rebelión silenciosa. El teléfono volvió a sonar insistente; creyó escuchar su voz gritándole desde el baño. Podía haber contestado, pero sólo apretó la sábana con el puño y fue en ese momento cuando escuchó un ruido seco. La ducha siguió cayendo. Pensó en levantarse para ver qué había pasado, pero no lo hizo.

 



ALICIA CHILIFONI


ULTIMO VIAJE EN IKEBANA
La ikebana me llama siempre. Siempre paso de largo, menos hoy. Le hago caso. Me siento frente a ella, a ver, tanto insistir, qué me quieren decir las mazorcas apretadas, casi petrificadas. Para oír mejor cierro los ojos. En lugar de palabras me dan un larguísimo viaje instantáneo.
Al cabo estoy ante ellas, pero no son como con mis ojos abiertos, ni yo, ni la mesa, ni nada. Son de color amarillo intenso y humean, reinas de la fuente del puchero, la comida casi diaria, con la sopa incluida.
Es verano y almorzamos en el patio de ladrillos, a la sombra de la morera, o en el de tierra, bajo la parra y la glicina. El calor es menos caliente aquí, y el puchero es lo más barato. Todas las verduras las tomamos de la quinta del fondo, vecina al gallinero. Sólo se agrega la carne de chuquisuela o de caracú comprada en lo de Armando. Si alguna gallina ya no pone huevos, va parar a la olla, y ni siquiera es preciso gastar en la carnicería.
Me toca pelar los choclos, retirando prolijamente las barbas, que van a secarse pacientemente al sol sobre una hoja de papel de diario. Ya deshidratadas, la mami las lava y las hierve. La infusión resultante, fría y bien filtrada, va a una botella bien tapadita con su corcho, a apoyarse en el cuarto de barra de hielo, envuelto en un trapo para que se mantenga más tiempo en la rudimentaria heladera. Es el refresco más eficaz y rico del mundo.
Me niego a abrir los ojos. Quiero seguir sentadita a la mesa rectangular, con su hule impecable. El papi en un extremo, a un costado, la mami y yo, y enfrente mi hermano, listo a patearme por debajo de la mesa ante la primera discordia. Ya es vox populi que los hermanos mayores son insoportables.
Sé que en el fondo del aljibe, casi rozando el espejo de agua, cuelga la canasta de alambre tejido en que se refresca la sandía y unas uvas. A la hora del postre, serán subidas con la seriedad con que se iza la bandera. Papi distribuye la fruta con cara de cura ante la ostia consagrada.
Fin del almuerzo en la otra dimensión. No queda otro remedio. Abro los ojos, y corro a buscar la parte reseca de la barba de los choclos que compré esta mañana, pensando que me van a echar en cara la ocurrencia de sopa y puchero, ¡con este calor!
Preparo aquel refresco, lo enfrío rapidito en el freezer, y cuando tomo el primer sorbo esperando degustar la gloria, lo encuentro horrible. ¿Será que los choclos no vienen como antes? Con tanto darle a las modificaciones genéticas … No, debe ser que yo no soy la mami. Será que no es tan simple. No tengo la receta. La cosa debe tener sus secretos.
De todos modos, sea por lo que sea, ya es demasiado tarde. Cómo se hace el agua de barbas de choclo es una de las preguntas que deberé meter en la petaca donde guardo los interrogantes que ya nadie contesta.
A ver si aprendo de una vez por todas a no darle bolilla a las ikebanas. Son tan insoportables como los hermanos mayores. Las divierte llevarme a un callejón sin salida.


ELLE PANIQUE (ESPAÑA)


... Y OTROS CUENTOS

¿Quién es el señor Martín?

El señor Martín se sentía de aquí y de allá por dónde pasara, rodaballo y sobretela, del ancho y del estrecho. Al llover no se sacaba de paraguas porque en llover era un todo al completo: era nube y gabardina, gota compungida por lastimarse de paraguas o mojarse de gabardina. Se alcanzaba de sombra las ramificaciones sensibles de señor Martín, de puntillas se sonaba de timbre y se cruzaba de calle para terminar de poeta encogido de conglomeración del tráfico precavido de no ser pitado en las bocinas para temblarse de aire. Se recogía de hojas caducas de los árboles en bolsas enormes de basura para proporcionarse algo de guarida de fría noche frente al Sena; y cuando de balcón próximo alguna señora en riña de su marido le tiraba de traje y de muda, pasaba apuro de su orden público al trasmitírsele una sensación de agravio al verse arrastrado de calle sin lo privado del cuento que echara de vecino de enfrente.

En la ciudad de las letras

En la ciudad de las letras no existen números, no se escriben, no se anotan y las cuentas se hacen a ojo de buen cubero, todos presumen la existencia de los demás, un mundo donde se cuenta con los dedos, la tiza suma y la raíz se desdobla en dos al menos. Un mundo más grande en que la gente no se pierde por contada, dónde los libros se pasan hoja numerada con el dedo… ¡Todo parece maravilloso!, y a altas horas de la noche no contada todos buscan en sus bibliotecas. Les desanima por contra la noción numeral en exceso, que la costumbre de llamar por teléfono con dígitos asignados haga imposible con un simple descolgar del auricular una telefonista amable, al invocar un nombre y una calle sin más, enchufe la clavija de la centralita a la casa que se le pide. También oyeron de contagios de alguna melancolía propia de la unidad, ellos que nunca saben de soledad,  a solas no se hayan, es un concepto que les pierde por no atentos y no demoran en ello.

La novela higiénica del señor Babineaux

Cuando las rues corrían por espacios inconmensurables, en donde no encontrar jamás el máximo común divisor de ninguna (por infinitas), ni el mínimo común divisor (por lo mismo), y al tiempo le sufría su ocupación que ni a un ras de hueco se vendía una ficción de sereno excitado, ni una mirilla, ni un rellano, ni un correveidile, vino el rollo a mudar, ahí estaba la olla. En deslizar el papel para que los nunca horas antes de tirar de la cadena tras ceñirse tirasen de los ojos en fragmentados de lector del verbo ser- y del verbo estar- entre los haberes y los hallarse. El que las palabras se entrecortaran con frecuencia en los márgenes creaba cierta incertidumbre por seguirlas en una ocurrencia de engañar lo eterno con lo breve del señor Babineaux. Y la crónica de la época a falta de tiempo nos dice: Los lectores se inquietan y curiosean el papel por averiguar quién la escribe, solo al final se descubre, y no conviene desmadrarla, desmadejarla a destiempo, asustarla con el perro. Cuentan que la tinta está tan fresca que se teme que las prisas de leer encuentre a los destiempos de autor en que pillarle la mano final. Ya nadie se atreve a ofrecer novelas sin el formato higiénico, ya no se dice el desarrollo de la ficción sino el desenrollo de la ficción y no existe meollo sino tubo de cartón. La estrechez de miras está de moda, leer en estrecho hace deseable el techo de gastos de tiempo.

De joven escritor

Quería mucho a Amalia pero no lo entendía así, ella se pensaba descuido que no pusiera signos en las cartas de amor que le enviara aunque yo la dijera: "Los signos de puntuación son un desprecio por seguir de carrerilla y contarte cuánto te quiero"
Pero a ella le parecían signos de amor:
-No vengas con nuevas que yo ya vengo de regreso, no pones la preocupación que en el escribir de los demás.
Y debía decirle de nuevo:
"No seas boba, a ellos no les ofrezco lo mismo porque les ofrezco solo lo suyo"
Y ella replicaba:
-Pues yo quiero lo mío.

Cuando las mujeres se anudaban a uno así de exigentes había de dejarlas. Al principio era bello, aún era un escritor nobel que vendía algún cuento, alguna ilusión  joven, y de eso proporcionaba el ocio bohemio de llevar a mi amada frente a los escaparates y susurrarla en mi derrota que todo aquello que veía era nuestro pues no era ni suyo ni mío. Ella se ilusionaba y con una sonrisa soñaba díscola en ese zaguán bajos de realidad pero altos de fantasía. Todo escaparate sumaba al amor hasta que vendía el siguiente cuento y ya no recordaba que todo era nuestro.

Vaya con Dios


Hace muchos nombres que me voy.
-Vaya con Dios.
-Antoine que quemas la leche.
-Vaya por Dios.
Se quiebra el apego de la mano a la cafetera, esa distancia tan tan corta.
-Toni que huele a humo.
-Vaya por Dios.
El brasero a la camilla, esa simbiosis tan tan casera.
-Bony que hace frío.
-Vaya por Dios.
La puerta al quicio, ese cierre tan tan seguro.
-Bobini que ya es la hora.
-Vaya por Dios.
El reloj al shock de las horas por devenir, ese contemporáneo tan tan exhibicionista.
-La luz Antonin.
-Vaya por Dios.
La luz a las hojas para pretexto de pagada, esa pagana tan tan deslumbrante.
Hace muchos nombres propios que me voy….
-Vaya con Dios.

Nota: En francés los diminutos de Antoine son todos los señalados.

 



miércoles, 25 de julio de 2012

FEDERICO FALCO


LA MUERTE DE BEBA
Pasó un auto y aplastó a la perra, que se llamaba Beba.
Es una perra pequeña y marrón, con rizos dorados que caen por el lomo y la frente y tapan los ojitos vivaces; y con un lazo rojo en el cuello, que termina en un moño, arriba. Josefina le ha atado el moño y también, para el invierno, le ha tejido una capita ceñida y en punto cruz apretado, verde y roja, a rayas. Es una perra pequeña, marrón y simpática y bonita; y ahora, tras que el auto la aplasta, es una perra moribunda. Y finalmente es una perra muerta, porque ha exhalado en los brazos de sus dueños.
Movió la patita suave, acariciando las manos de Josefina y de José y murió. José entonces llora, y también Josefina. José camina hasta el sillón y llora y también Josefina, que, cuando el siniestro, pelaba papas, las ha dejado sobre la tabla húmeda y la bolsa con cáscaras y el aceite a punto de hervir y quemarse, en la hornalla, y llora. Apagaron la radio: el cuerpecito de Beba sobre la mesa.
Josefina levanta el teléfono y llama a la hija y le dice: Murió Beba, la pisó un auto. La hija, del otro lado del tubo, pregunta cómo está papá y Josefina responde "alicaído". La hija vive muy lejos, con sus hijos, en otra ciudad, en una ciudad, y no puede venir. Deberán enfrentar esto solos.
Más tarde llega una vecina y dice: Don José, yo lo vi, un auto rojo, un Renault. Pero eso no calma la pena. Beba era el centro de la casa, la alegría del hogar, lo que quebraba la monotonía de los días. La capita ceñida y en punto cruz apretado, verde y roja, a rayas, ahí, en el ropero. Es primavera, pero se la ponen, igual, al cadáver. Le hacen vestir sus galas.
Como el accidente fue cerca del mediodía y las papas no se hicieron y el aceite se quemó, comen sólo una ensalada y duermen una siesta breve y dolida. José se levanta y pide camiseta, camisa y pantalón limpio. Josefina se los da y José parte. Vuelve con un cajoncito blanco, de angelito, atado en asiento trasero de la bicicleta. Mide a Beba, mide el cajón: entra justo. La velan.
Llegan dos vecinas a la hora del mate y detrás dos más y detrás otras, a compartir la congoja. Han puesto a Beba en el cajoncito blanco, de madera blanca, forrado con raso blanco, y con un pequeño crucifijo de plata en la tapa y manijas leves y también plateadas en los costados, para cargarlo. El cajoncito blanco está en el centro de la mesa, sobre una carpeta blanca, también. Sacaron las sillas, las amontonaron en el cuarto de costura, y la mesa quedó sola en medio de la sala, con dos floreros distintos y cachados custodiando el cuerpo; uno con un gladiolo envarado y demasiado alto; el otro con un pimpollo de rosa florecido justo ese día y rodeado de mucho helecho pluma. Se suceden los actos de dolor.

Más tarde se enterarán: la municipalidad no deja que la entierren en el cementerio, por más que haya sido como una hija para quien haya sido. José hace dos llamados telefónicos y sale una vez más en la bicicleta. Vuelve sin noticias. Ha movido influencias, hay que esperar y esperan, pero la situación no cambia. Se hace de noche y Beba muerta, es increíble. Una pelotita de tenis raída, su juguete preferido, es puesto a sus pies, también en el ataúd. Las vecinas parten. Josefina y José están solos de nuevo. La casa se ha llenado de silencios y de faltantes, de corridas y de rezongos y de pequeños ladridos que ya no están y que ahora se evidencian en el silencio y que se evidenciarán en los próximos días de silencio y ostracismo y duelo y dolor contenido y sin contener. Saben que el patio está repleto de pequeños huesos enterrados en provisión y que en el próximo verano, y en el próximo, y en el próximo, cuando caven para trasplantar una camelia, sembrar el perejil o hacerle una canaleta de desagüe al cantero de dalias, esos huesos reaparecerán y con ellos la falta y el dolor por Beba muerta, aplastada por un automóvil rojo, Renault. Están desconsolados.
Al día siguiente, temprano, debajo del jazmín, la enterrarán. Antes de que nadie llegue, sólo él, José, y ella, Josefina, la enterrarán. Cerrarán el pequeño cajoncito blanco, de angelito, agarrarán una manija cada uno, y lo depositarán en el profundo pozo que José ha cavado al pie del jazmín, la planta más linda de todo el patio, que está a punto de florecer y que regará la tumba con olores a agua colonia de jazmín y con pétalos blancos, leves, carnosos, cayendo, meciéndose en el viento, hasta posarse sobre la tierra fresca donde Beba duerme, eterno, el sueño.

Pasa el tiempo. Las vecinas traen u ofrecen sustitutos: cachorritos vivaces, grises, marrones, blancos, amarillos; de todas las razas. Algunos dormilones, otros astutos. Algunos panzones, otros diarreicos. Algunos lagañosos, otros mordisqueantes. Ninguno es Beba, ninguno puede reemplazarla. Ven en una revista la publicidad de un criadero con perros muy parecidos a la difunta: pequeños y marrones, con rizos dorados que caen por el lomo y la frente y tapan los ojitos alegres. Harán tratativas y llamadas telefónicas, enviarán telegramas y los recibirán. Y un día, por comisionista, llegará una caja con un cachorro que ya tiene nombre: Adrián Tercero y llegarán sus papeles. Pero no es Beba. Las puertas quedan abiertas, Adrián Tercero se escapa y José y Josefina no lo lloran ni lo lamentan: Adrián Tercero no era Beba.
Ponen flores sobre la tumba y esa primavera el jazmín no florece y ese verano el jazmín se seca. La empleada de la florería dice que tal vez, al cavar, José destruyó las raíces principales, o que tal vez, también, el pequeño féretro se esté disolviendo en la tierra, y los pigmentos blancos de la pintura hayan intoxicado la planta, al navegar en el agua y ser absorbidos.
Beba, entonces, por siempre, estará ahí, muerta, en el páramo yermo, sin una sola flor, por siempre bajo el jazmín seco, que se pudre, se quiebra, que ofrenda sus ramas pálidas a los gorriones y a los jilgueros y a las hormigas negras y que, al final y en forma definitiva, desaparece.



MARIO LEVRERO




LOS JÍBAROS
Temía que los Jíbaros redujeran su cabeza. El temor parecía instalado en él desde siempre, pero sólo en cierta etapa de su vida comenzó a cobrar la fuerza de una obsesión.
Llegó a dormir con los dientes muy apretados y la cabeza muy hundida entre los hombros. Esto le provocaba fuertes dolores durante el día. La imagen predominante era la de su cabeza absurdamente empequeñecida, con los labios abultados y cosidos entre sí, y los párpados cerrados -tal como había visto alguna vez en una revista la fotografía de un auténtico trabajo jíbaro.
Cuando se pusieron de moda, fugazmente, unos llaveritos con imitaciones en plástico de estas cabezas, evitaba las vidrieras de los quioscos y de los negocios de fantasías y durante un tiempo también evitó en lo posible salir a la calle.
Y cuando el tormento lo acució a un grado difícil de tolerar, consultó a un terapeuta. Este le hizo ver que probablemente se tratara de un complejo de castración, derivado del Edipo. Él trató honestamente de asimilar la idea, y en otra entrevista explicó que no sentía el temor de otras formas de mutilación -como por ejemplo la guillotina-; que, desde luego, cualquier forma de mutilación, la castración incluida, sería para el una tragedia; pero que no era la mutilación en sí el tema central de su obsesión, sino aquella imagen que le había detallado prolijamente en la primera entrevista, y que en esa imagen había algo más, algo como un núcleo misterioso y diabólico a la vez que tonto y ridículo. El terapeuta no pareció interesado en ahondar en esos aspectos del problema, y después de algunas entrevistas más, limitadas a repetir más o menos el mismo esquema, él dejó de visitarlo.
Algunas confidencias desesperadas a los amigos trajeron como consecuencia un período de burlas, a veces bastante directas, y hasta de bromas macabras. Una vez, en la calle, oyó una voz en falsete que gritaba "¡Cuidado'" "¡Los jíbaros!" y, sin intentar la identificación del bromista, se sintió hondamente traicionado.
Algún otro amigo, con sincera simpatía, trató de absorber el problema y de ofrecerle soluciones. "Es un pueblo extinguido", o "Ya los jíbaros no se dedican a esas prácticas"; pero a él nunca le había interesado ese tipo de detalles: ni siquiera tenía idea de en qué región del mundo existían, si existían aún. los jíbaros; la misma palabra, "Jíbaros", sólo tenía para él significado en la relación con la imagen que lo atormentaba, y comprendía perfectamente que el tormento sería el mismo aunque los jíbaros hubiesen sido el producto de la imaginación de un escritor o de un historietista.
Llegó a temerle al sonido del timbre de la puerta de calle, y muchas veces dudó en atender, o directamente no atendió: no esperaba exactamente encontrarse con un grupo de jíbaros en la puerta, pero sí con algo que pudiera complicarlo en una aventura cualquiera que desembocara en la reducción de su cabeza.
Se notaba cansado, envejecido, triste y sin perspectivas de futuro. No le gustaba la bebida, pero de tanto en tanto, por distraer la obsesión, entraba a algún boliche y tomaba una copa, o dos. Una noche tomó tres, y eso le permitió franquearse con un desconocido en el mostrador.
El desconocido estaba mal afeitado y usaba una ropa que parecía quedarle un poco grande. Lo escuchó atentamente, y sólo le interrumpió para exigir una mayor precisión en un par de detalles, que a él le habían parecido por completo accesorios.
-Lo suyo es admirable -dijo por fin el desconocido, y el se sorprendió.
Espió el semblante del otro y no encontró el menor atisbo de burla, sino una especie de ternura, o tal vez de dolorida sabiduría en la mirada, que lo hizo sentirse mejor.
-Fíjese -continuó el desconocido-Me paso el día escuchando estupideces. Todo el mundo preocupado por cuestiones irreales, las cuotas del coche o del televisor, el partido de fútbol del domingo, la política... Usted tiene un problema real, un problema que es verdaderamente suyo. Me alegro de haberlo conocido -y con la copa minúscula en la mano, hizo un ademán como para brindar pero, sin agregar más nada, la bebió de un largo trago. Luego pareció perder interés en lo que lo rodeaba.
Pasaron unos días, y él se fue sintiendo cada vez, mejor. Poco a poco iba perdiendo el miedo. Sabía que muy probablemente su cabeza terminara ridículamente reducida, con los párpados y los labios abultados y cosidos, colgando como trofeo a la entrada de alguna choza, entre los pechos de una negra o en la vitrina de un museo, pero esta idea ya no le hacía perder dignidad. La imagen le seguía repugnando, pero en adelante, ya no le impediría vivir.

AMANDA ESPEJO (CHILE)



EN ROUGE
Cuando calzo en rouge, el deterioro retrocede hasta el comienzo de las ganas, y ya no existe evidencia que entorpezca la urgencia de mis piernas.
Lozanas, prietas, mis pantorrillas brincan en dos el sendero culebrón, serpiente ondulante y llevarte hasta el dominio de tu nombre.
Por el callejón del Campanario un coro de hojas secas cruje y se queja bajo mis pasos de fuego.
¿Será gemido o canción?
¿Y… es que no son la misma cosa?
Me excita al máximo su requiebro de sometimiento… pienso… en la delicadeza con que he de caminar sobre tu columna.
Pienso… en la promesa oculta en cada una de tus vértebras y en el poder de mi andar sobre tu cuerpo, así, en rouge, podré pisarte de punta a extremo, asolarte desde el alma hasta la punta de los dedos, hundirme en tus costillas hasta el pensamiento mismo, zapatearte las nalgas, doblegarte el sexo con la suela y el tacón y, estoy segura de que nada, NADA va a impedir el goce de ambos hasta el momento extremo del descalce, cuando, extasiados y extenuados de tanto goce doloroso, dejemos a la vera del colchón (amorosamente alineados), este par endemoniado de zapatos en rouge.

ADA INÉS LERNER


EL REFUGIADO
Confundidos por el polvo del desierto, sus ojos como barcos muertos ya no distinguen el borde del abismo, ni el sendero escarpado, ni una piedra del animal rastrero. 
Huye porque sí, ya no pregunta por la libertad posible, no busca la fuente para su sed, ni responde por su dios que lo aturde con el silencio.
En el miedo secular que lo inunda, percibe la sinrazón en la sabana amarillenta, estéril, más allá de una frontera cualquiera, no importa dónde, para él será igual. 
No oye los susurros ni los gritos.
Su cuerpo es un pájaro pesado, torpe, no recuerda en que árbol perdió su nido, sólo puede seguir y seguir y tropezar con esqueletos de bestias sedientas.
No puede detener el paso, menos yacer en paz. Gime de sed el niño sobre sus hombros lacerados, le exige seguir, errante peregrino. 
Cuando cae, sus huellas ya estaban borradas…


LUIS TABORDA



EL INVENTOR DE LA PÓLVORA
Es una pena que nadie recuerde el nombre del inventor de la pólvora. Imagino que fue un visionario, habitante de alguna remota aldea china de hace por lo menos 5.000 años. Supongamos que se llamó Chu-Lai y que tuvo la ocurrencia de unir nitrato de potasio con carbón y con azufre, pensando que su experimento era otra inocentada. Puro fuego fatuo. Separó una buena porción, la dispuso en un cucurucho de papel y le acercó, sonriente, ceremonioso y delicado, un tizón encendido. Entonces vio. ¡Vio!
Y fue lo último que vio.

SUSANA MÁSPOLI


LA ANCIANA
La anciana llega con sus pasos torpes, escurridizos.
Vestida de negro, ese negro polvoriento por el paso del tiempo.
Con una pañoleta disimula su giba.
Alza una mano, sus piernas tiemblan. Rueda por un abismo que no posee nada, ni siquiera su rostro.
Percibe las uñas afiladas, la mordaza, los ahogos -las bestias no descansan- piensa. Vuelven a bramar si no consiguen lo esperado. Acechan.
No desalojan los espacios.
Su cuerpo, los otros cuerpos tiemblan, los encierran para siempre, por aquello que contemplaron, que soñaron…
La penumbra de la habitación lastima.
Las ventanas están clausuradas.
Nuevamente alza la mano, comienza a arañar el espacio…, el aire -ése que le falta -.
Busca la botella, la desvencijada mecedora, deja caer su gastado cuerpo.
Bebe. Sus ojos, sus manos, sus piernas entumecidas se hunden lentamente en el barro de los recuerdos.



MARIÉ ROJAS TAMAYO (CUBA)



ADN
Le correspondía analizar las increíbles muestras de ADN encontradas por la sonda espacial en una de las lunas de Júpiter.
El ordenador lo sorprendió, no sólo aquellas pautas correspondían a un ser humano, sino que coincidían con su propio ADN...
Comprobó una y otra vez, descartando cualquier posibilidad de contaminación.
Lo aparentemente imposible saltó a su vista: todo margen de fraude era descartable; aquel era su mapa personal, pero reflejaba a alguien veinte años mayor que su edad actual.
Sonrió.
El viaje en el tiempo era un sueño realizable y un día llegaría a las estrellas.

CELIA ELENA MARTÍNEZ


LUISITO
Era una tarde de agosto. Todo era tranquilidad. Los chicos corrían por el parque mientras el perro también lo hacía tras ellos ladrando.
Javier acababa de llegar y se había tirado a descansar en el sofá cerca de los leños. Hacía frío. Llamé  a los niños a merendar, tras ellos fuertemente armados entraron tres hombres. Los pequeños asustados se escondieron bajo la escalera, Javier atinó a forcejear con uno de ellos, éste levantó el arma y disparó hacia el techo, otro me tomó a mí por detrás, Luisito, el hijo mayor de apenas nueve años corrió hasta llegar a la puerta para pedir ayuda, pero el tercer hombre  se lo impidió de un empujón. Volvió a sonar un disparo y esta vez lo vi a Javier caído lleno de sangre, sin poder  correr hacia él, asustados los delincuentes huyeron porque todo se había complicado. Cuando pude por fin abrazarlo sentí que se me iba de esta vida sin poder hacer nada, de un momento para otro todo se había destruido. Nunca pude recuperarme a este dolor, mi cabeza estaba vacía, pero en otro tiempo, pasaba el día pensando, proyectando sueños sobre el futuro.
No intuía que aquella tarde iba a quedar grabada en su memoria por muchos años. Luis todavía se siente culpable.