Hace 20 años, primera editorial Carlos Margiotta
martes, 17 de marzo de 2015
Carlos Margiotta
María A. Escobar
El verano de los otros María A. Escobar
Lázaro Covadlo
Llovían cuerpos desnudos Lázaro Covadlo
Felisa Gliksman
POEMAS Felisa Gliksman
UNA MUJER
UNA
MUJER……DEBE SER…..
DEBE SER ?……QUE MUJER?......
LA
CAMPESINA….. LA OBRERA…..
ES
SOÑADORA….. DE QUE?
LA EMPLEADA… LA PROFESIONAL…..
ES
COQUETA….. PARA QUIEN?
LA QUE ESTUDIA, TRABAJA,
HACE LOS QUEHACERES DOMÉSTICOS,
CRÍA Y CUIDA A SUS HIJOS,
COCINA PARA LOS SUYOS
ES
ARDIENTE…… EN QUE SE CONSUME ?
MUJER…MUJER…MUJER…..
DESPUES
DE TODO LO QUE HACE………
ES SOÑADORA, COQUETA Y ARDIENTE
SIEMPRE
TIENE UN RATITO MAS…..
PARA SOÑAR….CON UN MUNDO MEJOR
PARA COQUETEAR…EN UN MUNDO MEJOR
PARA ARDER……POR ESE MUNDO MEJOR
ESA
MUJER LLEVA EN SU PUÑO
UNA ROSA ROJA!!!!!!!!!!!
EN
MEMORIA Y HOMENAJE A LAS OBRERAS TEXTILES DE NEW YORK. 8 DE MARZO “DIA INTERNACIONAL
DE LA MUJER”
24 DE MARZO - REAPARECIDO
Norberto Pannone
Papá Noel y los Reyes Magos Norberto Pannone
Publicado en la revista virtual “Con voz propia”
dirigida por Analía Pescaner
¿De
que vale el famoso regalo de papá Noel? ¿De qué le sirve a nuestros hijos?
Se
me ocurre que esto representa algo así como un sentimiento de infracción de los
padres para con los hijos y que manifiestan así la necesidad de pedirles
disculpas por la carga que le impusieron al haberlos traído al mundo. Un
sentimiento de culpa, digo yo. No sé, de qué sirve entonces?
¡He
visto en casi todos los hogares el afán de comprar, de consumir, de gastar para
que el señor Noel llene sus bolsillos flacos después de un año de mishiadura!
He
visto desde hace mucho tiempo la indiferencia de generaciones de niños
hastiados, parece ser, de tamaña tontería de los adultos que, de paso, regodea
al comercio de lo que venga. El asunto es vender y comprar “algo”.
Para
el niño de esta época, todo este asunto es como un instante de luz que… al
toque, pierde la energía y el “foquito” se apaga.
Pequeños
monstruos insaciables. Reciben un juguete y a los pocos minutos ya no juegan
más con el. Ha pasado la euforia de la novedad. Fueron segundos, si. Al otro
día, el trasto pasa a formar parte del inmenso cementerio de chatarra
jugueteril y deambula por la casa hasta ponerse viejo, hasta perder el alma, y
agonice en el olvido sin haber sido de utilidad alguna.
Nosotros,
los adultos (?), cuando niños, adorábamos nuestros juguetes y por ende, jugábamos
con ellos. En aquella inocente fantasía los cambiábamos de colores, de olores,
de formas.
¡Hoy,
después de tantos años, aún recuerdo el olor y los colores de las bolitas de
vidrio (canicas de lujo) que un cinco de enero por la noche, dejaron en mi
casa!
¡Fantasías
de pibes!
Hacíamos
juguetes con maderas de algún cajón de manzana, que le hurtábamos a la despensa
de la vieja, dejando los cacharros que allí guardaba desparramados por el piso.
Los mejores modelos de autos y camiones salían de aquel taller de los sueños.
Les poníamos ruedas groseramente cortadas de los palos de escoba que, muchas
veces, al clavarlas sobre el eje, del mismo material, se partían rompiendo
nuestras ilusiones pero no nuestra voluntad.
Recuerdo
cuando los reyes magos me dejaron la bolsita de canicas de vidrio. ¡Qué tesoro,
mi Dios! Me habían traído las joyas más hermosas del universo! Y cómo las
cuidaba! ¡Cuidadito con jugar al chanta cuatro con esas!!! ¡Para eso se usaban
las de mármol! Te acordás?
Alguna
vez, mi padre me decía que los reyes me iban a traer una herramienta para trabajar,
para que supiera lo que era ganarse el sustento, o algún tipo de útil para la
escuela, así tendría más posibilidad de hacerme un hombre con buena educación.
Ayer
me enteré que hay padres que agreden a los maestros que ponen malas notas a sus
hijos. –“¡Mi hijo es el mejor de la escuela!” –“¡Que nadie me lo toque al
nene!!!” –“¡Es un santo mi hijo!” y aparece un batatón con aretes por toda la
cara y tatuajes del Ché Guevara en los hombros. Que intelectuales los nenes…
Sus hijos… ¡pequeños monstruos!
¡Hasta
conozco maestros que no aplazan a los alumnos porque de esa manera, el próximo
año no lidiaran con ellos. También se de padres que en connivencia con las
directoras/es del colegio, acuerdan la aprobación del grado!
Es
por eso que ahora a nada se le da el valor que merece. Así también son los
afectos. Sólo un rato. Después, se corre en busca de otra simpatía porque esta
que tenía se puso vieja, no sirve más. Se ha perdido el interés que quizá nunca
tuvo.
Yo
conocí al Sr. papá Noel cuando ya tenía mucho más de veinte años. Por aquel
entonces, sólo estábamos al tanto de los famosos reyes magos. Recuerdo ahora
los versos de Gagliardi: “Si no te portás bien/ les digo a los reyes magos/ que
te dejen sin regalo/ y te quedás sin el tren”. Te aseguro que la semana
anterior al seis de enero, hasta le pelábamos las papas a la vieja y le
lavábamos los platos por la noche.
Hoy,
al caer la tarde de la vida me pregunto: ¿Los niños pobres también reciben a
papá Noel? Los niños de la franja de Gaza, esperarán algún juguete este año, o
papá Noel por allí no pasa? Claro, reflexiono, puede que su trineo sólo sirva
para la nieve y no actúe por los arenales del desierto o que sus renos se
asusten por el ruido de las bombas de la guerra. ¿Pasará por las campiñas de la
vieja y desmembrada Yugoslavia? ¿Andará por nuestro Jujuy donde un cura recibió
pedradas y un balazo por bregar en pos de un pedazo de pan o una moneda más
para los comedores escolares?
Generación
sin alma, sin sentimientos, sin solidaridad. Con egoísmo, sin piel ni corazón.
Esa
generación en la que ahora muchos, cometen la mala praxis, el prevaricato, el
cohecho, permiten la impunidad, no aplican las leyes, dejando a los violadores
y a los asesinos en libertad, son corruptos, etc etc. Cómo no voy a llorar por:
la deserción escolar, el alcoholismo, la drogadicción, el desprecio por la vida
del otro, la falta de respeto, la muerte de las instituciones, etc, etc.
Todo
eso se está difundiendo con el consumismo estúpido. ¿No se dan cuenta del mal
que están produciendo con los niños al consentirlos tanto?
Hoy:
el desprecio a un juguete, mañana: el desprecio a la vida. Total, todo es tan
efímero que no vale la pena preocuparse. Vendrá otro día y habrá otra cosa para
jugar.
Adela Leonor Carabelli
Con la vida
a cuestas Adela Leonor Carabelli
Desde
hace años, desde entonces..., anda por el barrio. Se sienta en el mármol de una
casa vieja, hundido en su decir, en discusión quién sabe con quién.
La
ropa, una fajina eterna del negro hasta el verde grasiento, digna como todo él.
De incorpora mascullando soliloquios. Alto, delgado, anda a zancadas.
Lenta
esa manera suya de pedirle otro día a la
vida. Con miradas se comunica con el mundo, salvo cuando estira apenas su mano
para pedir algo a un hombre que pasa. Diría que es tímido, o no. Más bien lo
pensaba antes. No nos hablábamos, y yo no sabía de esos enormes ojos azules en
una piel rojiza de soles y soles. La pelada, igual. Cabello, un solo rulo. Bah,
dos matas a los costados de las sienes.
Alguna
vez me hablaron sobre él. Me dijeron de su pasado de ingeniero o de abogado, de
(No me acuerdo cómo me lo dijeron.) su desequilibrio mental desde la muerte de
su madre... Hace unos días me enteré, un accidente. murió toda la familia menos
él.
Un
día, de pronto... desapareció. Lo imaginé muerto. Pero regresó. Y le dije, cómo
no hacerlo, que qué buen aspecto tenía.
-¿Qué
me van a decir? Si yo lo sabía... Si no había solución. Si no queda nada. No
tenía salida. No había cómo... Se me fue la vieja, se me fueron los míos. La
casa... El perro duró un tiempo. Hasta que quedó acostado, duro... Y mire que
lo abracé para darle calor... Pero no hubo caso. Lo llevé al parque, cuando
todavía no había rejas, y lo enterré cavando con mis propias manos. Y ahora es
puro pasto y florcitas, debajo de ese árbol bien forzudo.
-Pero
me miran. Para qué me mira la gente... Muero de calor debajo de este saco
grueso. Sudo sin parar. Sudo tanto que por momentos no veo por dónde camino. me
siento.
¿Y
si la cosa hubiera sido distinta? Pero es así, nomás. Y no pienso, porque el calor
me borra la casa en que viví. Y de lo que fui..., ¿a quién le importa?
-Hay
una abeja que visita yuyos, pero hay moscas que me siguen. Hay recuerdos. Hambre.
El sol en la pelada. Madre mía... Y ya no pienso más. Voy a ver si alguien me
da unas monedas. Las voy juntando cuando supero la vergüenza de pedir. Pido a
algún hombre, pero no a cualquiera. Tengo dignidad, y cuando me sale, estiro la
mano.
Lo
esencial, tener puchos y yerba para el mate. A la mañana queda más de una
montañita verde de yerba seca. Doy vuelta el mate cuando no da más, y la vieja
del negocio de al lado me grita porque ensucio. Como los chicos, doy vuelta el
mate, pero aquí no hay arena ni mar. Y ya no soy un chico.
-¿Cómo
me van a sacar la casa? Ya sé, porque no pago. ¿Y si no puedo? Pilas de sobres
de servicios sin pagar. Pilas de cosas que envejecen en el pasillo, y yo
tomando mate.
Mientras
pueda, me voy a quedar en mi casa. La casa de mis padres... La cosa es que
estoy solo. Y me lo banco más o menos bien. Aunque para eso tenga que haber
olvidado mi título colgado en la pared de mi pieza. Y despacio, sin apuro, haya
empezado a alejarme del centro de la casa. Porque ahora vivo... en el zaguán.
Al principio, con colchón. Después, sobre las baldosas. Les conozco el dibujo
como si las hubiera parido. Así son las cosas.
Sé
que cuando salga, y cierra esa puerta de roble que rechina, no va a haber
vuelta atrás. Y que la casa será del Estado, de otros., Y a mí, ¿qué? Si ya no
hay nadie que tenga encima un documento que recuerde quién soy. Quién fui. De
dónde vengo. Qué importarán los años de estudio, si ése no seré yo.
Seré
una hojita en el aire, caminando.
¿Quién
soy? Dicen que merodeo por este barrio. Que me siento sobre un mármol. Que
aparezco siempre con la cara y el cuerpo limpios. Que no me rasco jamás.
Dicen...
Pero yo, mujer, familia, casa, madre, trabajo, pasado, PASADO. Quién soy.
Cuando me ven gritando como un loco.
Despierto.
La cabeza en sordina. Miro. Miro el techo. Acostado. ¿Quién me trajo a este
lugar? Hay otros y otros y otros. Medio dormidos como yo. Medio gritando
alguno.
Esto
tiene cara de hospital. ¿Cómo es mi cara? Me palpo la barba crecida,
enloquecida. La cabeza sin pelo. Y a los costados, ásperos como la barba, dos
manojos enrulados.
¿Quién
soy? ¿Alguien podrá decírmelo? Estoy acostado, pero algo en mí busca el mármol
de cualquier casa, busca la casa de mi madre. Busca voces que me digan quién
soy.
Vienen
a verme dos de blanco. Hacen gestos. Uno anota. Al fin me entero de que estoy
en el Hospital Borda. ¿Quién habrá bordado esto que soy? Quiero saber algo más.
Dejar de ser un nadie. Quién me pondrá nombre, aunque no sea el que me pusieron
cuando nací. Poder escuchar ese nombre, y dar vuelta la cabeza y responder, y
abrir la boca y decir hola, cómo está. Cómo se llama.
Hace
poco he vuelto a mi mármol. Muy cansado, pero medio entero. Yo diría que
endeble. ¿Qué haré con mi vida? Ahora que me reconocen y me hablan. ¿Qué hará
de mí la vida, o yo con ella? Pero tanto me habitué a estar fuera de una casa,
que del parador escapaba apenas podía. Y yiro sin parar. Y vuelvo a lo mismo. A
este modo de estar de a ratos acostado. De a ratos, caminando. Yo sé que es un
círculo en el que me metí... Hasta que un día... No sé. Hasta que un día pueda
pararme sobre mis pies, o me llevará la muerte... Caminando.
Ayer
me pregunté por qué a este hombre no lo acompaña algún perrito. Y se acuesta junto
a él. Tal vez es tanto lo que rumia su cabeza. Y está tan sumergido en sus
propias historias, que no hay lugar. No hay sitio por dónde entre la luz.
Cercado
y solo. Opaco, se le adivina la risa bajo el bigote y la barba, pero sus ojos
hablan. ¿Qué será de él? Los golpes, los recuerdos, la soledad, hicieron que
fuera un ser... con la vida a cuestas.
-Camino.
Con mis cosas al hombro. me siento. Me preparo un mate. Sigo pensando. Me río.
Fumo.
Juana Schuster
Recuerdo a Juan Ramón
Juana
Schuster
¿Viste
platero? la simetría de los pinos en el centro del villorrio. Obsérvala bien.
Parece que la mano de dios los ubicó de esa manera. Fíjate. Los más jóvenes
están adelante. Tus ojazos curiosos me miran y entienden. Porque tú, borrico
mío,
comprendes todo aquello que digo.
Avancemos
un trecho más. ¡Qué bien luces con la cinta que até a tu cuello!
Ya
sé. Quieres otra manzana.
Tengo
el bolso lleno. Cuando emites ese ronroneo, es porque pides fruta,.una pera madura,
un durazno jugoso como los de la quinta de don Fermín.¡ mira lo goloso que
eres!
Te
daré una roja ni bien lleguemos a esa laguna. ¡Ah! ¡Ese embalse con los patos!
No,
es imposible llevarnos uno a tu establo. Necesitan estar en su ambiente.
Además, ¿qué haría yo con un burro y un pato?
Debería
aprender el idioma de ellos.
Ya
se percibe la franja azulada. Unos metros más y llegaremos. ¡mira platero! las
niñitas del pueblo juegan en la orilla. Es grato verlas. Chapotean, gritan,
cantan, sus voces se mezclan con la suave brisa invitada a la cañada.
Toma,
aquí tienes tu merecida manzana.
Mientras
platero le clava los blancos dientes, y la gratitud se refleja en su mirada, me
pregunto qué sería de mí, sin él; qué sería de este borriquillo sin mí.
Jenara García Martín
Entre sombras
Jenara García Martín
Sus
acariciadoras y suaves palabras, pronunciadas a su oído a través de la
tecnología moderna, cuando ya dormitaba, penetraron en su piel y recorrieron la
pendiente de su cuerpo y la hizo estremecerse ante el contacto de esa voz
varonil. Era una persona totalmente
desconocida, si es que existía. Cuando le preguntaba ¿quién habla? La respuesta
era un profundo silencio. Ni siquiera una leve respiración agitada. ¿Quién
eres? ¿Quién eres? Ante tanta insistencia, por fin escuchó esa voz misteriosa,
profunda, como si saliera de entre unas paredes aprisionado: Soy tu pensamiento
que sorprende tu sueño. Yo vivo entre las sombras de la noche, porque ni
siquiera las sombras son visibles. Entre carne tibia como tu cuerpo,
deslumbrado por tu belleza. Te robo hasta el sol que te ilumina y así te robo
hasta tu sombra, cuando caminas.
Y
ésa, era la verdad. Ella pretendía ver lo que no podía, si es que existía. Era
como un todo que no era nada y llegó a tener una crisis nerviosa, pues
presentía que tras esas frases inquietantes, en la noche, alguien existía. Se
había apoderado de su voluntad y sentía que de su alma salía una llama que la
aturdía. Ya era de un deseo, cautiva. Esperaba con ansiedad que llegara la
noche para escuchar esa voz susurrante. Era una caricia. Él no pedía nada, pero
llegó hasta perder la libertad de su vida. Le llegó a suplicar en sus gritos silenciosos, su presencia o su inmediata ausencia.
Y
surgió lo inesperado. Una noche era un ¡Te amo! Con esa voz varonil que la
trastornaba. Y dejaba de llamarla unos
días para que su ansiedad fuera más sensitiva. Y volvía a interrumpir su sueño
murmurando “tus ansiados besos, los percibo con una pasión febril y me conformo
cuando me miras, porque son las únicas
caricias que puedo percibir de ti”.
Entonces,
la conocía. ¿Quién eres? ¿Por qué la
perseguía y la perturbaba el sueño? Y esa noche, su voz susurrante la dijo:
“hoy te pido que sueñes conmigo: hasta mañana, querida”.
Sus
palabras la arrastraban a un abismo. Ya en sus sueños sentía sus besos. Esos
besos que no existían. Esos brazos que no abrazaban. La trasladaban a otra
dimensión, a esa otra vida, que no era vida, pues las noches que él llamaba,
las trascurría en un insomnio hasta el amanecer.
Una
noche ya desesperada, le gritó. “¡Basta! ¡Basta! No juegues conmigo. Déjame
vivir mi simple vida como la vivía antes de que tú aparecieras, mejor dicho de
que aparecieras entre las sombras de la
noche o del día. Por qué no sé si existes entre los vivos o entre los muertos.
Sólo sé que eres cruel”. Y la brotó un llanto desgarrador y esa voz susurrante
se apagó.
No
hubo un adiós. Ella se quedó sumergida en un vacío profundo escuchando por las
noches en lugar del teléfono, el tic-tac del reloj de pared retumbando en sus
oídos hasta que el cansancio y la soledad la vencían. Pero entre sueños, aún
creía escuchar esa voz, ya inconfundible,
susurrando al oído, ¡no esperes que ya no llamará!
Las
palabras y promesas de amor fueron enterradas en el tiempo. Nunca jamás las
volvió a escuchar, ni entre sueños, ni
entre sombras. Mas la dejaron una herida
demasiado profunda. Esa clase de heridas que no cicatrizan fácilmente, porque al desconocer de qué ser salían esas
palabras que tanto alteraron su existencia, se preguntaba ¿Fueron
|
Stella Maris Taboro
Alabando
a la palabra Stella Maris
Taboro
La
palabra se corporiza cuando está escrita o se la pronuncia. Tiene el sello de
cada cultura. Es el puente más notable de la comunicación en el mundo humano.
Desde la cuna entraron a nosotros cientos de palabras y nunca nos detenemos a
analizarla, pero ellas están cargadas de sentimientos, de pensamientos, de
deseos y pueden ser puñales o caricias. Las palabras tienen un poder
indiscutible como transmisor de cultura, como llave de intercambio con los
demás, pero puede ser además el arma más destructiva, o la que abre al ser hombre
a la libertad. La palabra y cada palabra es la herramienta más poderosa que
tenemos. Las malas palabras también son palabras.
Las
palabras siempre viajan, escondida en los libros, bien ocultas entre sus hojas
vuelan a los ojos del lector quedando en su imaginación como un dibujo
indeleble.
Su
itinerario es inmenso, viajan en barcos, aviones hacia otros lares, en trenes,
y a veces en alguna bicicleta y en las manos del que camina.
Nunca
sufren frío pero la tibieza de las miradas es lo que más les gusta.
Y
esas palabras que van a los oídos, se graban como un cincel en la piedra.
Viven,
viajan , alegran o entristecen pero nunca mueren las palabras. No se cansan por
las distancias, ni las guerras las destruyen .
Su
vuelo es imperceptible como un halo transparente, cruza fronteras sin
documentación . Palabras que dejan pensamientos. desde tiempos lejanos .
Palabra primera que el niño pronuncia o el orador enuncia.
La
palabra está en cada acontecer de la vida y hasta la muerte tiene sus palabras,
en las frías lápidas .Todas están selladas por la cultura del lugar donde vive.
Tienen un espíritu cargado de destellos por su vida propia . Hay palabras que
caen en su uso, pero no desfallecen. A
veces una sola palabra significa tanto y otras veces muchas palabras significan
poco. Son como flores cuando expresan ternura y son como espinas cuando lastiman...
PALABRA
Que
la palabra tenga el poder del sol naciente. Que su riqueza destruya la miseria.
Eleve
tu presencia, sea aliento ante el desconsuelo.
Palabra,
fruto del pensamiento
encarcelando
al terror posible.
Que
tú, yo, nosotros
hagamos
de la palabra
un
vínculo burbujean te que nos una
Palabras,
dagas ante la injusticia,
árbol
rico en frutos, luminosidad en oscuros huecos,
Palabras
vertidas en arte,
cuando
en el papel formas surcos
inundados
de amor y esperanza
Nechi Dorado
Los símbolos de Toño Nechi Dorado
El
pueblo era tranquilo hasta la noche en que la fatalidad comenzara a descargar
su furia sobre el caserío pobre. Esa mayoría siempre silenciada, naturalizada,
que se convierte en la imagen de lo sucio, despreciable, vergonzante para el
ideario colectivo en cualquier sociedad pseudo civilizada.
Cuando
estalló la absurda Guerra Civil, la abuela Digna, tuvo la posibilidad de salir
del país buscando un horizonte inexistente. Partía rumbo al lugar donde los
sueños prometían hacerse realidad y la mentira tenía instalada su corte
palaciega.
Expulsados
de su tierra, salieron con ella en una barcaza herrumbrada su hija Bernarda y
dos nietos, Toñito y José, ambos hijos de su otra hija asesinada cuando el odio
se compara a clavos enmohecidos en la columna vertebral del olvido, perforando
desde el corazón hasta los talones. Salieron como crudos sobrevivientes del
espanto huyendo hacia lo que sería la nada.
En
la crianza de los niños, Bernarda, hacía mucho tiempo que cumplía dos roles,
madre-abuela, tumba humana del dolor entremezclado con mil por qué sin
respuesta. Esa tarea cayó sobre su humanidad el día que violaron, para
seguidamente asesinar a su hija, María de la Cruz, abriéndole el vientre para
arrojar a los perros esa figura amorfa que latía en su seno casi adolescente,
cuando un escuadrón de la muerte dispuesto a implantar el orden a punta de
bayoneta entró al pueblo desatando la masacre. Orden que ordenaba ser
ordenados, ordenándose ordenadamente y asumiendo como algo natural el despojo,
el asalto contra la dignidad y la justicia que se dibuja asequible para todos.
La
diáspora se produjo una noche, luego que tres de los hijos de Digna rumbearan
al monte, desordenando el dogma establecido, mientras otros dos ordenadamente
se enrolaran en las filas militares. Ninguno pensó que les tocaría matarse
entre ellos, el hambre tiene la facultad de enredar las raíces de la razón
enterrándolas bajo la misma tierra que los viera nacer, ignorando el mandato de
las venas que comparten sangre.
La
desmembrada familia, cargó sólo con los recuerdos. Lejos de la patria, Digna,
continuó con la crianza de los niños en condiciones de extrema pobreza, con la
muerte pisándoles los talones pero de otra manera, sin bayonetas, sin gritos
amedrentadores. El sicario, allí, era el abandono más cruel que justificaba su
accionar dando lugar al pensamiento indicativo que el asesino era el pasado y
sus secuelas.
Toñito
creció lleno de resentimientos. Él fue quien vio cuando asesinaron a su madre y
vio ese pedacito de carne volando hasta caer en las fauces de la manada. Y vio
a María de la Cruz, madre, tendida en el polvo de la calle, con sus ojos de
noche con forma de almendra mirando hacia la nada. Y vio a su abuela pegadita a
ellos y vio el rostro del odio y vio a los monstruos riendo, disputándose el
trofeo yaciente en el piso, boca arriba. Vio el adiós para siempre, no deseado.
No
escuchó más a su madre recitando a Roque Dalton “siempre vieron al pueblo/
crispado en el cuarto de tortura/ colgado/ apaleado/ fracturado/ tumefacto/
asfixiado/ violado…” Nunca olvidó esa estampa del horror, así como tampoco el
paso de los años borrara de su recuerdo los rostros de esas bestias. Toñito se
convirtió en un muchacho difícil. Las noticias que recibían desde la patria
numeraban nuevos muertos, causando el dolor de los otros asilados por las
mismas circunstancias.
Así
crecieron esos niños entre lágrimas, odio, dolor. Confundidos al punto de no
saber cuál era la alquimia de los sentimientos que pujaban desgarrando el seno
de las familias expulsadas.
Una
noche, un auto policial se detuvo frente a la puerta de la humilde casa de la
familia desmembrada. Digna daba vueltas en su cama, algo la inquietaba sin
saber a qué se debía su sobresalto
Cuando
sintió los golpes sobre la puerta, se abalanzó hacia allí. Una voz inquirió –
¿Buscamos a los padres de Toño Funes.
-Fueron
asesinados, señor, soy su abuela ¿ocurrió algo con él?, respondió la mujer en
medio de un temblor helado por la premonición que susurraba que algo feo había
sucedido nuevamente.
-Debe
acompañarnos, ordenó el ordenado.
Al
llegar al sitio donde estaba detenido Toño, el muchacho miró a su abuela antes
de dirigir su mirada hacia el piso sucio del calabozo, tragándose una lágrima.
Resaltaban en su piel morena los tatuajes que cubrían casi todo su cuerpo, cono
si cifraran una historia. Uno de ellos estaba compuesto por cinco letras que
resumían todo el dolor del muchacho: Madre.
Compartían
espacio en ese cuerpo esmirriado, números, símbolos, figuras contradictorias
donde coincidía un ángel con las alas rotas y un demonio sonriendo dejando al
descubierto sus colmillos. Debajo del primero se leía “hermano”.
Digna
intuía que algo estaba diciendo sin voz, su muchachito adorado, rebelde como fuera
su padre, con los ojos aindiados de su madre. Verlo la retrotraía a la visión
de su hija partida en dos en el mismo pueblo que la viera nacer.
-Mire
señora, su nieto pertenece a una pandilla donde son todos escoria, basura,
faltó que alguien pusiera orden en su vida, gritaba un oficial mientras miraba
con asco la negritud de esa abuela con raíces indígenas y el dolor instalado en
sus ojos tristes de tanto llorar ausencias definitivas.
-Supiera
usted, señor, el dolor que carga mi muchacho y sin dudas todos ellos a los que
llama escorias. Supiera que ser indígena no es humillante, es la brasa que
ilumina a nuestra historia pisoteada.
-¡Estos
indios no se domestican más! Que se pudran acá, lo hubiera cuidado antes, gritó
con ira el supuesto ordenador de vidas, asalariado de la fuerza con armas en la
cintura.
-No
pude hacer alguien de su gusto, exclamó Digna, tampoco ustedes nos ayudaron.
Desde que pisó esta tierra sólo sintió la vergüenza por su raza en este mundo
donde el bien se pinta con colores claros. Nosotros no elegimos estar acá,
fuimos expulsados por la incomprensión que toma forma de guerra que los pueblos
no deseamos. Mi niño es el resultado de la tragedia humana que muy pocos
quieren asumir.
-Ustedes
tenían, entre otros, el poder para insertarlo, pero prefirieron cerrarles las
puertas de la escuela tanto a Toñito como a sus amigos. ¿Será que buscaron
sostenerse unos a otros en este mundo hostil? Siguió respondiendo Digna.
La
abuela salió del lugar, el muchacho, “escoria pandillera” quedó detenido, el
odio ganó su enésima batalla. A la mañana siguiente, volvieron a golpear la
puerta de la humilde vivienda.
-¿La
familia Funes? Somos del Hospital del estado, venimos a avisarle que Toño
murió. Esos jóvenes siempre terminan matándose entre ellos, señora. Lo sentimos
mucho. Buenos días, dijo un hombre antes de retirarse del lugar.
Digna
se desparramó sobre lo que alguna vez encontrara en la calle y se dijera
sillón. Algo iba dibujando una telaraña en su cabeza y nuevas arrugas en su
rostro arrugado. Volvía la imagen de su hija, el pequeño pedacito de carne en
las fauces de los mastines y Toño, su Toñito, con esos tatuajes hasta en la
cara como tapando su agonía infinita.
Sintió
la voz de María de la Cruz recitando desde muy lejos, en el tiempo, a Dalton:
“siempre vieron al pueblo/ crispado en el cuarto de tortura/ colgado/ apaleado/
fracturado/ tumefacto/ asfixiado/ violado.
-Ya
deben estar juntos los tres, murmuró Digna, mientras las lágrimas corrían como
granos de sal sobre las heridas del alma. Bernarda abrazó a José mientras el
llanto iba golpeando las puertas de las casas vecinas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)