sábado, 30 de junio de 2018

FANNY TRAINER

                                  POEMAS 
                           FANNY TRAINER  

AMOROTIEMPO


Quiero quedarme desnuda

con los trigos y con el sol.

En el medio, tus ojos claros,

tus venas y yo.

Es posible el mediodía

con tus brazos en mi espalda.

También, quizás...,

de nuevo

la tierra brame

frente al beso

de labios anchos, muy anchos,

y dientes prendidos

entre tanto y tanto.


Amor:

no había motivo entonces

para ocultar los cuerpos

envueltos en luz y luna

(hoy perdura el barro

que cubre todo

“lo que vendría”).


Quiero quedarme desnuda

en el trigal a la tarde

envuelta en tierra y cielo,

emergiendo luego esbelta

de tu espuma y de tu grito

con mis brazos rectos

extendidos hacia arriba.


Todo es tangible cada día

cuando el sol y el trigo se unen;

escucho tu deseo

y presiento el mío.


Posadas, 2004



LOS BARES DE ROSARIO


en domingos de mañana

esperan la soledad

compartida de dos

entre La Capital

y el café en jarra

entre el sol y las persianas

entre el truco

y el guiño plegado

de papeles

de noticias

empastados

empantanados.


I


El niño que vende

figuritas y no rosas

que mira tras del vidrio

que se va que no vuelve

que no besa que no toca

que fue sueño soñado

de repente

y se rompe

y se queda

parado en sus pestañas

que camina junto al perro

de tres patas

desde siempre.


II


Cuando hablamos de género

pensamos en el vestido de novia

y en el andar sin zapatitos rotos:

cuando hablamos de poder

visualizamos a los hombres

sus marchas con botas

con bolas, con bombas.


Jenara García Martín



                                  Desde una cafetería (final)  
                                           Jenara García Martín

 Este suceso no pasó desapercibido para la prensa, y cuando ya estaban trotando juntos, “Alado” y POTI, en la Escuela de  Instructores, salió publicado un día lunes en la página de el Turf, como noticia destacada.
Así fue como el cliente de la cafetería que había conocido a POTI lamentándose del accidente de “Alado” y de la historia de POTI, contada por el mozo, volvían a dialogar recordando  ese día y alegrándose ahora  al leer  la columna que les dedicaban,  alabando la dedicación  de POTI  para salvar al caballo y la voluntad de seguir trotando a su lado, a pesar de su dificultad física. Y como cliente habitual y la confianza con el mozo,   los lunes no dejaban de leer la página del Turf…
Mientras crecían las expectativas sobre la vida de  “Alado” y POTI, esto sucedía en la Escuela , teniendo en cuenta que el caballo a nivel general  todo su cuerpo puede indicar su sentir, igual que la mayoría de los seres humanos. Si un caballo tiembla, los que los conocen, saben que está nervioso o temeroso y en cambio cuando te roza con el hocico o intenta pellizcarte  o morderte,  puede ser que esté curioso  por algo y juguetón. Estas reacciones de “Alado” POTI las conocía sin equivocarse. Como también su origen:
“Alado”  era un caballo “pura sangre” descendiente de la raza árabe. Son caballos muy rápidos para las carreras, y actividades deportivas ecuestres que requieren velocidad. Y en esas actitudes no dejaba de pensar POTI. Qué porvenir tenía “Alado” por su raza. La árabe,  pensaba, tiene otras actitudes  y  están calificados entre los mejores  del mundo. Son genéticamente puros. Se identifican por su elegancia. Son esbeltos.  Veloces en la pista. Brindan confianza y cercanía con el ser humano, (estas cualidades no le faltaban a “Alado”), pero también eran elegidos para equitación terapéutica, exhibición, salto…. Y en esto se debatía el pensamiento de POTI para el futuro de “Alado”, pues sabía que volver a las carreras no era posible. Su pata estaba salvada,  pero en velocidad ya no podría competir.
Aún no había intentado que “Alado” lo montara nadie. Tenía que estar seguro de que soportaría correr con jinete. Lo tenía que conversar con el veterinario asegurándose que estaba en condiciones para ese otro ejercicio. Ellos dos juntos trotaban todos los días por la pista de la Escuela y “Alado”, cada día tomaba más velocidad y él se sentía disminuido por su pierna ortopédica. Mas como las cosas no pasan sólo por pasar, un día “Alado” con la cabeza le empujaba con mucho cuidado y las orejas y la mirada le decían algo, que con el lenguaje del caballo a quien POTI le entendía  como si le hablara, interpretó que  le pedía que le montara. Entre los dientes sostenía las riendas y se las llevaba a las manos. POTI le hacía ver su pierna de metal y el caballo movía la cabeza y su mirada era suplicante. Este comportamiento de “Alado” le dolía y volvió a conversarlo con los Profesores  y su respuesta fue que quería que lo montara  en el entrenamiento. Convinieron que otro jinete  lo intentara y “Alado” no lo permitió .Hizo un corcoveo para que se apeara. Ante esta situación POTI pensó que “Alado” quería que fuera él y tomo una decisión. Fue  a la fábrica donde les hacían las botas para montar y consiguió que le fabricaran una bota del mismo tipo de cuero para calzarla sobre la pierna ortopédica. No solucionó el defecto de caminar pero sí el tacto para la piel del caballo y con todo el afecto que sentía el uno por el otro, una mañana después del trote diario, acariciándole como él sabía hacerlo le dijo algo  en la oreja que “Alado” lo entendió bien e hizo algo diferente. Relinchó como nunca lo había hecho. POTI le colocó la montura y con los movimientos del jinete avezado, puso un pie en el estribo y montó en el caballo.  
Eso era lo que “Alado” quería. POTI desde su lugar de jinete le dio unas palmadas que le acariciaban y “Alado” del trote pasó al movimiento de carrera siguiendo el recorrido que hacían los profesionales de la Escuela. Todos pararon la clase y se quedaron observándolos. No podían creer lo que estaban viendo. Cronometraron el tiempo y observaron el ritmo del movimiento de sus patas en la pista. Era perfecto. POTI también midió el tiempo y con las mismas palmadas le hizo parar y  él desmontó. Lo había conseguido. “Alado” le agradeció con sus gestos de cabeza, posición de la cola y orejas. Ahora él tenía que ejercitarse para poder montar como  profesional. En la cafetería no dejaban de leer las noticias de las carreras, no tan interesados por el resultado, puesto que no eran apostadores. Su interés era conocer la vida de POTI y “Alado”. Ya habían publicado que POTI lo montaba como un experto jinete y el ritmo de entrenamiento  empezaba a superar el trote. Y lo anunciaban como un posible competidor en el Turf.  POTI se animó a llevarlo a la pista del hipódromo y entrenar en solitario, pero comprobó que el tiempo horario no daba para ser vencedor. Tenía que pensar en otra actividad para “Alado” y recordó que existía una Escuela donde hacían ejercicios de equitación terapéutica, especialidad de los caballos de raza árabe, e hizo las respectivas averiguaciones. Había caballos que eran una belleza en todos los aspectos y trabajaban en terapia hípica con niños con alguna discapacidad o problema físico, en rehabilitación, y también con adultos recuperándose por algún accidente u otro tipo de problema. Lo conversó con el veterinario y Profesores, a quienes les pareció una buena opción para que “Alado” volviera a vivir su vida.  Confiaban en que tenía actitud para ese tipo de ejercicios. POTI le inscribió y comenzó a practicar esa  actividad con adultos,  con físico parecido al suyo y él siempre guiándole. Los Profesores que controlaban el comportamiento de los caballos, y conocían la historia de “Alado”, quedaron sorprendidos del carácter y lenguaje que mantenía con POTI y  las terapias que debían  llegar a ejecutar con cada paciente se las indicaban a POTI y él se convertía en el Profesor, dado que comprendían que eran inseparables. Así fue como “Alado”,  con POTI de Profesor, se convirtió en el más dúctil caballo para terapia hípica para niños con problemas físicos. El relincho de “Alado” era reconocido por los Profesores, cuando un niño lo montaba y “POTI” lo acompañaba en esos ejercicios. En la cafetería el consecuente cliente  y el mozo, siguieron la actividad de caballo y jinete, festejando lo que habían logrado con esa inseparable comunicación y cariño que se profesaban. Ahora “Alado” no ganaría las carreras en el hipódromo, pero había ganado mucho más que cruzar el primero la línea. Tenía la carrera ganada por su actitud. Por brindarse a esa otra actividad hípica  colaborando con ese  grupo de profesionales quienes lo necesitaban para rehabilitar a esos seres humanos  con problemas físicos, bien  como consecuencia de algún accidente o  de otro origen. Así termina la historia de “Alado” y POTI de su pasado profesional compitiendo en las pistas, y comienza la nueva etapa de su vida para vivirla feliz, ser útil,  y siempre juntos,  trotando o corriendo en una pista diferente y en un mundo diferente, en el que no importaba para nada,  cruzar el primero la línea.

    


Gabriela Carrera



Frontera  
Gabriela Carrera

A un pueblito de frontera con nombre de santo llegaron de madrugada. Se registraron en el único hotel, tomaron un par de habitaciones, con la intención de pasar desapercibidos. El cuarto más apartado le fue asignado. No era conveniente que alguien lo viera, en un par de días cuando llegaran los papeles de la capital, cruzaría la frontera y todo habría terminado. San Ignacio era un lugar a orillas del río. El último lugar de la provincia, una tierra remota donde pocos pueden ubicarla en el mapa. Custodiado por montañas que ocupan buena parte del territorio. Nacen de sus entrañas un bosque inmenso, uno de los últimos que permanece intacto del asecho humano. Un poco más alejado el puesto de los gendarmes, que sólo entran al pueblo los sábados por la noche cuando el Galpón abre sus puertas. Un bar de copas, piso y techo de madera, un par de mesas y una vieja fonola, algunas noches cuando el cura anda de misión, se puede escuchar un poco de música. Desde las ventanas de vidrio llenas de tierra que dificultan la vista, se pueden ver las luces de colores que adornar el lugar, poco importa el paisaje cuando el alcohol nubla los sentidos y las bellas mujeres trabajadoras del amor, por unos pocos pesos ofrecen el brillo en la mirada del placer efímero. Calle abajo y abriendo paso entre la arboleda se levantan unas casas de techos bajos y puertas abiertas para dejar que el aire circule. Un poco más allá, detrás de las viejas vías está el almacén principal, que todas las semanas recibe las provisiones. Al lado el correo, una casucha de madera, un tanto descolorida, como la bandera que cuelga del techo. Abierto desde temprano  hasta que el calor obliga a cerrarlo. Cruzando la calle y acomodados en hilera descansan tres vagones viejos, dejados por la compañía El ranquel, cuando el último tren dejó de circular y los pocos empleados que aún quedaban, migraron al norte en busca de suerte. Los lugareños los utilizan para vender artesanías, frutos de sus huertas y comida casera a los camioneros que entre viaje y viaje traen noticias de la ciudad. Un poco más distante el puesto de los gendarmes, la gasolinera que recibe los ómnibus de larga distancia. Parada obligada para que éstos hagan su trabajo. Los últimos días habían sido un caos. El viaje desde Anguil le había calmado los bríos. Cuando el senador se enteró por su hermana lo que había ocurrido mandó a su gente para que lo sacara de la ciudad y esperaran hasta que el inglés les llevara pasaporte y documentos. Que se aseguraran que el sobrino cruzara la frontera, antes que la noticia se regara como pólvora. Un par de horas antes que el galpón abriera sus puertas, llegó el inglés con el encargo del senador. Que lo subieran en el primer ómnibus y que lo vieran alejarse una vez cruzada la barrera. Y así lo hicieron. Unas horas más tarde la radio anunciaba el hallazgo del cuerpo sin vida de Yohana, que se encontraba desaparecida hacía unos días.



Hernán Garay


                                      Los últimos tres minutos  
                                                  Hernán Garay
                                                                                                              
La pelea preliminar estaba cumpliendo mucho más de lo esperado, el público que iba llegando al estadio, le prestaba mucha atención luego de haber resuelto sus necesidades básicas de lugar, alimentos y bebidas.
Una vez más y como siempre en ese particular ambiente se enfrentaban la juventud y la madurez, la soberbia y la humildad, la potencia y la destreza, el ascenso y el descenso, un viejo y un joven, que en lo único en  que coincidían era en el origen y la necesidad.
El hecho de que el viejo,  potencial y seguro perdedor, haya llegado hasta el penúltimo round, produjo además de un cambio en el escaso  dinero a ganar por los modernos gladiadores, sino también furia en el joven.
Esa furia, lo llevó a golpearlo con intención de hacerle daño, cosa que no pasó inadvertido para nadie, en especial para el viejo ya que cada golpe lo lastimaba y limitaba en sus movimientos cada vez más.
También como siempre sucede el público se puso del lado del perdedor y más débil, pero su apoyo y su furor cambiaba cuando olían algún espectacular final.
Sobre el centro del ring, adonde habían llegado a los empujones, el viejo trataba de aferrarlo, una pequeña parte de su cerebro que aun funcionaba le indicaba que ya tocaría la campana del final del anteúltimo round.
Una gran mancha blanca pasó frente a él y sintió que finalizaba el castigo. Había sonado la campana y el árbitro los separó.
Quiso girar hacía su rincón, pero se dio cuenta que estaba desubicado, su auxiliar, su gran amigo de toda la vida lo vino a buscar y lo llevó al rincón.
Sentado en el banco de su esquina al inhalar la fuerte sal recuperó la conciencia.
-Te está matando, voy a tirar la toalla dijo el amigo mientras le pasaba vaselina por la cara y con un hisopo le cauterizaba la ceja derecha.
-Por favor no,  dijo en ahogada frase el viejo y luego de una pequeña pausa agregó
-Creo que tengo una oportunidad
-Si dijo su amigo mientras trabaja febrilmente en la ceja, de ir a hospital en ambulancia.
El árbitro con su camisa blanca toda manchada de sangre, se acercó y le dijo que iba a terminar la pelea en ese instante.
El viejo, levantó la vista para mostrarle que estaba bien y le imploró que no, que le de los últimos tres minutos de su vida de boxeador.
-No tres, dos… si te sigue pegando,  te corto,  dicho esto  el arbitro giró y al ver al joven ya parado y listo para lanzarse sobre  su presa, sintió miedo y desprecio por ese joven que por trepar nada le importaba.
El viejo se paró tratando de mantener la dignidad.
Antes de ponerse el protector bucal, le dijo a su amigo:
Antes de tirar el zurdazo baja la mano derecha.
Su amigo sabiendo que lo exponía a más golpes le dijo:
-Si pero antes,  pega dos saltitos, lo hizo toda la noche y agregó:
-Al verlo saltar correte a la izquierda y sacudilo, luego como había hecho cada round de
cada pelea, le dio tres palmadas en la espalda.
La campana sonó y para el viejo fue el inicio de un nuevo calvario pero también el final de una vida de mucho sacrificio.
En el centro del ring chocaron los guantes en saludo, mientras el público gritaba.
Trató de aferrarlo y con dificultad lo logró, el árbitro demoró en separar a los peleadores lo que produjo gritos de la esquina del joven donde sabían que su único enemigo era el reloj.
Cuando el viejo intentaba de nuevo aferrar, recibió un terrible golpe que lo desequilibró, aparte del dolor, su preocupación fue que no lo vio venir. Otro más sin ver de dónde venía!!!
Supo que era el final.
Que sea con dignidad pensó y se plantó con lo que poco que le quedaba en el medio del ring.
Sólo le sobraba  coraje.
Lo vio venir.
Para su sorpresa vio que el joven daba dos saltitos !!!!!
Supo lo que iba a pasar, se corrió hacia su izquierda y en el momento que el joven bajaba la derecha, sacó con lo último que tenía, su mano izquierda.
El certero impactó sorprendió no sólo al contrincante sino a todo el estadio, la sangre comenzó a brotar de labios y nariz. La soberbia del joven le impidió darse cuenta de lo que venía atrás de eso,  pensó,  que fue un golpe de suerte y se preparó para seguir, en consecuencia no vio venir lo demás.


El viejo rejuvenecido avanzó y avanzó, pegaba y pegaba, la multitud rugía, una pequeña parte de su cerebro que aún funcionaba le indicó que estaba por tocar la campana final. No la escuchó, una gran mancha blanca ahora con sangre de los dos se interpuso entre él y el joven, los últimos tres minutos habían finalizado y con ellos muchas cosas más.

Claudio Steffani



Subte A Encuentro con X   
Claudio Steffani

Un lunes por la mañana me bajé  del tren en Once y me dirigí al Subte “A” como todos los días, eran cerca de las 10 y había poca gente en el andén, entro al subte que estaba prácticamente vacío y me dirijo hacia la mitad del coche apoyándome en el respaldo de madera muy cerca de la puerta, mirando por el vidrio de la ventana  las pintorescas y antiguas estaciones , que  fueron diseñadas con azulejos de diferente color, porque a principio del siglo pasado, había muchos analfabetos en Buenos Aires y de esa forma podían identificarlas. Entre el vaivén y crujir de los coches de madera, en un instante se reflejó en el vidrio el rostro de la mujer que estaba apoyada en el respaldo de enfrente. Ella era pelirroja como un relámpago del cielo, sus ojos almendrados grandes y brillantes. La formación llegó a la estación Lima, ella se baja y yo también, pasa los molinetes y sube la escalera en dirección a Cerrito. Decido seguirla, cruza 9 de Julio y se coloca en la parada del colectivo 100 sobre Carlos Pellegrini, me acerco y no me acuerdo que le pregunté, pero era algo que habría el juego de la conversación como herramienta de seducción y así sucedió.  Ella me dijo que llegaba tarde al Psicólogo, yo al trabajo, le mentí que tenía que pasar primero por la zona donde ella se bajaba. Llega el colectivo, subimos juntos y charlamos hasta Viamonte y Nueve de Julio, nos bajamos, la acompaño hasta la puerta del edificio donde iba. Le dije que quería conocerla y seguir charlando, me dijo que era casada y que nunca me iba a dar su teléfono y me pidió el mío. Nos despedimos y le pregunto el nombre “llámame María me dijo”. Ella para encontrarse conmigo, solo podía los viernes de madrugada, cerca de la una estaría por mi departamento y a las cinco tenía que irse. A la una y cuarto suena el portero eléctrico, bajo por el ascensor, le abro la puerta, estaba espléndida con un vestido ajustado de lana rojo, acorde al color de su cabello. Entre la charla y música de Sabina, nos bebimos una botella de Malbec, ella se reía sentada en el sofá mientras se cruzaba de piernas y dejaba traslucir su ropa interior. Hicimos el amor y nos divertimos mucho, jugando y criticando cine y literatura, pero cuando le preguntaba por su vida, nunca me contestaba, no hablaba de sus hijos ni de su marido, me repitió que esa era la consigna cuando me conoció. Me llamaba desde una cabina telefónica en la semana y todos los viernes venía a mi casa a la una de la mañana, una madrugada de su cartera sacó un regalo para mí, era un perfume carísimo, no lo podía creer, la abrazo y vuelvo a insistir que me hablara de su vida, se enojó y empezó a vestirse apresuradamente, “ me voy “ me dijo, quise insistir para que se quedara pero no pude cambiar su decisión, cuando llegamos a la puerta del edificio, me mira profundamente con sus dos almendras brillantes y me dice que me estaba poniendo peligroso para ella, se subió a su coche y desapareció de mi vida. La busqué un tiempo en los trenes, en los subtes, en la parada del 100 y hasta pasé algunas horas  en un bar de Viamonte y 9 de Julio esperando verla pasar, pero ese dìa no llegó, a veces cuando la recuerdo imagino haber hecho el amor con la muerte, o en realidad vino a buscarme y por algún motivo se arrepintió.



Alejandro Bovino Maciel




LUPANAR EN LLAMAS  
Alejandro Bovino Maciel

Cuando Amado me contó lo del quilombo de Pedro Juan Caballero empecé a soñar, Juan Mujica. ¿Pedro Juan es una ciudadela en Paraguay, verdad? Sí, frontera seca con Brasil donde una calle de arena separa dos países. ¿Y qué pasaba ahí, Alecito? Uff… Amado contaba riéndose que una tarde se incendió el quilombo de Pedro Juan y la Madama, que era un travesti gordo y pelado llamado Mamá Jacinta que diz que había sido querida de jeques árabes cuando vivió en Monmartre, gritaba pidiendo socorro en medio de las llamas. No es para menos. Envuelta en gasas y plumas desde el balcón llamaba a los bomberos mientras las pupilas arrojaban palanganadas de aguas servidas a la calle; también estaba un periodista alcohólico al que le decían “Carroña” tratando de investigar lo que él llamaba ‘el origen del siniestro’ mientras la policía buscaba pistas en una pelea binacional. ¿Me estás metiendo geopolítica en el burdel? Alejandro, presiento que este es otro de tus fraudes. Te juro que no miento Juancho, según Amado en el quilombo tenían pupilas paraguayas y brasileras pero los clientes querían excesos y las locales muy modositas no aceptaban besos de boca ni sexo anal. Imagináte zona de frontera donde la gente se vuelve fiera. Entran dos arrieros al prostíbulo a buscar lo que en la casa no le dan sus mujeres. Las brasileras eran todo lujuria desenfrenada: hacían fellatios por caridad, se rapaban el monte de Venus dejándolo tan depilado como la testa de la matrona a la que no en vano llamaban ‘la Cantante Calva’, hacían todo tipo de trapisondas y por sobre todo aullaban como lobas en estro con el sexo anal. Las paraguayitas llenas de recatos no permitían besos, penetraciones anales ni peluquerías vaginales. Ahora entiendo Alecito adónde lleva todo esto. Si tu lógica aristotélica no te falla ya te habrás dado cuenta que los servicios extranjeros cotizaban en alza mientras las paraguayas se pasaban en huelga tomando tereré en la puerta de sus tabucos. Las rapaices, sobre todo una que se llamaba Melisa, no daban abasto a la clientela; en el colchón de la Melisa ya se había formado un socavón a fuerza de hundir el cuerpo de tanto arriero que desfilaban a toda hora a refocilar a sus anchas con la pupila. Esta Melisa y dos colegas, una venezolana y una argentina, iban de vacaciones a Uruguayana. No parece un sitio turístico. No Juancho, qué va con tanto turismo, las ‘tres manolas’ iban al cine porno a ver los últimos avances de la moda coyundal como quien hace una pasantía para especializarse en técnicas eróticas. Lo que se dice, putas de vocación. ¡Profesas, Juancho! Verdaderas profesionales y una de las prédicas de Melisa hincaba el diente en esa cuestión, que las putas obligadas, aquellas depres como las paraguayitas que recitaban a cada cliente la salmodia del “yo hago esto por necesidad a mí co me gustaría casarme con un hombre y tener hijitos y una casa” le sonaba tan patético como un capítulo de la Familia Ingalls. Melisa predicaba seriedad en el negocio y asumir las obligaciones con gusto y vocación, no buscando la compasión del prójimo en un quilombo. La rapai la tenía clara pero una de las rencorosas guaraníes buscó el modo de malquistarla con Mamá Jacinta, la Cantante Calva que era algo tartamuda. La pupila guaraní encendió velas y chucherías frente a una imagen de palo, según las investigaciones del periodista dipsómano. ¿Un periodista metido en las intrigas quilomberas? En Pedro Juan Caballero el crimen ya no es noticia, Juancho. Cuando alguien estorba en el sistema montado alrededor de la marihuana los sicarios que matan en Brasil se cruzan al Paraguay y viceversa querido Juan Mujica, ¿entendés? mandaría una corresponsalía desde Pedro Juan anunciando que acribillaron otro arriero en la calle que separa los dos países? Carroña sabe bien que en Asunción eso no es noticia pero el incendio de un quilombo  se convierte en el tema del día y más cuando el comisario, ahijado del caudillo opositor, cierra el caso rotulándolo de “accidental”. Melisa juraba que no se dedicaba a la macumba que apenas ofrecía frutas a Xangó los viernes y que nada tenía que ver con gallos degollados, velas negras y santos de palo. La Cantante Calva lloraba viendo la quemazón de su casa y por sobre todo del gallinero donde la doña criaba faisanes. ¿Faisanes en Paraguay? No te olvides que la Cantante Calva vivió seis meses en París y desde entonces se creía bretona en usos y costumbres Juan Mujica incrédulo. Sólo se perfumaba con Chanel Nº 5 y tomaba agua Perrier. ¡A la puta que era fina! Puta fina, bien lo has dicho. ¡Pa-pa-parece que las pu-pu-putas se me hi-hi-cieron mo-mo-monjas!, clamaba desde el balcón la doña, tan llena de gasas, boas de plumas y sedas que la amenaza de las llamas la sitiaba con hambre. De nuevo la exasperación terminó en desesperación, la envidia rencorosa de las paraguayitas desató el fuego y una vez que la fiera salió de la jaula no hubo forma de sujetarla, ardió un depósito de camas desvencijadas que había en planta baja y de ahí trepaban las llamas furiosas al primer piso donde estaban las habitaciones de las pupilas, Melisa lloraba cuando Carroña la interrogaba. ¿No era periodista? En la campaña las funciones son vagas, alguien le encomendó la investigación del asunto y por una botella de cerveza Carroña es capaz de indagar al propio juez. ¿Qué averiguó, Alecito? Nada, ¡qué querés que descubra semejante coso! La Cantante Calva hizo una relación de los bienes perdidos, empezando por sus faisanes totalmente carbonizados. En eso apareció una de las locales acusando a Melisa de hacer macumba y, dijo, eso ocasionó la furia de la Virgen que causó la fogata. ¿La Virgen terminó implicada?, seguí, Alejandro, esto se pone bueno, ya tenemos la reyerta de las pupilas, el reportero-fiscal, una Virgen pirómana… No bien la mencionaron, alguien muy oficioso fue a llamar al cura. ¡Don paí, vaya urgente, están diciendo que la Virgencita quemó el quilombo! ¿Te das cuenta? En cuestión de horas todo el mundo y su representación estuvo involucrado en el caso. Ahí quería llegar, Juancho: todo está íntimamente relacionado en la realidad en la que vivimos. ¿Cómo es eso? Este asunto que empezó como una simple disputa entre putas por cuestiones de índole comercial, rápidamente se convirtió en un caso periodístico,  policial, judicial si contamos ese remedo de juicio; después se volvió espiritual cuando interviene el cura y teológico cuando invocan a la Virgen. Nada “pertenece a los otros” cuando se agitan las pasiones, Juancho. ¿Cómo terminó? El dipsómano le dio la vuelta de tuerca que faltaba: denunció una conspiración opositora en la actitud del comisario reticente; en la capital se transformó en un claro caso político. Lo que faltaba: del puterío volvimos a otro puterío. No existen hechos de una sola dimensión, Juancho. Todos los actos humanos se parecen al dios Proteo de los griegos: tiene mil caras, mil formas que van de una a otra gradualmente y hasta una cuestión burdelesca puede terminar en la catedral como sucedió con el incendio. ¿Te acordás de lo que discutíamos con Berti en la Biblioteca Mariño? Sí, él decía que según Proclo todas las cosas en principio fueron parte de la Unidad que les dio origen diversificándose en la materia del Mundo. Exacto. Eso mismo Alecito. El burdel también es parte de Dios que originó todo. Amén.


Carlos A. Margiotta



                                   LA FOTO  
                                             Carlos A. Margiotta

Es una foto antigua latiendo en mil grises que se estrellan sobre la cara interior del vidrio encerrado entre las cuatro maderitas que forman el marco nacarado del portarretrato. Detrás, una inscripción adherida junto al soporte que lo mantiene inclinado, dice: 18 de septiembre de 1922.
Ella es joven, demasiado joven para estar de pié en el centro de la foto con su brazo izquierdo extendido sobre el respaldo de una silla donde él esta sentado vistiendo un traje de anchos hombros que deja ver su chaleco abrochado con cinco botones por donde se eleva una camisa blanca con cuello palomita y una corbata brillante.
A la derecha, un chico con uniforme de marinero y pantalones cortos llega con su cabeza casi a la cintura de la mujer rodeada por un lazo oscuro que la ciñe. En su mano sostiene un ramito de flores anónimas junto a otra mano, la de una niña más pequeña aún, que imitando en el gesto a su madre apoya su mano izquierda sobre pierna del padre.
Es una foto familiar tomada en el estudio de un fotógrafo de pueblo donde el telón de fondo cuelga arrugado, disimulando la pared descascarada por la humedad y el tiempo. Todos miran hacia la cámara con solemnidad, como si esa mirada fuera tan eterna como para atravesar el mar en un instante y desembarcar escondida en el papel de un sobre blanco en algún puerto del sur italiano.
El padre es joven, demasiado joven para amagar una sonrisa que no se corresponde con su desafiante cara sin bigotes (¿qué es de la autoridad de un padre sin bigotes?) y su frente amplia insinuando una calvicie próxima. Tal vez sea el único que disfruta con la pose desparramada en la cadena del reloj que cruza el chaleco pendenciero. El chico, se parece al padre, y levanta las cejas para que su mirada llegue al cielo primero, mientras aprieta los labios de su boca exagerada como mordiendo un secreto, ese secreto familiar del cual aún no sabe nada, todavía.  
La luz, como buscando, privilegia el rostro de la madre para iluminar su belleza resignada, casi dolorida en un encuentro perdido con sus exultantes pechos. Su vestido claro cae hasta los tobillos que terminan en sombras, mientras su vientre, su amoroso vientre, descansa sobre el moño atado en el pelo de la pequeña, inocente niña, amorosa niña, conmovedora niña de profundos, asombrados, hermosos, curiosos, incrédulos, grandes ojos de mi madre.

Sonia Catela


Hombre contra sí mismo 
Sonia Catela

Mucha fiebre, mi marido en llamaradas debe consultar a un doctor, pero ¿él? Andá Simón, seguro te pegaste un virus, una infección en alguna parte de tu cuerpo. Tosés demasiado.
Pero este hombre, que se rige por su propia Constitución personal, rechaza mi sugerencia violatoria de su carta magna: Mirá si yo, justamente, me voy a poner en manos de los médicos y la industria farmacéutica proveedora de venenos, ambos socios de este multimillonario negocio en que han convertido la medicina.
Y diagnostica: -Me curaré con ajo. El ajo mata todo, bacterias, virus, parásitos.
Pero ¿no se da cuenta que sin una receta de profesional diplomado, le van a descontar los días que falte? ¿cómo justificará ante la empresa su no concurrencia al trabajo?
El escribe una carta con sus puntos de vista sobre tal ausencia, lo que seguramente le va a costar el puesto en la compañía Bayer donde trabaja desde hace un par de meses.
No hay empleo que Simón pueda prolongar en el tiempo, aún de proponerse ese objetivo.
Porque vaya si ostenta antecedentes en su prontuario. Como cajero del Money Bank se presentaba ante su mostrador con remeras que agitaban sus "Yankis go home", "No son ustedes los que nos dan de comer, patrones, sino nosotros los que llenamos sus bolsillos". "Abajo el imperialismo yanqui". Y citado cada vez por el gerente e intimado por fin con amenaza de despido si repetía una vez más uno de esos ultrajes, terminó cerrando la puerta detrás de él como un triunfo.
Simón se encoge de hombros. Se entrena en cursos diversos y ahora ha cambiado de estrategia. En vez de exhibirse, disimula. Cada vez que puede sabotea a la empresa para la que trabaja, pero desde el anonimato. Activa la alarma de incendio con humo de cigarrillo y el supermercado debe evacuar a clientela y personal, lo que representa para la empresa lo peor del horizonte: paralización de ventas durante algunas horas. Simón se retrae, luego permanece inactivo un par de semanas. Después vuelve a arremeter: desconfigura el sistema de internet:  Inútiles , grita el gerente del hipermercado a los encargados de la red y el equipo se vuelve loco porque ya se perdieron las ventas de media jornada con las cajas imposibilitadas de funcionar.
Simón brinda con un trago de tequila.
En Maxims, otra de esas grandes empresas, llega un día y realiza su rito de la pachamama. Según él, sigue la tradición de su abuelo coya.
 Madre tierra -tiende en el suelo el manto multicolor, altar de la ceremonia, coloca sobre él ofrentas, chicha, agua bendita, hojas de coca, porotos. Y danza alrededor ingiriendo aloja entre velas blancas que circundan su locura, con excrementos de vaca que él agita y convierte en sonoridades andinas.
Escenografía que espanta a la clientela.
Cuatro forzudos lo transportan al sótano y lo arrojan al piso polvoriento así "entrás en contacto directo con tu tierra".
Pero a Simón nada lo inmuta. Sin embargo, hoy lo sacude una noticia necrológica:  Acaba de llamar tu madre, mi querido. Ha muerto tu viejo.
El patriarca. Dueño de un taller metalúrgico que provee de repuestos a cierta compañía automotriz y da empleo a cien personas. Apenas cae la última palada de tierra sobre el difunto, Simón se hace cargo. Entra en la metalúrgica con su título de patrón colgado del pecho. Dos reflectores apuntándole el rostro. "Vamos a poner las cosas en claro, señores -declama Simón con autoridad-, aquí se viene a producir, en serie. Cadena que no puede ser interrumpida por alguien que quiera rascarse los genitales. Marcaremos metas de producción. Metas que irán superándose bimestralmente. Fichas individuales de rendimiento y colaboración. Quien no concuerde con los nuevos procedimientos y métodos de eficiencia, tienen la puerta abierta para marcharse".
Discursea, de corbata y traje. Recibe los aplausos de los chupamedias devolviéndoles promesas de recompensa.
Simón se descascara de sus sucesivas capas, llegando a quien verdaderamente es. Simón amo. Simón mandamás. Simón dueño y cacique.


Brazos en alto, agradece los aplausos como general en el palco de la Rosada. Simón alzándose en su total magnitud: patrón.

Teresa Godoy


                                 Dos miradas  
                                                  Teresa Godoy      
                                    
A veces los tomo. Unos son de A, otros son de B.  Y podía estar hablando de vitaminas, que no deben faltar en el organismo. Pero se trata de otro complejo  que nos conducen hacia distinto bienestar, si se pude considerar así, de acuerdo a quienes los tome.
Se  relaciona con aquellos medios que nos trasladan de un lugar a otro: el Subterráneo, o Subte como lo llamamos, porque todo lo abreviamos.
Lo tomo poco, pero cuando lo hago, me gusta, disfruto de ser su pasajera, justamente, es temporal, como la lluvia que, alguna vez llega a su fin.
Cuando lo espero en el andén y lo escucho llegar, me corro más atrás de dónde estaba, no voy a su encuentro, ¡vaya a saber porqué motivo!
Cuando lo veo, tan rápido, imponente, majestuoso, que aparece desde las sombras de ese túnel, me impresiona y me da la sensación que tiene vida propia, es una máquina, con toda la capacidad para detenerse lentamente, abrir sus puertas como si fueran alas para cobijar a quienes entren en ellas. Ahí es cuando me acerco para participar de su juego. Y pronto, como atendiendo a un reloj que le dicta la hora de partida desde su mente metálica, arranca seguro por su camino bien trazado.
Ya arriba trato de acomodarme. En este momento, veo cara a cara a los que subieron conmigo, me rodean y casi no respiro, ni quiero que los demás respiren. Cuido mi cartera y los miro a cada uno disimuladamente. Muchos escuchan música, a esta altura veo sus orejas desde dónde parten sus cables que van hacia abajo. Un señor tiene una gorra con visera, parece cansado porque se le cierran los ojos, una señora mayor por sus canas y arrugas también está de pie, nadie la habrá visto para cederle el asiento, por suerte una joven de pelo castaño largo lacio, se dirige a los que están sentados y les dice con voz fuerte y demandante, moviendo sus gruesos labios pintados muy rojos: “¿Alguna persona puede darle el asiento a esta señora?” Dos se levantaron y la adulta mayor eligió uno de ellos. El otro que quedó también parado me mira a mí y me ofrece el asiento. Le agradecí, me senté y volví a  respirar aliviada del gentío que me rodeaba.
Ahora percibo todo desde otro ángulo. Hay carteras, bolsos y mochilas de todos los colores, pantalones anchos y otros ajustados, zapatos negros, otros marrones, zapatillas baratas y otras de marca, blancas, negras rosadas. Bueno mejor miro hacia afuera.
El oscuro túnel me da miedo. No quiero pensar que estamos bajo tierra y por arriba pasan autos, micros, motos y hay semáforos que los hace parar y arrancar en cada esquina, de eso mi subte me salva. Sigo mirando por la ventanilla esperando ansiosa ver la luz de la próxima estación con un cartel y una voz que anuncie mi parada.
Adentro, mi subte mágico los lleva a cada uno a su destino. En cada estación abre sus alas y deja volar a sus pichones,  a los que llegaron a su destino, a su trabajo a su curso, al encuentro con ese alguien.
En la próxima me da su okey para ir hacia donde yo debo llegar. Me preparo, voy hacia la puerta y va deteniéndose lentamente para dejarme en el lugar correcto. Toco sus puertas como para despedirme de quien cruzó por todo ese espacio “subterráneo”; se detiene, saco el gancho y bajo.


Se va despacito, majestuoso y cada vez más rápido para dejar a los otros pasajeros, pues fugazmente pertenecieron a su carga, tan importante para él.