En una foto
Recuerdo
aquél momento, era un viernes por la noche, yo venía apurado de la redacción
cuando la gente se desconcentraba de la Plaza de Mayo después del famoso
discurso de “la casa está en orden”, y tuve que caminar varias cuadras para
subir a un colectivo, dije; mientras la foto encerrada en un marco de madera
temblaba en las manos del Gordo.
La
encontré buscando unos papeles y me pareció piola ampliarla para colgarla junto
a las otras fotos en la pared del café. El tano Gino me hizo la gentileza de
ponerle un lindo marco sin cobrarme un mango ¿Qué te parece?. Fue como hace 30
años, te acordás. Se jugaba la final de truco y el boliche estaba repleto;
agregó el Gordo.
Yo
seguía mirando la foto. El Mirón estaba sentado en el medio de una cadena de
mesas (parecía un tren) levantando con una mano la copa triunfadora y con la
otra abrazaba a su compañero de partida el tordo Jorge, nuestro médico del
barrio. Beto y Mariulo se habían ubicado en cada extremo mostrando la bronca
que tenían por haber sido derrotados, dijeron que los ganadores, como eran
fumadores en serie, se habían pasado las señas del juego mediante volutas de
humo. Don Anselmo, de espalda, daba vuelta la cabeza saludando a la cámara y
ocultando la pelada. Sandoval, el promotor del campeonato apoyaba el brazo
derecho sobre el hombro de Oliverio que hacía puchero, tenía la boca llena de
un trozo de longaniza calabresa, el Gordo agitaba la botella de champaña (es la
única gaseosa que tomo, suele decir) saludando a Mimí, que no estaba en la
foto, una morocha espectacular que en ese tiempo puso en peligro su matrimonio.
Tito Sánchez, el cantor de boleros, abría la boca como entonando “Toda una
vida”, y Norberto, el juez, gritaba desaforado
como si hubiera convertido un gol Atlanta, el equipo de sus amores. Y yo con
los bigotes y la barba negra candado apenas me reconocí, pensé en el paso del
tiempo, en aquél tiempo que era mas lento y el deseo menos urgente, todavía
podíamos pensar, repasar lo vivido y mirar los sueños a través del ventanal sin
shopping… y se me arrugó el corazón.
En
un segundo plano el Gallego parecía maldecir atragantado por una empanada, Joaquín
trataba de disimular el pedo que tenía huyendo de la foto. El flaco Páez, al
que llamábamos Gardelito por su parecido con el maestro, se secaba los ojos
emocionado con una servilleta, Abel lo consolaba haciéndole una caricia en el
cuello, el ruso Boris, el más veterano de todos, permanecía sentado en una
esquina y miraba sin entender nada, y casi en la oscuridad del retrato Julio
Cesar Barton, el famoso relator de radioteatro, recibía el micrófono por sobre
la cabeza de todos para decir algunas palabras. Los demás acompañaban el
festejo para no quedar afuera.
A
muchos no los recuerdo y de otros no vale la pena acordarse. Sin embargo
estaban todos: los desertores, los tímidos, los pollerudos, los machos, los
oportunistas, los emigrados, los golpeadores, los aristócratas, los modernos,
los cornudos, los magueros, los progresistas, los traidores, los boludos, los
ofendidos, los fachos, los sometidos, los malandras, los religiosos, los
triunfadores, los idealistas, los caretas, los fundamentalistas, los débiles,
los putañeros, los esotéricos, los inmundos, los amorosos, los cínicos, los tristes,
los morochos, los abnegados, los cajetillas, los zurdos, los arrepentidos, los
mentirosos, los solemnes, los intelectuales, los pusilánimes, los sensibles,
los que nunca amaron y nunca serán amados, los que quisieron y no pudieron, los
que todavía creen, los que bajaron la guardia y ya no esperan, y los que
partieron para siempre ya no volverán.
Negro
te parece colgarla en el salón de los billares junto a las de los célebres
tangueros, ¿me dejará el Gallego?, dijo el Gordo levantándose del asiento para
dirigirse a la barra.
Si,
por supuesto, contesté sin ninguna convicción, abstraído en mis preguntas
existenciales ¿cómo quiero que sean mis próximos años?
En
este café de Barracas, el Tres Amigos, refugio de melancólicos, almacén de
objetos perdidos, hogar de vulnerables, templo de filósofos, escuela de
jugadores, pensión de olvidados, encuentro de amantes, academia de simuladores,
he aprendido a reconocer el alma de los
hombres y la mía, basta una mirada arrojada hacia una foto para ser detenida
eternamente en un clic.