Sábado a la tarde
Carlos Margiotta
Aquel sábado a la tarde, el hombre estaba esperando a
su esposa frente al viejo edificio de dos pisos habitado por varios pehaches.
Ella salió por el largo pasillo con su pequeño hijo tomado de la mano. Era una
bella mujer de ojos grandes y piel muy blanca, vestía una pollera amplia y un abrigo de lana tejido a mano. El niño, de
pantalón corto, se parecía a ella pero su piel era más oscura. Cuando
cruzaron el umbral el hombre abrió la
puerta delantera del Morris 8, bajó el respaldo del asiento y dejó pasar a su
hijo a la parte trasera. Después subió la mujer y se sentó adelante junto a su
marido.
El auto arrancó suavemente sobre el empedrado y a las
pocas cuadras ella le pidió pasar por la iglesia de Nuestra Señora del Rosario
para ofrecer una oración. El coche se desvió hacia la izquierda y tomó por
avenida La Plata. El chico miraba el paisaje urbano con atención.
-¿Adonde vamos?, Preguntó.
-A la provincia, contestó el padre.
A las pocas cuadras tomaron avenida Sanz y se
detuvieron en una esquina de Pompeya frente a la iglesia. Él encendió un
cigarrillo rubio sin filtro.
-Esperáme acá, -dijo la mujer- Enseguida vuelvo.
Ella atravesó la amplia puerta y entró en la iglesia,
a esa hora poco iluminada, y se cubrió la cabeza con un tul negro. Caminó hasta
el altar de la virgen y se arrodilló frente a la imagen, juntó las manos, cerró
los ojos e inclinó su cabeza.
Cuando el chico apoyaba su nariz sobre la ventanilla
del Morris vio salir a su madre y la saludó con la mano. Ella se acomodó en el
asiento y a los pocos metros cruzaron el puente La Noria.
El camino mostraba a sus costados enormes tinglados,
talleres, depósitos, y pequeñas fábricas.
Las humildes casitas se esparcían en el territorio entre enormes baldíos.
Calles de tierra, techos de chapa, paredes sin revocar. Un gran cartel a la
derecha anunciaba el “Segundo Plan Quinquenal” con una foto en colores de Perón
y Evita.
-Andá más despacio- dijo ella.
-Se hace tarde- contestó.
Dieron varias vueltas por la zona de Gerli y Lanus para dirigirse finalmente a Monte Chingolo.
El olor a aguas servidas invadía el
lugar. Allí el hombre detuvo la marcha y sacó un mapa del bolsillo.
-Es acá nomás. Dijo
Doblaron al final de la cuadra y entraron a una calle
de tierra, cuando se acercaban a la dirección vieron a Josefa agitar las manos.
El hombre bajó del auto, saludó a la mujer con un beso y ésta se aproximó a la
ventanilla para darle un beso a la esposa que permanecía en el auto. Hicieron
bajar a chico y Josefa lo llevó dentro de su casa.
-Te vas a quedar un ratito con Ernestina, mi hija.
Ella va a jugar con vos y te va a dar la leche.
El nene tuvo miedo, amagó salir a la calle pero
Josefa cerró la puerta. Escuchó arrancar al Morris y volvió hacia la
habitación. Una maquina de coser y una mesita llena de telas para ropas a medio
hacer ocupaba una de las paredes del
comedor.
-Vení sentate ¿querés jugar?, dijo la adolescente.
En el aire se olía a tuco del mediodía y a kerosene
de la estufa.
-Quiero que venga mi mamá- dijo como llorando.
Ernestina le acarició la cabeza y lo llevo al fondo
de la casa. Abrió la puerta de metal con un vidrio en la parte superior y
salieron al fondo. El chico se quedó un
rato mirando el gallinero a través alambre tejido y se entretuvo con las aves.
El gallo se le acercó para curioseando mientras el perro salió de su cucha
saltando a un costado.
El cielo empezó a nublarse y el frío del atardecer
caía sobre el barrio morocho mientras
las pequeñas lamparitas se iban encendiendo alrededor como antorchas. El
chico entró a la casa, Ernestina estaba junto a la mesa escribiendo en un
cuaderno.
-¿Vas al colegio?, preguntó la adolescente.
-Sí, a primero inferior. Contestó.
Ella le alcanzó unos papeles y lápices de colores
para que el chico se puso se entretuviera a dibujando. Se levanto y le trajo
una taza con Toody de la cocina.
-¿Querés?
-No, mi mamá no deja tomar chocolate porque me da
urticaria.
-Tomálo, ahora tu mamá no está.
El chico sacó unas galletitas que tenía en el
bolsillo del abrigo y le convidó a la anfitriona. Habrían pasado dos horas
cuando escucharon detenerse un auto frente a la puerta de la casa. Josefa y el
hombre entraron a la habitación y el chico corrió al lado del padre.
-Todo esta bien, quedáte tranquilo. Dijo la mujer.
-Gracias por todo. Vamos.
El chico subió al asiento de atrás y quiso abrazar a
su madre, ella lo evitó disimuladamente y lo acarició.
Volvieron despacio por la noche suburbana sin hablar.
El chico se estiró en el asiento y se quedó dormido. El hombre miraba el
camino, ella se cubrió la cara con el pañuelo de cuello, los ojos le brillaban
de lágrimas.
Cuando llegaron a la casa ella se dirigió al baño y
estuvo un largo rato si aparecer.
El se quitó el abrigo y desvistió a su hijo. Después
en encendió la estufa y calentó una sopa de verduras sobre la hornalla de
cocina y la sirvió en dos platos hondos. Ella salio del baño con la ropa de
cama puesta y se fue al dormitorio para acostarse en la cama matrimonial.
El chico bajo de la mesa y se fue corriendo junto a
su madre, se acostó junto a ella.
-¿Te duele?, preguntó.
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y se quedó dormido.