viernes, 24 de julio de 2009

CARLOS MARGIOTTA


.............................................MUJERES



La mujer del cuadro

Desabrochó su cuerpo
desde la nuca hasta los pies
y lo arrojó sobre la sábana tendida.
En la orilla mineral de su organismo,
los contrarios bailan un tango:
el blanco y el negro,
la curva y la recta,
arriba y abajo.
En la aldea, el arrabal del deseo
es un caldo volcánico que se derrama
ocupando un territorio sin contornos
de barro y de fuego.
Las emociones pujan por salir
y se transforman en colores.
Las palabras convertidas en ideas,
son trazos gruesos de un pincel.
Y en el fondo de la crisis,
el cielo alumbra a una mujer que gime.
Gime cosiendo sus partes de seda y algodón
esperando que la unidad se realice.
La mujer se abrocha en un cuadro
desde la nuca hasta los pies con belleza
y nos contempla desde allí
y nos llama con pasión
para recordarnos el sentido.




Mujer de piedra

En el principio era el caos.
Después, una mujer
encerrada en la piedra
Entonces apareciste tú,
pájaro de arena y viento,
barajando un destino prohibido.
En tu vuelo fuiste niebla,
grises sobre la piel mineral,
pechos, madre.
Y te posaste desnuda
sobre el agua del adiós,
como una ausencia.
Tu seno se abrió
con misteriosos bandoneones
de mármol y cielo.
Nervaduras fértiles de fuego
encendieron la noche,
y tu parto fueron estrellas.
Las espigas buscando el sol
cantaron una plegaria
de adoquín y esperanza.
Signos, huellas de dos caras
grabadas en la tierra curva
de rectas y olvido.
En el final fue la piedra.
Después, palabras.
Y todo se volvió eterno.



Mujer del jueves

Llegó un jueves como todos los jueves
Con la soledad arrugada de su memoria roja.
Me trajo el beso incierto del ayer perdido
y una lágrima exiliada detrás de sus ojos de vino.
Me trajo voces nuevas para palabras viejas
y la sabiduría eterna de su sexo guardada
en silencio dentro de una vasija.
Me trajo una flor y el pan para la mesa vacía
que sirvió en un gesto con dos recuerdos
y una promesa incumplida.
Se fue un jueves como todos los jueves
llevándose el encuentro y la espera,
llevándose el fuego de mi sonrisa en su seno.




Mujer del sábado

No vendrás más los sábados
ni cruzarás esa puerta
con tu bolso azul en la mano.
No contarás más secretos
sobre los almohadones encantados
ni jugarás tus miedos
con olor a talco sobre el parquet.
No dejarás tus sueños
perdidos en el sillón inocente
ni tu muñeca olvidada
en la mesita de luz.
No vendrás más los sábados
vestida de niña

ni los próximos de mujer.

LULÚ COLOMBO


LEPIDÓPTEROS

Hay una variedad de Lepidópteros -a veces se me enfatiza que los poetas inventaron las "mariposas nocturnas"-, que presenta diferencias en cuanto a adaptación y aspecto destinadas a llenar las necesidades de los más variados ambientes -las nocturnas suelen ser profusas en ciertos lugares y he sabido que en la ciudad son objeto de culto-. Ahora tengo seguridad de lo que expreso al respecto, se trata de la mariposa pilosa del Himalaya y de las altas cumbres del Asia, con alas blancas de gran envergadura. Aunque en este caso adquiera una coloración diferente, es del género Lepidus, inofensivo y noctívago. Se trata de una variedad rojo púrpura con profusa vellosidad y escamas. Fue traída por un mercader que contrabandeaba grillos para pelea. El barco vino del Oriente, la Lepidus viajó como "mariposa de noche", cómodamente, en la lámpara de alabastro de la cabina del capitán, un coreano acostumbrado a meses de navegación y al solo ruido del mar. En un bullicioso puerto asiático bajaron los grillos enjaulados y el barco continuó viaje. Ya en alto mar el capitán se entretenía con el rojo aletear. A los pocos días ordenó cambiar el rumbo y se dirigió a los mares del sur, buscaba aguas dulces. Era arriesgado contradecirlo y la tripulación no osó pensarlo siquiera, además de parco y rápido con el puñal, su mirada había adquirido un brillo siniestro más que convincente. Al arribar al imponente río después de muchos soles, el viento frío del sur escoltó el barco hacia el protegido fondeadero, el delta inmenso recordaba al del Mekong y el capitán abrió la puerta de la cabina para observar mejor. Esponjando las rojas vellosidades ante el placer del frío húmedo la alada criatura se dispuso a atravesar los bancos de niebla sobre el río y fue a desovar en tierra atraída por la arboleda próxima y por los libros que detectaban sus antenas. Una estela púrpura quedó brillando suspendida en la bruma. Allí empezó el infierno para la ciudad y la ruina de los bardos. Pocos días después los poetas habían sido apedreados por una multitud enfurecida por repentina fobia a las mariposas nocturnas de sus versos. El polvo de las enormes alas producía enajenación en muchos y el despertar incontrolable de pasiones que enardecían el corazón y la lengua al punto de producir los más temibles actos de envalentonamiento, cobardía, injuria y traición. La sensatez y la templanza se tornaron ausentes o desconocidas. Gente fulminada por ataques espumosos parecidos a la rabia, y otros atragantados con palabras, morían. Instintos que parecían ya no existir entre los hombres puestos a flor de piel por las pilosas alas que desprendían bermejas partículas alucinógenas. La violencia estalló y nadie imaginaba adónde pararía. Los hombres y mujeres ricos asustados por el caos construyeron rápidamente una ciudad amurallada dentro de la ciudad. La cantidad de mariposas de brillantes alas púrpura como amapolas flotando en el aire cubrió el cielo. La gente se arrodillaba en delirante multitud con los brazos extendidos hacia el cielo. Aparecieron santones y milagreros para aplacar a la turba que clamaba desconsolada y babante. Hablaban en lenguas diferentes y sus nombres al roce de las velludas alas también eran extraños. Son señales del fin del mundo, dijo uno que miraba la nube púrpura emborrachándose de polvillo. El rebaño impaciente revoleó los ojos aterrorizado. Los entomólogos estaban perplejos, los músicos sólo componían melodías desoladoras y letras pesarosas. Los artistas plásticos se habían enamorado de ese cielo de alas y polvos iridisados que dependiendo de la hora pasaba del bermejo al anaranjado y del borgoña al púrpura intenso que estallando en el aire dejaba en las pupilas un embriagante violeta con hilos magenta -Los cuadros del período son casi negros. Los pájaros caían empachados piando hacia la muerte; era ese último piar como pequeños infartos multiplicándose por millares. Una multitud errática aplastaba el tibiplumaje y al crujir de los huesecillos se unía la plegaria de los santones y el crepitar de las fogatas. El polvillo bermejo había emborrachado también a los incrédulos; con pañuelos embebidos en vinagre tapando sus narinas algunos permanecieron sobrios y acusaban a los laboratorios por la desconocida epidemia; otros debitaban la causa del caos de alas púrpura a la química molecular y a la genética aplicada. Los creyentes odecían: "Dios es justo"; los ciegos sentían arder sus mejillas y el corazón invadido de incontrolables deseos que les agitaban las venas como las cuerdas de un velero al viento. Me llamaron al foco de la tormenta bermeja y a eso me remitiré en lo posible. La zona había sido aislada y los satélites mostraban los cambios de color en el epicentro de la inmensa nube roja en expansión que fluctuaba sobre ese cielo. Lo observé por red satelital. Ver abajo la ciudad ya no era posible, sólo la nube iridisada con toques de oro sobre un púrpura inefable, eso era todo. El asombro de los otros especialistas no tenía fin, unos decían que eran inofensivas y que era una cuestión de tiempo para que surgiese su enemigo natural. No se podían usar insecticidas porque el desastre sería mayor, además, si morían en la ciudad, los cadáveres como rojas marimoñas taparían los ductos y canales y las aguas cubrirían la ciudad apenas cayesen unas pocas gotas. Envenenarlas sería matar los peces contaminando aún más las aguas del inmenso río donde el barco que trajo la primera Lepidus sp estaba anclado ignorante de ser el origen de tamaño desastre. Había una junta internacional de científicos y políticos para resolver la cuestión. Las mariposas salidas de los libros se fueron juntando al mar de corolas brillantes que se entrechocaban en el aire. Los pájaros habían callado ya y ahora era la vez de los peces. Saltaban como voraces truchas a la caza de las pilosas criaturas rojas y empezaron a morir por millares. Flotaban surubíes manchados grandes como chalupas; pasaban hinchados vientres oro y plata a la deriva entre bancos de camalotes y encallaban en esa pegajosa pasta roja de lepidópteros en descomposición que se desparramaba como bancos de coral. La gente salida de sí deambulaba espantando alas. Los pocos que no deliraban prendían hogueras en las plazas para quemar toneladas de la velluda pasta bermeja. Los santones oraban. Los científicos seguían el acontecimiento de cerca y emitían boletines sobre el fenómeno. Nadie sabía hasta ahora si habría alguna relación entre el delirio y la carencia de algún nutriente. Las autoridades salieron a desmentir a un grupo de científicos que sostenía que había una relación directa entre la deficiencia proteínica y el estado de conmoción y desvarío, -violento en muchos casos- y recomendaban una mejor distribución de los alimentos que a estas alturas se conseguían con dificultad. Comenzó a florecer un prometedor mercado negro de todo tipo de mercancías. Nadie sabía en verdad qué tenía que ver esto con las mariposas y su monstruosa reproducción. Especialistas en Lepidópteros recomendaron métodos para eliminar las pupas y romper el ciclo reproductivo; como no eran crisálidas comunes se mostraban impermeables a toda sustancia conocida, menos al fuego. No contaban, claro, con que las mariposas nocturnas también salían de los libros de las bibliotecas y esto ya era de veras incontrolable. Se prohibió usar la palabra "mariposa" y sus derivadas, así como el adjetivo "nocturno" no tanto por una cuestión efectiva de combate al insecto sino más bien por un regusto de la gente dada siempre a las prohibiciones a priori. Así fue como se pasó a usar en los boletines y noticieros el eufemismo "insectos de alas bermejas y hábitos non sanctos", es decir, "noctívagos". Los poetas sobrevivientes tuvieron dificultades de expresión y también los periodistas, no así los entomólogos que usaban el nombre científico Lepidus sinensis sp. var. opuscularis. Muchas personas ya sospechaban de las rubras alas y trataban de protegerse con los métodos que todos conocemos: desde invocaciones hasta la cura por imposición de manos. Aparecieron elixires y grageas para los disturbios pero el caos continuaba. Cuando llegué, las hogueras crepitaban en las calles, el puerto estaba en llamas y por el correntoso río flotaban masas informes y vientres repugnantes. Pájaros muertos eran quemados en gigantes piras. La majestuosa llama al soldado desconocido de un imponente monumento atrajo a los Lepidópteros a la danza de los muertos. Caían achicharrados en vuelo y al estallar sus gruesos cuerpos cubrían el bronce de una sustancia rubra gomosa como lacre de sangre humana y el mármol con dibujos que producían escalofríos. Las ventanas de enormes edificios ya vacíos y los vidrios rotos tapados con latas y cartones no lograban impedir el paso de las nubes aladas que entraban y salían apareándose y buscando un lugar para desovar. Las alas rojas desclausuraban cualquier espacio. Una multitud errante vagaba hacia cualquier lugar donde hubiese alguien hablando. Eso parecía aquietarla momentáneamente. Por eso se habían colocado carteles que indicaban cómo llegar adonde los oradores y gurúes se revezaban para aplacar a la turba. Donde no se veía un orador, había un enorme parlante y un gran escenario, allí se concentraba muchísima gente que al oír la voz habría los brazos hacia el cielo y declamaba algo que yo no podía escuchar debido a la gigante vibración de alas que me impedía toda comprensión. Yo conocía el poder de las Lepidus y sabía del efecto enloquecedor del rojizo polvo que desprendían sus vellos y escamas purpúreos. Sabía el origen de la anomalía y conocía el antídoto, además, mi dieta era excelente. Sólo debía cuidarme la vista del polvillo alucinógeno. Traía un equipo apropiado para recoger muestras y cuidarme de la contaminación. Me abrí paso entre la gente, fui comprobando minuciosamente el estrago en el sistema nervioso y los daños cerebrales. Andando por plazas y parques vi pájaros muertos y un hedor que subía del río y se clavaba en mi cerebro. Botes abandonados, coches quemados, carteles destruidos, estatuas rotas; la devastación había dejado huellas inmensas, el aleteo no cesaba ni un instante. Me presenté a las autoridades y expuse las consecuencias de la plaga. Me miraban como si yo también hubiese sido atacado por el polvillo rubro. El foco principal desaparecería cuando cambiasen las condiciones meteorológicas, los daños materiales ya podrían estimarse pero los daños cerebrales y las secuelas en las generaciones siguientes eran aun inestimables. Decidieron mantener en secreto todo lo allí relatado. En lo que a mí respecta, al encarar la realidad de un estudio que me había llevado a correr tantos riesgos, decidí que era hora de poner mi piel a salvo. Pedí permiso para ir al hotel a buscar unos documentos para continuar la reunión, junté mis cosas en lo que va un suspiro y salí por una buhardilla vieja hacia los techos envuelto el rostro en un trapo mojado para que el humo no me ahogase. Mariposas violetas ahora por el atardecer chocaban contra mi cuerpo que huía. En la calle, abajo, hogueras y tanquetas. Habían declarado estado de emergencia. Yo resbalaba entre las pizarras ennegrecidas y mis manos sangraban copiosamente. Zumbido de alas y sirenas cortaban el aire frío. Resbalé y caí en un patiecito pequeño. Pasé la noche en una casa abandonada, debía aprovechar la confusión para escapar, faltaban sólo veinte días para finalizar la estación fría cuando entonces habrían muerto casi todas las mariposas y las personas volverían casi a la normalidad y percibirían que hubo problemas serios que las autoridades habían ocultado y no creerían que debí escapar para no sufrir las consecuencias de haberme dedicado la vida entera a estudiar mariposas, bellas criaturas de papel y de vida que ahora me habían acercado a la muerte. Llegué al puerto de noche mezclado con borrachos y prostitutas y me perdí en la bodega del Tae Ti Wang que zarpaba para Pekín.
Del libro de cuentos "La coreografía de los Mares", Editora de la UNR, 2004

jueves, 23 de julio de 2009

MIRTA ALICIA SOLER



EL SUEÑO DE LAUTARO


No se puede jugar en la terraza!... la lluvia era la causante de tal impedimento.
¡No Importa! Exclamó Lautaro, vamos a jugar al dormitorio de tía Susana. -Llamó a su hermano Ernesto, y le dijo: Tengo una Sorpresa
Ernesto, lleno de curiosidad, y detrás de su espeso flequillo, y andar tranquilo, preguntaba. ¿Es para comer? ¿Se puede desarmar? ¿... explota?
No, No, nada de eso explicaba Lautaro, pero no hables fuertes, porque son chiquititos, chiquititos, muy chiquititos.
Ah, ya se, dijo Ernesto,... son confites.
Están debajo de la cama... ves... debajo de la cama.
Ernesto trataba de verlos o por lo menos imaginarlos.
Pero que no se entere ni mamá, ni papá -le decía Lautaro.
Ernesto, insistía.Vamos, vamos... ¿Donde los guardastes?
Lautaro, trataba de que nadie lo escuchara, y le decía a su hermano. Yo te cuento despacito... acercate que te cuento en el oído... son tres enanitos y vieras que bonitos, los encontré en la terraza, yo abrí la puerta y vinieron a mi.
Y, como se llaman, preguntó Ernesto... ¿Ya les preguntasteis?
No... No puedo entender su idioma
¿Y de donde los... sacastes ?... ¿Los trajo papá?
Pero no Ernesto, no los trajo papá, ellos no se tienen que enterar.
Los niños, se acercaron a la cama, se agacharon, se tiraron en el piso y miraban a los enanitos sin poder entenderse, pero era tanta la alegría que no paraban de sonreír. Uno de los enanitos les acercó un casco para cada uno con unas piedras brillantes que parecían diamantes, muy, pero muy hermosas. Los niños las pusieron en sus cabezas y apretaron un botón y así pudieron entender el idioma de los enanitos y se contaron muchas cosas.
Entre todas las cosas que le contaron, le dijeron que estaban muy asustados porque habían perdido la nave espacial donde ellos viajaban y que tenían mucho miedo de no poder volver al planeta de donde habían venido y mucho más miedo tenían por el bombardeo de meteoritos que eran tantos como nunca habían visto.
Lautaro les explicaba que no, que no eran meteoritos, que lo que ellos veían, era la lluvia, que caen gotas y miles de gotas de las nubes, pero que no tenían que tenerle miedo, porque no destrozan nada, no es un bombardeo, son gotas de lluvias, y la lluvia es agua, y que el agua es muy linda, se puede beber y también jugar en los charcos, es nuestro planeta hay mucho agua ...Mucha, mucha y tenemos que cuidarla... si vamos a la terraza veremos mucha agua.
Los niños y los enanitos, fueron a la terraza de un edificio alto, les contaban todo lo que ven allí, es Buenos Aires, y todo aquello que vemos... es agua, y es el Océano Atlántico.
Por ese lugar, anduvimos con nuestra nave espacial, comenta uno de los enanitos, y otro enanitos explica que han visto mucha agua, como si fueran espejos cuando salen de paseo. Otro enanito muy pensativo...Dice. Quién sabe donde habremos perdido a nuestra nave espacial.
Como podremos hacer para fabricar una nueva... Si Uds. Fueran tan inteligentes nos podrían ayudar para fabricar una nave grande, grande y salir todos a pasear.
Sería una buena, idea, con cara de inventor responde Lautaro.
Sería una idea genial, acota Ernesto...Y que puede servir... Con que la podemos hacer.
Los niños miraban todos los objetos, que había en la habitación.
Uno de los enanitos tomó una chinela que encontró debajo de la cama, la acariciaba y le pareció tan suave, pero tan suave que pensó que podría servir. La miraba y la remiraba, y decía Que linda, Que linda, que suavice.
¿Me le pueden prestar? Preguntó el enanito.
Lautaro y Ernesto seguían pensando, abriendo y cerrando cajones, buscando y buscando.
¿Me la pueden prestar? nuevamente preguntó el enanito.
Si, respondio Lautaro, mientras seguía entretenido buscando Vengan... todos vengan, decían el enanito... y todos se acercaron mejor de escondieron debajo de la cama , y les mostró la chinela, y apretó unos botones y fabricó en un instante una bellísima nave y se subieron en ella, abrieron un poquito la ventana, y se fueron de paseo y vieron el Océano, y apretaron mas botones, todos los botones y las luces de todos los colores se encendían.
Y dieron una vuelta... y otra vuelta... Descendieron de la nave... y se encontraron con gente que nunca habían visto y tampoco entendían el idioma.
Donde estamos, le preguntaron a una señora, que caminaba con una bolsa y apurada.
En Francia, y les dijo otras cosas mas que no entendieron, después siguieron viajo, y estaban en China... Dieron otra vuelta y ya estaban en África... Y dieron muchas vueltas y vueltas por todo el planeta.
Lautaro les anunciaba, estamos de paseo, somos de Argentina, y no entendían el idioma, pero si el saludo con la mano.
Pero que lejos, que estamos si nosotros queríamos dar un paseo y ver el Océano y recién estábamos en casa, buscando algo para fabricar una nave... Bueno, después de todo si estamos en Francia, Manuelita La Tortuga, también anduvo por aquí y volvió.
Lo que pasa, dijo uno de los enanitos que esta nave es muy veloz, porque es muy suavecita, y si apretamos otros botones podríamos recorrer todo el universo, conocer todas las estrellas, los soles y los planetas, pero tenemos que regresar pronto a casa, porque nadie sabe de nuestro paseo y nosotros los enanitos tenemos que regresar a nuestro planeta... y así fue.
La chinela convertida en nave con luces muy brillantes se elevó alto muy alto, descendió en la terraza, donde bajaron Lautaro y Ernesto, los cuales de despidieron prometiéndose encontrar para una nueva aventura, los niños entregaron sus cascos, se saludaron con la manos hasta perderse la nave espacial alto muy alto entre las nubes .
Mientras tanto Lautaro, le decía a Ernesto... vistes que las chinelas en el piso son mas rápidas para deslizarse que para andar caminado... con razón la tía Susana tiene tantas y de muchos colores...
¿Y ahora que le decimos ?... ¡falta una...!
Alguien nos podrá creer que la chinela se convirtió en una nave espacial...

Mirta Alicia Soler: nace en General Lamadrid, Buenos Aires.Es maestra normal superior, maestra especializada en educación inicial, profesora de retardo mental, profesora de estimulación temprana.

RICARDO ALLIEVI


EL ÁNGEL DEL YERBATAL

Angel Montero había nacido en El Dorado, provincia de Misiones. Era cruza de aborigen guaraní y sangre yugoslava. De una había heredado la piel oscura. El otro le había aportado el pelo rubio y los ojos verdosos.
Un rancho perdido en el silencio y los sonidos de la selva era su casa. Lo rodearon desde su nacimiento el sonido del arpa que tocaba su madre y los árboles de corteza rugosa y áspera, tallos
buscando la luz del sol, ramas frondosas, flores silvestres y raíces firmemente adheridas a esa tierra
colorada como él, con hierro en sus entrañas. Trabajó desde siempre junto a sus padres y sus hermanos en el monte del yerbatal. Lo conocía como las palmas de sus manos llenas de callos y llagas causadas po9r el machete. Sabía de brotes tiernos, mejores hojas, brotes encapullados, tallos paleros y toda clase de yuyos medicinales.
Esa mañana entró en el monte con alpargatas porque los perros le habían destrozado las botas. Rastreaba el suelo con el machete en previsión de alguna serpiente, pero al azar estaba escrito y, al dar un paso en falso, fue picado por una yarará en el tobillo.
La partió en dos maldiciendo su imprevisión y su suerte. Estaba muy lejos del rancho. Aunque pegara un grito no lo escucharían.
Sacó el pañuelo de su cuello, secó el sudor de su frente, abrió el puño de la bombacha, tajeó el lugar y succionó la diminuta herida. Escupió la sangre y ató el pañuelo haciendo un torniquete arriba del tobillo.
Al rato empezó a sentir un intenso calor en la pierna, un fuego que le llegaba hasta la rodilla y, mientras su sangre recorría el cuerpo como la savia de los árboles, se adormecía su energía.
Sus arterias, sus venas, sus capilares distribuían el veneno y lo hicieron caer al suelo.
Comenzó a sentir que de sus poros brotaban gotas heladas como el rocío del monte, que la piel de la pierna parecía resquebrajarse.
Oyó el desgranar dulce y tristón del arpa. La música, lejana, perdida, plañidera fue acercándose más y más hasta entrar y ocupar su cuerpo, su cabeza y su corazón. Cada vez más potente, se hizo dolorosa, hiriente, lacerante. Tan distinta a la de su niñez y su cuna que lo hacía descansar y lo adormecía.
Después sintió que el cuerpo le brotaba en yemas, reventaba en brote, se extendía en tallos, le crecían ramas, le nacían hojas, apuntaban flores. Ya no era dueño de su corteza que se resquebrajaba en la imposibilidad de contener su pulpa. Se le cortaban las raíces que lo sujetaban al suelo rojizo. Abandonaba su tierra colorada y levitaba como un ángel en el aire, como el sol de ese ocaso.
Era libre; no estaba atado al monte ni a los árboles, iniciando un vuelo desde su interior.
Compases dulces lo elevaban, arpegios tristes lo adormecían.Luego, un largo silencio; la nada y nada más. Abrió los brazos, los agitó y subió inerte para ver desde arriba el yerbatal.

ALICIA CHILIFONI


LA MILANESA VOLADORA

La noche de fines de setiembre se puso fría. Paseaba por la peatonal sin ganas de mirar vidrieras. Estaba para ver gente. Me gusta observar los rostros para tratar de adivinar qué les está pasando, pero el vientito más que fresco me produjo un vacío repentino en el estómago. Doblé por San Martín buscando un lugar donde comer. Un lugar simple, pero no de comida rápida, ¡por Dios, no! Ahí todo es rápido, no me gusta nada. Comer debe ser una ceremonia pausada.
Encontré un local largo y angosto, de ésos que parecen un tranvía. Me atraen esos lugares, porque me dan sensación de complicidad, de bohemia. Me acomodé en una mesa contra la pared mirando hacia la calle. Bastó un rápido vistazo al menú: la buseca me pareció ideal. "Por lo menos una vez al día, comed con cuchara" dice Arguiñano, y no se equivoca; igual que con lo de cascar la papa en vez de cortarla para que el puré salga más cremoso, o el corcho en el aceite de la sartén para que no se queme el pan rallado de las milanesas, o las gotitas de limón en el caramelo del flan para que no se endurezca pegado como piedra a la budinera.
Estaba picantita y bien caliente, la buseca, digo. Y el comer con cuchara me permitía pispear mejor a mi alrededor, fiel a mi propósito de estudiar a mis congéneres, de puro aburrida nomás. En una mesa cercana divisé una pareja despareja, y ahí me quedé. Un hombre mayor, una mujer mucho más joven, aunque ya no se cocinaba al primer hervor; de ésas que se dice diplomáticamente que todavía están en edad de merecer. Ignorando sus platos de comida, que estaban ahí como una excusa, charlaban. Mejor dicho, él no dejaba de hablar inclinado sobre el plato para mirarla a los ojos más de cerca. Ella, por momentos paseaba la mirada como distraída, y de vez en cuado lo miraba como diciendo te escucho pero igual no te hagas ilusiones. Sí. Tienen pinta de andar de trampas, me apeteció vaticinar.
Se acababa mi buseca y había pedido el postre, cuando el hombre en cuestión llamó al mozo. Pagó e iban saliendo mientras yo promediaba mi flan mixto. Me deleitaba pensando cuántas historias podía imaginar acerca de ellos, pero lo que no podía imaginar es que iba a olvidarlos ni bien traspusieran la puerta.
Una figura en la vereda me interesó mucho más. Un joven muy flaco, prematuramente canoso, con unas bermudas mugrientas, zapatillas ínfimas, de un color indefinido y un oscuro abrigo viejo al que mantenía cerrado con ambas manos en los bolsillos, escudriñaba el fondo del salón, donde estaban la barra y la caja registradora a cargo de una mujer. La situación debe haberle parecido propicia porque entró raudo. Al mismo tiempo que el flaco, también ingresó un chico de unos diez años, llevando en su mano izquierda un manojo de tarjetitas que repartía por las mesas, para luego recoger, con suerte, unas monedas.
Esto sí que estaba interesante. Los dos tenían la misma expresión en su semblante: tensos, recelosos, vigilantes, alerta como aves de presa, la musculatura facial literalmente congelada y los ojos clavados en el personal de la barra, que aún no reparaba en ellos, atareados como estaban.
Al pasar junto a la misma mesa a la que el flaco había procedido a sentarse de espaldas a la barra, cruzando las piernas, encorvándose como para que no pudieran detectarlo, y devoraba con velocidad inusitada la porción de ravioles con tuco que ella, la que no se cocinaba al primer hervor, había dejado prácticamente intacta, y las papas fritas del otro plato, el chico, en una fracción de segundo, manoteó con su derecha la milanesa que acompañara a las papas fritas, se la metió bajo el brazo izquierdo, y siguió con sus tarjetitas como si nada.
El muchacho flaco, luego de engullir con prontitud digna de un concurso, mientras se ponía de pie, tomaba sendos pancitos que habían quedado y se los iba metiendo en los bolsillos mientras salía, tan raudo como había entrado. Alcanzó la vereda y dobló a la derecha, desapareciendo de mi vista. Me pregunté si los panes en cuestión irían a complementar la milanesa del "socio", o si operaban por separado.
Era evidente que ambos personajes habían estado estudiando el panorama desde afuera, atentos a alguna mesa que quedara bien provista; y debían obrar con rapidez, antes de que algún mozo retirara el servicio.
Evidentemente, no sólo yo había estado siguiendo los movimientos de la pareja. También la vigilaban desde la vereda los dos muchachos, aunque con motivaciones totalmente diferentes a las mías.
Total que no escribí ninguna historia de parejas de trampas. Con el corazón arrugadito, me fui taconeando despacio, pensando que... ¡en mi barrio es tan distinto! En mi Catán, allá en Matanza, cada uno tiene lo suyo para comer. Cuando vuelvo a casa caminando por las noches, aspiro con emocionada fruición los olores a comida que salen de las casas: frituras, tuco, por ahí algún asado.
Sí. Cada uno cocina lo que quiere y como quiere, siempre y cuando el menú elegido esté al alcance de su plan trabajar, o de su plan jefas y jefes, o de su changa, si la tiene, o de su magro salario. Pero nadie acecha como animal hambriento, listo a arrebatar comida, o a la espera de que alguien le acerque las sobras. Debe ser porque acá no sobra nada. Desaparece todo, como la milanesa. ¡Pobre flaco! Si no eran socios, todavía debe estar tratando de explicarse cómo fue que crió patitas y se le escapó, o si tal vez habría sido de una especie voladora.Acá no falta nada. Y no queríamos creer cuando nos decían que estábamos en el primer mundo. Pensábamos que nos tomaban el pelo. ¿No ves que nos quejamos de llenos? Entonces ahora, decime vos, ¿por qué cuernos estoy llorando?

NORMA PADRA


MARÍA LUZ... LUZ MARINA

En la castigada ciudad de Puerto Príncipe, María Luz y uno de los tantos guardacostas, formaban una linda y feliz pareja hasta que un día él partió, hacia el país de las almas perdidas.
La tristeza invadió el corazón de ella, que fue encerrándose en un cono de pena al que nadie podía ingresar.
La veían solitaria y agobiada deambulando por la orilla del mar a la hora en que sol entrega su energía, y también por las noches cuando la oscuridad la obligaba a iluminar su paso con un humilde farol cuya luz concluyó por atraer a las mariposas que se convirtieron en su única compañía.
Una mañana la vieron bordando esas maravillas aladas con la espuma que el mar dejaba en la orilla. Terminada la obra, se vistió con su níveo tejido y así fue cobrando vida su nuevo y mágico aspecto.
Aquella tarde todos asistieron al misterio de cómo era llevada por los aires al compás del aleteo de sus compañeras y, desde ese momento, el viento suave jugaba con ella mientras la rodeaban miles de mariposas blancas. Hasta que hubo una tormenta muy fuerte y María Luz fue arrastrada por ráfagas huracanadas que la llevaron lejos. En lo alto del cielo se la vio flotar.
Hoy descansa su cuerpo en un campo cerca del mar donde crecen flores multicolores y nacen mariposas todos los días.
Cuenta la leyenda que los pescadores, en las noches de luna llena, la ven volar con su vestido de mariposas y luciérnagas.
Su imagen se multiplica por miles al reflejarse en las ondas marinas y se diría que, mientras ellos pescan, ella los acompaña, iluminándolos.

domingo, 19 de julio de 2009

BORIS GOLD


UN VIAJE HACIA EL AYER

Hoy es sin lugar a dudas un gran día para mí, puesto que pondré en funcionamiento una máquina, que con sus más y sus menos aún funciona... mi memoria y a bordo de ella haré el gran viaje hacia "el país de los recuerdos", dicho así de esta manera suena algo misterioso, pero sinceramente no es esa mi intención: (Para nada), simplemente es una tarea que quedó a medio hacer...y este es el momento para hacerlo.
Haré de cuenta que esto sea como una vieja película en la cual se verían reflejadas, partes importantes de un ayer tan lejanos para mi pesar y recrear de esa manera momentos que ya son parte de mi ser, es la única forma de saldar antiguas deudas que vengo debiéndole a mi nostalgia.
El primer capítulo de este periplo, me lleva a mi más lejana infancia y siendo uno más de los componentes de una familia muy pobre, actores de esta historia cuyo título podría ser "sobrevivir". De algo estoy seguro y es que trataré de ser lo más objetivo posible, ¿qué significa esto? que resaltaré las cosas positivas...y las que no lo son.
En el devenir de este relato iré mechando las buenas y las malas, en lo que a mi historia se refiere son tan coherentes, que ni siquiera se discriminan entre ellas, comenzaré por las malas: la miseria es algo muy cruel y no viene en paquetito para regalo, no se si para probarnos o para formarnos, de cualquier manera es horrorosa, caldo de cultivo ideal para formar seres rencorosos, desesperados, incrédulos, resentidos etc, etc, etc.
Desde este lugar todas las vicisitudes se incrementan, llevándolas hasta lugares muy peligrosos listas para explotar, si esto sucede, siempre termina en tragedia, hablemos de las buenas: aunque parezca un contrasentido las tiene, me voy a dirigir ahora desde la óptica de mi barrio donde éramos tan humildes, que a ninguno de nosotros se le hubiese ocurrido creernos superiores a los otros: nos consideramos todos iguales en la escala social.
Por consiguiente esto hacía que no existiera algo tan tremendo como el prejuicio, otras de las cosas buenas que trae aparejada "la pobreza", son que se incrementa la solidaridad y se hace más llevadero el camino.
Hay varias cosas más que podrían ser aprovechadas, es que esta forma de comportamientos marca caracteres, eso hace que se nos amplíe la visión del horizonte, dicho de otra manera: si lo sabemos usar para bien, puede ser que en el futuro nos resulte provechoso.
Cosa triste por cierto, que el invierno nos encuentre con poca ropa para abrigarnos, comida escasa y un frío interior más helado que el exterior, donde se nota en grado sumo el sufrimiento, es en los rostros de los mayores: la impotencia loca... de no poder, pero el dramatismo de ser bien de abajo no alcanza a opacar, las maravillas que también nos depara el lugar donde residimos.
Las calles de tierra y a los costados dos zanjones paralelos y que al mojarse el barro, hacía que la naturaleza quedase impregnada como un sello distintivo.
Como nuestras madres tenían un cúmulo tan grande de sinsabores, no se encontraban precisamente muy animosas para cantarnos alguna dulce canción de cuna para dormirnos, pero eso no importaba, nos acunaban las más bellas melodías de los zorzales, chingolos y un sinfín de arrullos, que solamente "los privilegiados como nosotros podíamos oírlos" y para que no nos asustara la noche había otro regalo: Una luna grandota... iluminando nuestra niñez.
Por consiguiente si en los dos platos de la balanza pesáramos las ingratitudes y las felicidades pasadas... tal vez salimos empatados, no puedo dejar de reconocer que a pesar de los momentos ingratos pude recoger una enseñanza invalorable: Ser pobre y ser digno...es una sola cosa.
Por último quisiera sacarme el corazón y con él en la mano, decirle a "ese pibe con los pantalones remendados, a ese atorrante con la gomera colgándole del cuello: ¡Gracias! ¡Muchas gracias!, Porque a pesar de todos sus dramas... es feliz.
Esos bártulos los lleva como honrosas medallas de una posición social..."que lo enorgullece", te agradezco infinitamente ¡che pibe de Ciudadela!, Porque si vos no hubieses mamado arrabal y lunas, yo no hubiese sido hoy: un buen tipo, solidario... y mejor amigo.
Chau... hasta nunca infancia, lindo sería poder encontrarnos en una esquina cualquiera del viejo barrio añorado...y mirar el mundo desde esa atalaya llena de luz, e imaginar un futuro empapado con la inocencia de creer para siempre...en las princesas y reinos de los cuentos floridos de entonces...mientras tanto vos me contarías de tus cosas...y yo de mis achaques.
no dejaríamos de intercambiar recuerdos muy preciosos para cada uno, tu me darías la figurita rara, la difícil de conseguir ¿viste?, Yo a mi vez te obsequiaría lo más valioso que conservo de esta vida: la emoción inmensa de haber nacido y ser como soy...no lo cambiaría por nada del mundo.En lo mejor de nuestra charla seguramente oiríamos desde lejos la voz de mamá que nos grita... a lavarse las manos, también la cara... y vengan a comer.

ROBERTO ROMEO DI VITA

EL BAR DE SIVINA

"No lo van a poder encontrar, por más que busquen por toda la ciudad"
Nos dijo Silvina aquella tarde a la salida del taller literario.
"Yo lo voy a encontrar, apuesto a que lo encuentro? . Dijo Camilo.
"Nunca lo va a ver, fue sólo una aparición y ya se perdió"; afirmó tercamente Silvina.
-Lo voy a encontrar y me vas a pagar una café- terció con más terquedad Camilo.
El que lo encuentre primero avisa y después guardamos el secreto, exclamó alguien del grupo para atemperar los ánimos..
Que avise!!! Afirmó alguien del grupo.
Si que avise!!!!. Sentenció otro y se hizo una pausa...

Estoy soñando que encuentro ese bar perdido de Silvina. Lo hallé en el recodo fosforescente de la última estrella.
Y estoy jugando ver aquel puerto lejano que se perdió una noche en una hoja en blanco; ya lo puedo divisar desde este calidoscopio ambarino, al puerto y a la rubia que murió con el frasco azul vacío en su mesita de luz.
El alba la encontró desnuda y hermosa, cubierta por su perfume preferido
Miguelito me para en la calle y me pide el último diario, del crimen más atroz, el del gol olímpico que logrará el delantero del cuadro, el domingo que vendrá.
Maria de los Ángeles sonríe triste antes de perderse en el tiempo. Intentará vivir, intentará amar, Necesitará más que partituras para acontecer y salvarse.
"Me estás gastando la tinta del diario"- Me dice el dueño de otro bar y entonces le sonrío, entonces le devuelvo el periódico y le pago el último café.
El último café, suena en esa vitrola arcaica ya, casi desconocida.
Le apretó el brazo la pasajera de la ciudad, con un beso de despedida. Entonces el Asturiano lloró aparte, entre miles, vivando la Revolución.
Una estrellita errante ha dejado de latir.
El viajero la seguirá buscando.

Dicen que llamó a un teléfono prohibido sólo por escuchar su voz.
Entró a su casa, encendió el fuego de un hornalla, puso la cafetera, se sirvió café, era de madrugada, estaba sola, en otro pieza llora una beba, una canción de cuna intenta calmarla, una lágrima salobre se hunde en el café a medio tomar.Vendrá un nuevo domingo, con sus tardes de peligros y ausencias...

MARISA PRESTI

MICROCUENTOS

La prueba

Lucy está en el cielo con diamantes. Es lo que me dijo la última vez que la vi. Demacrada, pálida, temblaban los dedos de sus manos. Insistí: No estás en el cielo. Me miró con una sonrisa helada. Bajé la vista y vi la jeringa en el piso.

Juegos de mente

Amenazan las sombras en la lóbrega escalera. Los pies, asustados por el crujido de la madera, se detienen antes de llegar al primer piso. El maullido de un gato a lo lejos cristaliza el temor en todo el cuerpo. Sabe que el tipo está ahí, lo presiente. Hasta cree haber visto su cara en el periódico. Sin embargo, no dará un paso más. Diez años en silla de ruedas la han vuelto muy imaginativa.

A dos voces

Decía el periódico: Uno de los más grandes directores de orquesta de los últimos años. Decía la mujer: un ególatra obsesivo, sádico y egoísta.

Representaciones

La abeja revoloteó sobre la mermelada, indiferente al rollo de diario que la perseguía. Resignado, se sirvió manteca. Los desayunos al aire libre le calmaban los nervios. Sobre todo, desde que su mujer decidió ir a misa todas las mañanas y él pudo disfrutar de la soledad. Rezá por mí, le decía siempre al despedirla. Ella se lo aseguraba. La veía irse con esos ajustados jeans negros, el body de lycra y los altos zapatos de taco aguja. Se rió, pensando en la cara del cura.

Sin palabras

Quería decirle que el tomate no le gustaba, y menos con orégano. También, que no cambiara de posición constantemente cuando dormía. A veces, ella se enojaba y los gritos lo sacudían como si lo atacara un terremoto. No le deseaba a nadie estar en su lugar, salvo cuando la mano lo acariciaba suavemente. Un placer profundo lo dejaba tontamente sonriente, sometido a esa mujer que era parte de su propio cuerpo. Quería decirle tantas cosas, pero no podía. En el útero solo hay silencio.

El beso

Todos los fines de semana, en la esquina de Directorio y Emilio Mitre se juntaba un grupo de personas. Por el típico empedrado de la calle todavía estaban las vías, las que le servían de camino al viejo tranvía amarillo que daba una vuelta turística por apenas un peso. La gente esperaba ansiosa poder subir, sobre todo los chicos, que tironeaban del brazo de sus padres, cansados de la espera.
La chica, abrazada a su novio, respondió con amabilidad a un anciano señor que se acercó a preguntarle: Señorita, ¿éste llega hasta Madero? No, señor, no funcionan más, es un tranvía de paseo. El hombre pareció no escucharla: ¿Dónde se saca el boleto? La parejita reprimió la risa, con esa burla inocente de los jóvenes hacia los viejos.
El sonido de la bocina-campanilla alertó a todos de la llegada del tranvía. Se mueven, se ordenan en fila, ansiosos de comenzar el paseo. Los noviecitos eligen el último asiento. El beso los funde lejos del paisaje, de los gritos de los chicos y del traqueteo. Una voz masculina los sobresalta: ¡Madero, próxima parada!

BEATRIZ CID


AMOR GLOBALIZADO


I

La vida se tornó vulgar,
la lluvia embarró los campos sin sabor
el niño envejeció pensando en el destino muerto
la joven no preguntó: a todo accedió,
sin sueños, sin mañana.
La vida mutó la esperanza.
Lo enraizado se tornó efímero
El amor derivó en una
animalesca entrega sexual.
Las lá grimas derrotadas
maquillaron los rostros
embadurnados rostros
por miedos a transparencias
y sentimientos de amor.
La mirada se oscureció
ante el reiterado
adiós.
El Varón se torno agresivo
la mujer discurrió el compromiso
la ternura se perdió entre los dedos
y todo se materializó en Poder.
Presencia líquida del mundo glob.



II

Hoy la vulneraron
hoy reiteradamente
la confundieron
hoy prevaleció
el grito primigenio
del que poco piensa
y con impunidad actúa.
Ella no se acostumbra a la nada
vive agotando escollos
cuidando que la sonrisa amiga
no sea la causa de otra
seducción decepcionada.
Hoy nuevamente
el acoso la vulneró
y la tristeza del alma pura
mutó en odio
prohibida de vengar
la humillación.
Que ocurrió entonces
¿En este mundo glob?
Su mente se discurre
entre la lógica y la locura
piensa por largas horas
hasta que finalmente
aleja lo efímero
excluye el amor delivery
porque decididamente
quiere ser
la tierna mujer
de alelíes ,nardos
azulinos nardos
de los otros tiempos
de abrazos y besos.