martes, 27 de mayo de 2014

Carlos Margiotta


Mensaje de texto  Carlos Margiotta
 
Estoy esperando a Ceci. Te quiero, decía el mensaje de texto. Lo leyó lentamente detrás de una mueca como una sonrisa mientras el subte se detenía en la estación Florida de la línea B. Otra vez, pensó, cuando llega la fecha del cumpleaños de su madre, Mariana empieza a ponerse tan demandante que no sé como hacer para satisfacerla. Caminó las tres cuadras que lo separaban del banco donde trabajaba y guardó su celular en el bolsillo interior del saco, un celular viejo que sólo servía para enviar y recibir llamadas, pero que guardaba con cariño porque ella se lo había regalado para el aniversario de casamiento.
El otoño se estaba cerrando sobre el cielo de junio y la ciudad se ponía triste como el brillo de sus ojos. Entró en su oficina y llamó a Patricia, su secretaria, para conocer las novedades de su agenda. Hacía 25 años que trabajaba en el banco y su carrera lo había llevado a la gerencia de créditos. Tal vez si hubiera aceptado ir a la sucursal de la ciudad de Paraná, donde había nacido, ahora no tendría que extrañar esos paisajes tan queridos donde vivió los juegos de la infancia, la morosidad de sus días tibios junto al río y las siestas de su adolescencia donde amó por primera vez.
Estoy tomando un té con mi amiga en La Paz. Te amo, leyó nuevamente en la pantalla del celular, pero no contestó el texto porque sabía que sería inútil. Inútiles como las palabras que últimamente sonaban solitarias en la casita de Parque Chas, esa que habían comprado con una hipoteca para criar a los hijos que nunca tuvieron. Él sentía que sus palabras se perdían irremediablemente detrás de los pasos de la mujer que amaba pero no que podía terminar de atrapar en su corazón. La mujer que siempre se estaba yendo pero regresaba, esa mujer tan desconocida como cotidiana que se hacía presente en cada pensamiento, en cada mirada, en cada mensaje sin voz guardado en esa cajita negra como un secreto.
Levantó la vista sobre la pantalla de la computadora y miró a su secretaria acomodando papeles en su escritorio, ella se dio cuenta y le arrojó una sonrisa con cierta maldad. Hacía mucho tiempo que no le prestaba atención a una compañera de trabajo y lo sorprendió su propia reacción al reconocer en ese otro rostro la maldad escondida de Mariana. Patricia se levanto de su asiento y se le acercó con unas carpetas para hacerle una consulta. Él la miró fijamente caminar y le devolvió la misma sonrisa.
Amor, me voy para casa, tengo que preparar el bolso para el viaje. Giró el sillón en el que estaba sentado y miró a través del gran ventanal del edificio torre la Plaza de Mayo. Allí la había conocido el día de la asunción del presidente Alfonsín, los dos militaban en la juventud radical y estaban con sus compañeros del colegio secundario. Recordó las banderas, la muchedumbre, el renacer de los ideales que le había inculcado su padre y esos ojos, los ojos de Mariana que a partir de ese momento no podría olvidar jamás.
Patricia le mencionó que en pocos minutos tendría una reunión de gerentes en el último piso, él asintió con la cabeza y se levantó de su asiento para descolgar el saco del perchero que estaba a su derecha. Dejó el celular en el cajón del escritorio y sólo llevó encima el provisto por la empresa. Mientras esperaba el ascensor le pareció haber escuchado que su secretaria lo había llamado por su nombre: Andrés.
La reunión transcurrió con la misma tensión de siempre, la feroz competencia, a veces desleal, que había entre los integrantes del grupo de gerentes no permitía elaborar proyectos nuevos. Él se sintió ausente, ese día poco le interesaban las cuestiones del banco y menos las peleas entre sus pares. Pensaba en salir rápidamente de la oficina para ir a tomar un café a la galería Güemes y de paso fumar un cigarrillo. A Mariana le gustaba esperarlo allí a la salida del trabajo, mirar las vidrieras y hacer algunas compras. A veces  iban a ver una película a los cines de la calle Lavalle, a los dos le gustaban las italianas en especial las de Héctor Scolla. Siempre que se encontraban ella le hacía pequeños regalos o le escribía algún poema de amor en una servilleta de papel.
Cuando volvió a su despacho encontró en el celular otro mensaje de texto: Corazón me voy rápido a la terminal de Retiro, acordáte que es el cumple de mamá. Y sintió un ligero fastidio hasta ahora desconocido, tuvo ganas de arrojarlo por la ventana pero se contuvo, sabía que al finalizar el día todo volvería a empezar. El resto de la jornada laboral lo tuvo ocupado tomando decisiones, delegando tareas, atendiendo clientes y mirándola a Patricia con curiosidad. De regreso a su casa decidió cambiar el camino habitual, por la avenida Corrientes para detenerse en las librerías a hojear los libros de reciente aparición, mirar las marquesinas de los teatros y tomar un buen escocés en la Premier. Necesitaba pensar en sí mismo, cambiar su manera de vivir, hacer algo gratificante porque las horas del día se estaban convirtiendo en tedio. Sin embargo hacía años que no se sentía tan libre, tan liviano, como en ese atardecer. Sintió que empezaba a atravesar la oscuridad encendiendo las brasas de su deseo.
Mientras saboreaba el último trago sonó el nuevamente el celular: Te mando un versito para que me extrañes: "Te dejo mis labios con dos besos, / el perfume arrugado entre las sábanas, / y el otoño colgado en la ventana. / Te dejo suspiros vestidos de rojo, / mis palabras perdidas en un rincón / y un ramillete de no me olvides”.
El cielo de Buenos Aires comenzó llover, Andrés llamó al mozo, pagó la cuenta y salió del local. Bajo las escaleras del subte apurado por llegar a su casa antes de recibir el último mensaje de texto. Desde aquella tragedia en donde Mariana perdió la vida, todos los 5 de junio su viejo celular se activaba misteriosamente trayendo su recuerdo. 
Querido, tengo miedo, esta lloviendo intensamente sobre la ruta y el chofer maneja descontrolado.  Es tiempo de desactivar el celular.


JAEL URIBE



HEROÍNA COTIDIANA
Vengo de la sangre
y de la tierra.
De barro la esencia intrínseca
de mis curvas concéntricas,
de manos laboriosas y llagas marchitas
con difuminadas huellas.
Perdida en los olvidos del valor,
pariendo del alma
a la humanidad ingenua.
Ornada de roles.
Dignificada por los éxitos
de un día cualquiera.
Mis batallas de segundos
son menester en mi agenda.
soy heroína cotidiana
sin lauros,
ni corona.
Mi trono altivo se yergue
en la pureza de mi estela.
Bendecida o maldita
por el roce leve de la burda conciencia
dependiendo de si la daga se levanta
desgarrando mi carne
o se posa en mis caminos
liberando maleza.

CREPÚSCULO
Esparcida entre los restos de un olvido
suspendida tras los átomos
de un universo radical.
La mujer se muere
Fulminada como sal
en su boca de luna distendida
que amenaza
y contrapesa libertad.
Salta del negro al gris
sin mutar existencia
unificando las partículas
de su masa fantasmal.
Es o no es
la preñez de un recuerdo absurdo.
Tiempo y espacio
en la invalidez de un momento más.
La mujer se muere
tras la ordinaria espera,
 en el bólido de viento
que proclama bondad.
Se pierde en la insignificancia
de la estrella que se fuga
para luego detonar,
y sus restos son rocío de fuego
dilatados en la faz.
La mujer se muere la involución,
en el masculino de una mueca banal.
Con la risa enarbolada en su palabra
y en su rostro,
un llanto acre
que ondea sigiloso en los
cordeles de la faz.
Aún así su pellejo parturiente
resiste otro Big Bang,
aunque la fosa clame a gritos el verbo
de su nombre sin parar:
-¡Mujer que emanas angustia!
He aquí el descanso final...-
Y la mujer,
a las puertas del sueño eterno,
se niega a despertar.
SI VAMOS A MORIR


Iremos a morir bajo los párpados cerrados

de la ausencia,

en el angosto color atrincherado entre los ojos

y en los harapos tendidos de la nada siniestra.

Con la frente extendida al sol

como una afrenta,

la boca generosa escurrida de palabras

ante los cuervos ávidos de fiesta.


Seremos semilla germinante

y abono de tierra muerta

presente imperfecto de un futuro

incierto que se acerca.


Si nos vamos a morir

que sea después,

cuando la daga victoriosa parta

y llevemos la cabeza inclinada

hacia la sombra sonriente,

y sobre el pecho las heridas

de una guerra sin mañanas

hilada entre los sueños y la ciencia.

Hernán Sánchez

                                                 Destino Hernán Sánchez


Era el día. Él lo sabía desde que se levantó alrededor de las 3 de la madrugada y no pudo dormir más. Pensó en mezclar pastillas con alcohol, pero ya lo había intentado y luego de un lavaje de estomago, su plan había quedado inconcluso. Él sabía que era el día. No le importó pensar en su hija de 2 años, total no le podía pasar la cuota alimentaría a su ex mujer. Paseó por la cocina, miró los cuchillos, ninguno estaba afilado, igualmente  descartó la opción de cortarse las venas. Ya lo había intentado y también había fracasado. Pensaba que era tan imbécil que no podía ni matarse. Buscó el arma que tenía guardada, pero no la encontraba. Se puso como loco, revolvió la casa y nada de nada. Rompió el televisor de una patada y golpeó la puerta hasta hacer un agujero. Vació los placares y el arma no estaba en ningún lado. Entre los papeles de la cómoda miró algunas fotos de los tiempos felices, su hija, recién nacida, sonreía con ternura. Intentó no prestar atención, estaba decidido, era el momento y quería terminar con ese dolor, no se aguantaba más. Siguió buscando el arma, pero en su cabeza estaba presente la cara  de su hija. Proyectó su vida junto con ella, y se sintió un poco mejor, pero siguió empecinado en encontrar la 9 milímetros que había comprado para un día como ese.

Recordó que la tenía en el auto. La había usado para salir a robar y estaba en la guantera. Puteó. Quería quitarse la vida, la voz de su hija estaba presente constantemente en su cabeza. Pensó que era un mal padre, pero la risa de su hija merodeaba el ambiente. Cuando era chiquita había dormido algunas veces con él y miraba su cama y parecía recordar a su hija durmiendo. La vida era una mierda, pero con ella todo estaba mejor. Cuando veía a su hija, su vida, definitivamente, era mejor. Gritó, quería sacarse la cara de su nena de la cabeza. Estaba decidido. Era el día. Salió de su casa, buscó el auto, lo tenía enfrente. Cruzó, llegó y abrió la guantera, sacó el arma. Estaba cargada. Era el momento. A punto de salir del auto vio el chupete de su hija debajo del asiento y rompió en llanto. Entendió que era un cobarde si se mataba, entendió que su hija lo necesitaba y lo iba a necesitar siempre. Empezó a entender que su destino era amar a su hija, a ese bebe que tanta alegría le causaba. Entendió que la vida y la muerte siempre andan dando vueltas, pero que su hija era vida plena. Imaginó que caminaba con ella por la plaza, que iban al circo, que la llevaba a pasear, pensó en el primer día de jardín, en la escuela, hasta pensó en nietos. Por primera vez en mucho tiempo creyó que suicidarse era de cagón, que era una mierda. Creyó que su vida era más linda con su hija. Por primera vez tuvo miedo de morir, porque quería vivir para su ella.

Dejó el arma en la guantera. Agarró el chupete y se dispuso volver a su casa. Tenía que llamar a la mamá de su hija. Debía arreglar las cosas. Tenía que conseguir un trabajo, empezar a ver a su hija de nuevo. Sonrió después de mucho tiempo. Estaba cruzando la calle, su vida ya era otra. Su destino había cambiado. Estaba pensando en marcar el número de teléfono y escuchar la voz de su hija, que su ex mujer ponga al tubo a su nena y decirle unas palabras lindas. Ese era su pensamiento. Cruzaba por el medio de la calle cuando una camioneta lo embistió de lleno, su cuerpo voló por los aires y cayó sobre la vereda. El chupete siguió aferrado a su mano. Murió al instante.




Liliana Marengo


El descubrimiento Liliana Marengo


Cuando reciba este mensaje, pensará seguramente que descubrí algún continente, o alguna vacuna que pueda salvar a la humanidad de una enfermedad incurable. Le confieso que no se trata de eso, lo cual no quiere decir que sea menos o más importante de lo que esperaba que le diga, porque al escribirle esta historia, tal vez salve a la humanidad, a esa parte de la humanidad a la que le lleguen estos renglones.

Paso a relatarle, estoy presa. He tratado de identificar a quien o a quienes pusieron la llave a la puerta que me aisló del mundo. Años de infructuosa búsqueda perdiendo los más maravillosos amaneceres, el sol cuando atardece, la luna cuando llega, un amor. Tiempos en que mi resentimiento fue haciendo una lista de todos los posibles culpables que me sometieron a esas cadenas. Pero redondeo, quizás a otros les pase lo mismo. De buenas a primeras, he descubierto algo tan simple que puede provocar su risa, y es que la puerta la cerré yo misma, la llave la tengo yo, las cadenas están dentro.

Luego de leer estas palabras, pensará que estoy afuera, gozando de maravillosos amaneceres, del sol cuando atardece, de la luna cuando llega, amando, y lamento defraudarlo, pero no es así. De eso quería hablarle, si está encerrado, o conoce a otros que padecen de este encierro, cuéntele este descubrimiento, es simple: La llave que se busca afuera puede estar adentro. Si es valiente, la salida se revelará no milagrosamente, sino peleando contra el fantasma más poderoso, que es el miedo, el miedo a ser, a ganar y a perder, a amar y a que lo amen, también y por que no, a que lo dejen de amar.

De todos modos, hay mucho más por ganar que por perder. Le pido por favor, que si recibe este mensaje, escrito dentro de una habitación muy pequeña, y gracias a la posibilidad que da este correo, lo transmita a aquéllos que están atravesando situaciones parecidas, y ellos a su vez cuando se liberen, lo comunicarán a los que están por la calle y que se creen libres, y no son libres, presos de la monotonía, del trabajo, la falta de deseo, la fatiga crónica, la desidia, la ignorancia y tantas otras cosas más, que hacen de una persona un esclavo.

Como verá, no he descubierto ningún continente, ninguna vacuna para salvar a la humanidad de una enfermedad incurable, lo que no quiere decir que este descubrimiento sea menos o más importante que alguno de ellos. Hay descubrimientos que no salen en los diarios y que no los publica ninguna editorial, pero que le pueden salvar la vida, porque al escribirle esta historia, tal vez salve a la humanidad, a esa parte de la humanidad a la que le lleguen estas líneas.


Mención en el V Concurso Literario Bonaventuriano de Poesía y Cuento, organizado por la Universidad de Buenaventura (Cali, Colombia), con la colaboración de la Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE)


Rubén Amato



A tientas Rubén Amato
  
Hay cosas que nos las ves hasta que se corta la luz. Ahí es cuando aparecen los detalles, lo que jamás viste, las imperfecciones de la vida. Lo que solo se hace visible en la penumbra obligada a la que nos enfrentan las velas, o lo que queda de ellas. Esos pedazos de velas, ya usadas, que siempre están en el fondo de los cajones del bajo mesada (y recién ahí te arrepentís de no haber comprado veinte paquetes más) Ya que la linternita con luz alógena que le vendieron en el tren no la podes encontrar en el placard
Esa noche todos empezamos a andar a tientas. Y lo más extraordinario ocurre en la semi ceguera que provocan las empresas de luz. Poner la mesa después de pincharnos bastante con los tenedores y rasparnos con los tramontina y comer a media luz, pero sin romanticismo. La radio portátil, que de casualidad tiene pilas nuevas, suplanta al televisor que, al estar apagado, en su pantalla refleja una imagen fantasmal de todos nosotros, desintoxicados por una noche de tanta idiotez.
El vaivén de luces y sombras que danzan en el movimiento que provocan las velas aminora la velocidad que traíamos, nos convierte en espectros y resalta las imperfecciones de pintura, las tapas de enchufes, y los revoques.
Mientras no se corta la luz, creemos ver y saber cómo somos a partir de los deterioros de la casa. Se aprende a caminar de nuevo por los ambientes hoy desconocidos y se descubre que los muebles estuvieron siempre en otro lugar, y que hace tiempo que aprovechan la oscuridad para moverse por milímetros jugando un jueguito perverso del que no se conocen las reglas.
Eso sí, por unas cuantas horas, aquella noche nos conectamos de otra manera. Nos volvimos a escuchar. Nos reímos de las anécdotas que antes no soportábamos, nos reímos de nuestras torpezas. Nos tratábamos mejor así, sin vernos, porque curiosamente nos alejábamos, paradójicamente, de nuestras más profundas oscuridades.
Y… por otras cuantas noches recordábamos con cierta nostalgia aquella noche tan, pero tan “luminosa”.

 

Milagros Romero


RUMANIA-BRASOV  Milagros Romero

  Casi está finalizada nuestra visita a tierras Rumanas.
Hemos recorrido varias ciudades, pueblos y monasterios.
¡Grandes sorpresas! Porque llegamos con una idea, basada solo, en el conocimiento de los hombres  y mujeres rumanos que, en nuestras ciudades y pueblos, como emigrantes,  su comportamiento a veces, no es de nuestro agrado.
El paso de las distintas culturas dejaron su rastro  por todas partes. La naturaleza es espléndidamente generosa  con esta tierra.
Hoy me paro especialmente, en la sugestiva ciudad de Brasov.
Nos ha sorprendido su luz, su amplitud, su calma, sus raíces culturales ¡ tan europeas!.
Nos dejaron en una magnífica plaza. A partir de la cual, comenzamos nuestra visita.
Pero…¡ poco duró la alegría!…
Algunos minutos después se oscureció el cielo y parecía faltarle el tiempo, para derramar con rabia, toda el agua que guardaba en sus negras nubes.
¡Ahí se acabó la visita!.
Nos refugiamos en una cafetería llamada “Paris”. Tomamos un chocolate y esperamos hasta que nos vinieron a buscar.
Entonces supimos que nuestro hotel estaba a doce kilómetros, en la montaña. Una  desilusión mas, por que, no podríamos ver la ciudad por la noche.
El lugar en donde estaba el hotel debía ser hermoso, pero nada vimos, solo restos de nieve en la orillas de la carretera.
La noche fue corta. Había que madrugar para ver la ciudad, que la tormenta nos impidió contemplar.
Nuestra primera y mas emocional visita fue, a la primera escuela rumana.
 ¡Sobrecogedor, sentarse en los pupitres, palpar las pizarras, masticar el polvo, y saborear la lectura, desde esos libros con siglos de historia!
La segunda sorpresa, fue escuchar en aquellas joyas, relatos de nuestra historia., de nuestra geografía ¡Increíble, pero real!
Se termina nuestra visita y salimos al aire fresco de la mañana para volver a nuestros tiempos. A encontrar a los rumanos de hoy, caminando por las calles de esta bella ciudad, cada uno con sus  ilusiones y problemas.

Virna Kholne


2015.La invasión de las gárgolas Virna Kholne 
Publicado en Cuentos Breves, editado por la Asociación Cooperadora Amigos  
Casa Carnacini

Primero fueron ataques esporádicos que se transformaron en masivos. No había recaudos suficientes. Lo que una vez servía en una situación se convertía en mortal en la siguiente. Habíamos pasado a ser el penúltimo eslabón de la cadena alimenticia. Ya nadie sabe cómo empezó. Algunos hablan de una mutación genética en experimentos militares. Otros dicen que salieron de los cilindros huecos encontrados en Marte. Hay quienes exclaman que ha llegado el fin de los tiempos. La cuestión es que empezaron a aparecer cadáveres despedazados. Los medios lanzaron la idea de que se trataba de un asesino bestial. Psicólogos y sociólogos eran entrevistados y disertaban sobre la alienación imperante en la nueva sociedad del Tercer Milenio y el retorno al estado salvaje primigenio. Cuando crímenes similares se repitieron en otros sitios del orbe, esas teorías cayeron en el descrédito. Entonces la creencia popular cobró fuerza y la historia de los sobrevivientes es siempre la misma. Un día aparecieron en millares y la muerte sobrevoló la ciudad. Mi auto había quedado atascado entre dos camiones. La gente que había podido escapar a los ataques ya no estaba a la vista. Sabía que estaban apostados en la cornisa de algún edificio y desde allí oteaban para distinguir el menor movimiento. Esperé, mientras el sol calcinaba mi auto. Aun con las ventanillas abiertas, el aire se sentía espeso y caliente. Mi piel estaba tirante; hasta mi transpiración se había secado. La sed había convertido mi garganta en una llamarada inflamada y mi boca junto con mi lengua eran una masa pastosa. Tenía que salir antes de que mi cuerpo no pudiera reaccionar con eficacia.
Observé y escuché. El silencio hería mis oídos. Abrí la puerta con sumo sigilo. Me saqué los zapatos para que mis pisadas no delataran mi presencia Avancé escuchando mis frenéticos latidos. Me sentía expuesto. La puerta de la casa más cercana estaba cerrada. Golpeé. El ruido de mis nudillos sobre la madera inundó la soledad. No obtuve la respuesta deseada, pero me respondió un chillido que se iba acercando. Comencé a aporrear la puerta. Cuando el sonido se hizo inminente, corrí con todas mis fuerzas. Sentí sobre mí un viento vertical que presionaba hacia abajo. De repente, unos metros adelante, apareció la figura de una nena en medio de la calle. Paralizada, su grito agudo llegó a mis oídos como una sirena. El resuello que me perseguía me sobrepasó. Unas garras enormes aprisionaron a su presa. Los alaridos se apagaron de golpe. Una pezuña atravesaba el cuerpo inerte. Quedé anonadado mirando cómo se alejaba la bestia. La había visto antes en las alturas de Notre Dame. De esta forma, el mundo civilizado sucumbió bajo las garras de las gárgolas.
Se trató de combatirlas con la última generación armamentista, pero siempre había más y más. El presidente de Estados Unidos estuvo a punto de accionar el botón de la gran bomba. Pero era una decisión demasiado infantil: o sobrevivimos nosotros o no sobrevive nadie. Los países desarrollados pudieron manejar la situación enseguida. Mientras en otras partes la población era diezmada a dentelladas, ellos planificaron ciudades subterráneas y el hombre pasó de soñar en conquistar el espacio a tener que sumergirse en la tierra. Al principio la solidaridad ante la desgracia colectiva posibilitó el acercamiento entre las personas, pero al tiempo todos volvieron a sus viejas actitudes. Las profesiones prácticas cobraron relevancia y fueron muy bien cotizadas. De esta forma, surgieron los nuevos ricos y la sociedad se replanteó su distribución siempre bajo los mismos parámetros: el dinero y la posición. Los años se comenzaron a contar desde esa fecha y se usaron las siglas b.t. y s.t. (bajo tierra y sobre tierra). Hace trescientos años que la humanidad vive como los topos. Ya nadie sueña en subir. La superficie es un territorio hostil. Los potentes rayos del sol, cada vez más cercano, enceguecen nuestra vista acostumbrada a la luz artificial y laceran nuestra fina piel blanca. Las hiedras venenosas crecen por doquier y las gárgolas siguen planeando en la inmensidad.
Tengo 29 años y soy profesor de historia. Estoy casado desde hace quince y hasta ayer era un hombre feliz. Cuando era chico, jugaba con un tren mecánico, una antigüedad que me había regalado mi abuelo; ya no funciona; está sobre mi escritorio junto con unos libros. Me gusta coleccionar cosas viejas. Ahora me siento parte de esa colección. Fui reemplazado por un androide. Mi mujer estaba montada sobre él y gemía. No solamente me había hecho cornudo, también tuvo el coraje de gritarme mediocre.
Sus carcajadas aún resuenan en mi cabeza, mientras subo por el camino prohibido. Un nudo oprime mi garganta. Mi sangre fluye acelerada. Abro el portal custodiado por la gran esfinge. Todo es blanco. Mis ojos estallan. Comienzo a caminar a tientas. Sobre mi cuerpo se empiezan a formar ampollas y cualquier roce hace que se expanda el dolor en oleadas hasta cubrir cada fibra de humanidad. Mi mente ya no funciona ni para saber que tengo miedo. Un viento centrífugo me envuelve y cada ráfaga es un látigo que me hace retorcer. Súbitamente, me siento atravesado por una garra y vuelo.

Analía Temin



                   
¿Dónde estás Furlán? Analía Temin

Acá estoy, envejeciendo, casi siempre en la catrera, dormitando en un sopor eterno, encerrada entre estas cuatro paredes. Extrañándote Furlán. ¡Mi Negro! ¡Mi Negrito! Te fuiste sin decirme tantas cosas, sin despedirte, y me dejaste así, sola, pensando, siempre pensando en vos. Esperando que un día vuelvas, como te fuiste, como si nada, y me digas como tantas veces, siempre entusiasmado – Negra, sacá las pilchas del ropero, plánchame el jetra, hoy me pongo la corbata que me regalaron los muchachos. Vos cambiate, ponete hermosa, mientras yo me lustro los tamangos, que te voy a llevar a la milonga.
Entonces yo te dejaba la ropa sobre la cama y vos te vestías mientras te miraba embelezada, enamorada sin fin, y me arreglaba para vos, y ya se me iban las piernas en algún ocho adelante, ocho atrás y saboreaba las cadencias antes de salir siquiera del conventillo.
Pero vos no volvés, Furlán, quién sabe con qué paica estarás ahora aquerenciado que no volvés. Ya sé que me puse vieja y algo enferma, pero mi Negro, vos tampoco sos un pibe. ¡Ay, mi Negro, si volvieras...! Que si yo te veo, me levanto de este catre y te demuestro que todavía puedo seguirte el compás de un valsecito, o de una milonguita, de esas que tanto te gustan y que te ponen cachondo…Dale, Negro, volvé, volvé hoy y nos vamos al “Pedro Echagüe” o al “América del Sud”, o a los dos, total…Pero… ¿Dónde estás Furlan querido…? ¿Y yo, dónde estoy…? Siempre acá, esperándote en el conventillo, casi siempre en este lecho, dormitando en mi sopor…
Me hacés enojar Furlán, y te lo digo, que si no volvés, me levanto como pueda de esta cama triste, húmeda y raída y te salgo a buscar. Hoy es sábado y en alguna milonga estarás. Me pongo estas pilchas que nunca estrené y los zapatos de taco aguja, que me compraste en “Parisi” y un antifaz de carnaval para que no me reconozcas y donde te encuentre te saco a bailar. Vamos a girar toda la noche en la pista ”…Cara a cara, ojos cerrados, corazón a corazón…” Nos van a admirar y aplaudir todos, como en los viejos tiempos. Vamos a relucir y a brillar juntos nuevamente. Te vas a volver a enamorar de mí y cuando la madrugada llegue a su momento más oscuro, y falten solo segundos para el amanecer, sabremos que sólo dos tangos más nos quedarán por delante: “La Yumba” y “La Cumparsita” del final. Entonces, sólo entonces, me descubriré el rostro para que veas quien soy. Te vas a quedar sorprendido y sólo Dios sabrá qué me vas a decir.
-¡Negrita, mi Negra! Emilse querida, qué linda estás. ¿Llegaste bien? ¡Qué alegría verte!. Qué bueno que ya estés por acá, Emilse, te estaba esperando. ¿Sabés? Siempre te esperé, solo a vos mi Negrita linda. ¿Me perdonaste Negra? ¿No seguirás enojada porque me fui, no?
-No, no, qué voy a seguir enojada ¿no ves que te vine a buscar? Furlán ¿qué hacés acá?.
-Te extrañé tanto Emilse querida…
 -¿Por qué no volviste más Furlán?
-No podía Emilse, de acá no se vuelve, una vez que venís te tenés que quedar.
 -¿Dónde estamos Furlán? Esto no es el “Pedro Echagüe” ni el “América del Sud”, yo quería que bailáramos. Me empilché así para vos, me puse los tacos que te gustan y el camafeo de tu vieja ¿Qué lugares este, Negrito?
-Vení, dame la mano, yo te llevo. Mirá, ves allá, por allá, detrás de ese haz de luz espléndida, hay una gran pista de baile, no estaremos solos, estarán los amigos, listos para tocar y cantar, Julio, Carlitos, Astor, Aníbal, el Polaco, Beba y tantos más que nos están esperando. Habrá una gran gala, para recibirte, donde juntos vamos a danzar en una madrugada que será eterna.

Celia E. Martínez


                                                  LLOVÍA Celia E. Martínez


Llovía torrencialmente. En la vereda de enfrente había un cine. Decidí meterme a ver la película aunque no supiera de cual se trataba. Saqué la entrada, me ubiqué en cualquier butaca, lo importante era no mojarme.

La película estaba  empezada, no me importó, ni siquiera sabía el título, ni los actores que trabajaban en el film.

Como de costumbre mi imaginación comenzó a volar. De pronto estaba en el 1800, sí, yo estaba en el año 1800. Lo vi levantando la batuta con una pasión que me hizo llorar de la emoción, sobre todo porque el himno era celestial. Él era Ludwigi von Beethoven y yo podía oír su música. Pude entrar en su corazón, sentía los latidos de él al unísono con los míos. Entré en un sollozo del que no podía salir y ahí estaba  ayudándolo desde un atril  a dirigir porque su sordera no lo dejaba hacer, podía sentir sus propios sentimientos en los míos. No pudo apreciar los aplausos del público de pie, volví hacia ellos. El teatro se venía abajo. Cuando salí de mi éxtasis, vi a la gente parada en el cine que también aclamaban e iban saliendo de la sala.

Y volví a mi estado, pero no había visto al actor, era Beethoven . Habíamos los dos dirigido a los músicos al coro en el Himno a la Alegría.

Salí a la calle. Ya no llovía…

Fernanda López

                                   SOLA Fernanda López


Se sabe sola, objetivamente sola. Sola de caricias. Sola de palabras. Desolada. Desconsolada.

Se siente sola, apesadumbradamente sola. Sola sin él. Sola de él. Acongojada. Desencajada.

Se encuentra sola, despiadadamente sola. Sola en la vida. Sola en la cama. Desorientada. Desesperada.

No puede estar sola. Sola sin otro. Sola con ella. Y la soledad se le presenta impoluta. Y ella tan desalineada, tan ensimismada.

No quiere estar sola. Sola de su ausencia. Sola de su compañía. Y la soledad le dispara a quemarropa. Y ella tan desarmada, tan entregada.

No acepta estar sola. Sola de sus besos. Sola de sus abrazos. Y la soledad la seduce para quedarse a solas con ella. Y ella tan cansada, tan desesperanzada.

Se niega a estar sola. Sola sin vos. Sola sin voz. Y la soledad busca subsumirla y acallarle sus deseos. Y ella tan decidida, tan fortalecida le abre la puerta y la invita a salir.



Cora Stábile



                                                    
                                  NOS VEMOS Cora Stábile

Era un día espléndido: cielo limpio, aire tibio, brisa cálida... perfume suavecito de flores que llegaba desde algún jardín cercano.
Fernando caminaba despacio disfrutando de todo lo que lo rodeaba, ya casi completaba la tercera cuadra cuando se encontró con su amigo Carlos al que hacía mucho tiempo que no veía.
Luego de saludarse efusivamente después de haberse detenido de golpe, casi rozándose pues la vista de este último estaba cada vez peor y no veía "tres en un burro", se quedaron un rato charlando-
-¿Qué estamos haciendo aquí parados? Vamos te invito a almorzar.
El pobre Carlos trató de negarse tímidamente diciendo con suavidad que su madre lo esperaba a comer, mas ante la insistencia de su impetuoso amigo accedió, pero con la condición de llamar primero por teléfono.
Reiniciaron la marcha juntos, al llegar a la primera esquina doblaron y de pronto Carlos se detuvo contento::
-Mirá que suerte, aquí hay un teléfono, voy a llamar a mi vieja.
Fernando no lo podía creer, el "teléfono" no era tal, era una tapa de medidor de una vieja caja de luz.
Miró con estupor cómo su amigo manoteaba esperando encontrar el tubo, sintió como si una mano atenazara su cuello ahogándolo, lo tomó del brazo y le dijo:
-Vamos viejo que este no funciona... y además me acabo de acordar que tengo un compromiso, así que mejor andá a comer con tu madre y nos vemos otro día.
-Chau
-Chau

Marta Becker


                               FINAL Marta Becker

Nos reuníamos cada semana en el hotel alojamiento. Sabíamos que era solamente una cuestión de piel. Aún así, lo seguimos haciendo por bastante tiempo, hasta que nos invadió la rutina, como en los largos matrimonios.
Hoy estamos en la habitación de siempre, una luz tenue ilumina nuestros cuerpos desnudos y el desgano pesa. Del otro lado de la pared se escuchan voces ahogadas, gemidos, un fatigado grito último y luego silencio.
Enciende un cigarrillo, me lo da y prende el suyo. No hablamos. El humo asciende en arabescos. Bebo un sorbo de whisky y espero alguna reacción de su parte.
En la insomne penumbra percibo su nerviosismo. No sabe cómo empezar y no le daré pie para hacerlo, aunque podría tomar yo la iniciativa, total, pensamos lo mismo. Pero una fuerza intrínseca me dice que no debo comenzar.
-Lo nuestro no puede ir más allá… hemos traspasado el paraíso para situarnos en el umbral del aburrimiento, dice.
-Es verdad,  nada nuevo que nos conmueve…
-Tal vez en el tiempo y la distancia nos extrañemos…
-Lo dudo, pero que quede pendiente será una señal…
 Las mujeres se volvieron a reunir después de 20 años.

 

Cristian Vitale


La lluvia convocada Cristian Vitale

La poesía es el arte de esperar; podría decirse. Pero esta ecuación, que en principio seduce, cae rápidamente desmentida por esta otra certeza: la mera espera es siempre infecunda o infeliz. Y entonces... El concepto de espera es válido pero hay que precisarlo. En el otro extremo de las disposiciones estéticas se halla el verbo forjar, que supone trabajo a destajo, fuerza férrea frente a la resistencia, hierro en la voluntad, materiales rebeldes, sudor, chispas y olor a galpón. Esta ética de la creación no parece ser madre de gran poesía. Ni forjar ni esperar. Y entonces... Que la poesía sea hija de la Inspiración supone una idea de Trascendencia. Salvo que pongamos los nombres en minúscula, de modo que algo simplemente externo al poeta ilumine el acto creador. Esa idea es tan cierta como banal. Que algo que no es exactamente mi voluntad colabore en el acto creador es, hoy, tan ampliamente aceptado como descarnado y vacuo. También acá hacen falta algunas vueltas. Ni esperar ni forjar ni inspirarse. Y entonces...
Voy a ayudarme con una imagen. Me gusta pensar la maquinaria poética como una mano que sin cesar tira piedras, cuya caída nunca se produce o al menos no es objeto de espera. Es una imagen ciertamente fantástica puesto que rompe las reglas de lo real. Pero insisto con la escena. La creación poética también desdice las lógicas más cotidianas. Una mano, entonces, que lanza piedras que no caen. Y la poesía dónde está. En otro lado, sin duda. Pero no ajena a esta rutina. Porque las piedras que no caen, no son piedras que se pierden. Y hay algo de mentira en decir que no son objetos de espera. El poeta simplemente espera la desfiguración de la piedra, su trasformación, su reencarnación en los casos más extremos. Por otro lado, nunca sabe de dónde vendrán ni cuándo ni cómo las piedras que no sin fingida indiferencia ha lanzado. Y entonces...
La poesía es el arte de arrojar piedras como al descuido y esperar sin ansia pero con deseo que al fin nos llueva. Cuál es el contenido de la lluvia será en parte culpa de la piedra arrojada, será en parte culpa del tiempo de la espera, será la manera de arrojar, será la mano, será la intensidad, los modos, serán incluso los caprichos de la lluvia.
Nunca se empieza un poema. Es que siempre ya se ha empezado. La datación es la de la escritura, no la de la concepción. La creación poética es un estado, no un fenómeno. El poetizar es una manera de estar en el mundo, una posición del cuerpo ante la experiencia, ante la existencia incluso. La forjación es previa y posterior a la revelación. La poesía ya está. El sudor es tan necesario como secundario. La voluntad y la pericia se someten a la lluvia que ya pasó. Después de la lluvia el tiempo es menos ansioso y más la patria de los relojes. El artesano trabaja la descendencia remota de las piedras que él mismo, cuando fue poeta, arrojó durante siglos. Antes y después la poesía es un arte de taller, de panadería, de galpón. Y otra cosa. Casi siempre la lluvia sabe dónde caer. Podrá de golpe llover a cántaros o venir en gotas. Lo que importa es la constancia, la insistencia, la falta de resignación de la mano. La fortuita o atinada puntería. Y la fe ciega de que algún día nos lloverá.