LA CASA DE LA CALLE THORNE
Marta abrió la puerta, levantó la persiana
y encendió la radio con su parte más consciente, la otra Marta había quedado
entre las sábanas, envuelta en su olor, bajo el embrujo de sus caricias.
La mujer entró sin hacer ruido, se quedó mirando ahí parada. Adelante, pase
por favor. ¿En qué puedo ayudarla?
¿Compra cosas antiguas? Si, a veces, si me
interesa ¿qué tiene para vender?- Aquí no traje nada, quisiera que viniera a mi
casa, hay muchas cosas, muebles, cuadros, vajilla, veo que vende de todo.
¿Ud. qué quiere vender? Todo lo que pueda,
tengo que desocupar la casa ¿entiende?- Sí. Hago visitas por la tarde solamente, dígame la dirección y un
teléfono por favor.
Ella me miró
a los ojos. Es en el Barrio de Caballito, calle Thorne…
Volver a
escuchar ese nombre me supo a daga clavada en medio del esternón, pensé que me
iba a desmayar, después el número… no
quería mirarla, un escalofrío recorría
todo mi cuerpo, la cabeza me ardía como si fuera a estallar.
Tomé nota en la agenda, agachada, con los ojos
cerrados. Bien, bien… -balbucié - ¿Señora…? Amalia Molina Valle, disculpe no me
había presentado.
En ese
momento me volvió el alma al cuerpo, ella esbozó una sonrisa tímida y mirando
en derredor dijo. Tiene lindas cosas, se nota su buen gusto.
¿Cuándo
podrá venir a mi casa? tengo poco tiempo.
¿Le parece bien hoy a las tres?-pregunté sin
pensar. Perfecto, la espero, buenos
días. Giró despacio y se fue dejando un perfume suave a flores.
No podía salir de mi asombro. Me sentía tan
conmocionada que intentaba vanamente ordenar recuerdos agolpados en mi mente,
atados fuertemente por una cuerda
que el nombre de esa calle había soltado.
Sin embargo, ni su nombre y apellido ni su cara me resultaban familiares.
Mentalmente
puse color en su cabello cano, intenté borrar las pocas arrugas de su rostro,
pensé en el sonido de su voz, en su manera de caminar y todo fue inútil.
Mi memoria
sensitiva a flor de piel actualizaba
otros rostros, viejas voces olvidadas volvían a mis oídos. El local era el
salón de la calle Thorne, con su música y sus risas.
Fui despegando con dolor las capas del
recuerdo. Mis lágrimas, ahora incontenibles, lavaron las últimas heridas y
repasé trayendo a la luz esa etapa de mi vida como en un viaje y al llegar de
vuelta a mi realidad sentí frío y hambre.
Levanté el bolso y mi abrigo, di vuelta el
cartel "Enseguida vuelvo", cerré con llave y me encaminé al café.
Barracas me
pareció envuelta en una nube espesa como mi cabeza -Negro, te necesito- Adentro
del "Tres Amigos", donde conocí al Negro Hernández, el mozo me
preguntó si me sentía bien. Sí, tengo un
poco de frío, y pedí un desayuno
completo, sin siquiera darme cuenta que algunos parroquianos ya estaban
almorzando.
A las tres
de la tarde estaba frente a la casa. El barrio
había cambiado. Vi más gente por las
calles. Conservaba los árboles que se unían formando techo con sus ramas
entre una vereda y otra y ese encanto tan particular, lo hacía un lugar especial.
Frente a la
puerta pensé en no golpear e irme ¿Qué estaba haciendo allí? Toqué el portero.
Su voz se oyó tan triste que me quedé. Abrió la puerta, estaba
vestida como si fuera a salir.
Adelante,
gracias por venir, sígame por favor. Cuando hubo cerrado me miró fijamente a
los ojos. Miré a mí alrededor, aquel lugar era otro, totalmente distinto del
que recordaba, ¿Estaba tan equivocada, qué estaba sucediendo?
Me sentía
atrapada y confundida por mis recuerdos buscando alguna pista, una huella, una
señal que aclarara mi confusión,
mientras tanto ella me hablaba de muebles, de estilos, de precios. No la
escuchaba.
Y así fuimos recorriendo toda la casa, hasta
que al llegar al escritorio, sobre una mesita, detrás de un enorme florero, un
portarretratos aclaró mis dudas. Entonces, mirándola fijamente
pregunté ¿Porqué me buscó a mí, tan lejos de este lugar, para vender sus
cosas, quién le dio mi dirección?
Cuando voy a visitar una amiga que vive en
Barracas paso por su negocio, además no
quise hacerlo con alguien de aquí.
Siéntese,
tomemos un té, las dos lo necesitamos. Dejó la bandeja sobre la mesita,
sirvió las tazas y comenzó su relato. La
expresión de su rostro iba cambiando a medida que se acercaba al descenlace. Al oírla, reviví pasajes de mi vida que había olvidado.
…cuando compramos esta propiedad, era una
época en que viajábamos mucho, la remodelamos toda y la disfrutamos muy poco.
Tuvo que dejar su trabajo, la enfermedad lo postró y estuvo muchas veces
internado. Fuimos al exterior pero…no hubo nada que hacer.
Y aquí
estoy, tratando de vender y sin saber qué hacer después.
Su expresión
era desolada. La vi tan vieja, tan sola
en su dignidad que sentí compasión por aquella mujer que teniendo tanto, no
tenía nada.
Salí a la
calle. Tomé un colectivo, después un taxi. Fui directamente a mi casa, busqué
una caja que guardaba llena de cartas y fotografías, las metí dentro de una
lata y encendí un fuego. Miré las llamas
y a medida que se iba consumiendo, me sentí mejor, más joven, más viva.
Después esparcí las cenizas sobre las plantas de patio.
Me metí en la ducha, busqué mi vestido más
elegante, me peiné y maquillé con dedicación, para mí y para él. Cuando el Negro
me vio, abrió los ojos, la boca y los brazos: -Mi amor estás divina ¿que pasó?
Nada especial, solamente dejé escapar un fantasma y lo besé con pasión.