miércoles, 4 de marzo de 2009

LULÚ COLOMBO


UN PASAPORTE A LA FAMA

Yo la vi. Iba barriendo con un escobillón gigantesco que le habían comprado para barrer el largo corredor de la facultad. Cumplía su tarea con mansedumbre, los ojos bajos y el oído atento. Quería entender y aprender, pero no siempre las palabras le eran comprensibles. Había nacido a la orilla del Salado y tuvo la suerte de conseguir ese trabajo por medio de un pariente. Flora, nombre de diosa, limpiaba el corredor cerca de la sala de actos cuando escuchó unas palabras que la dejaron tan intrigada que intento memorizarlas: "Sí (como el griego afirma en el Cratilo) / El nombre es arquetipo de la cosa, / En las letras de rosa está la rosa, / Y todo el Nilo en la palabra Nilo".
Dejó el escobillón y asomó su cabeza oscura por el vano de la puerta. La sala estaba llena, pero pudo ver de dónde venía aquello que no comprendía. Era el mismísimo profesor Vallejos, a quien sus colegas llamaban por el nombre, Adalberto. Vallejos miró al público con sus ojos redondos como dos dibujos en la luna de su cara redonda de asombro. Cerró la carpeta y carraspeó. Sentada a su derecha, una mujer muy flaca -según Flora-, con unos cabellos blancos y negros que a ella le recordaban las crines de un pony que tenía su tío, allá a la orilla del Salado donde naciera treinta años atrás. Observó que la mujer tenía unos ojitos oscuros y estirados y una boca fina con un rictus de desprecio que le llamaron la atención. La mujer miró al profesor Vallejos y con una breve mueca pareció aprobar lo que decía. Del lado izquierdo del profesor, una mujer rellena, de mediana edad, se retorcía las manos de dedos largos y uñas curvas pintadas de rojo. Parecía nerviosa, pero no se atrevía a interrumpir ese instante de complicidad entre el conferencista y la mujer delgada. El público aplaudió y el profesor siguió mirándolos como si los estuviera viendo por primera vez; no sabía si los aplausos eran legítimamente para él o para Borges, o para la mujer, que no dudó en levantarse y darle la mano fría y blanda como un cadáver fresco. El fotógrafo se acercó para sacar las fotos que inmortalizarían el homenaje y Flora hizo un esfuerzo para entrar a la sala, aunque apretada en el medio del público y en puntas de pie porque quería ver quiénes se sacaban la foto y qué homenaje era ése. Las palabras que había escuchado se grabaron en su memoria porque ella amaba las rosas y trataba de entender qué quería decir eso de que "en las letras de rosa está la rosa".
El profesor Vallejos, Adalberto, para sus colegas, se paró a la izquierda de la mujer flaca que tenía un traje de invierno blanco y se estaba acomodando el cabello tobiano, y a la derecha, la profesora Pastrana. Hoy fue a la peluquería,- pensó Flora -, está con el pelo hermoso.
Los tres estaban parados sobre la tarima del salón de actos y a su alrededor se acomodaron una treintena de personas. Flora reconoció a algunos profesores y alumnos que se apiñaban para entrar en la foto. Intrigada por el revuelo que causaba la mujer de blanco con los ojos estirados, se quedó mirándola y preguntándose quién sería para que se armase tanta agitación. Flora recordó su única experiencia con fotos en la puerta del canal de televisión. Cuando apareció su actor favorito todos pujaban por tocarlo, y ella no había logrado fotografiarse con su galán soñado. Pero la foto del profesor era más ordenada, nadie tocaba a la mujer de blanco y parecía que las personas se ponían unas al lado de las otras en un cierto orden aunque discretamente se empujaban -observó la muchacha. Finalmente, cansada de mirar aquella escena en la que todos demoraban en ponerse para la foto, tomó el escobillón y siguió barriendo.
Y los días pasaron sin que en la facultad hubiera grandes novedades, salvo un indigente que habían encontrado medio muerto en el baño de las mujeres.
Cierto día, Flora pasaba prolijamente el escobillón, cuando el profesor Vallejos se le aproximó y le dijo con voz melosa: -Flora, necesito un favor, tengo que sacar unos mapas de la sala de la profesora Pastrana y me olvidé la llave.
Flora largó el escobillón y mirándolo con extrañeza sacó sin decir palabra la llave de la sala del bolsillo de su guardapolvo. El profesor la tomó y se marchó con paso rápido.
Pasaron los meses y el profesor Vallejos fue invitado a dar una conferencia en un pueblo perdido en la pampa santafecina. Nada menos que el intendente había mandado un auto a buscarlo para llevarlo junto a la viuda de Borges que venía de la capital. Se sentaron en el asiento trasero de un sedán azul y partieron. El profesor Vallejos no sabía cómo entrar en tema por lo que carraspeó varias veces. Finalmente se animó y dijo:
-Yo había pensado comenzar con algunas milongas de Borges para recrear ese mundo de malevos y cuchillos, luego hablar sobre el corpus y terminar con los dos poemas a Buenos Aires, si le parece bien.
-Si me permite, antes quisiera ver los poemas que va a leer, porque ya ha pasado en otros homenajes en los que he tenido que interrumpir el acto para alertar que no se trataba de un poema de mi marido. Sin ir muy lejos, esto pasó en Santa María del Río Seco hace poco, imagínese.
-No se preocupe, los he sacado de la primera edición de las obras completas de 1974- respondió el profesor Vallejos un poco avergonzado por ese examen pueril. No obstante, le extendió los papeles aunque con cierta cortedad.
La viuda se puso a leer detenidamente el trabajo; movía la cabeza en un además que Vallejos, afligido, no se atrevía a interpretar. Finalmente, le extendió los papeles sin hacer el menor comentario y esto dejó más nervioso a Vallejos, que enmudeció.
El coche recorría la ruta plana y por las ventanillas todo era un rico y monótono verdor.
Por fin llegaron al pueblo y posaron para la foto. Luego fueron a la intendencia donde se desarrolló el acto en un salón preparado para la ocasión. Todo transcurrió como había sido planeado y la viuda, complacida, volvió en el coche con el profesor hasta Rosario donde tomaría un vuelo a la capital.
La vuelta se hizo en silencio, pero el profesor no ocultaba su orgullo, había salido en dos fotos con la viuda y eso nadie podría negárselo. Lo mostraría a todos para que supieran quién era él y las influencias que tenía.
Cuando llegó a la facultad, pocos días después, con aire triunfal, se encontró con la profesora Pastrana que lo espetó:
-Adalberto, alguien robó la foto de María Kodama.
-¿Y quién habrá sido?
-Lo ignoro, pero sospecho de Flora. Ya se lo he preguntado y la muy zafada me dice que ella no tocó nada. No le creo, si ella es la que limpia, ella se la llevó.
-Y, Mabel, qué quiere que le diga, yo en su lugar también sospecharía de ella. ¿Se ha fijado si no faltan los equipos de vídeo, algún televisor, en fin, los equipos de audio?
-No, ¡para qué los querría donde vive ella!
-Bueno, un televisor no estaría mal -respondió Vallejos irónico.
-Yo creo que es alguien que quiere perjudicarme, pero esto no quedará aquí. Porque como mi estudio cuenta con subsidios del Consulado, tendremos hasta un problema internacional si no aparece la foto.
Vallejos la miró con sorna y decidió cortar por lo sano la conversación, por lo que dijo:
-Seguro que el que se la llevó sabía que era una foto importante, de modo que Flora no puede haber sido.
-Sí, seguro fue ella. Yo la vi espiando en el salón de actos el día de la foto.
Vallejos escondió una sonrisa y con voz suave agregó:
-Yo la interrogaría.
-Eso es lo que pensaba hacer -respondió la profesora alejándose por el pasillo.
Vallejos, por esos días, armó una reunión en su casa con poetas y funcionarios amigos y puso las dos fotos de Kodama, esperaba conseguir un subsidio para escribir un libro y las fotos eran para él un cheque en blanco. También quería el puesto de la profesora Pastrana y en una velada amable, lo consiguió gracias a la foto de Kodama. En cuanto a Flora, yo la vi, tiempo después en la facultad, perpleja y achicada como para hacerse invisible. Había tenido un sumario administrativo por la desaparición de la foto. Fue suspendida. Traté de explicarle que la foto era de una mujer muy importante, pero ella me retrucó que importante era el Papa, o Maradona, o el Gauchito Gil y que ella no conocía a nadie que conociera a esa mujer a no ser ellos en la facultad. Y, resignada, siguió barriendo.

CARLOS E. CARTOLANO

Ezequiel 1, 23-24

Estruendo de ejército estacionado
De muchedumbre en movimiento
Repliega las alas
Después de sobrevolar el mundo.

Epílogo del humo
Río de coágulo a la postre.

La creación atraviesa sólo un tiempo
Comunitario/ Popular/ Irremediable:
Mentes celestes
Corazones de flamenco.

La muerte no se anuncia

Amor que vence a la muerte:
Te reconozco eje
Para mi círculo/ Engarce/ Niebla
Iluminada
Ascenso y retorno.

La muerte no se anuncia
El amor gobierna.

ALDO NOVELLI


AMIGOS

a todos aquellos que alguna vez
me golpearon el pecho

Juan y José nacieron en distintas ciudades.
vivieron cuarenta años sin conocerse.

una tarde cualquiera José
con el corazón inmóvil
cayó en medio del gentío.

la gente miraba al tipo tirado
y lograba esquivarlo.

Juan se detuvo
y se agachó a golpearle el pecho.

cuatro horas estuvo en eso
entre las sombras de una calle desolada
hasta que el tipo abrió los ojos:
- no sabía bien como se hacía esto...- dijo Juan.
- bueno, tuviste tiempo de aprender- balbuceó José.

desde ese día nunca más se vieron.
nunca se olvidaron.


ALFREDO LEMON


ANTES DE LA LLUVIA

Albania, Chechenia, Bosnia,
Gaza, Tikrit, Kandahar ...

Se agitan las naciones
y los líderes conspiran aliados.

¿En esta tierra de guerras,
dónde ha quedado el amor ?

Tú, alma mía, ayúdame.



STELLA MARIS TABORO


AVE FENIX

Muchas veces haz soñado
otras veces haz caído
sigues igual, frente erguida
en el espacio de tu historia.

Vuelves a renacer como primavera
después de cada invierno
caes y te levantas mil veces,
destruida no te sientes.

Es mi suelo que ha sangrado
mas de veces que sus años
atacada desde afuera
permitido desde adentro.

Pero siempre se levanta
como el sol en el oriente
cicatriza sus heridas
y asi vuelve a marchar.

Tantas veces haz soñado
tantas otras haz caído
siempre tu frente altiva
en el espacio de la historia.

MÓNICA TARRAB


SE ACABÓ LO QUE SE DABA

Un caserón en Flores y la puerta abierta. Sin apuro, la curiosidad me invita a entrar al hall. Me roza una inmensa telaraña rota que cuelga al costado. En el ángulo del techo, su hacedora muerta, coronada por las víctimas. Los marcos delatan que hubo un vitral. Al lado, el patio con un cantero; la manguera adentro y el agua rebalsando. Una mujer que llega vestida formalmente se ofrece a guiar mi recorrido. Gracias, prefiero por mi cuenta. Tres maceteros volcados, una herradura en la pared, la jaula con plumas sin el pájaro, y un gato siamés dormido; la puerta inexistente mostrando un comedor enorme, con paredes que descascaran los sucesivos colores, y una mesa grande de caoba. El mantel de hilo bordado a mano que dejaron las antiguas glorias, y la mancha granate todavía húmeda, y vasos y copas por todos lados, y botellas vacías de champán en un rincón, y otras sin abrir sobre el aparador, y jarras incompletas en la mesa, y media torta con una velita quizás soplada en tres deseos, y las sillas desvencijadas, y más allá un sillón de cuero ajado que fue blanco, y una bombacha de encaje violeta abandonada cerca de una babucha de odalisca, y un equipo de música repitiendo una y otra vez el flamenco que Lole y Manuel cantan a las breves bellezas muertas, y bandejas con canapés de caviar, salmón y huevo duro, y sándwiches de miga con las orejas levantadas, y restos de crema en los platos, y papas fritas pisoteadas sobre la alfombra que revela tramos de pinotea. Dos hebillas nacaradas sobre un sofá, y un zapato de taco aguja colgado de la araña sin caireles, y el compañero clavado en el colchón desnudo del dormitorio principal; una puerta que tampoco está, y el cuarto de al lado y la jarra con las últimas cerezas del clericó, y los puchos apagados antes de tiempo en el piso, y la novia del felino lamiendo un plato; un antifaz rojo tirado al lado de una boquilla de mujer. Al fondo, en la fuente del jardín, flotan guirnaldas y profilácticos. Hay matracas, caretas de goma, papel picado, bonetes y cornetas esparcidos entre más copas y botellas, y los jirones de dos capas de Batman y Robin, y un camino de lajas negras vomitado.
Al salir, la mujer de traje reparte unos folletos del tribunal que está a cargo del remate judicial. Entre los detalles, se lee "…desocupada, en el estado en que se encuentra."

ALEJANDRO EMILIO CARBIA


ANDRÓMEDA

La secretaria pronunció su nombre y luego ella entró al consultorio austero, apenas decorado, minimalista a los empujones, a la fuerza, cabizbaja, linda pero triste, con la orden para el ECG en la mano y sus ojos entrecerrados, como resignada, abandonada. Se recostó, y al tocarla e intentar situar los electrodos como lo hago habitualmente, sentí su fría y delicada piel y escuché las únicas palabras que saldrían de su boca como una profecía angelical, al unísono con sus lágrimas desbordando, contorneando sus mejillas, sin ruido. No pude preguntar. Saqué todo el instrumental y al verla partir comprobé que su electro cumpliera las pautas necesarias. Al abandonar el box no pude más que revisarlo e instintivamente me perdí en la maraña de los puntos, como estrellas que representarían la actividad eléctrica de las células en su corazón. Me perdí en esa bóveda celeste, celestial, y sus intervalos y ondas fueron una constelación perdida en la noche, en un firmamento melancólico, otoñal, del sur. Esos puntos ya no tenían vínculos científicos, sólo se agruparon para facilitar el reconocimiento de un antiguo marino, viajero. Y ahí estaba Andrómeda, en las alturas infinitas, hija de Cefeo y Casiopea, más bella que cualquier ninfa marina, con su belleza desafiando a Neptuno. Aquellas cuadrículas del papel se transformaron en el viejo modelo de Tolomeo, respondiendo tan sólo a la vieja matemática, como lo había hecho por siglos, y no a la medicina actual o a la precisión planetaria. Donde debería haber ondas P o T, flotaba su alfa Sirah, y ella seguía encadenada a la gran piedra, llorando y esperando por Cetus. No recuerdo lo sucedido en los siguientes diez minutos, creo que involuntariamente escribí el informe, salí y lo deposité en su mano temblorosa. Me quedé esperando para que en tan sólo 120 años luz y aun con esas mismas lágrimas de la camilla, ella volviera para repetirme que ya no esperaría, que Perseo nunca vendrá.

FRANCISCO D. GONZÁLEZ


RAMITO DE ALBAHACA, NIÑA YOLANDA DÓNDE ANDARÁS

El piano llenaba de luz la amplia sala de la mansión colonial. La música salía a borbotones como queriendo reiventar el mundo. Llegaba a todos y cada uno de los rincones y traía la alegría enredada en un puñado de acordes mayores. Como si fuera el amanecer iba nombrando, iba iluminando lo que existía. Llevaba su claridad y su dulzor por las habitaciones, hacía madurar los tomates en la cocina, alegraba a la familia que hacía un alto para escuchar el prodigio de las manos de esa mujer que encontraban en el teclado la felicidad... La música gloriosa de Mozart atravesaba los pasillos, la biblioteca, la galería... llegaba al jardín para confundirse con el canto de los pájaros que anidaban en las palmeras. Para confundirse con el canto del viento de la puna, con el murmullo del río Lozano, junto al puente, en un rincón como un paraíso, en la quebrada...
Era la tarde del dieciséis de febrero de 1952, y Yolanda Pérez de Carrenzo cumplía cincuenta años. Repentinamente dejó de tocar cuando escuchó el bullicio del tren que pasaba detrás de la casa. Pero el tren siguió de largo y la pena de adueñó de su alma. Nadie iba a venir a visitarla. (Sus amigos solían pedirle al maquinista que detuviera la marcha cuando llegaba a la finca) La niña, que así es como todos la llamaban, lo escuchó alejarse y ya no volvió a tocar. Entristecida cerró la tapa del piano. No supo qué hacer ni qué pensar... Salió al jardín. Leyó los poemas de un libro. Regó las plantas... De pronto aparecieron detrás de los árboles, sonriendo, levantando la guitarra y las botellas como queriendo abrazarla desde lejos, sus amigos entrañables: Gustavo Leguizamón, Manuel Castilla, los poetas Raúl Anzoategui, Galán, Cesar Perdiguero y muchos más. Gustavo llevaba la guitarra bien templada, lista para cantar. Manuel se acercó agitando el papel donde habían escrito una glosa, como se acostumbraba antes, un saludo de cumpleaños. Y comenzó a recitar con verdadera entonación, con mucho fuego y sentimiento, al tiempo que la botella vertía el vino que caía en los vasos y se preparaban para brindar.


"Cuando bajes de Humahuaca
apunao por los recuerdos
corazones del camino
canto afuera y canto adentro
te haz de acordar de esta zamba
que has de llamar de Lozano
porque a Lozano se baja
todo el cielo guitarreando"



La niña Yolanda sonrió con esa risa que todos añoraban. Brindaron y bebieron. Se abrazaron... Su esposo y sus tres hijos ya se habían acercado, y luego de unas breves palabras Gustavo tocó en la guitarra un acorde de la menor. Entonces todo fue silencio, y entonó a pura garganta, a pura emoción, por primera vez, los versos que escribiera su amigo Manuel y él había armonizado, dejando una de las más bellas canciones del repertorio popular.



"Cielo arriba de Jujuy
camino a la puna
me voy a cantar,
flores de los tolares
bailan las cholitas el carnaval.
En los ojos de las llamas
se mira solita la luna de sal
y están los remolinos
en los arenales dele bailar.
Ramito de albahaca
niña Yolanda donde estará
atrás se quedó alumbrando
su claridad
flores de los tolares
bailan las cholitas el carnaval.
Jujeñita quien te vio
en la puna triste te vuelve a querer,
mi pena se va al aire
y en el aire llora su padecer.
Me voy yendo, volveré
los tolares solos se han vuelto a quedar,
se quemará en tus ojos
zamba enamorada del carnaval.
Ramito de albahaca
niña Yolanda donde estará
atrás se quedó alumbrando
su claridad
Vuelvo a las abajeñas
ya mi caballito no puede más"


Cuando terminó la zamba le dio un beso a Yolanda. Manuel lo había acompañado cantando algunas coplas, en el estribillo todos habían alzado su voz. Los abrazos no se terminaban nunca y la niña se sintió feliz, le brillaban los ojos. Entre risas y agradecimientos los condujo a la sala donde descansaron, comieron y bebieron. Aún no salía del asombro de la glosa, de la zamba... Les confesó su desazón al escuchar el tren que se alejaba, y le dijeron que habían decidido bajarse unas cuadras adelante para no echar a perder la sorpresa.
El piano volvió a sonar mientras el sol se ocultaba entre los cerros y la gente seguía llegando, y a cada nueva visita le hacía escuchar la zamba que esa noche fue cantada una y otra vez...
Nadie quiso dejar de saludar a esa jujeña que había nacido en San Salvador y que hiciera de su vida un canto a la amistad, su amor al prójimo era tan profundo como la belleza del paisaje que podía contemplar desde su morada.
Amaba la música clásica, el folclore, la poesía, la vida... Hija del dos veces gobernador de Jujuy; Pedro José Pérez, recibía en su finca a gente de las artes, la clerecía y la política.
Las noches y los días que siguieron fueron una verdadera fiesta. Una fiesta interminable. No faltaron la humita, las empanadas, los locros bien picantes, las bolsas de coca, el bicarbonato... Y el mar de botellas vacías que se iban acumulando en la calle era lo más parecido a un santuario a la difunta correa. Los cincuenta años de la niña Yolanda la encontraron rodeada de amores, del infinito afecto de la gente que había pasado en esa finca largas temporadas. La alegría sin embargo, no pudo hacerla olvidar que había parido a cinco hijos y ahora tan solo le quedaban tres...
En 1936 había viajado a Buenos Aires a dar unos conciertos de piano en radio municipal. Tocó en los teatros de Salta, Tucumán, San Juan y Mendoza, y fue la artífice de grandes veladas donde concurrieron artistas como Pablo Neruda, Narciso Yepes, Andrés Chazarreta, Mercedes Sosa... Fue amiga de Guastavino y de Atahualpa Yupanqui a quién refugió en los años cincuenta cuando fue perseguido por el peronismo.
Solía andar en camisón, descalza, leyendo libros y tocando el piano en el que compuso obras como "Bailecito de la puna" "La caja"... y dejó los poemas "Amanecer" "Siesta" "Arroyito Yutumano"... Su vida se apagó el 20 de noviembre de 1968, y en 1995 su hijo Carlos Marcelo construyó en la antigua finca un anfiteatro donde se realiza todos los años, los 20 de noviembre, un festival para recordarla; La serenata a la niña Yolanda, y todo aquel que empuñe una guitarra y entone la zamba de Lozano podrá recrear los versos inspirados de Manuel y los acordes de Gustavo. Y volverá a las peñas, a los fogones, la memoria y los días de esa dulce jujeña que tocaba el piano, escribía poemas y recibía a sus amigos.

CARINA RUGGIERO


ALEGATO

¿Yo ladrón? ¡No, honorables jueces! Permítanme explicarles:
Al abandonar el vientre de mi madre estuve disconforme con el abrupto desalojo y manifesté el primer desconsuelo con un llanto que duró tres días seguidos. Desde entonces sólo existí para expresar sentimientos.
En la infancia conocí a las palabras e incesantemente declamaba poemas a gritos, silenciosas plegarias mentales y canciones que yo mismo componía en estado de melancolía.
Luego descubrí a las letras pero ellas empeoraron la situación.
Se reproducían como mosquitos por todo mi cuerpo.
Se gestaban en el núcleo de mis células y sus embriones crecían sobre el pecho clavándome una y otra vez sus aguijones en el alma.
Muchos años luché por sostener la autonomía respecto de sus caprichos ya que no me dejaban en paz dictándome cuentos, historias y frases como si fuese un médium forzado a escucharlas.
Incluso en las horas de sueño insistían en fastidiarme aglomerándose en la garganta, anudándose en mi estómago y empañando la escasa lucidez que me quedaba. Hasta que desperté una vez a media noche y saturado de aquel desorden encerrado de vocablos decidí liberarlos.
Tomé un lápiz y con ambas manos traspasé sus mensajes sobre servilletas de papel, hojas de calendarios, papelitos de caramelos… y ya no pude dejar de escribir.
De ese modo me convertí en su cómplice. En un cleptómano desvergonzado incapaz de despreciar los tesoros que traen para mí.
¿Cómo podría rechazar el placer de acariciar con mi pluma la pasión de los enamorados, el aroma que exhalan los jazmines, los matices del otoño y el hambre de los pobres?
Las palabras entrenaron mis sentidos. Conspiraron entre sí para adiestrarme en la apropiación ilegal de sentimientos ajenos, convirtiéndome en un sobresaliente usurpador de sensaciones.
He recogido impresiones del mundo entero sin moverme de casa y no niego culpabilidad en el delito de gozar de los misterios del viento, las rocas y los ríos.
Asumo la expropiación del esfuerzo del labriego, de la inocencia de los niños y del cansancio dichoso de los amantes.
Reconozco haberme convertido en una sanguijuela insaciable. En un mosquito que succiona impunemente la esencia de las cosas hasta adueñarse de su alma.
Pero no puedo evitarlo… simplemente la magia fluye y mis dedos danzan sobre el papel al compás de las letras.
Yo ladrón? ¡No, honorables jueces! Sencillamente ESCRITOR.

-Eldorado, Misiones-

publicado en la revista digital Con voz propia

STELLA MARIS TABORO


RONDANDO LA QUEBRADA

Justo cuando la luna y el sol estaban en conjunción, recorrió como un sagaz tigre que recorre la selva al Pucará, que devoró parte de la ladera para brotar en vergeles y alimentos determinados por la altura en sus infinitos modos.
La pachamama resurgía en el viento de las quenas que asombraban a las escasas aves besando el cielo. Quizás bajaban a los escalones de la fortaleza, la magia embrujada de la chicha ensangrentada por el conquistador.
Tal vez desde el Río Grande llegaban las llamas y se echaban, adorando al sol esquivo de la Puna, junto a los parapetos donde un coya prestaba al paisaje el colorido de su poncho. No recordaba la primera vez que estuvo allí, ni siquiera titilaban dentro de ella los recuerdos placenteros del pasado, con aquel sol cobrizo y el viento marcando con fuerza a los nativos que nacían para adorar al inti y morir en el vientre de la pacha mama dentro de un hueco vientre de alfarería .
Los hilos de agua que bajaban cansados y débiles, cantaban leyendas milenarias y supersticiones con letras de rituales ancestrales
Casi un sincretismo perfecto, casi sobrenatural, ribeteados por los antiguos andenes de cultivo en esas alturas, que sólo mascando coca soportaban.
Justo allí cuando la luna y el sol en conjunción estaba, se retiró muy lejos el alma de aquella vajilla rota que vio romper el sueño de una cultura milenaria, esa cultura que quiso recorrerla una vez más en el viento de la puna que descendía por el Pucará de Tilcara.


Publicado en la revista digital La iguana

ALICIA CHILIFONI


ENGAÑA PICHANGA

Me levanté pensando a quiénes me falta llamar y qué vecinos voy a saludar para decirles la trillada frase "feliz año nuevo, ojalá que éste venga mejor, porque mirá que el año pasado fue de terror..."
Hace una eternidad que vengo, venimos, diciendo lo mismo. Mirá que tengo años nuevos que fueron encaneciendo sobre mi espalda...
Una vez, con gran alboroto y fuegos artificiales, hasta siglo nuevo tuve, mezclada con multitudes en una celebración que sentí orgullosamente mía. Porque cuando era chica, un día, ayer, me puse a sacar la cuenta de cuántos años tendría en el dos mil si no me moría antes. Y estaba viva, y contenta. Contenta al divino botón. Si al devenir histórico no le importa el número del año, ni del siglo. Se lo ponen después para poder estudiar Historia, así "el conocimiento de los acontecimientos del pasado, nos permite no sólo comprender el presente, sinó también evitar la repetición de los errores del pasado". Y al final cada vez entendemos menos, y se siguen sucediendo las injusticias desde que el mundo es mundo.
Brindamos, y comemos a lo bestia, olvidando por un día, cuánta gente no tiene qué comer. Gente que si supiera escribir y tuviera correo, le haría una cartita a Papá Noel pidiendo agua, porque hay sequía. Pero donde ellos viven, si no hay agua, imaginate, no hay ni correo, ni nada de nada. Ellos están fuera del mundo.
Jesús nació para todos, sin distinción de raza, pero para ellos no. ¿Qué se creen? Que se joroben. Hubieran nacido en una gran ciudad, no en medio del campo, para colmo en una provincia pobre, de suelo desértico, donde el polvo cubre la vida de una pátina ni siquiera triste. Polvo suspendido, atravesado por resplandores de soles impiadosos y lunas distraídas, a cuyo través vemos a esa gente como a bichos raros. ¡Qué locos! ¿Cómo se les ocurre vivir ahí? Si se vinieran para acá, algo tendrían, aunque sea cartoneando, y durmiendo en la calle; pero allá...
Éste es un país federal, dice "La Constitución": engaña pichanga. Feliz Año Nuevo, decimos todos: engaña pichanga.Menos mal que me di cuenta. Más vale tarde que nunca. Nunca es tarde cuando la dicha es buena. Y... tan tarde no es. Son las once de la mañana del 1º de enero de 2009. Buen augurio. Empecé avivándome de algunas cosas importantes.

Significa que éste sí será un buen año.

Pero mejor no se lo digo a nadie. A ver si se lo creen.

MARISA PRESTI


DULCE COMPAÑÍA

Sólo el rítmico tic tac del reloj interrumpía el silencio de la siesta veraniega. Ella se hubiera entregado al sueño si no fuera por el excesivo calor que alteraba su cuerpo con el dolor del fastidio. Prefirió el cómodo sillón de cuero, debajo del esforzado ventilador de techo que apenas refrescaba el aire. Llevó una jarra con limonada y un libro. Sabía que él estaba ahí, armando minuciosamente su último avión de madera balsa. Ya eran tantos, pensó, que casi no quedaban estantes en la casa donde ponerlos. Se recostó en el sillón, y el rústico cuero gimió levemente, pero él no levantó la vista. Abrió el libro, agobiada por las gotas de sudor que empezaban a humedecer su nuca, esforzándose por continuar la lectura del día anterior aunque casi ya no recordaba el tema. Siguió las tres primeras líneas con la mirada. Apenas las tres primeras líneas. Envidió las pasiones del hombre con el que compartía su vida; ahora eran esos aviones. Fueron también la caza, el alpinismo, las estampillas exóticas, y tantas otras. Lo miró sabiendo que él no la miraba. Su cabeza, pintada de canas, estaba tan inclinada sobre la mesa que ella pensó que le iba a afectar el cuello.
Escucha de pronto su propia voz, alterada:
-Podés sacar esta mosca ... ¡no me deja en paz!
-¿Qué mosca?
-¡Ésta! Acércate
-No, estoy ocupado
-¡Por favor, me molesta!
-Virginia, tenés dos manos...
El péndulo estira el tiempo con su monótono tic tac. Las palabras parecen haberse disuelto en la pesadez del aire que agobia la estancia. Los dedos, ágiles, van uniendo con paciencia las pequeñas maderas. Construye mundos, volvió a pensar, construye siempre afuera de él, como si fuera un dios creador de minúsculas criaturas, tiesas y mudas. ¡Ja!, le pareció escucharlo, pero pueden volar, pueden ir adonde vos no llegás, adonde ni siquiera te animás a acercarte.
Volvió al libro. Ella también tenía su mundo, y se lo iba a demostrar. Estiró las piernas sobre el apoyabrazos del sillón, ignoró la pesadez del clima y buscó la misma página. ¿Dónde lo había dejado? Eligió la cuarta línea, puso atención hasta la sexta, cuando de nuevo se oyó decir:
-¡Ay! Tengo un calambre.
-Frótate
-¿No me podés hacer un masaje?
-No puedo dejar esto ahora
-¡Ay! Ayudame
-Poné el pie sobre la baldosa fría.
Un perro ladró a lo lejos. Deseó tener mandíbula de Dogo, instinto más fuerte que la razón. Se imaginó agachada en cuatro patas, arrastrándose silenciosamente por la corta distancia entre los aviones y su vida. ¿Mordería acaso esos tobillos en los que solía enredarse en los tibios juegos de la cama? ¿O arrancaría la equilibrada sonrisa, libre de neurosis, con la que creía contenerla? No, no se permitiría lamerlo, eso sólo lo hacen los falderos, y hacía tiempo que ella había cambiado de raza.
Las primeras sombras no la movilizaron para encender el velador grande. Quedaron casi a oscuras, con la única luz de la pequeña lámpara que él siempre usaba para su hobby. El libro quedó sobre la falda, con ganas de contarle historias que ya no le interesaban. Cerró los ojos. Imaginó victorias, y sobre los párpados caídos se abrió un mundo de colores vivos que se fue tiñendo de más y más rojo.
-Virginia, ¡el corazón!
-No te oigo, ¿qué decís?
-¡El corazón! ¡Alcánzame las pastillas!
-¿Qué pastillas?
-¡Oh, Dios! ¡Es un ataque!
-Frótate un poco. ¿No tenés dos manos?

ANALÍA PASCANER


LA FINAL


"La mayor gloria no está en haberse mantenido siempre en pie, sino en haberse levantado una y otra vez tras cada caída".
.......................................Confucio

Walter y Valentín vivieron una tarde que nunca olvidarían.
El torneo nacional reunía a los chicos de 9 y 10 años en una provincia norteña. Durante dos días se disputarían competencias individuales y por equipos.
Las luchas individuales consistían en el enfrentamiento entre dos atletas.
Los equipos se formaban con los cinco participantes que habían obtenido mayor puntaje en los torneos realizados anteriormente en cada provincia. Walter aseguró el primer lugar en la lista. Valentín ni siquiera ocupó el quinto lugar.
Los competidores se saludaron ante una seña del árbitro. Parados frente a frente con las rodillas apenas flexionadas y actitud alerta, se evaluaron con sus miradas.
Ambos eran compañeros en el mismo gimnasio de judo, pertenecían a la misma categoría, entrenaban y luchaban juntos en torneos locales, interprovinciales y nacionales.
Walter, ágil y concentrado. Valentín, tranquilo y confiado.
Lentamente comenzaron a moverse en círculos sin salvar aún la distancia que los separaba.
Su provincia llevaba ganados todos los trofeos, sólo faltaba la copa del enfrentamiento por equipos.
Una provincia del sur contaba con cuatro participantes. Su delegado habló con organizadores y profesores. El entrenador decidió "prestar" a Valentín y así la provincia sureña completaría un equipo.
Los atletas se estudiaban y se movían con precisión, aguardando alguna señal en su adversario.
Los acompañantes de estos chicos comenzaron a correr la voz: la final por equipos era entre su provincia y la del sur.
Cada integrante debía luchar con otro del equipo rival. Cuatro pare
jas pasaron: victoria derrota victoria derrota. Y sólo quedó una pareja por enfrentarse, la pareja que definiría el campeonato por equipos: la pareja de Walter y Valentín.
Y al fin se lanzaron uno contra otro, trenzados en lucha firme e intensa.
Amigos y competidores de otras provincias rodearon poco a poco el centro de lucha, todos expectantes.
Los entrenadores de estos dos chicos permanecieron en forzoso silencio. Su profesor delegó el puesto de árbitro en otra lucha para presenciar aquel enfrentamiento. Un profesor de otra provincia abandonó su sitio en las gradas para alentar con su presencia a su consentido Valentín.
Uno intentando derribar al otro, ambos resistiendo cada uno de los embates, ambos mezclados en una lucha feroz y sin tregua.
El gimnasio bramaba.
-¡Dejate ganar Valentín, así llevamos la copa, no seas boludo! -exclamaba un compañero.
-¡Valen, dale que sos capaz de ganar esta lucha!
-¡Perdé, Valentín, perdé! -vociferaba la mamá de Walter.
-¡Vamos hijo! ¡Vamos que vos podés ganar! -pedía su mamá, quien cruzó una mirada furiosa con la madre de Walter, la cual se alejó con un gesto de desprecio.
Walter comenzó a dominar con lances precisos y ágiles y de ese modo conseguía agregar puntos a su marcador.
La delegada de los atletas apoyó su mano en el hombro de la mamá de Valentín. El profesor comentó:
-¡Vaya sorpresa con este chico! Quién se hubiera imaginado, ¿verdad, señora?
Valentín demostró un valor inusual y con una toma ágil sometió a Walter quien sorprendido, se encontró tendido en el tatami debajo de su adversario.
Treinta segundos faltaban para que terminara la lucha si ambos continuaban en esa posición.
El rojo igualó el contraste entre aquellos dos rostros. Uno pujando por salir, el otro intentando mantener la retención.
Los relojes avanzaban con asfixiante lentitud.
La situación se tornaba difícil para el campeón reconocido.
Treinta segundos eran necesarios para que la competencia por equipos terminara.
Walter no podía con Valentín.
Treinta… tan sólo treinta segundos para que el árbitro levante la mano de Valentín… o la lucha continúe si Walter conseguía ponerse de pie.
De pronto el sonido de un silbato, dulce para unos y amargo para otros, marcó el fin de la lucha.
Walter se levantó enojado y se retiró del tatami sin saludar a su adversario - compañero, enojo que se convirtió en llanto cuando la furia de su mamá lo abofeteó.
Valentín ganó y levantó la copa -trofeo que no llevó a su provincia- junto a los integrantes del equipo sureño. Su vuelta a casa fue un regreso con manos vacías, hostigado por compañeros y entrenador "por no haberse dejado ganar".


Publicado en la revista virtual Con Voz Propia de Catamarca, dirigida por la autora

CORA STÁBILE


MI MOCHILA Y YO


Mientras iba caminando juntaba más bronca a cada paso… no lo podía evitar, nunca toleré las injusticias y estaba absolutamente fuera de lugar la actitud de Osvaldo al volver aquella mañana de la caminata habitual, yo estaba realmente cansada, me dolían las piernas, había mucha humedad y eso provocaba que mi físico se resintiera, se lo dije pero él pareció no escucharme o… ¿acaso me lo estaba haciendo a propósito? esa sonrisita socarrona no me gustaba nada, yo no mentía… pero él no me creía.
No fue la primera vez que pasaba eso, pero lo peor era cuando había otras personas presentes ¿qué quería demostrar ?
Ese machismo que afloraba a veces me sacaba de quicio, evidentemente necesitaba hacer notar que él era la parte fuerte de la pareja, trataba de sostener el "modelo" que había diseñado.
Fueron demasiados tres días de vacaciones, bastaron para colocar cada cosa en su lugar, esa misma tarde mientras él dormía plácidamente la siesta, armé mi mochila y regresé sin darle ninguna explicación.

NORMA TRAFERRI


EVOCO

Me enamoré adolescente. Estaba sola y era verano. Viniste casi sin que lo notara. Sé que quizá hubiera podido no dejarte acariciarme. Perpleja, quieta. Cerré los ojos. Te sentí. Licencioso deslizándote suave sobre mi pelo, mis mejillas, mis hombros, mis pechos, rodeando mi cintura.
Te dejé escurrirte por mis caderas y el recóndito lugar en mi entrepierna. Hasta mis pies llegaste. Allí quedé cuando te fuiste, quieta, como una novia virginal. Que sin haberlo presentido encontró a su amante. Regresé la tarde siguiente, la otra y todas.
Silencio púdico. No podía compartirlo. Cómo explicar a nadie la exquisita voluptuosidad, el gozo.
Manceba expectante de cada atardecer. Esperando que llegaras y dejarte penetrarme hasta las entrañas.Hoy evoco sin turbarme el placer de cada día. Recibiendo el viento sobre los acantilados.

RICARDO ALLIEVI


DOS EN UNO

Esa nada que me apaga... es la esencia de tu ausencia Tan distinto de este todo... el gozo de tu presencia.
Si no te tengo, estoy perdido. Y si estás me siento encontrada. Me gratifico contigo... al encontrarme conmigo. Con vos resucito y vivo. No existe placer igual. Me olvido de ser yo... y dejás de ser vos. No somos dos, sino uno.
No existe placer mayor... es un gozo sin igual... Dejar de ser nosotros... para renacer en otro...

JÉSSICA DE LA POTILLA MONTAÑO


LLUVIA DE NOVIEMBRE


Lluvia de noviembre. El agua borra recuerdos que tal vez sucedieron, destruye los sueños que nunca viví, rompe ventanas y desaparece reflejos que no encuentro más en mi habitación. Tus nubes ocultan la Luna y sé que esa sonrisa está lejos, muy lejos del mundo, pero mucho más lejos de mí. Eres una memoria que pronto se desvanecerá, sólo eso, dos palabritas entre millones de promesas que tú no supiste cumplir.
Esta nostalgia cae como la lluvia de noviembre. El invierno me hará compañía no sé si años o meses; sólo él me abraza, sólo él te lamenta, sólo él nos da un pésame inútil.
Mis pies secos crujen sobre las hojas amarillas, camino tras tus pasos pero no logro alcanzarte. Mientras más te amo más pronto huyes de mí, no encuentro más que distancia cada vez que intento seguirte.
Yo nunca quise perderte. Esta lluvia de noviembre es la única culpable…
Pero hoy es otro día. Por fin ha salido el sol.


Tomado de la revista digital Con voz propia

ANA BROGLIO

TAL VEZ

Crecimos juntos. Ella me pegaba con los juguetes porque era mayor.
Había nacido en el año 1907 y yo, en 1911.
Después de la primaria desaparecieron los tranvías pero su casa y la mía seguían siendo vecinas.
Quitaron el empedrado para asfaltar la calle -el progreso, decían- y ella y yo, siempre llevándonos mal. Era casi odio -afirmaban también-.
Cuando me jubilé de la Municipalidad ella ya se había jubilado de la Sedería y hubo un tiempo en que me retiró el saludo. Unas ramas de mi olivo invadían su parcela.
Ahora que seguimos cerco de por medio, tal vez me anime a declararle mi amor y tal vez, ella me acepte.


Tomado de la revista digital Inventiva Social

FEDERICI MATÍAS LÓPEZ


TENGO

Un año mas que hace 15 días
Una vocación que comienza a dirigirse hacia algún lado
Tengo un padre muerto por el cáncer y una madre a la que maté porque me había matado.
Tengo sed y hambre de perdón y de cristianismo
Tengo recaídas muy esporádicas e irresponsables
Tengo unos mil cien libros y muchas revistas y periódicos que amontono como un hámster.
Y ganas,
Y voluntad
De cambiar de abandonar (o pedir que me abandonen) esas aspiraciones inmaduras a la omnisapiencia.
Tengo que aceptar que con el amor no se juega; sino que es un juego comprometido y arriesgado.
No tengo mas excusas.

NAMASTE


SOBREDOSIS DE…

Sobredosis de sexo necesito
para calmarme por dentro
acallando a viejos espectros
que pululan a la deriva por mi cuerpo.
Sobredosis de afecto sincero
con abrazos que crujan huesos
aprisionándome a su pecho
mezclando sudores aliento.
Sobredosis de besos tiernos
que resbalen por boca y miembros
cubriendo cada tramo por completo
adueñándose de piel y sentimientos.
Sobredosis de latidos y silencios
cuando el alma cesa en su ajetreo
y se viste de noches su aposento
reptando por curvas de viento…
Sobredosis letal de momentos
donde uno fluye…deja de serlo…
y el amor se repliega en los senos
expandiéndose allá… en el océano.

PABLO FERNÁNDEZ


AGOTADO

Las diez de la mañana,
se me meten en el cuerpo,
las cuento,
son diez,
cada una un ruido amplificado,
como dentro de una caja.

Ya no se si son horas,
Maniquíes o pedradas,
O notas en un piano,
O turnos en un telo,
Y taxis distintos a distintas casas.

Se que son diez,
Me lo confirman desde afuera,
El mundo me grita,
Aúlla,
Se queja,
Lo estoy matando con cada palabra.

Era distinto a las tres,
Conmigo yo mismo,
La nocturna lucha cotidiana,
Si tirar paredes con las manos,
Si hacer con la cuchara ventanas.

Puedo seguir así hasta las cuatro,
Pero son las diez de la mañana,
Las cuento,
Maniquíes y pedradas,
También notas en un piano,
También noche que se apaga.
A esta hora quisiera ser tango,
Por estos días,
Te juro Polaco,
Y dormir en tu garganta.

CRISTINA NOGUERA


CARICIAS

Palomas que enhebran sensaciones,
sobre el tapizado terciopelo.
Apaciguan las tormentas,
iluminan tantas tinieblas,
abren el corazón cerrado.
Ellas transitan por la ternura,
por el terciopelo del pétalo,
por el arroyuelo tan tibio,
entre susurros tan suaves.
Son gaviotas extraviadas,
un río para los geranios,
un murmullo de estrellas.
Disfrutemos de la fiesta.
Abramos el tesoro lacrado.

NEGRO HERNÁNDEZ


EL FLACO GARDEL

El café es un lugar de contadores de cuentos o mejor dicho de cuentadores, tal vez porque allí son escuchados por un auditorio atento que entiende los códigos masculinos. Sus protagonistas suelen relatar infinidad de historias, algunas inverosímiles, otras trágicas, pero todas dignas de ser narradas por cualquier escritor, como la del flaco Páez que escuché con los muchachos una noche calurosade verano. Ese mismo día el Gallego había contratado con la cervecería Quilmes el servicio de barriles para vender bebida suelta. Dicha empresa había enviado unas mesitas redondas con su sombrilla en el centro y las sillas de lona haciendo juego con todo el piripipi de la marca de la cerveza.
Estábamos allí tomando un balón cuando se aparece Páez y sin mediar ningún permiso, así de parado, se puso a contar una historia melodramática con lujos de detalle.
El flaco siempre quiso parecerse a Gardel, pero no tenía la pinta, ni la voz, ni siquiera el oído como para imitarlo. Una mañana se levantó temprano de la cama para ir al trabajo, entró al baño de la pensión y preparó la máquina de afeitar, la brocha y abrió las canillas del agua caliente de la ducha y del lavado. Luego se mojó la cara con las dos manos, desparramó un poco de crema jabonosa y mientras giraba la brocha sobre sus mejillas vio el rostro de Gardel en el espejo que se iba empañando con el vapor del agua. Al principio se asustó, no lo podía creer. Es un sueño, pensó, y cerró las canillas. Limpió el espejo turbio y lo vio al Zorzal del otro lado, hizo una mueca y la imagen le respondió, se tocó la nariz, y lo mismo, le entró a dar con la gillette y el Maestro se afeitó.
Todavía sin creerlo, se bañó apurado con la esperanza de poder reconocerse después de secarse con el toallón desteñido. Salió del baño, evitando mirarse, y volvió a la pieza. Se vistió con la ropa del trabajo, y ahora más tranquilo buscó el ropero en cuya puerta central pendía un espejo grande. Carlitos lo miró con un pantalón vaquero y una camisa color caqui que decía sobre el bolsillo derecho Mudanzas Veloz. ¡Se me hizo!, dijo. ¡Gracias Señor, después de tantos ruegos!... ¡Si me viera la vieja!
Salió al pasillo agrandado el hombre y se cruzó con doña Emilia, buenos días. En la calle saludó al canilla sacando pecho, pasó por el Café, tomó un cortado en la barra y caminó las tres cuadras que lo llevaban al laburo. En el trayecto se dio cuenta que nadie lo había reconocido como Gardel. Se detuvo en la esquina de la farmacia para mirarse en el reflejo de la vidriera, y sonrió con una sonrisa inigualable.
Nunca se sintió mejor. El patrón estaba en cama con gripe y él tenía un viaje para retirar unos canastos y por la tarde otro para entregarlos por allí cerca. Se pasó las horas en la oficina hablando con Rosita, la chica del teléfono que le gustaba tanto, y buscándose cada tanto en el espejo colgado detrás del escritorio pintado con el nombre de la empresa. Entre mate y mate se animó y la invitó a comer una pizza a la salida. Ella aceptó de muy buena gana. Caminaron hasta la avenida y en el boliche de la esquina pidieron una grande, mitad de muzzarela y mitad de anchoas. Entonces, después de inclinar los labios de costado, le tomó las dos manos y le dijo: R..r.r.r.osita.a.. quiero que seas mi novia. Ella asintió con alegria bajado su mirada con vergüena. Después fueron a la plaza del barrio iluminada con una enorme luna llena, y en el banco de la plaza la apretó entre sus brazos para cantarle al oído El día que me quieras. Más tarde, venciendo su pudor, la invitó a la pieza de la pensión y pasaron la noche juntos.
Cuando el flaco se despertó a la mañana siguiente estaba solo en la cama arrugada. Corrió hacia el espejo del ropero y se vio a sí mismo. Desconsolado por tanta realidad sintió que el mundo se le derrumbaba, sin embargo sobre la almohada había un papelito escrito con lápiz de labios que era su única prueba: "Gracias Carlos, por una noche inolvidable. Rosita Moreno".