La casa (final)
Carlos Margiotta
“Te necesito tanto”, le había dicho su madre en la
última visita. Rodrigo sintió como si un puñal se le clavara en el pecho,
arrepintiéndose de haber depositado allí a su madre sin darse cuenta del daño
que le había ocasionado. En el camino de regreso decidió que llevaría a su
madre a vivir con él cuando tuviera la casa en condiciones. Cuando llegó
encontró comenzados los trabajos de la chimenea. La pared lucía un boquete profundo
por donde pudo agacharse y observar hacia arriba un pequeño cielo rectangular.
Se dirigió hasta su habitación, se sacó la ropa y fue darse una ducha. Tenía
ganas de salir y distraerse de las tensiones del día para disfrutar del atardecer.
Pensó en invitar a su vecina a dar una vuelta por la costanera, quería charlar,
estar con alguien que lo escuchara. Los días se iban alargando y era bueno
pasear junto a una mujer inteligente como Patricia. Salió al patio y encontró
una pila de escombros y dos bolsas llenas de cenizas que debió arrastrar hasta
la calle. La casa no le daba tregua, lo seguía hostigando todos los días. Tuvo
ganas de llamar a una empresa de demoliciones y mandarla tirar abajo para
vender el terreno. Sonó el celular -¿Queres venir a cenar? Esta noche estoy
sola- dijo Patricia. Él acepto enseguida, su pecho dejó de agitarse lentamente.
Hacía mucho que no salía con una mujer y su vecina era muy atractiva: labios
gruesos, lindas caderas y un cuerpo de tana voluminosa. Sabía muy poco de su
vida, de sus proyectos, de su hijo Simon, y menos de su mirada acerca de la
vida. Sin embargo más de una noche la imaginó desnuda acostada en su cama.
Salió a comprar un kilo de helado y una botella de buen tinto para llevar a la
cena. Esa noche hablaron mucho acerca de sus vidas, de la situación del país y
del mañana. En algún momento ella mencionó la tragedia ocurrida en la casa que
él estaba reformando.
-Eran buena gente. Hace un año la mujer murió de un
cáncer en el útero. El marido que era médico, no quiso llevarla al sanatorio
porque decía era demasiado tarde. A la semana de su muerte, el tipo se pegó un
tiro en la sien en el dormitorio donde murió su esposa-. Rodrigo no le preguntó
nada, ni le contó de sus noches de insomnio, de los ruidos y del miedo. La cena
iba ganando en intimidad cuando ella se sacó los zapatos y lo invitó a tomar un
café en el linvig. Él la observó caminar descalza hacia la cocina y al volver
con una bandeja y dos tacitas comprobó que no llevaba puesta su ropa interior.
Ahora mas juntos en el sillón, él quiso de tomarle la mano para besarla cuando
ella empezó a acariciarle la pierna con el pié desnudo, desabrochando los botones
de su camisa. A mañana siguiente se
despertó sin la urgencia de siempre. Los albañiles llegaron temprano. Les
indicó que dejaran la azotea para más adelante, que solo aplicaran el protector
de techo para continuar con las paredes y la pintura. Quería pasar las fiestas
con su madre y faltaba dos meses para terminar el año. Al rato llegó Antonia,
la chica de la limpieza. Le dio las tareas del día y le anticipó que el año
próximo tendría que hacerlo diariamente.
La noche anterior había vuelto recuperar la esperanza y el deseo.
Con Patricia habían acordado guardar discreción y
darse un tiempo para conocerse. Subió al auto y se marcho a cumplir los
compromisos con los clientes de Escobar. En el camino habló con Norberto, amigo
del colegio, que era socio vitalicio del club Atlanta para pedirle información
acerca de José Passione. Al volver se detuvo en el café de siempre para pensar
los próximos pasos. Llamó a su hermano que vivía en Canadá y le dio la noticia
del traslado de su madre. –Te felicito, para las fiestas estoy ahí.-, dijo.
Después habló a su casa para enterarse de las últimas novedades. Los albañiles
le pidieron cartón corrugado y rodillos para pintar. Cansado del trajín
emocional del día llegó a la casa cuando había anochecido.
El perfume del ambiente le recordó su infancia. Puso el audio para
escuchar el Concierto N° 7 de Albinoni mientras se preparaba una ensalada de
verduras. Cuando se acostó el cielo comenzó a relampaguear anticipando los
truenos y la tormenta. Una luz en el celular decía que su vecina y su hijo se
quedaban a dormir en casa sus padres.
El sueño lo asaltó rápidamente hasta que a las
cuatro de la madrugada empezó a escuchar gritos que provenían de la boca de la
chimenea: ¡Hija de puta! ¡No me pegues! ¡Te voy a matar! ¡Ay, ay, ay!. Se
levantó dirigiéndose al lugar. Allí se oían claramente los llantos de criaturas
saliendo por del conducto de la chimenea. Prendió las luces y todo se volvió
silencio, solo la lluvia resonaba contra el empedrado. Se sirvió un vaso de
whisky en el sillón. Conmovido, sin poder diferenciar entre la realidad y el
sueño esperó el amanecer recordando otras noches sin dormir con su hermano
llorando juntos. El timbre sonó a la
ocho, eran los obreros. –Hoy le damos al techo después que seque la lluvia y el
fin de semana terminamos con la pintura- dijo uno de ellos. Rodrigo les dejo un
dinero para los proveedores y se cambio para salir a desayunar afuera. En la
esquina se cruzó con Patricia que volvía a su casa. -Mi hijo no puedo dormir en
toda la noche-, dijo mientras Simón la tironeaba del brazo. Desayunó un café
con leche y con medialunas de grasa en la confitería cercana a la estación de
tren. No quería manejar, estaba confundido y cansado. Tomo un taxi y se fue a
ver a su madre para contarle los planes de llevarla a vivir con él. Ella no
habló pero le sonrió todo el tiempo asintiendo con la cabeza. Más tarde pasó
por el consultorio del Dr. Donato, médico psiquiatra, que en su momento le
recomendó no internar a su madre y le pidió su intervención profesional cuando
lleguen los trámites de externarla. Tomó
el subte B para ir al microcentro y se dirigió al estudio donde se tramitaba la
sucesión de la casa. Allí la joven abogada lo hizo atender por un viejo
empleado de la escribanía. –Estamos esperando el informe del Registro de la
Propiedad. Por lo que recuerdo esa casa fue siempre de los Passione y sus
respectivas esposas-. Rodrigo anotó en un papel los nombres de los tres matrimonios
anteriores. Severo y Etelvina, José y Alicia, Daniel y Margarita y el de los
emigraron al exterior. En un café de Tribunales llamó a Patricia y le pidió
encontrarse esa noche. Quería contarle lo sucedido desde que ocupó la casa y
necesitaba compartir la ansiedad de traer a su madre a vivir con él. Al salir
caminó por Corrientes visitando algunas librerías. El cielo estaba despejado y
sonrió. Seguramente los albañiles pudieron realizar el trabajo del techo,
pensó. Se bajó en la estación Dorrego del subte y caminó por el parque Los
Andes para mirar el histórico complejo edilicio del año 1927 diseñado por el
arquitecto Fermín Beretervide. Cuando llegó a la casa encontró un mail de
Norberto “José Passione era entonces el
10 de la reserva Atlanta y en un entrenamiento León Cohen le quebró la pierna
después de una gambeta en la que José de gritó judío de mierda. Las malas
lenguas del club dicen que en realidad León se había enterado que el 10 se
acostaba con su novia”.
A la noche tuvo que esperar que Simón estuviera
dormido para encontrase con Patricia. Conversaron hasta la medianoche en la
cocina tomando café y comiendo unos bocaditos dulces que él había llevado y
cariciándose. Ahí supo que la pareja de
ella la había abandonado cuando quedó embarazada, y que la casa que habitaba
era de una amiga que se la prestada para que no sea ocupada ilegalmente. A la mañana siguiente, después de recibir a
Antonia, dejó a uno de los albañiles pintado y se llevó a Pedro a trabajar a
Escobar. La charla con Patricia lo había puesto de pié. No solo pudieron hablar
de sus sentimientos, sino de un incipiente compromiso. Ella al despedirse ella
le había prometido ayudarlo con su madre. Al volver la casa olía a pintura
fresca, abrió las ventanas y las puertas y salió al patio. Antonia le había
dejado el sobre con las viejas fotografías sobre la mesada de la cocina.
“Haciendo la limpieza encontré este sobre y se cayeron las fotos. Las miré sin
querer cuando las guardaba y me dí cuenta que en una de ellas estaba mi abuela…
Disculpe”.
encontré este sobre y se me cayeron las fotos. Las
miré sin querer cuando las guardaba y me dí cuenta que en una de ellas estaba
mi abuela… Disculpe”. Encendió un cigarrillo y salió para el boliche donde
cenaba siempre con un cuaderno de dibujo. El mozo le recomendó el plato del
día. Mientras esperaba el Revuelto Gramajo empezó a dibujar el nuevo diseño del
piso superior. La escalera iría en el pequeño jardín de entrada, el dormitorio
principal era para su madre, y el otro junto al patio lo ocuparía él. Arriba
sería todo estudio y atención a los clientes. Esa noche durmió bien como si los
fantasmas se fueran alejando en la medida que él tomaba decisiones. Por la
mañana recibió el llamado de un cliente para una ampliación de la oficina en
Puerto Madero. Pedro estaba en Escobar y Ramón, el otro albañil, llegó tarde.
–Hay paro de trenes- dijo. Rodrigo tomó su portafolio y salio para a ver el
nuevo trabajo. El día trascurrió entre idas y venidas, y la necesidad de
encontrase con Patricia para ir a la cama. Finalmente llegó el viernes, el fin
de la pintura, la cena con Santiago y el paseo con Patricia a una isla del
Tigre. Habló con Antonia para pedirle información de su abuela y le entregó las
fotos para que reconociera sus imágenes. Estuvo ocupado todo el día buscando
presupuestos y cotizando trabajos. Pasó por su casa para cambiarse antes de ir
a la cita. Se encontró con Patricia cuando subía al auto y aprovecharon para
darse un beso. En la casa de Santiago estaba la vieja guardia del colegio: Norberto, Víctor y el Gallego. Hacía mucho que no se reunían y los problemas de Rodrigo los había convocado nuevamente. –La lectura de las cartas demuestran que fueron escritas en la década del 30. Las escritas por ella me dicen que es una mujer culta, seguramente maestra o profesora. Las de él también muestran a un tipo muy instruido y con poder. Ambos estaban perdidamente enamorados y sufrían no poder estar juntos. El hecho que las encontraras juntas me dicen que ella vivía en esa casa y que él prefirió devolverlas por temor a ser descubierto- dijo Santiago. –Yo busque en los archivos del club y descubrí que el tal Passione se convirtió en jefe de la barra brava. Su mujer lo abandonó y se fue a vivir al Uruguay dejando a sus hijos- aportó Norberto, socio vitalicio. -Años más tarde José murió de una sobredosis y su hijo Daniel se recibió de médico.. -Te puedo averiguar de algún antecedente penal en la familia- dijo Víctor al que habían nombrado juez recientemente. El Gallego que era un importante empresario inmobiliario ofreció sus servicios sobre el tema. La cena terminó entre gracias, abrazos y buenos deseos.
A Rodrigo le costó mucho conciliar el sueño. ¿Quién seria el amante de Etelvina? ¿Cómo habría reaccionado Severo? ¿José era el que golpeador de Alicia? ¿Y el médico? ¿Por qué se habría suicidado?. Esa noche los fantasmas lo visitaban adentro suyo. El sábado Antonia se le apreció con la abuela. –Lo ví tan preocupado que no podía esperar hasta el lunes y le traje a la abuela- dijo con una sonrisa. La anciana describió a cada uno de miembros de las fotos. La viejita que esta en la silla de ruedas es Etelvina, muy católica iba siempre a la parroquia de la Resurrección. Tuvo un derrame en la cabeza después que su marido muriera quemado con el fuego de la chimenea. El de las muletas era José, le pegaba mucho a su mujer y los más jóvenes son el doctor, la Margarita que murió aquí mismo y los nenes.El doctor era muy querido en el barrio, después del hospital atendía gratis a los pacientes y a las chicas que quedaban embarazadas las operaba sin cobrarles nada. Rodrigo le agradeció mucho la visita y salió a caminar buscando la Parroquia de La Resurrección. La encontró a media cuadra del Parque Los Andes. Aunque ya no creía en Dios entró a la iglesia y se inclinó en uno de sus bancos pensando en Etelvina y un cura. Después de todo los hechos se han perdido para siempre y solo quedan versiones que cada uno va reciclando mientras trascurre la vida, pensó.