sábado, 28 de diciembre de 2019

Carlos Margiotta


                                 La casa (final) 
                                        Carlos Margiotta

“Te necesito tanto”, le había dicho su madre en la última visita. Rodrigo sintió como si un puñal se le clavara en el pecho, arrepintiéndose de haber depositado allí a su madre sin darse cuenta del daño que le había ocasionado. En el camino de regreso decidió que llevaría a su madre a vivir con él cuando tuviera la casa en condiciones. Cuando llegó encontró comenzados los trabajos de la chimenea. La pared lucía un boquete profundo por donde pudo agacharse y observar hacia arriba un pequeño cielo rectangular. Se dirigió hasta su habitación, se sacó la ropa y fue darse una ducha. Tenía ganas de salir y distraerse de las tensiones del día para disfrutar del atardecer. Pensó en invitar a su vecina a dar una vuelta por la costanera, quería charlar, estar con alguien que lo escuchara. Los días se iban alargando y era bueno pasear junto a una mujer inteligente como Patricia. Salió al patio y encontró una pila de escombros y dos bolsas llenas de cenizas que debió arrastrar hasta la calle. La casa no le daba tregua, lo seguía hostigando todos los días. Tuvo ganas de llamar a una empresa de demoliciones y mandarla tirar abajo para vender el terreno. Sonó el celular -¿Queres venir a cenar? Esta noche estoy sola- dijo Patricia. Él acepto enseguida, su pecho dejó de agitarse lentamente. Hacía mucho que no salía con una mujer y su vecina era muy atractiva: labios gruesos, lindas caderas y un cuerpo de tana voluminosa. Sabía muy poco de su vida, de sus proyectos, de su hijo Simon, y menos de su mirada acerca de la vida. Sin embargo más de una noche la imaginó desnuda acostada en su cama. Salió a comprar un kilo de helado y una botella de buen tinto para llevar a la cena. Esa noche hablaron mucho acerca de sus vidas, de la situación del país y del mañana. En algún momento ella mencionó la tragedia ocurrida en la casa que él estaba reformando.
-Eran buena gente. Hace un año la mujer murió de un cáncer en el útero. El marido que era médico, no quiso llevarla al sanatorio porque decía era demasiado tarde. A la semana de su muerte, el tipo se pegó un tiro en la sien en el dormitorio donde murió su esposa-. Rodrigo no le preguntó nada, ni le contó de sus noches de insomnio, de los ruidos y del miedo. La cena iba ganando en intimidad cuando ella se sacó los zapatos y lo invitó a tomar un café en el linvig. Él la observó caminar descalza hacia la cocina y al volver con una bandeja y dos tacitas comprobó que no llevaba puesta su ropa interior. Ahora mas juntos en el sillón, él quiso de tomarle la mano para besarla cuando ella empezó a acariciarle la pierna con el pié desnudo, desabrochando los botones de su camisa.  A mañana siguiente se despertó sin la urgencia de siempre. Los albañiles llegaron temprano. Les indicó que dejaran la azotea para más adelante, que solo aplicaran el protector de techo para continuar con las paredes y la pintura. Quería pasar las fiestas con su madre y faltaba dos meses para terminar el año. Al rato llegó Antonia, la chica de la limpieza. Le dio las tareas del día y le anticipó que el año próximo tendría que hacerlo diariamente.  La noche anterior había vuelto recuperar la esperanza y el deseo.
Con Patricia habían acordado guardar discreción y darse un tiempo para conocerse. Subió al auto y se marcho a cumplir los compromisos con los clientes de Escobar. En el camino habló con Norberto, amigo del colegio, que era socio vitalicio del club Atlanta para pedirle información acerca de José Passione. Al volver se detuvo en el café de siempre para pensar los próximos pasos. Llamó a su hermano que vivía en Canadá y le dio la noticia del traslado de su madre. –Te felicito, para las fiestas estoy ahí.-, dijo. Después habló a su casa para enterarse de las últimas novedades. Los albañiles le pidieron cartón corrugado y rodillos para pintar. Cansado del trajín emocional del día llegó a la casa cuando había anochecido.
 El perfume del ambiente le recordó su infancia. Puso el audio para escuchar el Concierto N° 7 de Albinoni mientras se preparaba una ensalada de verduras. Cuando se acostó el cielo comenzó a relampaguear anticipando los truenos y la tormenta. Una luz en el celular decía que su vecina y su hijo se quedaban a dormir en casa sus padres.
El sueño lo asaltó rápidamente hasta que a las cuatro de la madrugada empezó a escuchar gritos que provenían de la boca de la chimenea: ¡Hija de puta! ¡No me pegues! ¡Te voy a matar! ¡Ay, ay, ay!. Se levantó dirigiéndose al lugar. Allí se oían claramente los llantos de criaturas saliendo por del conducto de la chimenea. Prendió las luces y todo se volvió silencio, solo la lluvia resonaba contra el empedrado. Se sirvió un vaso de whisky en el sillón. Conmovido, sin poder diferenciar entre la realidad y el sueño esperó el amanecer recordando otras noches sin dormir con su hermano llorando juntos.  El timbre sonó a la ocho, eran los obreros. –Hoy le damos al techo después que seque la lluvia y el fin de semana terminamos con la pintura- dijo uno de ellos. Rodrigo les dejo un dinero para los proveedores y se cambio para salir a desayunar afuera. En la esquina se cruzó con Patricia que volvía a su casa. -Mi hijo no puedo dormir en toda la noche-, dijo mientras Simón la tironeaba del brazo. Desayunó un café con leche y con medialunas de grasa en la confitería cercana a la estación de tren. No quería manejar, estaba confundido y cansado. Tomo un taxi y se fue a ver a su madre para contarle los planes de llevarla a vivir con él. Ella no habló pero le sonrió todo el tiempo asintiendo con la cabeza. Más tarde pasó por el consultorio del Dr. Donato, médico psiquiatra, que en su momento le recomendó no internar a su madre y le pidió su intervención profesional cuando lleguen los trámites de externarla.  Tomó el subte B para ir al microcentro y se dirigió al estudio donde se tramitaba la sucesión de la casa. Allí la joven abogada lo hizo atender por un viejo empleado de la escribanía. –Estamos esperando el informe del Registro de la Propiedad. Por lo que recuerdo esa casa fue siempre de los Passione y sus respectivas esposas-. Rodrigo anotó en un papel los nombres de los tres matrimonios anteriores. Severo y Etelvina, José y Alicia, Daniel y Margarita y el de los emigraron al exterior. En un café de Tribunales llamó a Patricia y le pidió encontrarse esa noche. Quería contarle lo sucedido desde que ocupó la casa y necesitaba compartir la ansiedad de traer a su madre a vivir con él. Al salir caminó por Corrientes visitando algunas librerías. El cielo estaba despejado y sonrió. Seguramente los albañiles pudieron realizar el trabajo del techo, pensó. Se bajó en la estación Dorrego del subte y caminó por el parque Los Andes para mirar el histórico complejo edilicio del año 1927 diseñado por el arquitecto Fermín Beretervide. Cuando llegó a la casa encontró un mail de Norberto  “José Passione era entonces el 10 de la reserva Atlanta y en un entrenamiento León Cohen le quebró la pierna después de una gambeta en la que José de gritó judío de mierda. Las malas lenguas del club dicen que en realidad León se había enterado que el 10 se acostaba con su novia”.
A la noche tuvo que esperar que Simón estuviera dormido para encontrase con Patricia. Conversaron hasta la medianoche en la cocina tomando café y comiendo unos bocaditos dulces que él había llevado y cariciándose.  Ahí supo que la pareja de ella la había abandonado cuando quedó embarazada, y que la casa que habitaba era de una amiga que se la prestada para que no sea ocupada ilegalmente.  A la mañana siguiente, después de recibir a Antonia, dejó a uno de los albañiles pintado y se llevó a Pedro a trabajar a Escobar. La charla con Patricia lo había puesto de pié. No solo pudieron hablar de sus sentimientos, sino de un incipiente compromiso. Ella al despedirse ella le había prometido ayudarlo con su madre. Al volver la casa olía a pintura fresca, abrió las ventanas y las puertas y salió al patio. Antonia le había dejado el sobre con las viejas fotografías sobre la mesada de la cocina. “Haciendo la limpieza encontré este sobre y se cayeron las fotos. Las miré sin querer cuando las guardaba y me dí cuenta que en una de ellas estaba mi abuela… Disculpe”.
encontré este sobre y se me cayeron las fotos. Las miré sin querer cuando las guardaba y me dí cuenta que en una de ellas estaba mi abuela… Disculpe”. Encendió un cigarrillo y salió para el boliche donde cenaba siempre con un cuaderno de dibujo. El mozo le recomendó el plato del día. Mientras esperaba el Revuelto Gramajo empezó a dibujar el nuevo diseño del piso superior. La escalera iría en el pequeño jardín de entrada, el dormitorio principal era para su madre, y el otro junto al patio lo ocuparía él. Arriba sería todo estudio y atención a los clientes. Esa noche durmió bien como si los fantasmas se fueran alejando en la medida que él tomaba decisiones. Por la mañana recibió el llamado de un cliente para una ampliación de la oficina en Puerto Madero. Pedro estaba en Escobar y Ramón, el otro albañil, llegó tarde. –Hay paro de trenes- dijo. Rodrigo tomó su portafolio y salio para a ver el nuevo trabajo. El día trascurrió entre idas y venidas, y la necesidad de encontrase con Patricia para ir a la cama. Finalmente llegó el viernes, el fin de la pintura, la cena con Santiago y el paseo con Patricia a una isla del Tigre. Habló con Antonia para pedirle información de su abuela y le entregó las fotos para que reconociera sus imágenes. Estuvo ocupado todo el día buscando presupuestos y cotizando trabajos. Pasó por su casa para cambiarse antes de ir a la cita. Se encontró con Patricia cuando subía al auto y aprovecharon para darse un beso. 
En la casa de Santiago estaba la vieja guardia del colegio: Norberto, Víctor y el Gallego. Hacía mucho que no se reunían y los problemas de Rodrigo los había convocado nuevamente. –La lectura de las cartas demuestran que fueron escritas en la década del 30. Las escritas por ella me dicen que es una mujer culta, seguramente maestra o profesora. Las de él también muestran a un tipo muy instruido y con poder. Ambos estaban perdidamente enamorados y sufrían no poder estar juntos. El hecho que las encontraras juntas me dicen que ella vivía en esa casa y que él prefirió devolverlas por temor a ser descubierto- dijo Santiago. –Yo busque en los archivos del club y descubrí que el tal Passione se convirtió en jefe de la barra brava. Su mujer lo abandonó y se fue a vivir al Uruguay dejando a sus hijos- aportó Norberto, socio vitalicio. -Años  más tarde José murió de una sobredosis y su hijo Daniel se recibió de médico.. -Te puedo averiguar de algún antecedente penal en la familia- dijo Víctor al que habían nombrado juez recientemente. El Gallego que era un importante empresario inmobiliario ofreció sus servicios sobre el tema. La cena terminó entre gracias, abrazos y buenos deseos. 
A Rodrigo le costó mucho conciliar el sueño. ¿Quién seria el amante de Etelvina? ¿Cómo habría reaccionado Severo? ¿José era el que golpeador de Alicia? ¿Y el médico? ¿Por qué se habría suicidado?. Esa noche los fantasmas lo visitaban adentro suyo. El sábado Antonia se le apreció con la abuela. –Lo ví tan preocupado que no podía esperar hasta el lunes y le traje a la abuela- dijo con una sonrisa. La anciana describió a cada uno de miembros de las fotos. La viejita que esta en la silla de ruedas es Etelvina, muy católica iba siempre a la parroquia de la Resurrección.  Tuvo un derrame en la cabeza después que su marido muriera quemado con el fuego de la chimenea. El de las muletas era José, le pegaba mucho a su mujer y los más jóvenes son el doctor, la Margarita que murió aquí mismo y los nenes.El doctor era muy querido en el barrio, después del hospital atendía gratis a los pacientes y a las chicas que quedaban embarazadas las operaba sin cobrarles nada. Rodrigo le agradeció mucho la visita y salió a caminar buscando la Parroquia de La Resurrección. La encontró a media  cuadra del Parque Los Andes. Aunque ya no creía en Dios entró a la iglesia y se inclinó en uno de sus bancos pensando en Etelvina y un cura. Después de todo los hechos se han perdido para siempre y solo quedan versiones que cada uno va reciclando mientras trascurre la vida, pensó.


Emilse Zorzut


                               Discriminación 
                                            Emilse Zorzut

Todos los miembros de la Asamblea firmaron la resolución que a partir de ese momento quedaba firme: “Plutón era un planeta enano, no pertenecía a nuestro sistema solar”.
Al día siguiente otros científicos que no asistieron a la Asamblea presentaron el reclamo por considerarlo una opinión parcial. Pero el mayor cuestionamiento partió de las Organizaciones que se oponían a toda forma de discriminación diciendo que por ser enano no correspondía que fuera expulsado del sistema.

David Slodky



                  Cuentos breves  David Slodky

                                                Suya
Cuando la vio, supo que era ella. Sigilosamente, amorosamente, día tras día, fue creando la trama. Una a una esquivó sus descortesías, venció sus resistencias. Cuando ya se hizo imprescindible, cuando por fin le dijo que sí, que ella también lo amaba, nunca más volvió a verla. La guardaría suya, pura, perfecta, para siempre en su memoria, inmune al deterioro del tiempo y a la banalidad de lo cotidiano. 
                                                El amor y la muerte  
-¡No se encariñen tanto con Boby, que después, cuando los perros se mueren, se sufre muchísimo! -dijo la madre a sus pequeños hijos.
-Qué tontería -dijo el de 7 años, mirándola-: es como decirnos que no te queramos a vos, porque algún día te vas a morir.
La madre calló, azorada.
Acarició luego al perro.
                                                        Ceremonias 
Es terrible, sí, pero siento alivio… Su locura me exasperaba. Lavarse las manos 80 veces por día, levantarse 6 veces cada noche para asegurarse que la puerta esté con llave, sus extrañas ceremonias con los fósforos antes de encender la cocina… ¡Me era insoportable ya! Ayer se fue. Por un mes voy a dar dos vueltas a la silla antes de sentarme, para asegurarme que no vuelva…
Fuga de ideas en solo mayor 
Tengo miedo, no sé a qué, a todo, acá se viene, no sé qué viene, pero algo muy grande viene, los nervios me están destruyendo, tengo la sensación de estar roto, quebrado, temblando por dentro, tan blando por dentro, parece que fuera de algodón, me miro al espejo, veo una persona, por zona, con ojos, con carne, con huesos, sin afecto, soy un efecto, no efectúo nada, incumplo todo, todo me pesa, pésame dios mío, me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido, bandido, estoy blasfemando, blas fe mando, Pascal era un hombre de fe y de mando y yo soy un pobre diablo, un diablo pobre, un diablo, ¡pobre!, mi cabeza, por dios, mi cabeza, no para, tengo miedo, no sé a qué, a todo… 
                                                               Despertar
Despertó en medio de la noche. Algo había interrumpido su sueño.
En el enorme cuarto donde en una cama dormían sus padres, en otra ella, y en otra su hermano, la oscuridad más absoluta hacía imposible divisar nada. 
Percibió un rumor de voces quedas, y un extraño chirriar.
“¿Mami? Siento voces…”.
El susurro cesó, el rechinar se pasmó un instante y se detuvo.
“No, hija, debe ser afuera.”
“Prenda la luz, mamá.”
“Cortaron la luz, dormíte, no pasa nada.”
“¿Cuándo vuelve el papá?”
“El sábado.”
“Mamá, tengo miedo. ¿Puedo pasarme a su cama?”
“No. Sos grandecita para esas macanas. ¡Y ya dormíte, chinita!”
Contuvo la respiración, aguzando los oídos. Ya no escuchó nada. Recordó que entre sueños había sentido esa voz odiosa, la del hombre que antes comía en casa, en la pensión que daba su madre para trabajadores del pueblo sin familia. Ahora mamá la mandaba a ella con una vianda al hospedaje donde el hombre vivía, y ella no quería ir, y mamá la obligaba y el hombre le agradecía y a la niña le desagradaba profundamente la voz del hombre, su mirada pegajosa.
¡Mañana le diría a mamá que no la mande más, que hasta le hacía tener pesadillas!
A punto de dormirse de nuevo, volvió a sobresaltarla el cadencioso chirriar. Sintió que el corazón se le helaba.
“¿Mamá…?”
“¡Dormíte, chinita ‘i mierda, que te vi’a dar un rebencazo! ¡Ya vas a ver cuando vuelva tu papá!”
Ya no se volvió a dormir, pero aguantó toda la noche la respiración y el sollozo y el grito que le explotaban adentro. Con sus orejas espió todo. Y la oscuridad del cuarto llenó su alma. Había despertado en la noche, había despertado para siempre.

Mónica Maud


                                       La torre  
                                              Mónica Maud

Visité la mezquita por mera curiosidad.
Las palpitaciones de mis ancestros así lo imponían y hube de obedecer. Hacía frío aquella tarde, cuando tuve que quitarme el calzado para entrar y abrirme paso en medio de devotos que, desordenados, y en cuclillas, oraban en voz baja. Busqué un rincón desde el cual observar sin ver vista.
Un niño se acercó y me dijo unas palabras en yidish, creí entender que me guiaría y lo seguí. Me condujo, en efecto, hacia un pasadizo oscuro, cuya entrada señaló con su dedo pulgar y se marchó. No tuve más remedio que ingresar. Mientras caminaba con extrema lentitud y cautela, luces de colores salían de las paredes y formaban figuras que yo presumí humanas. Para mi sorpresa, no sentí temor, una fuerza indescriptible me arrastraba; inevitablemente.
No recuerdo en qué instante cerré los ojos, encandilada por los haces que se hacían cada vez más intensos; lo cierto es que la torre de piedra caliza vestida de ocre apareció imponente ante la pequeñez de mi figura.
Dudé si debía seguir adelante; con el último paso todavía en ciernes tuve la sensación de navegar en medio de aromas familiares. Una tibieza tenue me tomó entre sus brazos hasta el límite de no sentir mi cuerpo que se iba disipando en la penumbra. No sé cómo llegué a estar de pie dentro de aquella torre, no sé cuánto tiempo hubo transcurrido entre mi entrada a la mezquita y aquella torre, no sé ni deseo hurgar explicación alguna.
Parada en el centro de un escaso recinto plagado de luz, no ya de penumbra, escuché la voz de mi madre, quien me decía que había anhelado esta visita mía. Y comenzó un monólogo feroz de regaños doloridos, de despedidas inconclusas, de enseñanzas no impartidas, de heridas que sangraban.
La voz de mi madre, un recodo de paz…terminó quitándome las congojas escondidas y sirviéndome una armonía desconocida por mí hasta entonces. La caricia de sus manos, luego de mi desenfrenada purificación, inyectó en este espíritu la gracia melodiosa del sueño bienhechor. Y dormí. Debí permanecer dormida por mucho tiempo, porque cuando desperté, la audacia de viajar a lejanas tierras sólo para ver una mezquita, heredad de algún antepasado, se había derrumbado frente a la cotidianeidad impecable de mis días.
Mi lecho, humedecido por un sudor perfumado y yo, vestida en ropas de calle. Las sombras retornaron a mí lado, pero ya no eran las mismas; y, sin siquiera pensar, salí de mi departamento. Arribé al cementerio dos horas después, debí haber dado infinitos rodeos, y busqué la tumba de mi madre. Había en ella una rosa fresca y…un ramillete de alelíes, su flor preferida, me abría la portezuela del único nicho vacío del panteón familiar. Comprendí. Quise quitarme antes los vestidos. Ya estaba desnuda.

Jorge M. Reverte



                          Recuento del horror 
                                       Jorge M. Reverte

Una exhaustiva investigación revela detalles de cómo Hitler y Stalin decidieron exterminar a catorce millones de personas
En septiembre de 1939, los ministros de Exteriores de la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin firmaron un pacto que establecía unas fronteras que marcaban los límites de su reparto de una fracción de Europa: esa línea se conoció por los nombres de sus firmantes: Mólotov-Ribbentrop.
Alrededor de esa línea artificial, de carácter político, se cometió, entre 1932 y 1945, el mayor de los crímenes de la historia de la humanidad: el exterminio intencionado, fruto de un cálculo político, de catorce millones de personas. Una cifra que resulta casi inconcebible por su magnitud, y que ha pasado desapercibida porque no tenía nombre propio. No coincide con el Holocausto de los judíos, ni con el genocidio de los armenios. Los asesinatos masivos decididos por Hitler y Stalin en esa amplia zona, que incluye una parte de Polonia, Ucrania, Bielorrusia y las Repúblicas Bálticas, tuvieron unas raíces fuertemente políticas, por encima (o simultáneamente) de las motivaciones ideológicas raciales o nacionalistas que se utilizaran, o bien se ocultaran, en cada caso.
Timothy Snyder es uno de esos historiadores que cambian la perspectiva. No en vano ha sido colaborador de Tony Judt, a quien debemos una historia de Europa que ha removido viejos conceptos y nos ha permitido alcanzar un mejor conocimiento de los fundamentos de lo que ahora conocemos por un continente democrático y relativamente consolidado. En esa misma línea, Snyder trabaja ahora en solitario en la preparación de una historia de la Europa oriental.
Snyder se ha tomado el trabajo de romper algunos muros que nos impedían valorar una buena parte del pasado reciente, y comprender, por tanto, importantes fenómenos del presente que nos perturban. Antes de su investigación sobre lo que llama "tierras de sangre", predominaban algunas explicaciones dominantes que impedían acceder a fenómenos tan drásticos como las grandes matanzas. Una de ellas era el Holocausto, que hizo que la atención de casi todo el mundo se fijara en el mayor genocidio de todos los tiempos y obviara otros asuntos de gran importancia. Otra, la propaganda de posguerra realizada por el eficiente aparato estalinista, que arrojaba sobre los nazis toda la responsabilidad de las atrocidades, dejando en un lugar menor las acciones masivas de los soviéticos. A esa inteligente propaganda se sumó el eurocentrismo de las potencias aliadas. La URSS había formado parte esencial de la entente que acabó con el nazismo. Al acabar la guerra no parecía prudente para las potencias como Inglaterra y Estados Unidos sacar a la luz las criminales acciones de Stalin. La intelectualidad de izquierda de Francia y otros países se encargó del resto. Y se aligeró el peso de la responsabilidad soviética.
O es sólo el caso de las matanzas de Katyn, quizás el más célebre de los engaños de la dirección comunista. Hay muchos otros acontecimientos de una enorme atrocidad que cometieron Hitler y Stalin en esas tierras de sangre.
El primero de ellos, sustancial para la tesis de Snyder sobre el carácter político de las matanzas, fue la gran hambruna provocada por Stalin en Ucrania, con un resultado de más de tres millones de muertos. Pero hay más, bastantes más, como las matanzas étnicas provocadas por los nacionalistas ucranios contra civiles polacos; o las matanzas posteriores de civiles ucranios por polacos. El caso de Bielorrusia, atrapada entre las fuerzas nazis y las del Ejército de Stalin, es escandalosamente desconocido. El diezmado de la población, judía y no judía, fue de proporciones descomunales. Y para qué hablar de los más de tres millones de prisioneros rusos que los ejércitos alemanes (o sea, la Wehrmacht, no sólo las SS) dejaron morir de hambre y frío, a propósito, en campos rodeados de alambradas y ametralladoras.
Hitler y Stalin, apoyados por un aparato político que implicaba la colaboración de muchos miles de sus conciudadanos, pergeñaron esas matanzas en función de sus intereses económicos
La lista es interminable, los números imposibles de concebir. Y el diagnóstico aterrador: Hitler y Stalin, apoyados por un aparato político que implicaba la colaboración de muchos miles de sus conciudadanos, pergeñaron esas matanzas en función de sus intereses económicos (por tanto, políticos). Hitler quería hacer desaparecer a la mayoría de los eslavos para convertir el Este de Europa en un gigantesco productor de alimentos para Alemania. Stalin quería hacer desaparecer el campesinado para convertir grandes territorios, como Ucrania, en productores de alimentos para los obreros soviéticos, y también le sobraban los campesinos. Las grandes matanzas no fueron pergeñadas por odiosos demonios malignos, sino por modernos estadistas. Fueron obra de burócratas antes que de sádicos. Y concitaron una enorme complicidad tanto en Rusia (más que en la URSS) como en Alemania.
Posiblemente el Holocausto fue el único de esos gigantescos crímenes que tuvo una base ideológica, aunque no fue en principio concebido como un exterminio, sino como el desplazamiento (con sus muertes necesarias incluidas) de todos los judíos a Madagascar o al Este de la Unión Soviética.
Una de las mayores monstruosidades de esa increíble etapa europea fue la cómplice liquidación de Polonia entre Stalin y Hitler. Ambos coincidían en liquidar a los polacos como pueblo. Para ello invadieron al unísono el país. Y su primer empeño fue el de acabar con todos aquellos ciudadanos que tuvieran un mínimo nivel de formación.
Las políticas de memoria suelen ser selectivas, porque son, sobre todo, políticas. De eso hay numerosos ejemplos vigentes hoy. Y España es un buen caso para ilustrar el asunto. La Historia rigurosa y contrastada de los acontecimientos es el único antídoto para librarse de ese mal de la memoria selectiva. El problema es que suele tardar mucho en producirse.
Snyder nos brinda uno de los mejores libros que se han producido en mucho tiempo para que la Historia desplace a la memoria interesada (normalmente nacionalista). No tiene la elegancia y la brillantez de Judt en su prosa, pero es más que un digno epígono.
 rusos que los ejércitos alemanes (o sea, la Wehrmacht, no sólo las SS) dejaron morir de hambre y frío, a propósito, en campos rodeados de alambradas y ametralladoras.
Hitler y Stalin, apoyados por un aparato político que implicaba la colaboración de muchos miles de sus conciudadanos, pergeñaron esas matanzas en función de sus intereses económicos
La lista es interminable, los números imposibles de concebir. Y el diagnóstico aterrador: Hitler y Stalin, apoyados por un aparato político que implicaba la colaboración de muchos miles de sus conciudadanos, pergeñaron esas matanzas en función de sus intereses económicos (por tanto, políticos). Hitler quería hacer desaparecer a la mayoría de los eslavos para convertir el Este de Europa en un gigantesco productor de alimentos para Alemania. Stalin quería hacer desaparecer el campesinado para convertir grandes territorios, como Ucrania, en productores de alimentos para los obreros soviéticos, y también le sobraban los campesinos. Las grandes matanzas no fueron pergeñadas por odiosos demonios malignos, sino por modernos estadistas. Fueron obra de burócratas antes que de sádicos. Y concitaron una enorme complicidad tanto en Rusia (más que en la URSS) como en Alemania.
Posiblemente el Holocausto fue el único de esos gigantescos crímenes que tuvo una base ideológica, aunque no fue en principio concebido como un exterminio, sino como el desplazamiento (con sus muertes necesarias incluidas) de todos los judíos a Madagascar o al Este de la Unión Soviética.
Una de las mayores monstruosidades de esa increíble etapa europea fue la cómplice liquidación de Polonia entre Stalin y Hitler. Ambos coincidían en liquidar a los polacos como pueblo. Para ello invadieron al unísono el país. Y su primer empeño fue el de acabar con todos aquellos ciudadanos que tuvieran un mínimo nivel de formación.
Las políticas de memoria suelen ser selectivas, porque son, sobre todo, políticas. De eso hay numerosos ejemplos vigentes hoy. Y España es un buen caso para ilustrar el asunto. La Historia rigurosa y contrastada de los acontecimientos es el único antídoto para librarse de ese mal de la memoria selectiva. El problema es que suele tardar mucho en producirse.
Snyder nos brinda uno de los mejores libros que se han producido en mucho tiempo para que la Historia desplace a la memoria interesada (normalmente nacionalista). No tiene la elegancia y la brillantez de Judt en su prosa, pero es más que un digno epígono.
Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin

Julio de la Mota



                                   POEMAS 
                           Oscar Julio de la Mota

                                                       ARIETTA
                   Arietta pieza para piano n°2 de Grieg
Tu aire llama los preludios que sostienen la danza de elfos
antigua y natural como el océano
te quiebras en densas polvaredas  
en el cielo de tus ojos todavía flamean nubes de paraíso
guardas la armonía y el júbilo de los movimientos
esferas partidas juegan en desvarío con el canto de trompetas
Arietta
sonido no oído
cuerpo sin densidad
invisible materia de frescos grises
¡como te nombra el instrumento que me fue dado
en prenda por un amor no correspondido!
amor que en el fondo de las cosas está y refulge en el mar
como ojos de cedro y esmeralda
pupilas por donde tropieza una luna vieja
moneda que escapa de las manos para ser limosna de poetas
viejos mercaderes que llaman a lo impensable
Arietta es tu confín una luz
                                                    STRIPSE              
                                     Nunca me voy a olvidar del diferente (otra versión)
De stripse en las Vegas se fue yendo hacia  calcomanías pegadas
y fue mas, lo sé, arrinconando entre sus dientes perlados sonidos de vientos
de stripse con lo poco que tenía de vestido
y lo poco que podían su cuerdas de palabras
que él ampliaba en consonancia
por el precio de no tener
boca de poca boca abierta en palabras pocas
de stripse en la pared que arañaba su eco mudo
su ya de pequeño ahora sobre la negra noche
un garabato pintado
caminando su va como si caminara
en las calles de las Vegas de luces fuertes carnívoras
con una guitarra de madera de stripse en sus hombros
por venas de liso caracol de luna.


Julia del Prado


                                    CORTOS  
                                          Julia del Prado

Las hojas cuando se sienten amarillas no se suicidan, ellas están de otoño o de duro invierno; pero luego renacen en la primavera verdes, verdes y Lorca va a su encuentro y las aplaude, prepara su culinaria de versos con estas hojas y con la luna, y con el río. Y algunos hombres y mujeres las tornan más verdes, limpiándolas con dulzura.
La luna llena dejó su saco nocturno de harina en Los Gigantes de Córdoba, en la Argentina por sabia decisión. Quería que Los Gigantes se alimentaran muy bien y fueran más esplendorosos y gorditos, así todos los niños del mundo los verían desde su ventana.

Stella Maris Taboro

                          La dama  del rojo clavel  
                                         Stella Maris Taboro

Llueve. Rejas transparentes encerrando el paisaje. La plaza del barrio se llenó de charcos. Saltan los niños entre ellos. La dama del rojo clavel sale, como escapando de la casa de Juan, ya no extraña ni la pared única de yeso, ni la luz de la ventana que muchas veces desde el este la iluminó.
No siente la lluvia, camina como una estela, casi etérea y sin perfume, con su atuendo aún no terminado. La mirada fija y distante en ese mundo que no se parecía al que ella conoce. Demasiados ruidos parecían golpear a su rostro, de sonrisa suave, casi congelada.
Salió para buscarlo, a él a su Juan Azairón. Ya no resistía su ausencia, él ya no la pincelaba con amor, con los colores nacidos de un arte que olía a pasión.
A su rojo clavel prendido en su sien le faltaban algunos pétalos y él tenía la culpa, pero lo había perdonado.
Le pareció vivir una injusticia eterna el no encontrarlo y hasta sentía el frío de los arroyos en sus espaldas. Ella no habría existido así, esplendorosa si no fuese por él, no habría alcanzado sus formas armoniosas si no fuese por Juan .
!Ah, Juan , cómo lo extrañaba! ¿Adónde estaba? Tenía que encontrarlo, por eso salió a buscarlo, por todos los puntos cardinales, por toda la ciudad, por las avenidas arboladas, por las sendas peatonales extraviadas de letreros y música. Ya no sabía qué estrategia usar para encontrarlo. No quería perderlo. No se animaba a preguntar por él.
Sola, así sola, casi inmutable lo buscaría hasta el cansancio, hasta el lugar más recóndito y estaba muy decidida, iría hasta donde duermen los cuerpos sin vida.
Corrían las horas, ya no llovía y no quiso volver a la casa, sin haber encontrado a su Juan. Empezó a caminar por un camino bordado con pinos y llegó hasta la entrada del lar de paz, recorrió con su mirada a todas las tumbas. Había una que tenía flores muy frescas, y al lado una placa con el nombre de él, su Juan, su hombre.
“Juan Azairon, 28 años,f alleció el 23 de marzo”. Otra placa rezaba.
A Juan , sus amigos del Arte”.
La dama del rojo clavel, no pudo llorar, dolida se retiró ansiando llegar a la casa de Juan.


Otra vez a esa pared de yeso, en ese lienzo donde él la había creado, frente a un enorme atril, junto a los pinceles y las pinturas que no pudieron terminar sus atuendos , ni algunos pétalos del rojo clavel...

Jenara García Martín


CUENTO DE NAVIDAD  
Jenara García Martín

“Cuentan los ancianos de un pueblo del Norte del Continente Europeo, que hace mucho tiempo, pero mucho tiempo, en una noche muy fría, que  tuvieron que quedarse en los hogares al lado del fuego, porque hasta nevaba, llegó el Invierno, - 21 de Diciembre- porque el Otoño se había retirado a descansar,  como lo hacía todos los años. Cada Estación tiene su ciclo de tiempo, anual, y correspondía que lo reemplazara la temporada invernal. Y a principios del ciclo climatológico,  antes de que finaliza el Año, hay una fecha en la que se vive algo especial, - 24 de Diciembre a las doce de la noche”.
Y al continuar el relato,  dijeron:
“Ese día y a esa hora nace el Niño Dios. Es una fecha para vivirla espiritualmente  La Navidad que se exterioriza con alegría, con regocijo y en muchas ciudades del planeta se iluminan las calles y colocan adornos con motivos navideños y no falta el Árbol de Navidad, tanto en los negocios como en los hogares. “
Esos ancianos se reunían,  para evocar ese recuerdo que traían al presente, de aquel 24 de Diciembre que la Navidad llegó cansada. Trasmitían a quienes querían escucharles, y lo sentían, El Espíritu Navideño, tal como lo vivieron, con mucha Paz y Amor. 
“La Navidad –comentaban- llegó cansada  Sí, entendieron bien.  Llegó cansada y  algo atrasada. Pero vestía su traje de fiesta y sus cabellos brillosos.  La Navidad es espiritual, viaja desde un lugar enviada por Dios y recorre el espacio vacío, por el Universo, y tiene que llegar antes de la cena familiar a los hogares para dejar los regalos al pié del Árbol de Navidad. Puesto que para todos los que se reúnen en esa cena familiar deja algún presente.
“Pero ese Año que venía tan cansada de su viaje, -contaban los ancianos con énfasis,- era,   porque había tenido un viaje accidentado. Había chocado con una nube viajera  y dispuesta a dejar blanco el campo y los árboles, tejados, el campanario, calles, caminos,  y carreteras,  y casi le destroza su vestido de fiesta. Había tenido que esconderse, en un rayo amistoso, pero  también estaba en peligro, porque se aproximaba a la nube viajera. Al final tuvo que subirse a un cometa y por fin llegó,  llegó, para cumplir con su misión. Pero había tenido que pedir ayuda a las estrellas para que cargaran las pesadas valijas con los regalos. También les hizo ver a los ancianos,  las cartas que traía para las familias que no se juntaban  para celebrar su DIA, que era  tan especial, y para los amigos que no se visitaban hacía mucho, pero mucho tiempo.”
Esos ancianos nos trasladan al presente. El espíritu navideño que existe en los hogares con los corazones abiertos para recibir al Niño Dios, consigue que cuando son las doce de la noche en los relojes, toda la familia reunida, se acerque al Árbol de Navidad a buscar el regalo que con el nombre de cada uno, les dejó la Navidad. La alegría es indescriptible, genera un sentimiento personal de unión, de consuelo, de perdón, de comprensión… de Paz, de Amor…
Y en muchos lugares del planeta, después de las doce se cantan Villancicos adorando al Niño Dios que acaba de nacer. Y para dar fin al cuento de Navidad, Vuelven esos ancianos que comenzaron el relato y ahora, recitan –porque ya no tienen registro de voz para cantar,  como lo hacían antaño – el siguiente villancico:
“Hacia el Portal de Belén
Por una estrella guiados.
En busca del Niño Dios
Caminan,
Los tres Reyes Magos.
Buscándole en los palacios,
Van los tres en sus camellos
Y encuentran en un pesebre
Al Rey que es más Rey que ellos”

domingo, 8 de diciembre de 2019

carlos margiotta


La casa (II) 
Carlos Margiotta

Rodrigo salió del neuropsiquiátrico pensando en la salud de su madre, había escuchado su voz articulando algunas palabras después de mucho tiempo. Ante la consulta, la enfermera que la atendía le dijo que en ocasiones los enfermos tienen momentos de lucidez.
“Tené cuidado en esa casa”, le había dicho su madre, y tenía razón. La casa lo iba atravesando poco a poco sin darse cuenta y recordó la frase de un viejo profesor de la facultad cuando hablando de las refacciones de casas antiguas había dicho: “Tengan cuidado con las paredes porque allí se depositan los miedos de sus habitantes”.
Cuando volvió al atardecer abrió la puerta de entrada y sintió la calidez del hogar y a la vez, una fuerte sensación de estar en un lugar ajeno.
Dejó sus cosas y se dirigió a comer al bodegón de siempre. Mientras esperaba la comida preparó en su libreta de anotaciones las tareas del próximo día: visitar a dos clientes de la zona norte para ver un trabajo, definir con los albañiles la colocación de una escalera caracol para tener acceso a la azotea, y hablar con Patricia, la vecina de al lado, para que le recomendara una señora de limpieza.
Patricia era una mujer de unos cuarenta años que vivía sola con su hijo pequeño con la que había establecido una buena relación basada en ayudarse mutuamente para satisfacer ciertas necesidades. A veces ella le pedía que cuidara a su hijo mientras hacía algunas compras, otras, él le dejaba algún encargo para los proveedores de la obra.
Cuando volvió de cenar se puso a revisar el paquete guardado del diario Crónica. Le llamaron su atención los suplementos deportivos donde figuraba un tal José Passione como jugador de futbol que alternaba en la primera de Atlanta. Y recorrió los momentos futboleros junto a Errea, Clariá y Nuin…Griguol y Bonzuk… Pero nada trascendente con la historia que buscaba de la casa salvo el detalle que José abandonó el futbol después haberse quebrado una pierna en un entrenamiento.
La obra estaba casi terminada. Preparar las paredes para la pintura le había llevado mucho tiempo. Primero hubo que quitar varias capas de papel engomado y después restaurar las superficies del revoque original. Pero antes de continuar debería revisar las condiciones del techo para poner una película protectora que escurriera el agua de lluvia y diseñar un plano para construir un el primer piso.
A la mañana siguiente les dejó las instrucciones de las tareas a los albañiles y esperó que la vecina saliera con su hijo hacia el jardín para encargarle la mujer de la limpieza. Subió a su auto hacia la zona norte del gran Buenos Aires para visitar a los clientes que querían arreglar sus casas de fin de semana. De regreso pasó por el corralón de materiales para ver los precios y hacer los presupuestos de los trabajos contratados.
Se detuvo a tomar un café y fumar un cigarrillo al aire libre en el ingreso a Escobar de la Panamericana. El atardecer era solemne, el sol como una gran naranja se posaba en el horizonte. Pensó en su hermano mayor radicado hacía muchos años en Canada, en Gabriela su expareja, y en sus amigos íntimos con los que apenas se visitaba. Y se sintió solo.
En su casa encontró una nota que decía: “La terraza está en condiciones, solo falta una capa de pintura impermeable para el techo”. Y junto a la nota encontró unas cajitas metálicas conteniendo instrumental quirúrgico. “Encontramos ésto en un pequeño armario en el contrafrente”. 
Se estaba duchando cuando sonó el celular. “Mañana viene a verte temprano una muchacha para la limpieza”, dijo la voz de Patricia.
Esa noche comió frugalmente algo que había quedado en la heladera, y se recostó en la cama mirando el techo. Los rayos de la luna que iluminaba el barrio se colaban por ranuras de la cortina de la ventana que daba a la calle.
De pronto observó en el cielo raso una gran mancha blanca que se escurría desde la mitad de la medianera e inundaba toda la superficie. Agitado salió al patio y encendió un cigarrillo mirando el cielo. Sus pensamientos lo llevaron a la infancia en el sur del país siguiendo los destinos militares de su padre. En los cuarteles no se podían hace amigos, pensó. Cuando volvió a la habitación la mancha había desaparecido.
A la mañana siguiente subió a la azotea con los albañiles. En el lugar donde la noche anterior se escurría la mancha blanca estaba el armario empotrado en la pared, parecía un espacio para un medidor de gas. Cuando se acercó al mismo comprobó que había un hueco en el piso que terminaba en la planta baja. “Acá había una chimenea muchachos” y continuó. “Seguro que abajo hay una doble pared”.
Después de tomar las medidas imagino un ambiente único, sin divisiones, con un techo vidriado, un piano y un balcón terraza. Cuando bajó estaba esperando la chica de la limpieza. “Soy Antonia”, dijo. Tendría unos 25 años, era morocha con un lindo pelo negro enrulado. Arregló los horarios y el precio de la hora. “Te espero mañana”, dijo.
Buscó el lugar donde estaría la chimenea y le pidió a Pedro, uno de los obreros, que comprobara el hueco. Mientas se vestía para salir escuchó los golpes que descubrían un gran espacio en el centro de la pared principal del living para encender leños.
Antes de salir recordó el diploma de médico y las pinzas obstétricas encontradas en los primeros días en la casa. Buscó en el placard donde las había guardado. Daniel Passione, decía el título, por la fecha de emisión estimó que actualmente tendría la edad de su padre.
Preparó los presupuestos de obra para sus clientes y los envió por internet. Cargó el sobre con las fotos familiares de los antiguos dueños y las cartas de amor encontradas en un hueco de la pared de la cocina. Quería terminar con esa historia y empezar con la suya.
Mientras manejaba  se le apareció la figura de Antonia, con esa piel oscura, los enormes ojos negros y la boca tan grande como su dentadura blanca. Hermosa mujer, pensó.
Antes de entrar en la ruta pasó por lo de Santiago, su amigo grafólogo con el que compartían una vez por mes un equipo futbol. “Te dejo estas cartas. Quiero que me des una opinión y la época en que fueron escritas”, le dijo. “Venite el viernes que no esta Vanesa y cenamos juntos”. Contestó.
Cerca de Escobar tomo la colectora y fue a visitar a los clientes para acordar los detalles de la obra. Al regreso decidió repetir la ceremonia del día anterior. Se detuvo en el mismo café, pidió una ensalada primavera y encendió un cigarrillo. Después de almorzar sacó el sobre de la mochila y por primera vez las observó fotos con detenimiento. Entre tantas, le llamaron la atención un hombre joven con muletas, el fuego crepitando en el hogar del living, una mujer rubia con cara triste, una pareja de ancianos tomada de la mano, una chica vestida de mucama muy parecida a Antonia y una mujer sentada en una silla de ruedas con la boca abierta mirando el techo.
Quiso pasar a ver a su madre aunque no era lo habitual los días de semana. La encontró mirando el jardín desde la galería junto a otras pacientes y tuvo ganas de llorar. Él le tomo la mano mientras que con la otra le acariciaba la espalda. Se imaginó sacándola de ese lugar, viviendo con ella en su casa nueva, compartiendo junto a su esposa y sus hijos sus últimos años. “Gracias hijo por venir, te necesito tanto”. Escuchó.
                                                                                                                           CONTINUARA


Hernán Garay



A las tres de la tarde 
de un día de agosto 
Hernán Garay

La rutina grabada a lo largo de toda una vida en la milicia, lo ayudaba a llevar adelante sus años, sus enfermedades y la creciente ceguera, que lo encerraba cada día más en la oscuridad.
Temprano ese día, comenzó su actividad. Pese al calor del agosto europeo, no dejó de ponerse su pañuelo negro al cuello y su tapado de grandes solapas y de dos filas de botones, que él mismo muchas veces remendó.
Ayudado por su bastón y no por ello sin dificultad, comenzó su diario caminar hasta un promontorio del cual podía observar el rugiente mar, aunque ahora poco lo podía ver , pero eso no importaba.
Allí, sentía el viento sobre su arrugado rostro y sobre su blanco cabello.
Ese viento, le traía también entrañables sonidos de trompetas, de cascos de caballos, de rugidos de cañones, de choques de sables y lanzas, en síntesis le devolvía lo que había sido su vida, que ahora
se le escapaba día a día.
Pasado el mediodía regresó a la casa, se sentó en el sillón tan viejo como él y comenzó a mirar el pequeño fuego que siempre estaba encendido.
Una vez más los recuerdos comenzaron a acompañarlo.
Lentamente su bravo corazón dejó de latir y la poca luz que había en sus ojos se apagó.
Se vio extrañamente joven caminando con su uniforme azul, sintió el peso y el ruido de su sable corvo colgado del cinturón a su izquierda.
Vio a lo lejos una torre con un campanario, que creyó haber visto antes, y cerca de ella a muchos soldados con uniformes de la patria tan lejana y querida.
Alguien se adelantó cuya cara, reconoció.
Ese muchacho, con una tonada fuertemente correntina le dijo:
Bienvenido mi Teniente Coronel….. lo estábamos esperando
En ese momento comprendió.
El anciano militar, lo estrechó en un abrazo y al hacerlo tocó la espalda del correntino y le dijo:
Todavía está abierta esa herida
Es mi orgullo…. fue la corta respuesta
Esa mañana cuando fui a verlo y a agradecerle ya era tarde, se lo digo ahora muchas gracias….. dijo el recién llegado.
El agradecido soy yo, por haber podido cabalgar con usted hacia la gloria.
El resto de los que allí estaban se acercaron a abrazarlo, vio allí muchas caras muy queridas.
El lugar que Dios tiene reservado para los soldados, a partir de ese momento fue mejor, porque el Primer Soldado de América, el Capitán del Nuevo Mundo había llegado.
En un lugar del sur de Francia a las tres de la tarde de ese día de agosto un reloj detuvo su andar.

Claudia Masin

                                                                Potrillo 

Claudia Masin 

 Cada uno carga su familia como los mendigos sus bolsas raídas, que llegado un momento ya no sirven para nada, pero a las que no pueden abandonar: son parte del camino recorrido,  de ellos mismos: es tan difícil soltar lo que nos ha acompañado tanto tiempo, aunque lastime y agobie, y el cuerpo se incline bajo el peso. Como si fuéramos la muesca diminuta en el arma que alguien ha disparado en un pasado remoto, en una tierra desconocida decidieron por nosotros, antes de que naciéramos, hasta los muertos a los que tendríamos que llorar. Pero si nos acompaña una multitud a cada paso, pienso, el aislamiento no resuelve nada. 
Ni construir una cabaña con las propias manos en el monte impenetrable, darle la espalda al mundo y a los demás, volverse un paria que ha rechazado su lugar entre los otros para quedar libre de una deuda que de todas maneras va a tener que pagar. Entonces, si todos los cuerpos 
que alguna vez ha reunido la sangre quedan atados por una cuerda que atraviesa el tiempo y su nudo es increíblemente firme, imposible de desatar, ¿cómo ser en la vida algo más que una especie de fenómeno natural, un latigazo del cielo, un rayo, un temporal, que destroza sin razón y sin sentido, o al revés, una lluvia suave que reverdece el campo seco y trae el alivio a los cultivos moribundos, pero que actúa sin voluntad de hacer el bien ni el mal, por puro impulso desprendido del pasado, de las pasiones, esperanzas o terrores incurables de los que nos antecedieron? A veces creo, pero es una cuestión de fe, no sé si es cierto, que se puede construir una familia a partir de cosas ínfimas que no forman parte de la historia que nos fue contada a través de las palabras o del cuerpo de los que amamos. Que podríamos descender en el tiempo hasta el instante en que aún no habían empezado ni la fealdad ni el miedo, a través de una memoria física que nos devuelva la humilde y pura gracia de respirar. Hablo de atarnos a detalles tan insignificantes que no serían jamás parte del drama y por eso mismo no podrían convertirse en el hueso de tu infelicidad. Sería tan distinto, claro, si tu familia fuera el día en que conociste el verano, la primera experiencia de alegría bajo un chorro de agua en el sopor pesado de la siesta, el olor de la tierra mojada y el contacto del pasto en los pies descalzos. La risa, levantándose como la bruma del calor hacia lo alto. Si fuera tu destino ese punto del pasado, ese resplandor que quedó grabado a fuego, clavado en tu carne como la herradura en la pata de un caballo joven, de un potrillo que en el momento de entrar al establo se retoba y corre y es capaz de fugarse de la vida que le espera.