viernes, 3 de octubre de 2014

Elsa Solis Molina



Historias de la calle  Elsa Solis Molina

Mariana, sentada en el bar de la calle Rioja de Rosario ,contemplaba el ir y venir de la gente del otro lado del vidrio en actitudes, expresiones, modos de caminar, arrasando o vacilando, que dejaban claro situaciones, caracteres, estados de ánimo...

El paso lento, cansado de los ancianos, la insolente y vital fuerza de los jóvenes, la preocupación y el rostro tenso de la llamada ama de casa, a la que siempre le falta el tiempo... Es el prototipo, pensó, de la que aprovecha cada minuto de su vida, para demostrar su eficiencia, pero que desconoce el valor de una pausa contemplativa, de un momento sólo para reflexionar, para aquietar el alma, para crecer como persona...inmersa en su apresurada vida de demostraciones de valor, aunque ello sacrifique su ignorada interioridad.

Su mirada, entonces, se vió atraída mientras terminaba su café, por la desolada, el buscador de ocasiones, el jovencito tratando de acaparar la atención de su compañera de ricitos rubios y anillitos de plata, el gordo señor parado frente a la pizarra del menú del restaurante de enfrente....Le gustaba imaginar el final de cada historia, la incidencia que cada actitud tiene en ellas....

Los hombros frágiles de la sola, se detienen ante la vidriera del bar, mira hacia adentro, vacila un minuto y luego entra a comprar dos empanadas, que , seguramente compartirá con su gato, en una fría y gran casa de pasillo.
Entra al bar, un viajante, arrastrando los pies, con la corbata torcida y la camisa mojada. Se sienta como si fuera de plomo, en una mesa pequeña, debajo de la cual, sus piernas entran por milagro y sus mocasines vapuleados, no dejan enfriar a sus pies deshechos y doloridos.

Como la imagen de los contrasentidos, pasa por la vereda una señora gruesa y desaliñada, llevando, con suma delicadeza, un delicado ramo de rosas; su rostro tienen la alegría de gozar por anticipado la sorpresa de su destinataria.

Sigue por el centro de la ciudad el interminable deambular de los chiquitos de ojos enormes y uñas sucias que ofrecen con voz lastimera bolígrafos y analgésicos, controlados desde la esquina, por el vago de saco grande y vergüenza escasa...

Como personajes obligadas de esta historia de la calle, enhebrada por Mariana desde la mesa del bar, entran dos nenitas ofreciendo en conitos de plástico, rosas de dudosa frescura, a la disparada, antes que las retiren no del todo amablemente  los mozos, pero, angustiadas si no venden, por el coscorrón de la hosca mujer, que las espera afuera, con un bebé maloliente en sus brazos....

Las dos gitanas, pasan comentando sus ventas de San Cayetano, con los ramitos de trigo. Ellas visten comúnmente, pero su decir vivo y rápido, las delata. Se sientan en la vidriera de la librería, sin dejar de hablar a una velocidad que hincha las venas de sus delgados cuellos morenos.
La somnolienta señora del quiosco de revistas, sentada en su sillita baja, aprovechando la sombra del toldo de la librería, mira a las gitanas como si fueran el paisaje.

¡Adiós doctor... se saludan dos hombres pulcramente vestidos con papeles y portafolios en sus manos, mientras el vendedor de termos, cuchillos, cubiertas de documentos y pulseras artesanales bosteza, cuando su compañero le guiña un ojo diciendo; estos sí que no tienen problemas...son concejales...

El vendedor clandestino de empanadas turcas, arma un revuelo en plena Plaza Sarmiento, recogiendo apresuradamente dentro de su mantel  la mercadería, manoteando apresuradamente la mesita plegable, saliendo a la disparada, al ver a los inspectores municipales....

Los de la casa de cambio, siguen inmutables, vendiendo, comprando monedas, mientras el mundo se mueve, vive o muere a su alrededor... mientras en la agencia de loterías, los ilusos siguen probando y el dueño del negocio, único ganador, abre otra agencia a la vuelta.

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