Ese lunar Negro Hernández
En la esquina unos obreros están todavía cavando un foso enorme como una trinchera para cambiar unos caños de agua, tuvieron que levantar los adoquines de la calle amontonándolos a un costado de la vereda dificultando el paso de los caminantes. Los vecinos esperan que los vuelvan a colocar para que el barrio conserve su encanto de siempre.
El Gordo y Sandoval, cada tanto, pasan por la esquina se quedan a charlar un rato, luego se van para cumplir con sus obligaciones cotidianas quejándose de la situación económica del país. El otro día, mientras corregía unos textos de un amigo que quiere publicar un libro de cuentos entró un joven y se dirigió a mi mesa después de hablar en la barra con el Gallego.
-¡Buenos días, usted es el Negro Hernández!, preguntó. - Así es muchacho, soy yo. -Me llamo Pablo Manzini, mucho gusto. Traía un sobre papel madera debajo del brazo. Lo invité a sentarse, acepto con gusto y pidió un café. -Mi abuelo falleció el mes pasado y entre las cosas que dejó fue este sobre dirigido a su nombre y con la dirección del café Tres Amigos, dijo. Su figura, su manera de hablar pausada, su mirada franca, sus gestos me resultaban conocidas como si nos hubiéramos cruzado alguna vez en la vida hace mucho tiempo, aunque por nuestra diferencia de edad, tendría 30 años, podría ser mi nieto. -No sé lo que contiene el sobre pero supongo será de su interés. Mi abuelo fue un gran lector y hombre apasionado por sus ideales sociales y mi familia guarda por él mucha admiración. El respeto y la seriedad con que me hablaba y su lenguaje algo antiguo me representaban un hombre mayor. -Soy médico pediatra, dijo, y estoy estudiando para trabajar con grupos de adolescentes, hay que cuidar a los jóvenes, afirmo. Antes de irse me dejó una tarjeta personal y me dio la mano con la calidez de haber encontrado a un amigo. Me quedé mirando por el ventanal del café un rato pensando en el encuentro. ¿Por qué a mi?, me dije, ¿Por qué se repite este destino de escuchar al otro y ocuparme de sus necesidades?. Dejé el sobre a un costado de la mesa y seguí leyendo los cuentos de mi amigo pero la curiosidad de ver el contenido del sobre era tan fuerte como la de ver a la maestra del colegio en enfrente del café que me saluda agitando la mano cuando se, dirige a la parada del colectivo en el atardecer de Barracas. Eran 12 hojas manuscritas con tinta azul, cada una llevaba la fecha del mes, desde el 4 de enero de 1955 al 4 de diciembre del mismo año. No estaban dirigidas a ninguna dirección ni persona en particular. Supuse que se trataba de una mujer porque todas estaban encabezadas con la frase: “Mi querido amor” y firmadas por A.M. Respiré hondo y le pedí al Gallego un café doble y una copita de ginebra. Sabía que la lectura de esas cartas me llevaría su tiempo y que me iban a guiar por los caminos azarosos de una historia entre un hombre y una mujer. “Cuando te vi entrar al consultorio con esa solera blanca y tu pelo ondulado supe instantáneamente que me iba a enamorar de vos hasta los huesos…”, decía un párrafo de la primer carta. “… supongo que la criatura que trajiste para el tratamiento era tu hijo, y eso lejos de intimidarme, le acercó mas fuego a mi corazón…”. Era un romántico, pensé, uno de esos empedernidos románticos que ya no existen y que te mueven el piso. No tuve respuesta de la carta que te entregué el otro día, espero ansioso tu llegada. Te imagino cruzar la puerta en puntas de pié para iniciar el vuelo hacia mis brazos. Se que parecen cursis mis palabras pero acaso no resulta gracioso ver a un hombre enamorado…” Sin duda A.M. estaba viviendo en otra realidad. Pero hasta ahora de ella yo no sabía nada, ¿Era ella o él? “La sonrisa de tus labios me besan en un sueño… amor, y te ofrezco mi corazón si lo quisieras. Mi alma ha desaparecido tras tus pasos en cada despedida, y se hunde en las tinieblas como en un desierto… todavía espero un gesto, una mueca, una señal que me indique el camino de la esperanza…” Hice una pausa en la lectura y busque la tarjeta que me dejó el joven, avenida Caseros no se cuanto, Parque Patricios, pensé, cerca de aquí. Y si A.M. era médico también y atendía al hijo de su amada. Conjeturas, en mi cabeza había comenzado a escribirse una novela. “Mi querido amor, mi deseo va más allá de la conciencia, no lo puedo controlar y muero porque sientas lo mismo… Te seguiré escribiendo aunque no leas mis palabras y te suenen vanas…” Bueno, apareció el poeta, me dije, un buen poeta. En las próximas cartas ahondará en la poesía, me dije. Mientras leía se aparecieron pensamientos sobre los amores actuales, esas relaciones virtuales que comienzan por Internet y continúan a través de los celulares, donde cada encuentro es un desencuentro, donde ya no hay un último café, donde todo es rápido. Pero borre mis especulaciones para seguir leyendo. “Estoy feliz, ayer me devolviste tres cartas arrugadas en la mano y me dijiste GRACIAS, mirándome a los ojos. Y renacieron mis expectativas. Te quedaba muy bien el pelo recogido y pude descubrir un lunar en tu cuello, detrás de la oreja. Llamé al trabajo y le avise a Rita que me sentía mal, que estaba con fiebre, que tal vez mañana iría por ahí. Hice otros tres llamados suspendiendo citas y a mi amigo le prometí la corrección de su libro para la semana entrante. “La otra tarde te fuiste dejando tus ojos colgados como dos soles transparentes mirándome en el adiós, en el hasta pronto… entonces te apareciste como un pájaro de arena y viento, barajando un destino prohibido”. ..“Tu hijo esta mejor, el tratamiento va dando resultado”. A esa altura del relato empezaron mis asociaciones, en esas fechas yo todavía no había nacido, soy del 56, pero mi hermano mayor sí. Él había padecido la polio en la época de la epidemia de los 50. Supe también que alguna vez que un famoso traumatólogo lo trató durante un año para recuperar la pierna afectada. Todavía se le nota cierta renguera al pobre. “En tu vuelo fuiste niebla, grises sobre la piel, pechos, madre…Y te posaste desnuda sobre el agua del adiós, como una ausencia. Tu seno se abrió como misteriosos bandoneones de mármol y cielo. Y tú lunar, ese lunar que encendió la noche, y tu parto fueron estrellas… mi querido amor”
El atardecer de Barracas trajo a la maestra que saludó con una sonrisa y me acorde del lunar de mi madre, ese lunar que hacía suyo mi padre cuando la besaba. No, no puede ser. Pero ¿por qué el joven me trajo las cartas? “Tus nervaduras fértiles de fuego laten junto a mi corazón y las espigas buscando el sol cantaron una plegaria de adoquín y esperanza”… y mas adelante: ”Tengo que irme del país, la cosa se está poniendo pesada y están persiguiendo a muchos compañeros…” Llame a mi hermano para ver si recodaba algo pero atendió el contestador. “Te pido un último encuentro, amor, quiero volver a besarte ese lunar antes de partir. La vida es tan breve como tu y yo. Solo quedan signos, huellas grabadas en la tierra como curvas, rectas y olvido. En el principio fue el verbo, después, palabras. Si me das un beso todo se volverá eterno.