La mudanza
-Mamá, ya no podés vivir solita, es muy peligroso con tanta
inseguridad, mejor te compramos un departamento
cerca de mi casa. Le dijo un día su hijo Martín.
Y así fue como llegó el día de mudarse, de abandonar esa
casa que había cobijado a su familia tantos años. Fue repartiendo entre sus
hijos algunos de los muebles y la vajilla que no iba a necesitar en su nueva
vivienda. Donó parte de su ropa y la que aún conservaba de su marido a la
iglesia y fue cerrando roperos y placares como se cierra esa etapa de la vida,
con dolor y resignación. De los libros se negó rotundamente a desprenderse,
serían su compañía en la nueva vida.
¡Eran tan jóvenes, ella y su esposo, cuando fueron a vivir a
la antigua casona!, 3 habitaciones, una gran cocina, un patio y un jardín que se llenó de flores y árboles
frutales muy pronto.
El crédito hipotecario que les otorgó la Cooperativa les
llevó cancelarlo 30 años, pero a fuerza de trabajo y ahorro lograron pagarlo.
Los recuerdos, las risas de los hijos que fueron
llegando, las enfermedades, la estadía
de los abuelos, la tía solterona que se quedaba a cuidar a sus sobrinos, las
reuniones de los compañeros de escuela de los chicos. Algunas lágrimas, enojos
y reconciliaciones. Los asados con amigos. Las fiestas de fin de año.
La construcción de la piecita para Martín, en la terraza,
con la ayuda de sus cuñados, los fines de semana. El cumpleaños de quince de
las mellis, Laura y Mabel, que se festejó en el patio adornado con globos y
banderines color rosa.
El día que Laurita se casó y salió de la casa del brazo de
su padre vestida de blanco.
La despedida a Mabi cuando se fue a vivir a EE.UU. recién
recibida de economista.
La llegada de los nietos y sus juegos en el patio y en el
jardín.
Cuando todo parecía que volvía a empezar, la enfermedad de
su esposo, que lo postró en cama por muchos meses hasta el día que se lo
llevaron para internarlo y no volver nunca más.
Tristeza, soledad y su empecinamiento de no abandonar su
mundo pese a todo, hasta que fue inevitable.
Cuando atraviesa la puerta con paso lento del brazo de su
hijo, llevando la vieja cartera que llenó con los recuerdos más
indispensables, siente que como duendes
traviesos algunos se aferran tenaces y no la dejan avanzar
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