miércoles, 25 de septiembre de 2013

Susana del Negro



La mudanza 



-Mamá, ya no podés vivir solita, es muy peligroso con tanta inseguridad, mejor  te compramos un departamento cerca de mi casa. Le dijo un día su hijo Martín.
Y así fue como llegó el día de mudarse, de abandonar esa casa que había cobijado a su familia tantos años. Fue repartiendo entre sus hijos algunos de los muebles y la vajilla que no iba a necesitar en su nueva vivienda. Donó parte de su ropa y la que aún conservaba de su marido a la iglesia y fue cerrando roperos y placares como se cierra esa etapa de la vida, con dolor y resignación. De los libros se negó rotundamente a desprenderse, serían su compañía en la nueva vida.
¡Eran tan jóvenes, ella y su esposo, cuando fueron a vivir a la antigua casona!, 3 habitaciones, una gran cocina, un patio  y un jardín que se llenó de flores y árboles frutales muy pronto.
El crédito hipotecario que les otorgó la Cooperativa les llevó cancelarlo 30 años, pero a fuerza de trabajo y ahorro lograron pagarlo.
Los recuerdos, las risas de los hijos que fueron llegando,  las enfermedades, la estadía de los abuelos, la tía solterona que se quedaba a cuidar a sus sobrinos, las reuniones de los compañeros de escuela de los chicos. Algunas lágrimas, enojos y reconciliaciones. Los asados con amigos. Las fiestas de fin de año.
La construcción de la piecita para Martín, en la terraza, con la ayuda de sus cuñados, los fines de semana. El cumpleaños de quince de las mellis, Laura y Mabel, que se festejó en el patio adornado con globos y banderines color rosa.
El día que Laurita se casó y salió de la casa del brazo de su padre vestida de blanco.
La despedida a Mabi cuando se fue a vivir a EE.UU. recién recibida de economista.
La llegada de los nietos y sus juegos en el patio y en el jardín.
Cuando todo parecía que volvía a empezar, la enfermedad de su esposo, que lo postró en cama por muchos meses hasta el día que se lo llevaron para internarlo y no volver nunca más.
Tristeza, soledad y su empecinamiento de no abandonar su mundo pese a todo, hasta que fue inevitable.
Cuando atraviesa la puerta con paso lento del brazo de su hijo, llevando la vieja cartera que llenó con los recuerdos más indispensables,  siente que como duendes traviesos algunos se aferran tenaces y no la dejan avanzar

 

No hay comentarios: