miércoles, 25 de septiembre de 2013

Marta Becker


Cuentos breves 



¿DONDE ESTARÁ?

Acompaño a mi dueña en todo momento. A la mañana cuando se levanta, a la tarde, cuando estudia, cuando trabaja, cuando recibe amistades, en fin, soy su fiel compañera. También me lleva con ella cuando viaja, somos inseparables.
Muchas veces me atoro, ella me sacude, me limpia y vuelta al ruedo, ahí estoy. Otras veces me quemo, o me muero de frío, depende de la época, pero siempre en actividad.
Ah, las cosas que he escuchado a través del tiempo, las confidencias, las risas, los insultos, las ideas que no se concretan o se llevan adelante con intrepidez. Y me entero de los resultados, no me deja afuera, por supuesto.
También supe recibir sus lágrimas, un gusto salobre que me hacía cosquillas y terminaba por desaparecer.
Ahora me hace partícipe con su nuevo amor, un hombre agradable que a veces me acepta y otras no, porque tiene otros gustos. Igual, mi dueña no me abandona.
Ah, ya llegó y oigo su voz, buscándome.
Desde el cajón de la cocina escucho que se pregunta a viva voz: ya encontré el mate, ¿dónde estará la bombilla?

NOSTALGIA DE AMOR

Nos conocimos bajo circunstancias muy especiales, ¿te acordás? La guerra es un animal que nos atrapa y nos arrastra y no permite que nos preguntemos si queremos estar o no en ella, no hay opciones. Me dijeron –el contacto te espera en tal bar a tal hora en la mesa del fondo al lado de la salida de emergencia-, y allí te encontré. Confieso que el primer impacto fue de rechazo, tu aire de autosuficiencia me molestó, tu manera de mirarme preguntaba en silencio si yo sería capaz de llevar a cabo la misión, como si vos fueras el único con autoridad y valor para hacerlo. Discutimos. Teníamos diferentes puntos de vista y no estabas dispuesto a cambiar tus disposiciones con facilidad. Nuestros encuentros se fueron repitiendo, con el tiempo nuestras relaciones se suavizaron, no sé si porque comprobaste mi capacidad o porque surgió algo que nos permitió vernos desde otro punto. Hasta que un día se te cayeron las murallas y me confesaste tu debilidad, tu amor, tu necesidad por tenerme. Yo también caí, porque reconocí que todos los mis sentimientos encontrados eran uno solo, era el mismo amor. En la urgencia de esos momentos fugaces nos unimos, sin promesas, sólo ese instante. Pasó ya mucho tiempo, la guerra terminó,  terminaron la misión y los encuentros, pero aún hoy, cada lunes que me despierto sin ti, te extraño.

ESOS OJOS

Hoy te vi en el tren que tomo todos los días después del trabajo. Cuánto tiempo pasó, cuántas noches, cuántos dolores y alegrías desde la última vez. Veo tu piel arrugada, los ojos cansados, el pelo canoso, estás cambiado y aún así te reconozco. Los dos estamos con los mismos años encima, pero no estamos juntos. Ese es el punto.
Noto que tus ojos grises miran perdidos a través del vidrio de la ventana, tal vez esperas algo, tal vez esperas a alguien. Pero no a mi, ya no. A mí me dejaste en el pasado y quedé hecha despojos. Pero no es tema tuyo, menos después de tantos años. ¿Nunca pensaste en el daño que me hiciste? Te confieso que tus ojos grises me persiguieron durante mucho tiempo, y cuando casi los tenía olvidados, te veo hoy, justo para avivar nuevamente el recuerdo y el dolor.
Esos ojos quedaron marcados a fuego en mi vida, fueron los que iluminaron en su momento mis tinieblas, me orientaron hacia un mundo desconocido y brillante, me quemaron cuando dejaron de verme.
No me acercaré para contarte todo esto, mi orgullo herido me lo impide, pero sería bueno que giraras la cabeza y me vieras, que tus ojos maldición mía tan sólo me reconocieran y aún en silencio con esa mirada me dijeras que alguna vez me amaste.
 

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