miércoles, 25 de septiembre de 2013

Marta Comelli


Guiso de Abuela 



Manuel, cinco años, aún no despertó totalmente cuando los rayos de sol alumbran sus cabellitos dorados, como las capas de las cebollas.
Sentado sobre copos blancos de algodones, cosechados ayer, se acuna como sobre nubes, o espumas y feliz tararea una cancioneta mientras dialoga, tímidamente y con la dulzura de un pequeño niño, con el muñeco-espantapájaros custodio de la granja colindante  a la casa de sus abuelos.
Pepe le sonríe con una mueca sabia, de quien conoce su trabajo y el espíritu fantasioso del niño. Ambos se balancean con el viento, que apenas sopla.
Manuel rompe el silencio:
-Pepe, ¿imaginás una lluvia de calabazas?, todas destrozadas sobre el piso rojo de esta tierra fértil, las semillas, reventando como escamas sobre nuestras cabezas, los sonidos hirviendo en los oídos, crash, pum, pam ?
-Manuel, lo tuyo es genial, pura fantasía de niño. Yo preferiría una de ciruelas. Sus cuerpos rojos estrellados contra el rojo suelo, fundiéndose hasta formar una profunda herida en tierra, con jugos profundos que la abonen y más, más rojo, deslumbrando las miradas, enrojeciendo el horizonte, los sembradíos, el color de la tarde quieta, tibia de Oberá .
-Pero Pepe, ¿ por qué no una guerra de tomates o pimientos de todos los colores, yendo del rojo al verde, del verde al amarillo y  sus sabores sazonando el suelo, la gran tinaja de cerámica roja y  nosotros, que en ese momento somos carne y trapo, vida y muerte, en la olla grande de mi abuela?
 

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