Un traje a medida
Mirta L. Rohr
Esa
mañana de abril, Rubén se levantó más temprano que de costumbre. Entró
lentamente al baño, se lavó la cara y se miró un largo rato al espejo.
Descubrió uno a uno los pelitos de sus cejas, sus pestañas, su piel.
Miró
su boca y sonrió, al ver sus dientes tan blancos sintió al mismo tiempo una
mezcla de orgullo y satisfacción. Pensó sin querer en la noche anterior. En ese
cielo oscuro teñido de miles de luciérnagas brillantes, en la leve brisa que
movía, apenas perceptiblemente, su flequillo. Recordó entonces a Eloísa, la
joven con la que había bailado la mayor parte de la noche, una preciosa morocha
de ojos tan oscuros como el cielo y con un cuerpo esbelto y bien formado...
Vinieron a su mente los comentarios de sus amigos, las miradas sorprendidas de
quienes siempre lo veían solitario, el cuchicheo por lo bajo que hacían las
jovencitas que nunca habían aceptado bailar con él. Pensó entonces en Joaquín,
el sastre de la otra cuadra, el viejo amigo de su padre. Recordó uno a uno sus
consejos, sus palabras de aliento en aquel día en que le confesó su soledad y
tristeza. Pensó en el momento en que lo miró seriamente y le dijo: - pibe, ¿no
probaste con un traje a medida?
¡Qué
acertado estaba Joaquín!, ¡El si que la tenía clara!
Dio
una última mirada a su imagen en el espejo, apagó la luz y contento como nunca
emprendió el camino que lo llevaba a la escuela.
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