lunes, 23 de septiembre de 2013

Mirta L. Rohr



Un traje a medida  
Mirta L. Rohr

Esa mañana de abril, Rubén se levantó más temprano que de costumbre. Entró lentamente al baño, se lavó la cara y se miró un largo rato al espejo. Descubrió uno a uno los pelitos de sus cejas, sus pestañas, su piel.
Miró su boca y sonrió, al ver sus dientes tan blancos sintió al mismo tiempo una mezcla de orgullo y satisfacción. Pensó sin querer en la noche anterior. En ese cielo oscuro teñido de miles de luciérnagas brillantes, en la leve brisa que movía, apenas perceptiblemente, su flequillo. Recordó entonces a Eloísa, la joven con la que había bailado la mayor parte de la noche, una preciosa morocha de ojos tan oscuros como el cielo y con un cuerpo esbelto y bien formado... Vinieron a su mente los comentarios de sus amigos, las miradas sorprendidas de quienes siempre lo veían solitario, el cuchicheo por lo bajo que hacían las jovencitas que nunca habían aceptado bailar con él. Pensó entonces en Joaquín, el sastre de la otra cuadra, el viejo amigo de su padre. Recordó uno a uno sus consejos, sus palabras de aliento en aquel día en que le confesó su soledad y tristeza. Pensó en el momento en que lo miró seriamente y le dijo: - pibe, ¿no probaste con un traje a medida?
¡Qué acertado estaba Joaquín!, ¡El si que la tenía clara!
Dio una última mirada a su imagen en el espejo, apagó la luz y contento como nunca emprendió el camino que lo llevaba a la escuela.

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