CORTOS
LA LLUVIA
Estoy sentada en la poltrona más cómoda de la galería de mi
casa de Carmelo. De pronto se nubló y empezó a soplar viento del sur. Cierro
mis ojos. Aún así veo las nubes negras, oigo los teru-teru de los teros que
revolotean cerca de sus nidos y el sonido de los pájaros que vuelan a
refugiarse en los árboles. Puedo sentir el típico olor de cuando va a llover, el de los eucaliptos cuando llueve. Me levanto
y toco el agua que cae, siento que mis sentidos me dan el agradable sabor de la
tormenta que se avecina. La placidez es intensa y siento la quietud del
momento. Entro. Detrás de los vidrios puedo ver la serenidad del caer del
chaparrón. Me gusta oir el golpeteo en las ventanas y el despertar de todos mis
sentidos. Estoy en paz.
DON ROQUE
Pareciera que le pesan los años vividos, por su forma de
andar tambaleante, la gorra sucia que usa todo el año, su ropa limpia, pero
desprolija, el saco despeluzado y con un botón de cada color, sus pantalones de
otro tono, arrugado y embolsado. Se sabe poco de él en el pueblo, ni demasiado
de su vida. Llegó un día, solitario, triste. Apenas sonríe, habla poco con alguno del pueblo, pero no
cuenta. Come solo en el bodegón del puente. Su apariencia no deja entrever su
edad, podría ser viejo, sus manos rugosas dicen que ha trabajado duro durante
años. Alquila una habitación en la vieja posada. Sus ojos tienen una extraña
mirada, lejana, como llenos de recuerdos. Ninguno de nosotros, los pueblerinos
podemos ahondar demasiado en sus gestos cargados de una existencia que no ha
sido buena. Todo en él es tristeza, su cara llena de arrugas, sus manos
callosas, su andar, todo nos muestra que escapa de su pasado. Poco es lo que podemos sondear en ese hombre
lleno de misterios.
QUIEN ME MATÓ
No logro concentrarme, me siento, escribo algo sobre un
crimen perpetrado y no se me ocurre como seguirlo. Lo guardo en documentos. En
la computadora alguien escribe: “Por favor sigue no sé que me pasó sólo sé que
estoy muerto y sin saber quien me mató”. Tres días después sigo la narración,
pero mi mente vuela por mi propio problema, escribo algunos párrafos y dejo,
vuelvo a guardar. “Socorro, quiero saber porqué todos me abandonan, ninguno
está presente, sólo sé que alguien investiga quien fue”. A la semana me acuerdo
del cuento, me siento ante el teclado y nada, no logro darle fin. No puedo más
y lo abandono. “¿No entendés que necesito saber como termina esto? Es mi vida y
mi muerte me tienes que decir quien me asesinó. Alguien entra y me mata”. Nunca
podré terminar el texto de mi novela. “Por favor escribe, que ocurrió conmigo,
nadie más me lo dijo, estoy aquí encerrado de por siempre”.
EL SOMBRERO MÁGICO
Willy había comprado un sombrero en un viaje a Maruecos. Le
gustaba tanto que lo usaba siempre. Sus cosas empezaron a mejorar, lo
ascendieron en su trabajo, se casó enamorado, tuvo dos hermosos hijos, pudo
comprarse una casa y auto. Un día con un fuerte viento se le voló el panamá
comprado y no pudo alcanzarlo. No le dio mayor importancia. Lo encontró Jon, un
joven mendigo. Éste enseguida consiguió un buen empleo y fue progresando prontamente por sus buenas
aptitudes. Todo en su vida mejoró, pudo vivir en un departamento digno. Nunca
se quitaba el sombrero porque le gustaba, a pesar que se vestía mejor, pensaba
que le quedaba bien con todo. Mientras tanto Willy fue despedido de su trabajo,
un día de regreso a su hogar encontró la casa semivacía, una carta de su mujer
que lo había dejado y se había llevado a
sus pequeños, perdió todo lo que tenía y se convirtió en mendigo.
AMORES QUE MATAN
En un parque forestal había un bello pino azul. Estaba cada
día más hermoso. Cercano a él había crecido una enredadera rastrera. Ésta se
enamoró del magnífico árbol, y se fue arrastrando hasta él y comenzó a
enredarse en su tronco, creció, creció y creció, hasta abrazar al macizo pie de
su amor. Con el tiempo comenzaron a amarillear sus ramas, adelgazar su enhiesto
tronco. La enamorada estaba cada día más verde y lozana, ésta vivía a expensas
de la savia del pobre pino, un día él le dijo, me estás consumiendo, por favor
despréndete de mí, pero ella le contestó, que no podía, sus lazos eran muy
fuertes, lo envolvía todo. Un día el pobre cayó, sus raíces estaban secas.
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