lunes, 23 de septiembre de 2013

Juana Rosa Schuster

El intruso   
Juana Rosa Schuster


No lo detiene ni el frío que se enrosca en el arabesco de las persianas. Está allí como si fuese una sombra. Siempre lo veo. No deja de caminar, como si su cuerpo tuviese una cuerda interior, como si se hubiese convertido en un juguete con corazón artificial.
Yo, que elegí este lugar montañoso  de Gales para poder escribir tranquila. Me perturba el atrevimiento que posee. Se adueñó de mis papeles, mis libros, el abridor de cartas, el cenicero de ónix. Me provoca todo el tiempo, sabe que me siento atrapada por su mirada esquiva  y esa agilidad que posee.
¿Qué se habrá creído ese granuja?.
Debo concentrarme en este trabajo sobre las costumbres del lugar, sus habitantes, la idiosincrasia del pueblito.
 En este momento lo estoy mirando otra vez. Su piel me recuerda el cuello del tapado que usaba mi madre en Liverpool.
 Me está empezando a agradar el ratoncillo.


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