CUENTOS BREVES
David Lagmanovich
Al
terminar la novela se preguntó "¿qué hago ahora con estas 350
páginas?". La meteorología vino en su auxilio: un viento feroz entró por
la ventana entreabierta, arrebató las hojas aún no encuadernadas y, junto con
otras varias pertenencias suyas, las sumergió en el río cercano. "Primera
vez que veo una novela río", atinó a balbucear el escritor.
Manuel
era un escritor olvidado. En su vejez, ya cerca de la muerte, pensar en ese
hecho le producía grandes sufrimientos. Cuando llegó el día final, que esperaba
con los ojos cerrados, una voz le dijo al oído: "Nada temas. Has sido
honesto y piadoso. Aquí te han olvidado, pero el Señor no olvida a sus hijos.
En el cielo están todos tus libros, incluso los que quedaron inéditos, y
también los que sólo tenías en el pensamiento". Manuel murió con una
sonrisa en los labios.
Felicidad,
no me sonrías. No me des más de lo que te pido: una mirada desde lejos.
El Emir
decidió eliminar las malas lenguas en todo el territorio. Una vez identificados
por la policía secreta, los súbditos aquejados del mal de las malas lenguas
fueron conducidos a hospitales donde, en condiciones higiénicas, sufrieron la
respectiva amputación. Poco después los supermercados surtieron sus estantes
con latas de lengua en escabeche, que consumieron con deleite quienes aún conservaban
las suyas. La campaña terminó cuando, debido a una equivocación, el Gran Visir
perdió el uso del habla. Después de este tropiezo, y a pesar del éxito logrado,
nadie volvió a mencionar el asunto.
La
contienda
Si
tuviera en cuenta tu argumento, es decir, si pudieras persuadirme de que
tuviera en cuenta tu argumento, escaparías de esta situación, como otras veces.
Entonces, seguro en tu rincón, te mofarías del fracaso de mi razonamiento.
Pero, por suerte para mí, mediante la lectura y la meditación he perfeccionado
mi intelecto, y ahora considero con sano escepticismo los argumentos ajenos. No
vale la pena que te esfuerces más en convencerme con tus sofismas. Todos los
recursos retóricos se han desvanecido. Sólo queda en pie un argumento
irrebatible: que yo soy el gato, y tú, el ratón.
-Por un instante -dijo la viajera- sentirás como entonces, cuando los dos estábamos vivos. Después seguiré mi viaje. Tú me acompañarás.
Los pájaros
De
aquella niña decían que hablaba con los pájaros. Pero no era cierto: en
realidad, sólo hablaba con las flores silvestres que cuidaban su sueño cuando
se dormía al borde del arroyo. Al despertar las acariciaba con su voz y las
flores se convertían en pájaros. Daban una vuelta de despedida y después se
perdían en el cielo.
Ella
movió la cabeza para ofrecer la mejilla, pero a mitad de camino el movimiento
se interrumpió y sus bocas quedaron frente a frente. Suave pero firmemente, él
apoyó sus labios en los de ella y un temblor casi imperceptible los atrapó. Por
un instante todo quedó en suspenso. Los ojos se cerraron al mismo tiempo, como
una señal para buscar las bocas en la oscuridad. La tierra volvió a moverse,
pero ahora giraba en torno a un nuevo sol.
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