Subte
Bajo tierra, latente, replegado, escondido entre
los intersticios de su alma, un llanto calmo y silencioso que tiene mucho de
impotencia y resentimiento.
Así era
cada día en la vida estudiantil de Jose , el bolu, el cara de pavo; nariz
ganchuda, orejas elefantinas que se suman a la lista de características que
usan sus compañeros para la cargada sin descanso de cada día. Figura sombría y
desgarbada que aumenta el rechazo total del aula.
Silencio
y mirada huidiza, con un único interlocutor, su amiga Mica, rubia, ojitos
celestes, linda y la mejor alumna, que por lástima o vaya a saber por qué,
siempre le pregunta como anda, si estudió o si lo puede ayudar.
Todo los
días el mismo calvario, risas, burlas, cargadas y él callado, guardando
resentimiento y odio en su interior dolido y sufriente.
-Mañana
no vengo, acompaño a mi mamá al médico……, le dice Micaela, el día que habían
estado más crueles que nunca con la maldad típica de los adolescentes.
Esa noche
no duerme… piensa… revée su plan una y otra vez…madruga…busca por sobre el armario
el revolver reglamentario que su padre, gendarme, deja limpio y cargado cada
noche… lo observa detenidamente, se asegura que todo esté en orden y lo guarda
en un bolsillo de su campera junto a la caja con balas de reserva.
Cuando
entra con la cabeza agachada y arrastrando sus grandes pies por el piso descolorido
de la escuela, solo levanta sus ojos para mirar a cada uno de sus torturadores
cara a cara y con una sonrisa vacía de alegría, saca del bolsillo la 9 milímetros y sin
dejar de mirarlos a los ojos comienza a gatillar sobre los cuerpos adolescentes
que se van quebrando, sin entender, cubiertos de sangre y muerte.
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