viernes, 4 de octubre de 2013

Susana del Negro


Subte
 
Bajo tierra, latente, replegado, escondido entre los intersticios de su alma, un llanto calmo y silencioso que tiene mucho de impotencia y resentimiento. 
Así era cada día en la vida estudiantil de Jose , el bolu, el cara de pavo; nariz ganchuda, orejas elefantinas que se suman a la lista de características que usan sus compañeros para la cargada sin descanso de cada día. Figura sombría y desgarbada que aumenta el rechazo total del aula. 
Silencio y mirada huidiza, con un único interlocutor, su amiga Mica, rubia, ojitos celestes, linda y la mejor alumna, que por lástima o vaya a saber por qué, siempre le pregunta como anda, si estudió o si lo puede ayudar. 
Todo los días el mismo calvario, risas, burlas, cargadas y él callado, guardando resentimiento y odio en su interior dolido y sufriente. 
-Mañana no vengo, acompaño a mi mamá al médico……, le dice Micaela, el día que habían estado más crueles que nunca con la maldad típica de los adolescentes. 
Esa noche no duerme… piensa… revée su plan una y otra vez…madruga…busca por sobre el armario el revolver reglamentario que su padre, gendarme, deja limpio y cargado cada noche… lo observa detenidamente, se asegura que todo esté en orden y lo guarda en un bolsillo de su campera junto a la caja con balas de reserva.  
Cuando entra con la cabeza agachada y arrastrando sus grandes pies por el piso descolorido de la escuela, solo levanta sus ojos para mirar a cada uno de sus torturadores cara a cara y con una sonrisa vacía de alegría, saca del bolsillo la 9 milímetros y sin dejar de mirarlos a los ojos comienza a gatillar sobre los cuerpos adolescentes que se van quebrando, sin entender, cubiertos de sangre y muerte.

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