viernes, 25 de octubre de 2013

Marta Becker



El cuartito del fondo Marta Becker

Domingo de invierno. Lo que comenzó como una llovizna es ahora un diluvio que oscurece el pueblo. La tierra se convierte en barro y el fuerte viento desgarra las pocas hojas de los árboles, que se van correntada abajo hacia las alcantarillas atestadas. 
En el bar están reunidos los de siempre, más tres o cuatro ocasionales que se escaparon de sus casas para matar la tarde y se refugian de la lluvia entre las cuatro paredes del único punto de reunión abierto.
Venancio, el más viejo de los todos los viejos que quedan en el pueblo, encuentra que la ocasión es propicia para los recuerdos y les propone a los presentes contarles una historia.
Mientras todos se acomodan a su alrededor –Venancio es famoso por sus cuentos- el viejo le hace una seña al hombre ubicado detrás del mostrador –Traéte una botella de ginebra y varios vasos- dice – que la ocasión bien lo vale-.
-¿Se acuerdan ustedes de la enorme casona ubicada en los terrenos que alguna vez fueron del general Paz? Bueno, el tema empieza por ahí. O mejor dicho, comienza cuando don Moisés se escapa de Polonia y se viene para estos pagos. Enseguida lo bautizan el Polaco, porque su apellido era impronunciable de tantas consonantes juntas.
Como todos los europeos, llegó sin nada, sólo con las garras suficientes como para empezar una nueva vida. Trabajó como un burro, removió la tierra con sus propias manos y de a poco se fue armando de un capital. También tuvo tiempo para arrimarse a una moza del pueblo –la María-  hija del encargado de campo del Gral. Paz.
El general, que estaba bastante mayor, conocía a la muchacha desde su nacimiento y la quería como propia. Ella lo cuidó hasta el momento de su muerte, luego de lo cual se enteró de que había sido nombrada única heredera de toda la propiedad, casa y terreno incluido.
Fue una buena oportunidad para el Polaco, que no era lerdo ni perezoso, y se casó con la chica.
Como la casa estaba bastante destruida la demolió y mandó construir una casona enorme, que se fue llenando de hijos. Pero aclaremos un tema –continúa contando Venancio- cada vez que el Polaco volvía borracho –porque la bebida era su debilidad- le hacía un hijo a la María , y ya iban por el quinto varón. Ah, se jactaba a los cuatro vientos de que él sólo hacía  machos, que las mujeres servían para lavar, cocinar y estar a disposición, nada más. Para trabajar la tierra y mandar, sólo los hombres.
A esta altura del relato todos escuchan con atención y la botella de ginebra está vacía.
-Trae otra botella que nos va a hacer falta- dice el viejo- y se acomoda mejor en la silla.
Como casi todos saben –continúa el viejo relator-  a la casa nueva el Polaco le adjuntó un galpón para guardar animales y forraje y, al fondo del terreno, bien separado de la casa, mandó construir un cuartito que servía de depósito para herramientas y cosas en desuso.
Los hijos se hicieron mozos y trabajaban de sol a sol junto al padre.
Un día el Polaco les da la orden de vaciar y limpiar el cuartito del fondo porque les tiene preparada una sorpresa. Curiosos y obedientes cumplen con el pedido.
Una mañana el padre se aparece en la casa con una jovencita flacucha, desabrida, de cabellos largos y mirada triste. Llama a los hijos y les dice con una sonrisa maliciosa –les traigo esto de regalo para cuando la necesiten, vivirá en el cuartito del fondo-.
Los cinco muchachos pasan la vista sorprendidos del padre a la muchacha y vuelta al padre, hasta que se dan cuenta de que el viejo habla en serio, que es solo para ellos, la tendrán a disposición sin necesidad de ir al pueblo a visitar a las prostitutas, sería una comodidad servida en bandeja. Nuestro padre sí que piensa en nosotros, se dicen entre sí mientras disfrutan por anticipado.
Esa noche el Polaco vuelve del bar totalmente borracho. Su mujer lo está esperando y lo encara, reprochándole la presencia de la joven – intuye que su marido también la desea- cuando el hombre se abalanza sobre ella y a los gritos y risotadas le dice –vieja estúpida, llorabas por tu hija, esa que no fue macho, tanto la querías acá te la traje-
María no daba crédito a lo que oía. ¡La hija que él le había arrebatado al nacer y escondió por años era esa muchacha, y ahora la traía para que fuera usada por su propio padre y sus hermanos! ¡Dios mío, cuánto pecado y odio!
Detrás de una de las puertas el hijo mayor, atraído por la discusión, alcanza a oír las palabras del padre.
Venancio hace un paráte del relato, está algo cansado y con la garganta seca, pero los oyentes que lo rodean están ansiosos por seguir escuchando la historia.
Otra vuelta de ginebra y el viejo continúa.
-María siente un fuerte dolor en el pecho, una quemazón que le sigue por el brazo y le falta el aire. Cae al piso como fulminada, el color se le va de la cara y se extingue sin tener tiempo siquiera de llorar.
El Polaco sale de la casa dando tumbos, saca del establo su caballo favorito y enfila para el campo. Está tan borracho que no se puede sostener en la montura y cae sobre unas piedras para no volver a levantarse.
Días después de acomodada la situación por la muerte de los padres, el hijo mayor reúne a sus hermanos y les cuenta la verdadera historia de la chica instalada en el cuartito del fondo, rogándoles, casi en forma de orden, que la dejen tranquila, es su propia hermana.
Ninguno le cree.
De mente tan cerrada como su difunto padre los muchachos no dan crédito a los hechos, sólo piensan que el mayor se quiere quedar él solo con la chica, privándolos a ellos de su compañía. Deciden seguir adelante con los planes del Polaco.
-Y acá se viene lo más feo de todo –dice Venancio a los atentos y sorprendidos parroquianos- el hijo mayor se apostó como guardia frente al cuartito y, cuando aparecieron de a uno sus hermanos con las intenciones que ya sabemos, los enfrentó negándoles el paso. Cada encuentro terminó en una feroz pelea seguida de muerte.
Los fue enterrando también de a uno, con el dolor profundo que se siente al eliminar la propia sangre.
Ahora el silencio en el bar es completo.
¿Y de la muchacha qué fue? preguntan los azorados oyentes.
-Cuando se enteró de la verdad salió corriendo con lo puesto y no se la volvió a ver nunca más- contesta el viejo. Se los juro como que me llamo Venancio… de apellido… impronunciable-.

 

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