viernes, 4 de octubre de 2013

Negro Hernández

Volver a casa   


Tengo ganas de volver a casa, de caminar las tres anchas cuadras custodiadas por los jacarandaes estallados en flores que alfombran las veredas de azul desvanecido. Pasar por la vieja estación de tren, cruzar las vías y llegar hasta la avenida que desemboca en la plaza donde la conocí, dijo el Mirón poéticamente, mientras saboreaba un caudaloso vaso de escocés. 
El Gordo y yo nos miramos sorprendidos cuando Rogelio nos sirvió una cerveza en una bandejita con maníes salados, queso y jamón cortado a cuchillo. La esquina del Tres Amigos se oscureció de repente como una tristeza. Después que se jubiló empezó a sentirse viejo, pensé. ¿Vos estás loco o nos estás cargando?, dijo el Gordo. Y tenía razón. Si siempre fuiste un porteño de ley, no nos vas atraicionar ahora. 

Lo miré al Gordo tratando de disimular mi emoción por el relato. Nunca lo habíamos  escuchado hablar de esa manera. Me acordé de  Marta, mi primera novia, y de todas las Martitas que amé mi vida. Entonces el Gordo hizo un gesto pidiendo otra cerveza. Hacía demasiado calor en un septiembre nublado y creí entender lo que le pasaba al Mirón.  
Sin conocerla la imaginé María está sentada en el banco de la plaza del pequeño pueblo, donde empezó todo. La plaza rodeada por la iglesia, el edificio municipal, la escuela normal, el teatro de la Sociedad Italiana, la farmacia, el almacén de ramos generales, el bar, la tienda del turco, el consultorio del doctor Donato y la comisaría. Lo vi al Mirón acercarse con un ramito de flores y sentarse a su lado, tomarle la mano y darle un beso en la mejilla.  
Sé que todavía vive allí, hace unos años que enviudó y sigue atendiendo la mercería, me lo dijo Mario, el comisionista del pueblo que viene de vez en cuando por algún trámite. Además tengo ganas de dejarle la academia de tango a mi hijo mayor, él lo necesita más que yo. Total ya cumplí con creces con la cultura nacional y popular. Las gambas no me dan como antes, es hora de darle lugar a los jóvenes.  
Ella, sentada el banco de la plaza escribe sobre su falda una carta, una carta que nunca enviará, como aquellas guardadas en el cajón de la mesita de luz, desde el día en que él se marchó hacia el sur para hacer la colimba. Es sábado, María termina de escribir mientras los muchachos y las chicas del pueblo salieron a dar la vuelta al perro. La ronda de los jóvenes gira entre risitas y miradas cruzando el aire templado del crepúsculo anaranjado que desciende sobre el horizonte de trigo.  
Después la colimba me vine a la capital estudié, me recibí, me casé, tuve a mis hijos, a mis nietos, y cuando murió mi mujer volvieron los recuerdos de mi juventud y la culpa. Sé que en el afán por progresar me olvidé de María, aunque en las noches de estrellas escucho su calida voz llamándome: Vení amor, te espero.  
Un silencio largo atravesó el café como una daga en la piel, y me pareció escuchar a un bandoneón desahogándose sobre la mesa de billar.  
Cuando quieras te llevamos en la camioneta con el Negro. Tiene que ser un fin de semana así zafo de la bruja y nos comemos un asadito al lado del río y compramos unos buenos salamines, dijo el Gordo, y asentí con la cabeza.  
Te agradezco Gordo, quiero estar allá para de fin de año y de paso me pueden ayudar a arreglar la casa de los viejos. Quiero llevarme algunos discos y los libros, tengo las fotos, la tele… No veo la hora de volver y poder dormir una buena siesta.  
La noche de Barracas encerró sus palabras y las mías como tantas veces en que los muchachos nos confesábamos entre hombres. Esas noches que uno teme desvelando los viejos fantasmas. ¿Vendrán a llevarme otra vez?  
La sonrisa dibujada en los labios del Mirón me decían que había comenzado a volver a casa, y en ese viaje empezó a olvidarse de todo, a sentir ajenas todas aquellas cosas que deseaba tanto cuando partió de su pueblo natal, se sentía dichoso, pleno, capaz de cualquier locura. Y había que acompañarlo.  
Al despedirnos los tres nos abrazamos con fuerza. El Mirón prendió un cigarrillo agachando la cabeza sobre el hueco de su mano izquierda y miró al cielo buscando la estrella que lo guiará por un nuevo camino.

 

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