viernes, 4 de octubre de 2013

Marcos Rodrigo Ramos


Cuatro partidas 



Era Junio y hacía frío en Villa Verde. A las diez de la mañana llegó el primero de los “Juanes” protagonistas de esta historia, dijo llamarse Juan Bautista, de ropa clara pero abrigada no aparentaba más de 45 años. A Liliana le agradaba la timidez que reflejaban sus ojos, pese a ser un adulto lo sentía niño, traía un bolso y una caja de madera rectangular. Dijo estar esperando a alguien con quien se encontraría aquí, en el hotel Minos.
A las 17 horas llegó el segundo Juan, Juan Cristóbal, le llamó la atención el gran parecido con el otro. Pese a tener distintos apellidos era evidente algún parentesco. Las diferencias no eran tanto en lo físico sino en la vestimenta y el peinado, éste llevaba el pelo desordenado y vestía de negro, y si bien tenía el mismo color de ojos, su mirada era diferente, tenía cierta malicia, lo que a ella le generaba cierta inquietud pero también lo hacía más atractivo.
A la noche los dos se encontraron en el pasillo, se estrecharon la mano y fueron a ubicarse en la confitería. Pidieron cerveza con una picada. Uno le explicó que por cuatro noches en ese mismo horario iban a necesitar una mesa.
-¿Para qué?- preguntó Liliana.
El primer Juan tomó la caja de madera, la abrió y sacó las fichas y el tablero.
-Vamos a jugar al ajedrez. Cuatro partidas, una por noche. ¿Hay algún problema?
-Ninguno- les respondió y fue a preparar el pedido. Cuando volvió ya habían iniciado la partida. Juan Bautista eligió las blancas lo que a Liliana le pareció natural.
La segunda noche el primero en llegar fue Juan Cristóbal, afeitado y con el pelo ordenado su parecido con el otro se había acentuado, sin embargo ella estaba segura de poder seguir diferenciándolos, sobre todo por la mirada y la ropa. Pidió algo de comer. A eso de las diez, según lo convenido, vino el otro y comenzaron el juego.
El tercer día aparecieron vestidos igual, de negro. Cualquiera creería estar ante gemelos, pero Liliana aún los podía distinguir. Cuando los saludó los llamó a cada uno por su nombre  lo que les llamó la atención.
-¿Cómo pudo diferenciarnos?- preguntaron casi al unísono
Decidió mentirles.
-Es fácil. Juan Batista está siempre con las blancas y Juan Cristóbal con las negras.
Sonrieron complacidos y reanudaron la partida.
La cuarta noche vinieron de oscuro y con anteojos negros. Se acercaron a la recepción con un pedido especial. Iban a pagar las habitaciones por adelantado y al día siguiente uno se llevaría el equipaje de los dos, al otro ya no iba a verlo más.
-¿Por qué?-les preguntó.
-Es una apuesta- contestó uno de ellos que ahora no podía diferenciar. Intuía algo oculto pero no dijo nada.
Pidieron algo de tomar y empezaron sin quitarse los anteojos. A las dos horas el juego terminó. Estaban angustiados, se abrazaron fuerte y luego salieron a caminar por la costa, eso dijeron.
A las ocho de la mañana regresó uno solo. Pidió las llaves de las  habitaciones y fue a buscar los dos equipajes. Cuando estaba por irse le preguntó por las partidas de ajedrez, quería saber quién había ganado.
-El ajedrez es como la guerra. Todos siempre perdemos.
Notó su dolor. Una lágrima caía por su mejilla. Liliana le acercó un pañuelo. Él le agradeció y se quitó los anteojos para limpiarse, entonces pudo verlo bien.
Tenía grandes ojeras marcadas y sus ojos estaban muy irritados, seguramente había estado llorando y no había dormido en toda la noche. Por momentos Liliana creía estar frente a Juan Bautista, pero luego dudaba, no podía discernir ante cuál se hallaba. Entonces se animó a preguntar:
-¿Usted cuál de los dos es?
-Sólo soy Juan- dijo y se marchó.
                                                                                                   
Cuento ganador del 1º Premio de XII Concurso Nacional de cuento y poesía organizado Asociación Civil Arte y Cultura de Merlo (23/08/13) y parte de su libro “La novia de los minotauros” de próxima edición.
 

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