Con voz propia
Cuentos publicados en la revista virtual dirigida por Analía Pescaner
A las ocho en punto - Emilio
Núñez Ferreiro
Ya es la hora. Son más de treinta, todas a la espera.
Escuchan que la persiana comienza a levantarse y la ansiedad les crece.
Aguardan en hilera, sobre el cable que alimenta de energía
eléctrica al barrio. Se mueven un poco y varias miran hacia abajo.
La mujer del kiosco acaba de salir con el tacho lleno de
maíz y la conmoción que las invade las obliga a revolotear entre una acera y
otra.
Adela desparrama todo el contenido sobre el césped de la
plaza y en tanto cruza la calle de regreso a su negocio, la avidez de las
palomas se lanza a dar cuenta del desayuno cotidiano.
Otras, que desde el techo del cine parecían desinteresadas,
acuden a la cita con más predisposición que las primeras.
Ese pedazo de plaza es un enjambre de plumas. La patota
voraz, poco a poco, consume los puntitos rojos y el verde de la pastura
regresa.
De pronto, la inocencia de un niño echa a correr por entre
medio de ellas y una explosión de vida acontece, formando una nube oscura, que
se diluye, en cuanto el niño se aleja.
Al rato, granos y aves desaparecen, dejando en la plaza un
vacío fugaz, el que se ha de llenar mañana, a las ocho, exactamente, cuando
Adela deje que entre el sol a su kiosco, al mismo tiempo que a la vuelta, los
chicos ingresen a la Escuela, en el mismo instante que yo, sin que me importe
la frialdad del banco de cemento, sentado en él, contemple nuevamente, la misma
escena.
Éramos viento - Ester
Vallbona
Recuerdo el día en que tú y yo nos conocimos. Tú y yo, dos
soledades encontradas. Éramos, por separado, dos vientos temibles, huracanados
-uno del Norte, otro del Sur-, que lo arrasaban todo a su paso. Sin embargo, al
encontrarnos, nos fundimos en un cálido abrazo que nos hizo torbellino diablillo
y juguetón.
Éramos entonces el viento que sobrevolaba los árboles,
acariciando levemente sus copas y meciendo sus frutos; el que descendía en
picado y, con su estela, deshojaba respuestas de los pétalos de tímidas
margaritas.
Éramos uno solo surcando las olas, salpicándonos, riéndonos
de los peces que saltaban a saludarnos y que, atrapados en nuestra espiral, se
preguntaban aturdidos cómo habían llegado a tocar las nubes.
Éramos el aire que jugaba a levantarle la falda a las
mujeres por la calle, a arrebatar las gorras de las cabezas de los hombres, a
despeinar a los jóvenes primorosamente peinados.
Éramos la brisa que sacudía un hola y un adiós en una sábana
tendida, y que nadie respondía porque nadie lo entendía.
Éramos desbarajuste, locura, pasión, cuando nos
encontrábamos.
Sí. Éramos viento, entonces.
Nunca mienten - Hebert
Poll Gutiérrez (Cuba)
Ángel ríe, mira con desprecio a sus compañeros de aula y
dice orgulloso:
---¿Tristeza? La tristeza para entrar en mi casa tiene que
pagar en dólares. El Treinta y uno de Diciembre lo pasé bárbaro. ¡Imagínense!
Había de todo. Puerco asado relleno con puerco, casco de elefantes enanos en
almíbar, fricasé de cebra lisa, manzanas alemanas que se dejan morder sólo por
cubanos y muchas cosas más que pueden probar si…
---También la pasé bien. Mi mesa no se llenó tanto como la
tuya pero mi papá mató un pollo de quince metros y el tuyo no.
Risas y aplausos. Salvador es el ganador del concurso
“Pinocho Vive”.
Dos horas después, el padre del muchacho que ganó el ansiado
premio escolar es arrestado por la policía. Su crimen: secuestrar y comerse el
avestruz del zoológico.
Con la vida en un hilo
- Rosa Beatriz Valdez (España)
La mujer de negro se levantó del sillón, dejó el tejido
sobre la mesita y miró -a través de los visillos de la ventana- la calle
desierta. “¿Cuánto tiempo había pasado desde que él se marchó? ¿Dieciocho
años?, quizás veinte… ya no lo recordaba.” Volvió a su tarea: un derecho y un
revés, un derecho y un revés…
De pronto, sintió que los dedos se le amortiguaban y las
agujas cayeron en la alfombra. Un dolor impreciso se apoderó de su cuerpo; se
acurrucó en el sillón y un profundo sopor la invadió. Tuvo un sueño extraño:
sus brazos y piernas se multiplicaban y todo su cuerpo se cubría de una oscura
vellosidad. Se despertó sobresaltada con los golpes en la puerta.
-¡Querida, soy yo, he regresado! Penélope, ¿dónde estás?
Al entrar a la sala, Ulises sintió que un hilo invisible lo
envolvía con fuerza, alzándolo hasta el cielorraso. Quiso gritar, pero la hebra
de seda le oprimía la garganta. Una sombra fugaz se deslizó por el muro y en un
beso de bienvenida lo devoró.
Sueños derramados - Walter Rago
Otra vez mi hermana ha tenido sueños derramados. Al abrir la
puerta de casa veo que está ocupada por un bosque, las raíces de los árboles
cubren el piso y escucho el murmullo suave y acariciador de un arroyo. Me di
cuenta demasiado tarde, abrí sin precaución, regreso con un compañero de la escuela
para completar una tarea de matemática y ahora no sé que hacer, él incluso
alcanzó a ver pasar una liebre. Resignado, termino de empujar la puerta, aparto
algunas ramas y lo hago pasar. No puedo hablar, con la cabeza gacha pienso en
lo que ocurrirá mañana cuando cuente lo que vio a todos los de nuestro curso.
Cuando entra camina unos pasos con calma y mira hacia el cuarto de mi hermana,
ella aún duerme, desde su cama ahora van surgiendo unas piedritas marrones que
caen lentamente sobre el colchón de hojas formando el principio de un sendero…
Mi compañero sonríe, piensa un momento y me dice “A mí me
gustan las piñas, los hongos y los huevos de pájaros... ¿Juntamos?...
La espera de
Tobías - Betty Badaui
Don Tobías prepara la yerba, retira el agua antes del
hervor. Algo de azúcar quemada.
Busca la mecedora -¿dónde está?- Se apoya en el bastón y trae el mate listo para que le respondan con una
sonrisa.
La siesta calcina los yuyos, el mate espera; sin embargo el
hijo le aseguró...
A la noche, don Tobías tiene el corazón liviano como un
pájaro.
Algo se desprende del viejo Tobías y remonta buscando
altura.
Un barrilete cayó, pesadamente, sobre el viejo mate.
Antonia - María Julieta Salusso
Su cara se percibía desde lejos, por detrás del cristal de
la ventana. Creo que Antonia era su nombre.
Tenía el cabello corto y prácticamente blanco, la cara
poblada de huellas del tiempo. Siempre vestía de negro, quizás era eso lo que
tornaba su figura aún más misteriosa… No sé, pero no podía dejar de observarla;
su presencia me resultaba enigmática.
Era mi vecina… Cuando de noche salía a la vereda,
disimuladamente miraba de reojo y ahí estaba: parada detrás de su ventana con
la mirada clavada en mí, urdiendo su hechizo. Bueno, eso era lo que yo pensaba
en aquel momento…
Hoy cuando recuerdo mi infancia, no puedo dejar de sentir
nostalgia por Antonia y su oscura y fantasmal silueta tras el cristal.
Todos mis amigos decían que era una bruja… Cosas de niños.
La pobre mujer, noche a noche, agonizaba, masticando su propia soledad.
Los novios de la Luna
- Hebert Poll Gutiérrez Cuba
---¡Traidora! ---grita el Sol y le da un súper piñazo
ultravioleta a la Luna, al agarrarla besándose conMarte.
-¡Perdóname!-ruega ella. Los golpes de su esposo queman
mucho.
Él se detiene y…
-No estoy bravo porque me hayas engañado. Yo también te he
sido infiel. ¡Que levante la mano la estrella que no ha sido mi novia!
-¿Por qué me das si hiciste lo mismo que yo?
-¡Muy fácil! Yo soy el Sol y a mí no se me engaña con
cualquiera. Te perdonaría si me hubieras engañado con Júpiter, el mejor
traficante de cometas del cosmos o con Plutón, es oscuro, vive lejos pero tiene
un excelente grupo de salsa que viaja por galaxias mejores que ésta. Pero… te
gustan las cosas difíciles. Tenía que ser Marte, el más pobre del barrio,
alguien que no tiene dinero ni para comprar oxígeno.
Escu… trata de decir la acusada. El Sol la interrumpe y
ordena mientras le apunta con su fusil convence planetas:
-Si te vuelvo a ver con Marte, te mato, te matooo.
Nunca más la Luna salió con Marte. Ahora tiene un nuevo
novio… MIÉRCOLES.
Un café con mi
padre - María Fabiana Calderari
Cuando llegué al bar, no había otras mesas ocupadas.
Me senté en un rincón, junto a una mesa redonda y pequeña
pegada a la ventana. Acomodé la silla y disimulé la mirada hacia la calle.
Podía olerse la lluvia a través del cristal humedecido.
No hizo falta ocultar la nostalgia ni el desahogo de las
palabras encerradas. Como siempre, mi padre, sereno y sabio; acompañó el café,
caliente y rebajado.
No recuerdo cuanto tiempo estuve sentado. Me levanté
aliviado. Las monedas quedaron esparcidas sobre la mesa solitaria.
Estos diálogos, desde la eternidad, me alimentan.
Botero - Maritza
Álvarez (Chile)
Se aleja el botero y su carga preciosa. Las aguas tranquilas
respiran de la paz de este hombre, que con su sabiduría y su remo avanza río
abajo. Su rostro vívido, dorado por el sol y expresivo como él, manifiesta esa
plenitud que sólo es reflejo de una felicidad esquiva pero alcanzable.
Camino por el sendero adjunto. Sospecho sus pensamientos y
mi corazón tiembla al sentir las voces que cantan en el agua transparente.
Los árboles tiñen de amarillos y rojos. El otoño les ha
hecho el amor. Yo piso algunas hojas caídas. Siento la potencia de esta hora
dentro mío.
Pronto llega hasta el lugar que buscaba. Siempre llega.
Siempre lo hace.
Justo en una desembocadura, donde se abre la tierra para dar
paso al remanso, los brazos hermanos, corrientes de aguas leves, siguen su
curso. A otros guiarán. A otros les hablarán. Y sólo ellos entenderán.
Se ha sentado a descansar y contempla el cielo maravillado y
sereno. Los arreboles lo sorprenden aún.
Los desafíos son de él
Las victorias también.
Vientre profeta sin
tiempo - Miguel Ángel Bustos
Yo no soy de ningún siglo.
Vivo ausente del tiempo. Soy mi siglo como soy mi sexo y mi
delirio.
Soy el siglo liberado de toda fecha y penumbra.
Pero cuando muera, el profeta que hay en mí se alzará como
un niño sin moral y sin patria. Un niño loco con lengua de alaridos. Entonces
amanecerá en el millón de Galaxias.
Madres del futuro; cuidado; cuando muera puedo volver.
Entonces, ay, vientre que me aguardas, dulcísima catedral de
tinieblas.
¿Qué haremos siempre?
- Miriam Cairo
Desprovistos de toda profecía, él y yo somos memoria.
Detallada memoria.
Sorprendente memoria. Y la memoria siempre habla como uno la
necesita: lo rememorado no es lo ocurrido, es lo viviente. Y en el recuerdo se
vuelve más vivaz que la vida, siempre envuelta en su amortajada cotidianidad
donde se va anulando a sí misma.
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