ÁRBOL DE ÁRBOLES
Árbol de
árboles ser
soberano del
monte; dondequiera
mi mirada
encuentra tu estrategia
similar a la
de Amor siempre bifurcándose
acosado
entre la esperanza y las ansias
de cubrir
todo este sol o crecer
como si quisieras encerrar al cielo
en una
burbuja de mantillas verdes
tenues
diminutas brújulas de rebozo
sensores de
la vida… Sólo ilusión
Trivial
hojarasca humeando en el patio
¿Puede el
amor haberme escondido
sus secretos
entre tus brazos?
¿Será
cobardía o hastío no recordar
esos hombres
que alguna vez
me
estrecharon entre sus brazos
y a los que
creí amar? ¿O algo me distrajo?
¿Serás el
árbol que abrasa esta vida
con su
corteza arrugada imponiéndome
el recuerdo
de un amor que no ha sido?
¿O el del
olvido, así, sin más, donde se cuelgan
ropajes
penumbrosos ya desvaídos
que ya no se
sabe de quién son? No lo sé.
Sólo sé que
en suelos ajenos no te nombran
Tampoco te
nombran los hombres ajenos
Y aún así
aquí estás,
sereno, sólido, siempre aquí
cada una de
tus ramas es un pedazo de mí
de mis
vísceras secas
Somos
restos… sólo eso, alguna hojita mustia
sobras de aquel
empeño inútil de amar
a pesar de
todo y contra todo contra el plomo
y el grito y
la derrota de esta hoja ya caída
¿Sabes lo
que es ser el contrapeso de la muerte?
Sabes,
sí, lo que es desgajarse yendo hacia un sol
muerto en
una cansada tarde del ayer e insistir
Ir a por un infinito instante de amor eterno
a repetirse
más allá de mí, contra mí, lejos de mí
Los tordos
pasean por tus ramas heridas
como
aquellos muchachos que no sé si amé
se han
paseado por mi cuerpo. Pájaros negros
copulando
bajo un cielo de espejos empañados
Y la tarde
apacible aquí conmigo derrama en mí
un juego de
sombras como abanicos japoneses
y cae con un
caer de agotados recuerdos disecados
Te
contempla, ella, también, como yo,
reinando aún
sobre los otros: árbol de árboles
Hoja sin
palabras
Inmóvil a
esperar que culmine el gran juego
del
atardecer y aún de pie a preguntarnos:
¿Habrá un
mañana?
ALMA DESPEADA
A la memoria de Sebastián Peralta
Despeado
de mucho andar
sin
herraduras en el alma
Despeado
el corazón callado
por
el rigoreo de la soledad
Escribió
unas líneas, alzó un alambre
y se
marchó monte adentro
bordeando
el río de la muerte
Andaba
por esos días oscuros
de
mala sombra y gacho
musitándole
a la parca
su
amarga soledad despeada.
La
vida: una futilidad.
La
pena, ramosa, copuda,
como
el árbol de la memoria
de
vejámenes y abandonos
torneó
su sonrisa de niño,
rama
nueva sin flor, vara,
leña
delgada, fusta abatida
sobre
su alma de seda y cristal
Crueldad
y furia hilaron pacientes,
en
él, trama acre de dolor y miedo
Crisálida
fatal fundiéndose,
en
él, el sin amor.
Coagulándose,
en él, el sin nadie.
Y ya
no pudo desprenderse. No pudo
ya
despojarse de esa vil mortaja.
¿Yace?
No, él, no. Nunca yacerá.
Él
sólo descansa al fin de su tristeza
erguido
dignamente para siempre
arrullado
por la brisa suave
amado
por los espíritus del monte
Alma
de seda y cristal.
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