LA MALDICIÓN
Doce años
tenía Dolores.
Muchos
inviernos para desear un hijo.
Hasta que
el milagro se produjo.
Festejamos
con el mejor vino de Mérida.
Los hombres
prepararon el tablado.
Las
jóvenes bailaron toda la noche.
Sus manos
cambiaban de abanicos en cada pasodoble.
Los pies
se movían con gracia y donaire.
Las
castañuelas me recordaban el galope de la tropilla.
Bellas
coplas llenaban las almas y soplaban.
El viento
y el aire dulzor que venían del Guadiada.
El olor
del aromo y tomillo que crecían con lentitud perfumaba el ambiente todo.
Venían de
otros pueblos a desearle suerte a la futura madre, que ya no era una muchacha.
Y el vino
chispeante llenaba las copas que se vaciaban con rapidez increíble.
Él le
acariciaba el vientre, y tocaba la guitarra.
Sumido en
la plenitud de la esperanza.
De ver al
hijo crecido para que fuese torero.
Hasta ese
día, Tía. En que pasaron los gitanos que habían llegado de no sé donde en el
carromato.
La vieron
y le pidieron los aros de oro que lucía en sus orejas. Esos arrillos que
relucían ante el sol y una no sabía si era el astro rey que había bajado a
felicitarla o era el metal precioso que brillaba como una moneda lustrada.
Pero ella
dijo que no, Tía. Que no se los daría.
Fue
entonces que una gitana con pañuelo en la cabeza le dio la maldición "Un
pájaro enorme te llevara a tu hijo"
Ella no le
creyó. Sintió miedo, pero no le creyó.
-Vete a tu
tierra. Nadie te quiere aquí.
Siete
meses mas tarde llamaron a la comadrona.
Cuando
dejó de gritar se oyó el llanto del niño.
Hermoso
Tía. Como ese niñito Jesús del cuadro que tienes tú en la posada.
Tendría
dos días cuando la criada abrió la ventana para que la pobrecita respire mejor.
No pudo
hacer nada Tía.
Entró un
águila y se lo llevó con el pico.
Sí, con el
pico.
Ella quedó
mal de su cabeza. Dicen que nunca volverá.
El marido
se fue. No se sabe nada de él.
¿Sabe Tía?
Que la Santísima Virgen me guarde de cruzarme yo con la gitana.
Que ¿por
qué?
Porque
también yo, estoy preñada.
1 comentario:
es triste
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