Comienzos Rubén Amato
Aquella mujer decide
acelerar el paso. La estación de trenes queda a solo tres cuadras. Segundos le
bastaron para hacer algo que llevó años programar. Paso de largo frente a la
puerta del P.H. donde vive con él, que en ese mismo instante la espera con el
mate preparado, envalentonándose para sacar sus puños contra ella. El mismo que
la golpea – porque sí – dos veces por semana. Acelera el paso antes que los
recuerdos la hagan revivir los dolores en su cuerpo.
Desde algunas ventanas la
ven llegar a la ventanilla y sacar boleto “ida”. Son otros ojos femeninos que
sueñan con que en un futuro hacer lo mismo. Otras mujeres con magullones en el
alma que son cómplices de la osadía sabiendo de qué infierno se está escapando.
Tratando de observar cómo se construye el sendero de liberación que les
devuelva la vida.
Después de sacar pasaje,
abre la puerta de los armarios de donde saca el bolso con algo de ropa. El
andén sin gente; sólo el rápido a Retiro, a pocos minutos de partir. Por fin se
sienta. Mientras se coloca los auriculares para escuchar No puedo quitar mis
ojos de ti, el tren pega ese envión de arranque y toda su vida en aquel pueblo
va a quedar atrás.
Después de un par de
estaciones abre el sobre con la ecografía para mirar el positivo una vez más.
Suspira aliviada.
Abraza su bolso sobre su panza
– todavía invisible – y siente que se le ríen las entrañas.
Su niño podrá participar de
un nuevo comienzo.
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